Ignacio Avalos Gutiérrez
Claudia Presidenta (¿Y el Presidente a La Chingada ?)
El Dia Mundial del Futbol (una vida en torno al balon)
El boom de la complejidad
Elecciones presidenciales: ¿nos jugamos el futuro ?
¿Que se nos hicieron las neuronas espejo?
Elecciones 2024: ¿fair play?
La civilización empática (a propósito del conflicto entre Rusia y Ucrania)
En medio del caos que gobierna mi biblioteca, encontré por pura casualidad un libro que hace unos cuantos años había leído a saltos, brincándome las páginas y hasta algunos capítulos. Por estos días lo examiné completo, sin dejar pasar una sola línea. Me refiero a “La Civilización Empática”, texto que describe “la carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis” y cuyo autor es Jeremy Rifkin, un importante intelectual norteamericano, ya fallecido.
Las neuronas espejo
Allí supe por primera vez de las llamadas “neuronas espejo”, tema del que posteriormente me enteré un poco más, gracias a unos amigos científicos. Fueron descubiertas en la década de los noventa por dos investigadores italianos y constituyen la base biológica que permite a los seres humanos poseer la característica que los hace tales, es decir, su sociabilidad, y como parte de ella, la posibilidad de ver las cosas “desde el punto de vista del otro”, de ahí su nombre. Son las “neuronas de la empatía”, que contradicen el relato histórico dominante, a través del que se ha explicado la existencia de la especie humana, caracterizándola como egoísta, agresiva y predadora, por naturaleza.
Así las cosas, su descubrimiento indica que la moralidad echa las raíces en la biología como consecuencia de los procesos evolutivos del cerebro. En suma, si bien las investigaciones no han tocado fondo y todavía tienen algunas interrogantes pendientes, el origen del comportamiento prosocial, incluidos sentimientos morales como la empatía, anteceden a la evolución de la cultura. O sea, existe una “predisposición biológica a sentir empatía por otros seres”, apunta Rifkin.
Otra forma de mirar al planeta
Desde hace rato Perogrullo ha venido afirmando que el mundo actual se ha vuelto muy complejo y enredado, debido en gran medida, aunque no solo, a las posibilidades que abre la aparición de las nuevas tecnologías. Se ha ido constituyendo como un conjunto de “comunidades solapadas”, según la expresión que escuché en alguna conferencia, sellado por nuevas interdependencias y la transnacionalización de los vínculos políticos y sociales, como efecto de los procesos de globalización.
A propósito de ello, diversos estudios hablan del surgimiento de una Sociedad Cosmopolita armada en torno a una institucionalidad que se pone de manifiesto en distintos niveles (local, nacional, regional y mundial), pero sin implicar la disolución de las identidades locales o de la figura del Estado Nacional, si bien este último tendría que ser rediseñado, pues va quedando cada vez más desfasado en lo que atañe a su capacidad de gobernar ( ha perdido hasta el monopolio de la violencia, valga esto como ejemplo). Conforme a las nuevas investigaciones, solo desde una perspectiva cosmopolita se pueden encarar los aspectos que asoma el mundo de hoy, entre los que cabe citar la generación de un orden económico globalizado, la pobreza y la desigualdad, la violencia, el incremento de las presiones migratorias, la paz y la seguridad, el cambio climático, las transformaciones tecnocientíficas y otros aspectos ya conocidos que alargan la lista, confirmando, además, que nos encontramos en la “Sociedad del Riesgo”, concepto que se le debe a Ulbrich Beck, quien lo empleo con el propósito de describir la distribución “democrática” de las calamidades planetarias, resultado de la propia acción humana, y de plantear, así mismo, la necesidad de adoptar remedios globales. Respecto a esto último vale la pena destacar que se han desarrollado iniciativas importantes que tratan de abordar los asuntos mencionados, entre ellas la Agenda Social Global, seguramente la más significativa, aunque hasta ahora se haya quedado demasiado corta en sus resultados.
¿La Edad de la Empatía?
Dicho lo dicho, el conflicto de Rusia y Ucrania, además de la tragedia que entraña en sí mismo una guerra, representa un acontecimiento que contraría abiertamente las señales que se le están enviando a la humanidad. Más allá de las interpretaciones geopolíticas que intentan determinar sus causas e implicaciones, centradas por lo general en la disputa del poder a nivel mundial, dicho conflicto será una derrota para todos, sea cual sea su resultado. El mundo será peor porque reitera la evidencia de que continúa soslayando los temas que le son cruciales, los que ponen en riesgo la vida de la especie humana y, ojo, no se trata de una exageración. Y, por otro lado, mantiene disputas bélicas y no bélicas que encuentran su justificación en los mapas que dividen el mundo mediante líneas de varios colores, que separan y diferencian los territorios de manera cada vez más ficticia.
Lo que está ocurriendo pareciera indicar que se desactivaron las neuronas espejo y los terrícolas no alcanzan a ponerse en el lugar del otro (a pesar de que todos los lugares se están pareciendo cada vez más). ¡Vaya tragedia!.
Volviendo a Rifkin, él escribió que estábamos ubicados en el inició de la civilización empática, que «la edad de la razón estába siendo eclipsada por la edad de la empatía». Me pregunto, entonces, si no habrá sido, el suyo, un anuncio algo prematuro.
El Nacional, jueves 17 de marzo de 2022
La pandemia nos cambia las preguntas
Durante un tiempo que nos ha sabido a eternidad, hemos estado atrapados, desde la mañana hasta la noche, por una de telaraña de palabras (Coronavirus, infodemia, resilencia, COVID -19, conspiranoia, confinamiento, sanitarios, vacuna ), que no hacen sino recordarnos cada segundo que estamos sumidos en una pandemia. Los terrícolas vivimos dentro del pánico y la incertidumbre acerca del origen del coronavirus, de su posible evolución y duración, de la efectividad y disponibilidad de la vacuna y un más o menos largo etcétera, al que se han sumado varias versiones conspirativas que, cada una su manera, tratan de convencernos que por detrás del coronavirus hay un Gran Hermano (Orwel) más sofisticado, que trata de dominar al mundo, sometiendo a los humanos a su absoluto control, a través de un virus creado en tal o cual laboratorio, respondiendo al interés de quien sabe que país, quien sabe cuáles grupos económicos, de lo cual sería prueba la evidencia de que, en medio de la pandemia. Estaríamos, entonces, ante una tiranía global que, valiéndose de las nuevas tecnologías tendría la capacidad de vigilar y manipular a todos los habitantes del planeta, en nombre de un Nuevo Orden Global, cuyo anticipo es la mascarilla que nos ponemos, que en realidad es la metáfora de un bozal.
Hay pues, versiones para casi todos los gustos, no solamente distintas, sino hasta contradictorias, lo que en buena parte se explica, en gran medida, porque la cultura de la posverdad se ha vuelto un rasgo distintivo de la sociedad mundial de hoy en día, y no escapa a la actuación de algunos gobiernos, que han ocultado los datos o los han manipulado.
En esta Infodemia, como ha sido denominada, las noticias falsas se expanden con más velocidad que el virus, como señaló la misma ONU, creando, como cabe esperar, una gran desconfianza y afectando el manejo del gran problema que tenemos entre manos.
Lo cierto es, así pues, que el planeta fue sorprendido fuera de base. En este sentido, creo que nadie describió mejor la perplejidad de la gente ante lo sucedido que Clarke Smith, un niño de apenas 9 años, con un pequeño texto enviado al Washington Post, que le pidió a sus lectores que manifestaran su opinión al respecto: “Es como si vas a cruzar una calle, miras con cuidado, ves ambos lados y, de repente, te atropella un submarino”.
El mensaje del virus
Según vienen registrando diversos estudios desde hace varios años, nos encontramos en una crisis sistémica, no coyuntural, puesta de manifiesto en varias dimensiones, de enorme gravedad por su origen común y porque es simultáneamente ambiental, energética, alimentaria, social, económica, política…. Todas estas crisis se encuentran abiertas, se han acelerado, se superponen, se mezclan y refuerzan en el marco de un proceso de globalización que carece de la institucionalidad capaz de garantizar su gobernabilidad, dado que las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, no.
Se trata de crisis que sobrepasan el conocimiento a la mano, descubriendo lo poco que sabemos en relación con catástrofes que son consecuencia de acciones eslabonadas, interacciones inéditas y complicadas, amén de la debilidad institucional en lo que se refiere a la gobernanza del mundo, mientras que luce como si dependiéramos de viejas recetas. Como deja ver una frase de Mario Benedetti, pensada en otras circunstancias, claro, vale decir, entonces, que “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas”.
Así las cosas, debemos aceptar que no estamos experimentando un nuevo ciclo recesivo del sistema capitalista, como, por ejemplo, la última crisis financiera de hace poco más de una década, sino que el patrón del desarrollo y el progreso ha encontrado su límite. El prestigioso académico norteamericano Kenneth Boulding afirmó hace al menos dos décadas, que “quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista”. En otras palabras, encaramos lo que algunos han calificado como una “crisis civilizatoria” que interpela al sistema capitalista como modelo en todos los planos de la vida colectiva. Hay, por tanto, que revisar nuestras prioridades y diseñar mejores formas de vivir en la tierra.
Estos tiempos son nublosos, son pocas las certezas con las que contamos. La pandemia puso de manifiesto a la Sociedad del Riesgo, como diría Beck, el sociólogo alemán, y está poniendo por delante la perentoria necesidad de repensar el mundo y la necesidad transformarlo.
Lo señalado anteriormente ocurre, además, en un contexto de las radicales transformaciones tecnológicas que configuran la llamada Cuarta Revolución Industrial, sustentada en la fusión de los mundos físico, digital y biológico. Se trata de tecnologías disruptivas que enorme impacto que como lo muestra, por decir algo entre muchas evidencias, la evolución en el campo de las neurociencias. Por poner sólo un ejemplo, la combinación de cambios en el ámbito de la inteligencia artificial y de la biotecnología no sólo permitirá interpretar la información que surge de nuestra vida cotidiana, privada, sino también manipular nuestras emociones y comportamientos.
En definitiva, ignoramos el formato en que va a ir teniendo lugar, dejado hasta ahora casi exclusivamente, en manos de las grandes empresas y sus particulares objetivos. Resulta indispensable, entonces, ir creando nuevos esquemas de análisis, a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias naturales, con el objetivo de hacerle frente a las interrogantes que emergen, dando pie a dudas de todo tipo. En este sentido cabe resaltar la importancia de las ciencias sociales, de alguna manera dejadas de lado, para responder las preguntas que surgen y redactar un nuevo libreto que ayude a despejarlas, de acuerdo a códigos inspirados en valores relacionados con el bien de una especie en riesgo, la humana, como lo ha manifestado el profesor Jeremy Rifkyn.
Somos terrícolas
Boaventura Dos Santos sostiene que “el virus es un pedagogo que nos está intentando decir algo. El problema es saber si vamos a escucharlo y entender lo que nos está diciendo.”.
En virtud de lo expresado en las líneas anteriores, la aspiración no puede ser, como a veces parece creerse, la vuelta a la normalidad, dado que ésta es la causa que sacó al aire la situación que encaramos y que seguir como hemos venido andando desde hace varias décadas es suicida, dicho sin exagerar. Por otro lado, se trata de una tarea que debe emprenderse mediante la unidad de todos. Si no actuamos unidos, los problemas que nos afligen escaparán de nuestro control. Con razón, el Papa Francisco advierte que “La pandemia no se termina hasta que termina en todas partes. La pandemia nos ha recordado que nadie se salva solo. Lo que nos une a los demás es lo que comúnmente llamamos solidaridad. La solidaridad es más que actos de generosidad, por importantes que sean: es el llamado a aceptar la realidad de que estamos atados por lazos de reciprocidad. Sobre esta base sólida podemos construir un futuro humano mejor y diferente.”
El mundo esta interconectado, pero no unido. Todavía no asumimos nuestra condición de terrícolas, no admitimos que las relaciones humanas estén en el centro del asunto y que se deben organizar medidas colaborativas y un amplísimo espacio de lo común, de lo que es de todos. Tal como dije arriba, es una obligación debida a nuestra mutua interdependencia en el seno de la globalización. Por eso, la administración de la vacuna, de manera de que llegue a todos, será, sin duda, una prueba de que estamos entendiendo bien lo que está pasando, sin caer en la defensa de intereses geopolíticos o económicos que, en ocasiones, han quedado a la vista de todos.
Por último, pero no de ultimo, ojalá este evento de la pandemia pueda servir para resolver el que es sin duda el problema más difícil que enfrenta la humanidad, el del cambio climático. Que sirva, según han señalado muchos, como un ensayo global, útil para resolver a tiempo (el reloj ha corrido más de la cuenta) un asunto tan complejo y tan descuidado, que se ha postergado en función de conveniencias que no son, desde luego, las de todos.
Hay que estar alertas, por tanto, de que, pasado el susto, se eche mano de las inercias que nos trajeron hasta acá, con relación a lo cual ya empiezan a observarse preocupantes evidencias, Recordar que somos terrícolas, que tenemos un destino común y que debemos humanizar nuestra convivencia según los valores de la libertad, la solidaridad y la igualdad, re -interpretados desde los escenarios que nos ha generado el corona virus.
El Nacional, miércoles 6 de enero de 2021
No es la economía, estúpido
El país, hace agua por todos lados, tal es la sensación diaria de cada uno de los pateamos las calles en cualquier ciudad. Sufre un desacomodo general que afecta todos los ámbitos de transcurrir colectivo, no deja ileso a ninguno y deteriora la vida de diaria de los venezolanos.
Acabamos de tener dos eventos electorales que, lejos de lo que algunos pensaron al principio, no sirvieron para salir de nuestros conflictos, sino para ratificarlos e incluso agravarlos, entre otras cosas porque seguramente complicarán aún más nuestra arquitectura institucional, eje central de la vida colectiva, y enredarán en mayor medida el escenario político. Dichos eventos mostraron, además, una gran indiferencia por parte de los votantes, señal, junto a otras, de que la sociedad venezolana pareciera dominada por una sensación mezcla de hartazgo, desespero y escepticismo.
Opina el cura Infante
En una entrevista que le hace Hugo Prieto, Alfredo Infante, cura jesuita y hasta hace muy pocos días director de la excelente revista SIC, asoma con mucha razón, la despolitización de la sociedad. “Existe una polarización inorgánica. Es decir, son dos polos que están luchando por el poder, pero de espaldas al cuerpo social. No logran interpretar, genuinamente, las aspiraciones del cuerpo social.”
Hay un descontento muy grande hacia al gobierno, pero también hacia la oposición. Pero ese descontento no se queda allí. “Por eso suelo decir que no hay crisis política, que es la política misma la que está en crisis. Yo creo que no puede haber ejercicio de la política sin la vigencia de los partidos políticos. Pero los partidos tienen que replantearse su organización, tienen que releerse, tienen que resetearse, no pueden seguir siendo partidos estalinistas. Y de esa manera podrán surgir liderazgos sociales que se conecten con la política. Un nuevo modo de entenderla desde la sociedad.
Ni los unos ni los otros
En un principio la mayor parte de los venezolanos percibió el chavismo como esperanza, promesa de un país mejor que el que teníamos, y lo respaldo masivamente. Veinte años después es una élite que mal gobierna una sociedad envuelta en grandes problemas y sin horizonte a la vista. Al chavismo (¿los chavismos?) se les extravió las claves de la sociedad actual, lo que resulta todavía más grave si se toman en cuenta los cambios radicales que se están dando a nivel planetario y que, según sostienen no pocos analistas, dibuja los bordes de una crisis civilizatoria.
Como indique anteriormente, la presente gestión chavista empieza y termina en el control del poder, en medio de cierta épica que aún le saca jugo al culto a la personalidad de su difunto líder. Atraviesa una crisis existencial que lo obliga a repensarse, objetivo que manifestaron incluso varios de sus aliados.
Por otro lado, quienes se oponen al Gobierno muestran un fraccionamiento casi infinito, difícil de entender, aunque no resulta extraño especular, y permítaseme la franqueza, que la ambición desmedida y fuera de lugar de algunos líderes- no todos, ni siquiera la mayoría es preciso aclarar- juega un papel nada despreciable. En fin, cualquiera sea la razón, lo cierto es que las oposiciones no han podido trazarse una ruta estratégica común ni elaborar una narrativa compartida para diagnosticar al país y marcarle un norte. Así las cosas, no han podido capitalizar el rechazo mayoritario hacia el presente gobierno. A estas alturas no se le ve como opción en relación a nuestras dificultades.
Visto lo anterior luce que el año 2021 estará nublado. Es digamos, una hipótesis, en consecuencia puede rebatirse. Depende de todos nosotros.
Es la economía, estúpido
Así las cosas, resulta ineludible convertirnos un país más cohesionado, mejor cosido. Que sepa convivir en medio de diferencias y conflictos, que sepa tragarlos y digerirlos, convertirlos, incluso, en nutrientes democráticos. Que sea capaz de acordar los pactos básicos que les den a todos sus habitantes la imprescindible convicción de vivir en una misma sociedad, de ser parte de un nosotros perdurable, ligado a un mejor futuro que les concierne a todos
"La negociación no es la mejor alternativa ¡Es la única alternativa!" La frase anterior la dijo y escribió con insistencia en diversas oportunidades. Y, palabras más, palabras menos, repitió igualmente que “…. un país no se puede construir sobre la base del odio y del miedo desatado”. Me refiero a Pedro Nikken.
En suma, hay que echar mano del entendimiento para dejar de ser el país resquebrajado que desde así casi dos décadas venimos siendo, lo que en otros términos significa, reivindicar a la política como instrumento de convivencia, indispensable para bregar los pactos que hagan falta. Y quienes tienen la principal responsabilidad de trabajar con ese propósito no pueden convertir el diálogo y la negociación en una mera lucha por el poder, que es lo que, en general, hemos presenciados los venezolanos durante los varios intentos que se han promovido y cuyo informe de cierre suele concluir que no fue posible el consenso por culpa del otro. El diálogo debe hacerse en nombre de la gente, en atención a sus problemas, de cara a la escollos que tan severamente desacomodan a la sociedad venezolana. Esa es su verdadero motivo, hay que reiterarlo cuantas veces haga falta.
No hace mucho leí en un texto del Maestro Manuel García Pelayo, que la política consiste en el encuentro - en modo de confrontación, negociación, diálogo, acuerdo…- de actores con posiciones diferentes, encuentro marcado por determinadas circunstancias, a partir de las cuales los políticos deben reconocer lo que es factible en cada situación e incluso distinguir en cada caso entre aquello en lo que debemos ponernos de acuerdo y aquello en lo que podemos e incluso debemos conservar las diferencias.
Hay, entonces, que restituir el diálogo como herramienta para el cohesionar al país y acordar un futuro donde entremos todos. Si apelamos a lo expresado por el filósofo Daniel Innerarity, la política es, al fin y al cabo “…. una forma de hacer cosas con palabras”.
En resumen, para nosotros, la cuestión es la política, convertida en medio obligado para encaminarnos a la solución de los miles de problema que padece la sociedad.
En fin, no es la economía, estúpido.
El Nacional 17 diciembre de 2020
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