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Roberto Casanova

Antes, durante y después del 22 de abril

Roberto Casanova

Al menos cuatro principios estratégicos deben estar claros ya entre los demócratas que perseveramos en nuestra oposición al régimen que destruye al país. Primero, los venezolanos estamos inmersos en un histórico conflicto de poderes de escala internacional. Segundo, la minoría gobernante no abandonará el poder democráticamente sino en medio de una crisis política. Tercero, los demócratas debemos aprovechar cada coyuntura electoral para propiciar una crisis política. Cuarto, no podemos saber cuál crisis expulsará finalmente a la minoría gobernante del poder, aunque sí sabemos que sin presión, nacional e internacional, ello no ocurrirá. Debemos, en síntesis, pensar estratégicamente y actuar en cada coyuntura, como la planteada por la elección presidencial convocada por la dictadura.

1- Es inútil tener un candidato opositor “por si acaso”.

Varios dirigentes políticos defienden la idea de participar en la elección presidencial convocada por la dictadura. Claudio Fermín, por ejemplo, sostiene que debemos aumentar la presión para que el régimen mejore las condiciones electorales y organizarnos para garantizar la participación masiva de la mayoría que somos. “Vamos a ir a votar, no para convalidar la trampa, sino para derrotar la trampa”, afirma ( https://www.lapatilla.com/site/2018/02/10/claudio-fermin-presento-sus-ideas-de-gobierno-por-presidenciales/ ). Ello supone, desde luego, contar con un candidato pues ¿qué pasaría si no lo tuviésemos? Que la dictadura cedería en algunas de las condiciones que exigimos y, sin embargo, no sería de ningún provecho para los sectores opositores por no haber inscrito a un candidato.

El punto, sin embargo, es que si la oposición inscribe un candidato con potencial para vencer la dictadura simplemente hará lo necesario para que eso no ocurra. Si la abstención es alta, como es de esperar, esa tarea le resultará más sencilla. El escenario más probable, sin embargo, es que la oposición se divida entra quienes participarán y quienes no lo harán. El o los candidatos opositores que participen serán entonces fácilmente derrotados. Maduro ganará en cualquier caso y la oposición, escindida y desprestigiada, enviará una señal equívoca a la comunidad de gobiernos democráticos que la apoyan.

Es de suponer que Claudio, como político experimentado, entiende claramente esto. Frente a estas críticas, sin embargo, ha argumentado que no podemos cruzarnos de brazos y se pregunta: si no participamos ¿qué haremos el día después? Y este es un buen punto.

2- Luchar por las condiciones electorales es luchar contra la dictadura.

Trino Márquez plantea que los demócratas debemos centrarnos en la lucha por condiciones electorales y que si no logramos tener éxito en dicha lucha no debemos participar en el próximo evento electoral ( https://www.lapatilla.com/site/2018/02/14/elecciones-con-esas-condiciones-no-por-trino-marquez/ ). Difiere entonces de posiciones como las de Claudio, aunque no asume una posición abstencionista sin retorno pues, en su opinión, si las condiciones mejoran sustantivamente la participación tendría sentido. Al fin y al cabo la mayoría del país rechaza al régimen y debe aprovecharse cualquier oportunidad para que la opinión de esa mayoría se exprese.

Comparto con Trino que “a estas alturas, ya no es suficiente contar con un candidato de unidad, un programa de gobierno y una estructura organizativa bien engranada para ganarle a un gobierno, ciertamente impopular y nefasto, pero que ha transformado las elecciones en una forma eficaz de prostituir la democracia y el voto”. Participar implica perder. Y no solo una elección sino también la poca credibilidad del liderazgo opositor, al tiempo que desalinearnos de la estrategia adoptada por un creciente número de gobiernos democráticos. No participar, en cambio, puede convertirse en un hito en nuestra lucha por la integridad electoral. Maduro podrá ganar esta en esta farsa pero deberá pagar el mayor costo posible, abriéndose entonces escenarios que, eventualmente, lo desalojarían del poder.

La coyuntura electoral debe convertirse pues en una crisis política.

3- Un día de protesta pacífica y descentralizada.

Muchos hablan de la abstención activa aunque en este momento no sabemos, con claridad, en qué consistirá tal cosa. Esta es una tarea pendiente para el liderazgo.

Es claro que no participar no significa permanecer en nuestras casas. Pero tampoco significa salir a las calles, en marchas masivas, para ser otra vez víctimas de la represión de un régimen sin alma. De las duras y gloriosas jornadas de protestas del año pasado aprendimos cuáles son las tácticas de protesta más eficientes y de menor riesgo ante fuerzas criminales. Podemos sacar el coraje necesario, durante ese día, para enviar un mensaje categórico a la dictadura y al mundo.

Pero debemos estar claros: la reelección del dictador, aunque empañada, ocurrirá. Si no definimos entonces los siguientes pasos de nuestra lucha el efecto que ese hecho generará puede ser una nueva y profunda frustración. Justamente lo que espera el régimen.

4- Una elección alternativa al margen del CNE

Los demócratas debemos reencontrarnos. La complejidad de estos tiempos, la desconfianza entre nosotros, los errores sin responsables, la tarea de socavamiento de la dictadura nos han debilitado. Debemos hallar la manera de diseñar y ejecutar una maniobra estratégica que nos sirva para renovar la dirección política y para motivarnos.

En otro artículo he desarrollado la idea, impulsada por varios grupos ciudadanos, de realizar una elección al margen del actual CNE. ( https://www.lapatilla.com/site/2018/02/02/roberto-casanova-un-presidente-rebelde/). Esa elección constituiría un acto de rebeldía democrática del cual surgiría un “Presidente rebelde” o, para ser precisos, un líder opositor con amplio apoyo político.

La formidable experiencia de la consulta ciudadana del 16 de julio del 2017 nos demostró que somos capaces de organizarnos masivamente, dentro y fuera del país, en poco tiempo, para decidir sobre asuntos colectivos. Aunque sabemos que ello no fue suficiente pues las expectativas y agendas de ciudadanos y líderes no estuvieron realmente alineadas. El líder que elijamos democráticamente y el equipo que le acompañará tendrán entonces, entre otras cosas, la responsabilidad vital de unificar nuestros esfuerzos.

Podemos organizar una elección modélica: con voto manual, con observación internacional, con auditorías transparentes. Incluso con una doble vuelta instantánea (en la cual el votante ordena a varios candidatos, dos o tres, de acuerdo con sus preferencias, de más preferido a menos preferido). Ciudadanos inspirados y organizados, nacional e internacionalmente, podemos dar, de nuevo, una muestra memorable de vocación democrática.

Carmen Beatriz Fernández comparte el planteamiento y define esta elección alternativa como una “maqueta” para escoger al líder de la oposición. ( https://www.lapatilla.com/site/2018/02/09/la-maqueta-de-la-democracia-venezolana-una-replica-a-roberto-casanova-por-carmenbeat/ ). Argumenta, en tal sentido, con cierta razón, que la idea de un “Presidente rebelde” puede ser contraproducente. De su artículo se deriva, sin embargo, que esa elección alternativa podría ocurrir antes de la elección del 22 de abril y que participar o no en ésta última sería un asunto secundario. Pienso que concebida así la propuesta pierde fuerza porque se trata, insisto, de un acto de rebeldía democrática derivado de nuestro rechazo a la elección dictatorial. Es una opción para el día después.

5- La elección alternativa puede ser también una oportunidad para reinventar a la oposición.

La idea de crear un “frente” para enfrentar nuestros diversos desafíos aparece de nuevo en el debate público. La lucha en contra de la dictadura, la articulación de la protesta social, la atención a la emergencia humanitaria, la preparación de la estrategia nacional de reconstrucción y desarrollo exigen un esquema organizativo diferente al que hemos tenido hasta ahora. Hace poco más de un año ofrecí algunas ideas con respecto a la necesaria reinvención de la oposición. ( http://historico.prodavinci.com/blogs/oposicion-reinventada-por-roberto-casanova/ ), ideas que me permito resumir con algunos cambios.

La Mesa de la Unidad Democrática es, por diseño, una instancia político-electoral que ha operado según una lógica definitoria: dar forma y ejecutar acuerdos político-electorales. Sus decisiones en otros ámbitos están, inevitablemente, mediadas por cálculos partidistas. Y esto no es bueno ni malo: cada sistema tiene su razón de ser, su lógica. Pero es indiscutible que la MUD —como instancia político-electoral, insisto— no ha estado a la altura de nuestros otros desafíos.

El problema surge cuando se pretende que un sistema sirva a un propósito distinto al que lo define. Luego, nuestros otros desafíos requieren otros esquemas y otros participantes. La MUD debe dar paso al MUD. La Mesa debe convertirse en parte de un Movimiento de Unidad Democrática. No siempre evolucionar consiste en destruir para crear. En ocasiones evolucionar supone incluir para trascender. Nuestro reto no es acabar con la Mesa sino diseñar otras instancias, otros sistemas funcionales que atiendan a procesos que la Mesa, dada su naturaleza, no puede liderar.

La acción opositora debería contar pues con tres instancias, cada una con un ámbito de acción propio, aunque articuladas: 1) Procesos político-electorales, 2) Movilización social y Emergencia Humanitaria y, 3) Estrategia Nacional de Reconstrucción y Desarrollo. Estas tres instancias conformarían el Movimiento de Unidad Democrática (MUD).

Demás está decir que este esquema prefigurará a un futuro gobierno de Unidad Nacional. Uno que deberá surgir si la coyuntura electoral evoluciona hacia una crisis política definitiva.

Una visión de centro para la reconstrucción

Roberto Casanova

I
Un país por reconstruir

1. La situación actual de Venezuela requiere, a quienes continúan bregando por un mejor país, alternar la acción pública entre dos modos: el modo rebeldía que impulsa a rechazar, en cualquier contexto, a la dictadura que oprime, roba y empobrece, y el modo reconstrucción que incita a emprender la forja de un porvenir de libertad, justicia y prosperidad. No son modos excluyentes. De hecho, se precisan mutuamente. La lucha por desalojar del poder a la minoría usurpadora será fortalecida si se prefigura, con acciones y palabras, el futuro deseable. Pero ese futuro no llegará si esa rebeldía no tiene éxito hoy. Y aunque es cierto que en diversos contextos la reconstrucción empezará propiamente después de la dictadura, incluso allí el diseño de los cambios necesarios y el desarrollo de capacidades para materializarlos tienen que comenzar ahora.

2. Venezuela es un caso inaudito de una sociedad que, sin haber vivido un conflicto bélico, presenta los síntomas característicos de una posguerra. La capacidad destructiva del socialismo, agravada por la rapacidad, la arrogancia y la incompetencia de los grupos que monopolizaron el poder, tiene en Venezuela un caso que pasará a los anales de la historia. El sufrimiento humano ocasionado por la revolución, en su intento de implantar un proyecto neocomunista, es inconmensurable y la tarea de la reconstrucción será enorme. Esta demandará lo mejor de los venezolanos: inteligencia, magnanimidad, fortaleza. También les exigirá claridad en el diálogo de las ideas.

II
La vigencia del debate doctrinario

3. En ocasiones se argumenta que el país no necesita más diagnósticos y que las soluciones a sus problemas son evidentes, que no es tiempo de debates doctrinarias. Esto es un error. Basta preguntarse, solo como ejemplo, si acaso son equivalentes una política orientada a regular directamente el proceso económico a una política destinada a promover el orden macroeconómico y la libre iniciativa privada. O, de manera similar, si no hay diferencia entre una política social basada en una supuesta justicia redistributiva a una política social que ayude a las personas a desarrollar sus capacidades productivas. En estas opciones subyacen distintas visiones de la sociedad, de la economía, del Estado. En otras palabras, diferentes doctrinas económico políticas.

4. En realidad, cada política pública o cada cambio institucional se apoya, inevitablemente, en una interpretación de la realidad, una valoración de prioridades, una escogencia de medios. El ejercicio del poder no es reducible a un asunto de técnicas y de gerencia. El debate entre doctrinas es una dimensión inseparable de la política. La política, en un sentido profundo, trata de la representación, difusión y evolución de visiones alternativas de la sociedad. Desde esta perspectiva es comprensible cómo una misma política pública puede parecer razonable o desatinada para diferentes sectores: ello depende de las visiones de las cuales tales sectores son portadores.

5. Una estrategia de reconstrucción para Venezuela puede inspirarse en la llamada economía social de mercado. Esta es la expresión de una doctrina más amplia que integra ideas provenientes de la ciencia económica, el derecho, la politología, la sociología, la filosofía y la moral. Esa doctrina fue llamada ordoliberalismo por algunos de sus creadores. Con tal término querían indicar que la libertad debe ser el valor fundamental en una sociedad moderna y que ella es compatible con la creación de un orden social próspero, justo y pacífico.

III
La economía social de mercado

6. Un programa triple. El ordoliberalismo es, en primer lugar, un programa moral que asume a la dignidad y a la libertad como los valores esenciales a los que una sociedad civilizada debe aspirar. Los otros valores que también promueve –la propiedad privada, la responsabilidad individual, la paz social, la subsidiariedad y la solidaridad– se articulan de diversas formas con esos valores centrales. Es una propuesta moral compatible con el sistema de los derechos humanos [1]. El ordoliberalismo es, en segundo término, un programa de investigación científica que se caracteriza por su perspectiva sistémica. Concibe a la economía como un sistema basado en un conjunto de reglas –en parte diseñadas, en parte productos evolutivos– que sirve de marco a incontables decisiones individuales que generan un orden no diseñado por nadie en particular. Parte, además, de la idea según la cual la economía, como sistema, no es comprensible si no se considera su constante interacción con los otros sistemas de la sociedad: el político, el jurídico, el moral, el cultural, el ambiental. De allí su carácter interdisciplinario. El ordoliberalismo es, por último, un programa político, amplio y flexible, que puede ser adaptado, con la debida sensatez, a distintas realidades nacionales. Veamos algunos de sus postulados básicos.

7. La competencia. Solo una economía de mercado es compatible con la libertad de las personas y permite, por tanto, el despliegue de su capacidad creadora y de su espíritu emprendedor. Esa es, claro está, una idea central de la economía social de mercado. Pero –y he aquí una muestra de mesura de esta doctrina– no es cualquier economía de mercado de la que se habla. Se trata, específicamente, de una economía en la que exista la mayor competencia posible entre los agentes económicos o, lo que es igual, en la que no existan monopolios ni carteles. En un mercado como ése la única forma de progresar es produciendo y haciendo cosas que los demás consideren valiosas. Su surgimiento, sin embargo, no es algo que ocurrirá enteramente por sí solo. Ha sido y será necesario que el proceso político moldee el marco de instituciones dentro del cual se desenvuelva el proceso económico. Instituciones surgidas de la evolución histórica (como la propiedad privada) tienen que ser así complementadas con otras conscientemente diseñadas (como la política antimonopólica). Esta “constitución” económica busca asegurar a cada quien un ámbito de acción propio y la posibilidad de descubrir y aprovechar oportunidades en el entorno. La competencia, cabe agregar, no es un principio que debe aplicarse solo a los actores privados y bien puede extenderse a la prestación de diversos servicios gubernamentales (salud, educación, seguridad social, etc.). Así, el ciudadano, beneficiario del financiamiento público, sería empoderado y tendría libertad para elegir el proveedor que le preste mejor servicio.

8. La estabilidad económica. La economía social de mercado sostiene que el esfuerzo por crear un orden de competencia será inútil si no se garantiza la estabilidad del valor del dinero. El logro de tal objetivo requiere sustraer de los gobiernos el poder para cubrir sus requerimientos financieros mediante la emisión de moneda. Todo gobierno es propenso, sea por falta de visión o por irresponsabilidad, a claudicar ante esa incitación y deben crearse las barreras institucionales para evitarlo. Este es un principio hoy ampliamente compartido y no es casual que la inflación, tan vieja como el poder gubernamental sobre el dinero, haya sido controlada en la mayoría de los países. De cualquier modo es importante entender que la inflación es más que un problema monetario. Es también un problema fiscal y, en última instancia, político. Los gobiernos que dependen críticamente del gasto para mantener su legitimidad y/o el apoyo de grupos de intereses pueden verse impulsados, agotadas o seriamente limitadas sus otras fuentes de financiamiento, a acudir al financiamiento monetario para cubrir sus déficits. Y ello siempre ha tenido nefastas consecuencias en las condiciones de vida de la población.

9. La inclusión social. La economía social de mercado sostiene también que la dinámica de un mercado competitivo puede dejar al margen a personas o grupos. En tal sentido, las personas son pobres, en la mayoría de los casos, por estar excluidas no por ser explotadas. Es importante, además, trascender la visión de la pobreza como un asunto solo relativo a bajos ingresos o pocos activos. ¿Cómo puede lograrse entonces la superación de la pobreza? Expresado en forma concisa: ayudando a las personas a desarrollar sus capacidades y promoviendo oportunidades para que puedan ejercerlas de acuerdo con sus planes particulares. La sociedad y el Estado deben hacer lo requerido para que todas las personas disfruten de las mínimas condiciones para vivir dignamente, adaptándose a un entorno económico en constante cambio. Pero según la economía social de mercado ello debe hacerse –otra muestra de sensatez– de tal manera que, en sintonía con el principio de subsidiariedad, las personas desarrollen y mantengan capacidades productivas que les permitan responsabilizarse de sus vidas (a menos que sean afectadas por circunstancias adversas cuya ocurrencia no puede atribuírseles).

10. La productividad como eslabón. La productividad y su constante crecimiento es un factor clave para entender la propuesta de la economía social de mercado. Solo una economía competitiva impulsa a las empresas a ser cada vez más productivas, disminuyendo sus costos y sus precios relativos. El principal beneficiario de esa dinámica es, desde luego, el consumidor, es decir, todos (esta es, de hecho, una de las razones para calificar como “social” a una economía de mercado competitiva). Ahora bien, empresas cada vez más productivas pueden ofrecer empleos de creciente calidad y mejores remuneraciones. Estos empleos serán ocupados por personas con mayores capacidades productivas. Personas mejor remuneradas expandirán los mercados y las oportunidades para el emprendimiento. El mayor dinamismo de una economía como ésta le hará capaz de generar la masa de impuestos necesaria para financiar, por una parte, los bienes públicos que impulsen aún más la actividad económica y, por la otra, una política social que hagan más productivas a las personas. Dentro de este círculo virtuoso el crecimiento de la productividad es, pues, el eslabón que une el crecimiento económico y el bienestar social.

11. El ambiente. El énfasis que se coloca en la productividad puede conducir al “productivismo”, desconociéndose los efectos desfavorables del crecimiento de la economía sobre otras dimensiones de la vida social y sobre el entorno. Los aspectos ecológicos, en particular, han sido ampliamente considerados por la economía social de mercado. Al respecto, su posición es que vivimos una crisis ambiental (y se equivocan quienes lo niegan) pero no se trata de una crisis apocalíptica (y exageran quienes así lo plantean). Frente a tal crisis es necesaria la participación del Estado, de las empresas y de la sociedad en general. La relación armónica entre mercados y ecosistemas es posible si se crea un marco institucional adecuado y se diseñan políticas públicas apropiadas. En muchas ocasiones la correcta asignación de derechos de propiedad permitirá resolver los problemas de sobre explotación de bienes públicos. Algo poco sorprendente pues los bienes que no son poseídos por alguien en particular, individuo o grupo, suelen recibir poco cuidado. En los casos en que tal asignación de derechos de propiedad no sea viable es necesario que la regulación estatal exija a los particulares que internalicen en sus costos el impacto que su acción tenga sobre el ambiente. De cualquier modo, la solución del problema ambiental va más allá de arreglos institucionales y políticas públicas y el desarrollo de una mayor conciencia ecológica en la ciudadanía es imprescindible.

12. El poder y la captura de renta. La importancia que la economía social de mercado otorga a la libertad le lleva a considerar cuidadosamente la problemática del poder. La amenaza a la libertad aparece con mayor fuerza, como es obvio, cuando el poder se concentra en pocas manos. La competencia, clave de ese equilibrio, puede ser falseada o limitada. También lo pueden ser los diversos programas que normalmente ejecuta un Estado. Por ello uno de los temas centrales del ordoliberalismo es el equilibrio en la distribución del poder. Debe prestarse especial atención a cómo lograr que instituciones políticas y económicas no sucumban ante la presión de grupos de interés y sirvan genuinamente a la ampliación de las posibilidades de acción de los ciudadanos. La noción de instituciones “extractivas” es reciente y diversos autores consideran el fenómeno que dicha noción describe como la causa cardinal del fracaso económico de los países. Pero hace mucho tiempo los fundadores de la economía social de mercado ya habían señalado la perversión que significaba la captura del Estado por los grupos de poder y la necesidad de enfrentarla con firmeza.

13. La democracia y sus límites. Una sociedad es plural cuando los distintos poderes (político, económico, religioso, cultural, etc.) no se acumulan en las mismas manos. En una sociedad como esa resulta difícil que grupos de poder sean capaces de mantener un sistema de opresión duradero sobre el resto de los ciudadanos. Por otra parte, en una sociedad plural es improbable que una mayoría pueda adoptar medidas discriminatorias ni crear privilegios de ninguna naturaleza. Este hecho puede entenderse como una limitación a la voluntad de la mayoría. Y efectivamente lo es. Nada puede ser realmente ilimitado en materia política. En una democracia lo más importante es que los ciudadanos no estén sometidos a un poder superior y arbitrario y que puedan obligar a sus gobernantes a actuar con apego a principios que garanticen la libertad. Solo un Estado que establezca, a la vez, la libertad y la responsabilidad de los ciudadanos puede hablar legítimamente en nombre del pueblo, plantea el ordoliberalismo.

14. Cultura y capital social. Una economía social de mercado no funcionará igualmente bien en cualquier contexto social. La valoración social del trabajo, el sentido de continuidad y del ahorro, el respeto a la propiedad ajena, el deseo de autonomía y el manejo de la incertidumbre, la responsabilidad y la honradez, entre otras actitudes, son esenciales para garantizar el buen desempeño de esa economía. Es difícil imaginar que ella pueda operar adecuadamente sin el llamado “capital social”, es decir, la mutua confianza que nace de la disposición de las personas a comportarse con decencia y responsabilidad. El mantenimiento y desarrollo del civismo y del espíritu comunitario es pues otra de las preocupaciones de la economía social de mercado. No es un asunto que simplemente relegue a otras esferas del pensamiento social y de la acción política.

15. Un nuevo humanismo. La economía social de mercado tiene, como puede apreciarse, raíces humanistas. En su fundamentación se encuentra una visión realista pero esperanzada del hombre, una antropología filosófica en conexión con una opción moral. No es casual que varios de los pensadores que le dieron forma se inspiraran en sus convicciones cristianas, tanto católicas como protestantes. Aunque en realidad ella puede asociarse, sin dificultad, a filosofías sociales seculares que también colocan al ser humano en el centro de sus reflexiones y prácticas. La economía social de mercado no es, al fin y al cabo, una doctrina confesional.

16. Desde esta perspectiva moral, teórica y política, la economía social de mercado ofrece un conjunto de postulados estratégicos: equilibrar el poder en nuestras sociedades, liberar al Estado y a la economía de la captura de renta, garantizar la estabilidad macroeconómica, promover las capacidades productivas individuales, incentivar la competencia y el emprendimiento, ofrecer oportunidades educativas a todos, apoyar solidariamente a los sectores rezagados, proteger el ambiente, dialogar públicamente sobre los asuntos colectivos. Estos son postulados que pueden ser ampliamente compartidos. Ellos resuenan favorablemente en quienes defienden la libertad y el emprendimiento, pero también en quienes se preocupan por la pobreza y la desigualdad. La economía social de mercado se caracteriza por su carácter centrista.

IV
En el debate de las ideas

17. Las nociones de izquierda y derecha han sido objeto, durante mucho tiempo, de largos e intensos debates. Es común escuchar que tales nociones perdieron vigencia, si es que alguna vez la tuvieron. Se afirma que ellas corresponden a idearios rígidos (que no pueden adaptarse a las diferentes sociedades), insuficientes (que dejan de lado asuntos relevantes) o superados (que pueden ser integrados, en parte, en otras visiones). Estas afirmaciones, sin embargo, contrastan con el uso generalizado que de tales nociones se continúan haciendo. Izquierda y derecha siguen siendo útiles en la política. En realidad, estos términos permiten aún distinguir posiciones sobre temas relevantes. Ello aplica no solo a viejos temas sino también a otros recientes. La crisis ecológica, por ejemplo, no es un asunto “transversal” que no encaje en la distinción izquierda vs. derecha: no resulta difícil identificar una ecología de izquierda y una de derecha. Los términos en cuestión no son pues “cajas vacías” que, en cada contexto histórico, puedan ser llenadas con cualquier contenido (a pesar de que estos contenidos efectivamente hayan variado a lo largo del tiempo: a fines del siglo XVIII el liberalismo era izquierda que se oponía al conservadurismo monárquico, de derecha).

18. En términos muy estilizados puede decirse que, en la actualidad, las posiciones de izquierda enfatizan el valor de la igualdad, acusan al mercado de generar pobreza y desigualdad, plantean la necesidad de la intervención del Estado para regular a la economía y para redistribuir la riqueza. Las posiciones de derecha, por su parte, privilegian la libertad y la propiedad privada, afirman que la desigualdad es inherente a la condición humana y solo aceptan como posible la igualdad ante la ley, acusan al Estado de ser fuente de distorsiones e inequidades y proponen limitar su ámbito de acción. Existen, desde luego, matices dentro de estas posiciones. No toda la izquierda, por ejemplo, niega al mercado aunque siempre lo subordine a la acción estatal; esta posición contrasta con otras que aspiran a eliminar la propiedad privada e instaurar la planificación centralizada. De modo semejante, dentro de la derecha existen diferentes posiciones con respecto al Estado, desde quienes proponen un Estado mínimo, limitado a funciones policiales y de seguridad, hasta un Estado limitado que debería tener también responsabilidades en materia social. Tanto en la izquierda como en la derecha hay defensores de la democracia y de la autocracia. Hay también nacionalistas en uno y otro extremo. En realidad, dadas estas diferencias, quizás resulte mejor hablar de derechas e izquierdas, en plural. Aun así, el núcleo de ideas que las distingue sigue teniendo validez.

19. Las sociedades son siempre más complejas que las doctrinas que creamos para interpretarlas y actuar en ellas. En la defensa de la libertad ha sucedido que se haya prestado poca atención a la concentración del poder económico y éste haya acabado estrechamente asociado al poder político. Se han generado así instituciones excluyentes y, en casos extremos, la búsqueda de la libertad económica ha conducido a su negación en lo político. Ha ocurrido incluso que regímenes que se declaran liberales han establecido políticas nacionalistas y proteccionistas, negando la libertad que decían defender. De modo semejante, gobiernos de izquierda han ocasionado, en procura de la igualdad, el crecimiento del Estado, la violación de la propiedad privada y de la libertad, el surgimiento de castas dominantes. Así, posiciones de izquierda y de derecha han acabado concentrando el poder en manos de algún sector, promoviendo la captura de renta y violentando la libertad. En la práctica, dichas posiciones han parecido girar en torno a la disputa por el poder. ¿Quién debe mandar en una sociedad, el poder económico privado o el poder de las élites que ocupan al Estado?, parece ser la pregunta cuya respuesta las ha enfrentado.

20. La economía social de mercado defiende la libertad y la propiedad privada (algo que la haría de derecha), pero entiende que la desigualdad es fuente de conflictos y debe ser enfrentada (lo cual la haría de izquierda). Para el logro de ambos objetivos propone, ante todo, garantizar la competencia, expresión de la libertad para elegir. Asume que la competencia es un medio no solo para el logro de objetivos económicos como el crecimiento o la eficiencia, sino también (y, quizás, principalmente) un medio para frenar el poder de agentes y organizaciones económicas. Por otra parte, reconoce que la competencia en el mercado conlleva siempre el surgimiento de desigualdades pero que estas, lejos de ser perjudiciales para el bienestar, son expresión del dinamismo y progreso de la economía. De cualquier modo, este tipo de desigualdad puede y debe ser minimizado mediante una política social subsidiaria que ayude a las personas a desarrollar y actualizar sus capacidades productivas, laborando así en empleos de creciente calidad. Pero la economía social de mercado advierte sobre otro tipo de desigualdad, la asociada al poder y sus privilegios. Un reto es entonces dar forma a instituciones justas, al servicio del interés general. Un Estado no capturable no será fuente de desigualdades y podrá centrarse en el cuidado de la competencia y en el desarrollo de las capacidades productivas de la gente. Así, en síntesis, una economía de mercado puesta al servicio del equilibrio social debe impedir al poder político ser una fuente de privilegios, debe suprimir las estructuras monopólicas y debe hacer prevalecer en todos los casos la libertad. Se ve pues que el centrismo de la economía social de mercado descansa en sólidos postulados y dista de ser expresión de simple pragmatismo [2].

21. La economía social de mercado es crítica de lo que puede llamarse capitalismo rentista, producto del intervencionismo estatal y de la acción de los grupos de interés. Rechaza también al socialismo, inevitablemente estatista, que hoy mantiene maniatadas a sociedades como la cubana o la venezolana, y que pretende ser la única forma de mejorar las condiciones de vida de los sectores populares. Se distingue, asimismo, del llamado neoliberalismo y de la indiferencia que este ha demostrado, en diversos países, por los aspectos sociales y políticos del desarrollo.

V
Antecedentes de una doctrina

22. La economía social de mercado permitió la extraordinaria recuperación económica de Alemania Occidental finalizada la Segunda Guerra Mundial. Ella se convirtió, en su momento, en una opción doctrinaria para quienes no se identificaban con un liberalismo permisivo que no quiso o no pudo hacer frente a la concentración del poder económico, por una parte, ni con el totalitarismo (tanto comunista como fascista) y su temible concentración del poder político, por la otra. La economía social de mercado surgió como una manera concreta de combinar la libertad y el bienestar de las personas con un orden político orientado a evitar la acumulación de poder de cualquier naturaleza. Y aunque la propia Alemania se haya alejado algo de estas ideas, la economía social de mercado permanece como una valiosa referencia.

23. En su momento, la economía social de mercado fue calificada como una “tercera vía”. Esta fue, sin embargo, una idea poco afortunada. Muchos entendieron que ella promovía una economía de mercado pero intervenida por el Estado. Fue necesario que algunos pensadores ordoliberales precisaran que, en realidad, no existía una alternativa a una economía de libre mercado que no fuese alguna forma de colectivismo. Para ellos el dilema entre libertad y opresión era fundamental y no debía ser minimizado. Pero todavía hay quien piensa hoy que la economía social de mercado está a mitad de camino entre el liberalismo y el socialismo. Es un error que nace del abuso del término por otras doctrinas como la socialdemócrata. La economía social de mercado promueve, sin reservas, un sistema económico de libre mercado y competitivo. Mantiene que el gobierno debe ayudar a perfeccionar ese sistema mediante adecuadas reglas: su función no es intervenirlo o sustituirlo. La economía social de mercado, en su versión originaria, no es intervencionista.

24. La economía social de mercado no constituye un cuerpo intelectual cerrado. No es el “modelo alemán” a copiar sino una manera de acercarse, a partir de determinados valores morales, con prudencia y con sentido de la interdependencia social, a los diversos problemas económicos de cada realidad nacional. Se podría, incluso, invertir la relación y afirmar que fueron los alemanes quienes, recuperando la sensatez, arribaron a esas ideas, tal como lo han hecho luego, en otras circunstancias, distintas sociedades. La economía social de mercado es, en definitiva, economía de sentido común y el ordoliberalismo, un liberalismo sensato. Por ello no sería sorprendente que muchos compartiesen esa doctrina sin saber de su existencia.

VI
Hacia una estrategia de reconstrucción

25. Varias líneas de acción definen, desde una perspectiva que se inspira en la economía social de mercado y que atiende a la especificidad de Venezuela, el desafío de la reconstrucción. El país debe pasar:

i) De un régimen usurpador a una república genuina.

ii) De un régimen de “enchufados” a un Estado sin “toma corrientes”.

iii) De la hiperinflación a la responsabilidad macroeconómica.

iv) De una petrosociedad a una sociedad pospetrolera.

v) De la concentración económica a un pueblo de propietarios.

vi) De la dictadura económica a una economía de emprendimiento, inclusiva y sostenible.

vii) De los monopolios gubernamentales al empoderamiento ciudadano.

viii) De una política social discapacitante a una política social capacitadora.

ix) Del centralismo al federalismo.

x) Del estatismo y el militarismo a la civilidad.

xi) De la crisis de la política a una nueva democracia.

Estas grandes líneas de acción, que se refuerzan mutuamente, pueden servir de marco para diseñar y ejecutar políticas específicas. El esbozo de tales líneas será el tema de un próximo artículo.

***

Notas:

[1] Es común que se incluya también a la “justicia social” como uno de los componentes del proyecto moral que constituye a la economía social de mercado. Ese es, sin embargo, un término equívoco. Basta aclarar aquí que para la economía social de mercado, la justicia social no se basa en la creencia según la cual el enriquecimiento de una parte de la sociedad es la causa del empobrecimiento de otra parte de ella. En una sociedad moderna los ingresos son obtenidos por cada quien en un proceso dinámico que depende, en última instancia, de la valoración que haga la sociedad de los bienes que la persona produce o de los servicios que presta. En ese sentido, los ingresos no son repartidos sino ganados. Ello no significa que una elevada concentración de la riqueza no sea algo odioso para muchos o que no existan modos ilegítimos de enriquecerse. Ambos problemas pueden, evidentemente, comprometer las posibilidades de convivencia pacífica y de desarrollo de las sociedades.

[2] Diversos autores defienden hoy ideas muy cercanas a las de la economía social de mercado, al parecer sin saber de ella. En un libro relativamente reciente, por ejemplo, se puede leer: “En una economía socialista, el sistema político controla los negocios; en un sistema capitalista de compinches, las empresas controlan el proceso político. La diferencia es mínima: en cualquier caso, la competencia no existe y la libertad se reduce. Sin competencia, la vida económica se convierte en injusta, favoreciendo a los conectados. La competencia es el ingrediente mágico que hace que el capitalismo funcione para todos” (Zingales, Luigi. A Capitalism for the People: Recapturing the Lost Genius of American Prosperity, USA: Basic Books. 2014).

La Mesa reestructurada y la oposición por reinventarse

Roberto Casanova

1. La Mesa, instancia político electoral, ha diseñado un nuevo mecanismo para tomar decisiones, mecanismo que incluye pero limita al mismo tiempo. En efecto, incorpora a más partidos en el proceso decisorio pero establece también un sistema de votos “ponderados” por el peso electoral de cada una de las organizaciones. Luce como un mecanismo políticamente sensato que aumenta la representatividad de la dirección política de la Mesa y minimiza el riesgo de la parálisis decisional.

2. La vocería se hace flexible y rotativa. Ante la ausencia de un liderazgo nítido dentro de la Mesa tal vez no quede otra cosa que hacer. Aunque se corre el riesgo de la dispersión en el mensaje, algo que ya ha creado problemas anteriormente.

3. La coordinación de la Mesa tendrá menor perfil público y adquiere un carácter exclusivamente operativo. El coordinador, se supone, no competirá con los voceros en la escena pública. Al mismo tiempo esa coordinación se fortalece con tres equipos que pueden, además, establecer “puentes” con diversos sectores. Parece un esquema razonable, desde la perspectiva de la Mesa.

4. La reestructuración de la Mesa se asocia a la creación de un “Congreso de la Sociedad Democrática”. Se trata de una organización para la consulta. No es propiamente una instancia de acción ciudadana. Tampoco es una instancia exclusivamente social pues los partidos también forman parte de ella. Con este Congreso quizás se pretenda superar la desconfianza entre partidos y sociedad civil pero, de no tenerse el cuidado necesario, las diferencias entre esos dos sectores pudieran exacerbarse. En todo caso ese Congreso no está pensado como un ente ejecutor autónomo que pueda actuar al margen de la Mesa. Es, repito, una instancia de consulta. Desde el punto de vista de la Mesa, es lo deseable.

5. La reestructuración de la Mesa no atiende, de manera contundente, a dos problemas esenciales: articular la movilización social y organizar el debate sobre la estrategia de desarrollo. Aunque, para ser justos, no es indiferente ante esos dos retos. El punto es que la lógica político electoral de la Mesa ha colocado y seguirá colocando esos temas en segundo plano. Estos temas requieren otras instancias organizativas con su propia lógica. (Cabe mencionar que la iniciativa adoptada por la AN para debatir sobre la visión de país tiene un potencial interesante, aunque el esquema adoptado parece muy tradicional).

6. La respuesta ante esos dos retos debe provenir, principalmente, de otros dos conjuntos de actores sociales con la debida legitimidad. Que no pidan permiso a la Mesa para nacer y para actuar. Pero que tampoco surjan para competir con ella sino para crear, conjuntamente, el MUD, esto es, el Movimiento de Unidad Democrática.

7. La Mesa se ha reestructurado y eso es un avance. Pero el desafío de reinventar a la oposición y de lograr una adecuada “división del trabajo” entre nosotros, los demócratas, sigue pendiente. Y los tiempos para hacerlo son cada vez más cortos.

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Oposición reinventada

Roberto Casanova

I

La oposición debe ser reinventada. La Mesa de la Unidad Democrática es, por diseño, una instancia político-electoral y, como tal, ha tenido importantes logros. El más reciente fue la resonante victoria parlamentaria del 6D y lo ocurrido luego no debe desmerecerlo. A pesar de ello está claro que la MUD —como instancia político-electoral, insisto— no ha estado a la altura de otros dos desafíos: articular la protesta social y diseñar un plan de desarrollo nacional. La razón de este hecho es tan sencilla como contundente: la Mesa no ha logrado cumplir con ese cometido porque no puede hacerlo. La Mesa tiene una lógica determinante: dar forma y ejecutar acuerdos político-electorales. Nada más y nada menos. Sus decisiones en otros ámbitos están, inevitablemente, mediadas por cálculos partidistas. Y esto no es bueno ni malo: cada sistema tiene su razón de ser, su lógica. El problema surge cuando pretendemos que un sistema sirva a un propósito distinto al que lo define. Luego, los otros dos desafíos a los que me refiero han requerido y requieren otros esquemas y otros participantes.

II

La MUD debe dar paso al MUD. La Mesa debe convertirse en parte de un Movimiento de Unidad Democrática. No siempre evolucionar consiste en destruir para crear. En ocasiones evolucionar supone incluir para trascender. Nuestro reto como oposición (o, mejor dicho, como resistencia ante la dictadura) no es acabar con la Mesa sino diseñar otras instancias, otros sistemas funcionales que atiendan a procesos que la Mesa, dada su naturaleza, no puede liderar. La acción opositora debería contar pues con tres instancias, cada una con un ámbito de acción propio: 1) Procesos político-electorales (la Mesa), 2) Protesta social y, 3) Plan de desarrollo. Estas tres instancias conformarían el Movimiento de Unidad Democrática (MUD). La Mesa se trascendería a sí misma al incluirse en un sistema más complejo y con mayor capacidad para responder a nuestros principales desafíos colectivos. No ahondaré aquí en los cambios internos que la Mesa debería experimentar pues pienso, con toda honestidad, que quienes la integran lo saben bien. Me parece más pertinente ofrecer algunas ideas en relación con las otras dos instancias que, junto a la Mesa, constituirían al MUD.

III

El país está encendido. Al finalizar este año 2017 habrán ocurrido unas 6.000 protestas, de acuerdo a cifras del Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social. Las razones directas de estas protestas son diversas: la inseguridad, la escasez, la vivienda, el empleo, el voto y, mientras escribo esto, la pérdida de dinero en billetes de 100 bolívares. La mayoría de la población entiende, sin embargo, según varios estudios de opinión pública, que la causa general de nuestras desgracias es la gestión de un régimen dictatorial, incapaz y corrupto. Pero ocurre que estas protestas no han logrado convertirse en manifestación masiva y sostenida frente al régimen. La Mesa no ha podido ni podrá lograr esa tarea. Sí podría hacerlo una instancia integrada por representantes de diversos sectores sociales. Hay aquí, debo anotar, un reto de creatividad que no hemos resuelto. Marchas y cacerolazos ya no surten efecto. Debemos inventar nuevas formas de movilización social. ¿Qué ocurriría si en Caracas, por ejemplo, surgiesen 7 grupos, de unos 10.000 ciudadanos cada uno, dedicados a protestar, a razón de uno por día, con respecto a los diferentes problemas colectivos y con consignas comunes? No daríamos ni un día de descanso a la dictadura. Esta sería, de hecho, la base para convocar, eventualmente, a paros activos por ciudad o en todo el país, paros que no se limiten a la convocatoria a quedarnos en nuestras casas.

(Comentario adicional: para evitar que la dinámica de la instancia de protesta social colida con la lógica de la Mesa, quienes lideren aquélla quizás deberían comprometerse a no participar, durante un tiempo razonable, en ninguna elección a cargos de representación pública. Lo mismo aplicaría a quienes lideren la instancia de diseño de un plan de desarrollo).

IV

La sociedad venezolana se viene pensando a sí misma. Existen diversos grupos de profesionales dedicados a diseñar, con visión de corto, mediano y largo plazo, propuestas de políticas públicas y de reforma institucional. Se ha realizado un excelente trabajo en esta materia. Esto no es algo reciente, para ser justos. Desde la propia Mesa, hace pocos años, se hizo un esfuerzo meritorio por presentar al país un plan de gobierno. Como era de esperar, esa iniciativa tuvo importancia secundaria para la Mesa. Los grupos que hoy se empeñan en pensar en nuestros problemas y en identificar las mejores soluciones —yo mismo formo parte de un grupo así— tienen el reto de integrar sus actividades. Esa articulación no debería consistir solo en la generación de un único producto, como un plan de gobierno. De lo que se trata es de crear un sistema que permita generar propuestas de forma permanente. Hablo pues de un proceso de planificación y no de un producto particular. Esto no supone, claro está, acuerdos totales con respecto a los diferentes temas pero sí con relación a un mínimo de principios y de postulados. Esto es lo que he llamado “centro” político, la “zona” de acuerdos mínimos en materia de políticas públicas y de cambios institucionales.

(Comentario adicional: un plan de desarrollo no es equivalente a una visión de país, aunque ésta suponga a aquél. Una visión es la narración que una sociedad hace de su pasado, de su presente y, sobre todo, de su futuro. Sin una visión inspiradora e incluyente difícilmente los venezolanos saldremos de este profundo bache histórico en el que hemos caído. Esta es una de las áreas en las que las tareas de expertos y políticos deberán conectarse: un discurso político que no se base en un plan de desarrollo es pura retórica y un plan de desarrollo que no se convierta en discurso político es vano ejercicio intelectual).

V

¿Cómo surgirán esas nuevas instancias? No desde la Mesa, desde luego. Aunque tampoco al margen de ella. Los ciudadanos organizados tienen aquí una misión histórica de primer orden. Por una parte, líderes sociales y políticos que hoy actúan en forma dispersa deben encontrarse para dar forma a un Frente Nacional de Protesta Social, coordinando sus esfuerzos a partir de ciertas reglas y definiciones estratégicas. De igual modo, diferentes grupos de profesionales deben crear los mecanismos para articular sus voluntades y diseñar un sistema —una Comisión Ciudadana o algo así— cuyo primer producto será un Plan Democrático de Desarrollo Nacional. Ni un grupo ni otro deben esperar que su impulso inicial provenga de la Mesa. Si eso ocurriese el riesgo de que la lógica político-electoral se imponga de nuevo sería muy alto. Una vez que emerjan las dos nuevas instancias, a partir del empuje creador de diversos actores sociales, diferentes a quienes integran la Mesa, todas las instancias podrán dar forma al MUD. Agrego que de los miembros de la Mesa deberíamos esperar, por una parte, sensatez política para no sentirse amenazados ante la emergencia de estos nuevos actores e instancias y, por la otra, grandeza de alma para asumirse como parte de una organización mayor.

VI

En esta suerte de división del trabajo ninguna instancia del MUD estará subordinada a otra. Cada instancia se ocupará de lo suyo, siendo coherente con la lógica que la define (siendo autorreferencial, para usar el término más técnico). Pero también cada instancia será consistente con las otras pues todas compartirán un mismo núcleo de valores, reglas y visión. Esto exigirá comunicaciones de calidad y, en especial, diálogo del verdadero: el que supone el mutuo reconocimiento como interlocutores y se orienta a encontrar lo válido para todos. Así, se promoverá la inteligencia colectiva y los logros de cada instancia potenciarán las actividades de las otras. Todas ellas coevolucionarán, logrando satisfacer las demandas de cambio de un entorno exigente. La oposición, en definitiva, se hará más compleja para enfrentar con éxito una realidad también más compleja. Demás está decir que el MUD prefigurará la manera en que deberá funcionar el futuro Gobierno Democrático de Unidad Nacional.

Fuente: http://prodavinci.com/blogs/oposicion-reinventada-por-roberto-casanova/