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Revolución sin gas

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 2 min.

La encadenada bocota de los capitostes del régimen gritan a los cuatro vientos que Venezuela tiene las más grandes reservas petroleras y gasíferas del planeta, una colosal cantidad de hidrocarburos envidia de Estados Unidos y por eso quieren invadirnos, pisotear nuestra soberanía para robarnos los recursos naturales y cogérselos para ellos en el nombre del Imperialismo Yanqui, para lo cual se alió con la apátrida derecha venezolana y con la más rancia y chupasangre oligarquía criolla. ¡‘Na guará!

Cuando estos imbéciles que nos desgobiernan hablan creen que la gente se está comiendo sus cuentos porque sienten a una nariceada y tarifada audiencia gritar y aplaudir a rabiar, más por arrechera que por entusiasmo; aplaudir es una de las tantas maneras de decirle a alguien que se calle y de celebrar la paca de inútiles billetes que abomban los bolsillos de unos cuantos prosélitos alebrestados que no por arreados están emocionados; se sabe que muchas concentraciones se nutren de gente espirituosamente resteada con el mitin.

Bueno, cuando un gobierno es incapaz de distribuir el gas doméstico entre los componentes de su pueblo, no digamos directo, por tubería, sino en peligrosas bombonas de tiempo, es incapaz de toda otra cosa que pudiera traerle beneficios a su gente; toda la vida los venezolanos se surtieron de bombonas en cualquier parte, en cada esquina, con servicio prestado por pequeñitas mini empresitas privadas, de inversión particular, a la mano con una sencilla y barata llamada telefónica. Ahora cuando el “el petróleo (Pdvsa) es de todos” el gas es de nadie porque hasta la revolución se quedó sin el gas que la impulsaba.

Las inmensas colas que observamos y donde nos observan para adquirir un cilindro de gas doméstico, además de largas y bajo solazos y aguaceros, son de varias horas, días, semanas y hasta meses, lo cual es un atropello de Estado en contra de la población que no puede disfrutar ni pagando caro, costoso en dinero y en pérdida de tiempo, condenada al indignante atropello y maltrato que funcionarios o empleados le dan, como si se trata de una limosna y no de un derecho a tener calidad de vida.

La revolución que no puede miccionar insiste en defecar con la asamblea nacional prostituyente que ni ellos mismos desean. Un régimen totalitario que no le da comida a su pueblo y, además, le impide calentar la que pudiera conseguir en sus diarias peripecias, es un fracaso total y no debería estar creando artimañas y subterfugios para perpetuarse en el poder. Una dictadura que no halla cómo distribuir el combustible que mueve y alimenta al país debería, de una vez por todas, entregar el gobierno antes de que ocurra otra forma de catástrofe, tal como lo advierte la Jefa del Ministerio Público, órgano garante del Estado de Derecho, incluido el derecho a trabajar y a comer…