Si no está roto, no lo arregles, dice el viejo adagio. Pero el plan de vacunación actual del mundo está muy “roto” y nadie parece estar arreglándolo, a pesar de las consecuencias desastrosas para las vidas, el bienestar y la economía global.
Éste se suponía que iba a ser el año de la recuperación. Pero, desde un punto de vista epidemiológico, está siendo peor que 2020, y la dinámica actual sugiere que 2022 no será mejor.
No tiene por qué ser así. Pero transitar hacia un sendero mejor exigirá un fuerte liderazgo global que, por una vez, evite falsas ilusiones.
Analicemos los hechos. Los casos y muertes por COVID-19 confirmados diariamente están por encima de los 800.000 y 12.000, respectivamente. Y van camino a superar los picos históricos alcanzados en enero de 2021. No sólo la India está asolada por una explosión devastadora del virus; también es probable que otros países que hasta ahora no se habían visto tan afectados, inclusive en Asia y África, enfrenten brotes serios.
El mundo tiene a su disposición múltiples vacunas efectivas. Pero no se está moviendo lo suficientemente rápido para administrarlas: hoy en día se inyectan diariamente alrededor de 18 millones de dosis, comparado con 18,6 millones hace dos semanas. Dado que la mayoría de las vacunas deben administrarse en dos dosis, esto significa que llevará dos años vacunar al 80% de la población mundial.
Es poco probable que esos dos años sean placenteros. La campaña de vacunación sumamente exitosa de Israel ha generado una caída drástica de los casos y las muertes, permitiendo reabrir casi por completo la economía. Pero otros vacunadores estrella –como Estados Unidos, el Reino Unido, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Chile, Uruguay, Hungría y Serbia- todavía no han visto efectos similares.
En el Reino Unido, los casos han declinado de manera significativa, pero esto se debe principalmente a un confinamiento estricto y costoso. Chile también sufrió un confinamiento duro, pero sus niveles de infección todavía no han caído significativamente. En Estados Unidos y los EAU los nuevos casos se mantienen persistentemente elevados.
Esto se debe a la matemática del contagio. Los casos caen cuando la tasa de reproducción (R) –la cantidad de personas que infecta cada persona infectada- cae por debajo de uno. Suponiendo (con optimismo) que ni los vacunados ni los recuperados propagan el coronavirus, el porcentaje restante de la población debe ser menor que la tasa de reproducción del virus (Ro) que, sin distanciamiento social, es alrededor de cuatro.
En otras palabras, a menos que el 75% de la población sea inmune, R superará a 1, y los casos seguirán subiendo de manera exponencial. Respetar las reglas de distanciamiento social, por lo tanto, seguirá siendo esencial para limitar la transmisión. Pero los confinamientos son costosos s e investigaciones recientes sugieren que se están volviendo menos efectivos, debido a la “fatiga por el confinamiento”.
Sin embargo, inclusive después que el 75% del mundo esté vacunado, no habremos terminado. Según el CEO de Pfizer, Albert Bourla, probablemente se necesite una dosis “de refuerzo” cada año, para garantizar una inmunidad continua a medida que aparezcan nuevas variantes del virus. En pocas palabras, deberíamos estar pensando en vacunar al mundo todos los años y vamos camino a demorarnos el doble del tiempo. Esta es una receta para un virus endémico.
Sin embargo, no estamos en una situación imposible. Por el contrario, la economía de la solución es sencilla y sorprendentemente poco controversial, al menos entre los economistas.
Desarrollar una nueva vacuna –y demostrar su seguridad y efectividad- conlleva un costo fijo importante. Fabricar copias de esa vacuna implica un costo variable mucho menor. Hoy por hoy, una compañía que desarrolla una nueva vacuna (un “desarrollador”) recupera sus costos fijos vendiendo dosis. También impide que otros fabriquen su vacuna al patentar su invención. El resultado son precios altos y una oferta restringida –lo último que necesitamos durante una pandemia.
Una mejor solución sería que los desarrolladores recibieran un pago único grande a cambio de la propiedad intelectual sobre la vacuna. Cualquier fabricante farmacéutico podría entonces producir la vacuna bajo una licencia gratuita, aumentando así la oferta y la competencia y reduciendo los precios.
Como al vacunarse una persona beneficia a otros (en la jerga de los economistas, como hay “externalidades positivas”), se justifica subsidiar –y hasta regalar- las vacunas. Alguien –ya sea Estados Unidos, la Unión Europea o un consorcio de países ricos- debería realizar el pago único a los desarrolladores. El costo de las vacunas no debería ser un obstáculo importante para su difusión, excepto en los países más pobres. De hecho, los costos para el mundo son desdeñables, especialmente si se los compara con los beneficios que obtendrían los países ricos por el hecho de que el resto del mundo se vacune.
Esta solución no les crearía ningún perjuicio a los desarrolladores de nuevas vacunas. Pero, al hacer que el proceso de vacunación sea más rápido y más eficiente, dejaría al mundo en una situación mucho mejor.
Desafortunadamente, ésta no es la estrategia que el mundo está persiguiendo a través del mecanismo Acceso Global para Vacunas contra el COVID-19 (COVAX), una alianza internacional encomiable pero modesta, comprometida tan sólo a garantizar un cierto acceso a vacunas contra el coronavirus. De hecho, los objetivos de COVAX son demasiado modestos e inadecuados para lo que el mundo necesita, especialmente si las vacunaciones anuales se vuelven necesarias debido a las mutaciones del virus. COVAX no cubre ni los pagos únicos a los desarrolladores ni licencias gratuitas a los fabricantes. Más bien su filosofía está centrada en administrar con justicia la escasez, dada la oferta limitada de vacunas.
Considerando que deberíamos prepararnos para un mundo en el cual periódicamente necesitemos nuevas vacunas, es preciso que tengamos compañías farmacéuticas desarrolladoras fuertes y rentables capaces de levantar el capital necesario y garantizar los recursos para desarrollarlas. Esto debería garantizarse mediante torneos o licitaciones públicas para comprar la propiedad intelectual de estas vacunas y tal vez inclusive la asistencia técnica para asegurar la producción bajo los estándares de calidad apropiados. Las empresas desarrolladoras competirían en estos torneos que se organizarían con la máxima información sobre la genética de las nuevas variantes del virus, algo que exige un esfuerzo de monitoreo genético global.
Pero el mundo también necesita incrementar la capacidad de producción para sustentar la vacunación a una tasa dos veces más rápida que la actual. Asimismo, dada la reciente experiencia con países que acaparan vacunas y prohíben su exportación, es crítico otorgar licencias gratuitas a los fabricantes de las vacunas, para que los estados puedan garantizar a sus ciudadanos el acceso a las vacunas, incluso aumentando su propia capacidad de producción, si lo consideran necesario.
El mundo necesita más vacunas contra el COVID-19. Pero antes necesita el liderazgo político global que dé los pasos simples pero necesarios para garantizarlas.
30 de abril 2021
Project Syndicate