El común de los ciudadanos mucho antes de conocerse los resultados de las elecciones 2021, expresaban sus preocupaciones y rechazos sobre la falta de unidad en los factores democráticos. Señalaban con toda propiedad que una alta abstención más la división opositora favorecerían que el chavismo, siendo minoría y teniendo un rechazo enorme a su gestión y su proyecto político, se alzaran con la inmensa mayoría de las gobernaciones y alcaldías del país.
El egocentrismo de los dirigentes, la centralización de las decisiones en el minoritario G4, el rechazo sin fundamento alguno a celebrar elecciones primarias para la selección de los candidatos, la indiferencia ante los planteamientos de la sociedad civil, el rechazo a la aplicación de encuestas y la imposición de candidatos llevó, sin lugar a dudas, a inhibir el voto, en el grueso del pueblo opositor. Desmovilizó a la gente porque el pueblo opositor pensaba acertadamente que divididos no van a poder ganar.
Ahora bien, esa conducta anti unitaria, centralista y egocentrista no es obra del azar o de la casualidad. Es el resultado de definiciones tardías y sin convicciones, del sectarismo y las imposiciones del G-4, de la soberbia, la mezquindad y la pequeñez de espíritu, valores y propósitos, entre otras muchas cosas. Toca ahora el balance, el análisis de los resultados registrados, y la definición de la política que se impone de cara al 2022 y al futuro mediato e inmediato del país y del movimiento democrático opositor.
Venezuela está sufriendo la contracción económica más severa en la historia de América Latina, y una de las más catastróficas jamás vistas en un país que no estuviera en guerra. La economía se contrajo aproximadamente en un 70 por ciento entre 2013 y 2020, y para fines de 2020 será solo una quinta parte de lo que era cuando Maduro asumió el poder. Desde finales de 2017 esta depresión se ha combinado con hiperinflación. La Asamblea Nacional sitúa la inflación acumulada de enero a octubre de 2020 por encima del 1.799 % y la tasa interanual en 3.332 %.
Este declive ha provocado un colapso alarmante del nivel de vida de los venezolanos. El Programa Mundial de Alimentos estimó a principios de 2020 que “una de cada tres personas en Venezuela (32,3 por ciento) está en inseguridad alimentaria y necesita asistencia”. Tres cuartas partes de las familias encuestadas habían adoptado “estrategias de sobrevivencia”, reduciendo la cantidad y variedad de alimentos que consumían debido a ingresos insuficientes. La organización benéfica católica Caritas informa que de cada 100 niños a los que ayuda, 59 muestran signos de retraso en el crecimiento como resultado de la desnutrición. “La gente ha perdido su capacidad de recuperación”, dice un trabajador senior de una ONG. “Mucha gente se muere de hambre en sus hogares”.
El gobierno dejó de publicar estadísticas económicas confiables hace varios años. Pero una encuesta realizada periódicamente por tres de las principales universidades del país, entre ellas la UCAB, encontró que a principios de 2020 más del 96 por ciento de venezolanos se encontraban en situación de pobreza, y casi el 80 por ciento en situación de pobreza extrema. La pobreza en Venezuela, sin embargo, no depende simplemente de los ingresos o la caída del PIB. En prácticamente todas las áreas de actividad, el Estado ha perdido su capacidad para proporcionar servicios adecuados. Antes de que estallara la pandemia, el 50 por ciento de los hogares sufría cortes de energía diarios y una cuarta parte carecía de gas para cocinar, lo que obligaba a muchas personas a cocinar con leña. El suministro de agua era intermitente y de mala calidad. En un país que ha enfrentado epidemias de todo tipo, desde malaria y sarampión hasta difteria y dengue, el 80 por ciento de la red de atención primaria de salud estaba cerrada o no funcionaba en 2019, al igual que el 70 por ciento de las instalaciones hospitalarias. Una encuesta semanal de hospitales públicos realizada por la ONG Médicos por la Salud encontró que en 2019 el 70 por ciento tenía servicio de agua corriente solo una o dos veces por semana, y alrededor del 50 por ciento sufría cortes frecuentes de electricidad. Solo funcionaban aproximadamente la mitad de los quirófanos del país
Frente a este descalabro generado por el régimen y por encima delos adversos resultados electorales, no debemos perder el norte: derrotar la dictadura, atender la crisis humanitaria y recomponer democráticamente la sociedad venezolana, siguen siendo los grandes objetivos y en función de eso seguir trabajando. La lucha continúa.