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El metaverso de Maduro

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 8 min.

Hugo Chávez acaparó el último tramo de la historia venezolana. Su figura ocupó, sin duda, el epicentro político y en más de un sentido puede afirmarse que se extendió a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Su interpretación del país, difundida permanentemente por su agobiadora presencia en los medios de comunicación, se convirtió en la referencia sobre cualquier asunto, desde la geopolítica hasta la crisis del capitalismo mundial, pasando por el beisbol, a cuenta de que fue pícher, y por la música, a cuenta de que tenía buena voz. No pareciera exagerado señalar, por otro lado, que el chavismo represento una manera de ser en la tarima política, que incluso contagió de alguna medida a no pocos de los que lo adversaban.

Chávez: el poder simbólico de la nostalgia.

A Chávez la duda no le acompaño nunca. Su interpretación sobre nuestra sociedad, su pasado, su presente y su futuro, se convirtió en el libreto que progresivamente trazó el rumbo del país. Asumió el rol de caudillo, al principio con cierto disimulo, luego más abiertamente, incluso dejando ver su talante autoritario. Empezó por propiciar la redacción de una nueva Constitución, “la mejor del mundo”, y asomó el “socialismo del Siglo XXI como proyecto para Venezuela, sin que hubiera, salvo algunos amagos, ninguna consulta al respecto.

En efecto, durante su gobierno fueron mínimos los espacios para el diálogo y las demás herramientas propias de la democracia, esenciales para la construcción de los consensos básicos que requiere la convivencia social. En suma, desapareció la política y surgió un país extremadamente dividido y poco cohesionado, atravesado de un lado a otro por la desconfianza, situación en la que, es bueno decirlo, también tuvo responsabilidad, aunque en grado menor, la propia oposición.

Así, durante casi dos décadas, Chávez condujo al país con algunos aciertos, pero sobre todo en medio de grandes errores y omisiones que, sin embargo, alcanzaron a disimularse porque su gobierno tuvo la bendición de un boom petrolero (2008 – 2014) y le permitió transitar un buen tiempo y sin mayores aprietos, el irónicamente denominado camino del “socialismo rentista”, armado en torno a un amplio repertorio de políticas asistencialistas que, temporal y parcialmente, mejoraron la vida de la gente, mientras la Venezuela Potencia cobraba el formato de un espejismo, que cada año se anunciaba como el gran objetivo estratégico de la nación. En síntesis, la obra que dejó tuvo poco que ver con los enormes recursos financieros de los que dispuso durante buena parte de su gestión.

Los desacomodos actuales del país se venían observando, así pues, durante el final del período de Chávez. Desde entonces, el “proceso” empezó a mostrar desviaciones y señales de agotamiento, dejándose ver como una ruta equivocada e inviable, no obstante lo cual en la memoria colectiva ha permanecido como la figura política mejor valorada de la actualidad. Chávez se convertido en nostalgia política, son muchos losvenezolanos convencidos de que si estuviera vivo no pasaría lo que esta pasando.

La realidad paralela

Nuestros problemas se han agravado considerablemente durante la administración de Nicolas Maduro, designado como sucesor en la presidencia por el propio caudillo, poco antes de morir. Aparte de su falta de tino en el abordaje de los temas nacionales más medulares, el nuevo mandatario tuvo que lidiar con muchas dificultades a poco de ocupar el cargo, consecuencia de que la mano invisible del mercado internacional bajó los precios del oro negro.

El nuestro es hoy en día un país roto, esto es, mal cosido, desarticulado, anómico, violento además de fragmentado desde el punto de vista territorial. Un país con lunares notables en todos sus ámbitos (económico, social, educativo, ambiental y paremos de contar), cada vez más autocrático y en el que sus habitantes parecieran “no tener derecho a tener derechos”, según la expresaría Hanna Arent. Un país, dicho en pocas palabras que es todo lo contrario del que nos relató Maduro, durante su mensaje anual a la Asamblea Nacional, en un discurso presumido en el que los hechos fueron abiertamente desconocidos por afirmaciones y estadísticas fantasiosas, dibujando una suerte de realidad paralela, si se me permite el símil, que recuerda el metaverso del que habla Zuckerberg.

Evidentemente, no faltó en su arenga cierta retórica que buscaba barnizar la transición del proyecto del Socialismo del Siglo XXI hacia el actual Capitalismo de Bodegones, nombre este último que desde luego ayuda a su descripción, aunque deja por fuera algunos de sus atributos (dolarización, importaciones libres sin ton ni son, extractivismo salvaje, precariedad laboral, exclusión social, en fin). Cabe imaginar que se trata de un formato impuesto por los hechos, a contramano de las pretensiones revolucionarias, referido por ciertos economistas como el “modelo ecuatoriano”, no en balde uno de los asesores principales del gobierno se desempeñó como Ministro de Hacienda en la época del Presidente Correa.

En su alocución a los diputados, Maduro anunció que gobernaría hasta el 2030 con el propósito de preservar un futuro para los venezolanos, iniciado el año 2021 con pasos firmes y auspiciosos. Sin embargo, no es ser mal pensado creer que en la mente del liderazgo oficialista no hay otra idea que la de gobernar para seguir gobernando, de sobrevivir manteniendo el poder por razones que no son propiamente ideológicas ni doctrinarias, sino grabadas, no sólo, pero en grado nada despreciable, por la corrupción.

Chao al “proceso”, pues.

Replay electoral en Barinas

Como se sabe, el pasado 9 de enero se repitió en Barinas la elección del gobernador efectuada el 21 de noviembre del 2021, en la que había triunfado el candidato opositor. Sin embargo, bastaron y sobraron dos sentencias que se sacó de la manga el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para ordenar la repetición del evento comicial.

Se trató de una contienda claramente inclinada a favorecer al oficialismo, puesta de manifiesto en las inhabilitaciones exprés de dos candidatos opositores y un disidente del chavismo, la inadmisión de adhesiones de dos tarjetas a postulaciones opositoras, el ventajismo oficial en el acceso a medios de comunicación públicos y la disposición de funcionarios, bienes y recursos del patrimonio público con fines electorales, conformando, así, un elenco de abusos nunca vistos en semejante grado en procesos anteriores. (Para mayores detalles se consultar, entre otras, la página del Observatorio Electoral Venezolano, OEV).

Se corroboró, pues, que el fair play en la cancha electoral no depende solo del CNE, cuya actuación en este último episodio regional fue, sin duda, la más equilibrada de los últimos tiempos, sino que puede ser invadida otros organismos públicos con decisiones que no les corresponden y que atienden peticiones que provienen del alto gobierno.

No obstante lo anterior Sergio Garrido, candidato opositor, logró la victoria sobre el excanciller Arreaza, presentado por el oficialismo, confirmando así la idea de que los votos, cuando se convierten en alud, imponen una verdad que es difícil desmentir, lo que ya se había constatado en las elecciones parlamentarias del 2015.

Obviamente, la elección efectuada en Barinas fue, sin duda, un hecho muy importante desde el punto de vista político, entre otros motivos porque ocurrió nada menos que en el terreno más chavista del chavismo y por tanto su impacto simbólico no puede dejarse de lado. En torno a ella se han tejido varias explicaciones. En el seno de la misma oposición, algunos sectores entrevén en lo ocurrido una ruta para resolver la crisis política, mientras que otros alertan sobre una jugarreta oficial. Por su parte, Maduro reclama el episodio, como una prueba de que en Venezuela hay una verdadera democracia, soslayando las referidas circunstancias en las que tuvieron lugar estas votaciones y en las que con seguridad tuvo algo que ver.

Cambian las coordenadas políticas del país

En el contexto general descrito al comienzo de estas líneas y teniendo como detonante los recientes eventos, tanto el del 21 de diciembre como el del 9 de enero, no es aventurado anticipar que se modifica el escenario político nacional.

En este sentido, habrá que empezar indicando que en ambos episodios la asistencia a las urnas fue importante, lo mismo que la votación opositora, mayor que la del gobierno, aunque en las elecciones de diciembre no se reflejara en los cargos obtenidos, debido a sus discrepancias domésticas. Por otra parte, algunos sondeos preliminares elaborados después de las votaciones de Barinas muestran el aumento de la confianza en la vía electoral como condición (necesaria aunque no suficiente, cabría agregar) para resolver nuestra crisis política.

Como se observa, el oficialismo no salió bien librado en ninguna de los dos procesos. Resultó difícil ocultar las desavenencias que perturban sus filas, que a primera vista sugieren distanciamientos de no poca monta entre el chavismo y el madurismo.

Es forzoso referirse, por supuesto, a la espinosa tarea que afrontan las distintas parcelas opositoras. La lista de asuntos pendientes es larga y comienza por encarar la revisión a fondo los partidos, la división entre unos y otros, así como en el seno de cada uno de ellos, la renovación de sus dirigencia, la necesidad de conformar alianzas con otras organizaciones de la sociedad civil, revisar sus maneras de abordar el apoyo internacional, de elaborar un mensaje común capaz de descifrar e interpretar adecuadamente la situación nacional, reparando en el hecho de que más del 70% de los ciudadanos desea un cambio político, pero no avizora ninguna opción. Debe también, me parece, hacer esfuerzos por abandonar la polarización con el propósito de explorar la posibilidad de negociaciones en diversos aspectos, vitales para el país, asumiendo que el asunto que se tiene entre manos no pasa por el terreno de las leyes, sino por las dinámicas de la política, cosa que, por cierto, Sergio Garrido ha entendido perfectamente. Y debería evaluar con cuidado la apresurada solicitud hecha al CNE para la llevar a cabo, de un referéndum presidencial, teniendo presente que la misma no fue tramitada de manera unitaria, sino a través de dos o tres organizaciones y que las experiencias no han sido exitosas (2004 y 2016), amén de que, en la opinión de los entendidos, su realización tiene complicaciones nada menores.

Sumado a lo anterior, lo más relevante es reconocer las diversas aristas que dibujan la complejidad del conflicto político nacional y las implicaciones que tiene para el trabajo político opositor. Aludo a la necesidad de calibrar el interés que despierta el país desde la perspectiva geopolítica (ojo, los rusos sí juegan), así como a la nueva fisonomía del chavismo-madurismo, embarcado hoy en día en un modelo que del “proceso” apenas conserva su autoritarismo, habiendo modificado la naturaleza y alcance de sus apoyos sociales, así como la orientación de las políticas públicas en los distintos espacios.

Conclusión: no es soplar y hacer botellas

Hay que ser optimista, pero no iluso. Las elecciones recientes son importantes, pero no cambian el status quo del país, si bien amplían las rendijas políticas y trazan el borrador de algunos caminos que antes no aparecían. Sería imperdonable que no se exploraran, entendiendo que no es responsabilidad exclusiva de los políticos y de sus partidos, sino de todos los sectores que forman la sociedad venezolana, cada uno desde sus posibilidades. Nadie queda fuera de la tarea, a todos nos concierne. El trabajo no es fácil, es verdad, pero se trata de abrirle el porvenir al país. Sacarnos de encima, lo repito cada vez que tengo la oportunidad, esa sensación horrible de que la vida venezolana transcurre en una calle ciega.

El Nacional, 21 de enero de 202