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Opinión

Fernando Mires

Alrededor de los libros

Dust in the wind (Aah, aah)

All we are is dust in the wind

Oh, ho, ho

He tocado varias veces el tema pero no me canso: la literatura puede ser en muchas ocasiones no solo un auxiliar de la historiografía sino también su necesario complemento. Porque distinto es conocer la narración de los hechos - sus vinculaciones, sus causas, sus efectos, su pertenencia a procesos macrohistóricos - que leerlos vividos por actores que, aunque imaginarios, condensan en sí las características de muchos otros actores históricos.

Gracias a la literatura, no importa que no sea verídica, tenemos acceso a una dimensión que podríamos denominar, intra-historia. De ahí que si alguna vez me hubieran solicitado dirigir un seminario sobre historia cubana, habría incluido, junto a la bibliografía especializada, algunas novelas de Guillermo Cabrera Infante, así como varias de Leonardo Padura, partiendo por el Hombre que amaba a los perros, pasando por la Transparencia del Tiempo, hasta llegar a la bien tramada Como polvo en el viento.

Como polvo en el viento sería también apta para un curso de una nueva disciplina - ya establecida en universidades europeas – denominada: Sociología de la Emigración. Me explico: la historia de Padura narra las vidas difíciles de personajes como Clara, Darío, Elisa, Bernardo, Fabio, Lubia, Horacio, Irving y otros jóvenes que desde los años universitarios formaron un “clan” de relaciones entrecruzadas con intrigas, insidias, envidias, pero también con amistades fieles, con mucho sexo y, por supuesto, con el amor.

Narra también ese momento crucial en el que los jóvenes, uno a uno, deciden irse de la isla, no aguantando más la falta de perspectivas que ofrece una sociedad desarticulada, vuelta peligrosa y hambrienta, arruinada con maldad y alevosía por su propio Estado. Todos impulsados por un anhelo no político ni ideológico: vivir una vida sin miedos ni carencias fuera de ese lugar sórdido en donde quieren hacerte creer que “se puede construir una sociedad mejor dándole patadas a la gente”. O como decía el físico Horacio: De “un sitio en donde se practica una ideología con principios indiscutibles, sobre-humanos, cánones ya establecidos por la Historia, en donde la opción de pensar mucho, en ocasiones no resultaba demasiado favorable”.

En fin, los cubanos se van impulsados por el deseos de los deseos, el más pre-histórico y el más moderno de los deseos: el deseo de ser en el mundo.

No estamos hablando por cierto de todos los cubanos que se han ido y seguirán yéndose. Padura enfoca solo a miembros de un grupo social: profesionales egresados de universidades gracias a las facilidades que en un comienzo otorgó el régimen. Ni artistas, ni poetas, ni mucho menos, políticos. Ejercen profesiones como la física, la medicina, la arquitectura, la ingeniería, y otras similares. Todos con excelente formación y gran capacidad de aporte pero que, en los marcos fijados por el sistema, llevan una vida miserable, sin opciones, sin posibilidad de desarrollar sus talentos en términos medianamente aceptables. Como dedujo con su racionalidad el físico Horacio mientras miraba el mar, toda acción provoca una reacción: y si aquí no se puede vivir, pues hay que irse. En suma, ninguno de los que se fueron puede ser considerado, en el sentido exacto del término, un exiliado político.

Aunque parezca extraño, el exilio cubano no es ni ha sido un exilio predominantemente político a menos de que queramos otorgar al término político una connotación que no le corresponde.

Un exiliado político es por definición alguien que ha debido huir de su país por razones políticas. No fue el caso de ninguno de los personajes de Padura, como tampoco lo es el de la mayoría de los cubanos que huyen pues uno de los “méritos” del castrismo es haber destruido la política como modo de comunicación ciudadana. Para decirlo con un ejemplo, el caso de los exiliados cubanos – si es que insistimos en llamarlos así – tiene poco que ver con exilios como el de los españoles durante la Guerra Civil o, en términos más reducidos, el de los chilenos durante Pinochet.

Los exiliados políticos son políticos, o sea, militantes o activistas o simpatizantes de partidos políticos. Cuando van al exilio hacen política de exilio. Todo lo artificial que sea, pero hacen lo que ellos imaginan, es política. Por de pronto, se lo pasan en reuniones, siguen con avidez las noticias que llegan “desde el interior”, reciben a los políticos “nativos” en sus giras internacionales, participan en actos político-culturales, descuidan aspectos de la vida real pues viven situados en un espacio suspensivo marcado por una huida y un – supuesto - regreso. En fin, creen ser la retaguardia exterior de una vanguardia heroica que actúa en el interior. A la memoria me viene el recuerdo de un profesor comunista español quien, habiendo pasado más de cuarenta años en Chile, repetía, sin asomo de ironía, “yo estoy de paso”. Hay exiliados políticos que han vivido casi toda su vida “de paso”. No así los emigrados cubanos. Ellos, en su gran mayoría, se fueron para no volver.

Un verdadero exilio político ocurrió cuando Castro se hizo del poder. Los primeros emigrantes salieron del país por razones – todo lo turbias que se quieran – políticas. La persecución castrista a los que tuvieron que ver, real o imaginariamente con el “antiguo régimen”, fue despiadada. Paredón, paredón, y más paredón. Las olas siguientes ya no fueron políticas. Fueron más bien sociales. Motivadas por el hambre, en el caso de los lancheros y balseros, o por la miseria extrema, como los que se refugiaron en embajadas durante el aciago 2980. Exiliados económicos, los llaman algunos periodistas. El término más correcto sería, despatriados. Como los personajes de Padura quienes salieron a buscar otras patrias porque en la que nacieron ya no podían o no querían más vivir. Esa patria se reduce a veces a palabras muy simples: casa, carro, comida.

El objetivo de cada despatriado es encontrar una patria. Por lo general tienen dos alternativas extremas. O reconstruyen su patria en otra patria o se asimilan a una adoptiva. En los dos casos hay una pérdida de patria. En el primero recrean una patria original, pero idealizada. Si son muchos -y los cubanos despatriados son muchísimos - ocupan un territorio urbano en otra patria y fundan una réplica más o menos similar a la que abandonaron. Es el caso de la ciudad Hialeah, donde casi solo viven cubanos que hablan, gesticulan, comen, cantan, bailan como cubanos, pero pagan impuestos norteamericanos. El otro extremo, el de la asimilación, es aún más trágico. Fue el caso del médico Darío, esposo de Clara quien, abandonando mujer, casa e hijo, intenta en España ser más catalán que los catalanes, tan catalán que se vuelve nacionalista catalán, habla solo en catalán, dice despreciar al imperio de Madrid y - aunque solo entiende de beisbol - no se pierde ningún partido de fútbol en el Camp Nou. Todo eso dura hasta que se encuentra con otro cubano. Ahí cae la gruesa máscara, su “falso yo”, y vuelve a ser el mismo médico atormentado que abandonó la isla.

Cubanismo y asimilacionismo no son sino las dos caras de una misma moneda. Mediante una, los cubanos reprimen la Cuba real, la de sus recuerdos, edificando una réplica adinerada, próspera y gozadora. Mediante otra, ocultan a la patria de su juventud, hasta que esta no aguanta más y explota a borbotones.

Triste destino ese, el de la primera generación de despatriados. Nunca dejaron de vivir en el pasado. Un pasado – el de la niñez y el de la juventud - que no deja de existir, o como dijo Faulkner, “un pasado que ni siquiera ha pasado”. No obstante, esos despatriados habrán cumplido, quieran o no, una tarea de pioneros. Quienes los continuarán, los de la segunda y tercera generación, ya no serán cubanos: serán boricúas, españoles, estadounidenses y muchas otras cosas más. Sin embargo, en sus gestos, en el modo de bailar, en ese saber pasarlo bien, seguirán siendo cubanos sin darse cuenta que, como cada uno de nosotros, unos más otros menos, son el resultado de fragmentos de otras culturas que a través de generaciones se manifiestan de pronto en un gesto que creemos personal y solo es el de un abuelo emigrante. Somos en fin, polvos que se lleva el viento, arrastrados por la fuerza del “ángel de la historia”, como intuyera la pintura de Paul Klee.

Quiso la suerte o el destino que durante mi lectura de la novela de Leonardo Padura hubiera irrumpido en Cuba un movimiento de protesta juvenil y cultural: el Movimiento San Isidro. Son los hijos o los nietos de los que de la isla no se fueron, pensé de inmediato. De seres como Clara y Bernardo quienes en la novela de Padura no pudieron o no quisieron irse. Esos jóvenes de ahora, a diferencia de sus predecesores, no arrastran consigo culpas ni traumas por haber amado lo que después condenaron. Tal vez algunos de ellos también se irán, pero no huyendo de sí mismos, como fue el caso de la bella Elisa, en la novela de Padura.

Movimientos como el de San Isidro, y otros que seguramente lo sucederán, trazarán los rasgos de una nueva Cuba, un país como otros países, un país desde donde se podrá salir y regresar con la mayor naturalidad del mundo, un país donde sus ciudadanos disputarán políticamente sin ser vigilados por nadie, un país donde será posible poseer casa, carro y comida, sin tener que ir a buscarlos más allá de los mares. Los cubanos ya han padecido demasiado. Merecen un mejor destino. Uno en que no tengan que hacerse la pregunta que se hacen todos los personajes de Padura: “¿Qué coño fue lo que nos pasó?”

11 de diciembre 2020

Polis

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 7 min


Otto Granados Roldán

Mi padre llegó a México como inmigrante en 1939. No conocía a nadie, no tenía dinero y no contaba con un título universitario. Pero tenía 24 años, enorme energía y ganas de hacer algo con su vida. Tras unos meses en la capital, se mudó a una ciudad por entonces minúscula y anónima donde le ofrecieron trabajo como administrador de una hacienda. Tiempo después se casó con quien más tarde sería mi madre —cuyo padre había sido asesinado décadas atrás en medio de una disputa política1 dejando una viuda, cuatro hijos y una situación económica precaria—, y en 1944 emprendieron un pequeño negocio de papelería y librería que resultó exitoso en un mercado que tenía poca oferta en ese ramo. Era una época en que no se hablaba de subsidios estatales, apoyo apymes, políticas públicas o transferencias sociales. Nada de eso. Trabajaban doce horas diarias de lunes a sábado; por las tardes y en vacaciones ponían a sus hijos a arrimar el hombro. Gozaba de respeto y buena reputación; pagaba a tiempo los créditos que el banco le daba a la vista, y cubría puntualmente las facturas de sus proveedores y los salarios de sus ocho o diez empleados. Hizo dinero, envió a sus hijos a la universidad, viajó y disfrutó de la buena mesa, en ese orden. Murió medio siglo después de su arribo al país y mi madre decidió vender el negocio. Fin del relato.

Pues bien, ¿qué tuvo de extraordinaria su vida? Nada, excepto haber sido una simple historia de dedicación, constancia y trabajo condensada, como muchas otras, en un par de palabras que en la actualidad se han vuelto casi heréticas: mérito y esfuerzo. No me refiero a la noción de meritocracia como sistema asociado, por ejemplo, a los linajes, la estratificación socioeconómica, el acceso a escuelas de élite o los procesos de selección para conseguir buenos empleos, cuestiones ahora intensamente debatidas; tampoco a su opuesto, el “pobrismo” franciscano como consigna política, opción evangélica o cartilla moral. Más bien aludo a lo que está en la sabiduría popular y el sentido común: el conjunto de valores y cualidades personales, del carácter y el temperamento, que contribuyen a construir trayectorias vitales meritorias —y el papel que pueden jugar (o no) las políticas públicas para potenciarlas.

La deconstrucción del mérito

Por diversas razones, se ha puesto de moda deconstruir la narrativa del mérito como una manera de lidiar con los desafíos de la inequidad que enfrentan las sociedades o, dicho con más propiedad, que la incompetencia e ineficacia de los gobiernos o de las políticas públicas no han logrado mitigar. Ese análisis, además, incluye racionalizar la idea del éxito, cualquiera que sea la connotación que le demos, atribuyéndola a externalidades que nada tendrían que ver con la individualidad de cada persona, sino al hecho de formar parte de una cadena de desigualdades estructurales que deben ser corregidas. Yse afirma, para redondear, que como allí están las causas del encono, la polarización y el rencor han sido el combustible de las políticas populistas y los regímenes autoritarios que han proliferado lo mismo en Brasil, México o Venezuela que en Hungría, Polonia o Turquía. Es decir, “cuando el crecimiento fracasa o no logra beneficiar al tipo medio —sostienen Banerjee y Duflo— se necesita un chivo expiatorio”.2 Para la derecha pueden ser los inmigrantes, las minorías étnicas o la intervención gubernamental; para la izquierda, las élites, la globalización o el mercado. En consecuencia, surge el incentivo de adoptar políticas cautivadoras, sobre todo en tiempos electorales, que por lo general son estériles. Y como algunos de los instrumentos tradicionales de la movilidad social y económica —los años de escolaridad, por ejemplo— no parecen estar ofreciendo los resultados deseables para todos, entonces, siguiendo esa lógica, hay que obturar los mecanismos de ascenso y facilitar los de descenso mediante políticas estatistas, asignaciones selectivas de recursos y programas clientelares que al menos puedan crear el espejismo de una aparente igualdad sostenida con alfileres fiscales y presupuestales, que, más temprano que tarde, inevitablemente colapsan.

En suma, la solución rápida es derribar eso que, con una mezcla tanto de buenas intenciones como de oportunismo político, se etiqueta como la cultura del privilegio para edificar otra que rastree los atajos para alcanzar los niveles de crecimiento económico y desarrollo social que, supuestamente, el mérito y el esfuerzo no han proveído. El problema con esta tesis, como dice el ex presidente socialista chileno Ricardo Lagos, es que “la experiencia muestra que no existen esos atajos. Nuestra historia regional está llena de casos en los cuales hemos privilegiado el pan para hoy y pagado con el hambre de mañana”.3 De hecho, hay evidencia robusta y abundante en América Latina4 de que la recurrente mala asignación del gasto público —que aumentó en promedio anual siete puntos porcentuales en los últimos 20 años—, la opacidad crónica y sistémica, la fragilidad institucional, la ineficiencia en su operación o el desperdicio de recursos fiscales no sólo lesionaron gravemente la sostenibilidad macroeconómica necesaria para enfrentar los ciclos recesivos, sino que apenas redujeron la desigualdad en 4.7% mientras que esa misma combinación de políticas e instituciones bien manejadas —el “gasto inteligente”— lo hizo en un 38% en las economías avanzadas.

Es cierto que en los últimos años se conjugaron tensiones, dificultades, crisis y anomias —desde un menor crecimiento económico global, hasta la explosión de la pandemia— que han incubado un ambiente muy extendido de pesimismo por momentos apocalíptico. Un ambiente que pone en duda, entre otras cosas, las premisas con las que habitualmente las personas y las sociedades buscaban mejores niveles de vida y bienestar —trabajo, esfuerzo, talento, disciplina, iniciativa, educación, ambición y, por supuesto, la suerte y un entorno adecuado—, e intenta sustituirlas mediante un acto de contrición, que a ratos se asemeja a una especie de odium theologicum abrazado por muchos con la fe del converso, para crear una narrativa por virtud de la cual todo lo que se hizo en las últimas décadas está mal, expedir el acta de defunción a ese período y andar de nuevo el camino beatífico de las políticas compensatorias, cualquier cosa que eso suponga. Más aún: si la disposición al mérito y al esfuerzo no vale o es un “engaño” y todo es producto de circunstancias ajenas, entonces se pasa a la idea de enseñar “a los seres humanos que todo, o casi todo lo que los constituye, lo que hacen o dejan de hacer, lo que anhelan o rechazan, en rigor no les pertenece, no son estrictamente suyos, no es algo que ellos hagan sino algo que les pasa”.5 Una idea por supuesto extraña tanto desde el punto de vista conceptual como filosófico.

En el fondo, esa posición, seductora en determinados contextos políticos y académicos,6 revela una simplificación de los hechos; una falta de imaginación en el diseño de políticas, o una suerte de negacionismo intelectual, que al no encontrar soluciones fáciles a los problemas actuales —sencillamente porque no las hay— conjetura entonces que cualquier tiempo del pasado lejano (o sea, de 1980 para atrás) fue mejor, y que hay que regresar al mundo feliz de nuestros abuelos. Un mundo, por cierto, que al menos en América Latina jamás existió, o no como lo ha recreado el voluntarismo de la memoria selectiva.

¿Peor que antes?

Esa fotografía, sin embargo, es un poco diferente.7 En una perspectiva más global, la evidencia, observada de manera estilizada, muestra que, casi bajo cualquier indicador, nunca el mundo ha contado con mayores recursos de todo tipo; nunca ha vivido mejor, ni ha formado a las generaciones más preparadas. Las proyecciones, bajo determinados supuestos y en espera de los saldos verificables que deje la pandemia, pueden ser razonablemente buenas a mediano plazo. Por ejemplo, según la iniciativa Human Progress, que evalúa los cambios que se han producido en el mundo durante el último medio siglo, la esperanza de vida promedio en 1966 era de sólo 56 años y en 2016 alcanzó 72 —un aumento del 29%. De cada 1000 bebés nacidos vivos, 113 murieron antes de su primer cumpleaños y en 2016 sólo fueron 32 —una reducción del 72%. El ingreso per cápita promedio, ajustado por inflación, aumentó de 3 698 dólares americanos a más de 17,469 —o sea, 372%. El consumo de alimentos subió de aproximadamente 2 300 calorías por persona/día a más de 2 800 —un incremento del 22%. Los años de escolaridad que una persona normalmente podía esperar recibir era de algo más de 4.1 años y en 2016 fue de 9 —un aumento superior al 110%. Y en una escala que va de 0 (donde están los regímenes autocráticos) a 10 (donde se ubican las democracias plenas), la libertad política subió de 4.5 puntos en 1966 a 7.05 en 2016, es decir, una mejora del 55%. Las clases medias, por su parte, pasaron de 1 800 millones de personas en 2010 a alrededor de 3 200 millones a finales de 2016: 500 millones más de lo que se tenía previamente estimado y cuatro años antes de la predicción inicial.8

Como todo promedio, estos arrojan una gráfica más matizada si se examinan granulados por países, géneros, etnias, regiones o estratos socioeconómicos. Es imposible negar las diversas inequidades que subsisten, la heterogeneidad en la eficacia de las políticas públicas o las disfunciones de los distintos entornos políticos, sociales y culturales; pero ese razonamiento vale lo mismo para los países que padecen mayores niveles de rezago y desigualdad que para los que han mostrado avances sustanciales. Algo ilustra que, mientras que en 1960 el crecimiento, los logros escolares y los ingresos per cápita de América Latina eran muy superiores a los del Sudeste asiático, cuatro décadas más tarde la situación era la inversa, especialmente por la ineficiencia del gasto público, la mala calidad del capital humano y físico, y la improductividad en nuestra región.

No obstante, sin considerar los costos hipotéticos de la pandemia, las distintas tendencias y estimaciones (que nunca son lineales) parecen sugerir un futuro relativamente positivo.9 No desaparecerán la desigualdad, el hambre, las guerras, los sesgos implícitos, el capitalismo o la historia, porque son parte consustancial a toda sociedad. Pero, una vez en recuperación, la economía global volverá a crecer y el mundo será varias veces más rico —algunos calculan 5 o 7 veces— en 2050; se encontrará la cura contra el cáncer o el sida, pero aparecerán otras enfermedades y crisis; la población y la esperanza de vida aumentarán sin pausa en las siguientes décadas; continuará imparable la migración entre países y la del campo a las ciudades, así como la expansión de las clases medias y con ella mayores exigencias políticas y sociales; la gente trabajará menos horas al año, pero será más productiva y dispondrá de más tiempo para el ocio y el entretenimiento. En síntesis, nacerán muchas cosas pero también muchas otras permanecerán, entre ellas la importancia del mérito y el esfuerzo.

Del crecimiento a la equidad

Desde luego que alcanzar sociedades más justas y equilibradas será un proceso más complejo y prolongado, pero la discusión de fondo se centra en cuáles son las vías óptimas para lograrlo. El pensamiento convencional y numerosos estudios de opinión sostienen que el esfuerzo, el trabajo duro, la disciplina, la tenacidad y la preparación, entre otros, siguen siendo los resortes fundamentales del progreso individual. La narrativa en boga, en cambio, sugiere que son las regulaciones estatales, los “pactos”, las políticas redistributivas o las transferencias monetarias no condicionadas las que algún día producirán la comunidad igualitaria que imaginaron los filósofos de la antigüedad. Por supuesto que desde un prisma moral todos quisiéramos acogernos a la ley del menor esfuerzo y vivir en un paraíso ideal, pero el mundo real se mueve por caminos insondables; la condición humana es imperfecta por naturaleza, y la política y la economía son actividades esenciales pero en modo alguno salvíficas. Por tanto, la duda metódica consiste en precisar si podemos llegar a un balance social y económico razonablemente mejor a través del trabajo productivo, el esfuerzo constante y una educación excelente, o mediante una batería de políticas eficientes de los gobiernos que no solo corrijan las imperfecciones del mercado sino que, sobre todo, identifiquen opciones innovadoras para ayudar a que más gente viva mejor. En teoría, lo deseable sería una combinación efectiva de todas esas variables, pero la terca realidad exhibe serias dificultades para ensamblarlas de manera armónica, responsable y rápida.

Pongamos las cosas de manera didáctica. Para crecer productivamente es condición necesaria contar con liderazgos políticos profesionales y competentes; instituciones y leyes que se observen y funcionen; capital humano bien calificado; regulaciones y políticas públicas eficientes; reformas estructurales o circunstancias internacionales favorables, entre otras cosas. Para distribuir mejor los beneficios de todo lo anterior hacen falta políticas sociales bien instrumentadas, transparentes y focalizadas; diversificación económica; marcos fiscales competitivos; educación pública pertinente y de calidad; mayor igualdad en el acceso a las oportunidades y, fundamentalmente, crecer a tasas razonablemente altas. Ahora bien, aun con una excelente organización de estos instrumentos, este círculo virtuoso no alcanzaría para todos; salvo muy contadas excepciones (digamos ciertos países nórdicos, Canadá, Nueva Zelanda o Taiwán), no hay experiencias abundantes que indiquen lo contrario. Y las posibilidades de una movilidad ascendente, en su caso, se observarían esencialmente en los quintiles medios de la pirámide de ingresos.10

Antes de fracasar de nuevo, remendar el saco

Para que ese conjunto de políticas sociales, económicas o fiscales funcione se requiere que el gobierno sea un gestor eficiente, transparente y de calidad del gasto público; que las tasas de inversión muestren una correlación alta con el crecimiento del PIB; que existan aumentos sostenidos de la productividad; que los niveles de formalidad de la economía se incrementen, y que la sociedad —y el contribuyente— obtenga una contraprestación adecuada en cantidad, calidad y oportunidad por lo menos en materia de salud, educación, servicios públicos y seguridad. Pero, con la posible excepción de Chile y Uruguay, es muy difícil afirmar que el desempeño de América Latina en estos aspectos haya sido ejemplar en las últimas décadas.

Según identificó el estudio probablemente más documentado sobre el tema, en la región se observan algunos de los ejemplos del gasto público (que en 2016 representaba 29.7% del PIB) más ineficiente del mundo,11 debido, entre otras cosas, a la falta de competencia profesional del sector público, el despilfarro, la corrupción, la mala asignación, la pésima gobernanza o una mezcla de todo ello. Esto explica que el gasto público ineficiente —es decir, el gasto que no sirvió para mejorar el crecimiento, la igualdad o la productividad— fue equivalente al 4.4% del PIB (unos 220,000 millones de dólares), de los que cuatro quintas partes se asignaron o se ejecutaron mal tan sólo en compras públicas y en desperdicios, pérdidas, exenciones o “filtraciones” en los subsidios a la energía, los programas sociales y el marco tributario; de hecho, algunos de esos subsidios fueron a parar a la población de mayores ingresos, puesto que el decil más alto recibe una cuarta parte de todos los beneficios y el primer decil sólo el 5%. O sea: los ricos recibieron cinco veces más subsidios que los pobres. Por lo tanto, el diseño, la formulación y la ejecución de políticas públicas que impacten el crecimiento y la equidad tiene que empezar a abordar o, más bien, a superar esas ineficiencias si se quiere articular un círculo virtuoso que mejore la vida de la mayoría de las personas de una manera sostenida. La moraleja es clara: hay que remendar el saco roto antes de volver a llenarlo con políticas que ya fracasaron en el pasado.

La literatura económica ha sido abundante en los últimos años (y no se diga durante la pandemia) en calcular la estadística de la desigualdad, analizar sus causas y explorar algunas de sus eventuales soluciones. Pero cierta franja del liderazgo político —Argentina, Bolivia, México, e incluso Chile tras la violenta y sorpresiva crisis del 18-O de 2019—, o intelectual ha preferido, respectivamente, recurrir a medidas de corto plazo que sean fáciles de instrumentar y arrojen dividendos electorales, aunque no sean sostenibles, o proponer modelos “alternativos” a las políticas liberales —y de plano aplicar la extremaunción al “capitalismo”. Otros, sin embargo, parecen más escépticos. “Renunciar al espíritu de competitividad y adquisición —dice por ejemplo Branko Milanovic— que lleva integrado el capitalismo daría lugar a un descenso de nuestra renta, a un aumento de la pobreza, a la desaceleración o reversión del progreso tecnológico, y a la pérdida de otras ventajas que ofrece este sistema… Va todo junto”.12

Las virtudes y las políticas: ¿son compatibles?

La otra interrogante, estudiada desde la economía del comportamiento, es cómo estimular, en un marco de libertad de elección, actitudes menos medibles —iniciativa, esfuerzo, disciplina, ambición— que los datos económicos pero igualmente relevantes para el progreso de las personas. Está bien acreditado que, en la atracción del capital humano mejor compensado salarialmente, la ética de trabajo y la inteligencia emocional, por ejemplo, “son mucho mejores predictores de rendimiento que los años de experiencia o educación”.13 De hecho, la creatividad, el sentido crítico, la disposición a la colaboración o la capacidad de liderazgo son factores que hoy pesan más en la empleabilidad; y todos ellos parecen mostrar escasa conexión con las políticas públicas, excepto la formación de capital humano innovador y de alta calidad. Por ejemplo, al contabilizar la cantidad y calidad de capital humano para 50 países, Hanushek y Woessmann14 encontraron que cerca del 60% del diferencial de ingreso entre América Latina y el Caribe y el resto del mundo se puede atribuir al capital humano. A tal grado que, si mejoraran los logros escolares y las habilidades cognitivas, el efecto sobre el PIB podría superar en cuatro veces un aumento similar en los países de la OCDE. La conclusión a la que llegan es muy sugerente: “estas simulaciones no reflejan necesariamente un incremento del gasto en educación; pueden reflejar las reformas de la política educativa, mejorando la eficiencia técnica y asignativa en la educación”.

Supongamos que, de pronto, Latinoamérica lograra construir un entorno integrado por gobiernos muy competentes, sólida institucionalidad, buenas políticas públicas y amplio acceso a las oportunidades de educación de alta calidad, salud y otros satisfactores. ¿Sería suficiente para generar, automáticamente, esos comportamientos sin duda indispensables en los procesos virtuosos de crecimiento con equidad? En otras palabras: no se trata sólo de crear los incentivos correctos para la toma de decisiones más o menos racionales que eventualmente conduzcan hacia un determinado resultado, sino de transmitir principios y actitudes útiles en la conducta, la responsabilidad y el desarrollo de las personas que mejoren las probabilidades. Desde luego que, en una perspectiva casi filosófica, despejar el camino hacia ese punto fino no es fácil; ni hay un mapa de navegación que oriente a las personas o las políticas con precisión matemática, porque la vida es una experiencia de ensayo y error, y los asuntos humanos no son ciencia exacta. Por tanto, como dice Carlos Peña, “hay diferencias sociales aceptables si son producto del mérito. Si no, ¿por qué enseñaríamos a nuestros hijos que el esfuerzo importa? El misterio consiste en que no sabemos qué parte de nuestra vida es el fruto del destino y qué parte resultado de nuestro esfuerzo y nuestra voluntad”.15

La respuesta a esta incógnita específica es muy compleja. Tiene que ver con aspectos psicológicos, con sesgos implícitos, con la transmisión de valores, con el ethos colectivo o con eso que ahora se llama habilidades blandas. Todo lo cual no lo proporcionan directamente las políticas públicas ni se adquiere de manera mecánica en la escuela, sino que deriva de muchas otras experiencias individuales o de crear un adecuado “circuito de recompensa” cuyo componente socioemocional alienta motivaciones —esfuerzo, constancia, disciplina, etcétera— que se potencian entre sí y generan cambios relevantes y duraderos en la conducta humana. Si las personas tienen preferencias o toman decisiones considerando una función de utilidad, ésta se maximiza si se ponderan correctamente las alternativas existentes y sus consecuencias en el bienestar,16 y se internaliza una nueva “racionalidad”, más lenta pero más profunda en el tiempo, donde el mérito y el esfuerzo se socializan como algo valioso y redituable. De hecho, como parte del orden natural de las cosas.

Más aún: hay una variable muy importante que algunas políticas públicas o, con más propiedad, una narrativa populista diseñada para la galería —la parábola infame de los “pobres” y los “animalitos”, por ejemplo— dejan fuera: junto con mejores niveles de ingresos y bienestar, la persona quiere sentirse reconocida y aceptada en su entorno familiar, comunitario o social por sí misma. De hecho, buena parte de la sensación de felicidad de las personas es referencial; depende del lugar que uno ocupa en el entorno y frente a los demás. Cuando Banerjee y Duflo investigaron entre jóvenes de sectores pobres por qué todos querían tener su propio emprendimiento “uno tras otro hablaron de dignidad, de respeto por uno mismo y autonomía”,17 pero ninguno de dinero. Es decir, aludieron a valores que facilitan la inclusión y un sentido de pertenencia que, inversamente, cuando se pierde o se ve amenazado, provoca tanto una confusión intelectual como una reacción política que se convierte en el caldo de cultivo típico de las actitudes antisistema. En el fondo, lo que provoca el populismo dadivoso —“fundado en ilusiones y engendrador de amargas decepciones”, decía algún político mexicano— es justamente lo contrario: inhibe la autoestima, tapona la movilidad, perpetúa la desigualdad, y mina la libertad personal.

Finalmente, ¿hay un modelo perfecto? No, porque los rasgos inherentes a la condición humana no son los de un autómata, y de buena parte de ellos —felicidad, fe, conciencia, soledad, tristeza, entusiasmo, astucia, depresión, etc.— no conocemos realmente sus causas profundas ni, por ende, cómo acomodarlas a voluntad en la bioquímica del cerebro y el funcionamiento de una vida individual. Pero buenas políticas públicas, como dice Peter Singer —para nada sospechoso de neoliberal—, pueden ayudar enormemente a recompensar “adecuadamente a las personas que carecen de los talentos necesarios pero que trabajan duro”18 Quizá existan varias opciones que permitan una composición relativamente virtuosa, pero está claro que ni la embestida contra el mérito y el esfuerzo ni las políticas populistas son una de ellas.

Como el futuro no es ciertamente una extrapolación del pasado ni un proceso automático, alcanzarlo en las mejores condiciones dependerá de mejorar muchas políticas, entre ellas la educación pertinente y de calidad en el centro de la cual “tendremos que decidir qué habilidades y conocimientos serán más valorados en el futuro y asegurarnos de desarrollar más de uno de ellos en profundidad o, lo que sería lo mismo, adquirir varias habilidades”.19 La irrupción relativamente sorpresiva de la pandemia constituyó un sismo de tal intensidad que ha producido numerosas interpretaciones y análisis sobre el impacto que tendrá, y ha puesto todas las creencias habituales en duda. Sin embargo, debemos admitir que algunos de los cambios previsibles se suman a otros de gran calado que ya venían sucediendo y que van desde la emergencia de las tecnologías digitales, la inteligencia artificial y el big data, hasta los procesos de automatización, los reacomodos en la economía global y la transformación de los mercados laborales, entre otras de las disrupciones vinculadas a la llamada Revolución Industrial 4.0. La profundidad de estas mudanzas ha generado temor e inseguridad; su combinación probablemente dará por resultado en los próximos años un universo educativo, económico y laboral expresado de distintos modos, manifestaciones o vertientes sobre las cuales conviene reflexionar en una perspectiva lo más amplia posible. El objetivo, en suma, es imaginar y construir con bases razonables y sentido prospectivo cómo podría ser ese universo; cómo aprovecharlo a partir de las múltiples innovaciones y tendencias que hoy se observan, y cómo pasar a otro nivel de discusión, lejos del encono, la confusión y el resentimiento prevalecientes.

Presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, y Chen Yidan Visiting Global Fellow (2019-2020) de la Escuela de Graduados en Educación de la Universidad de Harvard.

1 He relatado en otro lugar este episodio: Otto Granados Roldán, El recuerdo y las heridas. El asesinato de mi abuelo, México, Cal y Arena, 2019.

2 Abhijit V. Banerjee y Ester Duflo, Buena economía para tiempos difíciles. En busca de mejores soluciones a nuestros mayores problemas, Barcelona, Taurus, 2020, p.319.

3 Ricardo Lagos, En vez del pesimismo. Una mirada estratégica de Chile al 2040, Santiago, Debate, 2016, p. 32.

4 Alejandro Izquierdo et al. (Eds.), Mejor gasto para mejores vidas: cómo América Latina y el Caribe puede hacer más con menos, Washington, D. C., Banco Interamericano de Desarrollo, 2018, passim.

5 Carlos Peña, La mentira noble. Sobre el lugar del mérito en la vida humana, Santiago, Taurus, 2020, pp.199-204.

6 Véase, por ejemplo, Michael J. Sandel, The Tyranny of Merit: What’s Become of the Common Good?, New York, Farrar, Strauss & Giroux, 2020, y el artículo sobre este libro de José Antonio Aguilar Rivera, “El ultimo ludita”, nexos, noviembre 2020, así como: Daniel Markovits, The Meritocracy Trap.How America’s Foundational Myth Feeds Inequality, Dismantles the Middle Class, and Devours the Elite, New York, Penguin Press, 2019.

7 He desarrollado extensamente este tema en “¿Cómo será la educación superior en 2030? Reflexiones sobre la educación superior en América Latina y el Caribe”, en Otto Granados Roldán (Coord.), La educación del mañana: ¿inercia o transformación?, Madrid, OEI, 2020, pp. 29-56.

8 Cfr. Human Progress y para el dato de clases medias: Homi Kharas, The unprecedented expansion of the global middle class, Brookings Institution, Working Paper 100, February 2017.

9 Cfr. por ejemplo George Friedman, The next 100 years. A forecast for the 21st century, New York, Doubleday, 2009, y Daniel Franklin y John Andrews, Megachange. The world in 2050, London, The Economist/Profile Books, 2012.

10 World Inequality Database on Education. Consultado el 19 de octubre de 2020.

11 Alejandro Izquierdo et al. (Eds.), op. cit, pp. 49-70.

12 Branko Milanovic, Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Barcelona, Taurus, 2020, p. 225.

13 Tomas Chamorro-Premuzic, “Ace the assessment”, Harvard Business Review, julio-agosto 2015. Consultado el 30 de octubre de 2020.

14 Hanushek, E. A. y L. Woessmann. 2012. “Schooling, Educational Achievement, and the Latin American Growth Puzzle.” Journal of Development Economics, 99(2) noviembre 2012, pp. 497–512, y “Universal Basic Skills: What Countries Stand to Gain”. París, OCDE, 2015.

15 Carlos Peña, “Como descripción de lo que tenemos, la meritocracia es un engaño, pero es la única utopía posible”, El Mercurio, agosto 30 de 2020

16 Diana Pinto et al., Empujoncitos sutiles: el uso de la economía del comportamiento en el diseño de proyectos de salud, Washington, Banco Interamericano de Desarrollo, septiembre 2014, pp. 6 y ss.

17 Banerjee y Duflo, op. cit., p. 390.

18 Cit. en Thomas B. Edsall, “The Meritocracy Is Under Siege”, The New York Times, junio 12, 2019.

19 Lynda Gratton, Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011, p. 215.

11 de diciembre 2020

Nexos

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 21 min


Ignacio Avalos Gutiérrez

Cierto, de la pandemia que nos agobia desde hace casi un año, se derivan serios obstáculos que no son fáciles de encarar para nuestras universidades y en algunas de ellas, pues también hay que decirlo, se observan ciertas facultades y escuelas, duele señalarlo, que pareciera que hubiesen tirado la toalla, al contrario de otras que dan demostraciones casi épicas por hacer mejor lo más que se pueda, echando mano, incluso de ciertos avances tecnológicos, como nuevas herramientas web, programas de código abierto, sistemas, plataformas y aplicaciones móviles diseñadas para enfrentar el aislamiento físico

Pero, claro, ojalá solo fueran las andanzas del coronavirus. La ya larga crisis venezolana ha tenido, seguramente, mayor impacto que la pandemia. El deterioro de nuestra sociedad, resultado del conflicto político, ha ido perfilando, en efecto, un escenario de muchas aristas y de enormes dificultades que, obviamente, no deja ilesas a las universidades

Universidades venidas a menos

Se que estoy lloviendo sobre mojado, pero estas cosas hay que tenerlas siempre presentes, para impedir que se nos vuelvan costumbre. Además del desacomodo a nivel nacional, desde hace unos cuantos años persiste un cerco a las universidades públicas por parte del gobierno, claramente visible en una abierta intromisión política, en el propósito de acabar con su autonomía y de colocarlas “al servicio de la revolución”, vaya Ud. a saber lo que significa eso actualmente.

Así las cosas, no debe sorprender a nadie, por ejemplo, que desde el año 2006 el presupuesto sea deficitario y se destine casi exclusivamente al pago de nómina, que las becas estudiantiles se hayan visto perjudicadas (2 dólares mensuales) y no hablemos del sueldo de un profesor titular a dedicación exclusiva, equivalente a 25 dólares, con el que a duras penas cubre la alimentación de su familia.

No debe asombrar tampoco la enorme cantidad de profesores que ha abandonado sus cargos (muchos yéndose fuera del país), la disminución ostensible de estudiantes, el deterioro de la infraestructura y el notable debilitamiento de las actividades de investigación, de todo lo cual existen estudios que prueban como nuestras universidades van “empeorando satisfactoriamente”, de acuerdo a una frase que suele utilizar en muchas ocasiones, refiriéndose a otros asuntos, el Profesor Victor Rago.

La Universidad 4.0

Mirando la fotografía anterior se suele hablar de la necesidad de reconstruir la universidad. La desgraciada coyuntura que viven sugiere en muchos la idea de que la tarea consiste en regresarla a una cierta normalidad que se nos ha convertido en nostalgia. En otras palabras, convertirla en la buena universidad que fue antes. Pero el tema no es que la universidad sea buena como en sus buenos tiempos, sino que sea buena en la época que nos está llegando. Me explico.

A los grandes dificultades mencionadas hay que señalar, además, que las universidades están confrontando la necesidad de realizar un conjunto de transformaciones radicales que derivan, para decirlo en breve, del surgimiento de la llamada sociedad del conocimiento, caracterizada por la enorme rapidez con la que se crean y se hacen obsoletos los conocimientos, así como por la ubicuidad y diversidad de los actores que los generan y difunden.

Y, dentro de este contexto, me refiero, igualmente, a la pérdida progresiva, por parte de la universidad pública, del monopolio en la generación de conocimientos e, incluso en la función docente, y a su necesidad de actuar de otra manera en medio de un nuevo ecosistema institucional. Me refiero también a la emergencia de un modelo de producción de conocimientos y de formación de recursos humanos que reside cada vez más en los enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios, modelo que se contraviene con las mecánicas funcionales de la universidad que seguimos teniendo.

Me refiero, también - por último y sin pretender ser exhaustivo -, al determinante papel del conocimiento en la economía contemporánea (se habla de la emergencia de “tecnologías disruptivas”) y a su creciente privatización, hecho que también ha permeado, con sus ventajas y desventajas, al trabajo académico.

Estamos, así pues, haciendo alusión a la denominada Universidad 4.0, que se corresponde, por decirlo así, con la Cuarta Revolución Industrial, reconociendo el ambiente de cambio, pero simultáneamente la necesidad de preservar los valores universales de ser universidad, esto es, respondiendo desde su propia identidad y propósitos.

Devolverles el futuro a los estudiantes

Digo estas cosas a propósito de la celebración, la semana pasada, del día del Profesor Universitario. Y también porque desde hace muchos años tengo el privilegio de “dar clase” en la UCV, una expresión que, por cierto, deberíamos excluir porque no rima con los días que corren. Pero, por encima de todo, lista de estos asuntos teniendo en mente los estudiantes, tan desconectados de un futuro que asoma conforme a códigos que tienen muy poco que ver con la manera como en el presente les transcurre la vida académica.

Yo confío en el cambio radical de nuestras universidades públicas, aunque por ahora las señales que se observan sean más bien débiles. Confío, porque constato importantes focos de resiliencia, pero sobre todo por una razón por una muy importante: porque son instituciones que tienen un muy buen pasado por delante.

El Nacional, jueves 10 de diciembre de 2020

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Acceso a la Justicia

La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) convocada de manera fraudulenta por Nicolás Maduro en 2017 dejará de sesionar en cuestión de semanas, y pese a que tuvo una duración de más de tres años, algo sin precedentes en la historia nacional, no cumplirá su principal tarea: redactar una nueva Constitución. ¿La razón? Ese jamás fue su objetivo, sino arrogarse las tareas de la Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015. Así lo dejó en claro su presidente, Diosdado Cabello, quien declaró en entrevista a Venezolana de Televisión (VTV) lo siguiente:

«Redactar una Constitución es una de las premisas que pudiera cumplir [una Constituyente], otra es refundar el Estado y generar un conjunto de leyes para esa refundación del Estado y allí hemos cumplido. No necesariamente tienes que cumplir todas. La Constituyente del año 99 solo redactó la Constitución, las leyes las aprobaron las sucesivas asambleas nacionales».

Además, no solo anunció que no presentarían un borrador de Carta Magna, sino que continuarían aprobando «leyes constitucionales».

La declaración de Cabello revela que la instancia ha sido «un fraude constitucional desde su origen hasta su disolución». Así, lo denunció Acceso a la Justicia en el Informe sobre la Asamblea Nacional Constituyente. Su utilización como parte de la fachada institucional en Venezuela, en el cual sostiene que la figura terminó de llevarse «tras de sí los últimos trazos de Estado de Derecho que quedaban en el país».

En el reporte se hace un repaso a la actuación de la Constituyente desde que se instaló el 4 de agosto de 2017, tras su cuestionada convocatoria en mayo y fraudulenta elección el 30 de julio de ese año; y se resalta que casi la totalidad de su actividad ha estado centrada en ejercer de Parlamento, pese a no serlo. De tal forma que en estos más de tres años ha dictado o reformado una treintena de leyes, a algunas de las cuales le ha colocado el calificativo de «constitucionales».

Entre dichos instrumentos destacan la Ley contra el Odio, la cual castiga con hasta veinte años de cárcel a quienes «inciten el odio», y que ha sido utilizada para procesar a ciudadanos que manifiestan en las calles o expresan su desacuerdo con las políticas gubernamentales a través de las redes sociales, o incluso, mediante mensajes escritos enviados por teléfono. Un caso emblemático fue el de los bomberos de Mérida que grabaron un video satírico montados sobre un burro.

Otros textos a los que la Constituyente dio este calificativo son los de Precios Acordados y el referido a los Comités Locales de Producción y Abastecimientos. Esta última «ley constitucional» pretende «regularizar» la adjudicación de alimentos que, de manera discrecional, ejecutan estas instancias controladas por el Gobierno de Maduro.

Una rapiña

En el informe también se denuncia que la Constituyente de Maduro ha abierto las puertas al expolio de los recursos y bienes del país, mediante instrumentos como el que establece el Régimen Tributario del Arco Minero del Orinoco, y sobre todo, con la reciente y no menos polémica Ley Antibloqueo, que faculta al Gobierno para celebrar «todos los actos o negocios jurídicos que resulten necesarios», a fin de «impedir o revertir actos o amenazas de inmovilización, despojo o pérdida de control de activos, pasivos e intereses patrimoniales de la República», sin control legislativo o judicial. Esta ley también habilita al Poder Ejecutivo para desaplicar leyes, potestad que la Constitución reserva a los jueces, por lo que se trata de una abierta usurpación de funciones. Acceso a la Justicia denuncia en su estudio que: «áreas fundamentales de la economía venezolana, como la explotación del petróleo y los servicios públicos, pueden ser cedidas total o parcialmente a inversionistas extranjeros, sin que se sepan quiénes son, cuáles son los términos de los acuerdos comerciales con ellos y, más aún, cómo se administrarán los recursos que se obtengan de los mismos».

Invento criollo

«Las leyes constitucionales tienen carácter constitucional y para cambiarlas debes convocar otra Constituyente. Esas leyes están por encima de las leyes orgánicas», explicó Diosdado Cabello.

Sin embargo, en su investigación Acceso a la Justicia refuta esta interpretación de la Constitución, y recuerda que en el ordenamiento jurídico venezolano no existe esta figura, por lo que se trata de otra violación a los principios básicos del derecho, según los cuales la Constitución está por encima de las leyes.

La ANC no solo ha dictado nuevos instrumentos sin tener facultad para ello, sino que además ha reformado instrumentos ya en vigor como las leyes del Impuesto al Valor Agregado (IVA) o el Código Orgánico Tributario, lo cual también es tarea de la AN. Asimismo ha aprobado los presupuestos nacionales y del Banco Central de Venezuela (BCV) correspondientes a los años 2018, 2019, 2020 y 2021. No obstante, hasta el momento no se ha informado que haya ejercido labor alguna de control sobre el Gobierno de Maduro, tal como la interpelación a algún ministro, hecho este último que desde hace décadas no se hace, sea porque la AN estaba controlada por el oficialismo, o porque el Tribunal Supremo de Justicia se lo ha impedido a la que actualmente cuenta con mayoría opositora.

Por último, la única medida que podría considerarse como un intento de «transformar el Estado», otra de las tareas que el artículo 347 constitucional confiere a esta figura, es la supresión de las alcaldías Metropolitana de Caracas y del Alto Apure, lo que, además de ser inconstitucional, trajo como consecuencia que las poblaciones de esos territorios no pudieran elegir a sus alcaldes, situación que tiene su origen en la elección en Caracas de alcaldes metropolitanos contrarios al Gobierno. En ese sentido, no es un hecho menor que como no se puede ganar esa elección, se opte por eliminar la correspondiente entidad.

¿Y a ti venezolano, cómo te afecta?

Las gestiones de la Constituyente no han redundado en una mejora en las condiciones de vida de los venezolanos, ni siquiera sirvió para su otro gran objetivo: «traer la paz», pese a que su presidente crea lo contrario. «Eso es verificable. ¿Cuándo se eligió, cuándo se instaló y cuándo fue la última guarimba?», declaró Diosdado Cabello en entrevista arriba mencionada.

Aunque es cierto que no ha habido protestas masivas como las de 2017, las manifestaciones de calle han aumentado, en 2018 se registraron 12.715 frente a 9.787 de 2017 y en 2019 se produjeron 16.739, de acuerdo a los datos del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.

De hecho, problemas como la hiperinflación o las fallas en los servicios públicos lejos de superarse se han agravado, así como la desnutrición y otros aspectos de la emergencia humanitaria compleja que afecta al país desde hace por lo menos cinco años, precisamente por la ruptura institucional llevada adelante por el Gobierno de Maduro con tal de mantenerse en el poder.

Diciembre 9, 2020

https://accesoalajusticia.org/balance-de-la-constituyente-de-maduro-un-f...

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Jesús Elorza G.

El día siguiente a las elecciones parlamentarias, la Primera Combatiente amaneció muy triste. Se levantó con cara de pocos amigos y desde muy temprano se dedicó a preparar sus maletas Gucci y Fendi, que progresivamente fue llenando con sus zapatos Ives Saint Laurent, con sus vestidos Versace, sus múltiples frascos de perfume Dignified Privee y Chanel # 5, carteras Louis Vuitton y 1001 Nights Diamond de Mouwad y por último lo más preciado de sus pertenencias: las joyas (collares, relojes, zarcillos, anillos, prendedores) de las afamadas marcas Harry Winston, Bucellati y Tiffany.

Con el ajetreo, Nicolas se despertó y al ver todo aquello, le pregunto ¿vas de viaje? .

-No nos queda otra opción, después de conocer los resultados electorales.

¿Como así, mi amor?

Después de tu inteligente anuncio de renunciar si ganaba la oposición, lo que nos sale es preparar nuestras maletas e irnos pal carajo.

Pero si ganamos....

Tú sabes lo que es una "victoria pírrica. Eso fue lo que ocurrió. Los resultados "irreversibles abultados" indican que obtuvimos solo 3.558.320 votos, cifra nada halagadora. Desde el Comandante Eterno, siempre hemos hablado de diez millones y ahora salimos con pírricos 3. Pero lo más arrecho es la abstención, que según la camarada Indira es de 70% y, según las cifras reales es superior al 80%. Nunca se había visto un desierto electoral como el de ese día. No te vanaglories con estos resultados, por el contrario. prestemos atención a los hechos, dejémonos de vainas y preparémonos para salir de esto.

Además, con la metida de pata de tu pana el tenientico ese, que anda desesperado por ser presidente, al anunciar que "Quien no vote no come" te va a tocar a ti Nicolás, ser el responsable de una colosal hambruna, ya que tendrás que dejar sin comida a más de 16 millones de venezolanos que decidieron no votar. Si quieres, la cifra exacta es 16.748.517 personas. Con ese récord pasarás a ser uno de los mayores genocidas del mundo al lado de Mao Tse Tung, Stalin, Pol Pot y Kim il Sung .

Así que dejémonos de vainas y vamos a prepararnos para irnos. Eso si, asegurémonos de un avión con suficiente autonomía de vuelo para que no tengamos que detenernos a recargar combustible en Cabo Verde y nos pase lo del camarada Alexis Saab.

¿Y si nos vamos p’a Cuba?

Tas loco, después de muerto Fidel y Raúl en tercera base, ese régimen entró en bajada. Mejor escojamos entre Turquía o Rusia.

A mi me gusta mas Turquía, recuerda la parrillada que nos comimos, donde le echaban sal a la carne con un jueguito de manos y codo.

Que vaina contigo, solo piensas en comer y beber, no me jodas. Vete pa tu cuarto y comienza a preparar tus maletas, no te olvides de hacerlas como la hizo el gordito de los Tres Cochinitos en 1958, full de dólares. Pero que no se te vayan a quedar en el aeropuerto.

Si mi amor, a eso voy. Los billetes los tengo debajo del colchón y ya no caben mas.

Bueno, pensemos en juramentar a la nueva caricatura de asamblea el 5 de enero y cuadro con el pana Putin una reunión en Rusia para tratar cualquier vaina que se me ocurra y después me quedo por esos lares, p’a que el tenientico logre su sueño y comience a quitarle la comida a los que no votaron.

Nico, Nico, despierta mi amor, te quedaste dormido esperando los resultados del CNE y tuviste un sueño electoral.

¿Por fin, quien ganó?

La oposición abstencionismo, mi amor, nos dieron una pela. A pesar de que la camarada Indira infló los resultados, quedamos con menos del 15% y ellos con mas del 85% del total de los inscritos en el REP.

Verga, estoy como Luther King, yo tuve un sueño y se hizo realidad ...., ¿tu sabes cómo es la vaina Cilia? ....prepara las maletas que en cualquier momento nos vamos o nos mandan pal carajo.

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​José E. Rodríguez Rojas

El chavismo ha convertido al Estado venezolano en una Estado fallido. Un elemento característico de tal condición es la hiperinflación. La hiperinflación ha hundido a los maestros en una situación de miseria extrema. Ante ello, el gremio de los docentes ha decidido plantar cara al régimen y se ha negado a retornar a clases, exigiendo un salario en dólares que les permita cubrir sus necesidades básicas. La respuesta del gobierno ha frustrado las expectativas de los maestros, por lo que la situación de parálisis de la educación primaria perece prologarse en el tiempo.

Desde inicios del régimen de Chávez era evidente, para algunos economistas, que el chavismo nos conducía a un Estado fallido. Un elemento central de este tipo de Estado es la hiperinflación, que hunde en la miseria a los servidores públicos y erosiona los servicios que el Estado presta, como lo veremos en el caso de la educación.

La hiperinflación es un cáncer que carcome las esperanzas y la autoestima de los miembros de una sociedad degradando la misma. La hiperinflación fue uno de los factores que crearon las condiciones para el ascenso de los nazis al poder en Alemania. Por sus implicaciones, una de las principales funciones de un Estado moderno es garantizar la estabilidad económica lo que implica el control de la inflación. Esta es la principal función del Banco Central. Para cumplir con tal cometido los parlamentos eligen a la directiva del banco central por un periodo que normalmente duplica al presidencial, a fin de que no estén sometidos a la influencia del ejecutivo y de algún populista que por los azares de la política llegue a presidir el gobierno.

Chávez sentó las bases de una creciente inflación al convertir al Banco Central (BCV) en la caja chica del gobierno. Esta política se profundizó con Maduro lo que condujo a finales del 2017 a transitar los caminos de la hiperinflación, que hizo trizas la capacidad de compra de los trabajadores, entre ellos de los maestros que laboran en la educación primaria. La destrucción de la industria petrolera agravó el problema al generar una crisis en las finanzas públicas que limitó la capacidad del Estado para atender las demandas de las instituciones educativas y de los maestros.

La situación descrita impulsó a la Federación Venezolana de Maestros (FVM) a introducir, en el mes de agosto de este año, un pliego de peticiones al ministerio de educación a fin de plantear el deterioro de la infraestructura de las instalaciones educativas y en particular los salarios de hambre que percibían los maestros (1). A juicio de la FVM esta situación impedía dar inicio a las clases en la educación primaria pues no existían las condiciones mínimas para ello. En el documento mencionado señalan que el salario máximo que recibía un maestro era de 769.304 Bs. el cual representaba 0,84% de la canasta alimentaria y 0,44% de la básica (2) lo cual los ubicaba en condición de pobreza extrema. En consecuencia solicitaban un salario que alcanzara a los 600 dólares que les permitiera satisfacer sus necesidades básicas. En respuesta el ministerio de educación duplicó los salarios. En otras palabras el salario máximo a devengar por un maestro alcanzaría 1.538.000 bolívares, lo que representa, en el momento que redactamos estas líneas, 1.4 dólares mensuales. Lo cual, como lo manifiestan los docentes de primaria es una burla, pues no llega a representar ni el 1% del valor de la canasta alimentaria, equivalente a 301 dólares.

Los ministros de economía de Chávez como Rodrigo Cabezas, ante las crecientes presiones inflacionarias, aconsejaron al régimen y al partido de gobierno, en los años 2015 y 2016, una rectificación de la política económica. Pero el partido de gobierno rechazó las recomendaciones de Cabezas tildándolo de neoliberal. Decidieron, en consecuencia mantener, la política económica a sabiendas de que esto agudizaría el empobrecimiento de la población. El régimen decidió instrumentar una agenda donde lo prioritario era eternizarse en el poder recurriendo a una política del terror contra la disidencia política y los sindicatos, aunado a una política de chantajear a una población empobrecida con las migajas que concede el Estado Fallido, como sucedió con los comicios recientes: “si quieres comer tienes que votar”. Indicando que si quieres tener acceso a las cada vez más escasas dadivas que concede el gobierno tienes que votar.

Ante la situación de pobreza extrema en que viven los maestros y la incapacidad del gobierno de implementar políticas que modifiquen este status, la FMV ha decidido plantar cara al régimen y negarse a colaborar con el reinicio de las clases. En ese sentido han aunado esfuerzos con otros sectores como el de la salud a fin de mantener sus acciones de protesta. En consecuencia las actividades docentes en las escuelas primarias se mantienen paralizadas, no solo por los efectos de la pandemia sino por la decisión de los maestros de no incorporarse a clases. Parálisis que parece extenderse al resto de los niveles de la educación pública, como las universidades, donde los gremios de profesores mantienen una posición similar a la de la FVM.

(1) El Universal. Gremios de educadores demandan respuestas al ejecutivo sobre pliego de peticiones. El Universal 4-10-2020.

(2) La FVM estimó en el documento señalado que en agosto pasado la canasta básica alcanzaba a 176 millones de Bs. equivalentes a 577 dólares y la alimentaria se aproximaba a los 92 millones (301,13 dólares)

Profesor UCV

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Maxim Ross

Ofrezco una reflexión que parece justa para finalizar el año y comenzar el que viene, porque el momento político que estamos viviendo se me parece mucho al que vivimos en 1998 y creo que eso merece un comentario con algún rigor.

Digo que se parece a 1998 porque los datos que están aflorando en la opinión pública, sea de las distintas encuestas que se realizaron antes de los dos eventos electorales de diciembre o los resultados de uno de ellos, dan una idea de las similitudes entre un momento y otro.

La situación en 1998 era, mas o menos, aquella donde los partidos políticos, banderas de la democracia, habían entrado en una severa crisis, tal que llevó a la elección previa de Rafael Caldera a ganarla con no mas del 21% de los votos y sin el apoyo de su propio partido, mientras tanto AD y Proyecto Venezuela estaban a la saga de este y el resto de los partidos estaban, prácticamente, desaparecidos.

Por otra parte, dos datos son relevantes a la hora de recordar: la drástica tendencia a la baja de la participación en las ultimas elecciones, no se diga de parlamentarias y locales y la aparición de la palabra “ni-ni” en las encuestas, dando cuenta de la desafiliación partidista, esto es de los llamados “independientes”. No olvidemos que la situación económica y social era bien critica.

En un escenario como ese apareció el “outsider” Chávez y ganó las próximas elecciones. Obviamente apareció un nuevo liderazgo, nos guste o no nos guste, y arrastró ese gran descontento, demostrando, por cierto, que el tema político fundamental no está en las “triquiñuelas” electorales, sino en ganarse la voluntad popular.

Me resultan impresionantes las coincidencias con el momento actual. Por un lado, las distintas encuestas ya estaban alertando sobre la situación, con datos de descontento sobre el costo de la vida, con críticas al gobierno que, incluían, hasta miembros de su propio partido. Las mediciones de agrado de los partidos políticos en la misma ruta, con sorprendentes números de caída para gobierno y oposición y, de nuevo, la aparición del fenómeno “ni-ni”, esta vez llamado “independientes”, lo que confirma y refleja una gran decepción y desilusión con el mundo político.

Para sellar el cuadro la gran similitud de participación electoral prevista en las encuestas y ratificada por los resultados de la contienda parlamentaria gubernamental. 70% de electores no fueron a votar con una contundente señal del rechazo a la anacrónica y sin mensaje “revolución bolivariana”, con todo y CLAPS y bono tras bono. Falta saber lo que resulte de la consulta llamada por la oposición, aunque parece esperarse lo mismo.

Se me parece mucho a 1998, ¡Uds dirán!, pero de todas similares características apelo a una observación que deberíamos aquilatar. Una primera lección de ambos tiempos es que estamos en el momento de un regreso a la conquista de la voluntad popular, de la creación de una verdadera y autentica mayoría que, sabemos, no se logra sin acercarse a los problemas reales de la gente. La segunda lección es que los “mensajes” políticos, si es que se pueden llamar así, no calcan ni en la voluntad, ni en la mente, ni en el corazón de la gente. Por tanto: ¡No sirven! ¡No llegan!

La tercera, como consecuencia de la anterior, es que hay que revisar y enmendar la estrategia politica. Quizás al gobierno le cueste deslastrarse del “Socialismo del siglo XXI”, mutarse a ese “extraño capitalismo” que practican, sin perder lo poco que dejó Chávez, pero quizás sea demasiado pedirle a un movimiento que hace tiempo olvidó proyecto, mensaje y contenido.

A la oposición, quizás, le debería ser mas fácil, porque no está atada a un amarre ideológico, sino a unas consignas tácticas y a compromisos internacionales que se pueden desandar, si demuestra que tiene una estrategia de conquista y movilización interna, que puede construir una politica de rescate de la voluntad popular y esta es más eficaz que mantener la inercia de la vigente.

Si nos acogemos a mi hipotesis, de que los momentos 1998 y 2020 son similares, caben dos preguntas: la primera: ¿Aparecerá de nuevo un “outsider”? En 1998 no lo sabíamos y apareció, lamentablemente para Venezuela. Ojalá esto no se reproduzca en una versión empeorada. La segunda: ¿Será posible que ese liderazgo provenga de alguno de los líderes políticos conocidos o surja de esa camada nueva de la oposición, que, como decía en articulo anterior, no represente la tesis de la acción mágica y “teja” otra narrativa atractiva para la gente?

La mejor lectura y la mejor lección de 1998 me dice que hay y está allí una gran oportunidad. ¡Ojalá se sepa y se pueda aprovechar!

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