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UCV: crisis y oportunidad

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Hace un par de años un grupo de profesores de la UCV que recordábamos, sin duda con añoranza, aquella iniciativa del Rector Francisco de Venanzi, destinada al intercambio de ideas. Universalia era el nombre y el propósito fortalecer la vida académica y de allí tomamos la idea de crear una página Web y darle el nombre de Nueva Universalia.

En la década de 1960 renacía la UCV tras los años de dictadura y era evidente la necesidad de impulsar la investigación, formar docentes con estudios de postgrado, crear nuevos institutos y fortalecer los mecanismos de intercambio de conocimientos con otras universidades, el IVIC y nuevos centros de investigación. Así crecieron la ASOVAC y FUNDAVAC creadas en 1950. Flotaba en el ambiente la necesidad de vincular a la universidad con instituciones educativas de prestigio internacional y formar profesores al más alto nivel y nació el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, mientras se forjaba la idea de contar con un organismo gubernamental de promoción de la ciencia que luego se llamaría CONICIT.

Quienes orbitábamos alrededor de Universalia sólo teníamos un norte y ese era contribuir a la creación de una comunidad científica. No se le preguntaba a ninguno sobre su ideología o militancia partidista y estaba, regla no escrita, ajena en lo posible a las elecciones internas o nacionales, más no a las políticas. Universalia era sin duda un grupo ingenuo y bastante romántico, pero cumplió en parte su cometido y luego se fue disolviendo gradualmente. En 1977 dimana la idea de crear una organización que agrupara a los investigadores de la UCV y guiados por De Venanzi, nace la Asociación para el Progreso de la Investigación Universitaria (APIU).

En sus tres siglos de existencia la UCV ha vivido muchas crisis. Las relaciones con los gobiernos nacionales no siempre han sido armónicas porque la libertad de expresión y de cátedra, así como la autonomía les han resultado antipáticas e inconvenientes a varios de los autócratas que ha dirigido a nuestro país. Tampoco ayudó, en la construcción de la necesaria armonía de la universidad con el gobierno y con el sector privado, el uso de la autonomía para que partidos políticos y grupos hicieran de la universidad un laboratorio para medir sus fuerzas. La universidad debe formar los profesionales y los líderes que nuestra sociedad necesita y para ello debe cambiar su estructura para poder contribuir a modificar su entorno.

Hace apenas unas horas, tras largos y lamentables años de intervención política destinada a forzar a la universidad para alinearla con una vetusta ideología, se intentó realizar las postergadas elecciones de autoridades y el evento fracasó.

Podemos observar dos causas, una consecuencia de la otra. La más visible fue una fractura en la logística del proceso y ya explicarán autoridades y comisionados lo que ocurrió, pero la raíz no está en las fallas del proceso electoral, sino en la peregrina concepción populista de la elección, que obligó a la institución a cabalgar sobre la idea de que la universidad es una república y que más de 200.000 personas debían participar en la elección del Rector, los decanos y otras autoridades.

Para animar el aquelarre, no todos los electores tenían el mismo peso, ni tampoco era universal el voto. Apenas como ejemplo, los profesores jubilados podían votar por los candidatos a rector, más no por los aspirantes a decano y así sucesivamente, existían normas sobre por qué tipo de candidato podía votar un empleado administrativo, un obrero, un estudiante o un egresado y cuanto valía ese voto. Mientras tanto, en las universidades no autónomas, el gobierno selecciona al Rector que debe ser afecto al gobierno.

Durante los meses de negociación con un gobierno que no le tiene ningún aprecio a la educación y donde se discutía sobre la calificación del voto, no me habría causado mayor sorpresa si trataban de incluir a los pacientes del hospital, a los padres de los estudiantes, los alcaldes, contratistas, milicianos, indigentes y una representación de los jugadores que utilizan los campos deportivos de la universidad. Mientras tanto en muchas universidades de prestigio, donde domina la meritocracia, se seleccionan a las autoridades bajo criterios y procedimientos más sencillos, transparentes y ajustados a la realidad del siglo XXI. Apenas como ejemplo, el Rector o Presidente puede que no sea profesor de la universidad como ocurre con el actual Presidente de Harvard que previamente ocupó un cargo similar en el MIT y en la universidad de Tufts.

Una vez escribimos que la humanidad está viviendo bajo una revolución tecnológica que en buena medida se ha incubado en las universidades y la aprovechan aquellas sociedades que han entendido y aceptado que el progreso económico y social de sus países depende en buena medida de la existencia de los centros de generan, adaptan y difunden nuevos conocimientos. Esta situación demanda gobiernos que entiendan el papel de la ciencia y al interior de las universidades, autoridades con credenciales académicas y liderazgo, capaces de orientarlas por las rutas que esta nueva revolución impone.

En medio de esta enorme confusión, donde lo único claro es la necesidad de realizar cambios sustantivos dentro de la universidad, estoy obligado, como profesor y sin comprometer a más nadie, a decidir por quién voy a votar. Lo haré el próximo 9 de junio por quienes mejor me identifico y ellos son Humberto Rojas, Aura Marina Boadas, Nelson Chitty y Corina Aristimuño que ojalá rescaten el espíritu de calidad que animaba a Francisco de Venanzi y lleven a la UCV a estar alineada con los grandes cambios que están ocurriendo en el mundo.

PhD, Profesor Titular