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Opinión

El pueblo venezolano necesita urgentemente recobrar su libertad, su democracia, su calidad de vida que ha sido tan golpeada durante estos años recientes, pero para ello, tiene que actuar en unidad. Es preocupante ver, cómo algunos individuos pertenecientes a la oposición, tratan de desacreditar las decisiones y actividades de las personas que actualmente lideran los movimientos de unificación de esfuerzos en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y otras organizaciones, o se hacen eco de jugarretas de los cizañeros miembros del gobierno para angustiar a las personas, en lugar de tratar de aportar nuevas ideas que ayuden a derrotar al enemigo y a consolidar la unidad de la población. La MUD tiene su esencia en la unidad, por lo que al tratar de dividirla, de separarla en sus componentes, pierde toda su intención.

Simón Bolívar, el gran estratega de la época independentista venezolana, comprendió la necesidad de la unidad para poder enfrentar en la batalla decisiva, Carabobo, con elevadas probabilidades de éxito, a un ejército que lo aventajaba en número de soldados y en calidad de armamentos. En su intención de unificación de un ejército sólido para la lucha, El Libertador logra reunir en las cercanías de la ciudad de San Carlos ejércitos tan disímiles como el suyo, el de Páez y el de Urdaneta.

No fue tarea fácil reunir y convencer a aquellos personajes tan diferentes. Páez era un hombre indómito cuya escuela fueron los llanos apureños, su cotidianidad fue lidiar con bestias y aprender todas las labores del llano para lo cual tuvo que convertirse en un espectacular jinete, destreza que lo ayudó en las batallas libertarias que libró y le valió el mote de “Centauro de los llanos”. Urdaneta, tenía una sólida formación académica en lo político y en lo militar, y desde muy joven estuvo incorporado a los ejércitos patriotas. Ahora, estaba movilizando su división desde Maracaibo hacia la concentración dispuesta por Bolívar para la ofensiva final contra los ejércitos realistas. Y Bolívar, caraqueño de clase noble y distinguida, se formó con las lecturas de los grandes pensadores y viajando con frecuencia por Europa. Sin formación militar, con su espada llegó a ser líder de los ejércitos emancipadores de Hispanoamérica y, con su pluma, líder en el establecimiento de la base ideológica del movimiento independentista por medio de innumerables documentos escritos y discursos. Esos esfuerzos de unidad, de unificación, condujeron ineluctablemente a la victoria en Carabobo y a la huida y desmembramiento del ejército realista.

Durante estos años del siglo XXI, el gobierno venezolano, sembrando la desunión en los ciudadanos y aplicando otros efugios, ha logrado muchas victorias políticas que lo han conducido a consolidarse en el poder. Esas victorias le han permitido al régimen burlarse permanentemente de la Constitución desde los Poderes Legislativo, Electoral, Judicial y Moral; y especialmente desde el Poder Ejecutivo, cuya cabeza es una persona que ha sido incapaz de mostrar su partida de nacimiento y, además, no posee ninguna cualidad de ascendencia para gobernar a nuestro pueblo.

Por su lado, los movimientos opositores al gobierno han logrado algunas victorias políticas, pero la gran victoria ocurrió el 6 de diciembre del año 2015 cuando se eligió un Poder Legislativo con dos terceras partes de sus diputados perteneciendo a la MUD. Esta fue una victoria de una unidad, en aquel momento indestructible, que contó además con el apoyo de un pueblo cansado de tanta miseria y que luego de ese triunfo, se recreó con las expectativas de un futuro promisorio.

Pero casi dos años después de aquella maravillosa y esperanzadora victoria, el apoyo popular a esa unidad ha comenzado a enfriarse y a perderse la confianza en los dirigentes políticos de la oposición, debido a lo que se percibe como falta de resultados satisfactorios de su gestión. No se aprovechó ese apoyo popular para evitar tantas disposiciones arbitrarias del TSJ que han evitado que hasta ahora, aquella AN opositora pueda cumplir con sus responsabilidades constitucionales. Sin embargo, parece ser que esas actitudes, aparentemente pasivas de nuestros dirigentes, son en buena medida justificables por las consecuencias dramáticas y dolorosas que para el pueblo venezolano pueden causar acciones más precipitadas y agresivas, como ocurrió de abril a julio de este año durante las acciones de calle. En su favor, se puede anotar, que en los meses recientes, esos mismos dirigentes y otros venezolanos responsables han intensificado una amplia actividad con organismos internacionales, que están dando excelentes resultados a favor de la democracia en el país.

A los líderes opositores se le debe otorgar un voto de confianza pero al mismo tiempo pedirles evitar confrontaciones internas, no ocultar los logros o derrotas resultantes de sus acciones, apartar a aquellos voceros cuestionados por acciones contrarias al espíritu del movimiento opositor, compartir y consultar con las organizaciones que hacen vida en el país de los nuevos derroteros que están dispuestos a seguir, renovar algunos cuadros de la organización si lo considerasen conveniente.

Paralelamente, los ciudadanos que queremos un cambio en la conducción del país debemos reunificarnos, que no es más que unir de nuevo una colectividad que en algún momento constituyó una unidad. Pero más necesario aún es que los movimientos políticos de oposición se mantengan como un solo bloque, sólido, sin fisuras, que sea capaz de aglutinar a la población para enfrentar este régimen que cada día incrementa la ruina de Venezuela. Unir a Primero Justicia, Voluntad Popular, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Vente Venezuela y los demás partidos y movimientos políticos que hacen vida en la oposición venezolana, no puede ser más difícil que lo logrado por nuestros héroes libertadores del siglo XIX cuando se unieron los ejércitos de líderes tan diferentes como Páez, Urdaneta y Bolívar, para enfrentar al poderoso ejército español y lograr nuestra independencia de ese yugo secular.

En pocos días tendremos una nueva oportunidad de demostrar nuestra disposición a cambiar este régimen actual por un gobierno democrático, al celebrarse las elecciones regionales. Esto es algo constitucional que hemos pedido con vehemencia, por lo que es nuestro deber cumplir esta cita, a la cual pueden asistir todos los venezolanos que no han podido salir a manifestaciones de calle por razones de edad, exigencias laborales, controles gubernamentales y otros. Hagamos que esta nueva oportunidad electoral sea la movilización popular más multitudinaria de nuestra historia.

Así como esa gran luchadora por la democracia que es María Corina Machado, con gran coincidencia con la MUD ha planteado desde Soy Venezuela la “necesidad de retomar las movilizaciones, hacer visible el enorme descontento que prevalece en el país, hacerle saber a la comunidad internacional que no deseamos que las negociaciones del régimen con la MUD terminen facilitándole el acceso a fuentes de financiamiento y dejar claro que no reconocemos a la ANC de Maduro”, además de señalar que “no discriminan a quienes deseen votar en estas elecciones regionales”; los demás grupos organizados o no, que mantengan actitud discordante con la MUD y deseos abstencionistas, deberían meditar muy bien su decisión que solo beneficia al gobierno y su intención de permanencia infinita en el poder.

La unidad nos dio ayer la victoria en Carabobo, esperamos que los venezolanos de hoy, liderados por los que representan a la MUD y a otros movimientos, nos mantengamos unidos, tolerantes, sin fisuras, ante un adversario que se está desmembrando pero que tiene que ser enfrentado con todas las fuerzas de nuestra unión para lograr una nueva victoria. Estamos a las puertas de la palingenesia de nuestra independencia y libertad. No desperdiciemos esta oportunidad. Unidos venceremos el 15 de octubre de 2017.

Octubre de 2017

pedroraulsolorzano@yahoo.com

www.pedroraulsolorzanoperaza.blogspot.com

 6 min


“Cataluña: un plebiscito anti-constitucional, una masa enardecida, una izquierda demagógica, un presidente antipolítico. Ese es el resultado”.

En ese twitter resumí las jornadas del 1-O en Cataluña. No fue difícil armarlo. Lo que iba a suceder estaba programado. Heridos, presos, apaleados, Piquet llorando en la TV y Shakira con un título para su próxima canción: Don’t cry for me Cataluña. Al día siguiente, Cataluña amaneció consumida por odios.

Ese al fin era el propósito fraguado por Puigdemont, Junqueras, la CUP y los socialistas-nacionalistas que controla Podemos desde Madrid.

Incapaces de dar cuerpo legal al plebiscito, los separatistas decidieron apostar por la revolución mediática. La escenificación fue bien lograda. La presencia de la Guardia Civil despertó recónditas asociaciones. Hasta adversarios de la secesión dejaron ese día de serlo. Un éxito televisivo. Ojalá hubiera sido solo eso. Ahora el daño está hecho y nadie sabe como repararlo.

El plebiscito en su contenido, forma y redacción es inconstitucional. Ningún gobierno del mundo, el de Rajoy tampoco, puede tolerar la violación de la Constitución. Lo que estaba en juego ese día era la integridad del Estado. Eso fue precisamente lo que advirtió la izquierda rabiosa: los podemitas, los cupitas, y otros más.

No son la mayoría cuantitativa. Pero sí la cualitativa. Saben movilizar a su gente, crear focos de disturbios, llenar las calles de letreros, enardecer a las masas. Son militantes de una revolución que no tiene nada que ver con la clase obrera ni con el socialismo, mucho menos con los antiguos comunistas, gente ligada a los trabajadores y reacia a cualquier nacionalismo, sea español o catalán.

Los revolucionarios de ahora son hijos de la sociedad post-industrial, desclasados, populistas en el exacto sentido del término, y sobre todo, pescadores de ríos revueltos.

En Cataluña no han descubierto raíces culturales. Cataluña para ellos es la posibilidad de hacer lo que nunca podrían haber hecho en el resto del país. Por eso agitan hoy banderas nacionalistas. Podrían ser también otras ¿Qué importa aliarse con lo más rancio de la ultraderecha catalana si eso los acerca al poder?

Si Cataluña llega a ser independiente, su destino no será envidiable. Muy pronto los neo-revolucionarios se harían de los aparatos decisivos y la próspera Cataluña se convertiría en una Venezuela europea. Puigdemont y los suyos son, para la neo-izquierda, simples tontos útiles. Como lo es también Rajoy. A este último lo conocen: le tendieron una trampa y Rajoy, como es su costumbre, cayó en la trampa. Desató la más innecesaria represión y convirtió a los secesionistas en héroes de la independencia.

Por cierto, el deber de un gobernante es hacer cumplir la Constitución. Pero también es privilegiar los medios políticos de lucha. Rajoy no lo hizo ni lo hará. Rehuye al debate público como a la peste, no sabe formar alianzas, no intenta dividir a las huestes adversarias, no busca conexiones con los sectores más moderados y confunde a la política con la simple jurisdicción administrativa.

Todo el peso de la resistencia democrática ha caído sobre el Ciudadanos de Arrimada y Rivera. Pero Ciudadanos no está en condiciones de romper la polarización impuesta por el secesionismo radical (de derecha e izquierda) y el automatismo anti-político de Rajoy. Esta historia va a ser aún más larga que la del Quijote.

A propósito: en algunas escuelas catalanas ya se enseña que “probablemente” Cervantes fue catalán.

Polis: Política y Cultura

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El pasado 26 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro fue condecorado con la Cruz del Comando Estratégico Operacional. El acto militar se realizó en una base aérea cercana a Caracas y, al momento de hablar, el Presidente de Venezuela dijo que “hoy la patria sustenta su unión en la cohesión de esta Fuerza Armada Nacional Bolivariana”. No solo se refería a una cuestión de orden y represión de las protestas públicas. Maduro se refería, sobre todo, a una sociedad cuyo principal protagonista es la fuerza armada. Finalmente, Maduro ha cumplido el sueño de Chávez: los militares son el motor de la historia venezolana.

Es necesario recordar que, hace un poco más de un año, obligado finalmente a reconocer la terrible crisis económica y social por la que pasa el pueblo venezolano, el presidente decidió crear un orden mayor, la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro, con más poder que todos los ministerios, dedicado a combatir el desabastecimiento de comida y de medicinas. Al frente de esta nueva misión designó al ministro de la Defensa, General en Jefe Vladimir Padrino López. Fue un paso definitivo en la creciente militarización de la gestión administrativa del Estado. Esa ha sido la constante más clara del gobierno de Maduro: cederle la economía y la política a la fuerza armada. En la famosa “unión cívico militar” que tanto pregona el oficialismo, los civiles son cada vez más un adorno. La historia ahora se viste de uniforme

El avatar de Twitter de Padrino López es una foto en la que aparece vestido en traje de campaña, con el uniforme lleno de polvo, cargando un fusil y trotando hacia adelante. Hay algo cinematográfico y heroico en esta imagen del general Padrino López. Aunque su discurso invoque insistentemente la paz, su carta de presentación es un fusil. Hace pocos días, en un foro público, volvió a repetir que las marchas populares que se dieron en Venezuela entre abril y julio no eran “manifestaciones pacíficas” sino “operaciones subversivas”. Es curioso ver cómo los supuestos revolucionarios de izquierda del siglo XXI utilizan los mismos argumentos que los gorilas derechistas del siglo XX.

El informe de la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sin embargo, tiene otra versión. Señala el uso sistemático de la fuerza y la utilización de armas letales por parte de las Guardia Nacional Bolivariana en contra de los manifestantes, dando por resultado denuncias sobre 5.051 personas detenidas arbitrariamente, allanamientos ilegales, tortura, uso de tribunales militares para juzgar a civiles, así como el registro de más de 100 asesinatos. Para cualquier venezolano, la imagen del general Padrino apretando un arma entre sus manos es lo contrario de una metáfora de la paz.

Pero al ministro le gusta filmarse y promoverse en las redes sociales. No es ninguna novedad. Twitter es un método express de banalización del discurso. Gracias a esta red social, todos podremos ser líderes políticos, aunque solo sea por unos segundos. Hace unos meses, en julio de este año, Padrino López colgó en su cuenta un video donde aparecía en una práctica militar, agazapándose y disparando a algunas siluetas, corriendo, saltando entre neumáticos, ocultándose, volviendo a disparar. Es una secuencia de entrenamiento bastante común en algunas películas o series de tv. Al final, un tanto jadeante, mirando a cámara, el ministro ofrece un mensaje a propósito de la soberanía y la independencia.

El esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.

No es su única pieza fílmica. Ya en otras oportunidades, y en otros contextos, ha producido y actuado en otros breves capítulos: el general entrando a su oficina y hablando de la patria y la unidad nacional. El general en un cuartel recibiendo su ración de comida como cualquier otro soldado, y conversando amenamente con algunos compañeros. El general en el campo sosteniendo en sus manos dos frutos, mientras comenta algunos detalles sobre las posibilidades de reposicionar al cacao dentro de la producción agrícola nacional. El esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.

Nada de esto es casual ni aislado. Es otra expresión simbólica de un proceso que viene desarrollándose en Venezuela desde hace años. En 1999, cuando asumió por primera vez la presidencia, Hugo Chávez sabía claramente cuál era su proyecto, cómo y con quien pensaba gobernar. “Yo no creo en los partidos políticos. Ni siquiera en el mío. Yo creo en los militares”, le dijo a Luis Ugalde, rector para ese entonces de la Universidad Católica Andrés Bello. Casi veinte años después, Venezuela más que un país es un derrumbe, un caos que desafía cualquier pronóstico y demuestra que no hay límites, que siempre se puede estar peor.

La inflación se calcula en un 700 por ciento, la población se encuentra al borde de una crisis humanitaria en todos los sentidos, la práctica política está casi paralizada, la represión es cada vez mayor y la libertad de expresión es cada vez menor, la independencia de poderes no existe. La única institución que parece haber sobrevivido es la fuerza armada. Ese es el verdadero logro de la autoproclamada “Revolución Bolivariana”. El socialismo del siglo XXI es, en el fondo, una rentable empresa militar.

Los ciudadanos, no obstante, conocemos muy poco del mundo militar. No sabemos nada de sus reglas internas, de sus protocolos y de sus acuerdos. No manejamos sus códigos. La dirigencia política de la oposición tampoco sabe qué pasa en el interior de la fuerza armada. Los militares de Venezuela son un enigma que se presta a muchas especulaciones.

Más de una vez, tanto nacional como internacionalmente, algunos han creído que los militares actuarían decididamente en contra del gobierno y, sin embargo, la historia ha demostrado lo contrario. Incluso cuando de manera más evidente el gobierno ha violado la Constitución o actuado al margen de las instituciones, la fuerza armada siempre se ha puesto de su lado. Y, de hecho, se ha definido como chavista adoptando la misma marca que el partido de gobierno. Al igual que el liberalismo, también el socialismo puede ser salvaje y privatizar hasta el orden público y la defensa de la patria.

Chávez diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por los militares.

Suelen esgrimirse dos argumentos para explicar esta sumisión. El primero tiene que ver con el soporte económico y los privilegios que el oficialismo le ha otorgado durante estos años a la fuerza armada. El segundo con el proceso de ideologización que, también desde hace años, mantiene el chavismo sobre la institución. Ambos pueden ser ciertos. Sin embargo, hay que considerar otra hipótesis: que en realidad el oficialismo no controla al estamento militar. Que la Fuerza Armada Bolivariana ya es un poder independiente, una gran corporación, con sus propias peleas internas pero también con mayor sentido de cuerpo y de respeto a las jerarquías. Y que, por el contrario, Maduro quizás solo sea la fachada civil de un gobierno militar.

Durante estos últimos años, la fuerza armada se ha consolidado como un importante holding económico del país. Aparte de ocupar puestos fundamentales en la gestión pública, los militares tienen 20 empresas en sectores estratégicos claves que van desde la producción de armamento hasta la distribución de agua y alimentos, pasando por la explotación de hidrocarburos y minería. Poseen y manejan medios de comunicación, compañías de seguros, compañías constructoras, empresas de transporte y una entidad bancaria. Todo esto sin contar las denuncias que existen sobre la estrecha relación con el narcotráfico y con otras ramas del crimen organizado.

Un ejemplo de la fragilidad del Estado y de los ciudadanos ante el poder militar en Venezuela es el Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar, dirigido por otro general, Gustavo González López. Este cuerpo actúa con absoluta independencia e impunidad. Tan es así que varios detenidos del SEBIN siguen presos, a pesar de las órdenes de liberación emitidas por tribunales civiles. Es una prueba palpable y grotesca de que la justicia, en Venezuela, no depende de los jueces sino de los militares.

Chávez diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por los militares. Sin embargo, en la mesas de diálogo y en la negociaciones, nunca participan directamente. ¿Quién habla por ellos? ¿Acaso realmente Maduro y el oficialismo los representan? Cualquier salida a la crisis de Venezuela pasa necesariamente por responder estas preguntas. Es indispensable sincerar la situación, aceptar que los militares son un poder de facto que debe incorporarse de manera independiente a cualquier negociación.

Polis

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 7 min


Héctor Silva Michelena

Debates recientes sobre la ciudadanía, que tratan de la noción de “moral cívica”, han repuesto en el centro de la reflexión sobre la democracia una problemática que siempre le ha estado asociada. El término virtud ha estado completamente ausente, un efecto conjunto de cambios ocurridos en la lengua y en las categorías del pensamiento desde hace más de un siglo. Sin embargo, no es cierto que su evanescencia, al menos en el contexto de este término, haya significado una ganancia de claridad conceptual.

La noción de virtud tenía la particularidad de ser portadora de la idea de potencia y de poder, y no de término para evocar unilateralmente la moral individual, sino también el ejercicio de una tarea común, de una relación de comunidad. Hay un concepto político de la virtud.

En Aristóteles, es excelencia: consiste, para el ser humano, en realizar plenamente lo que es por su naturaleza. La virtud política es, por lo tanto, requerida para la plena serrealización del hombre como ser viviente de la cité, es la virtud del ciudadano. El libro III de La Política (ver texto nº 38) tiene por objeto el explicar lo que es el ciudadano, y cuál es la virtud que le conviene. La respuesta se atiene a tres enunciados esenciales: el ciudadano en sentido pleno es aquel que participa en el ejercicio del poder común; es la democracia la que mejor realiza esta ciudadanía; la doble capacidad de comandar y de obedecer es la virtud que exige la ciudadanía. Aristóteles pone así en evidencia que la virtud que necesita la democracia es una virtud política, es la que exige el ejercicio del poder ciudadano. La cité no puede pedírsela al ciudadano más que en proporción exacta al poder que la cité le reconoce.

Montesquieu, en vista de las reacciones suscitadas por las primeras ediciones de El espíritu de las leyes, tuvo que agregar una advertencia: “Lo que yo llamo virtud en la república es el amor a la patria, es decir amor a la igualdad. Esta no es una virtud moral, ni una virtud cristiana, es la virtud política”. En efecto, se le reprochaba al haber sugerido que la virtud es el principio de la república; mientras que el honor sería el principio de la monarquía, que entonces no habría hombres sino en una república. La lectura del capítulo III, aclara lo que realmente entiende Montesquieu. La virtud necesaria en una república (sobre todo en democracia porque la otra forma republicana, la aristocracia no practica la moderación) concierne a los que están a cargo del Estado, para que no practiquen el pillaje, así como a los ciudadanos, para que no le den preferencia a sus comodidades personales, sobre el sacrificio del rigor, indispensable al bien común. Si no es así: “la república es un despojo; y su fuerza no es más el poder de algunos ciudadanos y lo licencioso es de todos”. Para Montesquieu, la virtud política se necesita menos para el ejercicio del poder que para hacer necesaria la oposición entre interés público e interés privado.

Es a partir de esta oposición, y de las dificultades que levanta, que partirá Rousseau para plantear la cuestión de la virtud. Pero él también manifiesta, en el marco de su teoría de la soberanía, una voluntad de retomar el modelo aristotélico. De aquí se desprende el doble estatuto de la virtud en el discurso de Rousseau. Puesto que la soberanía del pueblo es el principio, no de una forma política particular, sino de todo lazo social legítimo, Rousseau afirma, contra Montesquieu, que la virtud es necesaria a toda sociedad política: “He aquí por qué un autor célebre ha considerado a la virtud como un principio de la República; porque todas estas condiciones no podrían subsistir sin la virtud: pero a falta de hacer la distinción necesaria, a este bello genio le ha faltado con frecuencia la justicia, algunas veces claridad, y no ha visto que, siendo la autoridad soberana en todas partes la misma, el mismo principio debe tener lugar en todo Estado bien constituido, más o menos, es verdad, según la forma de gobierno”. Mas, retomando las mismas fórmulas de Montesquieu, sobre la oposición entre el amor a la patria e interés particular, Rousseau orienta, como una de sus líneas de fuerza, el Contrato social hacia el examen de las condiciones que pueden forzar al ciudadano a ser virtuoso” (texto nº 29).

Podemos verlo claramente: en Montesquieu y después en Rousseau, la problemática de la virtud se encuentra con un problema completamente nuevo para la democracia: ¿cómo podemos fundar, en una sociedad que siempre se estructura según una valorización de lo privado, en la posesión de la riqueza una democracia en la cual su concepto encierre la valorización de lo público, del poder ejercido, de la igualdad? Suele decirse que desde la Revolución francesa (1789), a la que Marx designó como “la escoba gigantesca [que] barrió todas las reliquias de tiempos pasados […], y con Robespierre a la cabeza del Terror, el pensamiento político moderno no ha cesado de ocuparse de esta dificultad. Pero ya mucho antes, la Glorious Revolution inglesa (1688-1689) había puesto el asunto sobre el tapete. Así, la idea que proponen muchas investigaciones, es que los revolucionarios ingleses crearon, por medio de una revolución, la primera y auténtica revolución moderna por encima de la francesa, mucho más sangrienta de lo que se creía hasta ahora, un nuevo tipo de Estado moderno, que habría supuesto un auténtico antes y después en la historia de Europa y en la conformación del mundo moderno tal como lo conocemos hoy. Guillermo de Orange, y su esposa María se nombraron reyes luego de firmar la Declaración de Derechos (Bill of Rights), que ponía fuertes limitaciones al monarca y creaba un Poder Judicial autónomo. También se ratificó una ley del Parlamento (Triennial Act, de 1664) que obligaba a convocarlo periódicamente. Estas disposiciones dieron origen a la monarquía constitucional inglesa, y desde entonces hubo una división del poder, y por lo tanto, las fuentes de autoridades eran independientes entre sí; el Ejecutivo quedó en manos del Rey y el Legislativo en manos del Parlamento, que sería la única autoridad capaz de crear impuestos y aprobar leyes, que eran puestas en práctica por un tercer poder, el Poder Judicial.

En América, después de la guerra revolucionaria (1775-1783) James Madison declaró: “Al crear un sistema que deseamos logre perdurar por mucho tiempo, no debemos perder de vista los cambios de las distintas épocas. La Constitución, aprobada en Filadelfia en 1787, fue planeada para servir a los intereses del pueblo: ricos, pobres, los del norte y los del sur, granjeros, trabajadores y gente de empresa”. A lo largo de los años, la Constitución ha sido interpretada de acuerdo a las cambiantes necesidades de los Estados Unidos.

Los delegados de la Convención Constitucional creían firmemente en el gobierno de la mayoría, pero deseaban proteger a las minorías contra cualquier injusticia de la mayoría. Para lograr esta meta establecieron una separación y equilibrio entre los poderes del gobierno nacional. Otros objetivos constitucionales básicos eran el respeto a los derechos de los individuos y de los estados, el gobierno por el pueblo, la separación de la Iglesia y el Estado, y la supremacía del gobierno nacional. De modo pues, que esta dificultad fue enfrentada en otras partes, aunque es, hoy en día, en los tiempos que corren, cando esa dificultad ha alcanzado su cima: se llama globalización del capitalismo.

La democracia requiere el recate de la virtud como concepto activo, y la virtud que requiere la democracia es inseparable de la idea de ciudadanía como poder y de la exigencia de hacer compatibles la igualdad y la libertad. Después de la Gran Guerra (1914-1918) vinieron los “años dorados”, y la humanidad, o una parte no tan pequeña de ella, creyó alcanzar un cierto ideal posible de felicidad. Pero la Gran Depresión (1929- 1939) y la Segunda Guerra mundial, mostró que las palabras de T.S. Eliot eran ciertas “Human being cannot bear too much reality” (El ser humano no puede soportar tanta realidad). La Revolución bolchevique de octubre de 1917, abrió los ojos al sueño de una nueva sociedad donde, al fin, los hombres podrían convivir como humanos, despojados de la codicia del lucro y de la locura del mercado que enriquece y empobrece de la noche a la mañana. La ilusión se vino al suelo, vuelta añicos por los mismos que trataron de erigir ese mundo mejor. Stalin hizo la increíble hazaña de destruir lo que Rousseau juzgaba indestructible: la voluntad general.

En conclusión, si queremos avanzar con firmeza en el concepto y acción de la democracia, hoy en día, es necesario investigar y pensar cuidadosamente, con hondura, las relaciones sinérgicas entre cuatro pares de “elementos”, que se han venido discutiendo, pensando y poniendo en obra, con errores y rectificaciones, desde hace 2.700 años en Occidente. Estos “elementos son:1) Las relaciones, los problemas (¿hay fines comunes?) y la unidad de República y Democracia; 2) las relaciones y problemas entre Soberanía popular y Estado de Derecho; 3) Las relaciones y tensiones entre igualdad y libertad: y, 4) las relaciones y la ponderación entre comunidad e individuo.

La prevalencia o imposición del trío soberanía popular-igualdad-comunidad, nos lleva al comunismo o al socialismo autoritario. Se afirma que la soberanía popular es un poder constituyente, que es supra-constitucional. Pero, ¿se puede vivir sin instituciones, públicas y privadas bien establecidas, que den seguridad al individuo? Pero sabemos que sin instituciones firmes y de pautas y objetivos claros, la sociedad organizada no puede existir. Sería un retorno al hombre de las cavernas. El poder constituyente tiene límites, no sólo en los derechos humanos, sino también en su duración, pues termina con la aprobación, en referéndum, de la nueva constitución, que sólo ahora entra en vigencia, cuando remplaza a la anterior. Negri no estaría de acuerdo con estas reflexiones, mas nos preguntamos: ¿a dónde conduce el ejercicio de un poder constituyente permanente, concebido como primum ontológico? ¿No es esto otra forma de revertir a las utopías totalitarias del siglo XX?

Por otra parte, Rawls ha demostrado terminantemente, que la igualdad debe de ser equitativa, noigualitaria, una tabla rasa que elimine la irrevocable heterogeneidad y diversidad del mundo real, entre los hombres y a Naturaleza. El Estado de Derecho es irremplazable, aunque las constituciones puedan ser reformadas o cambiadas. Finalmente, entre individuo y comunidad no tiene por qué existir una tensión permanente. Todo lo que se necesita es reconocer que el individuo debe gozar de la máxima autonomía, lo que le permite actuar en su familia y unirse libremente, o no, a una comunidad, de la cual puede salirse si así lo desea.

Sólo nos quedan, pues, las memorias del desolvido y la voluntad de establecer la sinergia entre democracia y república: pensar la unidad de la soberanía y del estado de derecho, la del individuo y la comunidad, de la libertad y la igualdad. Puede que así escapemos a las tenazas que forman el totalitarismo por una parte, y la sociedad corporativa, por la otra.

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Marino J González

La conciencia de que la inflación es un proceso de destrucción, es cada vez mayor en el país. El ritmo indetenible de los precios afecta cada día más el bienestar de las familias. Para la mayoría de los hogares no alcanza el ingreso para la compra de los alimentos. Lo más grave es que cada día que pasa, sin ninguna política alternativa, las condiciones se complican. Es por ello que la brecha entre los ingresos y lo que se puede comprar, crece sin control. Desde que el FMI anunció el escenario hiperinflacionario para Venezuela, ya ha transcurrido año y medio, sin ninguna política dirigida a resolver este inmenso problema.

Los ciudadanos, entonces, han quedado en total estado de desprotección. Sin la posibilidad para mantener una vida estable, la opción considerada por muchos es sencillamente escapar de Venezuela. Un grupo considerable de ellos, jóvenes, sin muchos recursos, han decidido huir en autobús. Viajan hasta la frontera con Colombia. Esperan la hora definida para cruzar. Llegan a Cúcuta para continuar el viaje en autobús, hacia la ciudad de Suramérica en la que tengan algún familiar o contacto. Entonces viajan sin cesar hasta llegar al destino. Toman la precaución de seleccionar los autobuses de manera que puedan dormir en ellos. No tienen recursos para llegar a hoteles o moteles. Preparan comida para varios días. Pueden viajar hasta una semana completa, si es que su destino es tan lejos como Buenos Aires. Cuentan que en un autobús pueden ir decenas de ellos. Estas odiseas personales o familiares ilustran el drama que hoy viven los venezolanos. Se está huyendo en autobús de la destrucción que significa la alta inflación que vive el país, aniquiladora de toda opción de futuro.

Todos estos jóvenes van a encontrar en el trayecto países que han controlado la inflación, en los cuales los aumentos de precios de un año son los que se experimentan en Venezuela en un día. Muy probablemente no encuentren inicialmente el trabajo deseado, pero tendrán la posibilidad de vivir con mayor estabilidad que la que le puede ofrecer en este momento su país de origen. Para jóvenes veinteañeros este viaje es definitivamente volver a nacer. Muchos de ellos se adaptarán, con más o menos dificultad en su nuevo entorno, y podrán construir posibilidades que no tienen en Venezuela. Muchos harán una vida diferente a la que se imaginaron, tendrán nuevos arraigos y querencias. Ese viaje en autobús les enseñará una cara de la vida que seguramente nunca anticiparon.

Que un país presencie que la generación con mayor valor acumulado, en término de capacidades, en toda su historia, tenga que salir por cualquier vía, es ya una llamada de atención terrible. Pero también es una demostración evidente de la peor combinación de políticas económicas que hemos tenido en nuestra historia, y de la peor gestión económica en el mundo. Todo esto tiene origen en las políticas diseñadas e implementadas en el país en los últimos lustros. Los jóvenes que viajan en autobús para buscar opciones fuera de Venezuela son la demostración palpable del rumbo tan equivocado que se le ha impuesto a nuestra sociedad.

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Nos aproximamos indeclinablemente al sufragio del 15-O para que como comunidad política, de manera libre, pacífica y abierta coloquemos el signo de la democracia para aproximar la transición política. Sufragio y Participación Política Contendiente es lo que requiere la perversa guerra civil montada por la autocracia militarista amante del conflicto. Del conflicto destructor que desde el 20-O 2016 ha venido causando tensiones polemológicas que se completaron en una guerra civil, que ahora obliga a un hecho electoral. El voto como poder, como sufragio, garantizará la democracia.

Hecho electoral el del 15-O que tiene que ser entendido como una expresión de la Resistencia Civil porque sólo con la resistencia civil, masiva, ciudadana y valiente será posible la transición política. Transición política para la cual los demócratas tenemos que tener presente la posibilidad real de la rebelión ciudadana. Rebelión ciudadana que autoriza y promueve la Constitución, que tiene que practicarse sin violencia. Es el derecho de los demócratas a detener el país, a manifestar abierta, pública y de manera notoria el legítimo derecho a una transición.

Transición hacia la democracia para abandonar la autocracia militar y cobarde que hoy representada por un cuerpo armado inmoral, ha venido sosteniendo las decisiones erráticas de un régimen que no sabe y no puede gobernar, pero sí se ha atrevido a ofender el gentilicio venezolano. Transición democrática que obliga a apartarse de los conflictos de la clase dirigente para en el futuro resolver la crisis económica, la crisis social, pero sobre todo la crisis ética. Es la ética la energía o fuerza necesaria a la cual debemos recurrir los venezolanos para salir de la tiranía del régimen iniciada el 20-O de 2016.

La transición a la democracia se iniciará entonces con el voto del 15-O. Si intentara burlarlo el régimen acudiremos a la Rebelión Civil, porque las tiranías armadas y desaforadas como la actual en Venezuela intentan obstaculizar el surgimiento de la democracia, razón por la que se requiere la mayor demostración de la cultura política. Cultura política de la mayoría de los demócratas y su voto, con lo cual incrementaríamos el poder ciudadano y dejaríamos en claro la enrome falencia de un régimen agotado y censurado por el mundo, para dar paso a una nueva clase política representada por sus líderes y operadores políticos regionales.

Así, líderes políticos emergentes, operadores políticos regionales y participación política contendiente son la triada que hará posible aparatarnos del conflicto sanguinario comandado por el hiato Maduro–Padrino. Igualmente ese liderazgo apartará las tensiones polemológicas de un régimen cobarde y sumiso, hará válida nuestra demostración de un sufragio cierto que permitirá y facilitará el surgimiento de la democracia. Esa transición democrática eliminará el autoritarismo y facilitará el inicio de un proceso de cambio con inclusión, con prácticas políticas y fortalecimiento de las instituciones democráticas previstas en la Constitución.

El voto es el camino, es el resultado para contener las actividades conflictivas, es el momento político para empoderar la expresión democrática y es la coyuntura para que un liderazgo político emergente comprenda la necesidad de un nuevo ambiente político real, diferente al que hasta ahora ha mostrado una sociedad primitiva donde las bocas de fuego cumplieron un papel criminal. Rigurosamente se tiene que comenzar a privilegiar la conducta valiente que impone la norma, la Constitución y no los procedimientos de los grupos guerrilleros y de las montoneras belicosas, responsables por los hechos luctuosos del año 2014 y de los últimos 120 días que muestran a los héroes y mártires de una guerra civil absurda y cobarde.

Votar es una expresión del más alto valor democrático, votar es pensar en la sociedad, en el partido político y en la posible función de gobierno que facilitará la movilización social. De esa manera se mostrará a los venezolanos, sobre todo al mundo, que hay una sociedad dispuesta a reconstruir la democracia en la República. La República está harta del militarismo, de la violencia y el conflicto y está presta y lista para consolidar con el voto del 15-O lo que significa la democracia: sufragar, liderar y empoderar a una sociedad que después de 18 años de gobierno y 40 años de conspiración, registra como sello amargo y doloroso el fracaso del militarismo perverso, y necesita urgentemente una ecuación en la cual el individuo esté por encima de la comunidad y del Estado abrazado a la Constitución… a eso llamamos democracia.

Director de CEPPRO

@JMachillandaP

Caracas, 03 de octubre de 2017

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José Rosario Delgado

Los grupos que se empeñan en señalar que la abstención electoral es la solución a los problemas que afronta el país no pasan de ser unas pequeñas élites que aúpan la antipolítica, despreciando la Política y a los políticos porque, en su mayoría, provienen de sectores ajenos a esas élites y los miran como “perro que ve muleta”, los creen indignos de asumir las funciones de gobierno para la cual se han preparado.

Se ha dicho que “la indiferencia de los buenos permite el avance de los indignos”, pero la dignidad no es sólo para quienes toman el poder, sino que los gobernados también tienen responsabilidad a la hora de sacar las cuentas, observar los resultados y repartir dividendos; es decir, todos estamos no sólo involucrados en estos procesos comiciales, sino comprometidos con su normal desarrollo y debemos asumir nuestra cuota parte en todo lo que está pasando y lo que podría pasar en el futuro inmediato.

De modo, pues, que no es escurriendo el bulto y atribuyendo errores y fracasos a otros, tal como lo hace este nefasto gobierno que ya no halla a quién más zumbarle ese muerto encima después de haber acabado con el mejor país del mundo que, sin duda alguna, es Venezuela; tanto que ha soportado 25 años de una tragedia anunciada y aún discutimos si vale o no la pena votar el 15 de octubre para elegir gobernadores.

¿A qué juegan las élites del antivoto? A salirse con la suya ellos y el gobierno y decirnos a partir del 16 “yo se lo dije”, “yo se lo dije”, como sin un desgraciado y adverso revés nos afectaría única y exclusivamente a quienes sí iremos a votar el domingo 15 de octubre por Ismael García, en el caso de Aragua, y por todos los candidatos de la Unidad Democrática. Las élites son así, no dan puntada sin dedal y reaccionan de acuerdo al interés personal y grupal que tengan en todos y cada uno de los saltos que emprenden, como ahora, estimulando la aberrante abstención.

Esas élites, muchas anónimas, sinónimas y antónimas, se regodean en la escritura de necedades para divertirse y pervertirse ellos mismos, sacando sarcásticas risas y sonrisas a sus aliados del régimen que precisamente eso es lo que buscan, que la gente no vote, porque sólo una indeseada abstención podría impedir el triunfo masivo de la MUD y sus seguidores para iniciar el camino de la recuperación y reconstrucción de Venezuela, para lo cual nos necesitamos todos, incluidas las élites.

El domingo todos tenemos que salir a votar, cada quién por su candidato y por el gobierno que quieren, pero los demócratas debemos ir a votar, aquí por Ismael García, y dejar que esas élites pura muela, pura paja, pura bulla y pura coba se desgasten entre ellos para que veamos cuál será el discurso que manejarán a partir del lunes 16 de octubre, cuando Venezuela amanezca teñida de democracia y de libertad…

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