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Opinión

Fernando Mires

Para ser realistas hay que partir de una premisa. Lo peor puede suceder porque lo peor ya ha sucedido en otras ocasiones. Nadie imaginó por ejemplo, que de una escaramuza regional entre Serbia y la unidad austro-hungara iba a tener lugar la primera guerra mundial con una secuela de millones y millones de muertos. Tampoco nadie imaginó que ese grotesco payaso que se hizo del gobierno alemán iba a cumplir las barbaridades escritas en Mein Kampf, incendiar a toda Europa, e intentar hacer desaparecer de la faz de la tierra a un pueblo bíblico. Lo peor ha sucedido y lo peor puede suceder, aunque después los historiadores no se atrevan a explicar por qué sucedió. Lo peor puede suceder y ha sucedido cuando del poder humano se apodera la radicalidad del mal en toda su inconcebible dimensión.

La radicalidad del mal fue un concepto elaborado y afinado por Kant en diversos textos. Según el filósofo, en el humano existen predisposiciones hacia el bien, condicionadas por esa sociabilidad política natural que descubrió Aristóteles en nuestra especie. De allí viene la noción moral, después la religión, después la razón, después la ley civil, después la Constitución. En ese orden. Hasta la llegada de la fase constitucional, el ser humano no está constituido como ente político.

Continuamente aclaraba Kant (Metafísica de las Costumbres) que el mal no viene del desconocimiento a la ley sino de su conocimiento, en el mismo sentido como Jesús no consideraba pecadores a quienes no conocían el pecado (“perdónalos Señor, no sabe lo que hacen”) La radicalidad del mal proviene de la negación de la ley, la que para ser negada debe ser conocida. El mal es transgresión a la ley: a la ley moral, a la ley religiosa y a la ley política. El mal radical va más allá: es la destrucción intencional de la ley. De acuerdo al dictamen kantiano, Vladimir Putin sería uno de los exponentes máximos de la radicalidad del mal. Solo comparable con Hitler.

No se trata de construir analogías. Pero hay un punto en el que la comparación Hitler-Putin es innegable. Para ambos, el derecho, ya sea nacional o internacional, está subordinado a una instancia, si se quiere, a una ratio superior. Esa no es otra que la ratio del pueblo mítico, en el caso de Hitler el germano, y en el caso de Putin el eslavo. La Germania de Hitler es un equivalente a la Eurasia de Putin, concepto tomado por Putin de los fanáticos eslavistas Ivan Illyn y Aleksandr Dugin. Bajo el influjo de ambos escribió Putin un artículo (2021) en donde postula la imposibilidad de Ucrania para ser nación debido a su pertenencia “natural” a la Gran Rusia.

A Putin no importaba, por supuesto, que Ucrania hubiera sido reconocida como nación independiente y soberana por el gobierno de Yelsin, por su propio gobierno, por la UE y no por último, por la ONU. De acuerdo con José Ignacio Torreblanca: “Con la invasión de Ucrania y el vigente intento de anexión o sumisión, Rusia no sólo ha incumplido todos los compromisos de respeto de la integridad territorial de sus vecinos asumidos en el marco internacional (en concreto el artículo 2.4 de la Carta de Naciones Unidas) y europeo (Acta de Helsinki de 1975) sino los específicamente contraídos por Moscú con Ucrania respecto a la salvaguarda de su integridad territorial: el Tratado de Minsk que formaliza la disolución de la URSS en diciembre de 1991; el Memorándum de Budapest de 1994 por el que Ucrania entregó sus armas nucleares a Rusia a cambio, otra vez, de una garantía de seguridad; y el Tratado de Amistad entre Rusia y Ucrania de 1997, donde ambas partes reiteraron dicho compromiso”. En breve, con toda la legislación vigente a escala internacional.

El hecho de que la concepción geopolítica del gobierno ruso no se encuentre ajustada al derecho internacional sino a una concepción mitológica de la historia, dificulta enormemente la posibilidad para que las naciones occidentales puedan establecer con el régimen ruso una comunicación diplomática. Para Putin, las leyes, los reglamentos o los acuerdos son bagatelas comparadas con los principios supralegales en los que él cree con fervor religioso. Peor todavía si pensamos en que los principios en los cuales cree Putin, al ser míticos, no son transables y, al no serlos, tampoco son politizables.

Lo mismo que con Putin sucedía con Hitler. El caudillo nazi no se dejaba regir por ninguna ley o acuerdo. Para él todos los tratados podían ser desconocidos si una razón superior -de la cual el creía ser su voz depositaria- lo ameritaba. Así se explica por qué la ruptura del pacto de no agresión entre Alemania y Rusia fue considerada por Stalin como una traición mientras que para Hitler era una simple estratagema al servicio del mito germánico. En ese punto Putin se encuentra más cerca de Hitler que de Stalin. Como Hitler con relación a Alemania, Putin cree en el destino manifiesto de la gran nación rusa.

Podría pensarse que lo que más diferencia a Hitler de Putin es el furioso antisemitismo profesado por el primero. Probablemente Putin no es antisemita, pero sí es algo muy parecido: es anti-occidental. Y eso lo acerca demasiado al antisemitismo hitleriano. Para Hitler, no hay que olvidarlo, los judíos no eran tanto miembros de una religión sino el pueblo que más y mejor había llegado a representar a los “decadentes” valores occidentales, sobre todo en los campos de las artes, de las ciencias, de las letras, del comercio y de la economía. Los judíos eran la representación simbólica y real del anti-occidentalismo de Hitler. En cambio, para Putin, su anti-occidentalismo es directo y puro y no necesita representación. Occidente es lo que hay que destruir y los que siguen a Occidente también. Con toda seguridad, Zelenski y los suyos son para Putin traidores occidentalistas de la Madre Rusia y por lo mismo han de ser ser liquidados. Lo mimo el pueblo ucraniano que, por no recibir a sus “libertadores” rusos con los brazos abiertos, deberá ser castigado, sometido a un escarmiento infernal. La guerra a Ucrania es la expiación de sus habitantes.

Estas son razones que llevan a pensar qué durante y después del episodio de Ucrania, Occidente debe estar preparado para vivir lo peor. Putin ha descubierto la fórmula para paralizar a sus enemigos. Nos referimos a la amenaza nuclear. Esa es la particularidad de la actual guerra en Ucrania. Putin ha arrasado con todos los acuerdos y tratados relativos a la reglamentación de las armas nucleares y amenaza con convertirse en el violador del que, después de Hiroschima y Nagasaki fuera denominado, “pacto nuclear”, respetado durante todo el periodo de la Guerra Fría por los dos bloques en contienda. Eso, más que la magnitud de la masacre cometida en Ucrania, es lo absolutamente inédito en la guerra pre-mundial desatada por Putin. Eso es también lo que no logra entender una corriente relativista que ha calado hondo entre algunos sectores políticos occidentales para quienes los crímenes de Putin están justificados a priori por las invasiones armadas cometidas por EE UU en diversos puntos del globo (otros agregan las de Israel y de Turquía). Lo que no divisan esos sectores –por lo general militantes o clientes de alguna izquierda- es que en esos conflictos militares del pasado ninguna nación amenazó con poner en juego el destino de toda la humanidad mediante una operación nuclear. Ahí, justo en ese punto, yace el hueso de la maldad radical de Putin. El poseso dictador ha amenazado con que, si las naciones occidentales prestan ayuda directa a Ucrania, pulsará botones nucleares. Solo con esa declaración Putin ha roto el tabú que hacía posible la convivencia mundial, aún entre naciones enemigas, después de la segunda guerra mundial. Definitivamente, ha traspasado todos los límites. O lo dejan hacer en Ucrania lo que él quiera, o se acaba la, o una parte de, la humanidad.

Una amenaza hábil, dirán entre sí los putinistas (antioccidentalistas) admirando a su ídolo, aunque seguramente en el fondo piensen que Putin no va a cumplir con lo que dice. Putin se hace el loco, afirman algunos, no con menos admiración. No obstante, nadie está muy seguro. Pues si continuamos comparando al jerarca ruso con su par, Hitler, podríamos llegar a formular una terrible pregunta. ¿Creen ustedes de verdad que, si hubiese tenido acceso a la energía atómica, al saberse derrotado en su bunker, Hitler habría vacilado en apretar el botón del mundicidio? Entre una Alemania derrotada, humillada y ofendida, o entre pasar a la historia como pasó a ser, un monstruo ¿por qué no elegir a la nada? Recordemos que Hitler asesinó a su esposa Eva Braum antes de suicidarse. Recordemos que Joseph Goebbels asesinó a sus seis hijos mientras su mujer, Magda, decía "En la Alemania que viene no hay lugar para mis hijos".

No creo que Putin sea muy distinto a Hitler. Los dos grandes asesinos tienen algo en común: sus decisiones no están controladas por nada ni por nadie. Putin, como Hitler ayer, se ha autonomizado de toda directriz colectiva. Encerrado en sus mansiones digitalizadas, no tiene necesidad de dar cuenta a nadie. Pudiera ser incluso que Putin no va a apretar el botón nuclear como creen muchos. Pero el solo hecho de depender todos de la buena o mala voluntad de un tirano, es espeluznante. Tampoco nadie puede decir que el holocausto nuclear sea una absoluta imposibilidad. Irse de esta vida llevándose consigo, si no al mundo, a la perversa y decadente Europa, es, guste o no, algo perfectamente imaginable. Estamos siendo chantajeados por un maleante internacional. Esa es la irrefutable verdad de la guerra a Ucrania.

Para los cómodos putinistas de Occidente es muy fácil culpabilizar a las naciones democráticas y a la que en su repertorio ideológico es la “causa” de todos los males de este mundo, la OTAN. Han llegado al descaro de afirmar que la UE y los EE UU arrojan a Ucrania a la hoguera para después dejarla abandonada, haciendo aparecer así a Zelenski y a todos los que luchan por la independencia de su país, como simples títeres de los EE UU y de la UE. En otras palabras, han asumido el discurso de Putin como propio. Sospechosamente son los mismos miserables que se oponen al envío de armas a Ucrania y a las sanciones al gobierno de Rusia. Es por eso que la lucha en contra del putinismo no solo debe tener lugar en contra del gobierno de Rusia, sino al interior de cada nación. Basta ver las redes y comprobar como Putin cuenta con fans, con partidos organizados, incluso con gobiernos, sean de ultraderecha en Europa o de ultraizquierda en América Latina. Putin, lo hemos dicho otras veces, es el líder de la contrarevolución antidemocrática de nuestro tiempo.

Es cierto que Putin encontró en Ucrania una resistencia que no esperaba. Es cierto que los gobiernos de Europa han sabido unirse entre sí a pesar de no contar con instituciones que representen esa unión (la UE es una institución financiera y burocrática y no fue creada para enfrentar una guerra) Es cierto que el clamor en contra de la agresión a Putin es planetario, expresado en 141 votos contados en la ONU. Es cierto que China de aliada de Putin ha pasado a posicionarse de un modo algo neutral. Todo eso es cierto. No obstante nadie puede ni debe sacar cuentas alegres. Ni tampoco dejarse llevar por raptos de entusiasmo y repetir con Yuval Harari que “Rusia puede ganar muchas batallas y perder la guerra”. No: en la guerra no hay victorias morales. En la guerra solo hay victorias y derrotas militares.

No estamos seguros si ya hemos entrado a través de las puertas que llevan a la tercera guerra mundial. Lo único que sabemos es que en la ruleta rusa de Putin no solo está en juego el destino de la admirable y valiente Ucrania. Hay mucho más puesto en la ruleta de esa guerra. Está en juego, entre otras cosas, el derecho internacional y la jurisdicción destinada a proteger la autodeterminación de las naciones. Están en juego todos los acuerdos de posguerra, entre ellos los de la protección a la población civil. Están en juego todos los reglamentos contraídos por las potencias atómicas, incluyendo a la misma Rusia. Están en juego Polonia, los países bálticos, Finlandia e incluso Suecia. Está en juego el orden de seguridad mundial. Y no por último, y dicho sin ningún dramatismo, pero con todas sus letras, está en juego el destino de la humanidad.

13 de marzo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/03/fernando-mires-la-ruleta-rusa.h...

 9 min


Alfredo Maldonado Dubuc

“No importa lo lento que camines

mientras que no pares”

Confucio

Muchos se preguntan por qué la Casa Blanca no informó, e incluso consultó, previamente a Juan Guaidó sobre su proyectada reunión con el Presidente Nicolás Maduro y su equipo. El primer rumor fue que no le avisaron –al menos el Embajador de Guaidó en Estados Unidos, Carlos Vecchio, ha afirmado que no fue informado-, el segundo y aparentemente el verdadero, es que lo hicieron a última hora, ya los estadounidenses en Caracas incluyendo al Embajador de Estados Unidos en Venezuela, James Story, quien presuntamente debió desplazarse de Bogotá, que es donde tiene su sede actualmente.

La otra cuestión es cuál fue el objetivo del viaje y la reunión, qué buscaba la Casa Blanca, qué discutieron y negociaron. Es asunto que todavía no está del todo claro.

Pero dos asuntos sí quedaron claros.

Uno, que se exigió y acordó la reanudación de las negociaciones en México, que ya fueron formalmente anunciadas por Nicolás Maduro, argumentando que como su régimen está planteando negociaciones entre Rusia y Ucrania, “debemos dar el ejemplo”. O sea, no es que haya dado su brazo a torcer, sino que hay nueves circunstancias, y ante lo nuevo se adapta, responde.

No dejó de recordar Maduro que esas negociaciones habían sido suspendidas por asuntos importantes que surgieron, haciendo sentir que el régimen se vio en la necesidad de retirarse, o sea, la suspensión fue culpa de la oposición. No lo dijo claramente pero lo dio a entender. Aquello de Álex Saab que después resultó en que el colombiano, además de sus delitos, había sido confidente de los estadounidenses, ridículo del régimen.

Es de presumir que en esta nueva oportunidad están por fijar fecha y condiciones, aunque advirtiendo que ni los estadounidenses ni el Presidente Maduro mencionaron a Álex Saab para nada, es de suponer que es clavo pasado y que, si Maduro o alguien de su grupo plantearon algo al respecto, les precisaron claramente que se trata de un asunto en manos de la justicia que en Estados Unidos no depende del Poder Ejecutivo.

El otro asunto es que los estadounidenses exigieron, y consiguieron, liberaciones de compatriotas presos. Qué se dio a cambio no se sabe pero no sería mucho, sólo uno de Citgo y un presunto turista sorprendido con un dron fueron dejados casi de inmediato en libertad. Los demás siguen presos, incluyendo presuntos militares norteamericanos relacionados con el fracasado intento insurreccional contra Maduro, la Operación Gedeón. Se dice.

Otras condiciones y temática deberían ser previstas antes de viajar a México, asunto de Jorge Rodríguez y Nicolás Maduro, y de Juan Guaidó y el gentío que consulta, y Gerardo Blyde.

De Miraflores salieron a la carrera para reunirse con Gerardo Blyde, entendemos que Juan Guaidó no estuvo presente. O sea, fue una reunión para que la oposición se preparara para la reanudación de las negociaciones en México, quizás el qué y el cuándo.

Pero esos resultados públicos parecen escasos para el secretismo de una comisión que incluía a un asesor personal del Presidente Biden. De todas maneras al comienzo de esta semana la portavoz de la Casa Blanca afirmó que por ahora, de petróleo nada. No aclaró si por decisión de Washington o por la incapacidad actual de PDVSA.

La cuestión del petróleo

Usted, y nosotros, y cualquiera no fanático chavista a quien se le pregunte, sabe que PDVSA está en el piso y que con mucha dificultad, y con ayuda de Irán, produce mas o menos para mandar lo correspondiente a China en pago en cómodas cuotas de la deuda con ese país y algo más para las arcas castromaduristas, un poquito a la Cuba de sus amores para pagar asesorías, orientaciones y supervisores, y el resto para los venezolanos. Y no es mucho.

Es difícil creer que la Casa Blanca no supiese exactamente cuál es la condición de PDVSA, cuántos barriles produce actualmente, cuántos tiene comprometidos, cuáles y cuántos compontes recibe de Irán y cómo los paga; deben saber que la cuota de 600.000 barriles que compra Estados Unidos a Rusia no podrá ser cubierta ni de lejos por PDVSA, y que aparte de los muchos miles de millones de dólares que Venezuela le debe a los chinos, los rusos, petroleras y otros acreedores, alguien –no Venezuela ni PDVSA, que no los tienen- tendrá que invertir otro montón de millones de dólares para que Venezuela –sea con Maduro, sea con Guaidó- y dentro de varios años, pueda regresar a su condición de país petrolero de importancia –eso sin contar, no sabemos si es relevante- con que el petróleo ruso actual, al cual renunciaría Estados Unidos, es menos pesado que el mejor de PDVSA.

Podríamos imaginar –soñar, podríamos decir- con un plazo de varios años, sanciones suspendidas y puertas abiertas a los gigantes petroleros del mundo en un ambiente cambiado con reforma legal, que como años atrás puedan sacar petróleo por su cuenta y hasta tener sus propias redes de distribución y venta en Venezuela, asociados con PDVSA en las grandes refinerías venezolanas y en un concepto aún mas agresivo de Petroquímica y de distribución de gas. Pero es sólo un sueño.

Durante ese lapso la cuota rusa puede ser cubierta con petróleo estadounidense, canadiense y colombiano, cobertura que podría ir siendo a su vez relevada por el lento crecimiento de la producción de las compañías en Venezuela, parte del sueño anterior.

Con el apoyo en armas, hombres expertos y asesoramiento de Estados Unidos, esa nueva Venezuela podría ir rescatando también el control del llamado “arco minero” junto con empresas expertas en hierro, acero y el amplio espectro de minerales preciosos e industriales de la zona incluyendo rescate de la ecología. Guerra a muerte y sin piedad a los narcoguerrilleros colombianos, silenciamiento de los cómplices civiles y militares venezolanos. También sueño, con mucho por discutir y ajustar, lapso de años como el petrolero.

Entretanto, tiempo para que la Casa Blanca pueda hacer los arreglos posibles en beneficio de Nicolás Maduro y asociados, muy complicado pero no imposible del todo en Estados Unidos, posiblemente Maduro y sus más cercanos estén dispuestos a sacrificar unos cuantos cómplices a cambio de limpiarse ellos mismos o lograr, en lo posible, un retiro discreto y con cuentas sólidas y expurgadas. Para vivir principescamente en Europa no se necesitan miles de millones de dólares, centenares bastan en Suiza, Luxemburgo, Liechtenstein. Mónaco, España, Portugal, Turquía, para sólo citar unos cuantos. O mini países comprensivos en el Caribe.

¡Es la geopolíica, camarada, sin geopolítica no hay economía que valga!

Nos atrevemos a presumir que, más que de economía y petróleo, se trata de geopolítica, de áreas de influencia. Por muchos años, y por acuerdos de potencia con potencia, o sea de Washington con Moscú, se ha tolerado el castrismo en el Caribe a 90 millas de la Florida. Con el Kremlin de garante de que La Habana no va a echar una vaina en territorio estadounidense. Desde el pacto de misiles devueltos a la Unión Soviética a cambio de misiles desmantelados en Turquía, las potencias se pusieron de acuerdo, Fidel Castro se tuvo que tragar la humillación de que nadie pidió su opinión. Se dedicó a intervenir en lugares tan dispares como África central y norte de Suramérica por su cuenta y riesgo pero sin tocarles los collons a Estados Unidos.

En África los cubanos pelearon bien contra los negritos locales pero fueron derrotados por los racistas surafricanos y en Venezuela financiaron a estudiantes universitarios que soñaron con ser guerrilleros heroicos que fueron ametrallados, bombardeados, muertos y presos por el ejército defensor de la democracia y entrenado por Estados Unidos, dejó abandonado a Guevara en Bolivia, y terminó siendo un chulo que vivió del dinero de Moscú hasta que el desplome del imperio soviético lo dejó sin dinero hasta que milagrosamente apareció el ingenuo Chávez al cual abrazó y sedujo, pero esta vez, más experimentado, en vez de sentarse a esperar el dinero venezolano, inventó contratos de asesoría que Chávez creyó necesitar y que Maduro, aparatchik tropical sigue pagando; esta vez los cubanos no invadieron, fueron contratados por el chavismo, el mismo de los babalaos y Sai Baba.

La migración venezolana, y quienes desconfiaban de las promesas incumplidas de Chávez primero, de Maduro después, se entusiasmaron con el parlanchín estadounidense que más habló y menos hizo en profundidad para acabar con el chavismo, Donald Trump, que creyó resolver el cáncer castromadurista inventando un gobierno paralelo con entusiasmo pero sin poder. Y entonces llegó Joe Biden que, como Putin a Zerensky, Trump despreció.

Biden le ganó la batalla política porque no es un emprendedor, es un político que venía de años de aprendizaje en el Partido Demócrata y ocho años de entrenamiento internacional como Vicepresidente de Barack Obama. Biden cree en zonas de influencia y con ese concepto de estrategia deja a China lejana y vigila a Putin. Con ese entrenamiento quiere sacar a Putin de Latinoamérica y termina seleccionando a una Venezuela aislada en la cual todo el mundo se fija.

Si Biden y su equipo logran poner a Venezuela bajo el manto estadounidense, Petro poco podrá hacer en Colombia –si finalmente gana, que ya es otra cosa-, nada está pasando en Ecuador, Castillo no sabe qué hacer en Perú pero una revolución no la está haciendo, Boric tiene un mundo de problemas que resolver en un Chile cargado de frustraciones y se enredará en soluciones legislativas para un país acosado por una situación económica complicada, entre una población decepcionada y terremotos. Los argentinos están sumergidos entre creer que son una gran potencia y una lideresa enredada entre problemas judiciales y un Presidente poco original, Paraguay y Uruguay son pequeños y concentrados en sí mismos, Brasil tendrá que decidir entre las torpezas y limitaciones del militar retirado Bolsonaro y un Lula Da Silva que posiblemente reconquiste el poder pero sin un Foro de Sao Paulo que lo fortalezca en la izquierda, Centroamérica tiene poco que decir y la tiranía de Daniel Ortega se está asfixiando entre abusos descarados, México vive en el sopor mañanero de un López Obrador que no ha podido con el poder de la droga y menos puede hacer frente al peso del vecino mayor.

Pensamos que para Joe Biden la invasión de Putin a Ucrania, en la cual el exKGB se ha empastelado, ha sido bendición divina. Putin decidió sin darse cuenta de lo que decidía convertirse en el villano del mundo con una guerra que en vez de ser un paseo victorioso ha resultado ser una engorrosa y costosísima guerra que ganará perdiéndolo todo, y hasta la cabeza y el puesto puede perder tras lograr lo que no quería, una OTAN más poderosa y en crecimiento, una OTAN armándose como nunca encabezada por una Alemania decidida a ser de nuevo potencia militar.

Venezuela no es cuestión de petróleo –por ahora- para Joe Biden, es asunto de geopolítica. Necesita, quiere, a una Venezuela integrada a Estados Unidos. Biden esgrime las sanciones para hacer imaginar a Nicolás Maduro una llegada triunfal a un 2024 electoral con un país aliviado en sus problemas. Si se retirará apaciblemente, o competirá con Juan Guaidó u otro por la Presidencia 2024-2030, es asunto por verse. Pero será en una Venezuela hablando inglés y con más petróleo. Y ya se verá qué se hace con un Díaz-Canel sin respaldo popular y sin dinero.

16 de marzo 2022

Crónicas burguesas

 9 min


Humberto García Larralde

La brutal invasión de Putin a Ucrania ha alterado drásticamente el orden geopolítico internacional. Paradójicamente, cohesionó fuertemente a la Unión Europea en su contra –anticipaba que su respuesta fuera palabrera, poco contundente--, con sanciones drásticas y suministros de equipos a Ucrania; activó el firme compromiso estadounidense con la defensa de las libertades del mundo occidental, contribuyendo a hacer de la OTAN una amenaza aún más poderosa a sus pretensiones; y, sobre todo, desató una feroz resistencia del pueblo y de las fuerzas militares ucranianas, que le han infligido un costo muy elevado a su aventura.

Independientemente de cómo termine esta horrible tragedia, empieza a hacerse cada vez más evidente que Putin saldrá muy golpeado. Incluso imponiéndose militarmente, dada la enorme superioridad numérica de sus fuerzas, lo hará a un terrible costo en destrucción de equipos y bajas rusas, amén de un resultado político devastador en lo personal. Las sanciones impuestas por la UE y EE.UU. a Rusia hacen prever, asimismo, que su economía saldrá sumamente debilitada de esta aventura imperial. Su abrumadora condena en la Asamblea Plenaria de las Naciones, con más de 140 votos a favor y sólo cinco en contra, muestra el grado de aislamiento en que se encuentra. Incluso regímenes autocráticos identificados con sus métodos despóticos le han dado la espalda. Y todo hace pensar que, mientras más dure el conflicto, mayor pesarán estas pérdidas a Putin.

Por supuesto que del lado ucraniano las pérdidas han sido terribles, más aún con la criminal decisión del comando ruso de bombardear a mansalva objetivos civiles: residencias, hospitales, escuelas e infraestructura de servicios. Pero los ucranianos están luchando por su país, por su libertad, lo que explica su resistencia heroica, suscitando amplio apoyo europeo y estadounidense. Aun logrando Putin tomar a Kyiv y parapetear ahí un gobierno títere, no podrá doblegar este espíritu de lucha. Los valores liberales que arruinan su obsesión de prevalecer por imposición dictatorial se han fortalecido.

Mala hora, entonces, para quienes accedieron a convertirse, irresponsablemente, en peones del imperialismo ruso para salvaguardar sus tropelías. Maduro y los suyos se encuentran perjudicados, además, por la sanción a bancos rusos, que le han bloqueado el acceso a sus reales, y por la decisión de trasladar de Lisboa a Moscú la oficina internacional de PdVSA, ahora inhabilitada de ejercer sus operaciones. Y, luego de aumentar al máximo la dependencia de armas y equipos militares rusos, se ve sin el respaldo en las asesorías y los servicios de adiestramiento y apoyo correspondientes, por estar comprometidos con la agresión bélica contra Ucrania. Esta súbita vulnerabilidad del régimen de Maduro, ahora desprovisto de la red de seguridad que –pensaba—le ofrecía su alineación con Putin, le plantea serios desafíos. En este contexto es que debe examinarse la reciente visita a Venezuela de altos funcionarios del gobierno estadounidense con responsabilidad sobre América Latina.

Se ha especulado mucho sobre los propósitos de esta visita, lamentándose algunos de que EE.UU. parecía estar dispuesto a canjear el levantamiento de las sanciones al régimen de Maduro, a cambio de una mayor exportación de petróleo venezolano para atemperar, así, el alza de precios del crudo en los mercados internacionales que resultaría de la reducción en el consumo de petróleo y gas rusos. Prefiero pensar que, en las actuales circunstancias de enfrentamiento global a una autocracia tan peligrosa como la de Putin, la primera potencia mundial estaría interesada, más bien, en examinar y sopesar todas las opciones a su alcance. En lo que respecta a Venezuela, a pesar de los alardes de que el país posee las mayores reservas petroleras del mundo, la destrucción de la industria –en enero produjo, según cifras oficiales, unos 750 mil barriles diarios, la cuarta parte de lo que producía el país en 2012-- hace difícil prever que pueda aumentar su oferta en más de 200.000 barriles diarios en un corto plazo --en el mejor de los casos--, aun levantándose las sanciones sobre el petróleo venezolano y restableciéndose garantías plenas sobre las inversiones requeridas para este incremento. La producción rusa que se quiere restringir está en el orden de los 11 millones de barriles diarios, de los cuales exporta 7 millones. De manera que una supuesta liberación de las exportaciones petroleras venezolanas aportaría muy poco a este faltante, aunque ayudaría a la empresa estadounidense Chevron, con la cual el régimen arrastra deudas. Por supuesto, junto a una mayor producción de México, Colombia, Brasil, Canadá y del propio EE.UU., sin mencionar que este país llegue a un acuerdo también con Irán, siempre suma.

En tales circunstancias, parecería más sensato pensar que, desde el punto de vista geoestratégico del gobierno de EE.UU., su relación con Venezuela podría buscar “matar varios pájaros de un solo tiro”. En primer lugar, apalancarse en las dificultades rusas para apartar definitivamente a Venezuela de su campo de influencia; segundo, destrancar su postura política respecto a Venezuela, propiciando el restablecimiento de un diálogo productivo entre el régimen de Maduro y la oposición; y tercero, poder aprovechar, en el tiempo, el potencial de producción del petróleo venezolano como suplidor confiable, lo cual supondría su consistencia con los otros dos objetivos. Esto último implicaría explorar formas de levantar las sanciones contra PdVSA, sujeto a compromisos del régimen, verificables, de liberar los presos políticos, frenar la represión y la tortura, y crear condiciones para unas elecciones confiables y creíbles en 2024. La posibilidad de que esto pueda lograrse depende, en gran medida, de la oposición.

La brutal agresión de Putin a Ucrania nos ha movido el tablero. Las prioridades y circunstancias actuales se han reacomodado sustancialmente y la lucha por la democracia en Venezuela tiene que adaptarse a ello. Mantener las posturas de antes no sirve. EE.UU. busca asumir una estrategia geopolítica y económica para contener a Putin, en la cual nuestras prioridades pasan, lógicamente, a un segundo plano. Compatibilizar nuestra lucha por la libertad con esa estrategia global conlleva, por tanto, que la oposición logre consensuar una estrategia propia que sirva de asidero para que EE.UU. pudiese incluir, como parte de aquella, la contribución con estos fines. El hecho de compartir valores propios de la democracia liberal, consustanciados en torno a la defensa de los derechos humanos, hace factible lograr esa compatibilización entre ambas estrategias.

Elementos de una estrategia que unificarían a las fuerzas democráticas en Venezuela incluirían:

1) La superación de los desentendimientos e intereses secundarios entre las fuerzas opuestas a Maduro, en aras de asumir, unidos, los desafíos de lograr las mejores condiciones para aprovechar las elecciones pautadas para 2024;

2) Insistir en la reanudación de las conversaciones en México, refrescando la representación democrática para tomar en cuenta los resultados de las elecciones regionales;

3) Proyectar, de la manera más clara y efectiva posible, las bondades de una estrategia de reactivación económica sustentada en la restitución de las garantías, la observación del Estado de Derecho y el acceso a un generoso financiamiento multilateral, muy superior a Ia débil palpitación de la que alarde el oficialismo;

4) Identificar y aprovechar los reacomodos que deben producirse a lo interno del chavomadurismo que resulten de la debacle rusa, así como del conflicto entre algunas mafias buscando lavar sus fortunas en negocios legítimos y quienes persisten en prácticas depredadoras, para introducir una cuña entre ellas para abrir posibilidades de un regreso progresivo al ordenamiento constitucional;

5) Aprovechar la vulnerabilidad resultante de la probable interrupción en la provisión de equipos militares y servicios rusos para insistir, en la consideración de los militares, posturas menos entreguistas, más alineadas con el bienestar de los venezolanos, conforme al artículo 328 de la constitución;

6) Finalmente, deben empezar a introducirse la discusión de criterios de justicia transicional a considerar que ayuden a facilitar el desalojo de quienes tanto daño le han hecho a los venezolanos.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

 6 min


Eddie A. Ramírez S.

Siempre hay alguien dispuesto a venderse al mejor postor. El concepto antiguo era considerar mercenario a alguien que no pertenecía a ninguno de los bandos en pugna, por lo que estaba dispuesto a morir por dinero y no por una causa. Desde tiempos remotos la historia narra infinidad de casos. Griegos, persas, romanos y otros los utilizaron en sus guerras. A veces el rey o el señor feudal, es decir quien contrataba, no tenía dinero, por lo que “pagaba” con el derecho al pillaje de las propiedades de los vencidos. “Soldados de fortuna”, los llaman algunos. Ahora, Putin anuncia descaradamente que está contratando mercenarios, incluso sin importar si tienen antecedentes penales. El tirano no quiere correr el riesgo de que caigan abatidos soldados rusos, ante la valiente resistencia de los ucranianos que se niegan a ser sometidos.

Hoy día, se considera despreciable al mercenario y a quien lo contrata. Sin embargo, no siempre fue así. Algunos lograron honores y unos cuantos son todavía considerados héroes. En mi etapa pre adolescente recuerdo una canción en francés ensalzando a Bertrand Du Guesclin. Ya en bachillerato, estudiando historia de España, aprendí que el héroe de la Guerra de los Cien Años, entre Francia e Inglaterra, fue también un mercenario que intervino en favor de Enrique de Trastamara , conocido como “el fratricida”, en la disputa por la corona de Castilla. Dicha intervención fue bochornosa, ya que facilitó que el Trastamara matara a su medio hermano Pedro I, llamado “el cruel” o “el justiciero”. Du Guesclin tiene estatuas en Francia.

Con el tiempo se ha ampliado la acepción del término mercenario. Ya no son solo los “perros de la guerra”, como los llamó Forsyth en su conocida novela ubicada en África. Mercenario es cualquiera que defiende un gobierno o una empresa, sin sentir simpatía o antipatía con determinada causa o ideología, ni importarle si es o no responsable socialmente. Solo lo hace para lucrarse. Hacen suya la frase de Du Guesclin de “Ni quito, ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, por cierto, choteada por Sancho Panza. Es decir, ayudo a quien me paga.

En tiempos de dictadura abunda este tipo de mercenario. En Venezuela tenemos el caso evidente de los grupos llamados colectivos, que son organizados, armados y financiados por el régimen. Este los utiliza, no solo para causar terror entre quienes protestan pacíficamente, sino para evitar en lo posible que funcionarios de la policía y de la Guardia Nacional sean señalados por asesinatos y por causar lesiones. La presencia de los colectivos proporciona al régimen la excusa para decir que fueron enfrentamientos entre civiles no identificados, intentando así eludir acusaciones de violaciones a los derechos humanos.

Mercenario no son solo quienes utilizan armas. También quienes portan toga y birrete, magistrados del TSJ, rectores del CNE y uniformados verde oliva, que se prestan a ejecutar medidas que violan la Constitución y las leyes. ¿Habrá alguno que lo haga por razones de afinidad ideológica con el régimen? Quizá haya alguna excepción, como los hermanos Rodríguez que lo hacen por resentimiento atávico.

A nadie debe extrañar que Maduro apoye a Putin. Ambos son tiranos que contratan mercenarios, armados o no. Solo las dictaduras de Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea no condenaron en la ONU la invasión Rusa a Ucrania. Maduro no pudo sumarse a este perverso grupo porque está moroso con la cuota, pero él y su ministro de Relaciones Exteriores lo han manifestado en declaraciones vergonzosas. Por otra parte, no podemos obviar mencionar que alguien, en su empeño en poner término a la dictadura de Maduro, actuó equivocadamente al contratar una empresa que alquila mercenarios. La llamada operación Gedeón estuvo integrada por jóvenes venezolanos valientes, románticos sin sentido de la realidad, pero con la mancha de incluir a tres mercenarios.

Como (había) en botica:

En relación a la cuestionada delegación del gobierno estadounidense que se entrevistó con Maduro y con el presidente Guaidó, es preferible esperar información. La percepción inicial es que solo benefició a los dos presos liberados. Los visitantes no pueden ignorar que Pdvsa está imposibilitada de suministrar crudo y productos para sustituir a Rusia ¿Podría ser que el poderoso lobby de Chevron esté intentando que el régimen ceda en algo para que, en reciprocidad, Estados Unidos le permita cierto margen de libertad comercial a esta empresa? Chevron, ha estado cerca del régimen. Incluso, en la empresa mixta que tiene con Pdvsa, aceptó despedir a profesionales por haber firmado la solicitud de revocatorio contra Chávez o por ser despedidos de Pdvsa durante el paro cívico, lo cual reclamamos en su oportunidad. Maduro quizá pudo tener algún beneficio mediático, pero quedó mal ante la Corte Penal Internacional, al ser evidente que nuestro sistema judicial depende de Miraflores.

Lamentamos el fallecimiento de nuestro compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol, Atilio Diaz Reyes.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Fernando Mires

“Nosotros estamos luchando en esta guerra porque no queremos perder lo que tenemos;

no queremos perder nuestro país” (Wolodymyr Zelenski)

Si vamos a utilizar el concepto de hegemonía en lenguaje político no podemos hacerlo sin nombrar a Antonio Gramsci. Es su concepto central, el eje donde articula toda su concepción de la política. La hegemonía, en sentido gramsciano, no puede a su vez ser explicada sin utilizarse la palabra «consenso» el que, para serlo, tiene que surgir de las diferencias. No puede haber hegemonía sin diferencias y eso es lo que enlaza al concepto de hegemonía con la política.

1.

La política es lucha por el poder. En ese punto tuvieron razón, cada uno por su lado, Max Weber y Carl Schmitt. Pero a los dos les faltó agregar las dos palabras claves: poder hegemónico. Sin apelación a lo hegemónico, la lucha por el poder deja de ser política. Mucho más cerca de Gramsci que de los dos autores citados, Hannah Arendt hizo la diferencia entre poder –un concepto para ella político– y violencia -un concepto antipolítico-. Según Arendt, allí donde impera la violencia no hay lucha por el poder.

El uso de la violencia -e inevitablemente estamos pensando en el ser más violento de nuestra era: Vladimir Putin– supone la negación de la política. Expresado en vocablos gramscianos, en la lucha por el poder prima una lucha hegemónica entre la política y la violencia. Allí donde reina la violencia, desaparece la política. Así lo subrayó Arendt.

De lo que se trata, según Gramsci, es oponer el poder de la política por sobre el poder de la violencia. Razón que llevo a Ernesto Laclau a disertar sobre el carácter impuro (difuso, opaco) de la hegemonía. Para ser hegemónica, o dirigente, la política necesita ser orquestada, y su musicalidad ha de surgir de diversos instrumentos. Sin heterogeneidad y antagonismo, no hay política.

La democracia, mirada desde esa perspectiva, es el campo de encuentro y confrontación entre diversas demandas, intereses e ideales, y para que tenga lugar, precisa de instituciones, entre ellas las de los representantes y las de los representados.

Quiere decir: La política, aún sin parlamentos, debe ser parlamentada (hablada, discurseada, gramatizada). Fue así como Gramsci nos llevó a pensar sobre la diferencia entre clase dirigente y clase dominante. La política democrática sería la lucha por obtener la dirigencia (hegemonía) y no la dominación. La primera es el objetivo de lo político, lo segundo, de lo militar.

2.

La lucha social, entendida por Gramsci, no es una confrontación brutal sino, sobre todo, una lucha cultural. Sin hegemonía cultural no puede haber hegemonía política, así puede ser resumido su dictamen. No obstante, como no vivió en la era de la globalidad, sus referencias solo apuntaban a las políticas internas de cada nación. Fue un politólogo y político norteamericano, Joseph Nye jr., asesor de Clinton y Obama, quien intentaría de modo explícito extender el concepto gramsciano de hegemonía hacia el plano de las confrontaciones internacionales.

Nye desarrolló su conocida teoría del «poder blando», en contraposición al poder «duro» basado en la dominación militar. De más está quizás decir que los escritos de Nye fueron alertas y después consecuencias de las atrocidades militares y antipolíticas cometidas por Bush jr., sobre todo en Irak. Gracias a Bush jr. EE UU perdió un enorme poder hegemónico (disuasivo) en extensas áreas del globo. Hoy intenta recuperarlo, a duras penas, Joe Biden.

En su libro más popular The future of Power (2011) Joseph Nye postula que el poder blando (o hegemónico) es un instrumento complicado: primero, muchos de sus recursos vitales están fuera del control de los gobiernos y, segundo, tiende a «trabajar indirectamente formando el entorno para la política, y algunas veces toma años para producir resultados esperados». El libro identifica tres amplias categorías de poder blando: «cultura», «valores» y «políticas». Atendiendo al primer punto, el de la cultura, Nye contradice a Samuel Huntington quien ve entre las culturas solo un choque o colisión. Según Nye, la lucha cultural –ahí recurre a Gramsci– se da por medio de la persuasión, del argumento, y del convencimiento.

Como Gramsci, Nye intenta devolver la política internacional a su concepción griega originaria: el antagonismo verbal, ya no en la plaza pública sino en el espacio de la polis global, virtual y real a la vez. La política debe ser convincente, si no para todos, para la mayoría. En ese sentido, las 141 naciones que en la ONU condenaron la agresión a Ucrania infligieron a Putin una de las más estruendosas derrotas políticas que haya experimentado gobernante alguno en toda la historia de la política internacional.

Derrota política que no ha menguado la furia del déspota sobre el martirizado pueblo ucraniano. Más bien parece haberla incentivado. Esa es la razón por la que se ha escrito tantas veces que no pese, sino gracias a la probable victoria militar que logrará Putin en Ucrania, solo obtendrá una derrota moral, cultural y política cuyas enormes consecuencias son todavía difíciles de mencionar.

No sería esa por cierto la primera vez que una victoria de la dominación por sobre la hegemonía se traduce en una fuerte derrota política. En las guerras de Esparta contra Atenas, Esparta aniquiló a Atenas. Pero, ¿quién habla de Esparta hoy día? Las ideas de Atenas, en cambio, iluminan el horizonte cultural de todos los tiempos.

Joseph Nye, descubrió donde reside la principal fuerza de Occidente: en su capacidad de hegemonizar. Lo prueban las mismas oleadas migratorias que avanzan hacia Europa. ¿Cuál emigrante quiere irse a Rusia? Naturalmente, a la gran mayoría los guía la posibilidad de prosperar, pero entre hacerlo con libertad o sin ella, eligen lo primero. Occidente sigue siendo, quiera o no, un faro luminoso que atrae a jóvenes musulmanes, chinos, rusos y de otras latitudes. Por eso Occidente es un peligro para las autocracias y las dictaduras. Como también lo fue Alemania Occidental para Alemania Oriental. Como era y es la democrática y próspera Ucrania, frente a la militarizada y despótica Rusia.

3.

China o Rusia no temen a la economía, ni siquiera a los ejércitos de Occidente, pero sí temen a la promesa de libertad que ofrece Occidente. A ese Occidente que en términos políticos no es un punto geográfico sino el significante que vincula a todas las naciones en donde impera la pluralidad política, la libertad de pensamiento, la división de los poderes públicos, y el estado de derecho. En breve: la democracia.

La democracia, para criminales como Putin –en eso concuerda con las tendencias más fundamentalistas del Islam- es obscena. En ese punto, fiel creyente del cristianismo más conservador, el de la iglesia ortodoxa rusa, Putin ha iniciado una cruzada antidemocrática en contra de Occidente. Ucrania debe ser castigada por su occidentalidad, o lo que es igual, por no querer ser rusa sino por querer ser occidental.

Putin ha llegado a convertirse en el portaestandarte de la contrarrevolución antidemocrática de nuestro tiempo. Pudo incluso haberse convertido en el núcleo hegemónico de esa contrarrevolución. Pero ya ni eso puede ser. Pues Putin, al recurrir a la violencia sin política en contra del pueblo ucraniano, ha renunciado a ejercer hegemonía, aún entre los países que lo siguen. Entre la hegemonía y la dominación, eligió definitivamente la dominación.

La particularidad de la dominación putinista había sido, antes de la guerra a Ucrania, la de un poder híbrido. Por cierto, Putin falsificaba resultados electorales, perseguía o asesinaba a disidentes, prohibía partidos, y a pesar de eso, conservaba algunas formas de una república democrática. Pero la guerra emprendida en contra del pueblo ucraniano, ha determinado la derrota política de Putin.

La violencia hacia afuera no ha tardado en convertirse en violencia hacia dentro. Las cárceles de Rusia están llenas de presos políticos. Ya no existe libertad ni de opinión ni de prensa. Hay palabras como «guerra» o «invasión» que han sido proscritas. En Rusia hubo un autogolpe de Estado y nadie lo quiere decir.

La imposibilidad de ejercer hegemonía hacia el exterior ha invalidado el poder hegemónico de Putin hacia el interior. Antes de la invasión a Ucrania, el dilema de Rusia era el de ser una autocracia o una democracia. Después de la invasión el dilema ruso es: o caer bajo una dictadura militar o bajo una dominación totalitaria.

Lo más probable es que sea más lo primero que lo segundo. En tiempos digitales será muy difícil ejercer el control total sobre las mentes como en la Rusia de Stalin. Ni siquiera Putin cuenta con una ideología integrista como fue el marxismo leninismo. Sus mentores ideológicos, como ayer Iván Ilyín y hoy Aleksandr Dugin, son defensores de un eslavismo atávico, racista, patriarcal y decimonónico que a nadie, excluyendo a fascistas (o putinistas, hoy son lo mismo) atrae en Occidente. En fin, todo indica que solo una nueva revolución democrática podría salvar a la Rusia de Putin. Pero esa alternativa es por ahora un deseo. No hablemos más de ella.

Lo que sí interesa remarcar es que la invasión de Putin a Ucrania ha marcado con líneas profundas los tres poderes geopolíticos que determinarán la historia del siglo XXI. China, como representante del poder económico tecnológico y militar. Rusia, como un poder militar. Occidente, como un poder político hegemónico que no renuncia a lo militar. La constante entre esos tres poderes es “lo militar”.

No sabemos si ya estamos dentro de la tercera guerra mundial, como afirma Noam Chomsky. Hasta el momento Rusia ha perdido la guerra política frente a Occidente y Putin, con una bomba atómica en cada mano, intenta vencer, mediante chantaje, en la guerra militar. Occidente, bajo esas condiciones, no puede renunciar, más aún, debe incrementar la atracción de su poder hegemónico.

Pero este, por muy importante y decisivo que sea, no puede excluir su defensa militar. Las atenas de hoy no deben dejase avasallar por las espartas que lo acosan. La hegemonía que propusieron ayer Gramsci y ahora Nye, debe ser también defendida con armas. La frase de Unamuno, «venceréis pero no convenceréis» no sirve en medio de la guerra que Putin ha declarado a Occidente con su invasión a Ucrania. Hoy no se trata solo de con-vencer sino de vencer.

Expliquémoslo: Hemos dicho que hay dos tipos de lucha, la lucha por la hegemonía y la lucha por la dominación. En Occidente prima la primera. Pero eso no impide que en la lucha en contra de potencias antidemocráticas, sobre todo frente a un sanguinario ultranacionalista como Putin, un canalla que excluye los medios políticos de lucha, no hay que defenderse en contra de la dominación. Todo lo contrario. Como dice el Eclesiastés (3.8) «hay un tiempo para la paz, y hay un tiempo para la guerra». Lo importante es no confundir los tiempos. Hoy vivimos en tiempos de guerra.

4.

La democracia liberal no puede ser liberal con sus enemigos cuando estos, como Putin, se han convertido en enemigos existenciales. Para vencer cuenta Occidente, además del militar, con un poder económico que Putin no tiene y con un poder político hegemónico que nunca tendrá. Ahora bien, debido al predominio de lo político por sobre lo antipolítico, Occidente está en condiciones de concordar ocasionalmente con naciones no democráticas. Y es evidente que ahora hablamos de China, propietaria de un inmenso poder económico y militar, pero con una baja intensidad hegemónica y/o política.

La concordancia puntual entre Occidente y China es una alternativa que no puede ser perdida de vista. Tanto China como Occidente tienen mucho que perder en una tercera guerra mundial. Nunca seremos aliados perpetuos de China, con eso hay que contar, y es bueno que así sea. Pero el arte político, que los chinos también conocen a escala internacional, podría y debería llevar a Putin al total aislamiento mundial. Por el bien de la hoy inmolada Ucrania. Por el bien de China y Occidente. Por el bien de la misma Rusia. Y sobre todo, por el bien de todos los habitantes de esta tierra.

Para decirlo de modo gramsciano, se trata de asegurar la hegemonía de la paz política por sobre la de la guerra, sin que esta última desaparezca como posibilidad. La guerra –la frase de Clausewitz está todavía vigente– es la continuación (pero también el origen) de la política bajo otras formas. Pero lo es en el mismo sentido como la muerte es la continuación de la vida bajo otras formas. Y este mundo, no debemos olvidarlo, pertenece a los vivos.

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

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Paulina Gamus

Hace años era muy popular un chiste en el que la manera para que un país económicamente deprimido lograra su recuperación, era declararle la guerra a los Estados Unidos de Norte América. Evidentemente la perderían y entonces los EEUU procederían a ayudar al país vencido y a levantar su economía. El chiste consistía en que el interlocutor preguntaba ¿Y si ganamos? El convencimiento general de ese proceder estadounidense estaba basado en el llamado Plan Marshall (European Recovery Program) que el país del Norte puso en práctica entre los años 1948 y 1952.

Su más entusiasta impulsor fue el General George Marshall, uno de los más destacados oficiales norteamericanos en la Segunda Guerra mundial y Secretario de Estado durante el gobierno de Harry Truman. El propósito fue ayudar a los países devastados por la guerra, incluidos aquellos que habían formado parte del Eje (Alemania e Italia) o colaboracionistas como Francia.

Las ayudas fueron, en millones de dólares: 1.316 Inglaterra, 1.085 Francia, 510 Alemania occidental y 594 Italia. A los economistas correspondería calcular cuánto serían esas cantidades trasladadas a 2022. Si uno se pregunta sobre la animadversión legendaria de los franceses contra los Estados Unidos, recuerda aquella frase: «no sé porque fulano me odia tanto si nunca le hice un favor».

El Plan Marshall inspiró dos clásicos del cine de humor: «Bienvenido Mr. Marshall», del español Luis García Berlanga (1953). La trama se desarrolla en el pequeño pueblo castellano Villar del Río. El alcalde y los habitantes, enterados de que Mr. Marshall va de visita a España y pasará por su pueblo, deciden organizarle un recibimiento con todos los ingredientes del folclore y de la cocina española. El objetivo, obtener la ayuda norteamericana en aquellos años tan aciagos del franquismo pos guerra civil. La caravana de Mr. Marshall pasa por Villar del Rio pero a más de 100 Kms por hora y todo el pueblo queda con los crespos hechos.

La otra gran película «Rugido de Ratón» es de 1959, inglesa y dirigida por Jack Arnold. La trama se inicia en el Ducado de Grand Fenwick , un minúsculo (e imaginario) país europeo cuya única fuente de ingresos es la exportación de su famoso vino pinot. Pero una empresa californiana inventa una copia, llamada «Pinot Grand Enwick», toda la economía del Ducado colapsa. La duquesa Gloria (Peter Sellers) convoca a una sesión del parlamento, donde el primer ministro Rupert Mountjoy (Peter Sellers) señala que todo país que haya declarado la guerra a Estados Unidos recibe después grandes ayudas materiales, por lo que propone declarar la guerra, enviando al Mariscal de Campo Tully Bascombe (Peter Sellers) con 23 hombres del ejército medieval de Grand Fenwick, a invadir Estados Unidos. Desembarcan en Nueva York y por allí sigue el hilarante argumento.

He recordado ambas películas con motivo de la sorprendente visita (al menos para los ciudadanos comunes y corrientes) de una misión de alto nivel del odiado Imperio para entrevistarse con el no menos odiado presidente írrito Nicolás Maduro. Vinieron James Story, embajador en Venezuela con sede en Bogotá; Juan González, asistente especial de la Casa Blanca para asuntos del Hemisferio Occidental; y Roger Carstens, el enviado presidencial especial de Estados Unidos para asuntos de rehenes.

Uno de los temas centrales fue la liberación de trece norteamericanos presos en Venezuela por distintos motivos. El otro, la posibilidad de que Pdvsa vuelva a ser un suplidor de petróleo para EEUU. Por supuesto con todas las complicaciones que significa reactivar una empresa y toda su infraestructura, destruida por décadas de abandono, impericia y corrupción. El efecto inmediato fue la liberación de dos de los ejecutivos de Citgo y el anuncio de Maduro de que reanudarán –con otro esquema– las negociaciones en México.

El primer chillido de indignación fue del senador (republicano) por Florida, Marco Rubio, con anatemas contra el gobierno (demócrata) de Joe Biden por ceder ante la dictadura de Maduro. A esa voz se han unido y se unirán otras de la oposición recalcitrante cuyo argumento es que todo acercamiento al régimen es una traición.

Son los mismos que han considerado que el proceso de negociaciones en México ha sido no solo ceder ante la dictadura sino también inútil.

Vuelvo al Plan Marshall porque, mutatis mutandis, Venezuela es un país devastado, no por una guerra pero si por el paso rasante del Atila que han significado veintidós años de chavismo-madurismo. Las sanciones que los Estados Unidos han aplicado contra Venezuela le han hecho cosquillas al régimen que se las ha arreglado para burlarlas y las ha usado para justificar su política hambreadora del pueblo.

Los verdaderos afectados hemos sido los venezolanos del común. Por supuesto que levantarlas debería tener una contrapartida: liberación de los presos políticos, cese de la represión contra los medios de comunicación y elecciones libres y transparentes en 2024. Las reanudación de negociaciones en México tienen que centrarse en estos temas ineludibles. Pero, aunque no produzca efectos inmediatos, el solo hecho de quitarnos de encima la sumisión al carnicero de Ucrania, Vladimir Putin, hace que el objetivo de la misión norteamericana merezca un voto de confianza.

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

Twitter: @Paugamus

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Ismael Pérez Vigil

Hay cosas de las que es necesario hablar a pesar de que algunas personas no les gusta que se las mencionen. Son temas delicados, dada la polarización política extrema en la que nos desenvolvemos y que ahora también exacerba la visión que tenemos de la política norteamericana.

Al observar la discusión política de esta última semana me viene a la mente una pregunta: ¿Cómo se resolvían las cosas en la “otra” Venezuela? La pregunta no es capciosa, porque aquí hubo otra Venezuela, una Venezuela que probablemente no conocen los menores de 30 años −más del 26% de la población−, que solo han vivido en el bochornoso régimen de oprobio que se instaló en el país desde 1999.

En esa otra Venezuela vivíamos bajo un régimen democrático – imperfecto, pero democrático. Y había las instituciones propias de un régimen democrático; había división de poderes, con un poder ejecutivo encabezado por el Presidente de la República y su gabinete de ministros; había un poder legislativo con un Congreso de dos Cámaras, en donde había control político del gobierno, debates y discusiones políticas sobre todos los aspectos de la vida nacional. Había un poder judicial encabezado por una Corte Suprema de Justicia en donde se controlaba la justicia del país y se tomaban decisiones que algunas veces afectaban a los demás poderes; por ejemplo, se enjuició y propició el allanamiento de la inmunidad parlamentaria a algunos diputados y senadores, e incluso se llegó a tomar la decisión de enjuiciar a un Presidente de la República en ejercicio y se precipitó su renuncia al cargo.

Es decir, existía un régimen imperfecto, que en lo económico trataba de garantizar igualdad de oportunidades y en lo político ofrecía la posibilidad de luchar y alcanzar el poder, desde cualquier posición u opción, como se vio en la alternabilidad de la presidencia y hasta en el triunfo de quien llegó amenazando con destruir todo −y lo hizo−; un sistema que contaba con partidos políticos, aproximadamente los mismos que tenemos hoy en día, pero que llegaban a acuerdos, que pactaban, porque para eso son los partidos políticos, para luchar por el poder y además para defender y negociar los intereses que legítimamente representan, para llevar adelante sus objetivos e intereses de sus seguidores y aceptar que los otros, aunque queden en minoría, también puedan defender los suyos.

Esa es la otra Venezuela; no la sórdida que tenemos ahora y no es que la lloremos, porque como bien señalé tenía sus imperfecciones, algunas muy gruesas, pero funcionaba la política, cumplía su función regulatoria del poder y la de conseguir que se llegara a acuerdos para que todos pudieran expresar y defender sus intereses.

En otras palabras, se negociaba, se establecían pactos entre los partidos políticos, para gobernar, o para regular y controlar a quien gobernaba, se pactaban en el Congreso el presupuesto, las leyes, las políticas, la composición de la Corte Suprema de Justicia, la designación de altos funcionarios, como el Fiscal General, el Contralor o la composición de los organismos electorales, etc.; sí, se pactaba, porque eso es la política: negociar, pactar. Negociar no es sinónimo de corrupción, de arreglo deshonesto, negociar es la esencia del ser humano que acepta sus limitaciones, que sabe que puede estar equivocado y sobre todo, que reconoce los derechos de los otros seres humanos.

Todo este largo rodeo viene a colación por lo que está ocurriendo en este momento en el país, donde todo se convierte en un escándalo y un exabrupto, donde cualquier intento de negociar es satanizado; cualquier intento de ponerse de acuerdo es visto como un acto de suprema corrupción.

Tomemos el caso más reciente, el de un grupo de funcionarios norteamericanos que vinieron a reunirse con diferentes personas en el país, con Nicolás Maduro y algunos de sus funcionarios, con el presidente Guaidó y con representantes de los partidos políticos y obviamente hablaron de diversas cosas, de lo cual no se tiene mayores conocimientos o si se llegó o no a algunos acuerdos que, pues aún no ha trascendido mucho de lo que finalmente se acordó.

Únicamente sabemos que tras la visita fueron liberados uno de los seis gerentes de Citgo, presos injustamente desde hace tiempo, más un turista cubano estadounidenses.

Tras la reunión, se produjo un comunicado del Gobierno Interino, explicando lo ocurrido y una declaración de Nicolás Maduro, en la que tras reconocer la reunión anunció su disposición de reanudar las negociaciones –cosa que por cierto ha dicho en varias oportunidades, sin que haya ocurrido nada− y se supone que en México, aunque eso no está muy claro; lo que sí manifestó fue su deseo de que se amplíe la composición de la delegación opositora en cualquier negociación.

Desde luego, la visita y la negociación que se llevó a cabo y los supuestos acuerdos a los que se llegó, fueron de inmediato satanizados y calificados con todo tipo de epítetos, tanto hacia los miembros de la oposición democrática, como hacia el gobierno de los EEUU.

Algunos han visto lo ocurrido con la visita con bastante recelo. Algunos lo ven con escepticismo, a otros les parece muy bien; pero, otros se han rasgado las vestiduras y algunos claramente han mentido acerca de la naturaleza de esta misión norteamericana, acerca de sus objetivos, acerca de lo que lograron y acerca del precio que tendrá que pagar la oposición venezolana, y el país en general, por los supuestos acuerdos a los que se llegó, aunque nadie sepa exactamente cuáles son. La opinión se ha formado sobre la base de elucubraciones y en algunos casos, sobre medias verdades o claras mentiras, con el objetivo político de desprestigiar más a la oposición democrática, al Gobierno Interino y a Juan Guaidó y en algunos casos al Gobierno de Biden.

Lo peor es que de nada sirve aclarar, pues ya hay una matriz de opinión formada sobre la base de elucubraciones e información parcial. De nada sirve aclarar que quienes vinieron fueron el Embajador James Story; Juan González, director del Consejo de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental y Asesor Especial de la Casa Blanca para América Latina y Roger Carstens, enviado presidencial especial para asuntos de rehenes.

En todo caso no había funcionarios de empresas petroleras; de nada sirve decir lo que explican los expertos petroleros −que sí conocen de la materia− que el régimen venezolano, ni reuniendo todo el petróleo que le sobra y lo que vende a Cuba, está en capacidad de cubrir esos 300 mil barriles sobre los que se especula, ni en la posibilidad de producirlos de manera inmediata o en el mediano plazo

(Tampoco nadie explica porque los EEUU va a venir a buscar petróleo a un país con un gobierno hostil, enemigo declarado suyo, teniendo un vecino en el norte, Canadá, que le puede ofrecer todo el petróleo que necesite).

De nada sirve decir que hasta el momento lo único concreto que se ha visto es la liberación de dos de seis presos por el caso Citgo (y que son una minucia en comparación con los más de 300 presos políticos que hay en el país) y que el gobierno de Maduro, una vez más, de tantas que lo ha hecho, dice que va a sentarse nuevamente a negociar.

De nada sirve aclarar, como lo hizo la Subsecretaria de Estado, Victoria Nuland en el Congreso de los EEUU, que esta visita se coordinó desde Bogotá con la oposición con cuyos representantes se reunieron primero en Bogotá y luego aquí con Juan Guaidó. De nada sirve decir, como ha dicho el gobierno de Biden que no han comprado petróleo a Venezuela y que no tienen pensado hacerlo próximamente, etc.

Pero la verdad es que me ha parecido muy “característica” −y a la vez deprimente− toda la discusión y argumentación sobre la visita de la delegación norteamericana y que se reuniera con Nicolás Maduro.

Si es verdad lo que se ha especulado −y sobre lo que algunos han mentido− que vinieron a: 1) negociar petróleo, 2) liberar a los presos de Citgo; o/y 3) presionar para que Maduro continúe negociando en México −una de las tres cosas o las tres cosas− ¿Por qué se sorprenden que se hayan reunido con Maduro?, ¿Con quién iban a hablar? ¿Quién les puede vender petróleo? ¿Quién tiene presos a los de Citgo y cientos de presos políticos más? ¿Quién es, sino Maduro, quien no quiere seguir negociando con la oposición?; y por último, de todas maneras, a los que no creen en Guaidó, ni en el Gobierno Interino, ni en el G4, ¿Qué les importa si la delegación norteamericana se reunió o no con ellos?

En resumen, lo que sabemos por fuentes distintas −prensa nacional e internacional, el gobierno de los EEU, el gobierno de Juan Guaidó y el gobierno de Nicolás Maduro− es:

– que un grupo de altos funcionarios norteamericanos hicieron una visita a Venezuela;

– que vinieron a tratar asuntos energéticos y otros temas, como parte del plan del gobierno norteamericano de aislar al gobierno de Putin;

– que la visita fue preparada hace tiempo en Bogotá y consultada con lideres de la oposición democrática, antes de realizarse;

– que se entrevistaron con Nicolás Maduro y funcionarios de su gobierno y con Juan Guaidó y miembros de la oposición venezolana;

– que después de la visita Nicolás Maduro liberó a dos de los seis rehenes o presos de Citgo que tiene en su poder y anunció su disposición a continuar negociando con la Plataforma Unitaria;

– que el Gobierno de Biden, tras la visita, anuncio que únicamente sigue reconociendo a Juan Guaidó como el legítimo Presidente de Venezuela; y

– que no ha comprado ni piensa por lo pronto comprar petróleo a Venezuela y tampoco levantar sanciones si no hay avances en las negociaciones en Venezuela entre el régimen de Maduro y la Plataforma Unitaria.

Claro, se bien que siempre habrá quien diga que nada de esto es cierto y que todo es para disimular.

A lo mejor es una ingenuidad de mi parte pero permítanme pensar fuera de la caja, como dicen los anglosajones. ¿Cabe la posibilidad de tener un pensamiento positivo acerca de la intención de la Administración Biden al reunirse con Nicolás Maduro?

Por ejemplo, conocido el manifiesto interés de Maduro de negociar directo con los EEUU, tratar de reducir las sanciones y dado que fue él quien solicito esta reunión: ¿Es posible pensar que el Gobierno de Biden decidiera aprovechar la coyuntura para rescatar a los presos de Citgo, presionar a Maduro para que aceptara negociar en México, de una manera más flexible y se lograra unas elecciones libres?, ¿O ese pensamiento está negado, pues rinde mejores dividendos políticos, aquí y allá, afirmar que fue una negociación, a espaldas de la oposición? ¿Qué no fue más que una negociación de petróleo por sanciones y que todo lo demás −la liberación de los presos de Citgo, reanudar negociaciones en México, o donde sea, etc.− fue algo colateral o para disimular?

Como quiera que haya sido esta misión norteamericana para mí está claro que vinieron hacer algo que nos hace falta hacer en el país: política. Vinieron a hacer política, vinieron a negociar, vinieron a llegar a acuerdos; el problema es nuestro, pues para nosotros todas esas son malas palabras, más allá de que no se haya conducido la información de la forma más adecuada por los dirigentes opositores, que tenían y tienen el deber de informar.

Politólogo

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