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Luis Ugalde

Instinto de conservación

Luis Ugalde

El instinto de conservación y el miedo han evitado más guerras que el amor al enemigo. Hasta ahora no hubo tercera guerra mundial porque las potencias rivales con más bombas atómicas prefieren pactar que aniquilarse mutuamente. Jesús en el Evangelio pone el ejemplo de un general sensato que al enterarse de que el enemigo tiene más fuerza que él, manda negociar. Venezuela hoy necesita en todas sus instancias activar el instinto de conservación tan maltratado en estos años. Instinto que no llega al amor al enemigo, pero sí a su reconocimiento y al pacto con él. Luego de siglos de matanzas se acabaron las guerras y los conflictos sociales a muerte entre los países europeos, gracias a que prevaleció un instinto inteligente, mejor informado y con visión; por ejemplo, a los empresarios no les podrá ir bien sobre la desgracia de los trabajadores y viceversa. Invertir en el bienestar de todos es mejor que tratar de prosperar uno quitándole al otro y alimentando el malestar, el conflicto y la guerra. Hace 7 décadas Francia y Alemania entendieron que lo mejor para uno era otra guerra para aniquilar al otro. Luego de un siglo de gastar miles de millones en ejércitos enfrentados y tres guerras espantosas (Franco-Prusiana, 1ª y 2ª guerras mundiales), el instinto de conservación les llevó a la conclusión de que el bien del uno pasaba por el bien y la prosperidad del otro y su reconocimiento: no más economía para ejércitos enfrentados, ni fronteras, ni fortalezas artilladas, sino para el paso libre y cooperación.

El primer capitalismo fue salvaje y de terrible explotación, luego el instinto de conservación más inteligente llevó a una visión de bien común que incluye como complementarios a los factores sociales y productivos ayer totalmente contrapuestos. Hasta los partidos de origen marxista, como la socialdemocracia alemana, se convencieron de que el capital y el trabajo se necesitan y se pertenecen mutuamente, y que la destrucción del otro es un disparate suicida.

Instinto de conservación frente al de destrucción. Lamentablemente Venezuela es uno de los últimos países donde desde el poder “revolucionario” se deliró con la idea de que la felicidad de los trabajadores y de los pobres pasa por la eliminación de la empresa privada. Se invirtieron muchos millardos de dólares con propaganda masiva para activar instintos de agresión, resentimiento y odio. Con el voto multitudinario reciente la sociedad frenó al borde del precipicio. El bien duradero de más de 10 millones de trabajadores requiere más de 100.000 empresarios exitosos, lo que es imposible sin mutua valoración, potenciación y elevación productiva. Venezuela necesita nuevos empresarios inteligentes y visionarios que apoyan el éxito, dignidad y vida de los millones de trabajadores. Aunque no sea por amor mutuo, al menos por instinto de conservación dotado de inteligencia.

También la derrotada “revolución” necesita activar su instinto de conservación con cambio a fondo para sobrevivir. Las causas del cambio siguen siendo justas como en 1998 y las aspiraciones de los pobres irrenunciables; pero imposibles sin la contribución decidida del conjunto de la sociedad. La MUD post 6D debe activar al máximo la sensatez, para el éxito en la reconstrucción, con reconocimiento e identificación con las aspiraciones y necesidades concretas de la mayoría. El instinto de conservación se requiere para preservar y fortalecer la unidad y evitar - por ejemplo - las lamentables e inoportunas frases públicas contra la “salida” de 2014; así como parecen inoportunas las campañas y presiones externas para aupar la elección de determinado presidente de la nueva AN, cuando convenía que fuera fruto maduro, sereno y consensuado, hasta cierto punto. Una consulta médica delicada no se decide por las pancartas de presión en la calle.

El país está maltrecho en todas sus dimensiones como si hubiéramos pasado una terrible guerra.

Restaurar el instinto de conservación y sentido común nacional significa un cambio radical. Como cristianos sabemos que el amor al prójimo es la clave del reconocimiento y de la convivencia constructiva, pero -como enseña el catecismo católico- si no lo hacemos por amor a Dios, hagámoslo “por temor al infierno”. No veo el idílico amor universal en esta Venezuela intoxicada por el odio, pero el amor puede ser ayudado por el “temor al infierno” del desastre y la imposibilidad de reconstruir.

Necesitamos una economía fuerte, con millones de iniciativas, creatividad y mercado…, junto con eficaz solidaridad social y honestidad pública que buscan oportunidades de trabajo y éxito para todos, con educación, salud, seguridad ciudadana, seguridad social, espíritu de reconocimiento mutuo sembrado por todos los medios.

Un reto hermoso. La sociedad excluirá del poder a quienes se aferren a la siembra del odio y de la exclusión, sean los actuales o los “nuevos” antiguos. Nos necesitamos renovados, capaces de reconocer e incluir al otro, aunque sea por temor a nuestro infierno social nacional.

El Nacional

7 de enero 2016

Doctor Honoris Causa de la ULA

Luis Ugalde

Discurso de investidura

Han pasado 53 años y dos meses desde que entré por primera vez en la casona de la Facultad de Humanidades de esta universidad para sacar la equivalencia de mi recién terminada carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá y así poder dedicarme a la educación venezolana. También en esos meses, mientras estudiaba en la ULA, ejercí por primera vez la docencia en el incipiente colegio Monseñor Silva.

Tres pichones de jesuitas, vestidos de rigurosa sotana negra íbamos a la universidad en ese año tan encrespado por el debate ideológico y la lucha armada. Poco duró nuestra presencia, pues la crisis de los misiles en Cuba el 23 de octubre, provocó graves disturbios y en noviembre se cerró la ULA hasta enero. Pero bastaron esos dos meses para que yo me llevara un recuerdo entrañable e imborrable de mi primera universidad venezolana y de esta acogedora ciudad.

Ahora he sido sorprendido con la para mi inesperada e inmerecida distinción que me otorga una universidad asediada. Vuelvo aquí para agradecerles y pido su licencia para solidarizarme y compartir con ustedes nuestra común defensa de la autonomía universitaria y de la democracia, ambas sometidas a terrible cerco.

I Naturaleza pública de las universidades

Todas las universidades son públicas por su creación y reconocimiento y por el título que otorgan. No hay carrera, ni título universitario privado. Todo rector, incluso el de una universidad privada, en el solemne acto público de entrega del título dice “en nombre de la República y por autoridad de la ley le otorgo el título de…”. Así lo hice durante dos décadas como rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Esos títulos tienen reconocimiento legal nacional e internacional y en ese sentido todas las universidades son públicas, y su responsabilidad también. Sería un delito si alguna existiera sin autorización y otorgara títulos no reconocidos, en carreras no aprobadas. La diferencia fundamental no está en su responsabilidad pública o no, sino en su modo de financiamiento y de gestión.

En cuanto a la gestión universitaria hay una primera diferenciación entre las de gestión privada, las que podríamos llamar de gestión oficial gubernamental y las de gestión autónoma.

Permítanme detenerme en la peculiaridad de la universidad autónoma, que ciertamente es pública, pero no es oficial por cuanto ella misma elige y nombra a sus máximas autoridades rectorales y a las demás autoridades principales; no lo hace el gobierno nacional de turno, ni ninguna otra autoridad externa a la comunidad universitaria.

En estos tiempos de cultivada confusión entre Estado, gobierno y partido, donde la constitucional separación de poderes se ha reducido a mera apariencia, quiero compartir con ustedes, no mi experticia jurídica - que no la tengo-, sino mis reflexiones políticas sobre lo público, lo privado, lo estatal y lo societal, pues la claridad sobre estos puntos me parece de máxima importancia para el rescate de la democracia, que ha de ser representativa y al mismo tiempo participativa. La confusión de estos planos y la falta de separación de poderes producen la muerte de la democracia.

Somos testigos, y al mismo tiempo sufrientes, del actual vía crucis universitario sometido a duro y creciente cerco por el gobierno nacional deseoso de rendir por hambre a las universidades autónomas. Incluso en ambientes informales hemos escuchado a agentes del gobierno defender el cerco presupuestario diciendo “¿Cómo pretenden que nuestro dinero (para ellos estatal-gubernamental-partidista) vaya a financiar el funcionamiento de una universidad no sumisa al gobierno, peor aún, crítica del mismo y autónoma en su pensamiento?” No es un argumento improvisado para legitimar atropellos gubernamentales, sino que se basa en una concepción de sociedad, estado y universidad radicalmente distinta a la democrática, en la que el Estado es plural y creado por una sociedad plural, como su instrumento trascendente y especial para promover el bien común. Basta recordarles cuán absurdo nos hubiera parecido hace un cuarto de siglo, que alguien creyera posible que en la totalitaria sociedad cubana rectores y universidades expresaran libremente sus ideas diversas y opuestas a las del Jefe Supremo de la Revolución, el comandante Fidel Castro.

En ese pensamiento, no solamente es absurda la libre divergencia del único Jefe y del único partido, sino que es inconcebible el nombramiento autónomo de las autoridades, como era en Venezuela y la gestión independiente de una universidad financiada fundamentalmente por el presupuesto nacional. En los años más recientes la aplicación gradual, pero inexorable, de ese pensamiento totalitario a nuestra sociedad tenía que llevar necesariamente al actual asedio y trágico empobrecimiento de la universidad venezolana, específicamente de las universidades autónomas. La dramática crisis económica debido al empecinamiento gubernamental en un modelo que ha fracasado donde se ha ensayado, viene a agravar ese empobrecimiento universitario, de graves consecuencias para el país.

Permítanme compartir con ustedes, con franqueza y libre de todo alarde de erudición (que tal vez se espera de un doctorado honoris causa), unas sencillas reflexiones sobre la importancia y sentido de la autonomía universitaria que se expresa en esta dualidad y tensión resultante del hecho de que el presupuesto viene del gobierno, pero él no nombra a las autoridades que lo deben elaborar y administrar con autonomía de criterio, pluralismo y transparencia.

Esa autonomía no es una generosa concesión que hace el gobierno a la universidad, sino que la universidad autónoma es expresión de la sociedad democrática plural que la defiende como condición indispensable para el fomento de la ciencia y de la creatividad, con libertades y autonomías de pensamiento y de investigación, tan plurales como lo es la propia sociedad. Todo ello es público, pues lo público no se reduce a lo gubernamental y a lo propio de un estado totalitario. Si así fuera, no tendría ningún sentido hablar de “soberanía del pueblo” (soberanía de la sociedad que crea el Estado), y los ciudadanos y la sociedad entera perderían su dimensión pública. La soberanía del pueblo es la del conjunto de los ciudadanos, de la sociedad, sobre su Estado y su gobierno. Es el soberano el que en ejercicio de su dimensión pública, hace su Constitución y puede modificarla y cambiar su Estado. Lo público nace de la voluntad del conjunto de la sociedad de donde brota la Constitución democrática. Por eso cada uno de los ciudadanos no es meramente privado, sino que mantiene esa dimensión pública (dimensión de cada individuo) en cuanto ciudadano. El hecho de que la Sociedad sea una realidad previa y origen del Estado, hace que tenga poder sobre éste, y prevalezca en situaciones de crisis y de desencuentro entre ambos.

Nuestra sociedad en la profunda enfermedad actual, con un funcionamiento del Estado que contradice al bien común de la sociedad y a lo establecido en la Constitución, sólo tiene salida desde el ejercicio de esa dimensión pública de cada uno de los integrantes, que es miembro constituyente de la civitas o de la polis, es decir ciudadano y político.

Sobre esa base quiero resaltar que la universidad autónoma es una realidad pública que pertenece a la plural sociedad venezolana y al mismo tiempo es parte integrante del Estado democrático plural y no del Estado dictatorial propio de otros modelos y constituciones dictatoriales. El dinero público viene de la sociedad y el presupuesto de las universidades autónomas es administrado y gestionado al servicio de una sociedad plural por autoridades plurales, no necesariamente gobiernistas. Cosa que es contrapuesta al trato que un estado totalitario da a la sociedad y a la universidad. Esta es la razón por la que hace décadas se constituyó el Consejo Nacional de Universidades, presidido por el Ministro de Educación y con participación de todos los rectores, como una plataforma plural donde se tratan y se resuelven las divergencias y los posibles desencuentros. Se desvirtúa la naturaleza y el sentido del CNU cuando se le quita - de iure o de facto- todo poder de decisión a una parte de él y se lo apropia íntegramente la otra parte. En la medida en que el Ejecutivo y la Universidad autónoma se centren en hacer que la universidad sea de primera al servicio de la nación y de la solución de sus problemas, se superan las dificultades y divergencias de una manera creativa, cosa que no ocurre cuando el Ejecutivo pretende imponer la uniformidad (con aspiración de partido único) con voluntad de reducir la universidad a instrumento suyo y como tal dedicado a la indoctrinación socialista-estatista.

Desde una concepción que entiende la universidad como apéndice del Ejecutivo y éste como instrumento del partido único, o al menos hegemónico, nunca se podrá aceptar la autonomía universitaria que reconoce nuestra Constitución en sus artículos 109 y 110: ”El Estado reconocerá la autonomía universitaria como principio y jerarquía…”.”Se consagra la autonomía universitaria para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión”. (art. 109). Por el contrario desde el partido- gobierno-estado se blandirá el grito de guerra “delenda est autonoma universitas"(hay que destruir la universidad autónoma); grito amenazante que estamos escuchando en estos días. El cerco presupuestario con el correspondiente brutal empobrecimiento, es su lógica consecuencia. Es triste reconocer que actualmente el personal universitario tiene ingresos inferiores no sólo a sus colegas de Canadá, USA o Alemania, sino que son al menos diez veces inferiores a los de Ecuador, Paraguay o Colombia.

II Derecho de los pueblos al autogobierno

Como jesuita ex alumno de esta universidad me permito en mi agradecimiento recordar el parentesco - lejano pero real- de los jesuitas con esta ciudad universitaria y con los que sustentaron la independencia de la República basada en el derecho de los pueblos al autogobierno.

Juan Germán Roscio, preso en la cárcel de Ceuta, escribió entre 1814 y 15 su original y admirable libro “El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo”. En él Roscio demuestra de manera extraordinaria con argumentos teológicos que Dios quiere la libertad de los pueblos y no el despotismo que, con la pretensión de estar fundamentado en la voluntad divina, los oprime. Las monarquías absolutas imponían la teoría del “derecho divino de los reyes” que colocaba a estos por encima de todo juicio y posible destitución por parte de la sociedad.

En 1767 salían de esta ciudad de Mérida al destierro 5 jesuitas, presos como malhechores. Eran los herederos de los que siglo y medio antes (1628) con la fundación del colegio San José - el primero de la orden en Venezuela - trajeron semillas de estudio que más adelante fructificarán en la universidad y en el pensamiento crítico. Los jesuitas expulsados por las monarquías borbónicas, vieron cómo, por presión de éstas, el papa Clemente XIV suprimía la Compañía de Jesús en 1773. Luego de la expulsión de los jesuitas la monarquía española exigía a todo profesor de la universidad y del seminario el juramento de no enseñar “la doctrina jesuítica”, ni siquiera como moralmente probable. Simplemente en estas tierras americanas estaba prohibida como “inmoral” y se imponía como obligatorio enseñar en cátedras y púlpitos la falsa doctrina del “derecho divino de los reyes”. Inculcar a los pueblos americanos esta sumisión llevaba a condenar la idea misma de su futura independencia y el derecho a darse gobierno propio y bloquearla con la enseñanza de que ir contra el Rey de España era ir contra Dios.

En el momento en que los jesuitas eran expulsados de Mérida y del imperio español, en San José de Tiznados se abría a la vida un niño de 4 años, Juan Germán Roscio, probablemente el pensador civil más destacado por su argumentación a favor de la independencia de Venezuela. Él redactó en 1811 el “Manifiesto que hace al Mundo la Confederación de Venezuela” y con Francisco Isnardy el Acta de la Independencia. A la caída de la Primera República, Roscio fue apresado y enviado a la cárcel de Ceuta con otra media docena de ilustres próceres civiles de nuestra independencia.

Cuando en 1814 el Papa Pío VII restaura la Compañía de Jesús, Juan Germán Roscio en la cárcel está escribiendo El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo y defiende con razones bíblicas y religioso-teológicas el derecho de los pueblos a la justa rebelión contra los déspotas y tiranos y a darse gobierno propio. Nos recuerda “que los reyes no tienen derechos ni privilegios divinos, y que está al arbitrio de los pueblos removerlos y arrojarlos cuando les convenga”(Roscio, Obras 1953 tomo II p. 31) Roscio dice que él en sus estudios civiles y canónicos en la Pontificia Universidad de Caracas no tuvo la suerte de conocer a los jesuitas (expulsados cuando él era niño) y la universidad tampoco le brindó el conocimiento de su prohibida doctrina sobre el derecho de los pueblos a la legítima rebelión contra los tiranos y déspotas. De ahí Roscio concluye en su escrito de 1814:”He aquí la verdadera causa porque fueron arrojados(los jesuitas) de los reinos y provincias de España: todo lo demás fue un pretexto de que se valieron los tiranos para simular el despotismo y condenar la censura y venganza que merecía el decreto bárbaro de su expulsión. También lograron extinguir la Compañía” (citado Ugalde L. El Pensamiento teologico-político de Juan Germán Roscio. Ed. Casa de Bello Caracas 1992 p.57).

Hoy como ayer tenemos que oponernos a la apropiación privada de un bien público (como son el Estado y la universidad) al servicio de una ideología. Toda ideología- y también la religión como nos enseña Jesús ( ver Evangelio de Marcos 2,27) debe ser instrumento al servicio de la vida de la gente y no al revés, como recientemente nos recordó en papa Francisco en su visita a Cuba, en las Nacionales Unidas y en el Congreso norteamericano. Una universidad autónoma se debe a la sociedad y tiene el compromiso de contribuir decididamente a hacerla libre y justa; por eso siempre será molesta e inaceptable para una concepción totalitaria del poder y del Estado.

Quisiera que el doctorado honoris, inesperado e inmerecido de mi parte, que me otorga esta querida universidad sea un reconocimiento a la autonomía universitaria hoy asediada y también a Roscio y a mis antepasados jesuitas, a quienes sus ideas les acarrearon el destierro y la cárcel. Para que la universidad sirva a la sociedad es fundamental que no se subordine a la ideología del gobierno de turno, ni se encierre en sí misma como torre de marfil ciega y sorda al clamor de nuestra gente, sino que sea lugar de encuentro y constructora de puentes entre los sectores enfrentados de la sociedad. La universidad ha de formar profesionales decididos a que mañana el ejercicio de su profesión lleve al país a eliminar las exclusiones, a potenciar por medio de la educación el talento de los pobres para que salgan de su pobreza y hacer que el Estado sea instrumento de la sociedad impidiendo que el partido en el poder se apropie de él e imponga sus intereses.

Muchas gracias.

Universidad de Los Andes, Mérida 10 de noviembre de 2015

Elecciones y democracia participativa

Luis Ugalde

El deterioro económico-social del país y la ineptitud del gobierno avanzan sin freno hacia el abismo. Los hechos están a la vista de todos: empobrecimiento de los pobres y de la clase media y parálisis de las empresas productivas. El voto de diciembre tiene que ser un grito que reclama el cambio de esta ruta de perdición. Por otra parte cada vez es más evidente que la prisión, maltrato, farsa y condena de Leopoldo López y varias decenas de estudiantes y políticos son reacciones típicas de gobiernos dictatoriales cuando se sienten acorralados y huérfanos de apoyo voluntario.

La insensata inmovilidad gubernamental en sus erradas políticas ha puesto tres graves bombas de tiempo combinadas que, si no se desactivan, harán saltar por los aires a Venezuela: inflación desbocada, desabastecimiento e inseguridad. La vida de todos (chavistas o no) está amenazada, los productos más necesarios no se consiguen y los ingresos no alcanzan para comprarlos. Crece la desesperación y los que apoyaron al gobierno se sienten traicionados por quienes en nombre del socialismo se han hecho multimillonarios. La incapacidad gubernamental busca a quién echar la culpa para convencer a la población de que la revolución va bien y criminalizar a los críticos.

Entre las últimas cosas más grotescas está el uso delincuente desde la altura del poder de la grabación de una conversación telefónica privada entre el destacado economista, ex ministro Ricardo Hausmann y el empresario Lorenzo Mendoza, sobre cómo salir del actual desastre económico, que requiere entre otras cosas un préstamo de decenas de miles de millones por parte de organismos multilaterales especializados, con los correspondientes ajustes. Es sabido que el propio gobierno a escondidas se hace también esta pregunta y varios ex ministros defienden sensatamente que hay necesidad de acudir al Banco Mundial y al Fondo Monetario para proceder a la inevitable cirugía mayor a fin de que no se muera el enfermo grave que es Venezuela. En una “democracia participativa” no hay prohibición de hablar de estas cosas, sino obligación. Además del gobierno, todos deben discutir y buscar soluciones, sobre todo los economistas y los empresarios. Cualquier gobierno sensato, lejos de amenazar, condecoraría a Lorenzo Mendoza, a Hausmann y a otros por participar activamente en esta búsqueda de soluciones en las que todos somos corresponsables.

Los venezolanos (salvo la minoría que se beneficia escandalosamente del desastre nacional) nos preguntamos día y noche ¿cómo desactivar la triple bomba que nos amenaza: inflación, escasez e inseguridad? Esto es lo que nos une a todos, pero el gobierno no hace nada por cambiar y así conspira contra sí mismo; hoy está peor que en enero y mañana estará peor que hoy.

Es imprescindible que de manera clara y rotunda Venezuela manifieste en la próxima elección su decidida voluntad de cambiar este modelo y reencontrar el camino de la esperanza cuya construcción requerirá la unidad, por encima de pequeñeces y personalismos. Este incendio pavoroso amenaza acabar con todo; por eso empresarios, economistas, políticos y los ciudadanos responsables, de uno y otro signo, deben unirse para apagarlo. Es el momento de darle un rotundo no al régimen y a su modo anticonstitucional de uso del Poder Judicial, de la Fuerza Armada y del CNE.

Nadie podrá detener el cambio si vamos a votar con decisión y valor, a decirle a Venezuela y al mundo que queremos transformación y no estamos resignados a tener los primeros lugares mundiales en inseguridad-violencia, inflación, déficit fiscal, escasez de productos de primera necesidad, corrupción...

Por supuesto, no basta el triunfo electoral, hay que obligar al gobierno a reconocerlo y a cambiar. Sería muy trágico y estúpido que por negligencia o cualquier otra razón, los que queremos reformas nos quedáramos en casa, lo que permitiría al gobierno proclamar ante el país y el mundo que Venezuela es feliz y que esta locura empobrecedora tiene el apoyo de la mayoría. No hay soluciones ideales y completas, pero está al alcance de la mano votar el 6 de diciembre y entrar decididamente por la puerta del cambio para empezar cuanto antes la reconstrucción del país con énfasis principal en la superación de la pobreza

El Nacional

Caracas, 5 de noviembre 2015