Huérfana de carnes, la sombra de un sujeto deambula por el mapa. La acosan fantasmas y duendes burlones que han sido enmascarados por robustas legiones de zombies, enhorquetados en bestias de metal y gasolina de muy peligroso octanaje.
Ese alguien –el sujeto en cuestión, si es que se le puede cuestionar algo- piensa en el presente, pero también resume el pasado y proyecta un futuro que ve quebrantado en los ojos de sus interlocutores. Y reflexiona, intuye que vive en un país sobre un cuero seco que se levanta por todos lados y no logra desvanecer la angustia.
El estómago del hombre reniega de su vacío. Habla y comenta sus entrañas, tan dolidas de ese algo que entra por la boca y calma el hambre. El país, desnutrido, es un esqueleto que a pesar de sus pulidos huesos sigue siendo manjar para la jauría.
El poder sobre el hambre. El poder sobre la sangre de los huesudos que colman las calles y se desvanecen en sus casas mientras las lágrimas humedecen las urnas que, de noche rellenan los recuerdos, esperan por el sepulcro o la incineración de sus contenidos.
La muerte es un alivio para muchos. La muerte es la salvación para los enfermos. La muerte es el viaje prematuro, el ansiado de los achacosos que ya no pueden con sus piernas mientras sus costillas semejan la jaula detrás de las cuales mueren sus órganos ¿vitales?
Para los lectores esto parecerá una grosería. La realidad es peor que las pesadillas. La realidad es una llaga purulenta. Una punzada en el píloro, una mordida en el duodeno. Una masticada en la anatomía del hambre.
El país muestra su esqueleto. Un país enfermo. Asediado por la necesidad urgente de llevarse el pan a la boca, por alejarse del odio concebido como nomenclatura del poder, sale a la calle, enfrenta a quienes protegen a ese poder enclaustrado en sus miedos. Porque el poder tiene miedo. El poder se vale del pesimismo del contrario para minimizarlo. Matarlo de hambre, de sed, de miedo, de acosos, de encierros.
El hambre viaja en el caos. Esa concepción de la “revolución” ha resultado en patios como el cubano, como el coreano del Norte, como en la poquedad venezolana, hasta ahora. Y mientras el hambre rasguña la conciencia, el poder representado por la estupidez y la brutalidad, se harta, viaja, viste bien y hasta baila sobre los llamados símbolos patrios, que no son más que otra engañifa.
El excesivo número de héroes salvadores nos ha hundido en la épica de la idiotez. Los de la Independencia, los venidos luego en las tantas malacrianzas y desabridas batallitas de reyezuelos y tiranos. Los héroes de cartón de la guerra federal, quienes acabaron con el país de la época. Los refundadores de ensueños. Los beneméritos. Los liberales y conservadores. Los del ideal nacional. Los héroes del monte y de la ciudad. Los héroes de estatuas de bronce y de barro. Los héroes escondidos. Los héroes de la muerte. Los héroes del hambre.
Los héroes de la tierra arrasada.
Venezuela muestra su lado negro, su lado oscuro. Su costal de muerte en la desnutrición de sus hijos. Desnutrición que se traduce en el cuerpo raquítico, no sólo de los niños sino de jóvenes y adultos mayores. Y la paradoja: los dementes de la calle, que saben pedir, muestran un cuerpo robusto, “papeado”, como los de otros ámbitos donde la demencia criminal se hace de las riquezas de una nación que hoy muere de inanición y de ganas de ser libre de la estupidez ideológica.
Hoy, la palabra patria duele en la boca. Pero más duele por la pérdida de su significado. La palabra patria está tan devaluada como la moneda. Y por eso duele, porque ya no está en nuestros pensamientos y nuestros bolsillos, en ese respectivamente que nos toca.
Queda entonces la muerte como figurín en la cara picada de soldados y oficiales, quienes son capaces de decir que no creen en los derechos humanos. Quienes abultan más el vientre para afirmar que quien los rechaza se viste y calza con los colores de la GNB para matar a sus compañeros.
¿Qué pasó aquí? ¿Qué animal mitológico mordió a estos sujetos desnutridos de cerebro para convertir a un país en un erial, en un desierto, en una maldición? ¿Qué pasó para que muchos sean tan negativos y dejar pasar la historia a su lado como un quelonio dialéctico? ¿Eso se entiende? La figura literaria bien vale un trago de cicuta.
Hambre de todo. El hambre como ideología. Si Mao Zedong acabó con más 100 millones de vidas, así como Stalin y Hitler hicieron lo propio en menos proporciones, pero igualmente escandalosas, ¿qué queda decir de una gente que busca que el país sea conducidos por criminales motorizados, apoyados por uniformados que juraron defender a sus compatriotas? ¿En qué cabeza cabe que maten de hambre a un país? ¿En qué pecho cabe que extranjeros sean quienes elaboren las políticas, todas, tanto las represivas como las alimenticias?
El país desnutrido. El país fundido, pero capaz todavía que quitarse de encima a los batracios que la han sumido en la tristeza y enfermedades de todo tipo.
Ya habrá tiempo para el ácido fólico, para las vitaminas, para recoger los cuerpos vencidos y enterrarlos, así como ya estamos en el tiempo para derrotar a quienes nos matan a diario.