Todos sabemos, entre otras consideraciones porque lo vivimos y sentimos a diario, que después de la obscuridad de la noche viene la claridad del día y además con relativa seguridad podemos determinar cuando empiezan y terminan ambos, por supuesto también la duración de las dos etapas. Ello tiene una precisión matemática e inexorable dadas por la dinámica y fuerzas del universo que así lo determinan.
En política la matemática no es precisa porque está sometida a la fragilidad del ser humano y a la diversidad ideológica y principista, donde hay buenos, regulares y malos, ojalá todos fuéramos superiores. Por ello nosotros como pueblo hemos tenido muchos momentos de obscuridad y muy pocos de luz. Venezuela fue descubierta en 1498 y fue sometida a la autoridad del Imperio español hasta 1811 cuando el pueblo, a la cabeza nuestros libertadores, logra su independencia.
En 1860 popularmente se elige Presidente de la República a Manuel Felipe Tovar. Después viene una cantidad de Presidentes por uno o dos años de mandato electos en segundo grado por el Poder Legislativo Nacional, con la excepción de Juan Vicente Gómez que se atornilla al poder por aproximadamente 30 años, hasta que llega Isaías Medina Angarita (1941-45) depuesto por la llamada revolución de octubre que colocó a Rómulo Betancourt al mando.
En 1947 se establece en la Constitución la elección directa del Presidente de la República. A Betancourt le sucedió Rómulo Gallegos electo en elecciones directas que es destronado por Marcos Pérez Jiménez que sostiene una dictadura militar hasta 1958 y es a partir de entonces que se inicia el periodo democrático, el de mayor desarrollo nacional de nuestra historia, interrumpido en 1999 cuando se establece en el país el régimen que aún por desgracia tenemos y que aspiramos sea por muy pocos días más.
Como bien se puede observar, en nuestra historia más han sido los tiempos de tinieblas que de luz, más las sombras que las luces y ello explica la situación en que nos encontramos pudiendo ser un país, atendiendo la inmensa riqueza que tenemos, lleno de progreso, prosperidad, bienestar y felicidad, por eso estamos como estamos. Muchas veces, preocupados por la enfermedad exclusivamente, no nos hemos ocupados de analizar el remedio y ello ha producido graves consecuencias. El pueblo exageró tanto su despreocupación por la solución que eligió un militar como su Presidente, olvidándose que ellos, los militares, están formados para defender y preservar la República, nunca para gobernarla.
Es necesario y urgente que con la voluntad, arrojo y fuerza de nuestros libertadores nos entreguemos completos a la conquista para siempre de la luz y así las generaciones que nos sucederán se sentirán orgullosas de nosotros y nos lo reconocerán.
Hemos soportado, nunca imaginé que fuéramos capaz de tanto, muchos tiempos de obscuridad (hoy estamos en uno de los más espeso), ya está bueno ya. El pasado 28 de julio en hermosa y extraordinaria manifestación el pueblo se expresó clara y multitudinariamente por el cambio y también nos impartió la orden de defender su voluntad manifestada con alegría, esperanza y mucho optimismo, estemos pues a la altura de la inmensa responsabilidad que tenemos. La hora no es de cálculos o administraciones, es la de dar la cara de frente con la frente muy en alto y el pecho erguido.