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La narco-barbarie venezolana

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 4 min.

La perspectiva épica que acompaña la gesta por la independencia en Venezuela y le domina desde la caída de la Primera República en 1812, deja oculto un hecho crucial de nuestra historia: el de la guerra fratricida que tiñe de rojo nuestro ingreso al concierto de las naciones y tiene como telón de fondo el “affaire” de Antonio Nicolás Briceño.

El mismo evoca cuanto ahora vemos y presenciamos –80 jóvenes asesinados por las huestes serviles de Nicolás Maduro y el premio que este le otorga a uno de sus sicarios: coronel Bladimir Lugo, por maltratar al presidente de la Asamblea Nacional y orinarse sobre la soberanía popular que en número de 14.000.000 de votantes se expresó en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Briceño, próximo al Libertador Simón Bolívar, mientras se organiza desde Cúcuta la invasión a Venezuela y como premio del Decreto de Guerra a Muerte, redacta la Providencia N° 9. Su texto es emblema de la barbarie: “Se considera ser un mérito suficiente para ser premiado y obtener grados en el ejército el presentar un número de cabezas de españoles europeos, incluso los isleños; y así, el soldado que presentare veinte cabezas de dichos españoles será ascendido a alférez vivo y efectivo; el que presentare treinta, a teniente; el que cincuenta, a capitán”.

La queja posterior de Bolívar frente a Briceño es que mal puede hacer lo que propone sin su previa consideración, sobre la gravedad del caso y su ajuste a las leyes. Pero nada más.

Manuel del Castillo y Rada, coronel cartagenero y segundo al mando, reacciona con vergüenza republicana ante la primera baja que provoca el dispositivo: “Me ha estremecido el acto violento que Usted ha ejecutado (…); pero me ha horrorizado más el que, deponiendo todo sentimiento de humanidad, haya usted comenzado a escribir su carta con la misma sangre que injudicialmente se ha derramado”. Y concluye lapidario: “Devuelvo la cabeza que se me remitía. Complázcase usted en verla, y diríjala a quien tenga el placer de contemplar las víctimas que ha sacrificado la desesperación”.

Maduro y la corte de rufianes militares que lo mantienen alelado por lo visto se solaza como Briceño por los actos de violencia primitiva que promueve. Pero la diferencia con el pasado, sin que se justifique ese pasado, es proverbial.

A los hombres de espada de la Independencia anima, quizás, el quítate tú para ponerme yo: que salgan los peninsulares para que gobiernen los españoles criollos, sin que ello signifique la verdadera libertad del pueblo, hasta que en 1830 el catire Páez, otro general, devuelve las espadas hacia las haciendas o fundos de sus detentadores para que las luces, la ilustración civil, dibujen la república naciente. Se hace célebre, entonces, el altercado del sabio y rector José María Vargas con Pedro Carujo, otro coronel felón como Lugo: “El mundo es del hombre justo. Es el hombre de bien, y no del valiente, el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”.

A la dictadura hoy imperante en Venezuela, desnuda tras los golpes de Estado sistemáticos que propina: desde el desconocimiento de la Asamblea en 2016 hasta el mamotreto de su narco-para-constituyente inconstitucional en 2017, en las antípodas de la historia comentada, apenas le importa la consolidación, a rajatabla, de su empresa colonial y cubana de narcotráfico y lavado de dineros, disimulada tras las banderas del socialismo marxista.

No hay barbarie más extrema que pueda concebirse que la cocinada en las hornillas del mal absoluto, del tráfico internacional e interno de drogas, sobre todo cuando involucra una política de Estado sistemática y coludida. Y es en este punto en el que cabe abrir los ojos de la opinión pública, para que entienda lo agonal de la tarea agónica de libertad que tiene por actores a las generaciones más jóvenes de venezolanos, a sus vidas ofrendadas en holocausto.

Solos no podrán llevar a término su propósito, que no es político sino de liberación del secuestro que sufren a manos de una delincuencia criminal hecha gobierno. Con la solidaridad de la comunidad internacional ello será posible, pronto. Y esa solidaridad crece, a pesar de los tropiezos, como el habido recién en la OEA. Allí los representantes de los países que menos representan, pues suman apenas 1,81% de la población de las Américas, impidieron por razones leguleyas que los gobiernos cuyas poblaciones suman 850 millones de habitantes se pronunciasen de manera concluyente en contra del cártel de los Maduro-Flores y Cabello-Reverol.

Los gobiernos huidizos al castigo de Maduro deben ser sometidos, por ende, a severo escrutinio. No por haber adoptado una decisión soberana, sino por la razón de fondo que la anima: ¿Acaso hacen parte de la estructura logística del negocio de la muerte los gobernantes de Bolivia, Dominica, Nicaragua, St. Kitts, St. Vicent, Surinam, Trinidad, Haití, Granada, El Salvador, Ecuador, Antigua y República Dominicana?

El narcotráfico es sinónimo de muerte. Ya suman 29.000 los homicidios promedio de cada año, que se inician de modo selectivo y por órdenes del Palacio de Miraflores desde que Hugo Chávez firma su pacto de alianza con las FARC, en 1999.

Cuando se abra la caja de Pandora el capitán Diosdado Cabello, el actual presidente del Supremo Tribunal, y ex fiscal general Isaías Rodríguez, tendrán mucho que cantar. Entonces hablarán, por boca de otros, los muertos del silencio: El fiscal Danilo Anderson (2004), Gamal Richani (2005), Arturo Erlich y Freddy Farfán (2004 y 2009), Richard Gallardo y Luis Hernández (2008), el gobernador William Lara (2010), Nelly Calles (2011), el gobernador y capitán Jesús Aguilarte (2012), la embajadora Olga Fonseca (2012), el general Wilmer Moreno (2012), el diputado Omar Guararima (2013), el capitán Eliézer Otaiza, el colectivo José Miguel Odremán y el diputado Robert Serra (2014), por lo pronto.