“Materialismo histórico. Interpretación marxista de la historia basada en el Materialismo Dialéctico. La historia se interpreta como un proceso de luchas de clases. Las condiciones económicas son la base de la vida, y el desarrollo de las técnicas de producción determina el carácter de una sociedad. Sobre ello se edifican sistemas políticos e ideológicos. El movimiento de la historia es una dialéctica dentro de cada fase económica que produce la clase que se opone al orden social y político y lo derroca”.
Chris Cook (1989). Diccionario de Términos Históricos.
I
En la obra 1984 de George Orwell, encontramos el episodio donde Winston Smith, saca el libro prohibido que había tenido escondido por un tiempo, titulado: Teoría y Práctica del Colectivismo Oligárquico de Emmanuel Goldstein, y empieza a leer el capítulo: La ignorancia es la fuerza. “El libro –como apuntó Orwell– le fascinaba o, más exactamente, lo tranquilizaba. En cierto sentido, no le enseñaba nada nuevo…”. Pues, nada de lo que describía el libro, le era desconocido para él. Leía sin nervios, muy tranquilo, silencioso; no teniendo la telepantalla que lo siguiera (¡pensaba él!). Unas horas después, no alcanzó a leer la última parte del libro: la Policía del Pensamiento se lo impidió, tras arrestarlo.
He traído los primeros parágrafos de una literatura distópica, para que se haga un ejercicio de interpretación y a la vez de reflexión –que compare, si se quiere–, la realidad venezolana que nos ha trastocado por estos tiempos y, ese mundo ficticio que le tocó vivir al personaje de Winston (al que no se está muy lejos), dentro de una sociedad policial; cuyo Estado, consiguió asirse del control total sobre los individuos.
Las luces que se hallarán en la lectura, nos debe servir de alarma warning, la cual advierta sobre una fatalidad que puede ser viable. En nuestro noble país, han sido muchas las voces del mundo político, histórico, militar, universitario, económico, intelectual y popular, que se han activado en estos años de “Socialismo del Siglo XXI”. Sus mensajes, por algún motivo, han sido silenciados, apartados o sencillamente olvidados; en el contexto de esa realidad sui géneris, tropicalizada, que ha reproducido algunos de los pasajes que se describen en la novela de Orwell. Todo ello, mientras sigue avanzando en sus objetivos y fines, dentro de nuestra –cada día–, decadente República.
Comencemos el abordaje de sus líneas reveladoras: La ignorancia es la fuerza:
II
«Durante todo el tiempo de que se tiene noticia, probablemente desde fines del período neolítico, ha habido en el mundo tres clases de personas: los Altos, los Medianos y los Bajos. Se han subdividido de muchos modos, han llevado muy diversos nombres y su número relativo, así como la actitud que han guardado unos hacia otros, han variado de época en época; pero la estructura esencial de la sociedad nunca ha cambiado. Incluso después de enormes conmociones y de cambios que parecían irrevocables, la misma estructura ha vuelto a imponerse, igual que un giroscopio vuelve siempre a la posición de equilibrio por mucho que lo empujemos en un sentido o en otro.
Los fines de estos tres grupos son inconcebibles. Los Altos quieren quedarse donde están. Los Medianos tratan de arrebatarles sus puestos a los Altos. La finalidad de los Bajos, cuando la tienen —porque su principal característica es hallarse aplastados por las exigencias de la vida cotidiana—, consiste en abolir todas las distinciones y crear una sociedad en que todos los hombres sean iguales. Así, vuelve a presentarse continuamente la misma lucha social.
Durante largos períodos, parece que los Altos se encuentran muy seguros en su poder, pero siempre llega un momento en que pierden la confianza en sí mismos o se debilita su capacidad para gobernar, o ambas cosas a la vez. Entonces son derrotados por los Medianos, que llevan junto a ellos a los Bajos porque les han asegurado que ellos representan la libertad y la justicia. En cuanto logran sus objetivos, los Medianos abandonan a los Bajos y los relegan a su antigua posición de servidumbre, convirtiéndose ellos en los Altos. Entonces, un grupo de los Medianos se separa de los demás y empiezan a luchar entre ellos.
De los tres grupos, solamente los Bajos no logran sus objetivos ni siquiera transitoriamente. Sería exagerado afirmar que en toda la Historia no ha habido progreso material. Aun hoy, en un período de decadencia, el ser humano se encuentra mejor que hace unos cuantos siglos. Pero ninguna reforma ni revolución alguna han conseguido acercarse ni un milímetro a la igualdad humana. Desde el punto de vista de los Bajos, ningún cambio histórico ha significado mucho más que un cambio en el nombre de sus amos.
III
A fines del siglo XIX eran muchos los que habían visto claro este juego. De ahí que surgieran escuelas del pensamiento que interpretaban la Historia como un proceso cíclico y aseguraban que la desigualdad era la ley inalterable de la vida humana. Desde luego, esta doctrina ha tenido siempre sus partidarios, pero se había introducido un cambio significativo. En el pasado, la necesidad de una forma jerárquica de la sociedad había sido la doctrina privativa de los Altos. Fue defendida por reyes, aristócratas, jurisconsultos, etc. Los Medianos, mientras luchaban por el poder, utilizaban términos como «libertad», «justicia» y «fraternidad». Sin embargo, el concepto de la fraternidad humana empezó a ser atacado por individuos que todavía no estaban en el Poder, pero que esperaban estarlo pronto.
En el pasado, los Medianos hicieron revoluciones bajo la bandera de la igualdad, pero se limitaron a imponer una nueva tiranía apenas desaparecida la anterior. En cambio, los nuevos grupos de Medianos proclamaron de antemano su tiranía. El socialismo, teoría que apareció a principios del siglo XIX y que fue el último eslabón de una cadena que se extendía hasta las rebeliones de esclavos en la Antigüedad, seguía profundamente infestado por las viejas utopías. Pero a cada variante de socialismo aparecida a partir de 1900 se abandonaba más abiertamente la pretensión de establecer la libertad y la igualdad. Los nuevos movimientos que surgieron a mediados del siglo, Ingsoc en Oceanía, neobolchevismo en Eurasia y adoración de la muerte en Asia oriental, tenían como finalidad consciente la perpetuación de la falta de libertad y de la desigualdad social.
Estos nuevos movimientos, claro está, nacieron de los antiguos y tendieron a conservar sus nombres y aparentaron respetar sus ideologías. Pero el propósito de todos ellos era sólo detener el progreso e inmovilizar a la Historia en un momento dado. El movimiento de péndulo iba a ocurrir una vez más y luego a detenerse. Como de costumbre, los Altos serían desplazados por los Medianos, que entonces se convertirían a su vez en Altos, pero esta vez, por una estrategia consciente, estos últimos Altos conservarían su posición permanentemente.
Las nuevas doctrinas surgieron en parte a causa de la acumulación de conocimientos históricos y del aumento del sentido histórico, que apenas había existido antes del siglo XIX. Se entendía ya el movimiento cíclico de la Historia, o parecía entenderse; y al ser comprendido podía ser también alterado. Pero la causa principal y subyacente era que ya a principios del siglo XX era técnicamente posible la igualdad humana. Seguía siendo cierto que los hombres no eran iguales en sus facultades innatas y que las funciones habían de especializarse de modo que favorecían inevitablemente a unos individuos sobre otros; pero ya no eran precisas las diferencias de clase ni las grandes diferencias de riqueza.
IV
Antiguamente, las diferencias de clase no sólo habían sido inevitables, sino deseables. La desigualdad era el precio de la civilización. Sin embargo, el desarrollo del maquinismo iba a cambiar esto. Aunque fuera aún necesario que los seres humanos realizaran diferentes clases de trabajo, ya no era preciso que vivieran en diferentes niveles sociales o económicos. Por tanto, desde el punto de vista de los nuevos grupos que estaban a punto de apoderarse del mando, no era ya la igualdad humana un ideal por el que convenía luchar, sino un peligro que había de ser evitado. En épocas más antiguas, cuando una sociedad justa y pacífica no era posible, resultaba muy fácil creer en ella. La idea de un paraíso terrenal en el que los hombres vivirían como hermanos, sin leyes y sin trabajo agotador, estuvo obsesionando a muchas imaginaciones durante miles de años.
Y esta visión tuvo una cierta importancia incluso entre los grupos que de hecho se aprovecharon de cada cambio histórico. Los herederos de la Revolución francesa, inglesa y americana habían creído parcialmente en sus frases sobre los derechos humanos, libertad de expresión, igualdad ante la ley y demás, e incluso se dejaron influir en su conducta por algunas de ellas hasta cierto punto. Pero hacia la década cuarta del siglo XX todas las corrientes de pensamiento político eran autoritarias. Pero ese paraíso terrenal quedó desacreditado precisamente cuando podía haber sido realizado, y en el segundo cuarto del siglo XX volvieron a ponerse en práctica procedimientos que ya no se usaban desde hacía siglos: encarcelamiento sin proceso, empleo de los prisioneros de guerra como esclavos, ejecuciones públicas, tortura para extraer confesiones, uso de rehenes y deportación de poblaciones en masa.
Todo esto se hizo habitual y fue defendido por individuos considerados como inteligentes y avanzados. Los nuevos sistemas políticos se basaban en la jerarquía y la regimentación. Después de una década de guerras nacionales, guerras civiles, revoluciones y contrarrevoluciones en todas partes del mundo, surgieron el Ingsoc y sus rivales como teorías políticas inconmovibles. Pero ya las habían anunciado los varios sistemas, generalmente llamados totalitarios, que aparecieron durante el segundo cuarto de siglo y se veía claramente el perfil que había de tener el mundo futuro. La nueva aristocracia estaba formada en su mayoría por burócratas, hombres de ciencia, técnicos, organizadores sindicales, especialistas en propaganda, sociólogos, educadores, periodistas y políticos profesionales.
Esta gente, cuyo origen estaba en la clase media asalariada y en la capa superior de la clase obrera, había sido formada y agrupada por el mundo inhóspito de la industria monopolizada y el gobierno centralizado. Comparados con los miembros de las clases dirigentes en el pasado, esos hombres eran menos avariciosos, les tentaba menos el lujo y más el placer de mandar, y, sobre todo, tenían más consciencia de lo que estaban haciendo y se dedicaban con mayor intensidad a aplastar a la oposición. Esta última diferencia era esencial. Comparadas con la que hoy existe, todas las tiranías del pasado fueron débiles e ineficaces.
Los grupos gobernantes se hallaban contagiados siempre en cierta medida por las ideas liberales y no les importaba dejar cabos sueltos por todas partes. Sólo se preocupaban por los actos realizados y no se interesaban por lo que los súbditos pudieran pensar. En parte, esto se debe a que en el pasado ningún Estado tenía el poder necesario para someter a todos sus ciudadanos a una vigilancia constante. Sin embargo, el invento de la imprenta facilitó mucho el manejo de la opinión pública, y el cine y la radio contribuyeron en gran escala a acentuar este proceso. Con el desarrollo de la televisión y el adelanto técnico que hizo posible recibir y transmitir simultáneamente en el mismo aparato, terminó la vida privada...
Después del período revolucionario entre los años cincuenta y tantos y setenta, la sociedad volvió a agruparse como siempre, en Altos, Medios y Bajos. Pero el nuevo grupo de Altos, a diferencia de sus predecesores, no actuaba ya por instinto, sino que sabía lo que necesitaba hacer para salvaguardar su posición. Los privilegiados se habían dado cuenta desde hacía bastante tiempo de que la base más segura para la oligarquía es el colectivismo. La riqueza y los privilegios se defienden más fácilmente cuando se poseen conjuntamente. La llamada «abolición de la propiedad privada», que ocurrió a mediados de este siglo, quería decir que la propiedad iba a concentrarse en un número mucho menor de manos que anteriormente, pero con esta diferencia: que los nuevos dueños constituirían un grupo en vez de una masa de individuos. Individualmente, ningún miembro del Partido posee nada, excepto insignificantes objetos de uso personal. Colectivamente, el Partido es el dueño de todo lo que hay en Oceanía, porque lo controla todo y dispone de los productos como mejor se le antoja. En los años que siguieron, la Revolución pudo ese grupo tomar el mando sin encontrar apenas oposición porque todo el proceso fue presentado como un acto de colectivización. Siempre se había dado por cierto que si la clase capitalista era expropiada, el socialismo se impondría, y era un hecho que los capitalistas habían sido expropiados. Las fábricas, las minas, las tierras, las casas, los medios de transporte, todo se les había quitado, y como todo ello dejaba de ser propiedad privada, era evidente que pasaba a ser propiedad pública...»
Las líneas que han precedido, representan sólo una parte, del cómo se llegó al estado distópico de Oceanía. Muchos de esos matices, han sido calcados en el mundo real que impera en la Venezuela de hoy. Por nombrar sólo uno de ellos: el que ha hecho violar sistemáticamente la Constitución. Cuyo estado de derecho y justicia y, fines supremos contemplados; han sido aplazados, inhabilitados, sustituidos por leyes habilitantes y, últimamente, por una asamblea nacional constituyente. Y, como se recordará en otrora, la propuesta de enmienda constitucional que fue presentada, para derogar unos artículos que ya no le servían. Ensayos y errores, que detuvieron el poco o mediano progreso que teníamos, y eso, en plena centuria de un mundo globalizado, emprendedor, solidario y más consciente de los valores universales: libertad y verdad (los que dicen que 2+2=4).
Pero, a ese estadio venezolano se llegó mediante un cómo. Por la responsabilidad de alguien. A la vista se tiene, esa clase Mediana, que en 1992 salió del cuartel con las armas de la República y el patrocinio de una élite irresponsable, para asirse del poder y la institucionalidad de una democracia de treinta y cuatro años de edad. Ellos son ahora, los nuevos Altos de la Nación, que se inventaron la dialéctica bolivariana; los buenos revolucionarios que atrajeron la ignorancia de las masas no para empoderarlas, sino para que conservara y vigilara los privilegios del grupo. El estado oligárquico colectivista, que expropió por doquier, cuyo efecto llevó a la tumba al señor Brito. Que proyectó el estado militar-policial a unos connacionales en desventaja y; creó otra no verdad, dentro de su propio Ministerio de la Verdad: esa que, conociendo de la torpeza y cínica corrupción que dilapidó más de un millardo de dólares, inventó una “guerra económica” (doblepensar). Que nos mantiene a usted, a mí y a todos, haciendo cola por una ración de comida y medicina, hiper costosa.
MSc. Arichuna Silva Romero.
@asiromantis