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Los idiotas: David Cameron, Albert Rivera, Juan Guaidó

Opinión
Tiempo de lectura: 11 min.

Ni como insulto ni ofensa. Nos referimos aquí a un idiota en su exacto sentido originario. Viene del griego. Idios quiere decir lo propio. Idiotas, en su sentido lato, eran los griegos que vivían más en lo propio que con los otros, o lo que es lo mismo, a los que importaban más sus asuntos privados que los de la polis. En breves palabras, los que no hacen política.

Siguiendo la línea de Aristóteles podemos distinguir entre idiotas naturales e idiotas por elección. Según el filósofo, esclavos y mujeres eran idiotas naturales. Los primeros, no porque fueran tontos – entre los esclavos había filósofos y grandes pedagogos – sino porque en su gran mayoría eran extranjeros y no debían entrometerse en asuntos públicos que no les incumbían. Las segundas, porque las mujeres eran propiedad de los hombres.

Algunas damas, no obstante, se las arreglaban para practicar política en sus espacios privados. Es sabido, por ejemplo, la influencia política que llegó a alcanzar la esposa de Pericles, Aspasia, no solo en su culto marido sino también entre muchos ciudadanos notables, hasta el punto que logró seducir al hombre más feo y más inteligente de toda Atenas: Sócrates. Si no fue una mujer política, Aspasia logró ser maestra en la práctica de la intrapolítica. En los salones de la bella dama eran cocinadas intrigas y entre copa y copa, urdidos los planes más refinados a ser ejercitados en el espacio abierto de la polis.

Los idiotas por elección eran en cambio los que decidían practicar oficios lejos del gran público, sobre todo artesanos, comerciantes, escultores, músicos, poetas. Por lo mismo no podía haber políticos idiotas. O los griegos eran políticos o eran idiotas. Esa es quizás la diferencia entre los políticos griegos y los de nuestro tiempo en donde sí podemos encontrar una gran cantidad de políticos que han probado ser perfectos idiotas. Es decir, políticos que abandonan el espacio real de lo público o de la polis o de la ciudad y se dejan llevar por fantasías a las que no vacilamos en denominar, espacios de la metapolítica. Práctica imposible de realizar en el mundo griego.

La política griega versaba sobre asuntos reales de la polis. Allí los ciudadanos discutían frente a frente, sin ideologías, sin fantasías, desde temas relativos al orden interno de la ciudad hasta llegar a declaraciones de guerra a otras naciones. Hoy no es así. En un mundo cada vez más global, digital y virtual, los asuntos políticos no son solo los muy transparentes de la polis, sino también otros imbricados con la opacidad de ámbitos que sobrepasan lejos a la política nacional y ciudadana. Razón que lleva a los políticos a penetrar en terrenos no reales y, por lo mismo, no inmediatos de la polis. Dicho en breve: aunque sea transgresión gramatical, la política de hoy no tiene siempre que ver con la polis. Luego, la despolitización de la política aparece como una posibilidad permanente. Es, a mi juicio, el peligro más grande que acosa a la política de nuestro tiempo. Hay en consecuencia, políticos no políticos y luego - repetimos con énfasis, no es un insulto – políticos idiotas.

Javier Marías en un incisivo artículo publicado en su columna semanal del 03.11.2019 califica como tontos a políticos como el británico Cameron y los españoles Rivera y Mas. Pero leyendo el texto nos damos cuenta que con el concepto tonto, Marías no quiere decir tarados sino más bien idiotas en el exacto sentido griego, a saber, políticos que han abandonado los temas reales de la polis para dejarse llevar por fantasías sin suelo y en función de ellas, levantar sus estrategias. El idiota político no sería así el que comete errores – en ese caso todos los políticos serían idiotas- sino primero: el que abandona la política en aras de la metapolítica y segundo: el que persevera en el abandono de la polis sin echar cable a tierra a su debido momento. El caso Cameron ha llegado a ser un clásico del idiotismo político.

Hacia enero del 2013 David Cameron enfrentaba una situación interna altamente complicada. De hecho estaba a punto de quedar aislado frente al cerco formado por las fracciones más duras de los Tories, el avance de los nacional-populistas y parte de los liberales. Fue entonces cuando comenzó a imaginar el plebiscito que llevaría al Brexit confiado en que el apoyo en contra de la salida económica de Europa iba a derrotar sin problemas a los anti-europeos. Cameron intentó utilizar de ese modo una alternativa internacional como medio para reforzar sus posiciones nacionales. Grave error. Si bien ambas políticas, la nacional y la internacional son interdependientes, transcurren en planos diferentes. Más grande es el error si se considera que ni Cameron ni ningún gobernante está en condiciones de controlar los avatares de la arena internacional. Y todavía más grande aún cuando son proyectadas situaciones que se dan en un tiempo hacia otro tiempo que nadie sabe como será.

Cameron tuvo posibilidades de rectificar, echar pie atrás y anular un plebiscito que, aparte de los nacional-populistas, nadie quería. No lo hizo: perseveró en sus fantasías. El resultado es conocido. Cameron no solo arruinó su carrera política. De hecho desordenó a toda la política nacional, dividió a los ingleses en dos fracciones irreconciliables, cavó una zanja entre dos generaciones, la de la mayoría de jóvenes en contra del Brexit y la de la mayoría de viejos a favor del Brexit. Y lo peor de todo: dio alas al nacional-populismo británico y europeo el que desde el Brexit no ha cesado de crecer. Si a alguien tiene que agradecer Putin en su propósito de desestabilizar a Europa es, antes que nadie, a Cameron

¿Cómo podía saber Cameron que precisamente hacia el 23 de junio del 2016 iban a desatarse las más grandes migraciones que conoce la historia europea? Por supuesto, no lo sabía. Su error fue, por lo mismo, haber pospuesto su política hacia un tiempo desconocido. Cameron, dicho en síntesis, sustituyó a la política por la metapolítica. Y la metapolítica no es política. Es el más allá de la política. En el exacto sentido de los griegos, para quienes la política está situada siempre en el más acá y no en el más allá, Cameron sería uno de los idiotas políticos más grande de nuestra era.

Para Javier Marías, dos grandes idiotas (tontos, según su caligrafía) serían los españoles Albert Rivera y Artur Mas. Del segundo catalán no nos ocuparemos ya que solo tiene que ver con un tema provincial en la de por sí provinciana España. Efectivamente, para Marías, como para el autor de estas líneas, Rivera es un político que se caracteriza por haber hecho todo al revés de lo que debería haber hecho.

Ciudadanos (Cs) llegó a ser el partido más promisorio de España. Nacido en Cataluña emprendió una marcha hacia el resto del país ocupando un campo abandonado por el bi-partidismo: el centro político. El partido de Rivera y Arrimadas logró el apoyo de los más insignes intelectuales, entre ellos el mismo Javier Marías, agrupando a sectores académicos, a profesionales libres y a una juventud cansada con los egoísmos mini-nacionalistas, con la corrupción descarada del PP de Rajoy y con la demagogia irresponsable de los socialistas y Podemos.

Rivera, como si hubiera querido acatar el rol que le endilgó Podemos, pasó a situarse, sin que nadie lo exigiera, como una tercera derecha. Con ello abandonó el centro que, ni corto ni perezoso fue ocupado por el PSOE. Para reforzar el error, no dejó de insultar a Sánchez alejando así a sectores del PSOE que en un momento parecían ser atraídos por Cs. Haber negado la sal y el agua a Sánchez llevó a la ingobernabilidad del país y por lo mismo a la repetición de unas elecciones que en España nadie quería repetir.

¿Cuál fue el propósito de Rivera? Aparte de que, como el mismo ha demostrado, no es un político de centro sino de genuina derecha, o de que nunca dejó de considerar a Cs como una sucursal del PP, lo que arruinó a Cs fue la fantasía de Rivera por constituirse en el líder de todas las derechas en contra del PSOE. Los resultados de esa aventura están a la vista. PP ha subido su porcentaje electoral de modo contundente, la nueva-antigua derecha post-franquista de VOX está a punto de sobrepasar a Cs – según encuestas ya lo logró- y Cs es sindicado por la opinión pública como el causante de la crisis política española. Todo esto sin contar que, precisamente un partido erigido en baluarte europeo en contra de los provincialismos mini-nacionalistas, terminó por desligarse – ante el enfado de Macron- de una política europea estigmatizando como enemigo principal al otro partido europeísta de la nación: el PSOE.

En Rivera, la metapolítica, ese morboso deseo de forzar a su partido a asumir posiciones diferentes a las que había sustentado en el pasado, lo ha llevado a convertirse -como ya ocurrió con Cameron- en el idiota más portentoso de España. Todos los periódicos españoles ya lo señalan: Cs se hunde.

El idiotismo no es por supuesto un mal político europeo. Mal que mal, herederos de tantos hispánicos desvaríos, muchos políticos latinoamericanos han traspasado el que fuera realismo mágico de la literatura al plano de las luchas políticas. Acto muy bien recibido en un continente donde la lógica y la razón han sido puestas de cabeza. Hay muchos ejemplos. Pero ninguno parece ser tan representativo como la gesta liderada por Juan Guaidó en Venezuela.

La misma aparición de Guaidó adquirió un formato mitológico. La juramentación del 23.01 fue un acto pleno de fervor religioso más que político. La triada donde en primer lugar era puesto un acto insurreccional, sin que fueran precisados los pasos para lograrlo, tuvo el carácter de un mandamiento el que todavía repiten sus seguidores más incondicionales. En fin, Guaidó hizo su puesta en escena como una aparición metapolítica.

El 23. 02, en la frontera colombiana, Guaidó quiso hacer un milagro: convertir la entrega de víveres en un acto revolucionario de masas, pese a las protestas airadas de la Cruz Roja Internacional. Naturalmente, resultó un gran fiasco. Pero la debacle de la línea Guaidó – si es que podemos llamarla línea – llegaría a su climax el nefasto 30-A.

El 30- A fue el día del máximo idiotismo de la política venezolana. Ese día Guaidó llamó a las calles para que los manifestantes hicieran coro al gran acto insurreccional imaginado por la fantasía desbocada de su superior político, Leopoldo López, quien junto a los inefables extremistas María Corina Machado y Antonio Ledezma ostenta el raro mérito de haber conducido a la fracasada y sangrienta Salida del 2014.

El 30-A era imposible separar a la fantasía del sainete. Las cámaras mostraban a Guaidó repartiendo papelitos entre sus seguidores para que llevaran mensajes a los militares. Luego Guaidó aparecería señalando que la operación falló solo por un par de errores técnicos. La irresponsabilidad política alcanzó límites que si no hubieran sido trágicos habrían sido risibles

En ese momento para todos aquellos que seguimos las luchas democráticas de Venezuela, quedó claro un punto: entre la abstención del 20-M que llevó a la aposición a claudicar electoralmente frente a Maduro a pesar de contar con la mayoría absoluta y el 30-A, hay una línea recta. La abstención opositora del 20-M iba a crear el camino que debería culminar en la insurrección cívica militar. Ahí entendimos también la intención del mantra que comienza con el cese de la usurpación. Las elecciones libres puestas en tercer lugar iban a ser el corolario de la toma militar del poder bajo la conducción de López y Guaidó.

El 30-A fue el comienzo del descenso de ambos políticos. También de los partidos y dirigentes que se prestaron para validar la farsa.

Gracias a la línea López- Guaidó, a la que en sentido griego no podemos sino calificar de idiota (metapolítica), Maduro y los suyos pueden dormir tranquilos. Guaidó, incapaz de rectificar, sigue llamando al pueblo (como si el pueblo fuera propiedad de una dirigencia) a hacer presión sin decir para qué. Aún después del fracaso sus fieles continúan recitando el mantra como si fueran papagayos. Aún Guaidó cree contar con una comunidad internacional que ya parece estar extinguida. Y aún imagina que tiene todas las cartas sobre la mesa y continúa nombrando embajadores sin embajadas, tribunales sin juicios, generales sin ejércitos

Pocas veces, quizás nunca, ha sido dilapidado un capital político tan grande en un tiempo tan corto.

Guaidó tuvo todo en sus manos para haber retomado una exitosa vía democrática, constitucional, pacífica y electoral. Pero, hay que repetirlo, otros dirigentes de la oposición son tan responsables del desastre como Guaidó y López. Fueron ellos los que decidieron marchar en dirección contraria a todo lo que indica la más elemental razón política. Como si fueran portadores de una pulsión suicida, ya anuncian intentos para regalar la AN al régimen de Maduro en las parlamentarias del 2020. Ellos y quien fuera ungido como el salvador de la nación, ha terminado por enterrar la esperanza de cambio en el alma de muchos venezolanos. La única salida, para algunos, es Maiquetía.

En días recientes hemos visto como una oposición minoritaria, la boliviana, aún sabiendo que no tenía la menor posibilidad de ganar las elecciones, concurrió al evento electoral ilegítimo llamado por Evo. Gracias a esa decisión los opositores bolivianos han logrado acorralar al régimen, denunciando los fraudes cometidos. ¿Qué habría sucedido en Venezuela si una oposición altamente mayoritaria como era (ya no me atrevo a escribir, es) hubiese retomado bajo la batuta de un líder o de una dirigencia inteligente, la vía democrática, sin caer en esas nefastas aventuras que conducen al más radical de los idiotismos?

Que cada uno dé la respuesta que indique su razón política.

4 de noviembre de 2019

Polis

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