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Opinión

Eddie A. Ramírez S.

El dogmatismo pareciera tener cada día más adeptos. No es extraño, ya que esa tendencia ha aflorado en muchos países en tiempo de crisis. Cuando determinada situación nos agobia y no se visualiza una salida, nos abocamos a identificar un culpable. Por lo general ese culpable es quién nos ha causado daño, pero a veces señalamos a quienes endosamos, con razón o sin ella, la responsabilidad de obstaculizar la vía para salir del atolladero.

Culpables por acción: Tenemos claro que la dictadura de Maduro es la culpable del desastre. Curiosamente, muchos compatriotas exoneran a Hugo Chávez, responsable del inicio de la debacle. La devaluación de nuestra moneda y la caída de la producción petrolera evidencian la responsabilidad del teniente coronel. La pérdida de valor del bolívar la conocen todos, pero algunos ignoran lo sucedido con el petróleo o achacan a las sanciones el colapso de la producción.

El colapso petrolero: Según cifras de la OPEP, la producción en el año 2001 fue de 2.862.000 barriles por día (b/d) cayó a 2.586.000 b/día en el año 2002 como consecuencia del paro petrolero de abril y del paro cívico de diciembre; se desplomó a 2.305.000 b/d en el 2003, como consecuencia del despido ilegal de casi 23.000 trabajadores. En el 2005 subió a 2.633.000 b/d, por inercia y por estar las instalaciones en perfectas condiciones, lo que demuestra que no hubo sabotaje, como todavía afirman los fanáticos rojos. Después del 2005, la producción petrolera ha caído año tras año por falta de inversión, de personal capacitado y la politización. Hoy es de solo 681.000 b/d. Maduro terminó de hundir al país. Eso lo reflejan las encuestas, los resultados en votación total el 21 de noviembre y los recientes de Barinas.

Culpables por omisión: Por estar consciente del rechazo, el régimen tenía que hacer abortar el referendo revocatorio que lo hubiese defenestrado. Al respecto, lo que extraña es la conducta del liderazgo opositor. Lo lógico hubiese sido que todos cerraran filas para apoyar esta iniciativa. Unos se hicieron los desentendidos, otros lo rechazaron. Algunos alegan que no se pronunciaron porque era imposible que tuviese éxito.

Cierto, las condiciones ilegales impuestas por el CNE, de que deben recogerse el 20 por ciento de las firmas en cada estado, que los firmantes deben acudir a los pocos centros establecidos por el sumiso organismo electoral y que el régimen tenía derecho a conocer la identidad de los solicitantes, lo hacían inviable. Pero lo que los demócratas exigimos a nuestra dirigencia es que luche por derogar esas condiciones inconstitucionales y no que permanezca pasiva.

A última hora el CNE estableció otro obstáculo infranqueable, como es la recolección en un solo día de las firmas en puntos limitados. Quizá, en una maniobra de propaganda engaña bobos, el sumiso CNE acuerde más días y más puntos para la recolección de firmas, pero ese no es el principal escollo.

La Constituyente: Queda apelar a una Asamblea Constituyente. No es la vía que preferimos en estos momentos, pero hay que apoyarla. Sus proponentes son ciudadanos bien intencionados, aunque algunos dan declaraciones como si fuesen los dueños de la verdad. Se oponen a elecciones organizadas por el CNE. No les faltan razones, pero no toman en cuenta que en plena popularidad de Chávez lo derrotamos en su primer intento de reformar la Constitución y en el 2015, con Maduro en el poder, ganamos las dos terceras partes de la Asamblea Nacional. Además, cuando hemos ido unidos, con organización, testigos en todas las Mesas, y candidatos apropiados hemos ganado varias gobernaciones y alcaldías. ANCO quiere organizar la elección sin participación del CNE. Ojalá lo logre y la comunidad internacional apoye para que el régimen reconozca los resultados. Otro punto de atención es lograr candidatos de la unidad democrática.

La Corte Penal: Un distinguido amigo indica que es necesario tomar en cuenta que la Corte Penal Internacional pareciera querer acelerar sus procedimientos y quizá decida enjuiciar a Maduro y a otros. Hay señales alentadoras. Esto debería producir una implosión en el régimen para lograr una transición pacífica. ¿Es posible? Sí. ¿Es probable? No lo sabemos y no depende de nosotros, pero es deseable.

Elección adelantada o en 2024: La otra opción, es presionar y conseguir en la negociación en México una elección adelantada. No es fácil. Hemos rechazado prepararnos para la elección del 2024, con liderazgos renovados. Cuando un distinguido compatriota como Ismael Pérez Vigil y otros, consideran que hay que considerarla, no debemos descartarla. Sin embargo, hay que presionar para que se adelante.

La gran crisis nos ha vuelto dogmáticos, unos más, otros menos. Como sabemos por la historia, el dogmatismo, político o religioso, ha traído muchas desgracias. En el caso de nuestra política hay seguidores de Torquemada, tanto en la dirigencia, como en los dirigidos. Si no deponemos nuestros dogmas, se hará más difícil salir de esta pesadilla. El fanatismo ha impedido la unión. Sin la misma se dificultará ejercer presión para salir de la usurpación.

Como (había) en botica:

El dogmatismo fue factor importante en nuestra Guerra Federal e impidió la unidad en la lucha contra la dictadura de Gómez. La lograda contra Pérez Jiménez costó muchos años; Copei solo se integró cuando el dictador suspendió la elección e impuso el referendo.

Nos complace el éxito en Francia de la joven periodista Andreina Flores y de la cantante lírica María Fernanda Brea. Felicitaciones.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

 4 min


Ignacio Avalos Gutiérrez

Hugo Chávez acaparó el último tramo de la historia venezolana. Su figura ocupó, sin duda, el epicentro político y en más de un sentido puede afirmarse que se extendió a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Su interpretación del país, difundida permanentemente por su agobiadora presencia en los medios de comunicación, se convirtió en la referencia sobre cualquier asunto, desde la geopolítica hasta la crisis del capitalismo mundial, pasando por el beisbol, a cuenta de que fue pícher, y por la música, a cuenta de que tenía buena voz. No pareciera exagerado señalar, por otro lado, que el chavismo represento una manera de ser en la tarima política, que incluso contagió de alguna medida a no pocos de los que lo adversaban.

Chávez: el poder simbólico de la nostalgia.

A Chávez la duda no le acompaño nunca. Su interpretación sobre nuestra sociedad, su pasado, su presente y su futuro, se convirtió en el libreto que progresivamente trazó el rumbo del país. Asumió el rol de caudillo, al principio con cierto disimulo, luego más abiertamente, incluso dejando ver su talante autoritario. Empezó por propiciar la redacción de una nueva Constitución, “la mejor del mundo”, y asomó el “socialismo del Siglo XXI como proyecto para Venezuela, sin que hubiera, salvo algunos amagos, ninguna consulta al respecto.

En efecto, durante su gobierno fueron mínimos los espacios para el diálogo y las demás herramientas propias de la democracia, esenciales para la construcción de los consensos básicos que requiere la convivencia social. En suma, desapareció la política y surgió un país extremadamente dividido y poco cohesionado, atravesado de un lado a otro por la desconfianza, situación en la que, es bueno decirlo, también tuvo responsabilidad, aunque en grado menor, la propia oposición.

Así, durante casi dos décadas, Chávez condujo al país con algunos aciertos, pero sobre todo en medio de grandes errores y omisiones que, sin embargo, alcanzaron a disimularse porque su gobierno tuvo la bendición de un boom petrolero (2008 – 2014) y le permitió transitar un buen tiempo y sin mayores aprietos, el irónicamente denominado camino del “socialismo rentista”, armado en torno a un amplio repertorio de políticas asistencialistas que, temporal y parcialmente, mejoraron la vida de la gente, mientras la Venezuela Potencia cobraba el formato de un espejismo, que cada año se anunciaba como el gran objetivo estratégico de la nación. En síntesis, la obra que dejó tuvo poco que ver con los enormes recursos financieros de los que dispuso durante buena parte de su gestión.

Los desacomodos actuales del país se venían observando, así pues, durante el final del período de Chávez. Desde entonces, el “proceso” empezó a mostrar desviaciones y señales de agotamiento, dejándose ver como una ruta equivocada e inviable, no obstante lo cual en la memoria colectiva ha permanecido como la figura política mejor valorada de la actualidad. Chávez se convertido en nostalgia política, son muchos losvenezolanos convencidos de que si estuviera vivo no pasaría lo que esta pasando.

La realidad paralela

Nuestros problemas se han agravado considerablemente durante la administración de Nicolas Maduro, designado como sucesor en la presidencia por el propio caudillo, poco antes de morir. Aparte de su falta de tino en el abordaje de los temas nacionales más medulares, el nuevo mandatario tuvo que lidiar con muchas dificultades a poco de ocupar el cargo, consecuencia de que la mano invisible del mercado internacional bajó los precios del oro negro.

El nuestro es hoy en día un país roto, esto es, mal cosido, desarticulado, anómico, violento además de fragmentado desde el punto de vista territorial. Un país con lunares notables en todos sus ámbitos (económico, social, educativo, ambiental y paremos de contar), cada vez más autocrático y en el que sus habitantes parecieran “no tener derecho a tener derechos”, según la expresaría Hanna Arent. Un país, dicho en pocas palabras que es todo lo contrario del que nos relató Maduro, durante su mensaje anual a la Asamblea Nacional, en un discurso presumido en el que los hechos fueron abiertamente desconocidos por afirmaciones y estadísticas fantasiosas, dibujando una suerte de realidad paralela, si se me permite el símil, que recuerda el metaverso del que habla Zuckerberg.

Evidentemente, no faltó en su arenga cierta retórica que buscaba barnizar la transición del proyecto del Socialismo del Siglo XXI hacia el actual Capitalismo de Bodegones, nombre este último que desde luego ayuda a su descripción, aunque deja por fuera algunos de sus atributos (dolarización, importaciones libres sin ton ni son, extractivismo salvaje, precariedad laboral, exclusión social, en fin). Cabe imaginar que se trata de un formato impuesto por los hechos, a contramano de las pretensiones revolucionarias, referido por ciertos economistas como el “modelo ecuatoriano”, no en balde uno de los asesores principales del gobierno se desempeñó como Ministro de Hacienda en la época del Presidente Correa.

En su alocución a los diputados, Maduro anunció que gobernaría hasta el 2030 con el propósito de preservar un futuro para los venezolanos, iniciado el año 2021 con pasos firmes y auspiciosos. Sin embargo, no es ser mal pensado creer que en la mente del liderazgo oficialista no hay otra idea que la de gobernar para seguir gobernando, de sobrevivir manteniendo el poder por razones que no son propiamente ideológicas ni doctrinarias, sino grabadas, no sólo, pero en grado nada despreciable, por la corrupción.

Chao al “proceso”, pues.

Replay electoral en Barinas

Como se sabe, el pasado 9 de enero se repitió en Barinas la elección del gobernador efectuada el 21 de noviembre del 2021, en la que había triunfado el candidato opositor. Sin embargo, bastaron y sobraron dos sentencias que se sacó de la manga el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para ordenar la repetición del evento comicial.

Se trató de una contienda claramente inclinada a favorecer al oficialismo, puesta de manifiesto en las inhabilitaciones exprés de dos candidatos opositores y un disidente del chavismo, la inadmisión de adhesiones de dos tarjetas a postulaciones opositoras, el ventajismo oficial en el acceso a medios de comunicación públicos y la disposición de funcionarios, bienes y recursos del patrimonio público con fines electorales, conformando, así, un elenco de abusos nunca vistos en semejante grado en procesos anteriores. (Para mayores detalles se consultar, entre otras, la página del Observatorio Electoral Venezolano, OEV).

Se corroboró, pues, que el fair play en la cancha electoral no depende solo del CNE, cuya actuación en este último episodio regional fue, sin duda, la más equilibrada de los últimos tiempos, sino que puede ser invadida otros organismos públicos con decisiones que no les corresponden y que atienden peticiones que provienen del alto gobierno.

No obstante lo anterior Sergio Garrido, candidato opositor, logró la victoria sobre el excanciller Arreaza, presentado por el oficialismo, confirmando así la idea de que los votos, cuando se convierten en alud, imponen una verdad que es difícil desmentir, lo que ya se había constatado en las elecciones parlamentarias del 2015.

Obviamente, la elección efectuada en Barinas fue, sin duda, un hecho muy importante desde el punto de vista político, entre otros motivos porque ocurrió nada menos que en el terreno más chavista del chavismo y por tanto su impacto simbólico no puede dejarse de lado. En torno a ella se han tejido varias explicaciones. En el seno de la misma oposición, algunos sectores entrevén en lo ocurrido una ruta para resolver la crisis política, mientras que otros alertan sobre una jugarreta oficial. Por su parte, Maduro reclama el episodio, como una prueba de que en Venezuela hay una verdadera democracia, soslayando las referidas circunstancias en las que tuvieron lugar estas votaciones y en las que con seguridad tuvo algo que ver.

Cambian las coordenadas políticas del país

En el contexto general descrito al comienzo de estas líneas y teniendo como detonante los recientes eventos, tanto el del 21 de diciembre como el del 9 de enero, no es aventurado anticipar que se modifica el escenario político nacional.

En este sentido, habrá que empezar indicando que en ambos episodios la asistencia a las urnas fue importante, lo mismo que la votación opositora, mayor que la del gobierno, aunque en las elecciones de diciembre no se reflejara en los cargos obtenidos, debido a sus discrepancias domésticas. Por otra parte, algunos sondeos preliminares elaborados después de las votaciones de Barinas muestran el aumento de la confianza en la vía electoral como condición (necesaria aunque no suficiente, cabría agregar) para resolver nuestra crisis política.

Como se observa, el oficialismo no salió bien librado en ninguna de los dos procesos. Resultó difícil ocultar las desavenencias que perturban sus filas, que a primera vista sugieren distanciamientos de no poca monta entre el chavismo y el madurismo.

Es forzoso referirse, por supuesto, a la espinosa tarea que afrontan las distintas parcelas opositoras. La lista de asuntos pendientes es larga y comienza por encarar la revisión a fondo los partidos, la división entre unos y otros, así como en el seno de cada uno de ellos, la renovación de sus dirigencia, la necesidad de conformar alianzas con otras organizaciones de la sociedad civil, revisar sus maneras de abordar el apoyo internacional, de elaborar un mensaje común capaz de descifrar e interpretar adecuadamente la situación nacional, reparando en el hecho de que más del 70% de los ciudadanos desea un cambio político, pero no avizora ninguna opción. Debe también, me parece, hacer esfuerzos por abandonar la polarización con el propósito de explorar la posibilidad de negociaciones en diversos aspectos, vitales para el país, asumiendo que el asunto que se tiene entre manos no pasa por el terreno de las leyes, sino por las dinámicas de la política, cosa que, por cierto, Sergio Garrido ha entendido perfectamente. Y debería evaluar con cuidado la apresurada solicitud hecha al CNE para la llevar a cabo, de un referéndum presidencial, teniendo presente que la misma no fue tramitada de manera unitaria, sino a través de dos o tres organizaciones y que las experiencias no han sido exitosas (2004 y 2016), amén de que, en la opinión de los entendidos, su realización tiene complicaciones nada menores.

Sumado a lo anterior, lo más relevante es reconocer las diversas aristas que dibujan la complejidad del conflicto político nacional y las implicaciones que tiene para el trabajo político opositor. Aludo a la necesidad de calibrar el interés que despierta el país desde la perspectiva geopolítica (ojo, los rusos sí juegan), así como a la nueva fisonomía del chavismo-madurismo, embarcado hoy en día en un modelo que del “proceso” apenas conserva su autoritarismo, habiendo modificado la naturaleza y alcance de sus apoyos sociales, así como la orientación de las políticas públicas en los distintos espacios.

Conclusión: no es soplar y hacer botellas

Hay que ser optimista, pero no iluso. Las elecciones recientes son importantes, pero no cambian el status quo del país, si bien amplían las rendijas políticas y trazan el borrador de algunos caminos que antes no aparecían. Sería imperdonable que no se exploraran, entendiendo que no es responsabilidad exclusiva de los políticos y de sus partidos, sino de todos los sectores que forman la sociedad venezolana, cada uno desde sus posibilidades. Nadie queda fuera de la tarea, a todos nos concierne. El trabajo no es fácil, es verdad, pero se trata de abrirle el porvenir al país. Sacarnos de encima, lo repito cada vez que tengo la oportunidad, esa sensación horrible de que la vida venezolana transcurre en una calle ciega.

El Nacional, 21 de enero de 202

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Carlos Raúl Hernández

Después de la Segunda Guerra Mundial, Latinoamérica vivió un auge gracias a sus exportaciones de productos primarios, pero en los 60 la Cepal estableció un modelo económico centralizador, "desarrollista" y estatocéntrico, cuyo holocausto fue la crisis de la deuda de los 80. Según la teoría, el subdesarrollo era consecuencia de exportar, cambures, café o petróleo, y de la mandrágora perversa de los capitales nacionales e internacionales. Adquirió academia el chauvinismo económico peronista y fidelista. Se necesitaba que el gobierno controlara la economía, la "ciudad al campo", según la ideología de Prebisch, Jaguaribe, Furtado, De Castro, Sunkel, Aguilar y la intelligentzia. "Los capitales privados son antidesarrollo y el Estado debe asumir sus funciones" decía el tercermundismo académico que promovió la aberración de sustituirlos y hostilizarlos.

La crisis era en todo el mundo, afectado por el estatismo, Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía. Durante los veinte años de la ilusión seudopatriótica, y como el gobierno es mal inversionista y peor administrador, nuestros países se pudrieron de "villas miseria", "favelas", barrios, hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, desempleo, pobreza, crisis económicas y políticas. El tercermundismo cepalista hizo que países petroleros odiaran las empresas petroleras y los bananeros, las frutícolas. Cincuenta años después se retorna a la exportación primaria, pero con la elegante expresión commodities. En el infierno de los 80 hubo profundos debates y rectificaciones para el gran cambio, pero hábilmente la izquierda, sin reconocer su fracaso universal, inventó el “neoliberalismo”.

Los destrozos eran culpa, no del incendio populista, sino de los bomberos del Fondo Monetario Internacional (FMI) que lo apagaron. Pero 1989 ocurre en Venezuela el viraje. Por primera vez se emprende la descentralización, transferir la toma de decisiones políticas y administrativas desde el gobierno central hacia las gobernaciones, de éstas a los municipios y del aparato de Estado hacia la sociedad civil. Surgieron la elección directa de gobernadores y alcaldes, la reforma del Estado, del régimen municipal, y estímulo a las juntas parroquiales. La descentralización mejora la calidad de los funcionarios, porque gobernadores y alcaldes están obligados a administrar en beneficio de la comunidad si quieren ser reelectos. Los puertos y aeropuertos mejoraron espectacularmente su desempeño en manos de los gobernadores electos, y Cantv, lejos del gobierno, fue un milagro.


Para corregir los errores, en vez de populismo y corrupción, se requiere coordinar con gobernadores y alcaldes planes de inversión en infraestructura y educación. Después de 2000, vino la “contra” y el gobierno arrebató facultades a las comunidades para concentrarlas en las cúpulas. Hoy los puentes se caen porque mantenimiento y supervisión dependen de un funcionario en Caracas para quien Cúpira y Urica no son más que pequeños nombres en un mapa olvidado y bajo una ruma de papeles amarillentos. Igual las carreteras y las escuelas Descentralización territorial, modernización del Estado y apertura a las inversiones nacionales e internacionales, produjeron el "milagro" latinoamericano, devolver la economía al sentido común. El mundo comunista se hundió y renació China. Reagan emprende la reforma en EEUU seguido por Bill Clinton. Felipe González, Margaret Thatcher y François Mitterrand liderizan un proceso que quedó inconcluso con problemas para Europa.

Pero el pensamiento anacrónico reverdeció en 1998, volvió el pasado, la lucha de clases, se opuso al cambio, desató la “lucha contra el neoliberalismo”, y se pagó caro. Se entronizó “la constituyente” para centralizar y concentrar el poder, y retumbaba la desdichada frase, digna de la reina de Alicia en el país de las maravillas: “¡exprópiese!”. Venezuela, una sociedad que había saltado del atraso en 1958 a ser la más dinámica del continente, con las mayores reservas petroleras del planeta, se hunde en el cuarto mundo por obra del centralismo y el estatismo, fuentes fundamentales de la pobreza, corrupción, y desgracia de los grupos más débiles que dependen de los servicios que presta el Estado. Pero su ola ideológica universal colapsó en todas partes.


Hoy se habla de una ley de comunas que tienden a ser una hemorragia de recursos para seguirnos empobreciendo, o un punto de partida del verdadero poder del pueblo. El problema no es el nombre, pues comunas se llaman los municipios en varios países democráticos, sino el contenido. Servicios públicos decentes, requerirá dar poder “al pueblo”, una agresiva política para transferir competencias a las administraciones locales, independientemente del partido político al que pertenezcan los gobernadores y alcaldes, en el contexto de poderosos mecanismos de contraloría sobre los recursos. Los consejos regionales tendrían un papel importante que jugar. Así se creará empleo y mejorará la calidad de vida construir masivamente carreteras, electrificación, acueductos, cloacas, seguridad policial, ornato público, caminos vecinales, puertos, aeropuertos, terminales, trenes, autopistas. Hará más eficiente la economía y pondrá fin a la discrecionalidad para malbaratar.

@carlosraulher

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Fernando Mires

Para nadie es un misterio que Rusia, gracias al comando de Putin, se encuentra en intenso proceso de expansión territorial. No está claro si el objetivo será la reconstrucción de un imperio euroasiático, como pronosticó en 1997 Zbigniew Brzeziński, o si ese imperio trascenderá la forma euroasiática para convertirse en una réplica territorializada de lo que fue la URSS, posibilidad considerada por el mismo autor.

Revisando los tres últimos libros que escribiera Brzeziński, El poder mundial único (1997) La segunda chance (2007) y Visión estratégica (2012), se observa en quien fuera consejero de Lyndon Johnson, Jimmy Carter y Bill Clinton, la configuración de fases estrechamente ligadas a los tres periodos en que escribió esos libros.

El primero de los citados es un libro muy optimista. Cuando fue escrito, después de la caída del comunismo, EE. UU. parecía no encontrar rivales opuestos a su hegemonía mundial. No obstante, Brzeziński ya alertaba sobre un peligro en potencia: la disgregación del espacio euroasiático o, justamente lo contrario, su proyección como fuerza geopolítica mundial bajo la batuta imperial rusa.

Para que la segunda opción fuera real, era necesario –según Brzeziński– que EE. UU. trabajara en estrecha colaboración con la Rusia poscomunista, lo que a su vez suponía que Rusia continuaría el proceso de democratización y occidentalización impulsado por Gorbachov y Yelsin. De más está decir, el proyecto de Brzeziński no ha sido realizado. Por lo menos, no en su totalidad.

Estamos efectivamente presenciando la reconstrucción de una potencia euroasiática dirigida por Rusia, pero no en cooperación sino en contraposición a los intereses de los EE. UU. y sus aliados europeos.

Para que esa visión hubiera sido realidad eran necesarias algunas condiciones a tener lugar en Europa. La primera, un bloque sólido europeo dirigido por Francia y Alemania (de modo premonitorio Brzeziński dejó afuera a Inglaterra). Esa condición se ha dado solo en parte.

La conducción franco-germana en la UE es inobjetable, pero el bloque que ambos conducen está lejos de ser sólido. La creación de un frente político-militar entre una Europa unida y los EE. UU. fue, como es sabido, interrumpida brutalmente por Trump, quien enfiló directamente en contra del que había sido el pilar más robusto de la Guerra Fría: la Alianza Atlántica y su expresión orgánica, la OTAN. Ambas se encuentran en estado de precaria reconstitución durante Biden, lo que no ha pasado por alto a esos ojos de lince que tiene Putin.

Una segunda condición, quizás la determinante, era la disposición occidentalista de Rusia de la que Brzeziński comienza a despedirse en su libro Segunda chance. Allí acusa directamente a la administración Bush Jr. de haber dilapidado en guerras absurdas, sobre todo con la destrucción de Irak, las pretensiones hegemónicas de los EE. UU.

Mirando los acontecimientos en retrospectiva, Brzeziński tenía razón. La guerra contra Irak no solo destruyó a uno de los países más modernos del Oriente Medio, además construyó el camino para que a Rusia le fuera abierta una zona geopolítica que hasta entonces había estado cerrada en la región.

El apoyo irresoluto de los EE. UU. a los movimientos que dieron origen a la Primavera Árabe (2011) creó las posibilidades para que la Rusia de Putin, en nombre de la lucha en contra del terrorismo que emergía desde las ruinas de Irak, convirtiera a Siria en un protectorado militar al servicio de la política de Rusia, no sin antes aplastar a sangre y fuego a la rebelión democrática de ese país, levantada en contra del dictador Bashar al-Ásad. Con la anexión militar de Siria, los apetitos de Putin dejaron de ser solo regionales y pasaron a ser globales.

En su último libro Visión estratégica: América y la crisis del poder global, Brzeziński, a diferencia de sus anteriores libros, escribe en un tono defensivo. Evidentemente, ha comenzado a pensar en el descenso global de los EE. UU., descenso que arrastra consigo a todo el Occidente político. La diferencia es que esta vez introduce, como factor dominante, la presencia de China.

Las tareas para evitar el descenso completo de los EE .UU. frente a la emergencia de China, la ve Brzeziński nuevamente en una suerte de triple alianza entre EE. UU., Europa y Rusia (y Turquía) coordinando el espacio euroasiático. Como es sabido, las últimas recomendaciones de Brzeziński serían tomadas muy en serio por Donald Trump.

El gobierno de Joe Biden, por el contrario, intenta volver la página hacia la era pre-Trump. Su discurso puede resumirse así: China es un competidor económico. Rusia, en cambio, ha sido reconstituida como una potencia militar cuyas ambiciones territoriales parecen ser insaciables.

Las condiciones para los EE. UU., si pensáramos desde la perspectiva de un cuarto libro que nunca Brzeziński escribió, no pueden ser peores. EE. UU. no está en condiciones de continuar su juego aliancista con Rusia, el espacio euroasiático ha sido vaciado de todo control norteamericano, y Putin avanza a paso de vencedor hacia los límites que separan a Rusia con Ucrania, la guinda de la torta euroasiática.

Como dijera el mismo Brzeziński en una entrevista concedida en 2015 a la publicación alemana Tagespiegel: «Sin Ucrania, Rusia no puede ser un imperio». Y aquí agregamos: y sin imperio, Putin no puede ser Putin.

¿Qué hacer? Hay dos posibilidades. ¿Dar libertad a Putin para que continúe su camino de anexión y luego, concluida su obra, vuelva a ser otra vez un aliado de Occidente (como soñó Brzeziński y como se disponía a creerlo Trump) en contra de China? ¿U oponerse con todos los medios posibles a que el jerarca ruso culmine su obra geopolítica en Eurasia? Son, como se ve, dos caminos contrarios. Entre esos dos caminos no hay ninguna vía intermedia. Y, lo que hace más difícil una decisión, para ambos caminos hay argumentos atendibles.

Miremos el primer camino: los argumentos que hablan a favor de dejar el campo libre a Rusia para que se apodere de Ucrania son diversos pero conectables. Ucrania ha pertenecido durante siglos al «espacio vital» de Rusia es un argumento de Putin que goza de cierta aceptación en los medios de opinión neo-nacionalistas occidentales. Para otros observadores, la reanexión de Ucrania no aumentaría el poder geopolítico sino, más bien, contribuiría a un debilitamiento económico de Rusia. Por de pronto, Rusia tendría que vivir permanentemente acosada por movimientos de liberación nacional en su periferia, sobre todo en las grandes ciudades de los países anexionados, donde la impronta antirrusa y prooccidentalista es más marcada que en las zonas agrarias.

Si a ello sumamos el hecho de que Rusia está condenada a enviar todas las semanas tropas a Bielorrusia, a Georgia, a Chechenia, a Azerbaiyán, a Taykistian, y como hemos visto recientemente, a Kazajistán, Putin se metería en su “»propio invierno ruso».

Ningún imperio, es la razonable opinión que cursa en Europa, menos uno con crecientes problemas económicos como Rusia, se encontraría en condiciones de resistir de modo permanente el acoso de tantas naciones rebeldes, aun al precio de convertir a todo el espacio euroasiático en una carnicería internacional (no negamos que Putin pueda hacerlo). En breve: para quienes defienden el camino de la no intervención, Putin es un gigante, pero con pies de barro.

La posición contraria tampoco carece de argumentos. Si Rusia es convertida en la cabeza de una Eurasia militarizada, pronto intentará alargar sus tentáculos hacia Europa del Este y hacia los países bálticos, si no para apoderarse de ellos, para mantenerlos por lo menos dentro de una subzona de influencia (sobre esa segunda posibilidad escribiremos pronto una nueva nota).

Hay que cerrar el paso a Rusia y eso pasa por impedir que Ucrania caiga en los brazos de Putin, parece ser por ahora la divisa de Biden. Pero para que ello sea posible, Biden requiere del concurso de Europa occidental y así dejar claro a Putin que la comunidad de naciones democráticas está decidida a bloquear su avance imperial, cueste lo que cueste. Pero de esa decisión –hay que decirlo– la mayoría de los gobiernos europeos están muy lejos. Siguiendo el estribillo del gobierno alemán, corean que el «problema» solo se puede solucionar de modo diplomático. Putin debe reír cuando los escucha. Y Zelenski debe llorar. El presidente ucraniano, casi al borde de la desesperación, pide armas para detener la invasión en cierne. Alemania niega ese camino. Francia duda.

Como es posible deducir, las dos alternativas, entregar Ucrania a Rusia o defenderla con decisión, son posibles. Lo que no es posible es no tomar ninguna alternativa. Tampoco es posible intentar tomar las dos al mismo tiempo y mucho menos intentar un camino intermedio (algo así como un poco de paz y un poco de guerra)

Hay que destacar por último que ambas alternativas tienen que ver con China. En caso de aceptar EE. UU. el avance de Rusia, Occidente se vería obligado a recabar la ayuda de China o, por lo menos, garantizar su neutralidad, a fin de impedir una segunda era de expansión global del imperio Putin.

La segunda, la vía militar, también requiere de la neutralidad de China y por cierto de fuertes concesiones a su hegemonía económica (en el fondo, la única que a China interesa). Desde esa perspectiva, el futuro geopolítico de los EE. UU. estaría en manos de China.

A menos, y esta sería una tercera variante, que las próximas elecciones norteamericanas sean ganadas por el nacional-populismo de Trump. En ese caso, Rusia tendría todos los caminos libres para continuar alegremente su expansión territorial bajo la condición de que se convirtiera en aliado disuasivo de los EE. UU. frente a China. El problema es que esa solo es una posibilidad. Y Putin, ya lo sabemos, no apuesta a posibilidades. Más todavía si ha observado que, aún sin tener un aliado como Trump, está mejor posicionado que los EE. UU. frente al tema Ucrania.

Borrascosas se ven las nubes que avanzan hacia Occidente. No sacamos nada con mirar hacia el lado.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), fundador de la revista POLIS, Escritor, Político, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol.

 7 min


Américo Martín

En 1950 estalla la noticia: el coronel Delgado Chalbaud, 41 años de edad, ha sido asesinado. El magnicidio, único en la historia de Venezuela, ocurre el 13 de noviembre. Las miradas se vuelven sobre el coronel Pérez Jiménez, beneficiario directo de esa muerte. Nadie duda de su autoría intelectual ni de quienes oficiaron de ejecutores materiales: los Urbina, Rafael Simón y Domingo. Fueron ellos sin la menor duda los homicidas.

¿Pero quién o quiénes los contrataron?

El relato de los hechos habla de la serenidad de Delgado frente al secuestro de que ha sido objeto y la amenaza de muerte, a la postre, materializada. La intención no era matarlo sino obligarlo a dimitir, pero tratándose de truhanes aparentemente en estado de embriaguez, no fue raro que hablaran las armas de fuego. A uno de la banda se le va un tiro. Hace blanco en Rafael Simón. Con la pólvora y el fuego la sangre se exalta, empujan a Delgado y lo asesinan.

Por alguna razón que no se me alcanza, esta tierra de violencia, a veces espeluznante, no había sido pródiga en magnicidios, sobre todo presidenciales. De hecho no se registraba ninguno hasta ese momento. En comparación con la fecunda historia de magnicidios presidenciales o de personalidades encumbradas de México, Cuba o Colombia, en Venezuela sólo puede contabilizarse el del presidente de la junta militar, Delgado Chalbaud y más tarde la intentona contra el presidente constitucional Rómulo Betancourt. El presidente Joaquín Crespo y el gran líder federal Ezequiel Zamora murieron por obra de francotiradores en el marco de una guerra, no víctimas de un asesinato premeditado.

Si tomamos en cuenta que la muerte del presidente de la Junta Militar fue más bien accidental, queda únicamente el frustrado atentado contra el líder de AD. Por cierto, esta bárbara maquinación no fue dirigida propiamente por venezolanos, sino por el dictador Trujillo. Delgado había traicionado la profunda amistad que lo unía a Rómulo Gallegos pero algo se movería en su alma cuyo chispazo se manifestó aquel día.

El acto previo a la tragedia

Cuando empecé a estudiar mi bachillerato en el Andrés Bello, el presidente Gallegos ya había sido derrocado. AD fue ilegalizado y sus dirigentes perseguidos. Desde la clandestinidad iniciará la resistencia, a la que pronto se unirá el Partido Comunista, ilegalizado a su vez con motivo de la huelga petrolera de 1950. Delgado Chalbaud se había comunicado con Gustavo Machado para aconsejarle que no participara en esa huelga:

-No es un pronunciamiento obrero –le manda decir- sino una tapadera para el golpe de Estado planificado por Acción Democrática

Quizá Delgado sabía o sospechaba que reprimiéndola, los militares duros encabezados por Pérez Jiménez, asumirían la totalidad del poder. Cuenta Pompeyo que Gustavo y él no le dieron mayor importancia a ese mensaje. Ni siquiera lo llevamos al Buró Político.

Tampoco yo dudaba de la autoría del homicidio, pero años más tarde pude estudiar en profundidad el expediente. Había zonas ambiguas en el texto, sin embargo la culpabilidad de Pérez Jiménez no se veía con nitidez. Desde entonces no la sostengo, pero eso no mitiga en nada la mala opinión que me merece su gestión de gobierno.

La libertad de prensa se mantuvo, con oscuras manchas pero sin dejar de ser libertad de prensa. Delgado se manifestaba partidario de la vía democrática y no vaciló en convocar a dos demócratas probados como Jóvito Villalba y Rafael Caldera para que trabajaran en el proyecto de Estatuto Electoral de la Constituyente destinado finalmente a redactar una nueva Constitución. Los dos eminentes líderes civiles aceptaron el trabajo, creo que con buen sentido.

El material presentado no difería mucho del de la Constituyente de 1946 pero introducía cambios significativos como los de elevar de 18 a 21 años la edad para votar y eliminar la representación de los partidos concurrentes en los organismos electorales. Se atribuye esa cierta flexibilidad de Delgado a la incertidumbre que acompañaba a su presidencia. Estaba rodeado por uniformados ambiciosos, y afectado por la inmediata respuesta civil emprendida al principio en solitario por la derrocada AD. En todo caso sus arbitrariedades no llegaron al nivel de las de sus sucesores.Incurrió Delgado, es verdad, en una felonía atroz, no obstante quizá lo hizo en un talante en cierto modo parecido al de Rómulo Betancourt cuando encabezó el golpe que derrocó a Medina el 18 de octubre de 1945. El argumento lo resumiría de este modo: si no me pongo a la cabeza y democratizamos el país, los militares asumirán todo el poder en un retroceso histórico desquiciante.

De hecho los jefes militares de la conspiración de 1945 se acercaron con premura a Betancourt para decirle –de mala o buena fe- que habían sido descubiertos y por tanto no quedaba más remedio que precipitar las acciones. En el aire quedaba la amenaza de que con o sin AD el complot se llevaría a cabo. Bien pudo ser eso o algo parecido lo que movió a Delgado. Sin negarle habilidad e inteligencia política, Betancourt lo consideraba tímido y pusilánime. Su ambición lo induciría a unirse al golpe de noviembre, pero sus temores a frenar ciertos excesos.

El magnicidio da lugar a la suspensión de clases. Falta poco para las navidades, que ya estaban en el ambiente. Por los parlantes del liceo se escucha la grave voz del director, el venerable profesor Dionisio López Orihuela. Los alumnos, preferiblemente de primer año, deben retirarse del plantel con algún familiar o representante. Me ha ido a buscar mi primo Luis Enrique. Nos guardamos gran afecto y a pesar de llevarme cinco años tenemos una fluida y fácil relación.

Noto su excitación. Él ya milita en la juventud de Acción Democrática y tiene relación partidista con nuestros tíos Gerardo, Federico y Luis José. Pronto nos envolvemos en especulaciones. Quizá haya sido mi primera conversación propiamente política. A lo menos es la que recuerdo detalladamente. AD espera regresar pronto al poder y Luis Enrique está en esa onda. La política del “rápido retorno” no condice con resistencias diseñadas para el largo plazo, pacientes conducciones basadas en una lenta maduración, a la espera de lo que mis amigos comunistas llamarán la coincidencia de las condiciones objetivas y las subjetivas; es decir, la correspondencia entre una crisis profunda que repercute sobre la estabilidad de “los de arriba” y la fuerte preparación del partido revolucionario acompañada del deseo de cambio de “los de abajo”.

AD, ansioso de regresar, multiplica los graffitis: “AD volverá” Tiene en la secretaría general al líder más idóneo, audaz e imaginativo. Es valiente como pocos y se mueve como pez en el agua. Se habla de sus contactos militares. De alguna manera, a su sombra desfila una cadena de intentonas putchistas. En la provincia son masacradas las rebeliones de los campesinos de Tunapuy y Tunapuicito, las de Puerto Cabello y Río Caribe.

El 12 de octubre, fecha del Descubrimiento, en la celebración que se realiza en la plaza Colón un resistente arroja una bomba a los miembros de la Junta allí presentes. La Seguridad Nacional desespera. Necesita poner preso al peligroso líder de la resistencia, pero Leonardo está bien protegido y cuenta con muchos amigos y gente resuelta. Los alzamientos rebeldes se turnan en una danza indetenible. Leonardo es el enemigo público número 1. Su partido lo ama, todos lo respetan y admiran.

Betancourt comenta con sarcasmo que el dictador “ha ordenado arrestar el cadáver de Ruíz Pineda”. Hasta que, interceptado en San Agustín del Sur el 21 de octubre de 1952, el líder de la resistencia es asesinado a mansalva frente al Pasaje La Cocinera, en la avenida que hoy lleva su nombre.

El país, estupefacto, se indigna. Dos adecas resueltas, Isabel Carmona y su hermana Olga, se arrodillan al amanecer en el sitio donde cayó Leonardo. Olga es poeta y su nombre literario es Lucila Velásquez. Junto a ellas, serio y conmovido, está Jorge Dáger.

-No habrá paz en el ánimo – declara Betancourt en México- hasta que hayamos cumplido su aspiración.

Diego Rivera hace un dibujo para enaltecerlo. Es una paloma desplegada de alas que figurará juiciosamente en la parte superior de su cara en la portada de un libro escrito a su memoria. Desde la clandestinidad, Carnevali escribe que Ruíz Pineda ha ganado honrosamente la cumbre de los héroes. El dirigente comunista Guillermo García Ponce lo llamará “ruiseñor de la libertad” Al escribir sobre Leonardo, dirá Rómulo Gallegos: –el de la fina valentía y gozosa audacia.

El Nacional, La Esfera y Últimas Noticias destacan los sucesos sin divulgar, por desconocer pormenores, el nombre de los sicarios o la responsabilidad del gobierno. Con su habitual maestría, el fotógrafo Villa entrega a su diario, El Nacional, una foto macabra del líder tirado en el suelo y bañado en sangre.

Twitter: @AmericoMartin

Américo Martín es abogado y escritor.

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Ismael Pérez Vigil

El resultado de las elecciones en Barinas disparó muchas elucubraciones e inquietudes. Es mezquino desconocer el esfuerzo del pueblo barinés, sus militantes y activistas opositores, afirmando que el triunfo se debió a un descuido o a la magnanimidad del régimen que permitió que ganara la oposición; pero es también un error tratar de extrapolar ese resultado, o el de cualquier otro Estado, más allá de las fronteras del mismo.

En ese microcosmos que es Barinas, el pueblo barinés demostró que, bajo unidad política, el voto puede ser eficaz para tomar revancha cuando le hacen trampa y para sacudirse de una tiranía familiar, feudal, que asoló los recursos del Estado durante 22 años. Barinas es un buen ejemplo del papel de la unidad, del voto, de hacer campaña política “casa por casa” y “cara a cara”, pero hasta allí, dar un salto para proyectar la cifra al país, es un buen deseo, una esperanza que todos tenemos, pero nada más.

Y sin embargo…, el “viento barinés” levantó otras polvaredas; dejó en carne viva algunos temas que son considerados tabú en la política venezolana; tabú no en el sentido de que son temas prohibidos, sino que no se enfrentan, de los que no se habla pública y abiertamente, sino en corrillos y de manera disimulada, pues nadie se quiere “rayar”. Por eso los llamo temas tabúes y son muchos: la unidad, la renovación de partidos y dirigentes, las negociaciones con el régimen y un largo etcétera; pero solo me referiré a dos: el referendo revocatorio y la elección presidencial de 2024.

Para algunos es natural pasar de las lecciones de Barinas −la unidad y el voto como instrumentos políticos eficaces− a la posibilidad de embarcarse en solicitar la revocatoria del mandato de Nicolás Maduro, posibilidad perfectamente constitucional y que se abrió justamente un día después de las elecciones de Barinas, el 10 de enero de 2022. Para mí, ese paso, tan natural para algunos después de Barinas, no es tan sencillo.

Y no me refiero a los argumentos jurídicos a favor (la falta de legitimidad de las elecciones presidenciales de 2018, el basamento constitucional, lo insoportable e injusto de mantener esta situación de miseria en el país, etc.) o los argumentos en contra (cómo revocar a quien no es presidente legítimo, lo ajustado del tiempo, la aún escasa unidad política, etc.), me refiero a la eficacia política de esa opción, la cual analicé en mi artículo de la semana pasada: ¿Barinas significa Referendo Revocatorio? (https://bit.ly/3rjNCO1) y que se puede resumir de la siguiente manera:

  • La resistencia que pondrá el régimen, que ve una amenaza real y posible de ser revocado
  • A menos que se modifiquen las normas actuales, se presentan dificultades para reunir el 20% de las firmas en algunos Estados, en los cuales las opciones no oficialistas no alcanzaron esa cifra en las elecciones del 21N
  • Las dificultades para garantizar que el 25% (aproximadamente 5 millones 290 mil) concurra a expresarse en el proceso y de reunir más de 6 millones 400 mil votos para revocar, habida cuenta además que hay unos 4 millones de votos en el exterior, de los cuales, hoy, solamente tienen derecho a votar menos de 109 mil venezolanos, que además difícilmente podrán votar en un proceso que no debe pasar de diciembre de 2022.

En favor de esta opción hay sólidos argumentos y voces muy autorizadas −entre ellas la del Padre Ugalde− que dicen que no es posible, por justicia, no hacer cualquier esfuerzo por librar al pueblo venezolano de la ignominia y miseria de este régimen. De mamera que, no me pronuncio ni rechazo el esfuerzo que algunos quieren desplegar para revocar el mandato de Nicolás Maduro, todo lo contrario, alabo ese y cualquier otro esfuerzo por salir de este régimen, simplemente señalo dificultades que no son menores y que se deben considerar en pro de la eficacia política −ya tenemos la experiencia que la oposición democrática no siempre la toma en cuenta− y para evitar un nuevo proceso de frustración de la población opositora que nos retroceda más en la desesperanza, que es lo que siempre busca este régimen.

Frente a ésta algunos le contraponen otra opción, sin que sea válido hacerlo, pues perfectamente pueden darse las dos, pero que es un tema igualmente tabú, cerrado a la discusión abierta: la elección presidencial de 2024.

Buena parte del tabú de esta otra opción, el que no se discuta franca y abiertamente, viene dado porque nadie se atreve a insinuar a vastos sectores de la oposición −sobre todo a los más radicales y las “doñas de El Cafetal” − que es necesario esperar hasta 2024, aguantar casi tres años más, para hacer cualquier intento por sacudirse de este oprobioso gobierno. Nadie, ningún político, analista, periodista, empresario, dirigente, se atreve a afirmar eso, pues quien lo haga es automáticamente execrado, tildado de traidor, colaboracionista, vendido, −o lo que es peor, pro régimen− y sin embargo esa es la alternativa que luce más plausible y probable.

Cuando alguien lo insinúa, tras los ceños fruncidos e insultos ahogados −o abiertos−, quien logra hacer de tripas corazón y disimular que la razón de fondo es que no soporta este régimen ni un día más −algo que es perfectamente comprensible− salta con el argumento o racionalización de que no es posible plantearse ir a una elección presidencial en 2024, pues implica “legitimar”, reconocer como válida la elección de Nicolás Maduro en 2018.

Este argumento de la falta de “legitimidad”, para negar la elección presidencial en 2024, me parece un argumento de retórica baladí, de supuestos principios, con que arroparse para no hacer nada o evadir una situación real. Igual argumento aplicaría para quienes proponen el referendo revocatorio este año: Si ir a las elecciones del 2024 es legitimar las del 2018, de igual manera, ¿Cómo se revoca a quien no es presidente?; si pagar impuestos e IVA o aceptar un pasaporte de una autoridad a quien se considera ilegítima no espanta a nadie, ¿por qué habría que rasgarse las vestiduras por participar en un proceso electoral contra una autoridad que se considera ilegítima o reconocer que gobierna de hecho y por la fuerza y se busca revocarlo?

A riesgo de ser calificado como “colaboracionista”, debo destacar lo que no podemos cambiar, por carecer de la fuerza para ello, al menos por el momento, es que Nicolás Maduro gobierna de hecho al país; y no se trata simplemente de que responda el teléfono desde Miraflores, sino que es reconocido por varios países muy activos en la geopolítica mundial, es apoyado por la fuerza armada y controla todas las instituciones y poderes del Estado; en consecuencia, y tal como ya ha ocurrido en el pasado, en 2024 habrá una elección presidencial −salvo que algo inesperado ocurra− con participación de la “oposición ad hoc” del oficialismo, sea que la oposición democrática participe o no. Por mucho que no nos guste y nos pese, éste es un escenario que no podemos obviar ni evitar, aunque nos rasguemos las vestiduras con algunos “principios” abstractos. Toca decidir si se participa o no y cómo −en un evento que se va a dar de todas, todas− a diferencia de un proceso revocatorio, que es algo que hay que promover y lograr.

Sin embargo, el revocatorio y la elección presidencial en 2024, no son los únicos temas difíciles que la oposición democrática tiene que enfrentar. Hay otros temas igualmente espinosos, de los cuales debemos ir hablando, como por ejemplo: la necesaria renovación de la dirigencia y de los partidos políticos; la necesidad de luchar por rescatar a los partidos que fueron secuestrados por el régimen y entregados por el TSJ a quienes no son sus legítimos representantes; la unidad y relación entre las distintas fuerzas opositoras −la democrática, la exchavista y la “alacrana”− para enfrentarse al régimen y lograr una ruta política común; la posibilidad de organizar un proceso de primarias para elegir un candidato a la presidencia, sea que se llegue a una elección por revocatorio, negociación o esperando al 2024; la necesidad de organizar la resistencia del pueblo al régimen para lograr algunas reivindicaciones inmediatas que mejoren la calidad de vida; la necesidad de luchar por libertades fundamentales, como la de expresión, la de asociación y la libertad de los presos políticos; y dejemos hasta aquí esta lista que se llena con muchos temas más, todos urgentes e importantes que han sido sistemáticamente evadidos por nuestra dirigencia política; esperamos que haya sido por estar ocupados en otros más urgentes, pero se va acortando el tiempo que obliga a confrontarlos.

En todo caso, “revocatorio ya”, o “esperar la elección presidencial en 2024”, esa dupla de temas, forman el tabú más grande que confronta actualmente la política venezolana. Lo importante es que se abra sin prejuicios la discusión de los dos temas inmediatos, el revocatorio presidencial y las elecciones presidenciales de 2024. Y lo más importante, cualquiera que sea la decisión que se adopte, ahora sí, no se puede olvidar las lecciones de Barinas: debe ser una decisión unitaria; debe procurar la movilización popular y la más amplia participación electoral; debe tener −además del objetivo común o la unidad de propósito− un candidato único, listo para después del revocatorio −que de lograrse la revocatoria del mandato, en un mes será convocada la elección− o listo para competir en la elección presidencial de 2024.

Por último, lo ocurrido en Barinas dejó sobre la mesa otra importante lección, poco comentada −apenas vi un artículo de Julio Castillo al respecto (La lección de Barinas que no se nombra, https://bit.ly/3nuI4PC) − que, además la fuerza que da la unidad y el valor del voto, se refiere al “arte de la política”, al “hacer política”, el rescate del trabajo político, que entre otras cosas, es trajinar casa por casa, cara a cara, de lo cual hablaré en una próxima entrega.

P.S. Al momento de publicar esta nota ya se conocen las “condiciones” fijadas por el CNE para el proceso de recolección de firmas del RR, que como ya dijimos presentaban enormes dificultades para hacerlo; con las normas establecidas, el proceso del RR fue definitivamente abortado; hasta puede ser un favor el que nos hicieron, ahora nos podemos olvidar del RR y concentrarnos en el otro tema tabú: la elección presidencial del 2024 y emprender tarea de reconstruir los partidos políticos, la dirigencia opositora y la resistencia ciudadana al régimen de oprobio.

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Julio Dávila Cárdenas

Los Gobiernos se han constituido para la felicidad común, para la protección y seguridad de los Pueblos que los componen y no para beneficio, honor o privado interés de algún hombre, de alguna familia, o de alguna clase de hombres en particular que sólo son una parte de la comunidad. El mejor de todos los Gobiernos será el que fuere más propio para producir la mayor suma de bien y felicidad y estuviere más a cubierto del peligro de una mala administración, y cuantas veces se reconociere que un Gobierno es incapaz de llenar estos objetos o que fuere contrario a ellos, la mayoría de la nación tiene indubitablemente el derecho inajenable e imprescriptible de abolirlo, cambiarlo o reformarlo, del modo que juzgue más propio para procurar el bien público”. (Art. 191 de la Constitución Federal de 1811)

“Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o fuere derogada por cualquier otro medio distinto del que ella misma dispone. En tal eventualidad todo ciudadano investido o no de autoridad tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia.

Serán juzgados según esta misma Constitución y las Leyes expedidas en conformidad con ella los culpables de los hechos arriba señalados y así mismo los funcionarios de los Gobiernos que se organicen subsecuentemente si no han contribuido a restablecer el imperio de esta Constitución.” (Art. 250 de la Constitución de 1961)

La Constitución vigente establece: “Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella.

En tal eventualidad, todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia.” (Art. 333 de la Constitución de 1999)

A la Constitución de la República Bolivariana - no se sabe por qué razón- se le eliminó la parte final que contenía el artículo 250 de la Constitución de 1961, que expresaba: “El Congreso podrá decretar mediante Acuerdo aprobado por la mayoría absoluta de sus Miembros, la incautación de todos o parte de los bienes de esas mismas personas y quienes se hayan enriquecido ilícitamente al amparo de la usurpación, para resarcir a la República de los perjuicios que se le hayan causado”.

Hermann Escarrá Malavé –a quien muchos venezolanos conocemos- opina que “el 250 constitucional consagra un Derecho de Resistencia que comprende: El Derecho a la Revolución; el Derecho a la Restauración Democrática; el Derecho a la Desobediencia Legitimada y el Derecho a la Disensión ante la actuación del Poder Estatal. Y en su Conclusión señala que: la hora aciaga que vive Venezuela no puede ser comprendida sólo a través de la crisis constitucional –como llaman algunos- o del modo de activar los mecanismos de defensa que la Constitución establece para restaurar la ordenación jurídica democrática, como preferimos decir otros.” (Hermann Escarrá Malavé. La inviolabilidad de la Constitución y el Derecho de Resistencia, págs. 38 y 39- Temas Constitucionales-Editorial Biblioteca Jurídica- Caracas, 1994). Son citas al menos comprometedoras.

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