Ya los ojos se apagaron, pero seguimos en una película, la película emergida de una novela titulada “1984”, cuyo autor, George Orwell, se elevó por encima de todas las maniobras para dar a conocer la médula del totalitarismo.
La Venezuela de hoy es la de ese “1984”, la de la granja donde un cerdo domina la conciencia de un país. Venezuela se ha convertido en un chiquero vigilado por un muerto, por los ojos legañosos de un muerto que reposa en un cuartel que ya es el olvido del otro país que lo albergaba.
Hoy, cuando los hilos de la falsa primavera roja se cruzan ante el abuso del TSJ, la ciudadanía, la calle, los que nos asumimos como habitantes casi obligados de este territorio, debemos soltar las amarras y salir a protestar ante la dictadura.
Los bigotes de bagre de Stalin asoman por las ventanas de Miraflores. La calva de un enano con un mazo en las manos vierte su sudor frío contra la poca decencia que queda en este mapa. Las manos llenas de mugre de unos magistrados corrompen la credibilidad que se le tenía a lagunas miradas. Los pies podridos de funcionarios militares y civiles invaden el país que antes creíamos invulnerable.
Los ojos de un muerto se borran con el tiempo. En instituciones y esquinas ya no quedan párpados ni pestañas. “Aquí no se habla mal de…”. Ahora se habla más, peor, mucho peor del susodicho. Sus ojos se apagan y 1984 es de dominio público. Pese al borrón de la mirada, se establece en Venezuela la coyunda de una dictadura judicial que hundirá más el barco de este régimen anormal.
La política para quienes mandan dejó de ser una práctica del pensamiento. El chiquero ideológico se eleva por encima de sus propias cabezas.
Mientras tanto, nos suena en los oídos la fecha, el título de la novela, y no dejamos de pensar que los párpados se cierran. Ya llegará la hora.
Y luego, a hacer política. A poner en práctica la inteligencia, la voz de la polis, el ejercicio ciudadano. Y que los militares vuelvan a su redil. A sus cuarteles, de donde no deben salir jamás. Y cuando lo hagan que sean vestidos de civil, como ciudadanos.
Ya llegará la hora.