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Carabobo, doscientos años después

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Paradójicamente, cada cien años, nos ha tocado conmemorar en tiempos de Dictadura, de opresión y de sometimiento colectivo, el aniversario de aquella batalla que nos dio la independencia en el Campo de Carabobo.

En efecto, en 1921, con motivo del primer centenario, el tirano JUAN VICENTE GÓMEZ, era quien detentaba el poder de la República liberada en el campo donde se escenificó el combate decisivo entre los Realistas y los Patriotas en la lucha por la independencia. En aquel año, el Benemérito, como se hacía llamar el General andino, ordenó levantar allí “…un monumento para perpetuar el recuerdo imperecedero del magno hecho de armas, digno de los vencedores de aquel campo inmortal” fraseología rimbombante recogida en el texto del decreto respectivo matizado por esa narrativa grandilocuente, propia de la historiografía oficial que durante más de la mitad de la existencia de la república, ha impuesto la bota militar en ejercicio del poder, cobijada bajo la iconografía de los héroes de nuestra nacionalidad. En cumplimiento de aquella decisión, el mismísimo General, inauguró en el campo de la batalla de Carabobo un Arco de Triunfo en diciembre de 1930.

Hoy, en el segundo bicentenario de aquel memorable acto de guerra libertaria, un Dictador vuelve a dejar su impronta totalitarista en la sagrada sabana de Carabobo, avanzando en la falsificación de la historia patria como herramienta de la desesperanza aprendida capaz de enervar los valores sociales y familiares imbricados en el imaginario colectivo venezolano.

Cada Dictadura en Venezuela ha cultivado sus antivalores propios, que usualmente son la negativa del legado de los padres fundadores, aun cuando se valgan de la exaltación de la gesta emancipadora para rubricar todos sus actos oficiales. Por eso, este Régimen sin rubor alguno, festejará el bicentenario de Carabobo con el llamado “Primer Encuentro Cultista de Santería” que más que un evento cultural se trata de un episodio la transculturización producto de la cubanización del país.

¿Por qué a tan solo dos siglos de la lucha de emancipación este trágico hado de nuestro destino nos ha llevado a esta tragedia de la pérdida del sello independentista de Carabobo? Sería importante hoy, como un acto individual de patriotismo, respondernos esa pregunta de cuya respuesta depende que nuestros descendientes puedan celebrar en democracia el próximo centenario de ésta efemérides.

Venezuela en agonía

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Editorial

Atiborrados de carísimos equipos rusos de combate, ataque y defensa, los militares venezolanos de hoy han cambiado la ya vieja pero siempre gloriosa historia de forjadores de libertades por la vergüenza de patria despedazada entre ocupantes invitados con los brazos abiertos y codicias egoístas para las cuales la patria es una emoción falsa usada como pretexto para llenar bolsillos.

La república sólo tiene de bolivariana el adjetivo ignorante de la verdad, los venezolanos hemos terminado siendo simples revisores de viejas fotos y protagonistas de adjetivos sin sustantivos, mendigos de bolsas de comida barata y de bonos consolidadores de la miseria, con militares que saben desfilar, maestros del orden cerrado, pero que no tienen la preparación para derrotar a los bandidos y políticos que prefieren la foto o el video y algunas palabras en los medios a la difícil grandeza del compromiso con el país.

Bolívar murió ahogado por la decepción envuelto en una camisa prestada porque su motivación fue siempre la libertad de todos y a esa gloria sacrificó dinero y posesiones, los dirigentes de ahora se envuelven en el dinero y las posesiones y se apagan luces con mentiras que los venezolanos toman por verdades en desarrollo.

Bolívar es un fantasma como una película de ayer, la Venezuela de hoy es sólo la agonía del enfermo terminal que se muere, lo siente y no quiere, pero no sabe cómo revivir. Ya no somos un pueblo de forjadores de libertades sino de sostenedores de tiranías.

https://www.analitica.com/el-editorial/venezuela-en-agonia/

Las barbas del vecino ardiendo

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Editorial

No tenemos la menor duda, a estas alturas, que Colombia está siendo utilizada como laboratorio de pruebas para una izquierda latinoamericana empecinada en acceder al poder por la vía de la violencia, tras sus fracasos en Cuba, donde comienza a agonizar, y en Venezuela, donde por haberse institucionalizado con la torpeza como bandera, la violencia es su arma pero no su conveniencia. La que espera confiada la resurrección ética de Lula Da Silva y la definición de mando de Cristina Kirchner. La que tropezó en Ecuador y empieza a temer un nuevo fracaso ciudadano en Perú.

Colombia ha sido por décadas una gran democracia trabajadora y progresista, la gran defensora del emprendimiento privado y la confiabilidad de sus trabajadores, sentada sobre volcanes de violencia, unos humeando y gruñendo en los campos, ya con lava en Venezuela, y la que está quieta pero no dormida en el resto del país. Un Yellowstone suramericano.

El problema en Colombia es que esa violencia de repente dejó de ser lejana, guerrillera y narcotraficante, y surge como lava social, como hartazgo ciudadano. Y de cómo termine, depende en mucho el futuro social latinoamericano. Si es que un gobierno amenazado y nervioso no termina de comprender que la paz no viene con las armas en la mano, sino con ajustes socioeconómicos tan sonoros como las explosiones.

https://www.analitica.com/el-editorial/las-bardas-del-vecino-ardiendo/

Guaidó dio un paso al frente

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Editorial

En su intervención de ayer martes, en la que invocó la necesidad de un acuerdo nacional para resolver la grave crisis por la que atraviesa nuestro país, Juan Guaidó señaló que era necesario buscar soluciones realistas y viables para recuperar la democracia y que para lograrlo se requiere negociar, pero no de cualquier manera, sino con la participación de todos los venezolanos, apoyados por la comunidad internacional, y que esta no se convierta en otro esquema gatopardeano, en el que se de la ilusión de un cambio para que todo permanezca igual.

Guaidó dejó muy clara la idea de que Venezuela requiere un acuerdo de salvación nacional que debe darse entre las fuerzas democráticas del país, el régimen y la comunidad internacional, y que eso se lograría si se establece una convocatoria de elecciones libres presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales, con observación y respaldo internacional.

Además hizo énfasis en que se requiere una masiva ayuda humanitaria y un amplia campaña de vacunación contra la Covid-19.

También es indispensable que haya garantías democráticas para todos los actores, las fuerzas democráticas por un lado y el chavismo por el otro, con mecanismos para iniciar la reinstitunalizacion del país; la liberación de todos los presos políticos y el regreso de los exiliados, y algo muy importante, la necesidad de establecer una justicia transicional.

Un punto importante de su intervención fue que se deben suministrar incentivos y garantías al régimen, que pudieran llegar a la eliminación progresiva de sanciones, siempre y cuando cumplan con los términos establecidos en el acuerdo.

Tendió puentes a los otros líderes opositores para que puedan medirse, pero observó que, sin un acuerdo unitario, el régimen hará lo que sea para seguir dividiendo a las fuerzas democráticas, dejando entender que esta propuesta que presenta al pueblo venezolano tiene un alto respaldo de la comunidad internacional.

Es la hora de que los venezolanos pensemos en cómo construir un mejor futuro y poner a un lado las luchas intestinas, que no nos han dejado sino división, frustración y desesperanza.

Creemos que la propuesta de Guaidó es razonable y vale la pena apoyarla, esperando que el régimen no la estropee de nuevo posteando la mesa. Esto si es un paso al frente, que va mucho más allá que el nombramiento de un nuevo CNE, porque se dirige a todos los venezolanos sin exclusión.

Washington y el mundo libre no reconocen a Juan Guaidó por una casualidad

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Editorial

Es fácil llenarse la boca señalando que Juan Guaidó es una simple marioneta de Leopoldo López o, en el más generoso de los casos, de un muy mentado G4 integrado por los titiriteros de 4 partidos opositores.

Es fácil ser un mediocre e inventarse una asociación civil, nombre que hoy viste mucho, y lanzar reclamos al hombre que se puso o lo pusieron –la diferencia hoy no es importante- para que diera la cara por el creciente número de ciudadanos disconformes con el persistente desastre castrochavista que, a falta de Hugo Chávez, preside Nicolás Maduro con el beneplácito de la Cuba cargada con sesenta años de represión y miseria, la China poderosa que disfraza con empresas mixtas y dinero el férreo control del Partido Comunista, la Rusia asesina de opositores de un Vladimir Putin que lleva veinte años aferrado al poder, de un Irán hundido en un fanatismo religioso medieval y, por su fuera poco, por los bandidos asesinos y secuestradores que hacen fortunas con la producción y distribución de drogas y, de unos años para acá, con el control de tierras y minas venezolanas.

Cada quien puede o no estar de acuerdo con las propuestas de esos cuatro y otros partidos que se oponen al actual castromadurismo, y que se han estado jugando el tipo desde que Hugo Chávez, fascinado por Fidel Castro, se adueñó del poder con el voto mayoritario de una sociedad por una parte hipnotizada por la antipolítica, y por la otra confiando en medios de comunicación y empresarios que apoyaron a Chávez pensando en ellos mismos.

Pero aquél demagogo que cantaba rancheras y mostraba su machismo en público engañó a todos por igual –excepto a Fidel Castro, que era el ídolo de su mente ramplona y mal formada- y se dedicó a derrochar dinero como heredero loco pedaleando en medio de la corrupción y la ignorancia como mérito.

Ya entonces, justo es recordarlo, hubo venezolanos que se le enfrentaron, muchos de ellos dirigentes y militantes de partidos políticos que también cometieron errores pero jamás dieron la espalda, que pusieron los presos políticos, los torturados y los muertos, y que hoy siguen siendo las grandes barreras contra la tiranía absoluta.

No se trata entonces de si Juan Guaidó será Presidente, o si lo será María Corina Machado o cualquiera de los dirigentes que hoy se enfrentan a la tiranía. Se trata de que nuestro deber de víctimas de la injusticia de una dictadura que nos arruina es darles respaldo, y ése es un acto de decisión y conciencia personales.

No será la multitud de asociaciones civiles de todo tipo que parecen ser la nueva moda de los buscadores de lucimiento quien pondrá punto final a la opresión. Seremos los ciudadanos como comunidad, y los partidos políticos como representación civil, quienes ya lo estamos haciendo. No es tarea fácil, no la compliquemos más con orgullos personales.

La comunidad internacional no reconoce como Presidente interino –calificativo éste que él, sus partidos y cada uno de nosotros debe subrayar- por él mismo, sino porque representa lo que realmente importa y la tiranía no puede dar: la legitimidad y permanencia de las instituciones.

Si no nos agarra el chingo, nos agarra el sin nariz

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Editorial

Votar es un derecho, pero no es un deber. Por lo visto los venezolanos tenemos derecho a votar pero no a elegir, ni a que nuestra voluntad sea respetada. Veamos:

En las elecciones parlamentarias del 4 de diciembre del 2005, la oposición se negó a participar. Sus técnicos habían demostrado que las máquinas de votación guardaban los votos en orden de emisión, cosa que había negado el CNE, y con lo cual no se garantizaba el secreto del voto. Además, como no había acceso a los detalles del conteo sino solo a los totales regionales, quedaba en duda la veracidad de los resultados. Finalmente, fue el TSJ quien designó a los rectores del CNE, nombrándolos únicamente entre partidarios del gobierno. Esas fueron, entre otras, las razones por las cuales AD, Primero Justicia, Copei y Proyecto Venezuela se negaron a participar por falta de garantías.

“Que se vayan al carajo” declaró José Vicente Rangel. Por supuesto, el oficialismo arrasó en aquellos sufragios y logró un control total del Parlamento. Por su parte Chávez declaró: “Los errores políticos se pagan”.

En los años siguientes se desató en aquel Congreso, de dudosa legitimidad de origen, un carnaval de leyes oficialistas que alteraron profundamente la estructura legal venezolana.

Pero Chávez no se conformaba. Quería modificar su propia Constitución de 1999, para transformarla en otra abiertamente socialista. Para ello convocó un Referendo Constitucional que habría de tener lugar el 2 de diciembre del 2007.

Aquel referendo se transformó en la primera derrota del chavismo. El pueblo no quería una Constitución socialista. El rechazo fue abrumador y un Chávez (con los nudillos destrozados según se dice por haber golpeado enfurecido las paredes ante la exigencia de los militares de que reconociera la derrota) se vio obligado a aceptar el fracaso. Aunque el CNE reconoció la “tendencia irreversible”, interrumpió el conteo de los votos para que no se conociera la verdadera magnitud del descalabro.

Como mal perdedor Chávez anunció: “Es una victoria de mierda … No retiro ni una sola coma de esta propuesta, esta propuesta sigue viva”. Y siguió adelante con su proyecto socialista ignorando claramente la voluntad expresada por el pueblo.

En las elecciones del 6 de diciembre del 2015 para la Asamblea Nacional, la oposición ganó 112 diputados y logró el control total del Parlamento. A pesar de que los diputados electos ya habían sido proclamados por el CNE (que felicitó al pueblo por “el triunfo de la democracia”), el TSJ desconoció la elección de 3 diputados del Estado Amazonas, para así robarles la mayoría calificada de las 2/3 partes de los escaños. Después, como si fuera poco, el mismo TSJ declaró a la Asamblea en “desacato”, figura no aplicable conforme la Constitución.

En abril del 2016, basándose en el Art 72 de la Constitución, se recabaron las firmas para exigir un referendo revocatorio contra Maduro. El oficialismo se opuso, alegando “firmas planas”. Convoca entonces el CNE un nuevo proceso de recolección de firmas. La oposición obtuvo 1,8 millones de firmas para exigir la realización del Referendo Revocatorio, a pesar de que sólo se requerían 200.000. Impúdicamente el CNE paralizó la convocatoria al Referéndum en claro desconocimiento a la Carta Magna.

En diciembre del 2020 tuvieron lugar nuevas elecciones parlamentarias. Ante Ia falta de garantías la oposición se negó una vez más a participar. El TSJ no sólo había designado (sin tener atribuciones para ello) a los miembros del CNE, sino que además intervino a los principales partidos de la oposición designándoles autoridades sumisas al régimen.

Las principales democracias del mundo, incluyendo a la Unión Europea, el Reino Unido, Canadá, EEUU, la OEA, el Grupo de Lima, Japón y muchas otras desconocieron los resultados por no haberse cumplido con estándares internacionales.

Pero el régimen sigue tan campante y tiene ahora la desfachatez de pretender convocar elecciones regionales y sugerir, en todo caso, un nuevo Referendo Revocatorio contra Maduro para el 2022. Repetimos lo que alguna vez dijo Churchill, “si olvidas el pasado, no tienes futuro”.

Si la oposición participa en las elecciones y triunfa, el oficialismo desconoce o desvirtúa, por una vía o por otra, el triunfo. Si no participa, el oficialismo arrasa con todo, a pesar de la ilegitimidad de su victoria, sin detenerse en limitaciones de orden constitucional.

¿Es esto una democracia? Si no nos agarra el chingo nos agarra el sin nariz.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

Autodeterminación y sanciones

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El principio de libre determinación de los pueblos se basa en el derecho internacional público y se encuentra en la Declaración de las Naciones Unidas.

El derecho a la autodeterminación permite a los pueblos decidir libremente su condición política, sus propias formas de gobierno, desarrollo económico, social y cultural, al igual que estructurar libremente sus instituciones, sin intervención externa, siempre y cuando los derechos esenciales de las personas sean respetados y los gobiernos emanen de la voluntad popular.

Antiguamente los príncipes alegaban tener derechos de origen divino y por tanto se consideraba que podían ejercer plenamente la soberanía en los territorios que gobernaban. Su voluntad era la ley.

Eso cambió con la Revolución Francesa. Hoy en día la soberanía proviene del pueblo, tal como lo establece nuestra Constitución en su artículo 5, el cual reza textualmente:

“La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público. Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”.

Mal puede un gobierno alegar el principio de autodeterminación frente a otros Estados cuando le niega a su pueblo el ejercicio de esa soberanía conforme a lo establecido en su Constitución.

Cuando el derecho al sufragio -claramente previsto en el Art 63 de la Constitución- queda restringido al encarcelar, inhabilitar o exiliar a los líderes opositores, al ilegalizar a los partidos de oposición, al valerse de una justicia amañada para apoderarse de las organizaciones opositoras, al permitir concurrir sólo a los candidatos opositores sumisos o cuando no existe transparencia ni credibilidad en los mecanismos para contar los votos y por el contrario hay la percepción generalizada de fraude, ya no es factible decir que tal gobierno emana del pueblo.

Por eso las democracias más respetadas del mundo desconocieron las elecciones del 6 de diciembre del 2020. Se trató de comicios que no cumplieron con estándares internacionales y que sólo sirvieron para para que el régimen confiscara otro de los poderes.

Cuando esas cosas ocurren deja de existir la democracia y surgen gobiernos que, para mantenerse en el poder, se valen cada vez más de la fuerza.

En su “Contrato Social”, Rousseau afirmaba: “ la fuerza no constituye derecho, y únicamente se está obligado a obedecer a los poderes legítimos” .

John Locke -Siglo XVII- señalaba que la soberanía emana del pueblo y que el Estado tiene como misión principal proteger las libertades individuales de los ciudadanos. Abordaba también Locke al principio de la separación de los Poderes. La autoridad del Estado se sostiene en los principios de soberanía popular y legalidad. El poder no es absoluto sino que ha de respetar los derechos humanos.

En Venezuela la violación reiterada a los Derechos Humanos ha sido ratificada por Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las ONU para los DDHH.

La libertad de expresión está fuertemente restringida y en cuanto a libertades económicas se nos ubica al nivel de Cuba y Corea del Norte. La economía ha sido destrozada en medio de casi 40 meses de hiperinflación y una caída del PIB que ya nos ubica entre las dos naciones más pobres del continente, en tanto que la corrupción campea por sus fueros. La moral pública ha desaparecido.

El principio de no injerencia tiene excepciones que, en el marco de las Naciones Unidas y desde el 2005, se encuentra consagrado en una nueva regla denominada responsabilidad de proteger. No violan por tanto las sanciones el principio de autodeterminación cuando se aplican en el marco de la citada responsabilidad.

El aislamiento del régimen es progresivo. Cada vez se aleja más de la democracia y reprime más a sus ciudadanos. Pretende tener el derecho de hacerlo invocando para ello razones de soberanía y apelando al principio de autodeterminación de los pueblos, a la vez que acusan de injerencia en sus asuntos internos a los Estados que les exigen respetar los DDHH o que les aplican sanciones.

Una cosa es evidente. Como su nombre lo indica, el principio de la autodeterminación se aplica a los pueblos y no a los gobiernos que pretenden robarles la libertad.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

Viabilidad

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Editorial

Venezuela está atravesando por lo que quizá es la mayor crisis económica documentada en la historia de la América Latina y una de las más severas que hayan sido respaldadas con datos en el mundo. Las cifras son devastadoras: la mayor hiperinflación del planeta, la mayor caída del PIB con excepción de Libia, junto con Siria el mayor número de migrantes (superan ya los 5,5 millones), una caída del Producto Interno Bruto de más del 70% en seis años, el cierre de la mayor parte del aparato productivo incluyendo empresas manufactureras y las de los sectores agrícola, financiero y comercial; el signo monetario -el bolívar- abatido, a pesar de que alguna vez llegó a ser junto con el franco suizo la moneda más sólida del mundo.

En buena medida la destrucción delirante de nuestra economía fue causada por un gasto público populista y de carácter expansivo e imprudente, financiado mediante emisión de dinero sin respaldo por parte del BCV que desorganizó las finanzas públicas y desató una aceleración de precios endemoniada, acabando con los más elementales equilibrios macroeconómicos. Todo ello sazonado con expropiaciones a diestro y siniestro que eran reflejo de las intenciones socializantes del régimen, aunadas a niveles de corrupción apabullantes.

Venezuela ha sido incluida por la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y también por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) en la lista de países en riesgo de hambruna.

En conjunto se trata de un panorama deplorable, que ha recrudecido con el tema de la pandemia.

Por su parte, el gobierno de Caracas atribuye todos estos males a una supuesta guerra económica y a las sanciones que le han sido aplicadas. Sin embargo, el origen del drama es bastante anterior a la aplicación de dichas sanciones. La hiperinflación ya se había desatado y se ha prologado indetenible por 39 meses, en tanto que la recesión se inicia en el tercer trimestre del 2014 y ha campeado por sus fueros durante 29 trimestres. Se trata de la peor hiperinflación en la historia americana, lo que ha contribuido a que Venezuela sea considerada por el FMI como el segundo país más pobre, además de ser el más desigual del continente.

Muchos se preguntan, ¿cómo es posible que en medio de una situación así no se haya producido un cambio de gobierno? Lo cierto es que la experiencia indica que las crisis económicas no suelen dar al traste con gobiernos no democráticos; lo que sí logran es que se tornen inviables.

En la actualidad vemos como un sector del empresariado venezolano está procurando algunos mecanismos a fin de tender puentes, alegando que es la única forma de frenar la situación imperante. Sin embargo, la realidad es que si tales mecanismos no son capaces de devolver la confianza y restablecer la seguridad jurídica, tampoco serán capaces de promover los flujos de inversión cuyo efecto multiplicador resulta la única posibilidad de lograr la recuperación del país. Podrán sí, esas iniciativas, brindarle algunas oportunidades a ciertos empresarios locales y también a algunos inversionistas extranjeros osados que estén dispuestos a asumir riesgos importantes a cambio de una elevada rentabilidad.

Sin un retorno a la institucionalidad y un fortalecimiento de la seguridad jurídica es difícil avisorar una recuperación sólida y sostenible, aunque sí pueden producirse focos de oportunidades en sectores específicos.

Comentaba un analista que en el pasado Venezuela sufrió etapas donde no existían libertades políticas y sin embargo la economía prosperaba. Puso como ejemplo los gobiernos de Gómez y Pérez Jiménez. La diferencia es que aunque no se trataba de gobiernos democráticos, lo cierto es que se aferraban a una ortodoxia económica que hoy brilla por su ausencia.

Recientes declaraciones del gobierno de Biden y nuevas sanciones de la Unión Europea parecen acabar con las esperanzas de quienes pensaron que podría producirse una distensión capaz de brindarle una nueva oportunidad al régimen de Caracas. Bajo las actuales circunstancias luce difícil apostar por su viabilidad.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

Terra incognita

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Editorial

“Terra incognita” era el término que se utilizaba en los mapas antiguos desde el Siglo XV para caracterizar los territorios desconocidos. Los cartógrafos solían escribir la frase “hic sunt dracones” (aquí hay dragones) y los mares ignotos los ilustraban con criaturas fantásticas y serpientes marinas gigantes devorando naves.

Todo ello denotaba el miedo a lo desconocido.

En ese miedo están inmersos actualmente millones de venezolanos que no terminan de entender lo que ha pasado. Una nación occidental y moderna, antes próspera y democrática, que el mundo creía rica por estar dotada de incontables riquezas naturales y en la que el sistema democrático parecía haber hundido sus raíces, ha sido destruida.

Una revolución empobrecedora campea por sus fueros. Una nación que durante décadas Fidel Castro intentó inútilmente invadir mediante desembarcos como el de Machurucuto y guerrillas, cayó sin embargo en sus manos cuando el líder caribeño cambió su estrategia y, conquistando a un solo hombre -Hugo Chávez-, se apoderó de todo el país. Fue la invasión más rentable en la historia de la humanidad.

La inmensa mayoría de los venezolanos, como lo demuestran todas las encuestas, se oponen a lo que aquí ocurre y, sin embargo, el régimen se mantiene en el poder.

Hay que reconocerlo. En la población existe una suerte de desaliento. Más de cinco millones y medio de compatriotas han emigrado. La fuga de cerebros es devastadora. Nos enfrentamos a situaciones incógnitas.

El panorama internacional ha variado. Ya no está Trump hablando de que todas las opciones están sobre la mesa. La posición de México es neutral y en Latinoamérica han ganado terreno los sucesores de los Kirshner, de Evo Morales y posiblemente de Correa.

Pero veamos la otra cara de la moneda:

La economía está destrozada y la hiperinflación avanza incontenible al extremo de que entre marzo del 2013 y enero del 2021 (durante el gobierno de Maduro) la inflación acumulada según cifras del BCV alcanza a la pasmosa cifra de 139.655.058.282 % (ciento treinta y nueve mil seiscientos cincuenta y cinco millones cincuenta y ocho mil doscientos ochenta y dos por ciento). Aunque las crisis económicas no tumban gobiernos, los gobiernos dejan de ser viables. Eso está ocurriendo.

Si bien la oposición luce bastante desarticulada, el régimen se enfrenta a una situación mucho peor. Económicamente las alternativas que ofrece con su inconstitucional “Ley Antibloqueo” (epítome de la inseguridad jurídica) no son factibles. Presenta, sí, buenas oportunidades de negocio para algunos allegados y enchufados, pero resulta aberrante para el país.

Mientras tanto, a nivel internacional una presión de carácter multilateral protagonizada por el gobierno de Biden, la Unión Europea, la OEA y el Grupo de Lima pudieran ser mucho más efectivas que las amenazas de Trump. En particular porque el tema de los derechos humanos adquiere mayor relevancia ante una comunidad internacional cada vez más sensible frente a esos temas.

A la vez una Cuba arruinada y entrando en un nuevo “período especial” -que enfrenta una transición inevitable dada la edad y la salud de Raúl- y que ya no puede contar con la ayuda venezolana, será sin duda mucho más receptiva a los condicionamientos de un Biden dispuesto a tenderle puentes pero también a exigirle sacar las manos de Venezuela.

Una China, decepcionada ante la ineptitud e incumplimientos del régimen caraqueño pero interesada en mejorar sus relaciones con Washington, difícilmente va a romper lanzas por el país caribeño.

Una Rusia económicamente agobiada y enfrentando un fuerte rechazo internacional por el caso de Crimea y el del disidente opositor Alexei Navalny, tampoco lo hará.

Irán es otro cuento, pero aquí ni somos islámicos ni nuestra idiosincrasia guarda relación alguna con aquel lejano país regido por una dictadura teocrática.

En conjunto lo anterior configura un panorama profundamente incierto para el régimen. A ello se suma el caso del preso de Cabo Verde cuya eventual extradición a los EEUU parece llenarlos de pavor.

Y ni hablar de lo que pudiera ocurrir en la Corte Penal Internacional, donde los casos no prescriben y en los que no quisieran verse envueltas figuras claves para la permanencia del régimen.

Vemos pues que para el oficialismo una transición convenida luce como la mejor opción. Cualquier otra alternativa se presenta llena de serpientes marinas gigantes y dragones (hic sunt dracones): una verdadera “terra incognita”.

José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica

Julio Castro: Los pacientes que ya tuvieron covid-19 cuentan con seis meses de protección por anticuerpos

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El médico infectólogo Julio Castro señaló que 75% de los pacientes que han superado el coronavirus pueden volver a contagiarse siete meses después de haber contraído la enfermedad. En este lapso de tiempo, enfatizó, puede suceder una disminución de los anticuerpos que protegen al organismo.

Sin embargo, advirtió que la reinfección no puede ser confundida por una recaída por las secuelas, puesto que, en el mundo existen varios casos confirmados.

“No sabemos si será más fuerte y cómo reaccionará cada paciente”, indicó Castro durante una entrevista para el portal La Prensa de Lara.

No obstante, señaló que es importante confirmar el diagnóstico, que en ciertos casos, puede ser más agresivo que la primera vez de contagio, además de que los síntomas pueden ser diferentes.

“Todo es relativo y lo pertinente es continuar con el control por especialistas como nefrólogos, cardiólogos, gastroenterólogos y otros. Además de seguir obligatoriamente con las medidas de prevención como usar el tapaboca, higiene de las manos, evitar aglomeraciones, entre otros”, puntualizó.

Por su parte, el titular de la organización Médicos Unidos de Venezuela, aseguró que, “estamos aprendiendo con esta enfermedad y se ha puesto mucho entredicho”, al referirse de los cambios que han sido descubierto del coronavirus y que ha llevado a los expertos a descartar hipótesis.

De acuerdo a lo expuesto por los especialistas los estudios sobre el virus siguen avanzando, al punto que en la actualidad se han detectado tres nuevas cepas.

Ante ello, la epidemióloga Carmen Torre, instó a los pacientes a tomarse en serio la enfermedad y aceptar que no existe inmunidad. «Nunca sabemos si volvemos a caer», advirtió.

Asimismo, los especialistas pidieron a la población continuar con las medidas de bioseguridad, como el uso correcto del tapabocas y el cumplimiento del distanciamiento social, para evitar una reinfección.

Casos de coronavirus en Venezuela

El ministro de Comunicación e Información de Nicolás Maduro, Freddy Ñáñez, confirmó este miércoles 246 nuevos casos de coronavirus en el país, lo que eleva la cifra a 114.908 contagiados desde que inició la pandemia el pasado mes de marzo.

Caracas es, por tercer día consecutivo, la región con más contagios (83), seguida por el estado Miranda, con 49.

Por detrás se ubica el noroccidental estado Zulia, con 29, seguido de Mérida (18), Trujillo (15), Carabobo (11), Aragua (8), Yaracuy (7), Anzoátegui (7), La Guaira (7), Barinas (3), Nueva Esparta (3), Lara (2), Portuguesa (2), Apure (1) y Monagas (1).

De los 114.908 casos de covid-19 que han confirmado hasta el momento las autoridades, 108.966 ya se han recuperado de la enfermedad, lo que representa el 95% del total, de acuerdo a las cifras del oficialismo.

Ñáñez también informó que, en las últimas 24 horas, han fallecido cinco personas por covid-19, todos ellos de sexo masculino.

Entre ellos hay un hombre de 80 años de Caracas, otro de 67 años del Zulia, un varón de 57 años de Miranda, otro de 57 años del céntrico estado Lara y uno de 52 años del andino Trujillo.

De este modo, la cifra de fallecidos por la pandemia se elevó hasta los 1.047 desde el comienzo de la pandemia.

Casos de reinfección en Venezuela

Este lunes 4 de enero, Héctor Rodríguez y Yelitze Santaella, gobernadores de los estados Miranda y Monagas, respectivamente, confirmaron su contagio de coronavirus por segunda vez.

Ambos dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) confirmaron estar en aislamiento y recibiendo atención médica adecuada para superar la enfermedad.

Tanto Rodríguez como Santaella son los primeros casos de reinfección que se conocen dentro del territorio nacional.

7 de enero 2021

Analítica

https://www.analitica.com/actualidad/actualidad-nacional/julio-castro-75-de-los-pacientes-recuperados-por-covid-19-pueden-volver-a-contraer-la-enfermedad/