El occidente político apoya en líneas generales a la lucha de la resistencia ucraniana. Pero no todos los países que la apoyan siguen una sola línea. Hay diferencias inocultables. Tales diferencias tienen razones geográficas (no es lo mismo ser vecino de Ucrania que estar situado en otras regiones de Europa y del mundo), geoestratégicas y, por supuesto, ideológicas. Durante el curso de la guerra las diferencias se han ido ordenando en cuatro bloques: el de la UE que en general sigue una ruta franco-alemana, el de la mayoría de los países que limitan con Rusia, el de EE.UU. y los países que forman parte de su área de influencia, y el de los gobiernos antioccidentales de Occidente. Al análisis de estos cuatro bloques, y a las posibilidades de coordinación entre ellos, serán dedicadas las líneas de este texto.
1- El bloque de apoyo militar limitado
El bloque o sector hegemónico entre los que apoyan la causa ucraniana es el que, por el momento, por su poder económico y militar, juega un papel decisivo al interior de la Unión Europea. Su núcleo duro está formado por Alemania y Francia. En su torno giran la mayoría de las naciones de Europa Occidental. Núcleo que ha debido, por fuerza de las circunstancias, transformarse en eje militar, lugar para el que no estaba todavía preparado. De acuerdo a la postura predominante que ha mostrado en la ayuda militar a Ucrania podríamos denominarlo como un bloque de apoyo militar limitado, sobre todo si nos atenemos a la consigna principal, en diversas ocasiones formuladas por los mandatarios Macron y Scholz. Esa consigna es: «Ucrania no debe perder ni Rusia debe ganar». Si la traducimos al lenguaje práctico quiere decir: tanto la victoria como la derrota deben ser parciales y no totales.
Por de pronto hay que dejar en claro que el bloque de apoyo militar limitado comparte con el resto de Europa el rechazo absoluto a la invasión rusa comenzada el 24 de febrero del 2022. Está también de acuerdo en que la guerra iniciada por Putin corresponde a un proyecto de revanchismo histórico formulado por el mismo Putin, a saber, el de reconstituir el antiguo imperio zarista y estalinista bajo nuevas formas. Propósito que a la vez ha llevado a Putin a intentar revertir el orden político mundial surgido en 1989-1990. Coinciden con toda la UE y Gran Bretaña en que, con la invasión del 2022, Putin rompió con toda la legislación y acuerdos vigentes.
Por eso, el objetivo de la guerra, en la que participan enviando armas, busca hacer retroceder a Rusia a los límites establecidos hasta febrero del 2022, vale decir, hasta los estatuidos con la invasión a Crimea y la apropiación ilegal del territorio del Donbas. Esos límites geográficos determinarán también los límites de la guerra.
Francia y Alemania están de acuerdo en respetar esos límites y mantener la guerra bajo el primado de la política, lo que significa no intentar romper todos los puentes con Putin, propuesta con la que el dictador ruso parece estar de acuerdo. El trío telefonista (Putin, Macron, Scholz) no ha perdido la conexión.
En cierto modo, la idea central del “bloque de la guerra limitada” parece ser la de obtener sobre Rusia una victoria parcial que abra, en un momento determinado, un espacio negociador entre el gobierno ruso y la UE, sobre la base – no lo ha dicho nadie de modo explícito pero es un secreto a voces – de la concesión a Rusia de algunas zonas de Ucrania. Cuanto deberá reclamar Rusia para sí, y cuanto deberá corresponder a Ucrania, lo decidirá el curso de la guerra y de las negociaciones.
2-El bloque por la victoria definitiva
La idea de la guerra de objetivos limitados, patrocinada por o desde la UE, topa sin embargo, con dos oposiciones. La primera: la intransigencia del dictador ruso quien no piensa cejar hasta lograr sus objetivos, los que en el tiempo se agrandan de modo proporcional a la imposibilidad de seguir avanzando en Ucrania. La segunda: la posición de Ucrania y de los países más amenazados por la expansión rusa, entre ellos Polonia, Finlandia, los países bálticos, a los que se suma Inglaterra, políticamente más ligada a los EE.UU. que al resto de Europa y, sorpresivamente, Holanda. A ese segundo bloque lo llamaremos, el bloque por la victoria definitiva.
A diferencias del bloque anterior, el objetivo fundamental es derrotar inapelablemente a Rusia. Por eso la consigna central es: Ucrania debe ganar y Rusia debe perder. La diferencia entre el «no perder» del primer bloque y el «ganar» del segundo, es importante. Rusia, según este bloque, debe quedar militarmente inhabilitada para intentar a mediano o corto plazo otro acto de anexión a Ucrania o a otro país europeo lindante con Rusia. De ahí viene la exigencia permanente a los países europeos para que sean enviadas más y mejores armas que permitan no solo rechazar ataques sino realizar una defensa ofensiva en territorio ucraniano. Para eso y no para otra cosa, Ucrania requiere de los tanques Leopard 2 , Challenger y Abrams, y de los aviones F-16 europeos y americanos.
La posición del bloque de la victoria definitiva puede ser vista como ilusoria, pero en Ucrania parte del principio de realidad. Hay aquí una razón muy importante: Ucrania no es un país más en el conflicto, es el país que está poniendo los soldados, y en su verdad brutal, es el que está poniendo los muertos. Debido a esa razón, Zelenski y los suyos no aceptarán nunca que Ucrania sea una simple ficha puesta a jugar en tablero ajeno.
Pero además hay otra razón de peso. Ucrania no solo está luchando por Ucrania, sino por todos los países de Europa, y en primer lugar, por los más amenazados por el proyecto expansionista de Putin.
Los gobiernos que otorgan apoyo incondicional a Ucrania plantean exactamente lo mismo que Zelenski. Aducen que en caso de una paz pactada a espaldas de Ucrania, Putin y su mafia buscan ganar tiempo para rearmarse e iniciar de nuevo su ofensiva en contra de Ucrania y–o los países de Europa Central y del Este. El hecho de que Putin estará siempre dispuesto a irrespetar los acuerdos internacionales, ha sido muchas veces demostrado. Putin siempre está en guerra y la diplomacia para él es un instrumento de guerra. Sigue evidentemente a Sun Tzu: «el arte de la guerra se basa en el engaño». Por eso la victoria europea deberá ser –piensan los ucranianos y los gobiernos que les son más afines– definitiva, o no ser. ¿Qué significa en este caso definitiva?
En términos cronológicos, una victoria definitiva significa obligar a Rusia a que regrese no a 2022 (plan Macron-Scholz) sino a 2014. En términos espaciales, que retire sus milicias de todos los territorios ucranianos, incluyendo Crimea y el Donbas. Ucrania, ha dicho Zelenski, nunca podrá ser libre con enclaves rusos incrustados al interior de su cuerpo nacional.
En efecto, para el gobierno ucraniano, la invasión rusa comenzó no en el 2022 sino en el 2014. Desde esa fecha, afirman los ucranianos, ha habido resistencia y guerra en Ucrania. Febrero del 2022 habría significado solo el paso de una guerra de mediana a una de alta intensidad, pero no a una nueva guerra. Que los gobiernos occidentales no lo hayan visto así fue simplemente porque miraban hacia otro lado, obcecados como estaban en obtener gas y petróleo ruso a precios reducidos. La posición ucraniana y la del este de Europa a la que probablemente se sumará la de la República Checa después del triunfo electoral del general retirado Petr Pavel, cobra mayor fuerza si los ucranianos se sienten apoyados más allá de Europa, antes que nada por los EE.UU.
3-El bloque de ultramar
Hay coincidencias entre las posiciones que representan EE.UU., Canadá, Gran Bretaña y Japón (el bloque anti-Putin de ultramar) con las que defienden Ucrania y sus aliados europeos inmediatos. Pero esas posiciones no son idénticas. Por cierto, entre una victoria parcial, según Scholz y Macron y una victoria definitiva, según Zelenzki y sus aliados más cercanos, los EE.UU. y sus amigos elegirían sin titubear la segunda alternativa. Pero esto no quiere decir que bajo determinadas circunstancias no puedan acomodarse a una alternativa intermedia, esto es, a la de una victoria limitada o parcial. Lo único que ese bloque no puede aceptar, y bajo ninguna condición, es una victoria de Rusia. Para explicarnos mejor, podemos decir que el enfrentamiento con Rusia no termina para los EE.UU. en Rusia. El verdadero problema de los EE.UU. comienza en Rusia, pero sigue con China.
De acuerdo a la estrategia internacional norteamericana, China es el enemigo principal y Rusia el enemigo inmediato. Quiere decir, la confrontación con la Rusia de Putin es para los EE.UU. parte de una estrategia superior: la confrontación con China. En ese punto la política internacional de Biden no se diferencia de la de Trump.
China representa para los EE.UU. una amenaza doble: económica y militar. Los americanos están por cierto conscientes de que China es antes que nada una potencia económica en expansión permanente y en segundo lugar una potencia militar. Pero por eso mismo creen que China podría, bajo condiciones agudas, poner su potencial militar al servicio de su potencial económico. Ahora bien, para asegurar su lugar geopolítico en el mundo, China deberá construir en su torno un bloque de naciones aliadas, tanto o más grande que el que hegemonizan los EE.UU. Ese bloque incluiría a naciones del sudeste asiático, pero también reposaría sobre una alianza estratégica, política y militar con India, Irán, y sobre todo con Rusia.
Fue por eso que en los inicios de la guerra contra Ucrania, Xi Jinping apostó duro a favor de Rusia. Solo cuando vio que Rusia había quedado estancada en Ucrania, comenzó a recular. En cualquier caso, no ha enviado armas a Putin y ha reafirmado su negativa al uso de cualquier implemento nuclear. No obstante, la posibilidad de una alianza entre China y Rusia seguirá vigente hasta que Rusia pierda definitivamente la guerra. Para los EE.UU. esa alianza no debe consumarse jamás. Justamente por eso le es imperativo derrotar a Rusia y, de paso, convertirla en una nación militarmente debilitada.
Para EE.UU. está claro que, en caso de una victoria de Rusia en Ucrania, China volvería a insistir en su propósito de anexar Taiwán, algo que los EE.UU. no pueden aceptar. Cierto es que por derecho Taiwán pertenece a China (la existencia de «una sola China» ha sido ratificada en diferentes ocasiones por los gobiernos de EE.UU. desde los tiempos de Nixon) pero de hecho, pertenece a Occidente. Entre el derecho y el hecho, China ha actuado hasta ahora con prudencia, aceptando una situación ambigua la que, por ahora, conviene a China y a los EE.UU. Pues bien, en el caso de que EE.UU. aparezca como un derrotado y Putin logre erigirse victorioso, la ambigüedad en torno a Taiwán terminará y los EE.UU. deberán enfrentarse al que Biden llama «bloque autocrático mundial» bajo la conducción de China.
Alemania y Francia, vale decir, el eje del núcleo de la UE, parecen compartir la tesis norteamericana de que China es un potencial peligro antioccidental. Hay que anotar, empero, una diferencia. Mientras los EE.UU. han decidido practicar una política de amedrentamiento contra China, Francia, y sobre todo, Alemania, han optado por la política del «poder suave», para usar el concepto que popularizara Joseph Nye.
Lejos de distanciarse de China, Scholz ha decidido mantener una amable diplomacia con la gran potencia asiática, intensificando relaciones comerciales, aunque cuidando no caer en una dependencia estratégica como en la que cayó Alemania con Rusia. En ese marco se explica también su viaje a Latinoamérica donde consiguió al menos desactivar en parte el putinismo ideológico de Lula y abrir un espacio para que el líder brasileño expusiera su idea de un “club de la paz” que incluiría a China, India y Brasil. Si los EE.UU. actúan frente a China como “el policía malo” y Alemania (o Francia) como “el policía bueno”, o si se trata de diferencias estratégicas entre los EE.UU. y una parte de Europa Occidental, solo lo sabremos después.
Para emplear una expresión cara a Mao Zedong, en el Occidente político hay, en relación con Ucrania, diferencias pero no antagonismos. En cualquier caso, menores a los que desearía Putin. Si estas diferencias desaparecerán o se agrandarán, dependerá en primera línea del curso de la guerra en Ucrania. Nada está escrito sobre piedras.
4-El bloque antioccidental de occidente
Putin, hay que martillar sobre este punto, no está internacionalmente aislado. Cuenta con aliados atómicos, entre ellos Irán y la India. China, si los EE.UU. continúan provocándola, puede acercarse más a Rusia. América Latina está penetrada económicamente más por China que por los EE.UU. y es evidente que la ocurrencia de Lula relativa al “club de la paz”, es más de marca china que brasilera. Más aún: Rusia cuenta, sobre todo en Europa, con aliados políticos, tanto de ultraderecha como de izquierda. El lepenismo y el melencholismo, ambas formaciones putinistas, tienen acorralado a Macron en Francia. La socialdemocracia alemana ha sido corroída desde hace tiempo por la Rusia de Putin, y algunas declaraciones de Scholz han sido aplaudidas en el parlamento por la ultraizquierda y por la ultraderecha alemana. El nacional-populismo ha logrado disfrazarse de pacifismo en Europa.
Además, Putin cuenta con países aliados en los propios interiores del occidente político. La Hungría de Orban, la Turquía de Erdogan, y en cierta medida la Serbia de Vucic. comparten los mismos ideales políticos de Putin: antioccidentalismo cultural, oposición a la UE, negación radical del liberalismo político (no del económico), defensa irrestricta de valores conservadores (orden, patria, familia y estado), persecución a los disidentes sexuales, y en el caso de Hungría y Turquía, integración de las religiones al poder, sean estas católicas, ortodoxas o islámicas. Hungría ya es objetivamente una ficha de Putin en la UE, así como Turquía lo es con frecuencia en la OTAN.
El nuevo orden internacional propuesto por Putin debe surgir, de acuerdo a la racionalidad de este bloque, de un levantamiento global en contra del occidente perverso, disoluto y decadente. Con relación a la invasión a Ucrania, los gobernantes de los países mencionados mantienen la tesis de que Putin solo ha respondido, herido en su orgullo nacional, a la creciente ampliación de la OTAN. Esa, que originariamente fue la tesis de Orban, es hoy compartida por todas las derechas e izquierdas extremas de Europa.
El fenómeno por cierto, no es nuevo. Recordemos que la avanzada de Hitler sobre Europa contó con el apoyo de partidos fascistas al interior de los países europeos y la expansión de Stalin con la presencia erosiva de los partidos comunistas. Putin – lo dejó muy claro en su discurso de Stalingrado (02.02.2023) – ha logrado unir ambas dimensiones, la fascista y la comunista. La guerra que estamos viviendo no solo es militar, también es ideológica. En esa larga y cruenta guerra, la de Ucrania será probablemente una más.
5-Una reflexión final
El Occidente político está dividido y no hay que ocultarlo pues la división, cuando es política, no es necesariamente un signo de debilidad. Por el contrario. La condición natural de la política es la división. Esto vale a nivel nacional como internacional. Nadie puede pedir a las naciones democráticas aliadas en contra de Rusia que pospongan sus intereses nacionales en aras de la unidad. Una alianza fuerte no se basa en la unidad a todo precio, sino más bien en la coordinación y aceptación de las diferencias.
Los intereses de Europa occidental no pueden ser exactamente los mismos que los de Europa del este. De igual modo, los intereses de Europa no pueden ser los mismos de los EE.UU. En ese sentido no existe una posición verdadera y una falsa ante la guerra de Putin. Por el contrario: la formación de bloques político-militares no solo es inevitable sino, además, necesaria. Podemos decir que son las formas mediante las cuales son ordenadas las contradicciones. Lo que sí importa es que los distintos bloques logren adecuar sus diferencias en torno a denominadores comunes. Y hasta ahora, ha sido así. Occidente ha logrado una unidad básica, una que solo es posible que surja a través de las deliberaciones al interior de las instituciones creadas para debatir. Ahí reside precisamente la ventaja occidental: la democracia, practicada hacia el interior como hacia el exterior de sus naciones.
La paradoja de esta historia es que Putin, con su proyecto definido por él mismo como antioccidental, ha terminado por hacer renacer políticamente a Occidente, dando sentido a un «nosotros internacional» que antes no existía. Con mucha razón, en la cumbre de la UE en Kiev, dijo Ursula von der Leyen: «Ucrania es uno de los nuestros»
Quiso decir: Ucrania es un país europeo y occidental en forma. No es un paraíso, por cierto. Tampoco una unidad armónica y perfecta. Occidente puede ser tan errático y tan corrupto como Oriente. Pero hay una posibilidad que explica por qué millones de personas no occidentales quisieran vivir como se vive en Occidente; y esa es la posibilidad de disentir, o sea, la libertad de pensar y de hablar. No es poco. Nadie puede pensar sin disentir, aunque sea con uno mismo.
Y solo pensando, somos humanos. Justamente por eso Putin quiere destruir a Ucrania. La presencia de una Ucrania soberana y autónoma, pero sobre todo democrática, puede ser muy peligrosa para una autocracia sin disidencias, como la que quiere construir Putin en Rusia.
Twitter: @FernandoMiresOl
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.