Después de la resurrección de Jesús, Pedro y Juan se dedicaron a recorrer Jerusalén transmitiendo la buena nueva, hablando de las enseñanzas y sanaciones (milagros) de El Enviado. En estas intervenciones públicas generalmente estaban acompañados por personas sanadas con la palabra o imposición de manos del Hijo del Padre. Esta actividad de Pedro y de Juan produjo descontento y malestar en los integrantes del Sanedrín y procedieron a llamarlos y exigirles que dejaran la prédica y que no hablaran más de la palabra de Jesus y menos de sus milagros. Pedro y Juan no eran de amplia cultura, más bien de muy corta, pero se expresaban muy bien y con gran fluidez y claridad y quienes los escuchaban quedaban cautivados, se dice que el Espíritu Santo hablaba a través de ellos. Cuando ambos escucharon la reprimenda de los del Sanedrín, respondieron: ¿A quienes debemos obedecer y acatar, a ustedes que lo torturaron y asesinaron y ahora nos ordenan que no hablemos, o a Dios Padre que nos pide llevar y proclamar su palabra?
La pregunta como respuesta que Pedro y Juan le formularon al Sanedrín debemos parafrasearla nosotros y preguntarnos ¿A quién obedecemos y acatamos, al sector partidista que pertenecemos, al conciliábulo donde nos desenvolvemos o al llamado de la Patria? La Patria nos pide a gritos agónicos que nos unamos, que diseñemos en conjunto la estrategia adecuada y que todos le presentemos al país el mismo programa , primero para salir de lo que tenemos y luego para reconstruir la nación.
No está en sintonía con el país hacer valer nuestros personales o sectoriales intereses por encima de los de la Patria. Los intereses de la nación siempre son primeros que cualquier otro interés por muy importante que éste sea. Ello lo decimos a diario, lo escribimos y lo gritamos en discursos e intervenciones, pero en la práctica nos encontramos con la triste realidad: Inmensa falta de autenticidad.
No se puede hablar que privan los intereses del país cuando nos encontramos divididos y fracturados, cada quien por su lado haciendo lo que le conviene y lo que es peor hablando uno mal del otro. Cada quien levanta su propia bandera y dejamos sola la tricolor que es la todos. Sino somos capaces de unirnos los que queremos cambio, tampoco somos merecedores de dirigir el país. El pueblo nos ve y observa diariamente y nos percibe mezquinos y sin la altura necesaria para atender con éxito esta hora, ello genera más desesperación, menos confianza y mayor preocupación. El país está urgido de esperanza cierta y somos nosotros los que debemos transmitírsela no solo con discursos sino con hechos. Por nuestras obras seremos juzgados. Dios quiera que el veredicto de la historia sea de reconocimiento por haber dicho y hecho lo que la Patria demandó y estar a la altura del momento que nos correspondió vivir.
Pedro y Juan, en conocimiento que lo que les esperaba era lo peor, siguieron predicando la palabra y comportándose con valentía y coraje al servicio de los demás. Ofrendaron sus vidas para sembrar fe y la esperanza. Pedro murió crucificado y Juan falleció en una prisión después de haberlo sumergido en una inmensa paila rebosante de aceite hirviendo. Nos corresponde parecernos a Pedro y a Juan y no dudar a quien servir, obedecer, acatar y por quién luchar.