La tragedia ucraniana sigue su curso, registrada en rostros lastimados y tristes que no alcanzan a traslucirse en la frialdad de las estadísticas, pero sí para poner de manifiesto a un planeta desorientado, cuyos habitantes no terminan de entender la urgencia de modificar las pautas que rigen los vínculos que establecen entre sí y con la naturaleza.
Como cabía esperar el conflicto arropa a todo el mundo, cada vez más interdependiente y conectado, pero simultáneamente fragmentado y mapeado por enfrentamientos bélicos y no bélicos, parte de un repertorio que en algún lugar tiene anotada la posibilidad de una tercera guerra mundial, si a alguna de las potencias se le ocurre apretar el famoso “botoncito” que dispara los "misiles nucleares estratégicos”, capaces de reducir al mundo a escombros.
Los niños
Entre las tantas calamidades que sufre Ucrania, imposible dejar de pensar en los niños que tienen frente a sus ojos un escenario aterrador, además de inentendible. Duele pensar que cualquiera sea el resultado de esta guerra, a ellos les tocara sufrir y enfrentar las consecuencias más severas y la tarea más dura para irse librando de ellas, sobre todo, aunque no sólo, de las que les quedan estampadas en la zona de sus emociones.
Diversas organizaciones revelan que la crisis de refugiados motivada por la situación que se está viviendo, en términos de escalada, no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El número total de personas que han huido de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, ha superado ya los tres millones de personas, incluyendo entre ellas a quinientos mil niños.
Adicionalmente, un informe de la UNICEF denuncia que los bombardeos dejan a millones de menores en condiciones precarias, ubicados en las zonas más peligrosas del país.
Granjas de bebés
En medio de los casi infinitos desacomodos que trazan la situación de Ucrania, tal vez haya pocas cosas que conmocionen más que los explosivos caídos sobre las llamadas Granjas de Bebes, ocupadas por niños recién nacidos gracias al empleo de las diversas técnicas de reproducción asistida, que, como se sabe, se ofrecen como opción a parejas heterosexuales con problemas de infertilidad, parejas del mismo sexo o mujeres solteras que desean ser madres.
Se da así origen a la llamada “maternidad subrogada”, término que supone un acto legal mediante el que una mujer acuerda, ya sea con fines altruistas o económicos (sobre todos estos últimos), gestar en su útero un embrión, que puede o no tener su material genético. Desde hace mucho tiempo, Ucrania ha legalizado esta práctica (la han acusado de auspiciar “tiendas de bebés en línea”) y es uno de los relativamente pocos países que otorga facilidades para atender a parejas venidas de otros lados en plan de “turismo reproductivo”, según lo califican.
Son obvias las dificultades que se han generado alrededor de estos bebés a raíz de la guerra, con sus padres fuera de Ucrania y sin saber cuándo podrán recogerlos, con las empresas que se ocupan de manejar los acuerdos mercantiles entre las partes, con las madres que los dieron a luz y muchas otras complicaciones similares que, según es fácil imaginar, pasan desapercibidas entre tanto disparo.
Al margen de lo expresado en las líneas de arriba, cabe decir, aunque sea de pasada, que se ha diversificado el concepto tradicional de la “maternidad”, generando un debate en el ámbito científico, bioético, religioso, social y jurídico, que envuelve, incluso, la duda respecto a quien es la madre del bebé. E igualmente resulta pertinente señalar, también en formato de digresión, que hoy en día se están llevando a cabo diversas investigaciones en el ámbito de la genética, orientadas, en medio de grandes polémicas, a descartar el azar que se produce en el momento de la fecundación como parte de un proceso natural.
Así las cosas, pareciera que los escritores de ciencia ficción han pasado a considerarse más bien como escritores costumbristas.
El pacto intergeneracional
El conflicto entre Rusia y Ucrania revela que seguimos pensando y actuando como si no estuviera pasando lo que está pasando. Es una disputa que va en contra de los vientos que soplan en esta época, soslayando las infinitas circunstancias que nos enlazan e ignorando que el planeta tierra no da más de sí.
Desde hace un buen tiempo las alarmas están sonando, cada vez con más ruido, pero los terrícolas se hacen los desentendidos. El mundo se encuentra en aprietos graves que comprometen la vida humana, bajo el pronóstico de que irá progresivamente desmejorando, a partir de una crisis múltiple que afecta en particular a los sectores más pobres, que son los mayoritarios. Hace rato se predica, entonces, la necesidad de un nuevo Contrato Social a nivel mundial, que abarque un pacto intergeneracional
Dicen los que andan en estas cavilaciones, que todos las personas, sin exclusión, pertenecen a la vez a una comunidad política determinada y a una comunidad humana, que trasciende todas las barreras étnicas, lingüísticas, sexuales, religiosas y nacionales, y que no se construye prescindiendo de esas peculiaridades, sino desde ellas. Diversos autores definen así, palabras más, palabra menos, el Cosmopolitismo, describiendo y postulando la exigencia de que los terrícolas nos paremos de otra manera en la cancha de la vida.
Ignacio Avalos Gutiérrez
El Nacional, jueves 31 de marzo de 2022