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Opinión

Tayari Jones

Hace algunos años, la escritora Nikki Giovani me dio unos consejos para escribir sobre la vida de figuras públicas; la mayoría de ellos los entendí y anoté en un cuaderno. Sin embargo, uno de ellos me dejó perplejo: “Si recibes una carta de alguien en prisión, asegúrate de responder”. Me sentí confundido pero también algo culpable. Me había llegado algo de correspondencia con la dirección del remitente en alguna penitenciaría y no había respondido. “Hazlo”, me dijo. “No sabes lo mucho que significa una carta para alguien en prisión. No puedes imaginar lo que tienen que hacer para conseguir tan solo la estampilla”.

Desde entonces he seguido ese consejo, pero en ocasiones no es posible responder. Alguna vez en un club de lectura en la prisión de Rikers un hombre me dijo que no quería revelar su apellido o identificación de reo porque no quería sentir la decepción de no recibir una carta. Quienes vivimos libremente en esta era de comunicaciones digitales muy seguido tomamos por sentado el correo no electrónico. Sin embargo, para quienes están encarcelados, es la mejor manera de contactar con una sociedad que los ha excluido.

Nelson Mandela fue, del 7 de noviembre de 1962 al 11 de febrero de 1990, un prisionero político en Sudáfrica; encarcelado por su papel como líder del Congreso Nacional Africano y la lucha de este en contra del régimen del apartheid. Cuatro años después de su salida fue votado presidente. Y hoy, casi cinco años después de su muerte a los 95, su legado como uno de los luchadores por la libertad más distinguidos e influyentes del siglo XX es innegable. Pero seguimos sin conocer mucho al hombre.

Como los prisioneros en todo el mundo, Mandela escribió cartas: cientos de ellas, cada una una autobiografía abreviada. Han sido coleccionadas en un libro de próxima publicación, The Prison Letters of Nelson Mandela, que incluye más de 250 de las misivas, más de la mitad de las cuales nunca han sido publicadas. De cierta manera, esas cartas hacen balancearse el pedestal sobre el cual se ha erigido su figura desde 1990, porque dejan entrever una humanidad complicada. No quiero decir “humanidad” como si dijera “con defectos”. Las cartas desde prisión no revelan fallas en los cimientos de su fe o su compromiso con la justicia; más bien los mensajes a su familia, amigos, compañeros, a funcionarios electos y administradores de la cárcel revelan a Mandela como alguien igual de vulnerable que cualquier otro humano.

Las cartas desde prisión de Mandela, sobre todo las dirigidas a su familia, revelan que incluso la causa más loable no inocula a nadie ante la agonía de la separación.

La cárcel es un ambiente de carencias. Quienes están encarcelados viven sin comida saludable, camas cómodas, cuidado de salud adecuado o la libertad de movimiento que muchos de quienes nunca hemos estado detrás de las rejas damos por sentado. Son sujetos a fuerte violencia, como si su condena invalidara las protecciones legales que deben tener. Esas carencias son duras, pero los escritos de Mandela indican otra fuente de violencia en el aislamiento: a los humanos encarcelados se les quita su familia.

Cuando estaba cautivo, Mandela era como Martin Luther King Jr., Mahatma Gandhi y otros líderes que lucharon contra el racismo y el colonialismo. Sin embargo, solo en su celda, también era como un grupo internacional del que no se habla tanto: opositores de Corea del Norte, mujeres en Arizona que deben dar a luz con las manos y pies esposados y los niños migrantes enjaulados en la frontera sur de Estados Unidos.

Nuestra humanidad surge de las relaciones más íntimas. Las cartas desde prisión de Mandela, sobre todo las dirigidas a su familia, revelan que incluso la causa más loable no inocula a nadie ante la agonía de la separación. A Mandela se le permitían visitas ocasionales. Las de Winnie Mandela, su esposa, eran muy restringidas. Sus hijas no pudieron verlo hasta que cumplieron 16 años. Las visitas, aunque eran preciadas, eran también efímeras, pero esas cartas sí le daban una conexión tangible con sus seres queridos. A lo largo de su periodo de encarcelamiento, sus captores incluso censuraron algunas de las misivas; al notar la fortaleza y consuelo que conseguía de estas hojas de papel hasta sorprende que las autoridades de la prisión le permitieran tener correo, punto.

Aunque hay límites para lo que pueden lograr un papel y una pluma. Cuando el hijo de Mandela, Thembi, murió en un accidente automovilístico, al sudafricano se le prohibió ir al funeral, y la cárcel lo privó de años clave de sus hijas. En una carta escrita a Zenani, una de ellas, poco después de su cumpleaños 12, le recuerda un encuentro breve que tuvieron casi una década antes, cuando él estaba escondido y vivía lejos de su casa. “En una esquina encontraste mi ropa. La recogiste, me la diste y me pediste que fuera a casa. Sostuviste mi mano por mucho tiempo, jalándola de manera casi desesperada mientras me rogabas que regresara”.

Ese recuento deja entrever otra función de las cartas: volver tangibles sus recuerdos. Quería recordarle a su hija de 12 que la amaba, pero también el amor que ella, a sus 2 años, sintió alguna vez por su padre desaparecido. Winnie Mandela también estuvo en prisión por un periodo breve cuando estaba embarazada de Zenani y Mandela le recuerda a su hija también que ella es una de las pocas personas que estuvo detrás de las rejas desde antes de nacer.

Es así que las cartas de Mandela cuentan una historia que va más allá de sus palabras. El libro incluye varias imágenes de las hojas, en las que su letra es cuidadosa pero abarrotada, como si quisiera incluir más palabras de las que puede haber en una hoja de papel. Quizá quería cuidar las raciones de papel y tinta que tenía, aunque también parece que quiere hacer un puente de palabras que lo acerque de la prisión al hogar en el que lo esperaban su esposa e hijos.

Hemos elegido celebrar la capacidad del perdón de Mandela sin meditar mucho qué es lo que tuvo que perdonar. Y estas cartas nos recuerdan el precio de su libertad.

Las palabras se desbordan en las páginas, y aun así hay un sentimiento perturbador de que no expresa todo. Mandela escribía las cartas a sabiendas de que iban a ser censuradas. Muchas veces hace preguntas sobre misivas previas que posiblemente fueron interceptadas o destruidas. El 1 de agosto de 1979 le escribió a Winnie: “¿Puedo suponer que no recibiste mi carta del 1 de julio? ¿Cómo explicar aquel extraño silencio en un momento en que el contacto entre nosotros es tan vital?”.

Probablemente sospechaba que las cartas serían leídas también por personas en todo el mundo. Esa falta de privacidad es una pérdida de la intimidad al centro de las relaciones que nos sostienen. Lamenta que “hay asuntos en la vida en los que terceros, sin importar quiénes sean, no deberían poder ser partícipes”. Aunque sabía cómo dejar ver miles de palabras no pronunciadas. A Winnie le escribió: “Sospecho que con la fotografía esperabas dirigir un mensaje especial que ninguna palabra es capaz de expresar. Quiero que sepas que lo capté”.

El Mandela que muchos veneramos desde su triunfal liberación en 1990 es un político envejecido pero elegante, inteligente y accesible y, sobre todo, valiente y resiliente. Su cabellera gris y su cara sonriente, con el puño en alto como muestra de los problemas pasados, ha suplantado la imagen de un hombre mucho más joven que compareció ante una corte en 1962 en una capa hecha de la piel de chacales; cuando el puño en alto era un mensaje más inmediato de un desafío continuo e insurgencia civil. Su promesa de desmantelar el apartheid no solo le ganó el enojo del gobierno blanco ilegítimo de Sudáfrica, sino de administraciones como la de Ronald Reagan, en Estados Unidos, que lo tildó de terrorista.

De cierto modo, hemos elegido celebrar la capacidad del perdón de Mandela sin meditar mucho qué es lo que tuvo que perdonar. Y estas cartas nos recuerdan el precio de su libertad. Cuando salió, Mandela fue recibido con cenas de Estado y desfiles, y es gozoso ver que un héroe es justamente premiado. Sin embargo, la caída del apartheid e incluso el Premio Nobel de la Paz de 1993 (que compartió con el entonces presidente sudafricano F. W. de Klerk) no podía hacerlo recuperar lo que perdió: décadas de intimidad con una familia joven que creció en su ausencia.

Separar a alguien de sus seres queridos es la expresión más clara del poderío de un Estado sobre su pueblo. No puedo evitar pensar, al leer sobre la hija de Mandela que le rogaba que regresara a casa, en los niños que lloran en la frontera sur estadounidense. Comprendo el querer centrarse en la civilidad y elocuencia de Mandela en momentos tan duros. ¿Cómo —puede pensar uno— es que un hombre forma filosofías tan generosas y brillantes de cara a la crueldad y la injusticia? Mandela era único. ¿Qué tan seguido en una generación camina entre nosotros un gigante con brillantez y valentía que es guiado por un compás moral inmovible?

Pero no sería justo con la memoria de Mandela celebrar lo que lo distingue de otras personas que sufren con un propósito menos trascendental. Para honrar a Mandela, debemos recordarlo como un hombre; una de las millones de personas encarceladas que están separadas de sus familias y a quienes se les niegan derechos básicos.

En una carta a su hijo, Mandela escribió: “Quienes quieren borrar a la pobreza de este planeta deben utilizar otras armas, distintas a la bondad”. Se refiere a luchar con urgencia en contra de la estructura misma de la injusticia social. Tiene razón. Aunque quien lea la colección de sus cartas redescubrirá con ello también el poder de las pequeñas bondades que quedan en un papel y son guardadas en un sobre, algo que, a decir de una misiva de Mandela, tiene el poder de “irrumpir ante portones enormes de hierro y lúgubres muros de piedra para traer a la celda el esplendor y el calor de la primavera”.

Alguien, en alguna celda —en tu misma ciudad, en un centro de detención fronterizo, en un país que no conoces— está en espera de una carta.

New York Times

17 de julio de 2018

https://www.nytimes.com/es/2018/07/17/nelson-mandela-natalicio-carcel/?a...

 8 min


Keith Johnson

En la primavera de 1959, en una reunión secreta en un club náutico en El Cairo, el entonces ministro de minas e hidrocarburos de Venezuela, Juan Pablo Pérez Alfonso, tramó un plan para dar a los grandes países productores de petróleo un mayor control sobre su oro negro, y una mayor parte de la riqueza que prometió crear. Un año más tarde, su esquema sería bautizado formalmente como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Venezuela, que se encuentra en la cima de lo que podría decirse que es la mayor reserva de petróleo del mundo, fue el único país no perteneciente al Medio Oriente incluido, un testimonio de su importancia para el negocio petrolero mundial.

Venezuela fue considerada rica a principios de la década de 1960: producía más del 10 por ciento del crudo mundial y tenía un PIB per cápita muchas veces mayor que el de sus vecinos Brasil y Colombia, y no muy lejos del de Estados Unidos. En ese momento, Venezuela estaba ansiosa por diversificarse más allá del petróleo y evitar la llamada maldición de los recursos, un fenómeno común en el que el dinero fácil proveniente de materias primas como el petróleo y el oro lleva a los gobiernos a descuidar otras partes productivas de sus economías. Pero en la década de 1970, Venezuela estaba impulsando un aumento en los precios del petróleo a lo que parecía una bonanza económica sin fin. Complementado por años de democracia estable, parecía un país modelo en una región a menudo con problemas.

Tal éxito hace que el lamentable estado de la industria petrolera de Venezuela hoy en día, sin mencionar el país en general, sea aún más sorprendente y trágico. El mismo estado que, hace seis décadas, soñó con la idea de un cártel de exportadores de petróleo ahora debe importar petróleo para satisfacer sus necesidades. La producción de crudo se ha desplomado, alcanzando un mínimo de 28 años el otoño pasado cuando cayó por debajo de los 2 millones de barriles por día. “No creo que hayamos visto un colapso de esa magnitud [en cualquier parte] sin una guerra, sin sanciones”, dijo Francisco Monaldi, un experto de América Latina en el Baker Institute for Public Policy de la Universidad de Rice.

Venezuela, por supuesto, no ha librado una guerra en los últimos años. Pero la combinación de los despliegues de los ingresos petroleros y los años de mala administración gubernamental prácticamente ha matado a la economía del país, lo que ha desencadenado una crisis humanitaria que amenaza con sumergir a la región. Caracas se niega a rastrear la inflación (o al menos publicar sus hallazgos), pero la Asamblea Nacional calcula que la tasa anual será más de 4,000 por ciento, y el Fondo Monetario Internacional predice que podría llegar a 13,000 por ciento este año. Dado cuánto han subido los precios desde enero, el número real podría ser 10 veces mayor.

La tasa de homicidios en Venezuela, mientras tanto, ahora supera a la de Honduras y El Salvador, que anteriormente tenía los niveles más altos del mundo, según el Observatorio Venezolano de Violencia. Los apagones se producen casi a diario y muchas personas viven sin agua corriente. Según los informes de los medios, los escolares y los trabajadores del petróleo han comenzado a perder el apetito y los venezolanos enfermos han buscado en las oficinas veterinarias medicamentos. La malaria, el sarampión y la difteria han vuelto con fuerza, y los millones de venezolanos que huyen del país -más de 4 millones, según el International Crisis Group- están propagando las enfermedades en toda la región, además de agotar los recursos y la buena voluntad.

¿Qué explica el precipitado declive del país de ser uno de los estados más ricos y estables de América Latina? Mark Green, director de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, culpa al presidente Nicolás Maduro -quien en mayo ganó otro período de seis años en elecciones ampliamente denunciadas como fraudulentas- y sus políticas “delirantes”. Pero si bien no hay duda de que Maduro es parcialmente culpable, para comprender plenamente cómo un país bendecido con la mayor dotación de petróleo del mundo podría terminar tan aplastantemente pobre, necesita ir mucho más atrás. El fusible de la bomba que ahora está explotando la industria petrolera venezolana, y el país junto con ella, fue deliberadamente encendido y avivado por el predecesor y mentor de Maduro, el hombre fuerte Hugo Chávez, no mucho después de que llegó al poder a fines de la década de 1990.

El declive y la caída de la industria petrolera venezolana esencialmente comienzan con su nacionalización en 1976, una época de precios del petróleo en auge y nacionalismo de recursos en alza. El presidente Carlos Andrés Pérez buscó un papel mucho mayor para el estado sobre la economía y, especialmente, quería utilizar la riqueza petrolera de rápido crecimiento del país para impulsar el desarrollo. Ese año, para obtener el control nacional completo de los campos petrolíferos, Caracas desterró a las compañías petroleras extranjeras y creó un nuevo monopolio petrolero estatal llamado Petróleos de Venezuela (PDVSA). Las movidas marcaron la culminación del sueño de décadas de Pérez Alfonso de que Venezuela tome el control total de su destino. También fue el resultado lógico de la creencia generalizada de que el petróleo del país, descubierto en 1922 a orillas del lago de Maracaibo, era patrimonio nacional.

Al principio, la compañía petrolera estatal venezolana se destacó de sus pares como Petróleos Mexicanos de muchas maneras. Un gran número de sus ejecutivos, por ejemplo, había trabajado anteriormente para compañías extranjeras en el país e imbuido a la nueva empresa con una perspectiva orientada a los negocios y un alto grado de profesionalismo. PDVSA tenía una fuerza de trabajo eficiente, una estructura de costos eficiente y una perspectiva global: una década después de su creación, la compañía adquirió la mitad de Citgo, el gran refinador estadounidense, y participa en un par de refinerías europeas.

Sin embargo, ninguno de estos activos resultó de gran ayuda cuando un exceso de petróleo global a mediados de la década de 1980 deprimió los precios y golpeó a la economía nacional. Los miembros de la OPEP lucharon por apuntalar los precios reduciendo la producción. A mediados de la década, la producción venezolana había caído por debajo de los 2 millones de barriles por día, o alrededor de un 50 por ciento menos que durante el apogeo justo antes de la nacionalización.

Cuando el petróleo es barato, resulta muy tentador para los países extraer más crudo, incluso si esa producción adicional termina manteniendo los precios bajos. Y así, para corregir la tambaleante economía venezolana a principios de la década de 1990, el gobierno intentó reabrir la industria petrolera a compañías internacionales. Los forasteros serían especialmente útiles para acceder a la veta madre de Venezuela, el cinturón de petróleo pesado del Orinoco, que contiene más de un billón de barriles de betún alquitranado. A diferencia del petróleo crudo liviano regular, que puede bombearse directamente del suelo y venderse como está, el petróleo pesado es más difícil de extraer y luego debe actualizarse a algo parecido al aceite líquido antes de su venta. Hacer todo eso requiere el tipo de efectivo y el conocimiento sofisticado que le faltaba a PDVSA en ese momento.

A mediados de la década de 1990, las empresas internacionales, incluidas Chevron y ConocoPhillips, habían regresado al país y estaban trabajando arduamente para desbloquear los depósitos de petróleo pesado de Venezuela. Pero en 1998, el precio del petróleo colapsó nuevamente, cayendo a 10 dólares el barril. El impacto en Venezuela -que, como muchos países ricos en petróleo, nunca había logrado diversificar su economía a pesar de los intentos de reforma en la década de 1970- fue severo, dado que las exportaciones de petróleo representaban alrededor de un tercio de los ingresos del estado. Luego vino Chávez, un ex teniente coronel del ejército que había cumplido condena en la cárcel por un fallido golpe de Estado en 1992. Ganó las elecciones presidenciales de 1998 con la promesa de remodelar y restaurar la economía de Venezuela.

Entre sus primeros objetivos se encuentran los tecnócratas de PDVSA, especialmente el presidente y consejero delegado de la compañía, Luis Giusti, quien lideró la campaña para reabrir el sector petrolero del país. “Chávez vio a Giusti como un posible rival. De hecho, Chávez usó el eslogan ‘PDVSA es parte de un estado dentro de un estado’ ‘, dijo Juan Fernández, un ex gerente de PDVSA que también se vería afectado por el hombre fuerte. Giusti, alarmado por los planes de Chávez para la compañía petrolera, renunció justo cuando asumió el cargo a principios de 1999; luego fue reemplazado por un elenco giratorio de personas designadas políticamente. La partida de Giusti, que había pasado tres décadas en el negocio petrolero venezolano y había ganado aplausos internacionales por la modernización de la firma estatal desde que asumió en 1994, sería una mala noticia para la fortuna de PDVSA.

El objetivo de Chávez era ejercer control sobre PDVSA y maximizar sus ingresos, que necesitaba para financiar su agenda socialista. Pero lograr esto último requería la cooperación con el resto de la OPEP, que, como en la década de 1980, quería recortar la producción para aumentar los precios. El problema para Chávez era que muchos de los gerentes en ese entonces de PDVSA querían aumentar la producción, al continuar el desarrollo de campos petroleros pesados técnicamente desafiantes en Venezuela. Para hacerlo, necesitaban reinvertir más ganancias de la compañía en lugar de entregarlas al gobierno. Entonces los gerentes tuvieron que irse.

Desafortunadamente para Venezuela, Chávez, como muchas de las personas que designó para dirigir PDVSA, no sabía nada sobre el negocio que era tan importante para la prosperidad del país. “Él ignoraba todo lo relacionado con el petróleo, todo tenía que ver con la geología, la ingeniería y la economía del petróleo”, dijo Pedro Burelli, ex miembro de la junta de PDVSA que abandonó la empresa cuando Chávez asumió el poder. “La suya era una ignorancia completamente enciclopédica”.

Pero Chávez no era del tipo que permitiera que eso lo detuviera. En 2001, el ex paracaidista impulsó una nueva ley energética que aumentó las regalías que las firmas petroleras extranjeras tendrían que pagar al gobierno. También ordenó que PDVSA encabezará toda nueva exploración y producción petrolera; las empresas extranjeras solo pueden tener participaciones minoritarias en las asociaciones que hayan establecido con la empresa nacional.

En 2002, Chávez dio dos pasos más para convertir a la otrora orgullosa PDVSA en su reserva privada. Primero, instaló un nuevo presidente, Gastón Parra Luzardo, un profesor de economía izquierdista que fue un feroz opositor a la apertura de la industria a más inversión privada. Luego, en abril, salió a la televisión en vivo para humillar y despedir a un puñado de gerentes de PDVSA, reemplazándolos con hackers políticos. Juntas, las movidas desencadenaron violentas protestas públicas, que se convirtieron en un intento de golpe de Estado contra Chávez.

El presidente sobrevivió al golpe, pero su popularidad se desplomó, especialmente dentro de PDVSA. A fines de 2002, la oposición a Chávez se había solidificado, y grandes grupos laborales llamaron a un paro nacional con la esperanza de presionarlo para que dejara el cargo. Los trabajadores petroleros respaldaron el esfuerzo, preparando el escenario para lo que se convertiría en el paso crítico en el camino de ruina de PDVSA.

Durante el paro laboral de dos meses, la producción de PDVSA se desplomó cuando los trabajadores de campo dejaron de bombear y las tripulaciones de los buques tanque se negaron a abandonar el puerto. La producción de petróleo de Venezuela cayó de cerca de 3 millones de barriles por día antes de la huelga a niveles tan bajos como 200,000 barriles por día en diciembre de 2002.

Sin embargo, para Chávez, las compañías petroleras internacionales se negaron a unirse a la protesta. “Las multinacionales siguieron produciendo durante la huelga”, dijo Monaldi de la Universidad de Rice. “Eso es lo que lo salvó”, mitigando el impacto económico de la protesta.

Chávez inmediatamente luchó. Durante la huelga, eliminó a altos ejecutivos, incluido Juan Fernández, uno de los organizadores de la protesta. En los meses que siguieron, las notas rosadas seguían llegando, y cuando el humo finalmente se disipó, Chávez había despedido a más de 18,000 trabajadores. Con ellos pasó la mayor parte de la experiencia gerencial y los conocimientos técnicos que PDVSA había logrado conservar durante las purgas anteriores.

Esta evisceración del capital humano de PDVSA resultaría ser la más dañina de las muchas acciones de Chávez contra la compañía. Incluso su propio gobierno pronto se dio cuenta del daño que había hecho. Los accidentes y los derrames comenzaron a proliferar, y en 2005, un alto funcionario del Ministerio de Energía admitió en privado que tomaría al menos 15 años reconstruir las habilidades técnicas perdidas por los despidos masivos. Otro funcionario del Ministerio de Energía incluso pidió a diplomáticos estadounidenses en Caracas que ayuden a organizar la capacitación en Estados Unidos. Y en los años posteriores, la situación solo ha empeorado. Las condiciones en la empresa (y en la economía) ahora son tan malas que los empleados se llevan a casa una miseria -sólo un puñado de dólares al mes- y enfrentan presión política para apoyar al régimen. Tal tratamiento ha llevado al vuelo a gran escala de trabajadores calificados: más de 25,000 desde el año pasado, los dirigentes sindicales dicen. Según Reuters, el éxodo ha crecido tanto que algunas oficinas de PDVSA han comenzado a negarse a permitir que sus trabajadores renuncien.

“PDVSA fue uno de los mejores. Realmente sabían cómo operar “, dijo un ejecutivo de una compañía petrolera internacional con larga experiencia en Venezuela. “La purga los atornilló masivamente, los sangró de tipos que sabían lo que estaban haciendo en tantos niveles. Y nunca se han recuperado “.

Mientras que algunos de sus subordinados entendieron claramente los estragos que estaba causando, Chávez no sabía o no le importaba; decidido a financiar su revolución socialista en curso y usar exportaciones baratas para comprar amigos en el extranjero, siguió dando vueltas a la industria petrolera. Usando métodos legalmente cuestionables, comenzó a desviar miles de millones de dólares en ingresos de PDVSA para pagar sus programas sociales, que incluyen vivienda, educación, clínicas y almuerzos escolares. Si bien esta estrategia puede haber valido la pena a corto plazo, fue extremadamente peligrosa: cuanto más dinero sacaba el gobierno de PDVSA, menos dinero tenía que invertir la compañía petrolera para mantener la producción o encontrar nuevos recursos. Dado que los campos petrolíferos producen gradualmente menos petróleo a medida que se extraen, los países necesitan constantemente cavar nuevos pozos y rejuvenecer los reservorios contraídos con inyecciones de agua o gas. Gracias a su geología, los campos petrolíferos de Venezuela tienen enormes tasas de declive, lo que significa que el país necesita gastar más que otros petroestados solo para mantener la producción estable. Pero a medida que Chávez canalizaba más ingresos a otras áreas, PDVSA se vio obligada a hipotecar el futuro para pagar el presente político.

En 2005, Chávez volvió a atacar a las empresas extranjeras. Levantó las tasas de regalías una vez más y facturó a las compañías por miles de millones de dólares en falsos impuestos atrasados. Luego comenzó a obligar a las empresas extranjeras a ceder la mayor parte de sus operaciones a PDVSA, un proceso que los funcionarios de la embajada describieron en ese momento como “una incautación progresiva”. Cada año, “Chávez sistemáticamente hizo algo” a las empresas internacionales, ya sea elevando sus impuestos u obligándolos a vender petróleo para la moneda local”, dijo Monaldi. Estas provocaciones exasperaron a los ejecutivos extranjeros; incluso funcionarios de la Corporación Nacional del Petróleo de China se quejaron a los funcionarios estadounidenses sobre la interferencia de Caracas. ExxonMobil y Conoco tiraron la toalla y se fueron. (Esta primavera, Conoco finalmente ganó un laudo de arbitraje de $ 2 mil millones en contra de PDVSA por la expropiación de sus activos.) Sin embargo, muchos otros, como Chevron, encontraron el potencial colosal de Venezuela tan tentador que aceptaron los nuevos términos punitivos.

A pesar de la presencia de estos holdouts, el comportamiento cada vez más errático de Chávez redujo aún más la inversión necesaria para sacar el petróleo pesado de la tierra. También lo hizo el uso del gobierno de los ingresos de PDVSA para financiar programas sociales y pagar las deudas soberanas de Venezuela. “Durante el boom petrolero más alto de la historia, cuando todos los demás países del mundo aumentaron la inversión, Venezuela no lo hizo, y la producción siguió disminuyendo”, dijo Monaldi.

A pesar de todos los abusos y errores de Chávez, la industria petrolera venezolana logró tambalearse durante un tiempo sorprendentemente largo. La producción se mantuvo prácticamente constante desde 2002 (justo antes de la huelga) hasta 2008, cuando los precios mundiales del petróleo alcanzaron un máximo de casi $ 150 por barril. Ese año, Venezuela ganó aproximadamente $ 60 mil millones del petróleo. (Estas cifras de producción provienen de la OPEP, las propias estimaciones del gobierno son más altas y el resto de la industria las ve con escepticismo).

Los precios más altos compensaron con creces el ligero declive de la producción -entre 2002 y 2008, la producción de Venezuela disminuyó de 2.6 millones de barriles por día a 2.5 millones- permitiendo a Chávez seguir gastando y ocultando la necesidad de una mayor revisión de la industria. Pero incluso los altos precios del crudo no pudieron ocultar las profundas disfunciones económicas causadas por los esfuerzos de Chávez para construir lo que él llamó “el socialismo del siglo XXI”. La escasez de bienes de consumo común se volvió endémica. Un país que alguna vez fue un exportador de productos agrícolas tuvo que comenzar a importar lotes de alimentos subsidiados por el gobierno, otra característica común de la maldición de los recursos. “En 2007, ya había escasez intermitente”, dijo Patrick Duddy, que se desempeñó como embajador de Estados Unidos en Caracas de 2007 a 2008 y de nuevo de 2009 a 2010. “Hubo, a veces, sin leche de ningún tipo en las estanterías de las tiendas, no fresca, no en polvo, no condensada, y fue entonces cuando los precios del petróleo se dispararon. Fue sorprendente”.

Cada vez más desesperado, el gobierno pronto encontró otra forma de desmantelar PDVSA: utilizando cualquier experiencia administrativa que hubiera conservado para ejecutar otras partes de la economía que se estaban desmoronando. En 2007, por ejemplo, PDVSA había sido arrastrada a producir y distribuir leche; más tarde, la empresa comenzó a importar otros alimentos básicos, desde aceite de cocina hasta arroz y frijoles. El trabajo de la compañía en estas áreas puede haber proporcionado al país algún alivio a corto plazo, pero distrajo aún más a PDVSA de lo que debería haber sido su actividad principal.

El intento de Caracas de nacionalizar la industria petrolera y afirmar sus derechos soberanos sobre el oro negro del país casi ha asegurado que cada vez menos de esa riqueza quedará para los venezolanos.

La realidad finalmente se derrumbó en el verano de 2014, alrededor de un año después de que Chávez muriera de cáncer y fue sucedido por Maduro. Los precios del petróleo colapsaron desde un máximo de más de $ 100 por barril en el verano a menos de la mitad en enero de 2015. Al final de ese año, el petróleo venezolano se vendía a menos de $ 30 el barril, incluso cuando el presupuesto se basaba en precios de $ 60 por barril. En este punto, Venezuela se había vuelto casi totalmente dependiente de los ingresos petroleros, que representaban alrededor del 95 por ciento de sus ganancias de exportación. El petróleo más barato llevó a la economía a una recesión en 2014 y una crisis en pleno auge en 2015, con un descenso del PIB de casi un 6 por ciento y una explosión de la inflación. Y como Venezuela no había diversificado su economía, el país no tenía opciones.

El único punto positivo relativo en la industria petrolera de Venezuela en la actualidad es el superávido campo del Orinoco, operado conjuntamente con empresas extranjeras desde la apertura del sector en la década de los noventa. La producción de crudo en el Orinoco en realidad creció durante la primera mitad de esta década, e incluso ahora la disminución de la producción ha sido modesta. Eso es un fuerte contraste con las pronunciadas disminuciones de producción en yacimientos petrolíferos tradicionales operados exclusivamente por PDVSA. Pero incluso los campos superpesados están luchando para mantener los niveles de producción cerca de constante. Antes de que pueda exportar el bitumen pesado, PDVSA necesita mezclarlo con petróleo liviano, y desde al menos el 2010, la producción propia de petróleo liviano de Venezuela ha estado cayendo. Eso obliga a la compañía de energía del estado a gastar efectivo muy necesario importando petróleo liviano. Venezuela también importa gasolina, que regala a los consumidores por apenas 4 centavos el galón. Y pierde dinero cuando los compradores rechazan sus cargas de petróleo crudo por su mala calidad, un problema cada vez más común. En otros casos, ni siquiera se les paga: mientras que el país ahora envía a China 400,000 barriles por día, por ejemplo, Pekín los considera pagos por las deudas de Caracas. Mientras tanto, a pesar del colapso de su industria petrolera, Venezuela continúa comprando petróleo extranjero para enviar, con pérdidas, a los primos ideológicos del régimen en Cuba, un amargo legado del plan de Chávez de usar la riqueza petrolera de Venezuela para comprar amigos en el vecindario.

Todos estos problemas le cuestan a PDVSA, y a Venezuela, grandes cantidades de efectivo. Vender petróleo con un descuento, enviarlo a China (y Rusia) para pagar la deuda nacional, y subsidiar a los conductores venezolanos le cuestan a la compañía, y al país, más de $ 20 mil millones al año, estimó Monaldi. Entre otras cosas, este déficit masivo ha hecho cada vez más difícil para PDVSA pagar a compañías de servicios como Halliburton y Schlumberger, que lo ayudan a perforar en busca de petróleo. El año pasado, las dos compañías cancelaron más de $ 1.5 mil millones en cuentas impagas adeudadas por PDVSA. Y como no les pagan, han disminuido su trabajo en los campos petrolíferos maduros que una vez fueron el medio de vida de Venezuela. Eso significa aún menos aceite ligero, lo que hace aún más difíciles de resolver todos los demás problemas de la industria.

Esa mezcla tóxica colisionó el año pasado, cuando la producción colapsó repentinamente en un 30 por ciento, marcando un declive neto de 2 millones de barriles por día desde que Chávez lanzó su plan para usar la enorme dotación petrolera de Venezuela para construir un paraíso socialista. El Ministerio de Petróleo ahora se prepara para una nueva caída durante el resto de este año, a tan solo 1,2 millones de barriles por día.

La única forma en que Venezuela, que está quebrada y despojada de talento, posiblemente pueda arreglar su industria petrolera hoy, es confiando más en compañías extranjeras. Incluso si se les diera carta blanca, sin embargo, no está claro que las empresas internacionales puedan cambiar las cosas pronto; la falta de inversión en los últimos años no ha ayudado a la salud de los campos petroleros de Venezuela. “Si arruinaste el embalse al sobreproducir o subinvertir, entonces no puedes continuar donde lo dejaste”, dijo el ejecutivo de la compañía petrolera internacional. “Probablemente hayan causado daños a largo plazo a los embalses”.

Pero Caracas parece no estar dispuesta a siquiera probar la proposición y continúa haciendo todo lo posible para alejar a las empresas que tanto necesita. En abril, por ejemplo, agentes del gobierno arrestaron a dos ejecutivos de Chevron que, según los informes, se negaron a cooperar en la sobrefacturación de suministros de petróleo. Los dos fueron retenidos durante meses mientras enfrentaban posibles cargos de traición, que conllevan una sentencia de prisión de hasta 30 años.

Una reforma real requeriría un cambio mayor en la gestión económica del país: controlar la hiperinflación, establecer un tipo de cambio estable y realista, y construir un marco legal exigible que podría ofrecer a los inversores extranjeros cierta apariencia de previsibilidad y protección. Por supuesto, es imposible imaginar a Maduro haciendo ninguna de esas cosas, especialmente después de haber ganado recientemente (o robado) otro término una “elección”. Y su reelección conlleva riesgos adicionales a corto plazo para el tambaleante sector petrolero venezolano. Estados Unidos está considerando sanciones adicionales que podrían limitar las exportaciones de crudo y productos refinados estadounidenses a Venezuela o incluso prohibir la compra de crudo venezolano por refinerías estadounidenses. Cualquiera de los movimientos, o ambos, serían un golpe más para una industria que ya estaba de rodillas. Lo que probablemente no se puede volver a armar es la compañía petrolera estatal. “No hay dinero en el mundo que pueda devolver eso”, dijo Burelli. “Es posible que puedas reconstruir un sector petrolero lleno de jugadores privados, pero no de PDVSA”.

En última instancia, el intento de Caracas de nacionalizar la industria petrolera y afirmar sus derechos soberanos sobre el oro negro del país casi ha asegurado que cada vez menos de esa riqueza quedará para los venezolanos. Sin otro sector económico vibrante, la única forma de financiar al gobierno es aumentando la producción de petróleo, lo que requeriría invertir hasta $ 10 mil millones al año durante una década, sugirió Burelli, y la única forma de atraer ese tipo de inversión es ofreciendo compañías internacionales términos favorables. Eso significa un corte más grande para ellos y un corte más pequeño para el estado.

Como dijo Burelli, “para resucitar el sector petrolero, alguien tendrá que invertir en él en sus términos, no en nuestros términos, y eso no generará ingresos. Entonces, ¿de qué viviremos?

Este artículo apareció originalmente en la edición de julio de 2018 de la revista Foreign Policy.

Keith Johnson es corresponsal de geoeconomía global de Foreign Policy @KFJ_FP

 20 min


El pasado 12 de julio de 2018, en el Municipio Baruta, se concretó una forma de participación ciudadana libre, institucional, responsable, legítima e incluyente, a través de la celebración del cabildo abierto que fue formalmente convocado por el Concejo Municipal de Baruta.

Ese cabildo abierto facilitó el camino para darle vida al artículo 62 de la Constitución, el cual garantiza la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. En ese cabildo abierto los vecinos de distintos sectores y comunidades tuvieron la oportunidad de opinar sobre la irregular prestación del servicio de agua potable que lesiona severamente la calidad de vida de los baruteños.

Además, la Red de Organizaciones Vecinales de Baruta (RedOrgBaruta) logró en ese espacio institucional presentar y someter a consideración de los vecinos del municipio, y de sus autoridades públicas, un Plan de Gestión de Emergencia del Servicio de Agua para el Municipio Baruta que ha sido elaborado por vecinos con experiencia en gestión integral de agua y como resultado de varios encuentros y debates en el marco del programa que coordina la RedOrgBaruta de Mesas Técnicas de Agua en el municipio.

Por su parte, la convocatoria a ese cabildo abierto concretó la responsabilidad constitucional de las autoridades del municipio de facilitar, promover e incluir a los ciudadanos en los temas de gestión pública local.

La celebración del cabildo abierto en los tiempos difíciles y complejos que vivimos como sociedad representa una forma de reivindicar el orden constitucional y democrático que ha sido interrumpido por el régimen de Nicolás Maduro. No es suficiente, pero representa una forma de concretar el artículo 70 de la Constitución y es claramente una expresión cívica para recordar el valor de la democracia, del debate político y del municipio como unidad política primaria en el marco del diseño federal descentralizado de nuestro Estado.

Pero además, permitió darle sentido práctico a la Ordenanza de Participación Ciudadana del Municipio Baruta, aprobada el 9 de octubre de 2006, pues en ese texto normativo, expresión concreta de la autonomía municipal en materia legislativa, se convocó, organizó y activó el cabildo abierto del 12 de julio de 2018.

Según la ordenanza mencionada, en lo que respecta al Municipio Baruta, el cabildo abierto es reconocido como una “sesión abierta de la Cámara Municipal, organizada de manera especial con el propósito de buscar soluciones a los problemas que afectan a una comunidad determinada, con inclusión participativa de los ciudadanos y ciudadanas representantes de dicha comunidad, ya sea en forma individual o en representación colectiva”.

El desarrollo del cabildo abierto permitió validar de manera efectiva que se trató de una convocatoria especial, en una sesión abierta del Concejo Municipal de Baruta, pues en la dinámica de la sesión lograron participar con voz y con voto otros actores sociales que junto a las autoridades, atendieron libremente al llamado institucional a los fines de intentar buscar soluciones al problema de la prestación irregular del servicio de agua potable en el municipio.

Una manera de valorar ese ejercicio cívico realizado con el encuentro entre autoridades locales y vecinos de Baruta para buscar soluciones a problemas concretos, que podría identificarse como un ejercicio de gobernanza, debe ser evaluado atendiendo a tres de los fines para los cuales un cabildo abierto debe ser convocado en Baruta, a saber:

Permitir a los ciudadanos del municipio Baruta tener una mayor relación con las autoridades locales y viceversa.

Establecer espacios formales e institucionales para que la comunidad pueda plantear sus problemas ante las autoridades correspondientes y tomar decisiones conjuntas.

Garantizar a los ciudadanos del Municipio Baruta la intervención oportuna en los problemas comunitarios que revisten carácter prioritario, a los fines de darle solución.

Resulta importante destacar que cumpliendo con la ordenanza, el cabildo abierto fue organizado y coordinado por una comisión mixta que fue integrada por vecinos, concejales y la Secretaría del Concejo Municipal.

Con esos tres fines la naturaleza de sesión abierta y especial, unida a la participación de autoridades locales y vecinos, hicieron posible concretar y aprobar el Plan de Gestión de Emergencia del Servicio de Agua para el Municipio Baruta, el cual se traduce en unos lineamientos generales que vienen a ser vinculantes a las autoridades locales, atendiendo al artículo 70 de la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela.

En este sentido, resulta oportuno destacar que el Plan de Gestión de Emergencia del Servicio de Agua para el Municipio Baruta, se desarrolla en cuatro dimensiones:

Social

Institucional

Técnico

Financiero

La dimensión social se enmarca dentro del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 6, que plantea, entre sus retos, la incorporación de la sociedad civil en los desafíos del agua.

En este caso la propuesta propone formalizar tal inclusión a través de una Comisión de Vecinos, prevista en el artículo 268 de la Ley Orgánica del Poder Público Municipal, para que además de hacer seguimiento a los servicios públicos y a este plan, sea una especie de asesora permanente y promotora de una campaña de información adecuada y oportuna para la dimensión de la crisis que experimenta el municipio.

La dimensión institucional trae consigo la propuesta de crear una unidad administrativa en la Alcaldía de Baruta para que asuma la gestión de este plan. Asimismo, que el Concejo Municipal se aboque a aprobar la ordenanza sobre camiones cisternas, que está en discusión, y que también fue iniciativa de la Red Organizaciones Vecinales de Baruta.

Pero además, propone que se impulse la elaboración de una ordenanza de gestión integral del agua, que por cierto, es un mandato legal que está pendiente desde que se aprobó la Ley de Prestación del Servicio de Agua Potable y Saneamiento. Por último, incluye la necesidad de presentar un Plan de Contingencia ante la crisis.

La dimensión técnica desarrolló una serie de líneas generales que tiene que ver con identificación de fuentes alternas de suministros de agua, el tema de los pozos de agua, la adecuación del llenadero y evaluación de otros llenaderos para Baruta.

La dimensión financiera, tiene que ver con los recursos para acometer proyectos que puedan recibir fondos para la inversión en materia de prestación del servicio de agua potable, lo cual está respaldado por la Ley Orgánica de Prestación del Servicio de Agua Potable y Saneamiento.

¿Se cumplirá o no se cumplirá con esos compromisos? ¿Se hará suficiente monitoreo y presión para que los mismos no queden en un ejercicio cívico más simbólico que concreto?

Precisamente en la respuesta a esas inquietudes planteadas, reposa la clave para que una democracia se fortalezca, y en nuestro caso, se reivindique, o bien para reiterar que el orden democrático y jurídico, lejos de ordenar a la sociedad, estorba y no resulta útil.

Si se logra algunos o todos esos acuerdos, la sociedad de Baruta habrá sido parte actora de una extraordinaria actividad pedagógica de darle sentido a la democracia, a la participación y a la ciudadanía, con mucho sentido común y en tiempos de dictadura.

@carome31

POLITIKA UCAB

17 de julio de 2018

https://politikaucab.net/2018/07/17/el-ejercicio-civico-del-cabildo-abie...

 5 min


Pedro Vicente Castro Guillen

Estos tres elementos definen la coyuntura económica, social y política de Venezuela. Los venezolanos enfrentamos una situación de indescriptibles calamidades derivadas de la relación que delimitan este triángulo semántico.

La lucha por aumentos salariales que libran diversos sectores gremiales, sindicales y sociales es una lucha que no podrá tener éxito en virtud de que sólo se puede hablar de salario si podemos correlacionar la cantidad de dinero recibido como compensación por el trabajo con un poder de compra efectivo, es decir, como lo planteo el propio Marx, si este estipendio es capaz de garantizar las condiciones sociales de subsistencia de quien lo recibe. Cosa que no existe en Venezuela, porque el proceso hiperinflacionario evapora antes de ser recibido el salario y los aumentos del ingreso nominal de los trabajadores. Y de manera simultánea ocurren un doble fenómeno el salario deja de existir en tanto no hay real y efectivo poder de compra porque no hay dinero, porque, eso es lo que hace la hiperinflación derrite el dinero. No puede haber salario si no hay dinero. Lo que desde luego hace de la economía un espacio altamente distorsionado o inexiste en términos de una sociedad moderna. Con lo que es difícil saber que se puede llamar economía en Venezuela cuando: la economía formal esta reducida a su mínima expresión como resultado de la abrumadora y obscena cantidad de controles que la desregulan, la economía monetaria es prácticamente inexistente cuando no existe una monedad nacional con real y verdadero poder de compra y se opera con una divisa clandestina, pero tampoco estamos en una economía de trueque porque no hay bienes que intercambiar.

Todo lo anterior es lo que viene determinando la conflictividad social. Una conflictividad social que no se sujeta sólo al problema salarial, sino que se expande a otras cuestiones fundamentales para sostener una vida digna, como lo es el transporte, el agua, la electricidad. Ahora bien, todos estos problemas tienen una matriz común la liquidación de la economía por el proceso hiperinflacionario que es el resultado que resumen el más grande y oscuro entramado de operaciones y manejos que desde el poder terminaron liquidando una economía petrolera como la de Venezuela.

El problema del salario es un problema más complejo, porque, como lo planteo valiente y claramente la Presidenta del Colegio de enfermeras de la Gran Caracas, no se puede solucionar el problema del salario sin solucionar el problema de las condiciones de trabajo, aquellas que garantizan que la labor realizada, como es el caso de estas trabajadoras de la salud, pueda salvar vidas. Argumentos económicos y éticos se extienden a otros gremios y sindicatos, como los Médicos, maestros, profesores universitarios. El salario sin condiciones de trabajo es fraudulento. Pero, además, desvaloriza el trabajo, roba las capacidades efectivas de realizar una función eficiente en el puesto ocupado. Destruye todo sentido del trabajo y destruye al trabajador en el sentido ético del trabajo y de su valoración social.

Es por ello que la lucha debe plantearse por el cambio de régimen, por recuperar las condiciones efectivas de operación de una sociedad y economía moderna regulada por el acervo de conocimientos acumulados por las Ciencias Económicas, Sociales y las Humanidades. Hay que volver a la República y la democracia. Es una ilusión, por decir lo menos, de parte de aquellos que lo predican, que se puede abatir la hiperinflación negociando con la banda en el poder. A éstos lo único que les interesa es conservar el poder sine die, si lograr su objetivo pasará por ahí, ellos mismos lo hubiesen planteado. El problema es entender que este entramado ominoso construido por el castro-chavo-madurismo como “economía” es lo que permite el control de los dólares, que es el verdadero quid del problema. No hay ni habrá voluntad de cambio de quien sólo quiere conservar el poder. Es por ello que la lucha social debe escalar por el cambio político, económico, social y ético.

@pedrovcastrog

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Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad

Dos personas de escuelas de pensamiento tan distintas, un liberal como Karl Popper y un existencialista que por años militó en el marxismo, Albert Camus, coincidían en una cosa: que, si bien la historia por sí misma no tiene significado, podemos dárselo y que la libertad individual era vital para lograr tal fin. La dignidad de la vida humana se conquista según estos dos autores tan diferentes, a través de la rebeldía, de la oposición a la que nos guía la libertad.

Rebelde, al menos para Camus, es quien no acepta la indignidad, la injusticia, la opresión. Quien dice no y les planta cara a los tiranos de toda condición. Aquel que no se somete, que no calla frente a una realidad que envilece al ser humano. El rebelde no es un revolucionario que sueña con paraísos terrenales u hombres nuevos. No, el rebelde actúa por ese hombre que somos, aquel ser imperfecto y limitado, con el que cuenta toda sociedad humana que existe. Pero en ningún caso se resigna a que no seamos lo que sí podemos y debemos ser: dignos, respetados y especialmente libres.

Para un eterno rebelde no existen autoritarismos buenos y autoritarismo malos. Autoritarismos que se redimen ya sea para imponer la igualdad entre los hombres o garantizar el libre mercado y la democracia a futuro. Un eterno rebelde no justifica los medios en función de los fines, especialmente si el fin es el sacrificio de la vida de personas en masa con base en una ideología concreta. Los revolucionarios en cambio han mostrado a lo largo de la historia que matan con la conciencia tranquila, ya que están absolutamente convencidos de hacerlo en nombre de la razón y el progreso (o perpetuarse en el poder es para ellos la forma de conseguir esa razón y progreso). El ser revolucionario es el método perfecto para convertir a los criminales en jueces.

El hombre rebelde” de Camus deja claro cómo están fuertemente ligados el mesianismo utópico y los derramamientos de sangre con que se caracterizan las utopías que quieren imponer su particular paraíso terrenal en el mundo de los seres humanos. Un gran lector del liberal Popper y del existencialista Camus es el también liberal Mario Vargas Llosa. Vargas Llosa, quien afirma su “rechazo frontal del totalitarismo, definido éste como un sistema social en el que el ser humano viviente deja de ser fin y se convierte en instrumento. La moral de los límites es aquella en la que desaparece todo antagonismo entre medios y fines, en la que son aquellos los que justifican a éstos y no al revés”. Vargas Llosa cita a Camus afirmando que “se trata de servir la dignidad del hombre a través de medios que sean dignos dentro de una historia que no lo es”.

El totalitarismo que la mayoría de los revolucionarios defienden, descansa su esencia en que ciertos conceptos abstractos (como PUEBLO o PATRIA), tienen más valor e importancia que los seres concretos de carne y hueso. El rechazo a esta idea es esencial para el pensamiento liberal, ya que el liberalismo (integral y no mutilado ni menos aún reducido a la mera economía) es, en su esencia, una doctrina de los medios, de la decencia y tolerancia con que nos tratamos, que rechaza la idea de un fin transcendente y que por ello no puede escudarse detrás de esa especie de “futurismo moral” (citando a Popper) propio de las ideologías, ni de una moral utilitarista, que en el fondo no es más que la versión intelectualizada de la famosa máxima “el fin justifica los medios”.

Al final quienes en el fondo defienden la libertad, se hagan llamar liberales u otros adjetivos, llegan a la misma conclusión: “La única moral capaz de hacer el mundo vivible, es aquella que esté dispuesta a sacrificar las ideas todas las veces que ellas entren en colisión con la vida, aunque sea la de una sola persona humana, porque ésta será siempre infinitamente más valiosa que las ideas, en cuyo nombre, ya lo sabemos, se pueden justificar siempre los crímenes, como crímenes de amor” (Varga Llosa, 1978, Gran Sinagoga de Lima con ocasión de la recepción del Premio de Derechos Humanos, otorgado por el Congreso Judío Latinoamericano). Eso es la esencia de ser un eterno rebelde, no un revolucionario.

17 de julio de 2018

Observador de Coyuntura nº 50

Cedice Libertad: Observatorio Derechos de Propiedad observatoriopropiedad.cedice@gmail.com>

 3 min


Daniel Eskibel

En un lejano punto del espacio, la nave USS Enterprise es atacada violentamente por una nave extraterrestre.

— ¡Suban los escudos! — ordena el Capitán Picard desde el puesto de mando.

La nave sube sus escudos y queda blindada frente al ataque.

Jean-Luc Picard sonríe satisfecho mientras su nave continúa su viaje, imperturbable. Los miembros de su tripulación continúan con sus tareas habituales, imperturbables.

Eso mismo: imperturbables.

Así parecen estar frente al cambio político amplios segmentos de ciudadanos.

Es lo que suelen constatar las fuerzas políticas que buscan un cambio.

Cuando la mayoría de las personas está blindada frente al cambio político

¿A qué cambio me refiero?

A todos.

Y más allá del signo ideológico implicado en dicho cambio.

Lo cierto es que son muchos y muy diversos los escenarios donde alguna fuerza política busca cambiar. Por ejemplo:

Un partido de oposición intenta derrotar a un partido en el gobierno

Un candidato busca superar al rival que encabeza las encuestas

Un grupo de dirigentes quiere reemplazar a los conductores actuales de su partido político

Una organización aspira a modificar alguna creencia, prejuicio o idea dominante en la sociedad

Una fuerza política quiere cambiar la percepción pública sobre su marca

Los escenarios de cambio pueden ser muy diversos: campaña electoral, campaña gubernamental, campaña de imagen corporativa, elecciones primarias o internas, plebiscito, referéndum, campaña política, campaña ideológica…

Pero sea cual sea el escenario, los agentes de cambio se topan con una misma dificultad: la mayoría de las personas están blindadas frente al cambio. Sí: la mayoría de las personas (por lo menos en tiempos normales, cuando no median circunstancias críticas excepcionales).

Las personas están blindadas frente al cambio por tres razones básicas:

Escaso interés en la política

Resistencia al cambio

Reducida apertura hacia lo nuevo

El desinterés en la política es una actitud que siempre ha estado presente en alguna medida en las sociedades humanas, pero que en las últimas décadas parece crecer con mayor fuerza aún.

Es obvio señalar que cuanto menor interés en la política tiene una persona, mayor probabilidad tendrá de estar blindada frente al cambio político. Porque el cambio político es por definición y por naturaleza un fenómeno político, y es justamente en ese terreno que esa persona no quiere entrar porque no le interesa.

La resistencia al cambio, por su parte, es un fenómeno psicológico conocido que resulta de la acción combinada de dos emociones: la tristeza y el miedo.

Frente a todo cambio, y no solo el político, las personas sienten algo de tristeza. Y esto ocurre inclusive en los cambios que la propia persona apoya o impulsa. Se trata de una tristeza inevitable que se siente al perder algo, al dejar algo atrás (inclusive al dejar atrás algo que no era bueno).

Podría objetarse lo anterior diciendo que no tiene ninguna lógica sentirse triste por perder algo que se quería perder. Y es cierto que no tiene ninguna lógica. Es que no se trata de lógica sino de psicología. Como sabrás, las emociones constituyen un territorio completamente diferente al del pensamiento lógico. Y funcionan con otras reglas.

En este campo tan diverso de las emociones resulta que sí, que se siente algo de tristeza hasta por perder lo que se quería perder. No tanto por la pérdida de la cosa en sí, sino más bien por otras pérdidas laterales que la acompañan (vinculadas a fenómenos como la identidad y los hábitos).

Además de tristeza, las personas también sienten algo de miedo ante todo cambio. ¿Miedo a qué? Pues a lo nuevo, a lo que vendrá, a lo desconocido. Un miedo difuso ligado a un viejo y terrible refrán popular que dice que “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

La apertura a lo nuevo, finalmente, constituye un rasgo de personalidad bien estudiado en la teoría del Big Five. En algunas personas está destacado y constituye parte fundamental de la personalidad, pero en muchas otras predominan otros rasgos.

Alguien que en el inventario del Big Five puntuaría bajo en Apertura a lo nuevo está muy lejos de apoyar un cambio político porque sería ir a contramano de su propia personalidad, de su voz más auténtica, de su naturaleza psicológica.

Son tres entonces los materiales que construyen el blindaje frente al cambio: el escaso interés en la política tan común en nuestro tiempo, la resistencia al cambio como dimensión psicológica universal y el reducido peso que la apertura mental tiene en muchas personalidades.

De esta acción tripartita resulta un segmento de la población blindado frente a todo cambio, inmune, imperturbable. Las fuerzas políticas que impulsan el cambio deberán en cada caso identificar y estudiar este segmento para luego tomar acciones contra el blindaje.

El blindaje resiste intacto al bombardeo publicitario

La solución política tradicional para el problema de las personas blindadas frente al cambio es el bombardeo.

Parece simple: atacar esa resistencia al cambio con mucha y buena comunicación. Colocando en un lugar importante el despliegue publicitario. Una inversión potente en los medios de comunicación, sumada a una alta calidad en la realización de las campañas publicitarias, y se supone que las defensas de las personas van a ceder y el mensaje va a filtrarse en su mente y a convencerlos.

Parece simple, como dije. Parece razonable, también.

Pero en la práctica no funciona.

No se trata solamente de que el bombardeo publicitario no funcione y no sea efectivo, que no lo es. Se trata, además, de que muchas veces ni siquiera es registrado por el público al que va dirigido.

Una visión ingenua del funcionamiento de la mente humana cree que si una persona tiene una idea y luego recibe una idea diferente, pues procede a compararlas y a sacar conclusiones en base al razonamiento.

Pero la investigación psicológica demuestra que cuando una persona tiene determinadas ideas ni las compara con otras ni las razona. Más bien todo lo contrario. Y su actitud cerrada frente a nuevas ideas se explica por dos mecanismos mentales fundamentales:

La persona tiende a construir en torno suyo un mundo donde esas ideas reinen. Sin darse cuenta conscientemente de ello, elige sus relaciones humanas, sus conversaciones, sus lecturas, sus preferencias y sus fuentes de información y opinión de tal modo que coincidan en fortalecer las ideas que ya tiene. Las redes sociales de internet, ya sea Facebook o Twitter o Instagram o cualquier otra, se convierten en cámaras de eco que una y otra vez reproducen esas mismas ideas. Y sus conexiones de mensajería instantánea redondean su propia burbuja personal.

Cuando una idea diferente atraviesa la burbuja produce el fenómeno conocido en ciencias sociales como disonancia cognitiva. La sola enunciación de una idea disruptiva provoca sensaciones de extrañeza, de malestar, de ajenidad. Es vivida en la mente como un cuerpo extraño del que hay que deshacerse, como algo que hay que expulsar para retomar el equilibrio. A lo cual muchas veces se agrega alguna emoción negativa que facilita la expulsión de la idea que amenaza con subvertir el equilibrio interno.

Cada persona, entonces, se instala cómodamente en su espacio ideológico de confort. Cada cual en su burbuja. También yo, y tú que me estás leyendo, y todos sin excepción hacemos algo similar. Ya sabes: es más fácil verlo en los demás que en uno mismo…

Instalados en esa zona de confort parece que todos los que conocemos piensan más o menos parecido y que toda la información disponible respalda ese universo de opiniones convergentes. Vivimos en una cámara de eco, como señalé antes. Y para perfeccionar el blindaje rechazamos toda idea diferente, toda intrusión que venga de afuera de la burbuja. Cuando a pesar de todo la idea intrusa penetra en la cámara de eco, pues ahí es de inmediato descalificada y expulsada.

Este tipo de fenómenos explica, por ejemplo, que todos tenemos la sensación de que nuestro candidato va a ganar las elecciones. Y si después resulta que pierde quedamos asombrados y no logramos comprender de dónde vinieron los votos de nuestro adversario.

El bombardeo publicitario se estrella contra esos escudos que blindan la mente contra el cambio. Pero además la publicidad tiene un problema extra que se agrega: interrumpe lo que el público objetivo está haciendo.

Efectivamente: la interrupción está en la esencia misma de la publicidad.

La persona desea mirar un programa de televisión, escuchar una emisión radial, leer las noticias de un periódico, ir de un punto de la ciudad al otro, ver las últimas fotografías de sus amigos en Facebook o Instagram…Ese es su objetivo, ese es su deseo en el momento que irrumpe la publicidad. Pero por diseño la publicidad necesita interrumpirlo, cortar el flujo de sus pensamientos o de sus percepciones para colocar allí su producto.

¿Y sabes qué?

A las personas no les gusta que las interrumpan.

Y menos para venderle algo, ya sea un producto o una idea.

La reacción mental frente a la interrupción publicitaria tiene, en la mayoría de los casos, algo de malestar. El malestar propio de quien deseaba hacer algo y lo estaba haciendo pero se ve momentáneamente alejado de su deseo y de su acción.

Si hay malestar frente a cualquier interrupción publicitaria, entonces frente al bombardeo publicitario ese malestar se multiplica inmensamente.

Es en estas situaciones en la que las personas se bloquean, rechazan la publicidad, no la escuchan, no la ven, la dejan fuera de su campo perceptivo y fuera de su mente.

Hace varias décadas se realizó una investigación muy ilustrativa en Gran Bretaña que luego se ha replicado en diversas partes del mundo. Por entonces los números de aparatos de televisión encendidos en determinado momento mostraban, supuestamente, el gran impacto de algunas campañas publicitarias en programas de gran rating. Pero no todo era como parecía.

Los investigadores colocaron cámaras sobre los televisores de una muestra estadística de hogares. Esas cámaras registraban qué hacían las personas frente al televisor mientras el aparato estaba encendido. Mostraban caras interesadas y ojos atentos mientras se desarrollaba el programa que estaban viendo. Pero cuando llegaba el momento de la publicidad las cámaras mostraban distracción, personas conversando entre sí, somnolencia y asientos vacíos mientras los televidentes aprovechaban la pausa para levantarse, ir al baño, ir a la nevera a buscar comida, salir con el cubo de basura, realizar una tarea pendiente o hacer cualquier cosa menos mirar la publicidad.

¿Te imaginas lo que podemos ver ahora mismo mientras un bombardeo de spots electorales se desata desde la pantalla del televisor?

Asientos vacíos, en primer lugar.

Y ojos concentrados en los teléfonos móviles y las tabletas, en segundo lugar.

O viceversa, habría que verlo…

Peor aún es en internet, donde son cada vez más cantidad de millones las personas que directamente bloquean la publicidad en sus navegadores.

Así es que el blindaje frente al cambio resiste intacto aún al más poderoso bombardeo publicitario. La mente sube sus escudos, como obedeciendo a una silenciosa orden del Capitán Picard. Y la publicidad se estrella y no logra penetrar. Con lo cual cada uno sigue pensando lo mismo que pensaba antes del bombardeo.

El Capitán Picard triunfa.

Aunque tal vez haya una manera de derrotarlo…

La estrategia de contenidos rompe el blindaje

Toda fortaleza tiene su punto de ruptura. Todo Aquiles tiene su talón. Todo Superman se topa con su kryptonita verde. Así como todo blindaje contra el cambio tiene su grieta por donde atacar.

La grieta que debilita la resistencia al cambio es la estrategia de contenidos.

Porque las personas se cierran frente a otras personas que piensan diferente, frente a medios de comunicación con ideas diversas y frente a bombardeos publicitarios. Pero no necesariamente se cierran frente a contenidos.

Por el contrario: las personas buscan contenidos, los consumen, los disfrutan y los comparten con otros. A cada cual sus contenidos: textos, fotografías, artículos, vídeos, infografías, libros, dibujos, historias, audios…

Esos contenidos tienen una peculiaridad: cuánto menos referencias ideológicas o políticas explícitas tengan, mayor poder de persuasión política o ideológico tendrán. Es casi la ley de hierro de la persuasión: somos persuadidos de un modo más rápido y más profundo cuanto menos evidente sea la intención del otro de persuadirnos.

Los buenos contenidos transportan ideas de un modo sutil y de esa manera atraviesan todas las barreras, rompen los blindajes e ingresan en la mente del público objetivo. Vuelan por debajo del radar, silenciosos e invisibles.

Ya lo sabía el teórico marxista Antonio Gramsci, quien ponía en lugar destacado la influencia cultural y educativa como herramienta sutil para construir la hegemonía política e ideológica. Una concepción que por cierto pueden llevar a la práctica líderes y partidos de casi cualquier signo político.

Hoy día todo el mundo está blindado frente a discursos políticos que no coincidan con sus ideas. Pero nadie se resiste a historias bien contadas sobre situaciones cotidianas, deportivas, culturales, sentimentales, cinematográficas o televisivas.

Un legislador uruguayo me contaba que publicaba en Facebook opiniones políticas fundamentadas e importantes y que pocas personas las comentaban o indicaban que les gustaba. Y sin embargo publicaba fotos en las que aparecía cenando con sus compañeros de trabajo durante las guardias médicas que todavía hacía y su muro explotaba de comentarios y expresiones de “me gusta”.

Y es así. El discurso político es importante porque les da herramientas a sus partidarios, pero no llega a quienes piensan diferente. Puede llegar después de que otros contenidos atraviesen el blindaje. Y esos otros contenidos son de apariencia más inocua, más casual, más alejada del núcleo duro de la política.

Claro que en ese caso el desafío es contar historias con fotografías o con textos o con audios, historias que no sean directamente políticas pero que transporten ideas y valores. Y además contar también historias políticas y explicar conceptos y argumentar bien, que cada tipo de contenidos tendrá su momento y su valor.

Si caminamos en esta dirección tenemos que modificar la forma misma en que concebimos a los partidos políticos. Generalmente los vemos como maquinarias de movilización y de educación política. Está bien que así sea, pero con eso no alcanza.

Tenemos que convertir a los partidos políticos en centros productores de contenidos. Todo tipo de contenidos y en todos los formatos. Verdaderas fábricas de contenidos. Originales, sutiles, creativos, educativos, informativos y además permanentes. Porque una estrategia de contenidos necesita tiempo para desplegarse y ser efectiva. Y necesita recursos, claro.

Piensa en la estrategia de contenidos que hizo el equipo de Obama en la Casa Blanca: fotografías del Presidente jugando con un perro, trotando por los pasillos del Ala Oeste, enfocado de espaldas en una reunión o comiendo una hamburguesa en un comercio local con un invitado extranjero. No eran solo fotografías, eran historias y estaban cargadas de ideas. Pero ideas alejadas del discurso grandilocuente y encarnadas en contenidos disfrutables y livianos.

El punto de inflexión está en buscar siempre el ángulo para nuevos contenidos, en concebir al partido no como un emisor de discursos sino como un creador de contenidos para múltiples plataformas y para públicos diversos.

Ese ángulo, esa estrategia de contenidos, es el único camino para derrotar al Capitán Picard. Los escudos de la resistencia al cambio no se derriban a golpes de martillo. Si quieres cambiar deberás ser mucho más sutil que eso.

Un partido político, también un gobierno, debe ser ante todo un centro creador y distribuidor de contenidos que informen, eduquen y entretengan.

Y donde dice “entretengan” debe decir exactamente eso. Porque si no entretienes a tu público, entonces tu público se aburre y se va sin prestarte atención. Aún si tuvieras razón en lo que dices.

El cambio político

Si quieres cambiar el statu quo político debes actuar con inteligencia. Lo cual implica por un lado un hacer, una acción, ya que si no haces nada pues nada cambia. Y por otro lado implica inteligencia, ya que si te limitas al bombardeo publicitario solo te estrellarás contra los escudos que blindan a los votantes.

Actuar con inteligencia por el cambio político es sinónimo de estrategia de contenidos.

Es volar por fuera del radar.

Y sorprender al mismísimo Capitán Picard.

Maquiavelo & Freud

https://maquiaveloyfreud.com/cambio-politico-picard/

 12 min


Es cosa de uso común que a los grandes cronistas deportivos -entre los cuales me excluyo- les sea solicitado, habiendo terminado un campeonato mundial, que entreguen una lista con los, a juicio de ellos, mejores jugadores del certamen. Yo, jugando a ser grande, también la haré. Haré, además, algo que no hacen los grandes cronistas: la fundamentaré.

La primera fundamentación es que creo haberme metido en un lío. Para hacer una lista tengo que adaptarme a un sistema de juego, algo muy difícil porque en este mundial parecía haber tantos sistemas de juego como equipos participantes. Los culpables, creo yo, son los directores técnicos. Cuando les es exigido dar a conocer una alineación, la mayoría recurre a los sistemas de juego más conocidos: el 4-2-4, el 4-3-3, el 5- 2-3. Pero hay algunos que te escriben un 3-5-2, un 4- 3- 2-1, un 2-5-2-1, y así sucesivamente. A veces creo que lo hacen para despistar al adversario. Otras veces pienso que lo hacen por narcisismo, para que después se diga que ese DT revolucionó al fútbol mundial. Y no falta el que lo hace simplemente por joder. Y para colmo están los números que se estampan los jugadores en la espalda, cada uno más absurdo. En mis tiempos, el arquero era el 1, los laterales el 2 y el 3, los centrales el 4 y el 5, los mediocampistas el 6 y el 8 y los delanteros el 7, el 8, el 9, el 10 (algo retrasado) y el 11. No había como perderse. Como están las cosas hoy, no va a tardar en aparecer algún jugador con el 007 en la espalda y los periodistas lo bautizarán como el James Bond del fútbol mundial.

Después de largas y profundas cavilaciones, decidí optar por lo que yo veía en el campo de juego. Efectivamente, la mayoría de los entrenadores, con alguna u otra variación, ha optado por el 4-3-3. Lo demás es prosa.

Entonces, ¿el mejor arquero? Aquí estoy en otro lío: el que más me impresionó (por no decir el único) fue el arquero danés Schmeichel. Pero le faltó tiempo para seguir mostrando lo que parece ser: un monstruo bajo los palos. De este modo decidí optar por otro gran arquero: el belga Courtois quién atajó balazos realmente increíbles. A Lloris, el francés, también lo tenía como candidato, pero después de la gran K que hizo en la final contra Francia, quedó definitivamente descalificado.

Laterales: ahí no hay ningún problema: Por la derecha el inglés Trippier: corajudo, técnico y con una diestra bien dotada para los tiros libres y penales. Por el lado izquierdo, no tengo ninguna duda: aunque no jugó como otras veces lo he visto, Marcelo sigue siendo el mejor. Cierto es que hubo otros buenos, como el francés Hernández y el uruguayo Cáceres, pero ninguno tiene la calidad ni la técnica de Marcelo.

En la defensa central hay un nombre que se ganó el respeto de la hinchada, de la prensa y el mío. Un jugador a quien jamás sacaría de un primer equipo como hacía en Barcelona el insensato de Luis Henrique. Me refiero al carismático colombiano Jerry Mina. Simplemente grandioso. Para acompañarlo en la defensa hay varios: el belga Kompany, el croata Vida, y los dos franceses Umtiti y Vaerane. Al fin me decidí por este último, es el más regular.

Medio campo: sucede lo mismo que con Mina. Pogda es intocable. El jefe, el rey, el mariscal, el lo que quiera ponerle usted. Presencia y elegancia, fuerza y precisión, personalidad y liderazgo: un fenómeno. ¿Y los otros dos? Si yo fuera DT pondría a su lado a los dos franceses Matudi y Kanté, con quienes Pogda se entiende a ojos cerrados. Sin embargo, aquí debo aclarar tres puntos. Primero, yo no soy DT. Segundo, estoy destacando al mejor en cada puesto y no a la mejor combinación. Tercero: ¿Quién se atrevería a dejar fuera de la lista a dos nombres: el del croata Modric y el del belga Hazard? Yo no.

El problema es que tanto Modric como Hazard son 10 y ambos juegan con ese número sagrado: el de Puzkas, Sívori, Platini, Pelé, Maradona, Zidane, Messi y otras leyendas. ¿A quién de los dos poner? El problema se solucionó cuando me di cuenta de que, a pesar de ser los dos dignos portadores del número 10, son muy distintos entre sí, como distintas son las funciones que cada uno cumple en el campo. En efecto, Hazard es en la práctica un delantero atrasado. Su función no es organizar ni calmar el juego. Todo lo contrario. Juega como si fuera un misil, disparado hacia adelante. De hecho, un cuarto delantero. Modric es otra cosa. Modric es el 10 a la antigua, uno de los pocos que quedan en este mundo. Es el nexo entre mediocampo y ataque, o si se quiere, el ordenador: el encargado de medir los tiempos, el hombre de los pases precisos. Vista así las cosas, me decidí por los dos. Modric de 10 clásico. Hazard de10 post-moderno.

En la delantera parece haber dos nombres indiscutibles: Griezmann y Mbappe. Tuve, tengo todavía un problema. Ese problema se llama Cavani. Ni Griezmann ni Mbappe jugaron un partido tan extraordinario como ese que se mandó Cavani frente a Portugal. Pero a la vez, ¿en lugar de quién Cavani? Sacar a Griezmann o a Mbappe habría sido un sacrilegio, más todavía si se toma en cuenta de que ambos fueron las cartas de gol del campeón mundial. Lástima por Cavani, se lesionó. Si no hubiera sido por eso habría quedado en la lista definitiva. Pero el fútbol es así: se juega en presente, no en subjuntivo.

¿Y el 9? Está en extinción. Al final, nada extraordinarios pero con ansias de gol, solo dos. El inglés Kane y el croata Mandzukik y quizás, mucho más atrás, el belga Lukaku. Por la impresión final, me habría quedado con Mandzukik. Pero por lo que hizo a lo largo de todo el campeonato, el saldo es a favor de Kane. O sea, Kane.

En breve: los mejores en cada puesto según mi opinión fueron:

En el arco: Courtois

Línea de fondo: Trippier, Mina, Vaerane y Marcelo

Línea del medio: Pogda, Modric y Hazard

Delantera: Mbappe, Kane y Griezmann

NOTA: en esta lista no aparecen los mejores jugadores del mundo sino solo los que mejor jugaron durante el mundial. Para nadie es un secreto, por ejemplo, que Ronaldo, Messi y Neymar figuran entre los mejores del mundo, pero en el mundial ninguno logró estar a la altura de lo que son.

PS. Para la confección de esta lista conté con la colaboración del Dr. médico y amigo, Pedro Sierra

Polis

Julio 16, 2018

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