Crónicas del Olvido
1.-
Los mitos “ideológicos” nunca desaparecen, por eso regresan. Se mantienen ocultos, como animales al acecho de un descuido de la víctima. Los engendrados por el imaginario popular forman parte de la vida diaria de un país. De mitos y leyendas están hechas las culturas de los pueblos. Los creados por conveniencia son distintos a los que no han sido macerados por el tiempo, por la sangre y las ideas de un grupo o comunidad que ha recorrido el ritmo de la historia.
Ninguna ideología hace cultura. Ninguna forma parte del imaginario. Es decir, las ideologías no tienen asidero axiológico. No son valores. Los mitos creados por la gente sí se revelan como símbolos de la cultura. Por ejemplo, ni Mao ni Fidel son cultura. Forman parte de la larga lista de personajes mitificados que obligan a la invención de la contracultura, de los movimientos undergrounds, favorecedores de la rebelión de las masas.
Precisemos, como afirma Paramio, cercano a Gillo Dorfles, “el mito es algo presente en la cultura contemporánea. Así, la tesis de que simultáneo al proceso de obsolescencia de los mitos tradicionales aparece entre nosotros un proceso de mitificación, casi siempre inconsciente e irracional, y del que serán consecuencia una nueva serie de mitos y símbolos”.
2.-
Si como dice Mircea Eliade, el mito cuenta una historia sagrada, que ha tenido lugar en el tiempo fabuloso de los comienzos, los de hoy son propuestas que obedecen a la necesidad de justificar la presencia de un poder. De allí que el poder político se valga de mitemas, que son unidades simbólicas de una cierta complejidad, que supera el de los monemas lingüísticos.
En cristiano, un mito, pese a ser propios de la lengua, van más allá de ésta y se insertan en el inconsciente colectivo para crear toda una mitología. Como sistema de comunicación, como mensaje, los mitos representan la esencia de la cultura.
Contrario a lo anterior, los símbolos mitologizados por la ideología conforman todo un esquema de manipulaciones. Estos símbolos penetran la sensibilidad y los sentimientos de los pueblos y los hacen obedientes sufragadores de ideas que no le pertenecen. Una “cultura” que desdeña la historia y favorece lo que el marxismo llama falsa conciencia.
En estos días venezolanos en los que la imagen de Cristo viaja al lado de una gandola de gasolina, somos testigos de impertinencias en las que la positividad, negatividad y ambigüedad mitológicas revelan la pérdida de la personalidad individual. Es decir, el sujeto afecto a esa imagen es un factor de comunicación atado al contenido de un discurso falso.
Es decir, a través del discurso ideológico se puede desdibujar la cultura de todo un pueblo para conveniencia del poder político. Los mitos tradicionales pasan a ser instrumentos de opresión, de aplastamiento. Bolívar, por ejemplo, es un personaje de la historia. Sus ideas no abrevan en un planteamiento ideológico, ciertamente, pero para lograrlo es preciso transformarlo en un mito.
Despojado del imaginario primigenio, el Bolívar que ahora recibimos arropa todas las acciones ejecutadas por el régimen. Digamos, ya no es Bolívar, es una herramienta. Deja de ser personaje para hacerse mensaje decodificado ideológico. Bolívar articulado con la intención de borrar la memoria de la cultura. El Bolívar que pronuncia el poder, es otro Bolívar: se trata de un mito-mensaje de “mecanismo iterativo”. Bolívar es una repetición verbal. No es espontáneo, no es la linealidad histórica, no es sincrónico.
3.-
En lenguaje llano, lo que está sucediendo en Venezuela es la ruptura de la memoria. La suplantación de una imagen pero sin contenido histórico. Sólo interesa “presentizar” para lograr el objetivo inmediato.
Se trata entonces de un Bolívar divino, capaz de re-crear el mundo, de inventar de nuevo el universo, olvidando sus gestores que el “Padre de la Patria” era capaz de ir al baño y hacer el amor con Manuelita Sáenz. O de que ésta le pusiera los cuernos.
El sistema de comunicación del poder se vale de los mitos, hasta que el mismo usuario de ellos se convierte en mito. Por eso, el tratamiento que los seguidores de Chávez (ahora de Maduro) le dan se aproxima a la idolatría. Santón, salvador de la patria de los pobres, respiramos el aire de Robin Hood, el de los Tres Mosqueteros, pero también el de Raskolnikov, porque es un mito vengador, armado de un arma que decapitará la historia, la cultura, la memoria.
El mito encarnado por Carlos Andrés Pérez estuvo vigente en la Gran Venezuela, en la captación del interés de una América políticamente lúdica. El de Chávez es el vengador con ansias continentales. Es decir, Bolívar hecho en Chávez. Un regreso que pesa demasiado, porque podríamos retornar también al “Decreto de Guerra a Muerte”.
Las raíces de un proyecto que se revisa en dos mitos más: Simón Rodríguez y Zamora. De allí a la mitomanía, sólo un brinquito glorioso. Dios y la Constitución, como para colocarlo en el Escudo nacional. Mito y Güere.
Y así, para el final de la película, el silbido de Maduro, un simple silbido, tan dañino con las zancadas de su padre mitológico.