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Opinión

Kevin Casas

En 1932, James Kerr Pollock inició su estudio clásico sobre el financiamiento de campañas electorales con una advertencia: “La relación entre dinero y política se ha convertido en uno de los grandes problemas del gobierno democrático”. En el libro, llama a la opinión pública a darse cuenta de que “una vida política saludable no es posible si el uso del dinero no está sujeto a limitaciones”. Las nueve décadas transcurridas desde entonces han confirmado la clarividencia de Pollock. El financiamiento de la política se ha convertido en una permanente amenaza a la integridad y la calidad de la democracia en todas partes del mundo. Así es en América Latina. La experiencia reciente de la región ofrece lecciones importantes sobre la urgencia de enfrentar este desafío y los límites de la ley para hacerlo.

En el último lustro, América Latina ha sido sacudida por una sucesión de grandes escándalos de corrupción, casi todos con una relación directa o indirecta con el financiamiento de campañas. Así fue con la Operación Lava Jato en Brasil, donde el monumental desfalco de Petrobras terminó alimentando las arcas de casi todos los partidos. Fue así también con el saqueo del Instituto Hondureño de Seguridad Social, del cual, presumiblemente, cientos de miles de dólares fueron a parar a la primera campaña del presidente Juan Orlando Hernández. Lo fue, asimismo, con los casos de los conglomerados Penta y Soquimich en Chile, que develaron una trama de financiamiento ilegal y evasión fiscal que salpicó prácticamente a todas las agrupaciones políticas, incluyendo las campañas de la expresidenta Michelle Bachelet y del actual mandatario Sebastián Piñera. Y así fue, sobre todo, con la maraña del caso Odebrecht, cuyas ramificaciones se han extendido como una mancha por todo el continente.

Cada uno de estos escándalos ha sido un trauma para la democracia en la región. Como mínimo, todos han servido para confirmar la ominosa percepción de que los sistemas políticos sirven, fundamentalmente, a los “enchufados” en el poder. De acuerdo con datos de Latinobarómetro, un 79 por ciento de los latinoamericanos está convencido de que en su país se gobierna en beneficios de unos cuantos grupos poderosos. El financiamiento de la política y la corrupción derivada de ella ayudan a explicar algunas de nuestras desventuras políticas presentes.

No es casual, entonces, que los últimos años hayan visto también una serie de esfuerzos regulatorios que, en general, han buscado limitar las fuentes de financiamiento partidario, poner topes al gasto electoral y endurecer las sanciones a las violaciones de la legislación. Todo eso está bien. El gran problema es que la proliferación de nuevas normas esconde mal el desafío más serio que enfrentan las democracias de la región en esta materia: el abismo que separa a la legislación de su aplicación práctica.

A América Latina no le faltan normas. Por el contrario, ha sido pionera para legislar. Basta recordar que fueron dos países latinoamericanos —Uruguay y Costa Rica— los primeros en el mundo en introducir subsidios estatales para los partidos.

Con altas y bajas, hoy todas las democracias latinoamericanas tienen legislación para lidiar con el financiamiento político. El problema es otro y nos lo recuerda el demoledor informe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) de 2015 sobre el financiamiento político en Guatemala, que estimó que el 75 por ciento de los fondos que entran a las campañas en ese país tienen por origen el crimen organizado o contratistas del Estado, casi siempre involucrados en diversas estructuras de corrupción. El caso Odebrecht resulta revelador: diecisiete de dieciocho países de América Latina prohíben desde hace mucho las contribuciones de origen extranjero a las campañas. El empresario brasileño Marcelo Odebrecht y sus cómplices no se dieron por enterados. La verdad descarnada es que, pese la profusión de normas, casi en ningún país de América Latina se sabe quién financia la política.

Para enfrentar con alguna posibilidad de éxito este enorme reto hay mucho por hacer.

Lo primero y más importante es fortalecer la aplicación de los controles existentes. Crear departamentos especializados en las autoridades electorales —como lo han hecho, por ejemplo, Costa Rica, México y, más recientemente, Honduras— y dotarlos de recursos debe ser una prioridad. Del mismo modo debe serlo establecer un sistema creíble de sanciones, que incluya la posibilidad de perder el cargo para quien resulte electo como resultado de una campaña que transgreda la normativa de financiamiento. Ese principio, de vieja data en democracias como Francia y la India, ya ha sido adoptado en Chile y México.

En segundo lugar, es preciso resistir el impulso demagógico de reducir al mínimo los sistemas de financiación pública, que en nuestra desigual región son uno de los pocos instrumentos para favorecer la equidad electoral y compensar el abrumador peso del financiamiento empresarial. En la gran mayoría de los países latinoamericanos el financiamiento público para los partidos sigue siendo muy exiguo para hacer una diferencia en las campañas. Estos recursos no solo no hay que reducirlos: lo deseable sería expandirlos a las actividades regulares de los partidos, para que estos tengan la oportunidad de ser algo más que maquinarias electorales.

En tercer lugar, es deseable controlar los costos de las campañas mediante la restricción de la compra de publicidad y la introducción de un sistema subsidiado de franjas de publicidad en medios públicos y privados, asignadas de acuerdo con criterios de equidad. En diferentes variantes, ese sistema ha sido adoptado en Brasil, Chile, México, Ecuador y Guatemala. La publicidad es uno de los pocos rubros relevantes de gasto electoral que pueden ser fácilmente controlados. Entre criptomonedas, globalización del crimen organizado e instrumentos financieros que escapan a los reguladores más sofisticados, en el futuro nuestra única oportunidad para regular el papel del dinero en la política puede bien depender del control de los gastos y no de los ingresos de los actores políticos.

En cuarto lugar, es urgente prestar atención al nivel local de la política, el rincón al que rara vez se asoman los controles legales y mediáticos existentes, y el que, por mucho, alberga los peores riesgos de penetración del crimen organizado, como lo muestra la experiencia de Colombia y México.

Por último, es menester asumir una visión holística del problema. La regulación efectiva de la financiación de las campañas no debe ser vista aisladamente, sino como parte de un “ecosistema” de protección de la integridad, que también incluye normas sobre conflictos de interés, regulación de las actividades de cabildeo, declaración de activos por parte de funcionarios, reformas del secreto bancario y tributario, y protecciones a los denunciantes y, en especial, a la libertad de prensa. Todas estas normas deben marchar en la misma dirección. En ese sentido, el informe de la Comisión Engel, nombrada por la expresidenta Bachelet en 2015, un amplio esfuerzo para evitar conflictos de interés, tráfico de influencias y corrupción del que emergió la reciente reforma al financiamiento político en Chile, es un estupendo ejemplo para toda la región.

Tomar en serio los retos planteados por la financiación de la política es una tarea impostergable para la salud de la democracia en América Latina. Evadirla o reducirla a la promulgación de controles testimoniales, es condenar a nuestras democracias a vivir peligrosamente, cortejando un desastre que tarde o temprano llegará.

26 de julio 2019

NY Times

https://www.nytimes.com/es/2019/07/26/financiamiento-campanas/?action=cl...

 5 min


​José E. Rodríguez Rojas

El antiamericanismo forma parte de nuestro ADN cultural. Ello se ha reflejado en la relación conflictiva que el régimen chavista ha mantenido con los Estados Unidos. Paradójicamente, las evidencias apuntan a que una alianza con los Estados Unidos ha sido un elemento clave de la ruta al desarrollo de los países latinoamericanos que más logros han obtenido. Juan Guaidó está construyendo una alianza con el gobierno de los Estados Unidos, que retoma esta idea. Esto nos coloca en una posición muy ventajosa para impulsar el proceso de recuperación.

En su libro “Redentores” el historiador mexicano Enrique Krauze revisa el ideario de varios personajes claves en la historia de latinoamérica y concluye que una idea que nos identifica a los latinoamericanos es el antiamericanismo, el reconcomio frente a los Estados Unidos. Usualmente se cita una frase de Simón Bolívar para justificarlo. El Libertador señaló en una carta al coronel Patricio Campbell que “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. “Las Venas Abiertas de América Latina”, del periodista uruguayo Eduardo Galeano, es una obra muy bien escrita que ha alimentado esta idea. Una reseña del libro señala que “es un ensayo periodístico que contiene crónicas y narraciones que dan prueba del constante saqueo de recursos naturales que sufrió el continente latinoamericano a lo largo de su historia a manos de naciones colonialistas, del siglo XV al siglo XIX, e imperialistas, del siglo XX en adelante”.

Cuando habla de imperialistas obviamente se refiere a los Estados Unidos. La obra es un panfleto propagandístico con una precaria fundamentación; Galeano reconoce, en declaraciones recientes en una feria del libro, que no tenía los conocimientos en economía y política necesarios para hacer algo mejor, marcando distancia con su obra.

El régimen cubano y su conflicto constante con los Estados Unidos ha influido en el ideario de la izquierda jurásica latinoamericana agrupada en el Foro de Sao Paulo, que acusa a los Estados Unidos de un comportamiento imperial en relación a los países de la región, con la intención de someterlos como colonia y explotarlos. Esta ideología ha marcado la agenda del régimen chavista en su relación con los Estados Unidos, que se ha mantenido desde un inicio en una retórica antiamericana, a pesar de ser el coloso del norte nuestro principal cliente, retórica que progresivamente ha ido minando nuestra relación con la economía del norte.

Paradójicamente cuando examinamos los casos de tres de los países de América Latina que han logrado avances económicos considerables y algunos de ellos sociales, en las últimas décadas, constatamos que la alianza que han llevado a cabo con los Estados Unidos lejos de ser perjudicial los ha beneficiado, a tal punto que ha influido de manera determinante en su ruta hacia el desarrollo

La ruta hacia el desarrollo implicó en el caso de Chile un golpe militar por parte de la derecha que impidió el establecimiento de un régimen procastrista en el país austral. Aunado a ello la dictadura militar forjó un acuerdo con los economistas de la corriente monetarista de la Universidad de Chicago, una de las mejores instituciones académicas en los Estados Unidos. Producto de este acuerdo surgió la agenda de reformas liberales, que sería la base del legado económico de la dictadura que dio lugar al milagro económico chileno. A la larga, los partidos democráticos, como el socialista de Bachelet, incorporaron estas reformas a su agenda haciéndolas más inclusivas. (Rodríguez R., José E. 2019. Liberalismo y desarrollo en el Cono Sur. Dígalo ahí, 12 de julio).

En el caso de Colombia, el país hermano estuvo cerca de constituir un Estado fallido cuando las FARC se enfrentaron al gobierno colombiano, llegando a controlar buena parte del territorio, atentando contra la infraestructura productiva del país y limitando el desplazamiento de personas y empresas, forzando a cientos de miles de colombianos a emigrar. Gracias al fuerte liderazgo del presidente Álvaro Uribe y el apoyo financiero, militar y tecnológico de Estados Unidos, a través del Plan Colombia, se pudo derrotar a las FARC. Ante la posibilidad real de ser eliminados físicamente la guerrilla aceptó la sugerencia de su aliado, el régimen cubano, y acordaron negociar un proceso de paz con el gobierno de Santos, que ha contribuido a la recuperación económica del hermano país.

Colombia y Chile han firmado acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos que han impulsado su comercio e inversiones. Igualmente lo hizo México, que firmó un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, denominado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), a inicios de la década de 1990. El tratado ha potenciado el comercio y las inversiones extranjeras, lo que ha modificado la composición de las exportaciones mexicanas, convirtiendo en minoritarias las provenientes del petróleo. El incremento del comercio y de las inversiones ha devenido en un crecimiento de la economía que se ha ubicado en el onceavo lugar por encima de la de España, Corea del Sur y Australia (Rodríguez R., José E. 2019. La exitosa ruta de México hacia un país no dependiente del petróleo. Dígalo ahí, 22 de julio).

Los logros llevados a cabo por Chile, Colombia y México han posibilitado su ingreso en la OCDE llamado el “club de los países ricos” donde se codean con las naciones más desarrolladas del mundo como Estados Unidos, Canadá, los países europeos, Japón y los gigantes de Asia como la India y China.

De estos tres casos se concluye que una alianza con Estados Unidos es clave para encaminarse y avanzar en la ruta del progreso económico. Esto avala la gestión de Juan Guaidó quien ha nucleado a su alrededor a un grupo de expertos en petróleo, economía, finanzas y diplomáticos que lo han ayudado a elaborar un plan económico y construir una alianza con los sectores anticastristas del congreso de los Estados Unidos y el gobierno de este país; logrando su apoyo para defender los intereses de PDVSA en el extranjero. Creando las bases para lograr el apoyo de los Estados Unidos a un paquete de ayuda del FMI, que permita resolver el tema de la deuda y aliviar la crisis humanitaria, así como la apertura de la industria petrolera a la inversión extranjera.

Esta alianza constituye un avance invalorable que nos coloca en una posición sumamente ventajosa para impulsar la recuperación de la economía, una vez que el usurpador abandone el poder.

Profesor UCV

 5 min


No hay duda de que la edad de una población define la expectativa de vida productiva promedio; se presume que cuanto más jóvenes son los individuos, mayores serán las oportunidades de seguir haciendo, prolongándose cada vez más las posibilidades de un vivir productivo con calidad, máxime cuando en estos tiempos, y sin temor a equivocarnos, en los por venir, las exigencias laborales son y serán cada vez menos demandantes físicamente.

La realidad señala que la coexistencia de jóvenes y viejos, interactuando en condiciones de igualdad deja de ser un problema de años para pasar a ser uno de competencias y que las mismas solo se logran a través de procesos formativos y con el ejercicio continuamente perfectible de lo que se ha aprendido.

Por si no ha quedado claro, lo importante no son los años que tienes sino lo que sabes hacer y como lo haces, y en condiciones de competencias igualadas, los más jóvenes están llamados a ser los que asuman las responsabilidades de avanzada, mientras que los mayores se ocupen de apoyar los nuevos desafíos utilizando sus experiencias como referencia.

Lo anterior es relativamente fácil de implementar en desempeños laborales que exigen exclusivamente conocimientos y experiencias, no siéndolo así en los que se demandan, adicionalmente, principios y valores, elementos estos que se adquieren inicialmente en el seno familiar y posteriormente en el entorno social cercano en que el que se han desenvuelto los individuos.

Por lo tanto, preocupa una política que carezca de principio y valores expresados a través de doctrinas claras, que le indique a la gente que puede esperar de aquellos que aspiran a ser sus representantes y ofrecen legislar o gobernar para su beneficio y no del de ellos y su círculo “intimo”.

Venezuela necesita regresar a la pluralidad con honestidad; podemos y debemos disentir en todo aquello en lo que no estemos de acuerdo, pero tenemos que respetarnos y ese respeto solo puede consolidarse al reconocernos como demócratas con escrúpulos, lo que no es una redundancia. Una vez logrado ese reconocimiento, alcanzar acuerdos en torno a políticas qué, reconociendo la libertad como valor fundamental, tengan en cuenta que la misma nunca será posible a menos que reduzcamos al máximo las desigualdades y que ello ocurrirá si todos tenemos acceso garantizado a las oportunidades de educación, salud, trabajo y vivienda, sin olvidar al indispensable tiempo para el esparcimiento.

La corrupción nos ha venido cercenando el mencionado acceso y su erradicación debe ser propósitos firmes que nos acompañen en los esfuerzos por construir ese país que queremos. Jóvenes y viejos debemos asumir el compromiso, siempre recordando que indefectiblemente y por fortuna, dirán muchos, los unos irán reemplazando a los otros.

 2 min


Alexis Rodríguez-Rata

Se ha hecho muy conocido cuando la Tercera Vía de economía mixta y reformismo inspiraba al nuevo Partido Laborista liderado por Tony Blair. El joven, simpático y sonriente “premier” británico era la sensación en un Viejo Continente que buscaba la novedad en una izquierda algo decaída tras el auge del neoliberalismo. Y él se inspiraba en quien aún es uno de los profesores universitarios, pensadores y escritores más leídos, seguidos y de mayor influencia pública del Reino Unido desde –según no pocos– John Maynard Keynes.

Hoy Anthony Giddens (Londres, 1938) sigue en primera persona el Brexit, como lord en la Cámara Alta del Parlamento británico, defendiendo posiciones proeuropeas en un país que votó por el leave y denunciando –como sociólogo de cabecera que es– la ceguera de obviar la realidad y las consecuencias en todo ello de la revolución digital en marcha.

–Son varios los partidos populistas que a lo largo de Europa siguen parte de las políticas proteccionistas de Donald Trump. Y están ganando cada vez más y más apoyos. ¿Son la representación de los nuevos y “duros” tiempos que están por llegar a Europa?

Hay una serie de cambios y tensiones paralelas que son visibles en las democracias liberales occidentales de hoy y, es más, incluso a lo largo y ancho del mundo. En breve, son estas: la ruptura de los anteriores sistemas de partidos, el vaciado del centro político, el auge de los nuevos partidos ‘insurgentes’ y el declive de la socialdemocracia.

Hay versiones del populismo tanto a derecha como a izquierda, pero la tendencia más visible es el resurgir de la extrema derecha en paralelo al auge de líderes demagógicos como Donald Trump en EE.UU. o Viktor Orbán en Hungría. En todo caso, en casi cada Estado de la UE, y en EE.UU., hay grandes oposiciones al populismo de derechas. La historia de las elecciones europeas de esta época tristemente no será solo el de la influencia del populismo de derechas, sino una lucha más compleja y diversificada.

–La crisis económica y financiera ha llevado a una política y social. El Brexit, el auge de las nuevas fuerzas populistas en los diferentes países europeos… En cierto sentido, los valores fundacionales de la UE están en cuestión. ¿Cree que la integración europea sobrevivirá? Y si es así, ¿cómo?

La crisis financiera mundial y sus consecuencias son, en efecto, la base de algunos de los cambios políticos de esta última década. En muchos países los salarios reales se han estancado y las desigualdades se han vuelto más extremas. Aunque igualmente importante es la aceleración de la revolución digital, que desde mi punto de vista es, hoy, el cambio más relevante que afecta a nuestras sociedades. En casi todos los estados europeos la manufactura está en fuerte declive, y la principal razón no es la deslocalización sino la automatización, que se ha acelerado en los últimos años por la economía digital –además de venir acompañada por un incremento de la inestabilidad económica. Son cambios que irremediablemente han alterado la política. Esto no es una historia del auge del populismo de derechas sino la emergencia de un ámbito político diversificado y cambiante.

–“Unida en la diversidad” es el lema de la UE. ¿Tiene alguna posibilidad de sobrevivir en un tiempo de políticas identitarias como, por ejemplo, vemos en Hungría, Polonia, Italia y en cada vez más países europeos?

“Unida en la diversidad”, en las actuales circunstancias, me parece un lema todavía más importante que antes para la UE, si bien hoy esa diversidad trasciende a los Estados y se refiere a las divisiones transversales que ya tienen nuestras sociedades. Los partidos populistas de derechas no dudarán en sacar ventaja de ello y la composición del Parlamento Europeo cambiará, pero la UE sobrevivirá y superará estas transformaciones.

Y para suponer esto hay razones positivas y negativas. No sé ver cómo cualquier Estado miembro podría unilateralmente dejar la eurozona, y aquí no importa lo que digan los partidos populistas. Si sucediera, habría una inmediata reacción adversa contra ese país por parte de los mercados financieros globales, como ha pasado en el caso de Grecia y como podría ser ciertamente el caso si, por ejemplo, Italia busca seguir un camino similar.

Desde un ángulo más positivo, la UE es todavía crucial si los Estados europeos quieren tener influencia en un mundo marcado por el retorno de la geopolítica. Están en marcha enormes cambios geopolíticos en la sociedad mundial. Estamos en el umbral del siglo asiático. Y para conservar el poder los estados deben actuar colectivamente.

–Cayeron las fronteras, se creó un pasaporte y una moneda común, pero Europa no ha sido capaz de dotarse de una identidad europea, los ciudadanos europeos todavía mantienen como su principal referencia las fronteras nacionales. ¿Realmente es posible construir una identidad europea? Y en tal caso, ¿qué hay que hacer para hacerla tangible y perdurable?

La UE es un híbrido y se mantendrá como tal sea cual sea la reforma futura que se realice. Hay muchas propuestas –de cara a una mayor democratización, para una gobernanza más efectiva de la eurozona, etc. –, pero no hace mucho tiempo, se veía de forma mayoritaria como un modelo para procesos de integración que podían pasar en cualquier parte y, al menos por ahora, esta visión ha desaparecido.

Hay un proceso de tira y afloje, y los partidos antieuropeos están ganando fuerza. Sin embargo, también han ayudado a generar un mayor activismo preeuropeo incluso en el país del Brexit, en el Reino Unido, lo que es relevante.

Los miedos sobre la inmigración y la reivindicación de preservar las identidades nacionales ante el multiculturalismo son ideas-fuerza del populismo de derechas, pero es que estas mismas cuestiones se deben tratar, sí o sí, a un nivel europeo, a un nivel transnacional. Las reformas como las defendidas por Emmanuel Macron son, ciertamente, necesarias, pero será complicado llevarlas adelante, además de que en gran parte dependerán también de la posición de la Alemania de después de la era Merkel.

–El eje franco-alemán ha guiado la política europea durante décadas desde su fundación, balanceado desde su acceso a la UE por el Reino Unido. Dado el Brexit y una Angela Merkel y un Emmanuel Macron que encaran varios conflictos internos, ¿el futuro de la UE puede ir incluso a peor? ¿O debemos esperar una UE alemana o una UE francesa?

Alemania se mantendrá como la potencia líder de Europa, aunque hoy encare muchos problemas, entre ellos el antagonismo de Trump. Sin embargo, no habrá una UE alemana como tampoco una UE francesa. Es más, el poder de cualquier estado miembro en la UE –incluyendo a Alemania– es limitado. Y como hemos podido ver en las negociaciones del Brexit aún en marcha, el Consejo Europeo tiene un rol crucial en la toma de decisiones –tanto como la Comisión lo tiene en la planificación a largo plazo.

El Parlamento Europeo carece de la legitimidad de sus semejantes en los estados miembro y aún así también es una fuerza influyente. Hay muchas tensiones y tiras y aflojes, que se multiplicarán con el juego político. La verdad central sigue siendo que, actuando colectivamente, los estados miembros de la UE pueden tener mayor influencia en los asuntos globales de la que podrían tener individualmente.

–Reino Unido votó por el Brexit, pero al presente no hay un plan concreto sobre cómo aplicarlo. ¿Esto qué nos dice?

Pase lo que pase en el futuro, el Brexit ha hecho más sólida a la UE de lo que la ha minado. La “soberanía”, en un mundo muy interdependiente y todavía dividido por conflictos y disensiones de escala global, es una noción relativa y compleja, no absoluta. El Reino Unido está aprendiendo esta lección de una forma traumática, una que ha acentuado las divisiones dentro del país en vez de calmarlas.

El solo hecho de que el Brexit se haya vuelto un proceso tan largo y tortuoso y sin un final claro en el horizonte demuestra lo compleja que es la idea de la “soberanía” en el mundo actual. Yo soy proeuropeo y creo que cada Estado miembro de la UE tiene más “soberanía neta” –por ejemplo, un poder real para encarar los eventos globales– como miembro de la UE de la que tendría actuando de forma individual.

–¿Considera que otros “exits” europeos, como se dijo para Grecia (Grexit), para Francia (Frexit) o incluso por la cuestión catalana para Catalunya (Catexit) son una posibilidad y una alternativa real para el futuro considerando nuestro mundo globalizado?

No creo que el Brexit abra un camino a seguir por otros –más bien lo opuesto, el de una mayor igualdad–. En todo caso, y como señaló Yogi Berra, una cosa que no podemos predecir es el futuro…

–Dentro de la UE hay algunos Estados miembros que impulsan una mayor integración y una regulación común de las legislaciones laborales, sociales, etc., en cierto sentido para evitar la competencia interna desleal. También hay un creciente bloque euroescéptico. Y luego están los federalistas. ¿Es el debate entre el pasado y el futuro de la política global? Es decir, ¿cómo puede la UE adaptarse a la escala de la política del siglo XXI?

Visto así, y siguiendo en cierto sentido lo que hemos hablado de la revolución digital, que está transformando nuestras vidas personales al mismo tiempo que nuestro porvenir en común, el futuro ya está aquí. Es algo que todavía está en marcha, especialmente por el ritmo de los actuales avances en inteligencia artificial.

Pero si antes lo he mencionado para el ámbito del trabajo y la economía, hay que decir que la revolución digital ha transformado a la propia política y en todos los niveles. Está directamente ligada al auge del populismo y a la parcial disolución del centro político.

Los líderes populistas pueden hallar sus apoyos de base de una forma que les hubiera sido imposible antes de que existieran las redes sociales. Y, de hecho, parte de la razón de la vuelta de la extrema derecha es que, en la era digital, todos pueden tener voz y pueden buscar a otros con ideas afines sin importar dónde se encuentren.

También hay una “vuelta de lo reprimido’” es decir, las personas pueden airear de forma pública sentimientos e ideas que aborrecen a la mayoría. A su vez, una de las cuestiones centrales para Europa es geopolítica. Rusia busca de forma activa utilizar las herramientas digitales para influenciar en la política europea, y la UE también encara grandes problemas con el creciente impacto digital de China, especialmente cuando se extiende su iniciativa de la nueva Ruta de la Seda. Los dilemas sobre Huawei y las redes 5G/6G son solo el principio.

–Sea la tercera vía laborista, la socialdemocracia o, en general, la izquierda como los liberales y cristianodemócratas, todos apoyaron la UE frente a los nacionalistas o conservadores como Charles de Gaulle. Pero gracias a la crisis económica (por ejemplo en Grecia) y la “batalla” europea entre los Estados miembro del sur, centro y norte del Viejo Continente, hemos visto cada vez más críticas tanto de la izquierda como de la derecha contra toda integración supranacional. ¿Se ha vuelto a una “batalla” entre nacionalistas e internacionalistas? ¿Respaldar o ir en contra de la UE significa algo diferente para la izquierda y la derecha?

Los socialdemócratas y la derecha moderada han sido los principales apoyos del proyecto europeo durante décadas. Y por las razones que he expuesto antes, este periodo se encamina hacia su final. La socialdemocracia, en particular, encara una crisis profunda –a pesar del éxito reciente de los socialistas en las elecciones españolas–. Su principal agente histórico, la clase obrera fabril, se ha reducido dramáticamente al tiempo que algunos de sus miembros han abrazado la derecha radical. Es demasiado pronto para decir si esta crisis es existencial, pero eso, ciertamente, tiene consecuencias significativas para la integración europea. La izquierda y la derecha todavía existen –de hecho es una división que en cierto sentido se ha acentuado–, pero otras líneas divisorias políticas se han superpuesto a esta. La era de la Tercera vía se ha acabado. La socialdemocracia tiene que volverse parte de una nueva y más amplia política progresista cuyos contornos no están del todo claros.

–Europa envejece y en muchos de los estados donde los populistas gobiernan –como pasa en Hungría– se prevé que pueda faltar mano de obra a corto y/o medio plazo cuando no hay jóvenes que puedan “suplir” su mercado laboral e impulsar su economía. Pese a ello, se opta por cerrar las fronteras a la inmigración y son contrarios a toda política común europea. ¿Europa o los países europeos están en declive?

Los países industriales, no solo en Europa sino en todo el mundo, encaran enormes problemas estructurales debido al envejecimiento de su población. Los sistemas de salud y los servicios de bienestar se exponen a una creciente tensión y, es más, la mayor parte de los Estados europeos no invierten lo suficiente en educación ni en formación profesional en un tiempo de rápido cambio tecnológico. Por eso, son tremendamente dependientes de las inmigraciones.

La oleada antinmigración, liderada por los populistas, puede ayudar a disminuir algunas partes de estas tensiones estructurales, pero inevitablemente acentuará otras. Gestionar las migraciones, junto al multiculturalismo, son las únicas vías para afrontar este dilema.

–El Estado de bienestar es una de las instituciones que hacen a Europa diferente. ¿Puede sobrevivir en una globalización sin tener el apoyo de la integración europea y considerando que, además, nuestros intereses geopolíticos y geoeconómicos hacen frontera con los de grandes potencias como EE.UU., Rusia o China?

El Estado de bienestar no solo está presente en Europa, sino que sus orígenes son ante todo europeos. Virtualmente, todos los países industriales tienen algún tipo de instituciones de bienestar y sistemas de educación públicos, y aquí incluyo a EE.UU. y Japón. Pero, en una era dominada por el neoliberalismo a nivel global, no es sorprendente que estos sistemas de bienestar estén bajo presión. No van a desaparecer, pero tienen que adaptarse a la era actual. La revolución digital, como ya he remarcado antes, lo está transformando casi todo.

–¿Cómo cree que sería el mundo si no hubiera UE?

Menos estable y todavía más fracturado.

28/06/2019

Clarín.com Revista Ñ Ideas

© La Vanguardia

https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/brexit-afianzo-union-europea_0_-6aNEhBBp.html

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Aaron A. Carroll

En un artículo publicado a principios de este año en Nature Human Behavior, algunos científicos pidieron a quinientos estadounidenses su opinión acerca de los alimentos que contenían organismos genéticamente modificados, OGM.

La gran mayoría, más del 90 por ciento, se opuso a su consumo. Esta convicción difiere con el consenso de los científicos. Casi el 90 por ciento de ellos cree que los OGM son seguros… y que pueden ser muy benéficos.

El segundo descubrimiento del estudio fue más revelador. Aquellos que se opusieron con más empeño a los alimentos genéticamente modificados creían saber mucho más que otros acerca de este tema y, aun así, obtuvieron las peores notas en pruebas reales de conocimiento científico.

En otras palabras, aquellos con un menor entendimiento de la ciencia, tuvieron las opiniones más opuestas a esta, pero pensaban que sabían más al respecto. Para evitar que alguien piense que se trata de un fenómeno que solo sucede en Estados Unidos, el estudio también se realizó en Francia y Alemania, con resultados similares.

Si no te gusta este ejemplo (es muy poco probable que lo afirmado aquí cambie la opinión de las personas y quizá pueda enfurecer a algunos lectores), está bien porque no es el único que existe.

Un pequeño porcentaje del público en general cree que las vacunas son verdaderamente peligrosas. Quienes están convencidos de ello (lo cual es erróneo) también creen saber más que los expertos acerca de este tema.

Muchos estadounidenses toman suplementos vitamínicos, pero las razones por las que lo hacen son variadas y no están relacionadas con ninguna evidencia sólida. La mayoría de ellos afirmaron que no les afectan las declaraciones de los expertos que contradicen las afirmaciones de los fabricantes. Solo una cuarta parte aseguró que dejaría de tomar suplementos si los expertos dijeran que no son efectivos. Seguro piensan que saben más.

Parte de esta tendencia cognitiva está relacionada con el efecto Dunning-Kruger, nombrado así en honor a dos psicólogos que escribieron un ensayo seminal en 1999 titulado Unskilled and Unaware of It (Incompetentes e inconscientes de ello).

David Dunning y Justin Kruger hablaron de las muchas razones por las que las personas más incompetentes (un término empleado por ellos) parecen creer que saben mucho más de lo que saben en realidad. Escribieron que la falta de conocimiento hace que a algunas personas les falte la información contextual necesaria para reconocer errores y su “incompetencia los priva de la capacidad de darse cuenta de ello”.

Esto ayuda a explicar en parte por qué los esfuerzos para educar al público fracasan con frecuencia. En 2003, investigadores analizaron la forma en la que las estrategias de comunicación acerca de los OGM terminaban por ser contraproducentes, cuando su intención era ayudar al público a darse cuenta de que sus convicciones no correspondían con las de los expertos. Al final, todos los esfuerzos hicieron que fuera menos probable que los consumidores eligieran alimentos OGM.

Brendan Nyhan, un profesor de Dartmouth y colaborador de The Upshot, ha sido coautor en una gran cantidad de ensayos con descubrimientos similares. En un estudio de 2013 publicado en Medical Care, ayudó a demostrar que intentar ofrecer información correctiva a los votantes acerca de lo que se conoció como “comités de la muerte” terminó por aumentar la creencia existente entre los simpatizantes de Sarah Palin que sabían de política.

En un estudio de 2014 publicado en Pediatrics, Nyhan ayudó a demostrar que una variedad de intervenciones, cuyo objetivo era convencer a los padres de que las vacunas no provocaban autismo, derivó en que aún menos padres preocupados quisieran vacunar a sus hijos. Un estudio de 2015, publicado en Vaccine, demostró que proporcionar información correctiva acerca de la vacuna contra la influenza hizo que los pacientes más preocupados por los efectos secundarios mostraran menos probabilidades de aplicarse la vacuna.

Una gran parte de la comunicación científica sigue dependiendo del “modelo de déficit de conocimiento”, la idea de que la falta de sustento para formular buenas políticas, y crear ciencia confiable, solamente refleja una falta de información científica.

No obstante, los expertos han estado proporcionando información acerca de cosas como el uso excesivo de servicios médicos de bajo costo durante años, con pocos resultados. Un estudio reciente analizó la forma en la que se comportaban los médicos cuando también eran pacientes. Presentaron las mismas probabilidades que el público en general de recurrir a la atención médica de bajo costo y de no ser constantes con sus tratamientos médicos para enfermedades crónicas.

En 2016, algunos investigadores argumentaron en un ensayo que quienes pertenecían al ámbito científico tenían que darse cuenta de que quizá el público no procesaba la información igual que ellos. Aseguraron que los científicos deben tener una capacitación formal en habilidades comunicativas y también deben darse cuenta de que el modelo de déficit de conocimiento genera políticas sencillas, pero no necesariamente produce buenos resultados.

Parece importante involucrar más a la sociedad y ganarse su confianza por medio de una interacción continua y más personal, usando muchas plataformas y tecnologías distintas. Que el conocimiento vaya cayendo desde lo alto (el método de muchos científicos) no funciona.

Cuando algunas áreas de la ciencia son polémicas, queda claro que “los datos” no son suficientes. Bombardear a las personas con más información acerca de estudios no es de utilidad. Podría ser mucho más importante observar cómo se propaga y se debate la información que aparece en ellos.

26 de julio de 2019

NY Times

https://www.nytimes.com/es/2019/07/26/estudios-medicos-publico/?action=click&clickSource=inicio&contentPlacement=2&module=toppers&region=rank&pgtype=Homepage

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Es una tendencia universal procurar designar al mejor representante en la historia de cada deporte. Esa misma situación, por lo general, conduce a grandes discusiones sin fin, donde cada persona esgrime argumentos para defender su candidato. Para muchos, la manera de cerrar esos desacuerdos es recurriendo a las estadísticas, las cuales representan, para ellos, el mejor argumento.

El pasado 6 de marzo de 2019, la estrella actual del baloncesto mundial, LeBron James, superó a la estrella de ayer, Michael Jordan, en el departamento de puntos anotados en sus trayectorias por la NBA (National Basketball Association). Jordan cerró su espectacular carrera, casi toda con el equipo Chicago Bulls, anotando 32.292 puntos, y James ya superó los 33.000 puntos para ocupar la cuarta casilla detrás de Kareem Abdul-Jabbar (Lew Alcindor), Karl Malone (El Cartero Malone) y Kobe Bryant. Es muy probable que LeBron logre pasar al tercer lugar en esta estadística, ya que está muy cerca de los 33.643 puntos logrados por Bryant en su carrera, pero esta nueva marca del jugador de los Lakers ya despertó la interrogante de quien es mejor entre él y Jordan. Por supuesto, esta sola variable no puede ser suficiente para llegar a una conclusión de tal magnitud.

Según estos números de puntos anotados en sus carreras, Abdul-Jabbar sería, hasta el momento, el mejor baloncestista de todos los tiempos. Pero hay otros renglones en las estadísticas que quizás cambiarían el orden en ese ranking, y lo justo es señalar que el rey del gancho (Sky Hook), ha sido el mejor en cuanto a esta variable al lograr 38.387 puntos en su carrera, que de paso, parece ser una cifra muy difícil de alcanzar. Entonces, sería necesario analizar todas las variables en conjunto, para tener una mejor referencia en la selección del mejor atleta en cada deporte.

En lo personal, considero que además de los números, cada deportista tiene una influencia muy positiva sobre el resto de integrantes de su equipo, o sobre un deporte en particular, cuando éstos son de competición individual. También hay una impresión muy personal, muy subjetiva, que determina una preferencia o el deseo de ver a ese atleta en plena competencia. En este sentido, en el baloncesto, hasta ahora el jugador más espectacular, que se cansó de llenar escenarios para verlo en acción, ha sido Michael Jordan, con su habilidad y su fuerza para defender y atacar el aro contrario, y su actitud para motivar a sus compañeros de equipo. Esto, unido a sus estadísticas, lo deberían convertir en el mejor jugador de todos los tiempos.

Esa situación de divergencias en la escogencia del mejor, ocurre prácticamente en todos los deportes. Si por ejemplo vamos al futbol, es interminable la discusión de que Pelé ha sido el mejor por sus estadísticas, pero Maradona fue más hábil, pero Messi romperá todas las cifras del futbol mundial si Cristiano Ronaldo no lo llegase a superar. Éstas son discusiones de nunca acabar, pero yo prefería ver jugando a Ronaldo de Assis Moreira, alias Ronaldinho (Ronaldiño), en lo personal el futbolista más espectacular hasta el día de hoy. Nada más verlo correr por la cancha con el balón rodando delante de él, haciendo gambetas y piruetas para evadir contrarios y anotar goles, era un espectáculo incomparable.

Si vamos al atletismo, Frederick Carlton Lewis o Carl Lewis, supo combinar estadísticas, al tener un palmarés incomparable en pruebas de velocidad y salto largo en las cuales se llenó de oro mundial y olímpico, con una especial habilidad para sus desplazamientos en las pistas. Por supuesto, en esta misma especialidad de Lewis han existido diversos atletas, desde Don Lippincott pasando por Jesse Owens, Armin Hary hasta el espectacular Usain Bolt, pero la subjetividad me guía hacia Carl Lewis.

En béisbol han existido innumerables estrellas, que han acumulado cifras increíbles, lo que dificulta la selección del mejor en la historia, especialmente para nosotros los venezolanos que consideramos que éste es el deporte nacional. Más allá de las estadísticas de Mantle, de Ken Grifey jr. o de Ted Williams, yo prefería ver jugar en el “outfield” a Roberto Enrique Clemente Walker, atrapando elevados con su particular estilo, evitando avances adicionales a los corredores con su potente brazo, corriendo o robando bases, bateando hacia todos los lados del campo o sorprendiendo con un “toque de bola”. Por otro lado, en el “infield”, específicamente en el campo corto, donde han brillado tantos jugadores como nuestros Alfonso Carrasquel y Luis Aparicio, o como Ernie Banks y Derek Jeter, considero que además de las estadísticas Omar Enrique Vizquel González ha sido el mejor. Su velocidad para alcanzar la pelota hacia ambos lados, su brazo, su rapidez en sacar la pelota del guante y lanzarla hacia las bases, sus brincos espectaculares para hacer jugadas impensables, entre otras habilidades, lo convierten en el mejor de todos los tiempos. Por supuesto, esto tiene un sesgo muy nacionalista.

¿Cuáles son sus favoritos?

Julio de 2019

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¿Quién, aparte de los miembros del régimen de Maduro, no quiere la unidad política de la oposición venezolana? El por mí muy respetado Simón García en uno de sus más recientes artículos la sitúa incluso en el primero de un trato de tres pisos, previo a la unión entre la oposición y el gobierno más las elites nacionales, en aras de lograr el crecimiento económico, el desarrollo humano y la gobernabilidad democrática. Lo entendemos así: sin unidad de la oposición no habría salida posible a la crisis integral que hunde a Venezuela. Pero - y aquí cabe la incómoda pregunta - ¿Es posible esa unidad? Es la primera pregunta que deberíamos plantearnos. Luego vienen otras más secundarias como por ejemplo ¿es necesaria esa unidad? Y tal vez una tercera: ¿es deseable esa unidad?

Unidad absoluta y unidad hegemónica

Partimos de una premisa: la unidad absoluta presupone la eliminación de las diferencias lo que políticamente hablando es imposible. Pero aún si fuera posible no sería necesaria, pues al ser absoluta dejaría fuera de sí a amplios sectores que no caben en esa unidad, esto es, sería excluyente, hecho que bloquearía toda posibilidad para llegar a ser mayoritaria. Por lo mismo, la unidad absoluta tampoco sería deseable, más aún si tenemos en cuenta que la supresión de las diferencias significa la supresión de la política. No la unidad sino las diferencias son la sal de la política.

Cualquiera posibilidad de unidad, la venezolana también, pasa por una lucha por una hegemonía, mediante la cual se constituye una centralidad política que subordina a los extremos. Así ha sucedido al menos en los países en donde han tenido lugar procesos de democratización. De tal modo que la unidad, valga la paradoja, nunca será verdaderamente unitaria si no proviene de una lucha por la hegemonía entre un centro y sus extremos. Toda unidad política es el resultado de una lucha hegemónica. O diciéndolo al revés: sin lucha hegemónica no hay unidad política.

En el caso de Venezuela podríamos decir que en estos momentos hablamos de una nación subsumida en una profunda crisis política. La razón es que tanto en los bandos del gobierno como en los de la oposición no han sido configurados espacios de discusión. Por el contrario, en ambos bandos la hegemonía se encuentra ejercida por los extremos. Razón que explica la imposibilidad no solo de dialogar sino de negociar entre sí. Esa imposibilidad es llamada por Antonio Gramsci, “crisis orgánica”.

La sombra de Gramsci

Si hablamos de hegemonía y de crisis orgánica no podemos pasar por alto a Gramsci. La razón es que su concepto de hegemonía se diferencia radicalmente de otros que ven en la hegemonía un simple sinónimo del concepto “dominación”. Pero para Gramsci hegemonía significa exactamente lo contrario. La dominación -los marxistas ortodoxos hablan de clase dominante, ideología dominante, etc.- excluye el debate entre fuerzas antagónicas. La hegemonía en cambio no solo es resultado sino, además, es configurada en el debate. Debate discursivo constituido por conjuntos de ideas que se cruzan entre sí, el que en los países democráticos tiene lugar en el parlamento, pero también en los medios y, no por último, en la calle. En otras palabras, según Gramsci no solo hay lucha de clases, sino además hay luchas de ideas las que no siempre son “de clase”. Con tales formulaciones contenidas en los Cuadernos de la Cárcel escritos después de 1931, Gramsci subvirtió -eso es lo que no ha sido advertido por muchos marxistas- la lógica central del pensamiento marxista.

Según el filósofo italiano, en los procesos de cambio histórico el desarrollo de las ideas está puesto, sino a la par, por sobre el propio desarrollo de las fuerzas productivas. Argumento que desde la prisión no podía formular de modo explícito pues sus “cuadernos” estaban sometidos a dos filtros: el menos importante, el de sus carceleros quienes de esos “cuadernos” nada entendían, y el del partido comunista italiano todavía fiel a las ideas de Lenin. Como sea, la filosofía política de Gramsci trasciende a la economía política de Marx y en gran parte la contradice. Con Gramsci y después con Arendt comienza a renacer la filosofía política que marxistas y liberales habían intentado sustituir por “las ciencias”, sobre todo por las económicas.

En cierto modo todo el llamado post-marxismo está sobre-determinado por la sombra de Gramsci. En la lógica de la razón comunicativa de Habermas, en la microfísica del poder de Foucault, en la autonomía del discurso de Derrida, y en muchas otras visiones del mundo post-moderno, vive Gramsci, aunque no siempre tales autores se hubieran referido a su nombre. Incluso, ideólogos de la Nouvelle Droitte como Alain de Bonaist y Vleams Gove han readaptado las ideas de Gramsci proponiendo la tesis de la hegemonía cultural para justificar la xenofobia que destilan sus libros.

Al llegar a este punto adivinamos la pregunta: ¿sirven las tesis de Gramsci para entender la situación de Venezuela? Mi respuesta taxativa es: sobre todo sirven para entender la situación de Venezuela.

Dos crisis

Sin mencionar la tenebrosa profundidad de la crisis económica venezolana, desde el punto de vista político hay que señalar que el país enfrenta dos crisis adicionales: la de un vacío hegemónico nacional o “crisis orgánica”, según Gramsci, y la crisis de hegemonía al interior de la oposición. La crisis hegemónica nacional, a su vez, afecta mucho más a la oposición que al gobierno debido a una razón simple: el de Maduro no es un gobierno político sino militar. Su propósito no es alcanzar la hegemonía ideológica de la nación, como casi lo logró Chávez, sino la simple dominación militar. Su objetivo no es debatir con el adversario, sino suprimirlo. Para lograr ese fin necesita arrastrar al adversario al terreno de su lógica, la militar, a fin de que abandone la lógica política en la que nunca el régimen se ha sentido demasiado fuerte. Y, evidentemente, Maduro lo ha logrado.

Desde que el 20-M el régimen consiguió descarrilar a la oposición de la vía electoral – la única que conocía- logró de paso dos objetivos suplementarios. El primero fue destruir a la MUD (sin elecciones no se justificaba su existencia). El segundo fue sustituir el centro político por un extremo, objetivo que ha venido cumpliéndose con el aparecimiento de Juan Guaidó quien, de acuerdo a la línea ultrista de su partido, Voluntad Popular, logró imponer la lógica de la Salida 3 (la 1 fue la del 2014 y la 2 la del 2017) mediante la proclamación de una consigna insurreccional -no otra cosa es el llamado “cese de la usurpación”- relegando la lucha electoral hasta después de la imaginaria caída de Maduro. De más está decir que de acuerdo a esa estrategia una ciudadanía sin armas está condenada a perder su condición de sujeto político para transformarse en objeto puesto al servicio de alguna disidencia militar o de la supuesta intervención norteamericana, hasta el momento usada por Pompeo, Abrams y Bolton como mera propaganda electoral a favor de Trump.

La estrategia militarista del extremismo opositor quedó al descubierto el 30-A. Sobre esos sucesos Guaidó no ha dado nunca una explicación medianamente razonable. Ese es también un motivo que obliga a no pasar la página del 20-M. Pues el abandono de la ruta electoral del 20-M -la misma que llevó a la gran victoria del 6D- dejó un espacio que fue usurpado -vía Guaidó- por el extremismo endógeno.

Para ser realistas, el panorama político que ofrece la oposición venezolana es desolador. No la hegemonía sino la conducción está en manos de un extremo endógeno (el farándulesco extremismo exógeno de la dama corajuda no vale la pena mencionarlo). Guaidó llena calles, lo ovacionan diga lo que diga, dice tener todas las opciones sobre la mesa, llama a grandes manifestaciones donde se desata en arengas y fantasías, pero no señala ningún camino. Es definitivamente un líder mesiánico y pre-político, pero no un líder político, situación que se agrava debido al hecho de que los sectores que otrora dieran atinada conducción a la oposición (ADC, UNT, PJ, en parte) han optado por un silencio que linda con la complicidad. Quizás más de algún cazurro dirigente espera “su” momento para superar la afonía. Si es así, ese momento ya pasó.

No el clamor por una imposible unidad política sino el inicio de una lucha por la hegemonía tendiente a desarticular el discurso extremista y recuperar el carácter democrático, constitucional, pacífico y electoral de la oposición venezolana, puede crear las condiciones para enfrentar a Maduro por su flanco más débil: el político. Hasta que no tenga lugar esa lucha, y la oposición no tome otro rumbo, Maduro podrá respirar tranquilo. Con Guaidó o sin Guaidó.

PS

Escribía Gramsci en sus Cuadernos que la hegemonía suele anteceder al ejercicio del poder. Eso quiere decir que la lucha de ideas al margen de las direcciones partidarias puede estar dándose desde ya tanto al interior como al exterior de los partidos de la oposición. Hay signos: Destacados pensadores venezolanos escriben diariamente acerca de la necesidad de re-encarrilar a la oposición en la vía triunfante del 2015. Múltiples opiniones en las redes se manifiestan en la misma dirección. La lucha hegemónica, de acuerdo al mismo Gramsci, no es visible. Pero sí es perceptible.

Elecciones libres, ya. Así reza el lema pre-hegemónico.

Esa, por lo demás, es la única posibilidad que resta para oponerse, aunque sea de modo testimonial, a una aventura que, de ser posible (y bajo determinadas condiciones puede ser posible) solo llegará a serlo al precio de la pérdida de muchísimas vidas humanas.

25 de julio de 2019

https://polisfmires.blogspot.com/2019/07/fernando-mires-hegemonia-y-unid...

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