Vamos ya, los humanos, para casi dos años en medio de la pandemia desatada por ese bichito, el así llamado Coronavirus, sin que en verdad se hayan despejado todas las interrogantes sobre su origen ni respecto a su evolución a partir de su último disfraz como Omicron.
La normalidad como nostalgia
Cualquiera recuerda los discursos que se dieron, llamando a la solidaridad mundial para que nadie se quedara sin vacunas, que se flexibilizaran las normas de propiedad intelectual, que los hospitales aumentaran su disponibilidad, en fin. Sin necesidad de entrar en mayores detalles, los diversos informes que dan cuenta de la situación a estas alturas de la pandemia revelan, por ejemplo, que el 80 por ciento de las vacunas ha ido a parar a diez países, que las medicinas han crecido considerablemente como negocio y los ricos se han vuelto notablemente más ricos y los pobres trágicamente más pobres. La idea la “Casa Común” nos sigue siendo ajena a los terrícolas, la fraternidad es un bien muy escaso.
Muchos pensaron que de esta suerte de paréntesis global al que nos sometió el microscópico animalito, nos daríamos a la tarea de repensar y cambiar la ruta que la humanidad ha venido transitando hace ya bastante tiempo. Que el encierro, nos haría conscientes de una crisis que ha tocado todos los ámbitos a lo largo y ancho del planeta, haciéndose patente en la desigualdad social, los desajustes ambientales, las disputas geopolíticas, la violación de los derechos humanos, el desgobierno de la globalización, así como otros muchos aspectos que han venido empañando, por decir lo menos, la vida de una gran parte de la población.
Sin embargo, el resultado no ha sido el que se esperaba. De a poco la nostalgia por la vida anterior se ha vuelto nuestra esperanza. La vuelta a la normalidad asoma como nuestro mejor horizonte, retocado hasta cierto punto por la mano de las tecnologías digitales que supuestamente nos abrirán nuevos cauces, en ciertas áreas. Se prefirió torear, así pues, el hecho de que fueron los vientos de esa normalidad los que trajeron estos lodos que desde hace rato, nos entraban el camino de cada día.
La humanidad en aprietos
Además de lo anterior, el mundo se está transformando de pies a cabeza. Nos encontramos con una fuerte aceleración en la mundialización de la economía, al paso que aumenta extremadamente la desigualdad social; una crisis ecológica que los científicos asocian a un patrón de crecimiento económico que, no obstante los parches, sigue orientándose por el engordamiento del PIB; la recomposición del mapa del poder mundial que muestra a China como la segunda potencia del planeta, nuevos conflictos regionales alimentados por motivos de distinta índole y algunos aspectos más dentro de un nuevo (des) orden internacional que aún no dispone de los las instituciones y mecanismos apropiados para procurar su gobernabilidad; el surgimiento de grandes movimientos migratorios, convertidos en un factor importante en el debilitamientos de la cohesión social en diversas partes, al lado de temas como el racismo y el género. Súmese a la lista el impacto radical que están produciendo un conjunto de tecnologías disruptivas que modifican de manera profunda todos los espacios de la vida humana, asomando desafíos para los que aún no se tienen respuesta.
Este nuevo contexto, visto apenas a través de estas pocas líneas, ha sido identificado como una “crisis civilizatoria”. Y en medio de ella se nos desapareció la política, con toda su caja de herramientas, indispensables para bregar la concordia social y asumir conjuntamente los cambios que se precisen.
Otra epidemia recorre el mundo: el autoritarismo
Distintos informes coinciden en reseñar el deterioro de la democracia a lo largo y ancho del mundo. América Latina es la región del mundo que reportó el mayor descenso en el Índice de Democracia 2021 de The Economist. Su encuesta anual, que califica el estado de la democracia en 167 países sobre la base de cinco medidas (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles) encuentra que más de un tercio de la población mundial vive bajo un gobierno autoritario, mientras que solo el 6,4% disfruta de una democracia plena.
El autoritarismo viene dentro de un formato caracterizado generalmente por la emergencia de una figura mesiánica, que se comunica permanentemente y sin intermediarios con “su” pueblo, a través de un discurso que reinterpreta la historia y resignifica el lenguaje al mejor estilo orweliano y compra, vía el asistencialismo, la fidelidad política de la gente. Adicionalmente, polariza a la población (patriotas y antipatriotas, por ejemplo), constantemente esgrime la presencia de un enemigo externo como responsable de las calamidades nacionales, domestíca a las instituciones y diseña las leyes a su medida, a la vez que cuenta con el apoyo las fuerzas armadas y grupos paramilitares.
La política ha desaparecido en esta situación enmarañada a tal grado, que le viene bien la metáfora de un caballo desbocado. Tiene enfrente un muro que se levanta imposibilitando los necesarios acuerdos que hacen posible la convivencia dentro de cada sociedad y que hoy en día también muestra ribetes mundiales. En suma, los consensos cayeron en desuso, mientras los problemas continúan agravándose.
La posverdad y la vigilancia
Recuerdo haber leído hace unos cuantos años “El conocimiento inútil”, una obra de Jean Francois Revel, intelectual francés, varios de cuyos capítulos se vertebraban en torno a la idea de que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, haciendo particular referencia a la política.
En este sentido, la descripción del sistema autoritario quedaría incompleta si se pasa por alto el término posverdad, como uno de sus elementos. Se trata de una expresión propia de la sociedad actual, permeada por la circulación permanente de información, en la que internet y las redes sociales aportan a los usuarios información que confirma lo que ya piensan o sienten, en detrimento de hechos contrastados y verificables, apelando más a las emociones que a la razón, a los prejuicios que a la objetividad, generando, así, decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales Al final de cuentas, y en términos menos académicos, es una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma. Así las cosas, se le ha dado otra energía a la mentira política, haciéndola más extendida y eficaz. Por otra parte, habrá que sumar el aumento de la vigilancia social, que se lleva a cabo a través de distintos dispositivos tecnológicos que violan la privacidad de las personas, a la vez elevan su capacidad para anticipar y modelar su conducta.
Dentro del saco autoritario caben figuras muy disímiles de la política mundial, no importa que se califiquen de izquierda o de derecha. Los emparenta la manera como llegan al poder, el tiempo que lo conservan y sobre todo la forma como lo ejercen, sin rayas amarillas que le fijen límites. Así pues, caben en el mismo saco Trump, Maduro, Orbán, Bolsonaro, Bukele, López Obrador y otros cuantos, quienes han convertido a la política en un chicle, maleable al punto de que, en Venezuela, por citar un ejemplo, se ha pasado del Socialismo del Siglo XXI al llamado Capitalismo de Bodegones, sin siquiera intentar una explicación que disimulara semejante salto cuántico.
La izquierda perezosa
Cabe esperar que desde los lados de la política, aparezca una alternativa que represente un cambio de paradigma. Hay actualmente numerosas iniciativas con esa orientación, ordenada en torno a la equidad y la libertad de los seres humanos. En otras palabras, alrededor de la articulación entre la justicia social y la democracia de cara a este nuevo mundo delineado por condiciones que, perdóneseme la reiteración, ponen de manifiesto una crisis en el modo como los terrícolas nos plantamos y organizamos para vivir en el planeta.
Uno piensa, como lo ha señalado en numerosas ocasiones la reconocida economista Marianna Mazzucato, que la izquierda debe reflexionar y repensarse con el propósito de convertirse en opción política, pero, advierte, “se ha vuelto perezosa”. Sin embargo, ella misma es un ejemplo de que están teniendo lugar esfuerzos importantes con el propósito de armar una alternativa política, a partir de las claves que rigen la actualidad.
El Nacional, miércoles 16 de febrero de 2022