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Opinión

Martín Rodríguez

En un mundo que ha sido testigo del asombroso crecimiento económico de China, resulta innegable que el liderazgo visionario de Deng Xiaoping fue el catalizador que impulsó al país asiático hacia la grandeza. Hace setenta años, China estaba hundida en la pobreza y devastada por la guerra, pero hoy es una potencia mundial que -aun con muchos problemas- aspira a convertirse en la primera economía del planeta. Esta transformación, conocida como el “milagro económico chino”, no habría sido posible sin la audacia política de Deng Xiaoping, quien lideró una campaña de “Reforma y Apertura” que sacó a millones de la pobreza y modernizó la economía china.

La Venezuela actual enfrenta una compleja crisis política, y aunque nada quisiéramos más que un cambio político hacia un régimen democrático y de plenas libertades, es fundamental ser realistas y reconocer que este escenario podría, a pesar de las elecciones y la movilización ciudadana, no materializarse en 2024.

Ante esta realidad, es vital que los líderes en Venezuela sigan el ejemplo de Deng Xiaoping y apuesten por una transformación económica audaz que brinde más oportunidades a los millones de ciudadanos en situación de pobreza, dinamizando su economía y dando oportunidades al sector privado para crecer, generar riqueza y empleo de calidad por medio de inversiones y no de corruptelas gubernamentales.

Ciertamente, no es que, en 1978, China se encontraba en una situación similar a la actual de Venezuela en 2023. Quizás el único rasgo común entre ambas naciones es que la devastación económica era producto de decisiones guiadas por la rigidez ideológica y la ignara pretensión de que el Estado puede dirigir la economía.

Ante esta situación, Deng Xiaoping, entonces secretario general del Partido Comunista de China, propuso una nueva fórmula: las “cuatro modernizaciones” y la evolución hacia una economía en la que el mercado tuviera un papel creciente y protagónico.

El programa de Deng fue ratificado por el Comité Central del PCCh y se puso en práctica a pesar de la oposición de la línea dura del partido. En el sector agrícola, se renunció al perverso sistema maoísta de economía planificada, lo que permitió incrementar la productividad del campo y sacar a zonas del país de la pobreza. La apertura al sector privado y a la inversión extranjera fue un paso fundamental para impulsar el desarrollo económico, y la creación de zonas económicas especiales, en las provincias de Guangdong y Fujian, demostró cómo la apertura al comercio exterior puede impulsar las capacidades productiva de un país.

El milagro económico chino llevó a que China se convirtiera en la “fábrica del mundo”.

A pesar del éxito económico, China aún tiene problemas significativos. Además, las reformas económicas no conllevaron un cambio político en el sistema de gobierno, como Washington y las capitales europeas esperaban. Sin embargo, es innegable que las decisiones audaces de Deng generaron un progreso económico sin precedentes y una mejora significativa en la calidad de vida de cientos de millones de ciudadanos chinos.

Siguiendo este ejemplo, Venezuela debería embarcarse en una transformación económica que allane el camino hacia la prosperidad económica, de manera que cuando retorne la democracia, el país pueda concentrarse en la liberalización política y la restitución a las víctimas, en lugar de heredar un país devastado y propenso a la desestabilización inherente en cualquier proceso de apertura económica.

Para lograrlo, independientemente de quien esté al frente del país después de las elecciones del 2024, habría que acometer una serie de reformas básicas.

En primer lugar, reducir las cargas fiscales al sector privado para estimular mayor inversión, despolitizar el SENIAT y las fiscalizaciones arbitrarias que minan la confianza de los emprendedores y generan mayor corrupción. Digitalizar los procesos de constitución de compañías, agilizando los trámites ante registros mercantiles y notarías como lo hacen en Estonia son el “mango bajito” de esta agenda económica.

En segundo lugar, promover la dolarización financiera y la posibilidad de que la muy disminuida banca nacional otorgue préstamos en moneda extranjera fortalecerán la estabilidad financiera. Quizás más complicadas, aunque no menos importantes, son las reformas laborales. No es un secreto que la onerosa regulación laboral en Venezuela desincentiva la contratación y el desarrollo empresarial, promoviendo la informalidad.

En suma, es imperativo que los líderes venezolanos miren hacia el futuro y apuesten por medidas audaces que impulsen un cambio económico positivo. Aunque el cambio político y una transición democrática pactada sigue siendo la meta de la mayoría de los venezolanos dentro y fuera del país, no podemos permitir que la parálisis económica perpetúe el empobrecimiento de la nación y beneficie a la dictadura.

El legado de Deng Xiaoping nos enseña que incluso en medio de dificultades políticas es posible emprender una transformación económica audaz que ofrezca prosperidad a todos los ciudadanos. Venezuela tiene la oportunidad de forjar su propio camino hacia la prosperidad, siguiendo el ejemplo de líderes visionarios y audaces como Deng. La esperanza de una democracia plena sigue latente, pero mientras tanto, la apuesta por una economía dinámica y abierta es un camino hacia el progreso y la mejora de su vida para todos los venezolanos, especialmente aquellos menos afortunados. Debemos recordar que lo perfecto es enemigo de lo bueno, y que tomar acciones concretas en el presente es la clave para construir un futuro más promisorio.

29 de julio 2023

América 2.1

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 4 min


Iker Seisdedos

El pensador que se rebeló contra la desigualdad y revolucionó las teorías del desarrollo es el precursor de teóricos como Piketty o Mazzucato. Intelectual trotamundos, ateo interesado en la filosofía budista, el próximo viernes recibe el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.

Cuando uno lee a Amartya Sen lamentarse en Un hogar en el mundo, sus memorias de juventud, de “lo poco” que ha logrado en la vida, dan ganas de proponerlo para el Premio Nobel a la Falsa Modestia… si no fuera porque ganó el de Economía en 1998 “por sus investigaciones sobre la economía del bienestar”. Pocas existencias se antojan más plenas que la de este intelectual trotamundos, que aportó un punto de vista filosófico a la teoría de la elección social, fue pionero al aplicar el enfoque de capacidades para tratar la desigualdad y contribuyó a crear el índice de desarrollo humano (IDH) de la ONU. Basta con lo que cuenta el libro, y eso que sus recuerdos se detienen recién cumplidos los 30, antes de sus influyentes estudios sobre el hambre y la pobreza. “Tengo 87 años, pero aún me quedan muchas cosas por hacer”, dijo Sen el primer sábado de octubre durante una entrevista en el jardín trasero de su casa de dos plantas de Cambridge (Massachusetts). Aquí, entre ciruelos y acebos, vive con su tercera esposa, la historiadora británica Emma Rothschild, a pocas calles de la Universidad de Harvard, donde enseñó Economía y Filosofía entre 1987 y 1998 y desde 2004 hasta su jubilación. Sen se había lesionado la espalda el día anterior haciendo ejercicio con su entrenador personal y se movía a una velocidad imperceptible. Está citado el viernes en Oviedo para recoger el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, pero el médico le ha desaconsejado el viaje.

El galardón supone el reconocimiento difícil de discutir a un académico que ha trabajado en las principales universidades del mundo (de la London School of Economics a Oxford o Cambridge, donde fue rector del Trinity College medio siglo después de pasar por primera vez por su Gran Puerta como alumno inexperto). Es también el homenaje a un pensador ya clásico que abrió caminos inexplorados en la ciencia económica a base de humanizarla. A él, entre otros expertos, le debemos que desde 1990, gracias al IDH, no todo se fíe a la variación del producto interior bruto para medir el desarrollo, sino que se tengan en cuenta la esperanza de vida, los ingresos per capita o el nivel educativo.

Amartya Sen, democracia y vida próspera

El tiempo ha acabado dando la razón a su trabajo pionero sobre la desigualdad, cuando aplicó a su estudio el enfoque de capacidades (de nuevo, dejó de bastar la renta y empezaron a tenerse en cuenta las opciones y libertades de los individuos). Lo que entonces era una rama secundaria de la disciplina ha acabado colocándose con el cambio de siglo en el centro de un debate acuciante, más incluso tras la pandemia, que ha exacerbado la inequidad. Muchos primeros espadas de la discusión contemporánea (de Thomas Piketty a Esther Duflo o Mariana Mazzucato) son deudores en cierto modo de esa parte de su pensamiento.

El economista lord Nicholas Stern, referente en los estudios sobre el coste del cambio climático, explica que sus contribuciones son tantas que es difícil elegir una. “Si tuviera que hacerlo, me centraría en su libro Desarrollo y libertad (1999), en el que cristalizó muchas de sus ideas, que incluyen revelaciones cruciales sobre el funcionamiento de la política económica, la justicia y, sobre todo, la noción esencial de que el desarrollo pasa por estimular las capacidades humanas y por permitir a los individuos que persigan aquello que valoran”.

“Ha sido capaz de desafiar la estrecha estrategia causa-efecto de gran parte de la economía y de entender el significado de las acciones buenas o virtuosas más allá de la ponderación simplista de los costos y beneficios estrictamente considerados”, continúa Stern. “Estas perspectivas han moldeado profundamente mi trabajo. Es aquí donde su fusión con la filosofía es tan importante. Él hace las preguntas profundas, pero las relaciona de manera muy poderosa con las decisiones realmente difíciles que los individuos y las sociedades tienen que tomar”.

Otro de los atractivos de Sen es que pertenece al club de los economistas que trascienden su ámbito y suman saberes como la literatura, la filosofía (no solo occidental) o la sociología para resolver problemas más humanos que matemáticos. Ese espíritu omnívoro, como de intelectual de otra época, lo ha emparentado en sus reflexiones sobre la justicia con el pensador igualitarista John Rawls, compañero de claustro en Harvard, o con Albert O. Hirschman, otro maestro en fundir economía con imaginación narrativa.

Aunque todo eso vendría después, los cimientos del edificio intelectual quedan ya asentados en Un hogar en el mundo (Taurus), que puede leerse como la novela de aprendizaje de un niño bengalí que vive en el seno de una familia de intelectuales los estertores del Raj británico. Viaja a la metrópoli a estudiar en la universidad de Cambridge, donde se codea con la crema de la intelectualidad europea (hay cotilleo de altura y una asombrosa comparación entre Gandhi y Wittgenstein que mejor será no destripar), y también prueba suerte en la academia estadounidense. El libro termina cuando decide volver a casa, al inicio de su etapa como profesor en Delhi.

Nacido en Santiniketan (India), se fue a los dos meses a Daca, que tras la independencia en 1947 sería la capital de Bengala Oriental y luego de Pakistán Oriental, y desde 1971 lo es de Bangladés, así que Sen pertenece a esa clase de individuos a los que el violento siglo XX obligó al cosmopolitismo. De su infancia y juventud proviene su concepción de las personas como entes complejos que trascienden a su nacionalidad, raza o sexo, lo cual le hace desconfiar de las políticas identitarias tan en boga en Estados Unidos. Sus “infantiles reminiscencias de la importancia de las mujeres en Myanmar (Birmania)”, donde vivió de los tres a los seis años, influyeron en su preocupación por la brecha de género. Y los viajes en un vapor por el río Padma alimentaron otro compromiso vital: ampliar el acceso a la educación escolar en el mundo.

La pasión por el sánscrito creció con la de la filosofía y las matemáticas, que le hicieron avanzar en el análisis de decisiones y en la teoría de la elección social que trata de conjugar las prioridades colectivas con las individuales. Una de sus aportaciones más afortunadas sostiene que la democracia es la mejor arma para combatir el hambre, pues ningún mandatario dejará que su pueblo pase por eso, o este se lo hará pagar en las siguientes elecciones. Esa idea tiene su origen en la hambruna bengalí de 1943, que causó la muerte de entre dos y tres millones de personas mientras los ingleses desviaban recursos a la guerra contra Japón. Aquellas lecciones le sirvieron en los setenta para plantear la lucha contra el hambre como un asunto multifactorial que no se resuelve solo produciendo más alimentos, sino trabajando en su justa redistribución.

Dos años antes de aquella tragedia había muerto el poeta Rabindranath Tagore, con el que el pequeño Sen tuvo una relación familiar estrecha. Su madre era amiga suya y bailó en varias de las obras dramáticas del escritor, que incluso se inventó un nombre para él: Amartya sale en sánscrito de añadir a Martya (muerte) una “A” que convertía al recién nacido en un enviado “de un lugar donde las personas no mueren”. Tal vez por eso ha pasado el año y medio de la pandemia sin cederle demasiado espacio al miedo. “Tengo un largo historial de enfermedades que incluyen dos cánceres”, recordó en la entrevista. “El primero, con 18 años. Me dijeron: ‘Hay un 15% de posibilidades de que sobrevivas cinco años’. Eso fue hace 70″. El segundo fue en 2018, de próstata.

El chico estudió en la legendaria escuela experimental que Tagore fundó en Santiniketan. “Es una pena que en Occidente se le haya reducido a su imagen mística, cuando tiene mucho que decir sobre historia, política, economía y equidad social”. Otra de sus tempranas y duraderas influencias fue Adam Smith: “Mucho más que el campeón por excelencia de la economía de mercado, fue un visionario y un humanista. Su primer libro, La teoría de los sentimientos morales [1759], es un tratado de filosofía. Junto a La riqueza de las naciones [1776] ofrece un gran ejemplo sobre cómo la vida en sociedad puede ser buena para la gente”. Sen es el resultado de contrastes como ese. En el libro cuenta que cuando recibió el Nobel le pidieron dos objetos para el museo de los premios en Estocolmo. Se decidió por una bicicleta Atlas, aún en uso desde sus tiempos de estudiante, y un ejemplar de Aryabhatiya, clásico matemático en sánscrito del año 499. Fue la manera de mostrar sus dos caras: la persona preocupada por los problemas mundanos, como las privaciones económicas, y el académico apasionado por los razonamientos abstractos, como la búsqueda de la justicia, a la que consagró en 2009 el ensayo La idea de la justicia (Taurus).

Se considera “un ciudadano de todas partes”, alguien “preocupado por el ascenso del nacionalismo, sobre todo, en países como Hungría o Polonia”. Su pasaporte dice, con todo, que es indio, pese a que podría haber conseguido la ciudadanía estadounidense hace décadas. No es militancia. “Mi país no te permite la doble nacionalidad. Si tienes otra, te quitan el pasaporte, y yo quiero seguir muy activo en la política india”. Esa actividad se centra en criticar la “gestión desastrosa” del primer ministro Narendra Modi, cuya llegada al poder en 2014 contestó con un libro (Una gloria incierta, publicado también por Taurus) y con su dimisión como rector en la Universidad de Nalanda, la más antigua del mundo, con una ventaja sobre la de Bolonia de 600 años. “Modi está tratando de reescribir la historia y, lo que es peor, quiere transformar la India, un país multicultural y multirreligioso, con hindúes, musulmanes, sijs, cristianos, budistas, parsis, jainistas, ateos y agnósticos, en una sociedad monolíticamente hindú. Eso por no hablar de la gestión de la economía y de la crisis sanitaria, desastrosa para los más pobres”. Él se define como un ateo interesado por la filosofía budista.

La mesa de comedor de la casa, llena de periódicos a medio leer, indica que Sen no ha renunciado a entender el mundo más allá de la valla del jardín, aunque solo lo logre “en parte”, y la tecnología, dice, se le resista. Le “entristece mucho” la situación en Afganistán (“La presencia internacional debió ser más corta y haber hecho más por controlar el terrorismo y por promover la educación de las mujeres”); echará de menos a Angela Merkel (aunque confía en los socialdemócratas), y observa incrédulo la distopía del Reino Unido pos-Brexit (“¡No podrán comer pavo en Navidad!”).

Está siguiendo con interés los intentos de Biden de sacar adelante sus planes billonarios de reactivación económica, que, después de todo, parece que vuelven a dar la razón a Keynes, una figura recurrente en el libro. En sus años de estudiante, las guerras económicas enfrentaban a sus partidarios contra la tribu de los “neoclásicos” (¿Él? Siempre buscó una tercera vía). “Soy más escéptico que hace unos meses sobre la recuperación tras la pandemia, aunque aún confío en que unas políticas públicas inteligentes permitirán que sea rápida. Todo lo que propone Biden es razonable”, considera. “Pero requiere más liderazgo convencer al país de su necesidad”. ¿Cree que Estados Unidos está bajando los brazos en su papel como imperio, como sugiere el historiador Niall Ferguson? “Me parece que ha entrado en un declive definitivo, pero no creo que haya renunciado; siguen interesados en ser el país más poderoso del planeta. Además, no veo a China como al nuevo imperio. Ha demostrado eficiencia capitalista, pero socavar la importancia de la democracia es una muy mala idea”.

Cuando la charla toque a su fin responderá categórico a la pregunta de si se considera un optimista: “Sí”, así se ve. También al hablar de desigualdad. “No estoy seguro de que esté aumentando. Sin duda, es enorme, pero al menos la gente es consciente y hay intentos sociales de luchar contra ella. Puede que no sea una pelea fácil, pero la batalla es importante”.

Un hogar en el mundo. Memorias está publicado por Taurus. Traducción de Carmen Cáceres, Martha Mesa Villanueva, Francesc Pedrosa Martín y Juan Luis Trejo Álvarez.

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Werner Corrales

Los resultados de las elecciones españolas del 23J dan un ejemplo de la dificultad práctica de llegar a alianzas que unifiquen a grupos democráticos para construir un gobierno sin la participación de extremistas.

La voluntad de la sociedad española se expresa en una amplia mayoría alrededor del centro, pero una ligera mayoría de votos de la izquierda y la centro izquierda vistas en su conjunto, con una gran fragmentación.

A pesar de esa fragmentación, el PSOE pudiese estar en mejor posición que el PP para armar una coalición de gobierno, independientemente de que se la califique de homogénea o “Frankenstein”.

Todo dependerá de la avidez de Sánchez por mantener el poder, que en los extremos podría llevarlo a aliarse con independentistas cerriles o herederos de organizaciones terroristas.

Lamentablemente, ni el PP de Núñez Feijoo ni el PSOE de Sánchez son capaces de ejercer el desprendimiento necesario como para abstenerse en el congreso de manera de permitir al otro, si este tiene mayoría de votos, armar un gobierno sin coaligarse con los grupos extremistas.

Un gobierno de PSOE, Sumar, Bildu, ERC y otros pequeños grupos extremistas es muy malo pero, para mi, un gobierno del PP y VOX no es mucho mejor, porque la ultra derecha española llega a muy graves extremos xenófobos, anti-autonomistas, racistas y homófobos que pueden terminar generando mucha confrontación y pérdida de visiones compartidas en la sociedad española.

Tal vez lo mejor para España sea repetir la elección popular.

24 de julio 2023

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Mohamed A. El-Erian

China fue por varias décadas un ejemplo brillante de cómo capitalizar la globalización para acelerar el crecimiento económico interno y el desarrollo. Pero ahora corre riesgo de convertirse en un cuento moralizante sobre lo que ocurre cuando se maneja mal el cambio de la globalización de benéfico viento de cola a disruptivo viento de frente.

Más allá de sus características únicas, los padecimientos recientes de la economía china son ejemplo de los problemas de crecimiento que enfrentan muchos países (desarrollados y en desarrollo). También muestran que aunque el crecimiento económico no es lo único que importa, sin crecimiento no se puede hacer gran cosa.

Se suponía que este año iba a mostrar una fuerte recuperación económica de China. En vez de eso, estos días muchos analistas se han visto obligados a volver a revisar a la baja sus pronósticos de crecimiento (y es probable que otros los secunden). Esta visión cada vez más pesimista es atribuible a tres grandes factores.

En primer lugar (como muestran los últimos datos de comercio internacional), la economía global ya no está sosteniendo la dinámica de crecimiento interno de China. En junio, las exportaciones chinas cayeron un 12,4% (medidas en dólares) y las importaciones un 6,8%, mucho peor que la previsión consensual que hablaba de una reducción del 10% y 4,1% respectivamente. Estas cifras decepcionantes son resultado de un lento crecimiento de la demanda en Europa y otros lugares y de un aumento de restricciones contra China (en particular las impuestas por Estados Unidos); esto creó un ciclo de retroalimentación que debilitó todavía más las perspectivas de crecimiento del país.

En segundo lugar, las autoridades chinas parecen indecisas entre dos métodos distintos para estimular la economía, y el resultado es una respuesta oficial bastante ineficaz. Si bien el gobierno parece inclinado a regresar a las medidas de estímulo «desde arriba» que empleó en el pasado, su implementación real ha sido limitada, por el temor a agravar ineficiencias y obstaculizar la deflación de burbujas de deuda que se está produciendo en forma generalmente ordenada en algunos sectores. Por el otro lado, la muy necesaria alternativa de liberar el dinamismo económico «desde abajo» se ve limitada por consideraciones políticas internas. El resultado es que China se encuentra atascada en el muddled middle, algo confuso que no es ni una cosa ni la otra. Y a estos problemas se suma una serie de factores estructurales, entre ellos el envejecimiento poblacional, un alto desempleo juvenil y la persistencia de áreas de excesivo apalancamiento.

En tercer lugar, la eliminación de las prolongadas restricciones derivadas de la política de COVID cero no llevó a un salto uniforme en la demanda de hogares, empresas y propiedades. En vez de eso, el proceso ha sido desparejo y más débil de lo que esperaba el pronóstico de consenso. Si bien el PIB se recuperó un 6,3% en el segundo trimestre, el crecimiento no llegó al 7,1% que esperaban los analistas.

Puesto que es probable que el crecimiento en Europa y Estados Unidos siga muy contenido por tiempo indefinido, y mientras la economía global aún no se recupera de los efectos de la oleada de subidas de tipos de interés más agresiva que hayan aplicado los bancos centrales de las economías avanzadas en varias décadas, China no puede contar con que la globalización rescate su tambaleante modelo de crecimiento. Y la inversión extranjera directa también se redujo conforme las empresas buscan diversificar las cadenas de suministro independizándolas de China. Además, hay más probabilidad de que en respuesta a las inquietudes de seguridad nacional estadounidenses aumenten las restricciones al comercio y la inversión por motivos geopolíticos.

En vez de buscar salvación en la demanda externa, China necesita prestar más atención a las fuentes internas de crecimiento económico sólido y sostenible. En esto, la implementación de las políticas viene con retraso y no está a la altura de la retórica de la dirigencia política. Asimismo, el marco de política industrial del país todavía no encuentra el equilibrio justo entre las directivas de nivel macro y la provisión de una autonomía operativa suficiente en el nivel micro.

Para no caer en la trampa de los ingresos medios en la que se han visto atrapadas muchas economías emergentes, China tiene que evitar la incoherencia en la formulación de políticas. Dicho eso, y con muy pocas excepciones, es difícil señalar alguna economía de tamaño considerable que haya conseguido eludir esta trampa en las últimas décadas.

China constituye un ejemplo especial de un país con estrategias de crecimiento que están en el muddled middle, pero no es el único que corre riesgo de caer en una trampa de crecimiento. Hoy los países desarrollados y los países en desarrollo enfrentan un riesgo de estancamiento económico (o peor, de retroceso) similar.

Con la excepción de Estados Unidos, pocas economías con influencia sistémica han reconocido la importancia de darles una revitalización integral a sus estrategias de crecimiento. E incluso en Estados Unidos, donde las acciones recientes del gobierno van en el sentido de estimular un crecimiento más sostenible, el proceso todavía puede interrumpirse si la Reserva Federal vuelve a equivocarse en sus políticas.

Estos últimos dos años, Gordon Brown, Michael Spence, Reid Lidow y yo hemos debatido estrategias que permitan a los gobiernos crear el crecimiento inclusivo, duradero y sostenible que se necesita para satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus ciudadanos. Los resultados de estas deliberaciones se presentan en nuestro próximo libro Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World, que se publicará en septiembre.

Nuestra idea es sencilla. Apelando a la reducción de variables, hemos identificado un conjunto manejable de acciones centradas en tres áreas clave: rediseñar modelos de crecimiento estancados y cada vez más ineficaces, mejorar la gestión económica nacional y fortalecer las respuestas internacionales y la coordinación global de políticas. Estamos firmemente convencidos de que un conjunto detallado de medidas realistas y viables puede revertir una serie de fenómenos prolongados preocupantes, entre ellos la pérdida de crecimiento y productividad, el aumento de la desigualdad y una fragilidad financiera elevada.

Nuestros hallazgos son aplicables no sólo a China y a otros países en desarrollo, sino también a los grandes países desarrollados, donde los problemas internos y un involucramiento global insuficiente debilitan su bienestar económico y social y la estabilidad del sistema internacional. A pesar de las políticas erradas que nos dejaron en la trayectoria actual, ahora tenemos una oportunidad de escuchar las enseñanzas del pasado y del presente y trazar una senda más prometedora para las generaciones futuras.

Traducción: Esteban Flamini

20 de julio 2023

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/fixing-the-fractured-global...

 5 min


Grace Piney

Conocido en toda América y España, el prolífico escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner decidió una muerte digna es un acto de libertad individual y de respeto a la vida, a la vida vivida y a la de las personas con quienes la vivió. Es un acto consecuente en su idea de los derechos individuales. Esa es la base de este tema.

En su último texto el escritor Carlos Alberto Montaner pide un debate sobre el derecho a la muerte asistida: la eutanasia. Hace años, tuvimos esta conversación porque teníamos una amistad llena de confidencias y complicidad. A veces ocurre entre un escritor y el editor de uno de sus textos más intimistas. Él prometió “avisarme” y yo prometí escribir este texto. En aquella ocasión, en el salón de mi casa en Madrid, con una taza de té en la mano mientras editábamos “La mujer del Coronel”, dijo que tenía una pistola lista para usar si llegaba el momento. La edición de ese texto lo tenía exultante de gozo. ¡Nunca lo vi tan plenamente feliz! No hablaba una persona en el medio de los baches de la vida.

Le dije: “Hay formas más civilizadas. Imagina la escena en la que tu familia encuentra un cuerpo destrozado por el impacto de una bala. ¿De verdad quieres eso?”. Los argumentos de índole religiosa no tenían sentido para él. Disfrutaba el intercambio conmigo especialmente porque soy católica, una persona comprometida con Dios y con la Iglesia. Podía ser muy provocador porque era un polemista por naturaleza, hasta después de muerto. Montaner había superado una cirugía y llevaba un marcapasos; era sobreviviente de cáncer y mantenía a raya los posibles efectos de la diabetes. En ese momento, esos eran sus achaques, que “atesoraba con cariño”, como solía decir.

Hace más de diez años ¡y ya se sentía listo para partir! Decía que ya había cumplido, que estaba en paz. Vivió más intensamente de lo que se pueda imaginar porque, además de la vida real tenía el mundo infinito que nos regala la creación literaria. Montaner fue un hombre de palabra(s) y de compromisos. Se conoce mucho más su obra como periodista y como politólogo, pero su verdadera pasión era la narrativa.

Vivió incluso intentos de asesinato porque, aunque fue una persona muy pública y de muchos amigos, tenía también muchos (y peligrosos) enemigos. Conocía la Muerte y tenía una relación cordial con ella. Pedir una muerte digna es un acto de libertad individual y de respeto a la vida, a la vida vivida y a la de las personas con quienes la vivió. Es un acto consecuente en su idea de los derechos individuales.

Esa es la base de este tema. Estimado lector: No me malinterpretes, no te estoy empujando al suicidio, ni Montaner tampoco. La vida es bella y siempre puedes encontrar razones para vivir. Pero, cuando la vida pesa más que la muerte, decidir tocar el botón que la apague debería ser un derecho reconocido como tal. La muerte asistida no se aplica a personas que se aburrieron de esta vida. Técnicamente, no es un suicidio. Y no se dispensa como aspirinas sin receta.

¿Sabes qué cantidad de suicidios ocurren cada año en los países desarrollados? La mayor parte de ellos de manera violenta, conllevando enorme sufrimiento. Y aparte, están los intentos de suicidio sin éxito que dejan secuelas con las que vivir se hace más difícil. Me alegra que Montaner haya recurrido a la vía más civilizada. El hecho de que en Estados Unidos no sea legal la eutanasia lo forzó a regresar a España “para morir”.

En Estados Unidos es legal la tenencia de armas y usarlas para matar en defensa propia; lo es la pena de muerte (que se ejecuta por medio de inyección de un cóctel de fármacos) y lo es el aborto. Todos estos casos implican matar a otro. Es legal retirar la asistencia vital cuando el paciente presenta muerte cerebral y debe ser aprobada por un familiar o persona designada.

Sin embargo, el haber hecho un intento de suicidio puede negar el acceso a un empleo y la muerte por suicidio anula los beneficios que podría recibir la familia si el occiso hubiera tenido seguro de vida. En resumen, es legal determinar la muerte de otro pero no la propia. Las dos únicas posibilidades de decidir sobre uno mismo son rechazando las maniobras de resucitación en caso de accidente o enfermedad y negándose a recibir tratamiento médico.

Probablemente Estados Unidos no esté listo para este debate. Pero la sociedad estadounidense tiene varias asignaturas pendientes con respecto al derecho a la vida ¡y a la muerte! La muerte asistida implica pasar de la vida a la muerte con tranquilidad, sin dolores y en paz. Implica que las familias se preparan para el proceso y para superarlo. El respeto a la libertad individual tiene que reconocer el derecho a decidir morir dignamente, sin dolor y sin sufrimiento.

Echaré de menos a Montaner el resto de mi vida, como muchos de sus amigos. Pero defenderé su derecho a morir incluso si no estuviera de acuerdo con su decisión.

29 de julo 2023

El Nuevo Herald

https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article277640768.html

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Humberto García Larralde

El pasado 20 de julio, el antropólogo Víctor Rago asumió el cargo de Rector de la Universidad Central de Venezuela, junto a quienes forman el nuevo equipo rectoral electo el pasado 9 de junio. Enhorabuena. Si bien es ocasión de celebrar, pues la UCV llevaba unos quince años sometida a una absurda disposición aprobada por el chavismo que impedía el ejercicio de sus potestades autonómicas para renovar, con base en criterios académicos, a sus autoridades, es obligado hacer referencia, también, a los formidables desafíos a que tendrán que afrentar los recién elegidos, incluyendo decanos y demás representantes del gobierno universitario.

Destaca, en primer lugar, la terrible situación que ha resultado del acoso y de la desidia de un Estado dominado por el chavismo contra las universidades nacionales. Años de agresión física, destrozo y de robo de activos de la institución a mano de bandas forajidas identificadas con el régimen –computadoras, equipos de laboratorio, colecciones valiosas, insumos, instalaciones diversas, incluidas las estaciones experimentales, y enseres de todo tipo--, han asestado un duro golpe a las posibilidades de realizar sus elevadas funciones académicas de docencia, investigación y extensión con base en los criterios de excelencia que las deben inspirar.

Pero también hay que recordar las agresiones contra personas –estudiantes, profesores, empleados, incluso contra miembros del equipo rectoral—que buscaron sofocar, imponiendo un reino de terror, la naturaleza crítica que, por excelencia, debe poner de manifiesto toda universidad que se valore como tal.

Luego está el cercenamiento progresivo de sus potestades autonómicas con dictámenes judiciales y la confiscación por parte del Ejecutivo Nacional de manejos administrativos que son propios de toda institución autónoma. Finalmente, resalta la ignominiosa postración a la que se le ha intentado llevar mediante una asfixia presupuestaria progresiva, aplicada con saña y alevosía. El elemento más criminal de ello son los sueldos de hambre a que fueron sometidos profesores, empleados y trabajadores, con la clara intención de quebrar la dignidad y el aprecio con los que deben ejercer sus funciones. Ello no soslaya, empero, el daño causado por la falta de recursos con los cuales mantener adecuadamente las instalaciones universitarias, como por la incapacidad de reponer y ampliar su dotación de equipos científicos y administrativos.

Cabe señalar que este cúmulo de ataques no puede simplemente despacharse cómo la agresión típica de toda dictadura militar contra una institución que, por su esencia, le corresponde ser crítica ante las arbitrariedades, injusticias y escamoteos de la verdad ejercidas desde el poder. Tampoco deben relativizarse haciendo referencia a las asignaciones recientes del Ejecutivo para reparar y mantener aspectos de su infraestructura. No debe olvidarse que la Ciudad Universitaria de Caracas, obra magistral del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la UNESCO. Mal haría un régimen que aspira romper su aislamiento internacional no mostrar su “interés” en cuidar de sus instalaciones. Pero estas escasas carantoñas no pueden esconder el terrible quebranto del acervo científico, humanístico, tecnológico y cultural de las instituciones de Educación Superior bajo la égida del régimen fascista chavo-madurista.

Un video que circula recientemente por las redes muestra los espantosos niveles de destrucción de lo que queda de la Universidad de Oriente (UDO): edificaciones, laboratorios, auditorios y campos deportivos reducidos a escombros, como si hubieran estado sometidos a bombardeos. Otras reseñas, referentes a la situación de la Universidad del Zulia (LUZ) y la de Los Andes (ULA), ponen de manifiesto también destrozos inaceptables de sus instalaciones, aunque quizás no en grados tan lamentables como los de la UDO.

Y no hay que aventurarse mucho para entender que, más allá, la víctima central de estas agresiones ha sido la nación venezolana. La generación de conocimientos, la formación de talentos y la interacción provechosa con la frontera internacional de saberes son indispensables, hoy, para un crecimiento económico sano y justo, la contención del cambio climático, el resguardo del ambiente y la dotación de condiciones de vida dignas, en lo material como en lo espiritual, a la población. Pero en Venezuela, el valiosísimo instrumento que representan las universidades de excelencia, interlocutoras imprescindibles con los avances de la humanidad y agentes ideadas para convertirlos en palancas positivas de cambio y de progreso, son arrasadas.

Tanto escuchar mencionar a la Sociedad del Conocimiento para que una oligarquía militar-civil ignorante y primitiva mantenga aplastada, precisamente, las casi únicas antenas de que dispone el país hacia tan indispensable ingrediente del bienestar: el conocimiento. En momentos en que la destrucción de lo que fue una vez una industria petrolera pujante y eficiente deja al descubierto la enorme vulnerabilidad que representó depender de ella como sostén de nuestra prosperidad, merece calificarse como crimen de lesa humanidad del régimen haber llevado a nuestras universidades al estado en que se encuentran hoy. Cómo revertir este proceso es, por tanto, el gran desafío.

En lo inmediato, es menester encontrar la forma de mejorar, aunque sea algo, las miserables remuneraciones a las que se ha visto condenado el personal académico y de apoyo. Debería ser preocupación central del Ejecutivo, pero dada la destrucción de la economía y la inquina del fascismo hacia fuentes de conocimiento autónomas que cuestionen sus “verdades”, es dudoso esperar una mayor dotación presupuestaria para las universidades y mejores sueldos a quienes en ellas laboran. Pero hay que insistir. Podría explorarse la concertación de planes para sincerar la nómina y reducir personal redundante. El Estado no puede desentenderse de esta responsabilidad. Lamentablemente, los ambiciosos proyectos de las zonas rentales de Caracas y Maracay habrán de aguardar mejores tiempos.

Fuentes independientes de recursos, como la generación de ingresos propios por la venta de cursos de especialización (“diplomados”), asesorías y servicios especializados, como el alquiler de espacios y equipos, promoción de eventos, desarrollo de parques tecnológicos y/o de incubadoras de empresas, etc., deben promoverse donde sea posible. La flexibilización de la normativa respectiva debe ocupar la atención de las nuevas autoridades.

Más allá, es necesario profundizar los vínculos de la UCV con universidades y centros de investigación nacionales e internacionales, agencias de cooperación, la UDUAL y otras asociaciones universitarias, para compartir proyectos de investigación, postgrados integrales, convenios de doble titulación, etc., que extiendan el nombre y alcance de nuestra Alma Mater más allá de lo que permiten los magros recursos con las cuales se la ha dejado.

Para profundizar en este afán no hay otro camino que el de continuar y profundizar la rigurosidad y el apego a la búsqueda independiente de la verdad, con la que toda institución académica con pretensiones de excelencia debe abordar su misión. Ésta no se define, claro está, por su oposición al régimen, pero si se identifica con la prosecución de los fines más nobles de la humanidad a través de su labor creativa y la defensa de los valores de justicia, libertad e inviolabilidad de los derechos básicos del ser humano.

La Universidad Central de Venezuela exhibe un rico historial al respecto, del cual nos sentimos orgullosos los UCVistas. En tal sentido, los aportes de las universidades al enriquecimiento de la democracia, tanto en la solución de problemas diversos de la población como en su elevación espiritual y cultural, han sido muy positivos. ¡Ojalá existiesen posibilidades de llegar a acuerdos con el Estado venezolano para fortalecer estos atributos! Lamento tener que concluir que, para ello, tendría que existir otro gobierno, pues el actual ha mostrado encarnar su antítesis.

De manera que el desafío central de las nuevas autoridades de la UCV es cómo sobreponerse a este clima de penurias, adversidades y atraso al que, infortunadamente, ha provocado la oligarquía en el poder, para sostener su elevada misión académica con la mayor libertad y consecuencia posible. Confiemos en que las nuevas autoridades, con el apoyo activo de la comunidad, exhiban las convicciones, firmeza de decisiones, pero también, la requerida prudencia, para conducir exitosamente a la institución en esta dirección, en tan menguada hora para el país. Su misión se resume en seguir siendo fiel al impar lema de “la Casa que vence la sombra”. Nuestros mejores deseos porque así sea.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

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Andrés Cañizález

Venezuela se aproxima un nuevo ciclo electoral signado por la incertidumbre, la falta de condiciones electorales y el evidente desinterés de gran parte de la comunidad internacional sobre la prolongada e irresoluta crisis venezolana. Junto a esto, se evidencia una nueva oleada migratoria de venezolanos, que parece originarse por la combinación de condiciones socioeconómicas adversas y una desesperanza en torno a posibles mejoras individuales o la ausencia de una perspectiva de cambio democrático dentro del país.

Me detendré brevemente en las tres aristas mencionadas en el párrafo inicial, para luego presentar tres posibles escenarios electorales para 2024. En primer término, lo que define este tiempo, en relación con elecciones, es la incertidumbre. Estados Unidos y la Unión Europea (UE) piden elecciones presidenciales en 2024, el régimen de Nicolás Maduro a través de varios referentes ratifica que sí habrá y los principales actores opositores están activados, desde ya con unas primarias de cara a escoger un candidato unitario. Todos parecen estar de acuerdo, pero no hay ni un calendario ni una fecha definidos, mientras que el Consejo Nacional Electoral (CNE, el ente oficial que organiza los comicios) está acéfalo por decisión reciente del propio chavismo y por tanto inoperativo, hasta nuevo aviso.

A esta falta de decisiones que ayuden a trazar una hoja de ruta, se suma la falta de condiciones electorales. Están sobre la mesa un conjunto de recomendaciones que hiciera una misión de observación electoral de la UE en 2021, pero no hay anuncios de si estas efectivamente se van a incorporar al sistema y al próximo proceso electoral. Están, además, las inhabilitaciones contra un grupo de candidatos opositores. Se trata de medidas administrativas, en su gran mayoría reñidas con lo que establece la Constitución, pero constituyen de facto impedimentos reales para que un aspirante inscriba su candidatura ante el CNE. Tanto las condiciones como las inhabilitaciones forman parte de negociaciones que ocurren de manera taciturna a tres bandas: gobierno de Maduro y gobierno de Joe Biden (con canales directos de comunicación entre Washington y Caracas); gobierno de Maduro y representantes de la Plataforma Unitaria, una suerte de herencia de la extinta Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que llevó a la oposición a su más importante triunfo en las elecciones legislativas de 2015.

No hay, a fin de cuentas, aún un acuerdo claro y refrendado por todos los actores involucrados sobre cómo construir la ecuación elecciones y sanciones. El chavismo plantea que no irá a elecciones con sanciones, eso significa que primero Estados Unidos debería levantar restricciones económicas y comerciales, principalmente a Petróleos de Venezuela; el Consejo de Seguridad Nacional quien lleva la vocería en este caso, más que el Departamento de Estado, plantean un proceso paulatino de levantamiento de sanciones a cambio de mejores condiciones para que los opositores participen en 2024.

Todo esto ocurre en medio de un cada vez más notable desinterés de la comunidad democrática internacional sobre el devenir de Venezuela. Estados Unidos, UE y Canadá siguen presionando por elecciones, pero sin encontrar eco entre países de América Latina. Colombia y Argentina, que en determinados momentos asomaron intenciones de jugar un papel más activo han pasado a ser invitados en las iniciativas de otros, como quedó en evidencia en la reunión de Bruselas, al margen de la Cumbre UE-CELAC, donde la voz cantante entre los jefes de Estado presentes en ese petit comité la tuvo el francés Emmanuel Macron. Brasil, entretanto, con el regreso de Lula da Silva y su abordaje sobre Venezuela parece más enfocado en sacar rédito interno, para su país (por ejemplo, con el tema energético), y para la internacional anti-EEUU, que en construir una salida democrática que favorezca a los venezolanos.

Posibles escenarios en esas elecciones de 2024.

1) Unos comicios no competitivos. El chavismo sabe que si abre cualquier compuerta de libre elección esto se revertirá en su contra y por tanto antes de las elecciones usando diversos artilugios descabeza cualquier opción política con chance de ganarle. Finalmente concurre, como en 2018, una oposición leal que no podrá en riesgo la continuidad de Maduro en el poder.

2) Unos comicios semi-competitivos. Como parte de su proceso de negociación con EEUU y la UE, el chavismo accede a quitar inhabilitaciones a algunos actores opositores y no a otros, con el fin de dividir a sus adversarios, y abre la puerta para que algunos líderes nacionales independientes se presenten en los comicios, sabiendo que un voto disperso le podría mantener en el poder, siendo la principal minoría.

3) Unos comicios competitivos. En este momento es el escenario menos probable, y necesariamente debería estar precedido de un quiebre o fisura en el estamento político-militar. La transacción planteada por la Casa Blanca de condiciones electorales a cambio de quitar sanciones funciona. La candidatura más votada en las primarias de la oposición se inscribe en las elecciones presidenciales, y esto consolida una sólida movilización ciudadana que tiene un objetivo claro: elecciones. En el transcurso de esa campaña electoral, diversos gobiernos de América Latina le ofrecen protección y/o asilo a quienes saldrán del poder, como garantía de que acepten los resultados.

Mi pronóstico es que sí habrá elecciones en 2024. El régimen de Nicolás Maduro como cualquier autoritarismo que concurre a unos comicios hará todo lo que esté a su alcance para perpetuarse en el poder, por tal razón veo con más posibilidades de ocurrir a los escenarios 1 o 2, según transcurran las negociaciones con Washington. Un elemento preocupante, en cualquier escenario, es que tal vez muchos países y organismos internacionales -agotados por la falta de salidas democráticas- terminen validando como legítimas unas elecciones que no lo sean del todo, básicamente para “pasar la página” en relación con Venezuela y terminar asumiendo que, a fin de cuentas, Nicolás Maduro ocupa el poder después de que tuvieron lugar unas elecciones.

31 de julio 2023

https://www.cadal.org/publicaciones/articulos/?id=15341

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