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Opinión

José Rosario Delgado

A Venezuela se le llamó “ tierra de gracia" desde 1498, cuando Cristóbal Colón desembarcó en Macuro y la registró como "lo más parecido al Paraíso". Imaginemos, pues, al Jardín de Edén y tendremos una idea de aquella Venezuela, transformada hoy en asqueroso infierno.

Maracay, desde que tengo uso de razón, es conocida como "La Ciudad Jardín" de Venezuela, aunque los trujillanos nos regatean "El Jardín de Venezuela", como llamó Simón Bolívar a San Rafael de Boconó. Hay mucha diferencia entre ciudad y jardín.

Orgullosos pecadores éramos los maracayeros cuando en otra ciudad o país nos alababan al manifestar nuestra procedencia. Pero todo aquello acabó, todo quedó en olvido, y nuestras frondosas escenas de colores con el tiempo se han perdido, parafraseando una vieja canción.

Maracay no es ni su sombra porque los túneles vegetales que la unían con sus pueblos de la Costa y todas las ciudades de Aragua, Carabobo, Distrito Capital, Guárico y Miranda están secos, desérticos, y ya no dan sombra. Los hermosos y productivos cañamelares y cañaverales, a todo lo largo de la autopista regional o de la carretera vieja, desaparecieron de nuestra vista y sus paisajes borrados de la geografía.

Sus icónicas plazas Bolívar, Girardot, San Juan; su Tacita de Plata y la salerosa Maestranza "César Girón" ahora son adefesios de indignantes y degradantes espectáculos que muestran la decadencia de una dirigencia falaz y perversa. Los parques Guevara Rojas, Santos Michelena, El Ejército, Zoológico, Édgar Sanabria, Los Apamates. Avenidas Bolívar, Casanova Godoy, 19 de Abril, Ayacucho, Constitución, El Lago y Mariño Sur, con grama y arbolitos de plástico, dan asco, vergüenza.

Ni hablar de sus complejos recreacionales, culturales y deportivos, que sólo sirven para medrar presupuestos, mantener prosélitos y montar actos de utilería y shows de politiquería.

Maracay es la ciudad del desdén, sin duda alguna, y ya ni los medios de comunicación que quedan se ocupan de la importante contraloría social y supervisión moral que, por tradición y obligación, les corresponde como ojos de la ciudad y voz de sus ciudadanos...

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Humberto García Larralde

2020 cerrará como un año nefasto por los estragos producidos por la pandemia mundial y los efectos económicos y en nuestras formas de vida, que trajo. En Venezuela, adicionalmente, quedará marcado por la profundización del sufrimiento infligido a su población por parte del régimen fascista. No obstante, la devastación ocasionada por Maduro y sus cómplices ha sido tal que ha minado sus propias bases de sustentación, haciendo cada vez más precario su poder. De unirse la oposición en torno a una estrategia eficaz y un proyecto consensuado de sociedad, más pronto que tarde habremos de construir una Venezuela democrática. Claro está, forjar esa estrategia constituye la angustia y el reto principal de dirigentes y militantes de la oposición democrática. Y, respecto a la sociedad deseada, la actitud asumida por algunos opositores en las recientes elecciones de EE.UU., mueve a preocupación.

Chávez fue una expresión de un populismo funesto, llevado a extremos. Destruyó las instituciones de la democracia liberal y arruinó la economía. Escogió a Maduro para terminar de consolidar un estado mafioso, cuya despiadada depredación sumió a los venezolanos en la peor miseria conocida desde que se empezó a extraer petróleo en el país. La violación sistemática del orden constitucional se amparó en una falsa realidad construida con base en una retórica maniquea moralista, que polarizó a la sociedad entre patriotas (los buenos) y escuálidos (los malos). En esta narrativa, éstos conspiraban en contra del pueblo, por lo que había que descartar las instituciones que salvaguardan la pluralidad política, el respeto por la diversidad y el respeto por sus derechos. Eliminado el equilibrio de poderes, Chávez abusó de los recursos del Estado para atacar y someter a los medios de comunicación, criminalizar la protesta y perseguir a opositores. Los descalificó con campañas de odio, señalándolos como “enemigo del pueblo” y rebajándolos con ofensas de todo tipo. El poder sin contrapesos en manos de Chávez, Maduro y sus cómplices, degeneró en la transgresión de derechos civiles y humanos básicos, y en la discriminación de quien expresase ideas contrarias. El acoso a las universidades nacionales y a los gremios completó esta arremetida. A esas prácticas, y a la destrucción de las normas legales y de convivencia propias de una democracia liberal, debemos la miseria inhumana infligida hoy a tantos venezolanos.

En las elecciones recientes de EE.UU., una cantidad no despreciable de compatriotas --algunos con derecho a votar allá--, todos furibundos antichavistas, llenaron las redes sociales en apoyo al presidente Trump. Sirvieron de eco a un candidato que basó su campaña en construir una falsa realidad con base en mentiras y alegatos ridículos sobre sus adversarios, para polarizar a los estadounidenses entre los MAGA buenos (Make America Great Again) y aquellos que estarían amenazando su modo de vida. Además de los demócratas, los intelectuales y los dueños de los grandes medios de comunicación, culpabilizó de ello a los inmigrantes. Aupó a grupos de supremacía blanca y atizó los odios contra manifestantes de conciencia (Black Lives Matter; contra el calentamiento global), a quienes tildó de “terroristas”. Descalificó a periodistas críticos, acusándolos de fabricar “fake news” y de ser “enemigos del pueblo”. Alimentó, así, un imaginario en el que el estadounidense genuino –el pueblo—se enfrentaba a una conspiración internacional de “socialistas”, financiada por George Soros y Bill Gates, cuya punta de lanza sería la candidatura de Joe Biden. En desafío a las reglas de juego democrático de su país, denunció con anticipación que, de no ser reconocida su triunfo electoral, se habría cometido, invariablemente, un masivo fraude. Y, en previsión de ello, forzó a destiempo el nombramiento a la Corte Suprema de una juez aliada, de manera de asegurar una mayoría aplastante de magistrados que pudieran interceder en su defensa.

Al quedar claro que, efectivamente, no había sido favorecido ni por el voto popular, ni por la mayoría de los colegios electorales de los estados, se negó a reconocer su derrota y desplegó los poderes a su alcance para denunciar supuestas trampas que le habrían robado su triunfo, sin presentar evidencia alguna al respecto. De hecho, las demandas legales que su equipo interpuso contra el proceso electoral han sido rechazadas abrumadoramente por jueces estadales –muchos pro-Republicanos—y, una tras otra, las autoridades electorales en cada estado han ido certificando el triunfo de Biden. Pero, a mes y medio de las elecciones, Trump sigue insistiendo en que ganó, poniendo en entredicho la confianza del sistema electoral estadounidense. Un 80% de Republicanos, según los sondeos, creen que hubo fraude.

Sorprende, entonces, que muchos venezolanos antichavistas, apoyaran a un candidato quien, con un signo diferente, utilizó los mismos ardides contra la institucionalidad liberal que alimentaron a Chávez. Y lo hicieron con igual pasión e intensidad que mostraron los seguidores de éste al comienzo. De hecho, más de un furibundo Trumpista –hoy arrepentido—, fue un furibundo chavista. Y, al igual que entonces, hicieron suya la falsa realidad maniquea que dividió a la sociedad entre buenos y malos, aunque ahora éstos son los “socialistas” de Biden quien, entre otros horrores, ¡aboga por una medicina social! Conozco de venezolanos residentes en España, beneficiarios de la excelente salud pública de este país y a quienes el Estado Español ha suministrado otras ayudas, anotados en esta campaña.

Lo anterior revela una preocupante tendencia de algunos a fanatizarse tras líderes populistas que falsean la realidad con soluciones simplistas --blanco y negro-- a situaciones que, por su naturaleza, son complejas. Y, al reducir el debate entre la verdad única (la mía) y la conspiración artera de los otros, se convierten en secta refractaria a toda razón. El sectarismo ancla la mente en mitos y supersticiones, refractarios a la verificación (fact checking). Embrutece y cierra las puertas a la convivencia democrática.

Desafortunadamente, los venezolanos nos formamos en una cultura política en la cual un Estado Mágico –denominación con que el antropólogo, Fernando Coronil, tituló un libro suyo--, alimentado por una renta petrolera prodigiosa, resolvía los problemas básicos de nuestra existencia. El culto a Bolívar nos hizo vulnerables a prédicas populistas que se proponían traspasar las restricciones de la democracia liberal para hacer realidad la gloria que él quiso legarnos. Chávez fue el caudillo que, por excelencia, supo explotar estas esperanzas de redención. No es descabellado afirmar que el apoyo a Trump de algunos venezolanos se debe, precisamente, a ver en él al salvador que nos liberaría de la terrible dictadura de Nicolás Maduro. Y el presidente de EE.UU. no cesó de proyectar esta idea para ganarse el voto latino. Confieso que hubo un momento en que yo también le creí. ¡Buche y pluma no más!

La búsqueda de un salvador destruye la confianza en las instituciones y socava a la democracia liberal. Son éstas las que, al asegurar los derechos civiles frente al poder del Estado, constituyen la base de las libertades y de la convivencia entre personas que piensan distinto. Fortalecer al poder ciudadano y resguardar el equilibrio entre poderes que propuso Montesquieu, son antídotos inapelables contra caudillos autoritarios que destruyen las libertades en nombre de una voluntad única del pueblo.

Señaló el filósofo, Daniel Innerarity en un artículo reciente[2] que, “El desafío de la democracia liberal consiste en desplegar tanto poder como sea necesario, pero no más, para asegurar la libertad de todos.” ¿Estamos realmente ganados para la idea de instaurar una democracia liberal en Venezuela?

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

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Américo Martín

El Partido Liberal Colombiano fue fundado en 1848 y el Conservador en 1849. El caso es que, lógicamente menoscabados en comparación con lo que en sus grandes momentos llegaron a ser, conservan un anhelo de recuperar alguna vez su fuerza impulsiva y determinante en el proceso que la Sociología y Politología han convenido en llamar “la democratización” del Estado y las organizaciones políticas contemporáneas o, para decirlo en otras palabras: la Democracia de Partidos (Alfredo Ramos Jiménez, Las formas Modernas de la Política, Estudio sobre la democratización de América Latina Cipcom, Centro de Investigaciones de Política Comparada, junio 2008.

Es un caso curioso el de los partidos de nuestro hermano país, los mencionados son los más antiguos de Latinoamérica y están entre los de más edad del mundo. El torbellino crítico ha devorado partidos, ideologías, liderazgos políticos con la implacable voracidad de Saturno hacia su propia progenie. Liberales y conservadores colombianos, no obstante, no terminan de ser borrados del mapa y ya no se puede apostar a su definitiva extinción, dados los caminos de negociación que se abren con frecuencia en el deteriorado mapa político. Por cierto, Guzmán Blanco veía a Venezuela –y a lo mejor también a Colombia– como un “cuero seco”, que se levanta por un lado cuando lo pisan por el otro.

El Partido Liberal de Venezuela fue fundado en 1840, alcanzó su más alta cima a partir del acceso al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870, y feneció en 1899, siendo el de Ignacio Andrade, el último gobierno Liberal amarillo. El Partido Conservador tuvo su auge y su caída con José Antonio Páez, una personalidad fuerte y singularmente meritoria (Ramón Velásquez, Caudillos, Historiadores y Pueblo. Fundación Bancaribe. Caracas. 2014).

Con los enormes aportes proporcionados por el genio de Guzmán Blanco, tanto en el orden físico-material como en el cultural, el liberalismo no sobrevivió mucho más al fallecimiento del llamado con razón “Ilustre Americano” pero con no menos razón, “Autócrata Civilizador”.

Las crisis políticas y la deslegitimación de los partidos se retroalimentan, de allí que la democratización mencionada supra, pase por la recuperación de los partidos. En el conjunto estratégico dirigido por el oficialismo prevalecen las elecciones parlamentarias y, dentro de ellas, las organizaciones tradicionales que han sido objeto de divisiones profundas fomentadas desde las alturas del poder contra los partidos democráticos que dirigen la Asamblea Nacional. Grupos fraccionales de partidos históricos como AD y Copei monopolizan sus nombres y símbolos. Igual suerte han corrido jóvenes partidos como Voluntad Popular, Primero Justicia e incluso de índole oficialista crecientemente insumisos como PPT, UPV y Tupamaros. El mapa partidista ha sido objeto de una arbitraria e impresionante modificación, todo con el fin de mutilar de partidos la democracia y de hecho las instituciones, de modo que no cabe hablar aquí de “democratización” sino de agudo retroceso institucional.

El eje de la estrategia de la oposición mayoritaria, la encarnada en la Asamblea Nacional, gira en torno a la Consulta Popular. La idea en sí no puede ser mala puesto que, en circunstancias como las actuales, implementar formas de consulta a los venezolanos es inaplazable e insustituible, pero sobre todo debería dar lugar a rápidas medidas políticas susceptibles de impulsar los cambios urgentes que reclama el país.

Lo más importante es definir el instrumento del cambio democrático y los medios de activación. Quisiera ratificar que el país no debe, no puede ser arrastrado a prodigarse en formulas invasoras o de fuerza que Venezuela no necesita ni merece. Debemos entender que la solidaridad democrática para con Venezuela no cesa sino que sigue creciendo y es parte fundamental de la visión de la Unión Europea, la OEA y muy probablemente de EEUU, después del reconocimiento de la victoria del presidente Biden. Todos esos poderosos factores, más España y América Latina, ratifican que nuestro país saldrá de la tragedia que lo oprime mediante elecciones universales, directas y secretas, para lo cual es vital sumar, sumar y sumar factores nuevos, incluso procedentes de filas de desengañados del oficialismo, y adicionalmente unir, unir y unir las filas opositoras y disidentes con mucha mano tendida y descargando los espíritus de odio, venganza, revanchismo y paremos de contar.

Si en los primeros días del próximo año pudiéramos echar los cimientos de la unidad y avanzar hacia los importantes comicios que nos esperan, lo natural y lógico será el florecer de los partidos democráticos armados de vocación electoral comprobada.

Para que así ocurra hay que nadar contra las pantanosas aguas del desprestigio acumulado contra la idea misma de “partido”. Mientras no nos liberemos de ese error que con el tiempo se ha consolidado como prejuicio, nos negaremos a hacer uso de las muchas variantes utilizables de la política en tanto que arte y ciencia. Semejante automutilación intelectual marca el hondo abismo que la separa de la piratería.

En conclusión, para salvar y reactivar la democracia hay que salvar y reactivar los partidos democráticos. Solo así podrá hablarse de la democracia posible, la democracia de partidos.

Twitter: @AmericoMartin

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Carlos Raúl Hernández

La voluntad conjuga razón y pasión, hace a los hombres cambiar sus vidas, y dominar la naturaleza para ponerla a su servicio, según Schopenhauer. La voluntad hizo que el homo sapiens saliera de las cuevas a posesionarse del planeta, viva hoy en rascacielos y lance misiones a Marte. Pero la política es la emperatriz de la voluntad, la negación de los determinismos que nos conciben papagayos de fuerzas ciegas sobre las que no tenemos incidencia.

En la Edad Media éramos esclavos del designio divino, y en la modernidad el nuevo amo son las leyes de la naturaleza. En desmedro de los determinismos, podemos volar derrotando la gravedad y alguien caminó por un cable entre las fenecidas torres del World Trade Center. Las condiciones son meros obstáculos a dominar para existir. Hace años, la esposa de un amigo dio a luz un niño que al nacer enfermó gravemente.

Lo acompañaba en la clínica y ante mis insustanciales palabras de aliento, muy triste me dijo “hermano: él da la batalla contra la primera prueba que le pone el mundo. Yo lo espero”. La enorme influencia del marxismo en la cultura (de cada diez términos políticos, siete provienen de él) nos grabó la ficción de Marx de que somos “reflejo” de las condiciones materiales, especialmente económicas, las relaciones sociales de producción.

Esa es una puerilidad mecanicista de la era del positivismo que impide comprender la condición humana. Funda una nueva teleología. El destino está escrito y el socialismo y el comunismo son etapas necesarias, naturales, inevitables, el final da la evolución social, por lo que Popper se pregunta con candidez “¿será necesario hacer partidos políticos para que llegue la primavera?”. La voluntad no es voluntarismo, repetir acciones vacías como una máquina dañada, según a veces se entiende.


Lo imposible es lo necesario
Si queremos algo, la voluntad nos hace buscarlo con pasión y razón, decisión e inteligencia, y lo obtendremos conforme nuestra capacidad de entender lo real, y por sobre los que se nos oponen. Que los rusos juegan no es un chiste, sino verdad esencial en un mundo contradictorio. Napoleón destruido y prisionero, se fugó de la isla de Elba, invadió Francia con treinta soldados, y en tres meses estaba de nuevo al mando (nunca pidió condiciones).

Colón tampoco las exigió para asaltar el Mar de las Tinieblas, sino con inmenso coraje, sabiduría de cartógrafo y navegante, se lanza a una empresa “suicida”. Leónidas, con trescientos hombres, bloqueó la estrecha garganta de las Termópilas y el paso a tres cientos mil persas, para dar tiempo a que los griegos se reorganizaron y detuvieran la invasión.

Lenin era un cadáver político en abril de 1917 (“pobre Lenin. Iré a visitarlo” dijo el presidente Kerensky), seis meses después, era el nuevo zar de Rusia. Perón estaba preso el 17 de octubre y el 18 era el jefe virtual de Argentina, gracias a que Evita no se consoló con lamentarse, e hizo lo necesario para lo imposible: que las masas lo liberaran.

Muchos tratadistas subestiman que en la política la esencia es la acción y no las condiciones. Describen los fenómenos como si estos ocurren, sin ver que lo fundamental es que ocurren porque los protagonistas los hacen. Vivimos en sociedades estables, funcionales, pacíficas y eso lo damos por normal, igual que al despertar no preguntamos si el piso estará ahí.


Los que gobiernan
La política mantiene (o destruye) la cohesión social, porque contrarresta (o estimula) las fuerzas entrópicas, desorganizadoras, consustanciales a los sistemas. Las ciudades tienden a producir basura, y gobernarlas significa contrarrestar esa tendencia. Las sociedades no se desestabilizan, sino que las desestabilizan los actores. Gran parte de la sociedad no entiende, no se da cuenta o desconoce esa función de la política.

Por eso es imperativo categórico kantiano: si el gobierno es caos, que la oposición sea el orden. Aparecen antipolíticos, que irrumpen desde otros oficios, y hacen política denigrando de la política. Son antisistema, rompen el consenso básico de las instituciones y la cohesión social. Encarnan fracciones de las clases medias ilustradas, poseedoras de la razón técnica, los conocimientos profesionales, y desprecian ese oficio porque no se aprende en academias.

Muchos premios nobel viven en EEUU, pero su presidente fue un gañán adorado por media ciudadanía. El neurocirujano tiene en su bisturí una vida, pero quien gobierna hace o evita la guerra. Un brillante biólogo Ph. D. subestimó la política en un debate con un ejemplo nacional corriente. Alguien le respondió que la academia es invalorable capital social, pero que los presidentes, malos o buenos, de todos los físicos, biólogos, neurocirujanos y demás, se hacían en la política.

Platón en su madurez abandonó la utopía del gobernante sabio que él mismo había creado, por el gobierno de las leyes. Quien dirige debe saber específicamente de política, o sea conducir, conciliar, trazar estrategias y metas viables, y rodearse de quienes complementen su normal falta de sapiencia en diversas ramas. Dirigir no es saberlo todo, ser un erudito, sino contrarrestar la entropía del sistema. Los antipolíticos suelen ser más bien saltapericos que queman al público.

@CarlosRaúlHer

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Fernando Mires

Para Luis Manuel Otero Alcántara, líder del recién aparecido Movimiento San Isidro (MSI), el fin del “diálogo” no fue una sorpresa, solo “una reacción avisada” (sic).

Luis los conoce, sabía a lo que se enfrenta: un gobierno sin capacidad de diálogo con sus ciudadanos que, si dialoga, lo hace como maniobra de guerra destinada a distraer al enemigo. Así ocurrió después de las casi cinco horas del infructífero diálogo que tuvo lugar entre el ministro de cultura Fernando Rojas y representantes del MSI.

Siguiendo la versión del diálogo dada a conocer por los jóvenes del MSI, el ministro no respondió a la mayoría de las intervenciones, mucho menos a las preguntas de los participantes. Fue un diálogo entre seres parlantes con un ministro semisordo y monosilábico.

Puede ser que Rojas al aceptar dialogar hubiera sido activado por un rayo de buena voluntad. El problema es que ni él, ni ningún miembro del gobierno, sabe dialogar. Los silencios del ministro son los de un régimen afónico y, por lo mismo, anti-político. En cualquier diálogo están condenados a ser derrotados.

Ningún miembro de la nomenclatura está en condiciones de lidiar gramaticalmente. En un no lejano pasado repetían frases de Fidel y con eso se las arreglaban. Pero hoy no pueden repetir las de Díaz Canel pues el primer mandatario solo es un engranaje más de una maquinaria burocrática y represiva, un funcionario oscuro, un Breschnev a la cubana. Con esos autómatas – sobre todo cuando no están programados - nadie puede dialogar. Cuba ya no es castrista pero nunca será canelista.

Al saber de la orfandad en que se encontraba el ministro de cultura frente a los jóvenes artistas e intelectuales, los burócratas decidieron patear la mesa. ¿Qué ofrecieron a cambio? Lo que Otero Alcántara esperaba: detenciones, arrestos domiciliarios y, sobre todo, injurias a los miembros del MSI (mercenarios al servicio del imperialismo, enemigos de la revolución, traidores a la patria: lo usual).

Hasta Silvio Rodríguez, casi siempre más castrista que Fidel, no pudo ocultar su indignación. Sus palabras fueron balas: “Sí, da la impresión de que se agarraron de lo que fuera para suspender el diálogo, para quitárselo de arriba. Suena a orientación superior”. Puede que después, de acuerdo a su costumbre, Silvio Rodríguez tenga que retractarse de sus palabras. Pero lo dicho, dicho está.

Lo cierto es que con el rechazo al diálogo, la nomenclatura cubana ha marcado un punto de ruptura con el propio castrismo. En gran medida Fidel y Raúl intentaron mantener vínculos con grupos artísticos e intelectuales afines al régimen. Los astutos hermanos sabían que toda dictadura requiere de un mínimo de legitimación y que esta solo puede ser producida por artistas, intelectuales o – en los países islámicos – sacerdotes e imanes. Con la ruptura del diálogo la dictadura cubana ha renunciado a su legitimación cultural. De ahora en adelante solo dominará sobre las bases de un pasado que nadie recuerda ni quiere recordar y de un futuro que cada día se ve más tenebroso. En Cuba gobierna una secta a la que la palabra “revolución” le queda muy grande.

Toda dictadura necesita de una ideología o por lo menos de un consenso cultural. Hitler, Stalin, Castro, entre otros, gustaban rodearse de intelectuales y artistas. Sin ellos sus regímenes habrían sido dictaduras sin carisma. La de Díaz Canel es ya una dictadura sin carisma.

El último intento por rescatar algo del carisma cultural de la “revolución” tuvo lugar hace algunos años (2016), cuando Raúl utilizó el proyecto de distensión económica que le brindó Obama. Durante un corto lapso, artistas e intelectuales, entre ellos los Rolling Stones, viajaban a Cuba llenos de ilusiones, creyendo de buena fe que con sus talentos aportaban a la recuperación de la democracia en la isla. Pero esa primavera cubana duró muy poco tiempo. Raúl y sus esbirros se dieron cuenta de que toda apertura democrática conduce a su sepultura política.

La de Díaz Canel ya no es más que una dictadura de subsistencia; su único objetivo es sobrevivir. Durante Trump obtuvo cierto respiro. El boicot que nunca fue tal, permitió a los detentores del poder presentarse como víctimas ante las izquierdas del mundo. Con el liberal Biden ni siquiera ese pretexto les servirá. Como toda dictadura, sin comunicación con el mundo interno ni externo, la cubana habrá entrado en su última fase. Una última fase que puede ser muy larga. El aparecimiento del MSI solo anuncia una dura lucha por la democracia. Probablemente le sucederán otras iniciativas civiles.

Naturalmente, los disidentes políticamente organizados necesitarán del apoyo de la comunidad internacional. Pero el centro de la lucha deberá ser mantenido en la isla. Los del MSI conocen mejor que nadie el terreno que pisan. Frente a una dictadura sin ideas pero con mucho fierro, deberán tragar algunas derrotas y fracasos. Los procesos liberadores nunca han sido verticales.

Ojalá Biden no incurra en el horrible error que cometió Trump en Venezuela al cooptar a la dirigencia de la oposición y subordinarla a los aparatos operativos de su gobierno. Si movimientos como el MSI conservan su independencia política y mantienen la línea pacífica, democrática y cultural que en estos momentos buscan imprimir a sus acciones, los signos agónicos de la dictadura no tardarán en manifestarse. La democracia, al fin y al cabo, solo puede ser conquistada por demócratas.

Lo más importante de todo, y ese es el mérito grandioso del MSI, es que el silencio ya ha sido roto. El silencio es hoy un grito. Como dice la canción Ángel para un final de Silvio Rodríguez:

Cuentan que cuando un silencio aparecía entre dos

era que pasaba un ángel que les robaba la voz

y hubo tal silencio el día que nos tocaba olvidar

que de tal suerte, yo todavía, no terminé de callar.

Los jóvenes y los no tan jóvenes disidentes cubanos tampoco terminarán de callar. Esto se está poniendo bueno chico.

6 de diciembre 2020

Polis

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José Antonio Gil Yepes

Aunque estamos en elecciones, ya sabemos los resultados, por lo que creo que es conveniente destacar el aspecto que más le interesa a la población que sufre y espera un rescate económico.

Estamos acostumbrados a que el tema petrolero ocupe un sitial predominante en nuestros análisis sobre el bienestar, este tema hoy es doblemente relevante, pero por razones distintas a las tradicionales: Primero, porque Venezuela ya no es un exportador de importancia en el mercado mundial petrolero. Segundo, porque es muy difícil que vuelva a serlo. Tercero, porque la gran oportunidad para diversificar nuestra economía y democratizar al país dependen de la lentitud y moderación -no de la velocidad y magnitud – con que se recupere la producción de hidrocarburos.

Es muy difícil que el país vuelva a ser un player importante en el mercado mundial petrolero porque, desde 2014 se observa una tendencia excedentaria en la capacidad instalada de producción sobre el volumen de la demanda. De allí los precios bajos. La pandemia vino a agravar esta tendencia debido a que la cuarentena impuso una caída del PIB mundial y, por ende, del consumo de energía y, particularmente, del transporte, del cual depende buena parte de la demanda petrolera. La respuesta de la mayoría de los grandes productores y exportadores de hidrocarburos fue cerrar unos 30 MM BD de producción. Es decir, que antes de invertir en nuevos campos petroleros o en la reactivación de los existentes, las grandes petroleras esperarían que se supere la pandemia y se recupere el PIB mundial. Por lo que quienes recuperarían la producción en Venezuela, no estarían en disposición ni capacidad de hacerlo.

Así y todo, en la medida que la economía mundial se recupere, tenderá a aumentar la demanda de energía, pero el calentamiento global y la conciencia ambientalista están creciendo, fomentando la incorporación de fuentes de energía no contaminantes que sustituyen al petróleo. La peor noticia para los petroleros en este sentido es que el gobierno de Joe Binden, a través de su nueva política de Clean Energy, buscará sacar a su país de la cuestionada posición en que Donald Trump lo colocó al deslindarse de todos los pactos conservacionistas internacionales.

A pesar de lo dicho, es posible que aparezcan inversionistas en Venezuela atraídos por sus reservas petroleras, ubicación geográfica y nexos con el régimen que neutralizarían la inseguridad jurídica que ha caracterizado la era chavista. Pero, lo más probable es que su inversión sea más para tomar posiciones en las alianzas estratégicas para controlarlas, pero no necesariamente para producir hasta que no estén seguras de que una producción adicional no bajaría los precios. Así sucedió en el Proyecto Cristóbal Colón para la producción de gas libre, proyecto que fue bloqueado por los socios de PDVSA que ya tenían una amplia participación en el mercado mundial de este commodity. En todo caso, una moderada inversión podría dirigirse a recuperar una primera camada de pozos que no suponga grandes inversiones, lo cual nos puede llevar a producir hasta unos 700 MBD en un par de años y un millón de BD en tres o cuatro años; siempre dependiendo de la intersección entre la recuperación del PIB mundial, la sustitución del petróleo por otras fuentes y de los desarrollos tecnológicos que vienen incrementando la Eficiencia Energética.

Como la economía venezolana ni sus gobiernos se pueden estabilizar con esos niveles de producción tan bajos, en la medida que eso sea así, a quien quiera que gobierne, se le presenta la opción de liberar la economía, abrirla, dolarizarla, privatizar las empresas del Estado (Ley Antibloqueo), con las consecuencias favorables de diversificar la producción y las exportaciones, así como las fuentes fiscales y de divisas. Todo lo cual redundaría en un mayor bienestar económico y en un mayor pluralismo político y democratización del país. Por el contrario, en la medida que la producción petrolera repunte y el gobierno de turno, del color que sea, pueda re estabilizarse con los ingresos petroleros, las probabilidades de diversificación de la economía y sus exportaciones se reducen porque se reducirían la liberación, la privatización, la dolarización, se mantendrían el bolívar como moneda, la política monetaria y la consiguiente emisión inorgánica de dinero, la sobrevaluación de la moneda y la concentración de las exportaciones en petróleo, oro, coltán, etc. Todas ellas fuentes rentísticas con las que el gobierno de NM ha buscado recuperar su capacidad fiscal y evitar la democratización económica y política del país. Creo pues que a los venezolanos amantes de la libertad y el bienestar nos conviene que el petróleo se recupere muy lentamente, que las otras fuentes rentistas no prosperen para que quienquiera que gobierne se vea obligado a dejarnos trabajar en paz.

@joseagilyepes

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Ismael Pérez Vigil

El domingo 6 de diciembre, con unas elecciones parlamentarias a su medida, cuyo resultado todos conocemos hace meses, el régimen concluye un capítulo de su estrategia de mantenerse en el poder a cualquier precio. Para ello requería recuperar el control de la Asamblea Nacional (AN), que perdió en 2015; ¡Y vaya si le ha costado trabajo recuperar la AN! ¡Ese es un logro que nadie le puede negar a la oposición democrática!

Desde el mismo mes de diciembre de 2015, cuando perdió el control de la AN, casualmente también un 6 de diciembre, hizo todo tipo de esfuerzos, la mayoría ilegales y abusivos, como es su característica esencial, para recuperarla. Creo que son todos bien conocidos y basta con enumerarlos, sin entrar en mayores detalles; comenzando por desconocer diputados electos, pasando por perseguir y allanar ilegalmente la inmunidad parlamentaria de otros, designando ilegalmente magistrados del TSJ –que acorralaron e “invalidaron” las decisiones de la AN–, eligiendo inconstitucionalmente una Asamblea Nacional Constituyente, que fue desconocida nacional e internacionalmente, y que al final desechó por su inutilidad e incapacidad de cumplir su tarea; trató igualmente de corromper diputados y logró comprar algunos para intentar una directiva paralela, apócrifa, que tampoco le dio resultado y al final, todo quedó en privar a la legítima AN de su sede y obligarla a legislar fuera del hemiciclo o de manera virtual, tras declararse la pandemia del Covid19.

Como nada de eso dio resultado, ante la firme resolución de los diputados de mantener sus curules y representación popular, el régimen finalmente apeló a “organizar” unas elecciones, asegurándose para ello una “oposición” a la medida y estimulando la no participación y abstención de la mayoría democrática.

Todo lo realizado para lograr una AN a su medida, le sirve también para su objetivo general de destruir la democracia. Democracia y dictadura –o gobierno totalitario o autoritario, escoja el término que más le guste, pues para efectos prácticos es lo mismo– son dos términos que se excluyen.

Lo único que Hugo Chávez supo hacer bien desde un principio fue montarse en el discurso populista de la “antipolítica”, tan de moda hoy con “indignados” dispersos por todo el mundo y se lanzó también por otra vía de ese virus populista: acusar a los políticos de “corruptos”, señalando que esos eran los que le “quitaban el pan al pueblo” y que él iba devolverle al pueblo lo que le habían quitado los políticos corruptos; él iba a “freír en aceite las cabezas de los adecos”… y acabar con los partidos corruptos… y lo hizo, prácticamente acabo con los partidos.

Desde luego Chávez, no acabó con la corrupción, la potenció. Pero si acabó con las instituciones, el congreso, los partidos –en la Constitución Bolivariana ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado– modificó la composición del TSJ, cambio a capricho la constitución y los símbolos patrios, y un largo etcétera que no vale la pena volver a enumerar. Y esa tarea la continúa hoy su sucesor, designado por él, desconociendo a la AN, persiguiendo y encarcelando diputados y líderes políticos, inhabilitando a los partidos, quitándoles sus colores, símbolos, directivas y sedes y poniéndolos a formar parte del sainete de una elección parlamentaria, que al final está siendo desconocida también por una buena parte de la comunidad internacional democrática y una gran parte de la sociedad civil, no política, venezolana: Iglesias y confesiones religiosas, academias, universidades y movimientos estudiantiles, sindicatos y gremios, entre otros.

Pero esos cuatro puntos: tomar el control de la AN, intentar acabar con los partidos políticos y con la democracia –por parte del régimen–, el pronunciamiento en contra de la comunidad internacional democrática al respecto y la situación de caos económico, social y político en el cual el régimen ha sumido al país, forman la base de la agenda de la oposición democrática para recomenzar la tarea de reconstruir el país.

La agenda de la actividad de reconstrucción de la oposición democrática comprende moverse en múltiples escenarios. El orden no es indicativo de nada y no agota los innumerables temas posibles. Entre los más importantes puntos de dicha agenda, de lo más particular e interno a los más general y externo, se encuentran:

Primero, hay una tarea o área de actividad inmediata que es la reconstrucción de los partidos políticos; el régimen al destituirles sus autoridades legítimas, despojarlos de sus símbolos, colores, sede y recursos, pretendió acabarlos y utilizarlos para sus planes de dominación política; pero esto puede ser la oportunidad que se abre para iniciar o terminar el proceso de renovación y transformación interna de esos partidos, que sin duda es materia pendiente desde hace más de tres décadas. Una vez más sostengo que debemos ayudar y colaborar en la reconstrucción de los partidos, esencia del sistema democrático.

Segundo, hay una tarea de reconstrucción necesaria de la base de apoyo de la oposición democrática; de esa inmensa cantidad de personas –que se cuentan en millones–, los miles de organizaciones de la sociedad civil y grupos muy activos en la resistencia al régimen desde 1999, dispuestos siempre a defender sus derechos, que han marchado, protestado, manifestado, votado en elecciones y referendos, participado en recolección de firmas y un sin número más de actividades, bien conocidas todas.

Naturalmente las nuevas circunstancias políticas del país, con el régimen de nuevo controlando todas las instituciones, requiere de una planificación y propuestas de actividades políticas más seguras. Que permitan adquirir confianza a este sector que ha sido fiel a las directrices políticas, unas veces acertadas y otras no. Este sector, aunque por momentos luzca cansado y desmotivado, siempre se puede contar con él, pues sabemos que se puede reactivar en cualquier momento, si se logra dar con las ideas y las actividades a las que les encuentre sentido. Este es un sector ya ganado para la causa de la reconstrucción democrática del país y que se le debe brindar instrumentos organizativos, que le permitan canalizar su lucha y la disposición que ha demostrado de resistir a la dictadura.

Tercero, la oposición debe dirigir una acción específica a una inmensa mayoría del país, que permanece más indiferente a la actividad política, que no se involucra y que incluso en determinados momentos ha apoyado la demagogia y el populismo del régimen. Ese sector de la población está representado en varios millones de venezolanos, algunos de los cuales han cruzado las fronteras del país huyendo de la miseria o en la búsqueda de las oportunidades que aquí no tienen; pero otros permanecen en el país, muchos de ellos sumidos en la profunda crisis humanitaria, tratando de sobrevivir, a estos se les deben brindar propuestas, soluciones, metas a alcanzar y sobre todo una finalidad y un propósito por el cual entiendan que vale la pena seguir al liderazgo opositor

A ese sector, especialmente, se deben dirigir, debidamente “traducidas” para su comprensión, las propuestas del llamado Plan País, en el que trabajaron miles de personas, que contiene alternativas de solución para cada uno de los problemas que acogotan a los venezolanos, y que inexplicablemente no ha sido difundido de manera masiva, en un lenguaje que pueda ser comprendido por todos y expresado en términos suficientemente emotivos, capaces de entusiasmar a los venezolanos en los objetivos que se plantean. No olvidemos que entre estos están, los miles que todos los días, por los más variados motivos, protestan y manifiestan su descontento. Esa es una bandera política cuya organización la oposición no puede seguir ignorando.

Cuarto, la oposición debe dedicar un esfuerzo importante a mantener contacto y relación con la comunidad internacional –la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos, el Grupo de Lima, el Grupo Internacional de Contacto, la Oficina del Alto Comisionado de las ONU para los derechos humanos, y el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos, y otros– que durante los dos últimos años han sido aliados y soporte de la Asamblea Nacional electa en 2015 y del gobierno interino designado en 2019.

Las dictaduras no salen solas, hay que empujarlas desde adentro y jalarlas desde afuera; siempre hemos sostenido que el factor crítico de éxito para resolver la crisis política en Venezuela es una presión de pinza, interna y externa, que obligue al régimen o le haga entender que su mejor salida es buscar una negociación para dejar el poder.

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