I
Los violentos siempre salen derrotados. Los violentos siempre pierden. Los violentos siempre mienten. Los violentos se inventan como víctimas. Los violentos no ganan una porque matar no trae ganancias. Los violentos generalmente se olvidan de que han sido engendrados por la paz. Los violentos se creen más valientes que los demás, porque atacan en grupo, lo que no los enaltece. Los violentos no saben luchar. Los violentos son sólo una pequeña sombra del país. Los violentos apoyados por el poder son instrumento de los que se llevan las riquezas del poder. Los violentos piensan en blanco y negro, no matizan. No ven en colores y se ahogan en su propio odio. Los violentos son tan insignificantes que cuando desaparecen no hacen falta. Los violentos lanzan piedras con la cara cubierta: cuando se la descubren lloran, pujan y corren. Los violentos no son dueños de nada, carecen de lugar y sólo defienden el arma que cargan en la mano. Los violentos se castigan al disparar, por eso huyen. Los violentos comen las migajas que les da el miserable. Los violentos jamás son felices, se conforman con odiarse a sí mismos. Los violentos son una gangrena, se pudren. Los violentos no saben llorar a solas, lo hacen en público para ocultar su cobardía. Los violentos no ríen, se comen sus propias entrañas. Los violentos celebran el festín de las hienas, envidian el eructo sobre la carroña. Los violentos son parte de nuestros temores, pero también de la osadía de enfrentarlos y someterlos a la ley, cuando ésta existe. La violencia no tiene color de piel, sorbe sombras interiores. Los violentos sostenidos por el poder son más tontos de lo que parecen. Los violentos sólo sirven para olvidarlos. Los violentos no hablan: farfullan, gritan, se ahogan.
II
“Matar en presente indicativo: Yo mato, tú matas, él mata, nosotros matamos, vosotros matáis, ellos matan. El Hombre Salvaje alegrándose: ¡Cuando os hayáis matado todos, entonces me volveré doméstico”, mensaje de Giovanni Papini y Domenico Giuliotti para los dueños del poder, sobre todo para aquellos que participan de la teoría del caos con la ayuda de tira piedras encapuchados y parlamentarios enloquecidos por su propia pesadilla.
Los violentos no hacen la digestión, eructan. Los violentos no aman, golpean. Los violentos no enamoran a nadie, asustan. Los violentos no acarician, rasguñan. Los violentos no llegan al gobierno, lo asaltan. Los violentos envidian los restos de comida que consume el perro. Los violentos se quedan solos. Los violentos añoran la cárcel y el cementerio. Los violentos no sueñan, tienen pesadillas. Los violentos no eyaculan, sufren. Los violentos jamás ven el cielo, arrastran sus balbuceos. Los violentos al ver el mar se molestan. Los violentos son tan cobardes que desconocen a Dios cuando se orinan. Los violentos, en el fondo, no son nada, sólo una mano armada. Los violentos aman la huida. Los violentos son un montón de despojos. No hay violento que valga.
III
Cosa amorfa, los violentos se desintegran. Los violentos caminan de espalda, reculan para ver a la víctima caer y así cerciorarse de que ellos también están en su propia lista, porque siempre existe uno más violento que ellos. Para ir a la guerra no es necesario ser violento, se precisa de agallas y de algo de seso. Los violentos no merecen una guerra: no saben batallar. Un violento muerto es una lástima, pero muchos celebran. Un violento vivo tiene la esperanza de esconderse de él mismo. Muerto, es sólo eso, un muerto cubierto de monte. Cuando un violento se inicia, si es inteligente, regresa al lugar donde comenzó su problema hormonal. Los violentos se comen su propio cuerpo. Los violentos no viven, vomitan. Todo violento, de alguna manera, recibe una paga. Los violentos saben de tarifas, también de muertos. Los violentos –harto sabido- suelen teorizar desde su cobardía. Los violentos, cuando sueñan que vuelan, se descubren zamuros en picada hacia la podredumbre. Los violentos tienen en la fealdad su lista de ilusiones. Los violentos se resienten de todo, hasta de su aliento. Los violentos echan plumas, cacarean y dejan los huevos abandonados. Los violentos duermen vigilados por sus fantasmas. Los violentos que reencarnan no se reconocen ni en el espejo. Los violentos se drogan con sus maldiciones. Los violentos mueren y no se enteran. Los violentos narran sus miserias y leen las moscas de sus propios despojos. Los violentos rumian y regurgitan, con el perdón de las vacas. Los violentos celebran el eructo de otro violento porque ellos fueron expulsados por la boca que alaban. Los violentos atacan las faldas porque no saben despertar el hombre que exageran. Los violentos que ostentan el poder no tienen vida para contar su obra. Los violentos mueren de tristeza o a balazos.
La derrota de los violentos es la fiesta de la inocencia. ¿Cuántos violentos quedan tomados de la mano del poder en este país? El violento mayor espera el turno del olvido.