La decisión contra Voluntad Popular no es democrática. Es el manotazo primitivo del jefe que saca su pistola al oír la palabra oposición. El objetivo es intimidar a otras organizaciones e instituciones. Encubrir razias represivas contra opositores y protestas ciudadanas.
Los que defendemos que la oposición proponga con prioridad un plan conjunto para afrontar el covid-19, el hambre y las calamidades que destruyen a la gente; que insista en el entendimiento para resolver pacíficamente un empate que perpetúa a Maduro; que construya viabilidad a un gobierno integrado por chavismo y oposición y procure consenso en torno a un CNE para realizar las elecciones parlamentarias y presidenciales, no compartimos la militarización del conflicto entre la sociedad y el régimen o cualquier forma de un extremismo opositor que solo siembra fracasos.
En VP han existido, según nuestra visión, manifestaciones de esta desviación política. No respaldamos los episodios en los que ella se ha expresado. Pero no admitimos que sea imputada por “violencia premeditada y con motivos políticos perpetrada contra objetivos civiles”, como define al terrorismo la legislación norteamericana, para citar una de tradición democrática.
El plan oficialista no demuestra que VP actúe clandestinamente para perpetrar lesiones corporales o muerte a población civil o que realice al azar atentados con propósitos intimidatorios.
La decisión forma parte de una operación gubernamental para bloquear acuerdos y ganar un escalón en su desesperada batalla por el poder perpetuo. Pretende criminalizar el derecho a resistir a un régimen que vulnera la Constitución. Es una medida que inclina al gobierno al terrorismo de Estado, en contra de sectores chavistas que aspiran a convivir en las diferencias. A su vez, nos deslindamos de golpes de Estado o de invasiones de ejércitos extranjeros que releven a la dirigencia opositora de sus deberes. No vamos a callar frente a los dos extremismos que socavan la legalidad y la paz.
La oposición es democrática porque crea conciencia en la gente para que sea ella el motor del cambio, no minorías obsesionadas por conservar o atrapar poder como fin en si mismo. Se opone al terrorismo porque es una forma totalitaria de suprimir la democracia y sustituye la política por la violencia ciega. Y combate políticamente al extremismo en su seno, con argumentos y propuestas para volver a la gente y a una estrategia constitucional, pacífica y electoral. El extremismo, incompatible con la lucha por la vigencia de la constitucionalidad, empuja irresponsablemente a la oposición a convertirse en factor de una guerra civil.
El gobierno, que se siente en recuperación, continuó su ofensiva con otras dos agresiones. Sacó el conflicto de la AN del ámbito parlamentario y lo resolvió de un modo que desluce al lado que resultó ganador con una sentencia que deja chiquito a Monagas y perpetra la barbaridad del primer despojo colectivo de inmunidad parlamentaria en nuestra historia.
El tercer torniquete autoritario lo aplicó a un periodista, emblema de profesionalismo y de independencia ante los polos en pugna. La autonomía es una virtud que los autoritarismos aborrecen, por eso ambos celebraron un golpe contra la libertad de información como el día que le llegó a Vladimir Villegas para cambiarle su suerte, parafraseando a Lavoe.
Su salida provocó malos chistes y rabiosas agresiones. Pero Vladimir no quedó solo. La mayoría sintió como pérdida la desaparición de su espacio, que mantuvo, durante años una entrada de oxígeno para una opinión pública desorientada por la intoxinformación.
Los extremismos están ganando la carrera hacia el colapso. Tal vez lo asumamos tarde. Entonces, quizá alguno reviva la lastimosa frase: en Vladimir a la 1 se hablaba desde la verdad y no lo sabíamos.
Mayo, mes antaño florido, concluye con días oscuros, de sufrimientos y desesperación.
@garciasim
31 de mayo 2020
TalCual Digial
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