Pasar al contenido principal

Ignacio Avalos Gutiérrez

Maradona

Ignacio Avalos Gutiérrez

Contra el destino nadie puede, suena a bolero cursi, pero es verdad. Ese bebé parido en Villa Fiorito, un barrio, entre los más pobres, de Buenos Aires, llegó a ser, con el correr del tiempo, nada menos que Diego Armando Maradona, a pesar de que madre natura lo fabricó más bien pequeño y, encima, medio gordito, quien podría imaginar, pues, que en ese formato pudiera ser futbolista y futbolista no de cualquier manera, sino conforme a un formato imposible de repetir.

I.

El destino fue, pues, haciendo su mandado, le cosió su vida al balón y Maradona, resultó, a partir de sus diez y siete años, el genio que se tenía previsto, un jugador de los que no ha habido muchos en la historia. Hasta donde me alcanza la memoria han sido muy escasos los futbolistas capaces de hacer tantas cosas insólitas en una cancha, pocos con un pie izquierdo, suerte de sombrero de mago, de donde salían, en vez de conejos, balones en parábola, amén de ser muy dado a jugar limpio en la cancha. Pocos con su genialidad puesta a prueba por la televisión dos o tres veces por semana, durante al menos una década, más de mil partidos ante millones de testigos en cada ocasión, que lo convirtieron en el atleta más admirado de la aldea global, y también, en el más vigilado, no sólo en su desempeño en el campo (jamás nadie fue sometido a semejante control de calidad), sino también en su polémica vida privada, puesta en una vitrina bajo la mirada de todos, sujeta al juicio de cualquiera. Por eso unos dicen que Dios inventó el fútbol pensando en Maradona, mientras muchos se van al extremo de afirmar que Maradona lo jugaba como si fuera Dios.

II.

Si Maradona fuera mudo sería perfecto, reza un grafiti que leí hace unos años en una pared de la capital argentina, reflejo, me parece, de la preferencia por el atleta eunuco mental, por la aséptica figura del “ejemplo-para-la-juventud”, el ciudadano minusválido que se limita a hablar del deporte y a recomendar las bondades de una tarjeta de crédito o del último celular que salió al mercado, sin que nadie espere oír de él su opinión sobre el aborto, la inflación o una guerra en quien sabe cuál lugar del planeta. Maradona, al contrario, hablaba hasta por los codos, casi ningún tema le ha resultado ajeno (le ha faltado un poquito de ignorancia, diría Cantinflas), tampoco el de la política, desde luego, e, incluso, cometió la imprudencia de criticar a los de los directivos de la poderosa y corrupta FIFA, las más de las veces con buenos argumentos.

Maradona fue, pues, lo contrario de figuras como Pelé, siempre políticamente correcto, o como Beckham, siempre comercialmente correcto. Y no hablemos de Cristiano Ronaldo y Leonel Messi, por mencionar a dos insignes mudos de la actualidad.

III.

Cierto, el fútbol fue su gloria. Si volviera a nacer, volvería a ser futbolista, repetía a cada rato. Pero también su calvario: un per cápita de patadas, zancadillas y empujones sufridas, sin duda entre los más altos de la historia, también de medicamentos para poder jugar, aún lastimado, la pelea con algunas autoridades del fútbol mundial, la cocaína y la efedrina, el corazón varias veces a punto de infarto y, sobre todo, la presión de la cierta opinión pública, empeñada en crucificarlo y hasta psicoanalizarlo en nombre de la rectitud, el decoro y las buenas costumbres. He vivido cuarenta años que equivalen a setenta, declaró en cierta oportunidad. Solía decir que de una patada fui de Villa Fiorito, un barrio muy pobre de Buenos Aires, a la cima del mundo y allí tuve que arreglármelas yo solito. Tal vez esta sea la frase que explique mejor la manera como transcurrió su vida.

Siempre le resultó incómodo a los jefes del balompié. Tuvo la mala ocurrencia de apoyar un sindicato de jugadores, se hizo amigo de Fidel, respaldó a Chávez, se vinculó a Menem y con Cristina Kitchner, se tatuó en el brazo al Ché Guevara y se colocó un zarcillo en la oreja, cuando aún era pésima costumbre hacerlo. También tuvo la infeliz idea de drogarse y la mala suerte de que se supiera y se le sancionara por ello. Demasiados defectos juntos como para que alguna empresa se atreviera a contratarlo para un anuncio comercial. El Mundial de Estados Unidos - en donde salió positivo en un test anti dopaje – significó prácticamente el capítulo final de su vida como futbolista. “Es como si me hubiesen cortado las piernas”, declaró cuando lo sancionaron. Yo diría que le cortaron la vida, pues poco después inicio un periodo de excesos en su vida privada, enfermedades y conflictos emocionales que terminaron haciendo complicada y sufrida su existencia.

IV.

Falleció ayer a los sesenta años, mismos que transcurrieron lo más parecido a un tango. Huelga decir que lo admiré mucho y creo que no hubo justicia ni comprensión ni compasión con los errores que cometió en su vida. Me parece que el escritor uruguayo Eduardo Galeano acierta cuando escribe que “él nunca pudo regresar a la anónima multitud de dónde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”. “La exitoína es una droga muchísimo más devastadora que la cocaína, aunque no la delatan los análisis de sangre ni de orina”,

Estoy seguro de que “la mano de Dios” volverá a ayudarlo, como lo hizo en el Estadio Azteca, en el Campeonato Mundial de 1986, y que en algún lugar, allá arriba, lo estarán esperando Gardel, Evita y Quino junto a Mafalda.

El Nacional, 26 de noviembre de 2020

El ideólogo de la pereza

Ignacio Avalos Gutiérrez

Por estos días desconcertantes de la pandemia en los que uno se debate entre el ocio y el trabajo, sin saber a ciencia cierta si se encuentra en un mundo o en el otro – al menos así me ocurre a mi -, por pura casualidad me topé con algunos escritos de y sobre Paul La Fargue médico nacido en el siglo XIX y dedicado por completo a la política hasta el día de su muerte, ocurrida a principios del siglo XX. Sin saber muy bien por qué, casi sin darme cuenta, decidí leer algunos (además de consultar al Profesor Google) y escribir estas líneas que aún hoy en día tienen, me parece, cierto sentido

Yerno de Marx

Siendo muy joven, Paul La Fargue, un cubano, nieto de franceses, se volvió discípulo de Marx, convirtiéndose en uno de los principales difusores de sus ideas y también, su yerno, según reza la biografía escrita por Leslie Derfler.

Fue autor del ensayo “Elogio a la Pereza”, obra en la que, entre otras cosas, indicaba que los obreros no debían aspirar a mejorar las condiciones de trabajo, ni a la apropiación del mismo (conforme reza la ortodoxia marxista), sino a la mejora de las condiciones de descanso y a trabajar lo menos posible. Así, contradiciendo, a su suegro, a quien por cierto no le caía bien, La Fargue reivindicaba el derecho a la holganza y a del tiempo libre como opción vital e, incluso, política. ¡Trabajadores del mundo, relajaos! debía ser, más bien, la consigna, según lo propuso alguno de sus seguidores.

En su libro propone que “una sociedad emancipada no es aquella en la que se debate el derecho al trabajo, sino aquella donde se discute el derecho a la pereza, entendida en el sentido del ejercicio libre del culto a la ciencia, al arte y al entretenimiento", de acuerdo a lo que explica la mencionada investigadora, quien sostiene que tal escrito es uno de los primeros intentos de “…criticar el énfasis en el trabajo como un valor y reconocer en su antónimo la verdadera virtud.”

Su tesis principal contradice, según algunos estudiosos, los objetivos del marxismo. Los obreros no deben aspirar a la mejora de las condiciones de trabajo ni a la apropiación del mismo sino a la mejora de las condiciones de descanso y al derecho a trabajar lo menos posible. La Fargue va más allá que Marx y considera que no son las relaciones de producción la causa de la explotación del trabajador sino la propia imposición del trabajo.

Breve digresión sobre la siesta

Las ideas del esposo de Laurita Marx encajan dentro de la vieja pretensión de recuperar la vida para la gente, sacarla de un estilo que pone los énfasis equivocados, esto es, en la economía, en su lógica y sus urgencias. Se da la mano, así pues, con aquel movimiento que enarbola la vida tranquila y lenta, representación de una lucha contra la rapidez y el ajetreo inyectados en la cotidianidad de los terrícolas, no sólo los de esta época. No pocos sostienen que por allí deben transcurrir las grandes transformaciones sociales que se requieren hoy en día

Hay que darle permiso a la gente de reconectarse con su tortuga interior, ha dicho uno de los profetas actuales de esta antigua filosofía enemiga de la prisa, buscando, por expresarlo de alguna manera, ralentizar la existencia. Dentro de este marco de ideas figura la siesta, el yoga ibérico, como la llamó el escritor Camilo José Cela, una costumbre estigmatizada, nítida expresión del subdesarrollo, según ciertos estudiosos de la competitividad, el crecimiento industrial y esas cosas que, por lo general, vienen dentro del combo de la velocidad de la vida.

Sin embargo, últimamente la siesta ha sido en cierto grado redimida gracias a diversas investigaciones que muestran sus múltiples bondades. En el Reino Unido se ha elaborado hasta un manual para dormir la siesta: «Encontrar un lugar tranquilo y sin ruido, tumbarse lo más plano posible, desconectar el móvil y el ordenador, apagar la luz, correr las cortinas y abrir la ventana si hace calor». Así las cosas, en diversos países en los que antes hubiera sido casi impensable, se ha consagrado (o están a punto de hacerlo) el derecho a la siesta,

En tono casi anecdótico cabe decir que Winston Churchill era un incondicional de la siesta, que Leonardo da Vinci estableció que existe una relación directa entre la siesta y la lucidez, que Bill Clinton ha señalado que, a medio día, le gusta más una siesta que un buen recital de saxo y, por citar un último caso, Albert Einstein descubrió antes los misterios de la siesta que los de la relatividad. Lejos de mi compararme con los personajes mencionados, pero he de confesar que yo también me echo mi camaroncito.

Imposible no recordar a Francis Bacon

Mucho tiempo después de La Fargue, Francis Bacon, intelectual inglés, escribió que “la naturaleza debe ser acosada en sus vagabundeos, sometida y obligada a servir, esclavizada, reprimida con fuerza, torturada hasta arrancarle sus secretos”. Consideraba a la naturaleza como una prostituta, una mera cosa mercantil que debía ser puesta en condiciones de producir, mediante una mano de obra sometida a la misma cosificación.

Pienso en estas cuestiones observando la manera como asomaba en los tiempos de La Fargue la crisis del modelo de desarrollo. Y miro los reparos que se le hacen al modelo implantado en casi todo el planeta, economistas de la talla de Stiglitz, Krugman y otros cuantos expertos en otras muchas disciplinas, quienes, encaran con poderosas razones este esquema de desarrollo, organizado principalmente en torno al progreso cuantitativo, haciendo que los recursos escaseen y los residuos aumenten exponencialmente.

El filósofo Jorge Riechmann indica que La Fargue no tenía en mente una “vuelta a las cavernas”, según lo han acusado sus críticos, sino que reivindicaba la recuperación de muchas prácticas primitivas y culturas locales, que mantengan una relación respetuosa con el medio natural y la diversidad regional, siempre esquivando el culto al crecimiento material. Bajo este prisma, anteponemos la idea de aldea, que favorece los lazos de sociabilidad en el seno de una comunidad de iguales, al de ciudad industrial, tremendamente “energívora e insostenible, y que ignora las necesidades y aspiraciones reales del ser humano en aras de la lógica del capital”.

La Fargue se suicidó con su esposa

A comienzos de 1911, Paul La Fargue murió junto a su esposa Laura. En una carta dejada al lado de la cama escribió, poco antes de inyectarse ácido cianhídrico, que “estando sano de cuerpo y de espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez me haya quitado, uno tras otro, los placeres y el goce de la existencia”. Su muerte, fue congruente con las ideas expuestas en 1880 en el libro por el cual es recordado, todavía vigente en su crítica a una sociedad industrial que había hecho del trabajo la razón de su existencia, en la que quedaban proscritas, incluso dentro del sistema socialista, las actividades que se consideraban no productiva. La holganza quedó entendida como perversión individual, de relevantes y negativas consecuencias sociales.

Tal vez la grave crisis del cambio climático, además de otras razones que no cabe enumerar en este espacio, meta en cintura a los terrícolas y los aleje de este patrón de desarrollo que, con sus lógicas variantes, ha privado en la organización de la vida en el mundo. No hay que olvidar, como nota de esperanza, la critica a la que esta sometida el PIB, entendido como termómetro esencial del bienestar humano.

25-11-2020

La emblemática ASOVAC

Ignacio Avalos Gutiérrez

Las transformaciones estructurales que se han producido en los últimos tres decenios y las que asoma próximamente lo que va corriendo del siglo XXI, han producido notables mutaciones ideológicas, aunque se diga en algunos círculos intelectuales que las ideologías se encuentran muertas y sepultadas para siempre jamás. Han cambiando, por ende, las concepciones políticas y como cabía esperar, han desaparecido temas de la agenda y aparecido otros nuevos. El desarrollo tecnocientífico se encuentra de manera relevante detrás de los cambios que se vienen operando

La obra de Thomas Kuhn, en particular su libro “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, cuestionó duramente el positivismo científico y le dio piso a otro punto de vista teórico, a partir del cual y en virtud de una extensa y variada tradición de estudio, resulta imposible ignorar los aspectos históricos y sociales de la ciencia. Desde esta perspectiva, y en medio de diferencias de criterio, casi podría afirmarse que la naturaleza social y política de la ciencia es parte ya del sentido común., aunque algunos sectores estén reacios a aceptarlo.

Cambio de época

En efecto, durante el último cuarto de siglo la ciencia – quiero decir más bien la tecnociencia a fin de evidenciar el nuevo formato de los vínculos conforme al que se dan los nexos entre la ciencia, la tecnología y la innovación. Así lo pone de manifiesto un conjunto impresionante de cifras, referido a investigadores, inversiones, cantidad de nuevos productos y servicios y las tasas que marcan su rápida obsolescencia. Así como los cambios radicales vinculados a la cultura, esto es el conjunto de las formas de vida, los entornos tanto materiales como interpretativos y valorativos, las cosmovisiones, las formas de organización social, la relación con el medio ambiente. El conocimiento científico y tecnológico se ha convertido, en la práctica, así pues, en un mecanismo constitutivo de la sociedad, desplazando, transformando o reforzando, según los casos, a los mecanismos clásicos en la caracterización de la estructura y la dinámica social.

“Tecnologías disruptivas”

La llamada Cuarta Revolución Industrial, que condensa lo que he querido decir anteriormente. se ha venido desarrollando a partir de un nuevo paradigma (neurociencias, nanotecnología, tecnologías de la información, biotecnología), que genera conocimientos que producen cambios radicales, muy rápidos y con repercusiones en todos los espacios de la sociedad. En otras palabras, es la difusión, a través de la socialización masiva de la información, lo que marca la diferencia con el pasado reciente o para decirlo en otra forma, esa ubicua presencia del conocimiento, la celeridad con la que se produce, se divulga, se usa y se hace obsoleto, allí está el punto crucial. Se trata, así pues, de “tecnologías disruptivas” que suponen la integración de lo físico, lo biológico y lo digital, desde donde se empieza a dejar ver lo que los que estudiosos de distintas disciplinas han calificado, en medio de ciertas polémicas, como de trans humanismo.

La tecno ciencia se ha convertido, entonces, en un ingrediente de mucha gravitación en la vida social y con ello se ha ido abriendo un espacio en la ciencia política. Uno de los efectos esenciales es que ya no son separables la verdad y la justicia, los juicios de hecho y los juicios de valor, los problemas técnicos y los problemas éticos y no se da por supuesto que la mera innovación técnica sea en si misma valiosa y conlleve a una mejor vida. Así las cosas, están emergiendo transformaciones tecnocientíficas que han resuelto cuestiones antes no comprendidas, pero también han sembrado incertidumbres y dudas en torno a asuntos provocados por ellas mismas, dando como resultado una enorme complejidad, con la consiguiente incertidumbre

Ya lo dijo el poeta Octavio Paz al referirse la aparición de la “conciencia ecológica”, la gran novedad histórica de finales del siglo XX y a la obvia necesidad de restablecer la “fraternidad cósmica”, rota con el advenimiento de la era moderna, en la cual “la naturaleza dejo de ser un teatro de prodigios para convertirse en un campo de experimentación, o sea un laboratorio” (Paz, 2000). Cierto, un laboratorio que incluye, además, a la sociedad.

Por tanto, en su tratamiento, esto es, en la escogencia de sus fines y prioridades, en las preguntas que se hace y contesta, el cálculo de los recursos que se le asignan, el modo de organizarse o, por decir un último aspecto, en el ritmo y el patrón que determinan la difusión y aplicación de sus resultados derivados de las investigaciones, debe estar cada vez más presente, la mirada desde “afuera”, conforme a la cual se calibra a la ciencia en el plano social, político, económico, ecológico, ético.

Este Siglo XXI, tal como ha sido descrito en las líneas precedentes, Venezuela lo encara desde condiciones muy precarias, puestas en evidencia por varios estudios recientes que examinan y calibran la diáspora de científicos e ingenieros, la situación de las universidades y centros de investigación (financiamiento, infra estructura, profesores, alumnos …), todo ello sin mencionar el ambiente creado por la pandemia, durante casi ocho meses. A lo anterior sumémosle así mismo el diseño de políticas y conceptos desacertados, una institucionalidad inadecuada y, por si fuera poco, un gran desinterés que apenas se barniza con una cierta épica revolucionaria.

La tarea pendiente

No hay quien dude que la institucionalidad sobre la que descansa el desarrollo tecnocientífico en nuestro país requiere modificarse para ponerse a tono con la época que corre, en función de circunstancias inéditas que como ya apunte, en buena medida derivan del volumen y rapidez con la que hoy en día se generan y difunden los conocimientos; del espectacular acortamiento de los ciclos que van desde la creación del conocimiento hasta su aplicación; de la aparición de nuevas disciplinas y sub disciplinas y de su inter relación, haciendo parte de los llamados sistemas de innovación, constituidos por diversos actores sociales, en función de intereses tanto públicos como privados. Nuevas circunstancias, digo, que se desprenden, así mismo, de la globalización del conocimiento; de las posibilidades que abre la digitalización y, por citar un último aspecto, entre otros muchos, de las tensiones que plantean alrededor de la propiedad del conocimiento

La ASOVAC

Digo lo que digo porque en los próximos días cumple 70 años de fundada la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (ASOVAC), hecho que, por cierto, no es frecuente ver en Venezuela en donde somos más dados a crear organizaciones que a criarlas.

Es una institución cuya historia no se puede contar sin hacer referencia a Francisco de Venenzi, liderando a un pequeño grupo de creyentes, más bien pocos, convencidos, ya entonces – hablamos del año 1950- de la trascendencia de las actividades científicas y tecnológicas en un país que las tenía muy lejos del epicentro de sus objetivos y preocupaciones.

La semana que viene y como siempre, llueve, tiempo o relampaguee, tendrá lugar su reunión anual, la numero 70. Un encuentro que, como es usual, será útil para reflexionar sobre la manera como debemos entonarnos con un futuro que viene andando a paso rápido y en el que, adicionalmente, se darán cita investigadores que llevan a cabo trabajos de gran relieve, no obstante la crisis que agobia al país. Reconozco en gran medida el esfuerzo realizado por varios grupos para que este encuentro pueda ocurrir una vez más, Pero no puedo dejar de nombrar a los profesores Humberto Calderón Ruiz y Yajaira Freites, quienes, desde hace unos cuantos años, se han echado sobre sus espaldas esta convocatoria tan relevante y emblemática.

El Nacional, 18 de noviembre de 2020

Joe Biden: ¿el presidente verde ?

Ignacio Avalos Gutiérrez

Las de la semana pasada fueron elecciones muy importantes, tanto para Estados Unidos, como para todo el planeta. Tuvieron un lugar en un ambiente de conflicto, que no es lo propio a lo largo de la historia norteamericana. Para muchos analistas, el triunfo de Joe Biden resultó en gran medida una sorpresa, y Donald Trump no ha terminado de aceptarla, alegando junto a otras irregularidades, que el voto postal, justificado por la pandemia, es posible que esconda las pruebas de un fraude relevante. Como vemos en todos los procesos electorales se cuecen habas.

Un proceso enredado

Además fue, como también ha sido dicho repetidamente, un proceso que transcurrió en medio de muchas complicaciones que se juntaron a lo largo de los últimos años, hasta provocar una crisis de respetables magnitudes originada desde el conflicto político y que tuvo consecuencias importantes en varios ámbito de la vida económica y social norteamericana, poniendo en evidencia que Estados Unidos necesita cambios relevantes en su armazón

Por si fuera poco, y como igualmente se ha señalado, las elecciones tuvieron lugar en un complicado escenario internacional, muy marcado por el America First del Presidente Trump que llevo incluso al debilitamientos de las organizaciones ideadas para procurar la gobernabilidad del planeta.

Como lo ha escrito la periodista española Marta Peirano “… muy probablemente, el fin de la era Trump no significará el fin del trumpismo, que es el nombre que en esta época y en ese país ha adoptado la mezcla históricamente añeja de racismo, misoginia, discurso de odio, xenofobia y anticiencia.” Será preciso seguir, así pues, sus pasos con atención, buscando desentrañar sus causas, cuyo escenario es en gran parte el extremo nivel de polarización política, que pareciera haber llegado para quedarse por un buen tiempo, al igual que como ha ocurrido en otros países.

Paul Krugman lo dice sin pelos en la lengua. Dado el grado de disfunción política de Estados Unidos no es exagerado decir que “… se encuentra al borde de convertirse en un Estado fallido, es decir, un Estado cuyo gobierno ya no es capaz de ejercer un control efectivo.”

El regreso al Acuerdo de París

Habiendo sido elegido, en sus primeras palabras Biden señalo que “… Estados Unidos liderarán con el ejemplo y reunirán al mundo para enfrentar nuestros desafíos comunes que ninguna nación puede enfrentar por sí sola, desde el cambio climático hasta la proliferación nuclear, desde la gran agresión de poder hasta el terrorismo transnacional, desde la guerra cibernética hasta la migración masiva. Las políticas erráticas de Donald Trump y el fracaso al no defender los principios democráticos básicos han entregado nuestra posición en el mundo, han socavado nuestras alianzas democráticas, han debilitado nuestra capacidad de movilizar a otros para enfrentar estos desafíos y han amenazado nuestra seguridad y nuestro futuro.”

Como es sabido hace algunos años se prendieron las alarmas, cuando la ONU, a partir de un sólido basamento científico, señaló que las emisiones del calentamiento global se estaban acelerando y que nos encontrábamos próximos a desórdenes climáticos que comprometerían gravemente la vida en el planeta, dado que la economía actual se deslindaba del ciclo de vida de la naturaleza y chocaba contra el crecimiento sostenible. No obstante, ha pasado el tiempo sin que haya habido una reacción con la profundidad y celeridad requeridas. Los países, en general, pareciera que se han tomado a la ligera el asunto y, por otro lado, las instancias internacionales han dejado en evidencia que, en general, les resulta cuesta arriba garantizar la gobernanza del mundo y, como en este caso, darle la cara a un asunto como el cambio climático

"Es el problema número uno que enfrenta la humanidad. Y es el tema número uno para mí", "El cambio climático es una amenaza existencial para la humanidad", declaró Biden. "Si no se controla, va a hornear este planeta. Esto no es una hipérbole. Es real. Y tenemos una obligación moral", añadió. En consecuencia con lo señalado ha prometido un plan de US$ 2.000 millones que invertirá en energía limpia en transporte, electricidad, y la industria de la construcción que reduzca las emisiones y mejore la infraestructura.

"Nadie va a construir otra planta eléctrica de petróleo o gas. Van a construir una que sea alimentada por energía renovable", tenemos que invertir miles de millones de dólares para asegurarnos de que somos capaces de transmitir a través de nuestras líneas."

Cierto que al momento de escribir estas líneas, el panorama electoral norteamericano esta todo menos claro. Trump insiste en sus reclamos y abre paso a procesos que, además, pueden durar más tiempo, ocasionando serios prejuicios.

Pero, por encima de ello, me parecía relevante subrayar que si finalmente el Presidente es Joe Biden lo que pareciera, de parte suya, una profunda convicción política, relativa al problema del cambio climático, es determinante, no exagero, para el destino de los terrícolas. Significa, lo han escritos expertos conocedores del tema, el quiebre de un modelo de desarrollo que, por decirlo de manera simple, se ha medido por el termómetro que se emplea para medir el PIB y desconoce los límites que impone el planeta.

¿Los terrícolas podremos estar un poco más tranquilos?

Lo anterior significa, nada menos, que asomar un nuevo modelo socio-económico que transforme en su esencia las relaciones de poder, las instituciones sociales, la convivencia colectiva, las reglas éticas, las actitudes hacia el entorno natural, y, en última instancia, nuestra conciencia como humanidad. Que Estados Unidos muestre esa ruta no es un dato menor.

El nombramiento de Biden puede ser, así pues, una buena noticia. No pretendo decir con lo escrito no que haya cientos de problemas graves que enredan y zarandean la vida aquí en la tierra, pero si que su elección puede entenderse, ojalá, como la señal de que la pandemia no ha pasado en vano y nos ha puesto a pensar que la pretensión de volver a la “normalidad” es, dicho cono todo respeto, una estupidez con rasgos “auto suicidas”.

El Nacional, 12 noviembre 2020

El beisbol: el derecho a la evasión

Ignacio Avalos Gutiérrez

El 22 de octubre del año 1941, hace tres cuartos de siglo, el “Chino” Daniel Canónico, un dios negro, grandote y robusto que se disfrazó de picher, derrotó a la novena cubana tres carreras por una para que, contra el vaticinio de entendidos y profanos, e inclusive de brujos y astrólogos, Venezuela ganara el Campeonato Mundial de Béisbol.

El Presidente Isaías Medina Angarita declaró ese día como fiesta y el béisbol tomó, para siempre, el titulo de pasatiempo nacional, quedando así en los libros de historia, pero sobre todo en la cultura vernácula, convirtiéndose, incluso, en una suerte de cédula de identidad que nos registra como fanáticos de algún equipo, no importa que no sepamos lo que es un pisicorre o creamos que el robo de base es un evento que se sanciona con prisión y la bola ensalivada un gesto de mala educación.

Es el deporte, que nos abastece de palabras y frases que en muchas ocasiones resultan imprescindibles para contarnos y explicarnos la vida. En suma, los venezolanos estamos hechos de beisbol, de acuerdo al excelente resumen sociológico expresado hace varios años en la cuña de un refresco.

Dicho sea de paso y como simple curiosidad, Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, el mismo que sentenció al futbol como cosa de estúpidos, señalo que el beisbol tenía un valor estético, “que era una suerte de libro raro escrito a la vista de los espectadores”.

El derecho a la evasión

Desde unos cuantos años, las condiciones del país, marcadas severamente por la política, pusieron en duda la realización de los campeonatos beisbol, aunque finalmente pudieron llevarse a cabo a duras penas, dando como resultado un espectáculo bastante venido a menos. Y de nuevo este año, la posibilidad de que se realice pareciera enfrentar obstáculos todavía mas difíciles, aunque Nicolas Maduro anunció que en los próximos días tendremos el primer juego.

Aún no me acostumbro del todo a este béisbol en tiempos de crisis nacional. No me acostumbro al escaso público, sobre todo en las gradas, que por lo general están completamente vacías. No me acostumbro a un estadio demasiado silencioso. No me acostumbro tampoco a que casi no haya colas para entrar, para ir al baño o para tomar cerveza. Ni al consumo organizado en torno a los puntos de cuenta, acercados hasta el asiento del fanático, ni a ver a algunos otros que pagaban con un fajo de billetes (cuando el bolívar circulaba como moneda nacional), agarrados con una liguita, contándolos fastidiados y desesperados durante largo rato, luego de varias equivocaciones.

No me imagino como será en esta temporada, un beisbol dolarizado, ni quiero imaginarme como serán los precios actuales, ni a la manía de calcular en cuánto me salen los nueve innings, en comparación con la canasta básica o con el sueldo de un profesor universitario. No me acostumbro a no ver los borrachitos de siempre, dado que el dinero no da para excederse en materia de caña. No me acostumbro, así pues, a ver que muchos abandonan el lugar apenas oscurece, pues vivir en una de las ciudades más violentas impone precauciones ilimitadas. En fin, es éste, como digo, el béisbol a tono con los apuros y sinsabores que pasamos en las mas recientes temporadas, tono que también pareciera alcanzar a los propios peloteros.

Estos ultimos tiempos tan convulsos que nos han tocado, los venezolanos tratamos de refugiarnos en el beisbol para eludir al país desencuadernado y hostil en el que discurre nuestra existencia. Lo hacemos con la pretensión de guarecernos un rato, un rato que dura nueve innings, bien sea en el estadio o frente al televisor e, incluso, junto al radio. Nos cobijamos bajo esa extraña y sabrosa sensación de normalidad y certezas, muestra de que el país también tiene escenarios amables, libres de la desazón que domina la vida nuestra de cada día. Ejercemos, así pues, el derecho constitucional a la evasión (no me acuerdo en que articulo esta establecido), a sabiendas de que el exceso de realidad es nocivo para la salud, mucho más que el cigarro, la comida rápida o el sedentarismo.

Yo feligrés

Perdone, pues, que por enésima vez reitere por esta época en estas mismas páginas, que desde que tengo uso de razón beisbolística, hable de los Tiburones de la Guaira, equipo que he apoyado siempre, mediante adhesión que no necesitó de ninguna razón para ser, ni para transformarse, luego, en fidelidad vitalicia y a ultranza, sin condiciones que la sometan, se gane o se pierda, jugando bien o mal, con errores o sin ellos, bateando mucho o poco, sin importar, siquiera, que, en los últimos tiempos, el equipo parezca instalado en la derrota. Es la devoción en la alegría, en la angustia, el suspenso, la desesperación, el temor, el miedo, la zozobra, la tristeza, en la rabia de cada partido.

A los Tiburones les debo mucho de lo mas grato de mi vida. Les debo la ocasión para el entretenimiento y la diversión. El motivo para una fe. El arraigo a una causa. El argumento de un sectarismo “light”. La razón basada en un fanatismo inocuo. El asidero para una ilusión anual. La vuelta a la infancia durante nueve innings. La renovación de la esperanza cada octubre. El resguardo de mi sentimentalidad. La identificación con una historia. La solidaridad con una fanaticada anónima, digna, entrañable e imprescindible.

Así las cosas, en las próximas semanas espero estar sentado en el universitario, el bar más grande de Caracas, como lo describiera el Maestro Cabrujas, quien aún con sus dudas y traspiés (siempre se los perdonamos) fue también fanático escualo. Aspiro, desde luego, a que el bar cuente con todas las medidas de precaución que exige la pandemia que nos azota, similares a las que sean adoptado en otros países y en otros deportes.

Prometo, no obstante, echar de vez en cuando una miradita mas allá del juego para ver qué pasa en el otro país, pidiéndole al cielo que pronto los venezolanos tengamos una sociedad mas tranquila, armoniosa, amable. Menos épica, mas normalita, pues, incluso con algunas certezas, como, por ejemplo, saber cuándo será la tradicional temporada de beisbol.

Concluyo, en síntesis, que como feligrés que soy de los Tiburones de la Guaira, les debo parte de la memoria de mi mismo. Pero, por encima de todo, la salvación del horrible dilema de tener que ser caraquista o magallanero.

El Nacional, miércoles 4 de noviembre de 2020

¿200.000?

Ignacio Avalos Gutiérrez

En Venezuela llevamos tiempo en el que las condiciones dentro de las que transcurre el país, pareciera que ya no nos espantan. No nos espantan los niveles de pobreza. Tampoco el número creciente de niños que no alcanza a sentarse en un pupitre, ni la cifra de profesores que dejan el aula y se van a hacer quién sabe qué otra cosa, tampoco la precariedad de nuestro sistema de salud pública, ni la violencia por parte incluso de las autoridades, ni siquiera el hecho de que nuestra economía no produzca nada ni que el Estado de Derecho se haya vuelto un fantasma, incapaz de trazar y hacer cumplir las normas que cuidan la convivencia social y que la corrupción, en sus diversas maneras, se haya vuelto, tal vez, nuestro rasgo más definitorio como país. Todo lo anterior en medio de un escenario político que desde hace unos cuantos años nos tiene metidos en una calle ciega, siendo el factor que más determina las limitaciones de la vida venezolana mencionadas anteriormente y a las que nos acostumbramos, asumiéndolas en formato de normalidad.

No hay, en verdad, cifras oficiales que nos muestren fiel y honestamente cómo marcha el país. Pero sí hay algunos estudios privados, que nos proporcionan una imagen inaceptable del país y aún más de la vida diaria de millones, sí de millones, de venezolanos que prueban de manera inequívoca que en nuestra sociedad la existencia es cada vez más dura, cada vez más áspera, cada vez más hostil. Lo peligroso, como lo han dicho diversos analistas, es que estas cosas que concurren suelen tender a convertirse en normales, a no dar motivo alguno para el asombro ni para la arrechera.

Para continuar con el hilo anterior, tampoco en este caso alarma la situación que se encuentran confrontando las organizaciones sobre las que recae, principalmente, la responsabilidad de llevar a cabo las actividades vinculadas con la educación superior, la ciencia, la tecnología y la innovación, áreas en donde las informaciones gubernamentales dejan igualmente mucho que desear.

Hace apenas dos semanas un equipo de la UCV y de la USB, del que formé parte junto con Hebe Vessuri, Alexis Mercado, Sonsirée Martínez, María Antonia Cervilla e Isabelle Sánchez, finalizó un estudio sobre este tema, el cual fue apoyado por el International Development Research Center y el Global Development Centre. También en este ámbito se constató una muy precaria e incierta situación, puesta en evidencia en el otorgamiento de presupuestos vergonzosamente deficitarios, causa de primer orden en el inadecuado funcionamiento docente de las universidades, la inoperancia o destrucción de laboratorios –inclusive como resultado de acciones vandálicas–, la disminución notable de profesores y alumnos y un sinfín de calamidades a la que desde luego se añade la diáspora de un número importante de profesionales esparcidos por medio mundo.

Ocurre todo esto mientras a comienzos de este siglo XXI están ocurriendo cambios radicales que actualizan la formación de profesionales e investigadores, a fin de hacerlos capaces de encarar con suficiencia los problemas y oportunidades que vienen asomando desde la Cuarta Revolución Industrial, dejando su huella en todos los ámbitos por donde acontece la vida humana.

Todas estas cortas reflexiones vienen al caso porque el pasado miércoles se celebró el Dia del Ingeniero, declarado hace más de un siglo, cuando se fundó el colegio correspondiente. Un gremio que ha tenido gran importancia en el desarrollo del país, hoy venida a menos, entre otras muchas razones, por el deterioro brevemente descrito en la líneas anteriores, que ha ocasionado, entre sus múltiples efectos, el hecho de que ¡200.000! de sus profesionales se fueran del país y estén trabajando alrededor del mundo. Pocas cosas hay más emblemáticas que esta cifra para poner de manifiesto la dimensión de la fractura nacional en un área de tanta significación para nuestro futuro.

Contaremos con ellos, piensa uno, cuando nuestro país entre a funcionar gobernado con sensatez y sentido común, también con más de honradez, y la política sea para lo que fue pensada, es decir, para negociar las diferencias y construir acuerdos en torno a un afán común. En otras palabras, que sea más o menos lo contrario de lo que ha venido observando en estos últimos tiempos, convertidos en casi una eternidad.

El Nacional

Bloqueo contra Bloqueo

Ignacio Avalos Gutiérrez

Por falta de sorpresas en Venezuela no nos podemos quejar. La última es la recientemente aprobada Ley Antibloqueo y la Garantía de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente (institución nombrada ilegalmente, favor no olvidarlo), y bajo el reclamo, por cierto, de algunos diputados que ni siquiera fueron enterados de la iniciativa que suscribió Nicolás Maduro. Se dice, además -cosa que nadie puede asegurar en estos tiempos de “verdades alternativas”- que fueron apenas tres o cuatro diputados los que intervinieron en la discusión del proyecto.

Comienzo por aclarar, con el fin de evitar malos entendidos, que soy absolutamente contrario a las sanciones como instrumento político, convicción de la que he dejado constancia escrita en diversos artículos anteriores, publicados en El Nacional.

La Ley Antibloqueo

Visto desde el punto de vista del Estado de Derecho, el proyecto de Ley Antibloqueo es un despropósito, según lo han calificado algunos especialistas, debido, entre otros motivos, a que establece como su eje central que toda ley puede ser desconocida. Así las cosas, el jefe de gobierno tiene poderes para “desaplicar” el ordenamiento jurídico, tarea que incluye suspender las normas jurídicas, incluso aquellas que tienen un carácter constitucional. Hasta donde se ha podido saber, con esta Ley se pretende despejar el terreno, incluidas leyes orgánicas y hasta legislaciones específicas sobre ciertas materias, abarcando la posibilidad de tomar medidas contrarias o negadoras de la Constitución y del marco legal vigente. Esa “desaplicación”, serviría, sobre todo, según se argumenta, para reconstruir el funcionamiento de la economía, esa economía que se ha venido al suelo a lo largo de la gestión del propio gobierno y que ahora, dicho sea de paso, se piensa en medidas “neoliberales”, conforme las han llamado ciertos sectores del propio chavismo, colocando como ejemplo de ello la suspensión del control de cambio y del control de precios.

Además de lo anterior me interesa poner de relieve la gravedad que representa la capacidad de desaplicar en secreto, la totalidad del ordenamiento jurídico. Significa concederle al Ejecutivo Nacional la posibilidad de anular la vigencia de cualquier norma cuando lo estime necesario y, por si fuera poco, hacerlo de espaldas a los ciudadanos, no importa cuán importante sea para sus vidas y la de sus familias. Así las cosas, cualquier acto de difusión de las medidas podría ser sancionado legalmente.

Conforme a lo que piensan diversos especialistas, mediante ese instrumento se podrán entregar las riquezas venezolanas a China, a Rusia y a Irán por citar los ejemplos que primero me vienen a la cabeza, lo cual incluye zonas enteras del territorio, ejecutado de forma inconsulta, en negociaciones secretas, opacas y corruptas.

En el chavismo también se cuecen habas

La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) aprobó de mala manera la ley mencionada. No asistieron todos los parlamentarios, algunos de ellos ni siquiera conocían la iniciativa y solo tres o cuatro abogados, dicen las mala lenguas, fueron los que intervinieron en el diseño del proyecto, el cual puede entenderse que equivale a la entrega de la soberanía nacional a cambio del levantamiento de las sanciones.

Como cabe esperar la medida tomada por Maduro, provocó desavenencias serias dentro del chavismo al resucitar un debate ideológico, tal y como lo expresa el profesor Nicmer Evans. Después de haber pasado 21 años del desmantelamiento de la industria privada, las autoridades gubernamentales se convencen, por solo citar un caso, de que las expropiaciones de Chávez fueron un error que hay que enmendar estableciendo las condicione en las que se podrían devolver las empresas a sus propietarios. En materia muy diferente a la anterior, la ley podría autorizar, por ejemplo, que se desaplicara al narcotráfico como delito, considerándose su legalización como una forma de generar ingresos más allá del bloqueo.

Pareciera tener razón el dirigente del PSUV, Telémaco Figueroa, representante del Estado Sucre, cuando señaló que “no hay ninguna justificación por parte del bloqueo para que lo que hagas en lucha contra ese bloqueo sea entregar el Estado a otros países.”. Por otra parte, el Partido Comunista de Venezuela no ha deja de mostrar su desacuerdo con la mayoría de las disposiciones y el sentido final de la ley.

El Estado del Disimulo

Me acuerdo a propósito de todo esto del célebre ensayo de Cabrujas, publicado hace al menos dos décadas y media, en el que calificaba al nuestro como “El Estado del Disimulo”. Decía en una memorable entrevista que le hicieron, que entre nosotros El concepto de Estado es simplemente un «truco legal» que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del «me da la gana». Estado es lo que yo, como caudillo, como simple hombre de poder, determino que sea Estado. Ley es lo que yo determino que es Ley”. En palabras menos brillantes, yo diría que por tiempos nuestro Estado se desempeña en formato “caimanera”, evento deportivo que tiene lugar con reglas cambiantes de acuerdo a las circunstancias, un árbitro parcial, en terreno irregular lleno de huecos, en fin …

Cuando entenderemos los venezolanos -me preguntaba con el Profesor Victor Rago, de la UCV, con quien conversé varias de las ideas aquí expuestas - que nuestra crisis económica, y en general la que nos agobia en todos los ámbitos dentro de los que se desenvuelve nuestra vida colectiva, se resuelve en el terreno político. Las elecciones del próximo 6 de diciembre podrían abrir un horizonte que nos saque de esta calle ciega en la que estamos metidos.

Ojalá puedan serlo. Como he señalado en otras ocasiones, citando a Daniel Innerarty, el optimismo no es una opción, es una obligación.

El Nacional, 13 octubre 2020

“Ya no tengo ganas de seguir”

Ignacio Avalos Gutiérrez

No sé por qué siempre me recordaba a Gustavo Polidor, el gran campo corto de Los Tiburones de La Guaira, durante la década de los años ochenta, los lejanos tiempos de la llamada guerrilla integrada por él junto a Norman Carrasco, Alfredo Pedrique, Oswaldo Guillen, Raúl Pérez Tovar y otros cuantos peloteros que tengo guardados en la memoria para siempre jamás.

Aunque, pensándomelo bien, sí sé por qué me lo recuerda. A ambos le seguí la pista durante quien sabe cuántas temporadas, viéndolos jugar siempre bien, sin mucha alharaca, con la elegante pericia de quien todo lo lleva a cabo como si fuera pan comido, como si cualquiera lo pudiera hacer, como si todo fuera cuestión de ponerse un guante o calzarse unos botines y echarle bolas.

Ambos fueron mejores atletas de lo que parecían y probablemente mucho mejores de lo que ellos mismos se creyeron. Fueron jugadores de bajo perfil que, a la chita callando, se desempeñaron, en Venezuela y fuera de ella, en los mejores equipos, uno en el béisbol, el otro en el futbol.

Nació en 1980. Su padre quiso ser jugador y no pudo, pero ocurrió lo típico: realizó su sueño a través del hijo. Se hizo profesional a los 17 años y ha pasado dos décadas jugando en Venezuela, México, España y Alemania (siendo tan introvertido y callado, ¿habrá podido aprender alemán que es tan enrevesado?), un peregrinaje impensable, hasta ahora, en un jugador venezolano, forjado en un medio que todavía trata con cierta frialdad al futbolista. ¿Acaso no es el nuestro un país hecho de béisbol, según la sabia cuña de un conocido refresco?.

Muchos, los que no saben tanto de fútbol, lo recordarán como un jugador que sudaba poco la camiseta, que paseaba con lentitud sobre la alfombra verde, hasta con indolencia. Que jugaba como si no le importara no jugar. Que era poco dado a la euforia, su cara siempre inexpresiva, salvo pequeñas alteraciones que ocasionaba el gol.

Pero la historia lo guardara en su gaveta por su presencia inteligente sobre la cancha. Por su condición de lento mentiroso, como decían del colombiano Pibe Valderrama, mediocampista como él.

Por su habilidad para abrir los espacios, cambiar el ritmo del juego y lanzar un balón con precisión de reloj suizo a unos muchos metros de distancia. Por su condición de estratega, disponiendo y ordenando el reparto del balón.

Yo lo recordaré, claro, por su manera de patear los tiros libres, dibujando con la pelota una curva que resultaba un jeroglífico hasta para los mejores porteros.

El tiempo es implacable, perdóneseme la manida frasecita, y en el deporte aún más. Así, con apenas 35 años de edad recién cumplidos, se le termino su cuarto de hora. Le llegó el momento de retirarse del balompié de alto nivel. El martes de la semana pasada fue la última vez que se puso la camiseta del combinado nacional, al que llego en 1999 llevado de la mano del técnico argentino Omar Pastoriza.

“Ya no tengo ganas de seguir”, declaró, entre algunas lágrimas, en la rueda de prensa. Fue la frase que escogió para despedirse luego de haber sido uno de los más notables jugadores venezolanos de la historia, seguramente el mejor de la última década. Una despedida que, por cierto, no pudo tener peor escenario: apenas jugo 20 minutos durante un amistoso con Panamá, sobre una cancha anegada que no sabe drenar el agua y en un Estadio casi vacío.

Se fue, pues, luego de 130 partidos con la vinotinto. Aquí entre nos, da un sustico imaginar que no estará más en la selección nacional. Claro, no cualquiera tiene la pierna zurda de Juan Arango.