Se entiende la desesperación de Maduro y los suyos. En absoluto estaban preparados para lo que les vino encima con los comicios presidenciales. Su prepotencia y soberbia los había hecho creer que podían “triunfar” (a juro) aun con el peor candidato concebible, Nicolás Maduro. El poder no solo corrompe, como señalara Lord Acton, también obnubila. Sorprendidos por la magnitud del rechazo a su candidatura, se lanzaron, entonces, a robarse las elecciones con el boletín tan torpemente elaborado que presentó Elvis Amoroso. Las cifras ni siquiera cuadraban. Al no poder respaldar esos resultados con actas, se les ocurrió lo del hackeo, ¡desde Macedonia del Norte!, pero sin proceder a verificarlo con una auditoría electrónica inmediata, de rigor. No sólo quedó claro que tal hackeo nunca existió --según los expertos tendrían que haber hackeado cada transmisión entre máquina y centro de totalización—sino hizo que todo el mundo se preguntara, ¿cómo, entonces, elaboraron sus resultados? La conclusión lógica de exigir la presentación de las actas, asumida universalmente, hizo que Maduro entrara en pánico. Más cuando las fuerzas opositoras publicaron las que habían podido rescatar (más del 83%), a la vista de todos (https://resultadosconvzla.com/). Demostraban el triunfo contundente de Edmundo González Urrutia. En vez de acceder a contrastarlas con las que debería tener el CNE para dirimir quién, en realidad, resultó electo (como obliga la norma), después de dos semanas tampoco este ente las ha presentado. La razón es obvia. Para sustentar el “triunfo” de Maduro tendrían que trampearlas y esto no se puede hacer, pues quedarían descubiertos por los códigos de seguridad que protege cada acta.
Estos desafueros han tenido un costo terrible para el país. Igual para ellos. La proclamación de Maduro como presidente electo no ha sido reconocida por ningún país del hemisferio, salvo Nicaragua, Cuba y Honduras. Tampoco por la Unión Europea. El Centro Carter, alabado por Padrino López, días antes del 28-J, por su seriedad en materia de observación electoral, denunció que las elecciones no cumplen las condiciones mínimas para creer en ellas. Ratificó, asimismo, que lo del hackeo fue falso. Además del abandono masivo de antiguos partidarios, asqueados por su tramposería, los felones se encuentran seriamente cuestionados también por quienes, suponían, eran sus aliados. Porque se han convertido en lastre tóxico para la izquierda. Aun así, desprovistos de toda legitimación, aislados, desnudadas sus trampas, con expectativas de quedarse sin recursos y bajo la mirada vigilante de la comunidad internacional, su respuesta ha sido seguir huyendo hacia adelante, mintiendo, mintiendo y mintiendo.
De unas elecciones en las que, a pesar de todos los ventajismos y trabas, emanó una clara preferencia mayoritaria del pueblo a favor del cambio en la figura de EGU, los fascistas fabrican un “golpe de estado” contra Maduro, ¡Por qué fue derrotado! Expulsan a diplomáticos y periodistas por exigir la publicación de las actas. Se tildan a los que salieron a defender su voto, de “terroristas” y “sediciosos” y se desata una represión feroz contra ellos, sin garantía procesal alguna, que ha dejado más de 24 muertos, miles presos y numerosos desaparecidos, entre éstos, los exdiputados Américo de Grazia y Williams Dávila. Mientras se engrosan los expedientes abiertos contra ellos por crímenes de lesa humanidad, tanto por la CPI, la misión de constatación de hechos de la ONU y por otros organismos, Torquemada Saab pervierte aún más su imaginería, no sólo inventando nuevas acusaciones contra opositores, sino para aseverar que las actas publicadas (por la oposición) son falsas. Ordena investigar la página (¿?). Maduro introduce un recurso contencioso electoral ante el tsj que solo tendría sentido si quisiera impugnar el resultado oficial (en el que sale ganador). En realidad, pretende que este ente certifique la existencia de actas que fundamentan su proclamación. Siguiendo este guion, Amoroso aparece con una carpeta de pocas hojas, afirmando estar entregando las más de 30.000 actas de las mesas electorales. Pero el sainete montado en absoluto contempla la necesidad de presentarlas. Maduro, fuera de sí, se desgañita denunciando peligrosas conspiraciones contra el país (¿?): WhatsApp, Elon Musk y su plataforma X. Ordena suspender ésta. Esbirros de las fuerzas de seguridad se sienten autorizados a aterrorizar a la ciudadanía con la revisión de sus teléfonos. Y, en anticipación de que la fulana “certificación” del tsj en absoluto les sacará los pies del barro, pues el ente encargado para certificar los resultados electorales es el CNE, el energúmeno del mazo suelta la perla de que en Venezuela nunca se publican las actas. Es decir, cada estupidez, cada nueva mentira, suscita, necesariamente, otra mentira, muchas veces más estúpida, para intentar remendar el entuerto, con pérdida aun mayor de credibilidad y apoyo.
¿Qué pensará el siquiatra Jorge Rodríguez de esto, quien, además, montó aquel CNE con las máquinas auditables que tanto defendió? ¿Cómo pueden la mayoría de sus seguidores conciliar estos disparates con lo que han vivido estos días? Ni salieron a celebrar su supuesto triunfo. ¿Y los militares, la mayoría de los cuales no son cómplices de la cúpula corrupta que se ha enriquecido con la destrucción del país?
El fascismo clásico siempre apeló a lo emotivo, la activación de lo pasional, incubando odios y afectos irracionales, para producir la conexión de la “masa” con el liderazgo “visionario”. Pero el trasfondo de insensatez y de la sinrazón que exhibe hoy el núcleo fascista chavo-madurista no tiene nada que ver con tales pretensiones. Hace tiempo ya que desapareció toda noción “revolucionaria” de su gesta, barrida por la expoliación cínica, sin rubor alguno, de los recursos públicos. Pero, al achicarse su clientela y no poder satisfacer la alianza de cómplices sobre la que se sustenta su poder --dada la reducción del ingreso petrolero y la devastación de otras fuentes de ingreso--, se queda sólo con el eco de clichés y consignas vacías, repetidas constantemente para aliviar conciencias y absolver los desmanes. La excusa es la defensa ante el imperio y el “fascismo” (¡!). Una hoja de parra para cubrir las vagabunderías de una oligarquía militar / civil mafiosa, que pretende, ahora, robarse a sangre y fuego la voluntad popular. Si antes afirmaba que el sectarismo embrutece, al limitar las opciones a considerar a la hora de tomar decisiones, ahora tendría que añadir que la avaricia estupidiza aún más.
El fascismo chavo-madurista se encuentra en un callejón sin salida. Aislado e increpado por sus antiguos aliados, ha enterrado toda credibilidad en sus posturas, sus garantías para bajar las tensiones y atender los reclamos internacionales, y sus visos de legitimidad. Ha imposibilitado su reinserción provechosa en la comunidad de naciones y la consecución de los recursos que tanto necesita. Ha fracturado aún más su apoyo interno, tanto militar como político. Y con su razzia represiva, amenaza cerrar definitivamente la puerta de una negociación provechosa que pudiese absolver sus transgresiones. Y es que se rumorea, desde un tiempo para acá, intercambios para considerar mecanismos de clemencia para algunos jerarcas, comprometidos hasta los tuétanos en crímenes contra los venezolanos, a cambio de su anuencia a dejar pacíficamente el poder. Se sugiere que podrán perdonarse robos y desfalcos de naturaleza económica, empero los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles.
Ante el aparente propósito de Lula, Petro y AMLO, con el visto bueno de EE.UU., de convencer a Maduro para que acceda a una transición democrática a cambio de garantías para que abandone el poder, la concreción de tales ofrecimientos cobra importancia de primer orden. No obstante, podría pensarse que aquellos más comprometidos en los peores desmanes tratarían de sabotear las posibilidades de arribar a entendimientos de esta naturaleza, sospechando que su caso no entraría. Y los cubanos quedarían colgados de la brocha. No nos sorprendería, por tanto, estar ante una alianza insólita de quienes siempre se han detestado, Cabello y los cubanos, para hacer fracasar toda negociación que haga posible salir del terrible foso en que nos ha metido el empeño fascista de robarse las elecciones.
No se pueden evadir las grandes definiciones, aquellas que podrán decidir las posibilidades de recuperar la libertad, abrir oportunidades para el reencuentro de la familia venezolana y establecer oportunidades para un crecimiento acelerado que redunde en un futuro cada vez más próspero para las mayorías. Los chavistas y militares honestos, que aún se sienten comprometidos con el país, deben contribuir a evitar que se sabotee tal ventura. Y la comunidad internacional no nos puede abandonar en estos momentos.
Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela