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Julio Dávila Cárdenas

Recuerdos y reflexión

Julio Dávila Cárdenas

Hoy, 17 de diciembre de 2020, cuando me siento a escribir este artículo, se están cumpliendo 190 años de la muerte de Simón Bolívar y esto me trae a la memoria algo, que en alguna oportunidad escribió Gabriel García Márquez sobre lo que El Libertador le había dicho a Luis Palacios: “Vámonos volando que aquí no nos quiere nadie”.

No sé si lo dijo cuando estaba en San Pedro Alejandrino, en su lecho de muerte, pero de no haber sido así, era algo que perfectamente lo habría podido haber dicho en esos momentos, porque allí hubiera podido cavilar sobre lo que había sido su vida llena de gloria y encontrarse ya en su despedida, solo, sin poder y abandonado por muchos de quienes le adulaban. Sin embargo, sabía que no había perdido la gloria y prefirió abandonar el poder a cambio de no ser recordado como un tirano.

Suele suceder con harta frecuencia que aquellos que se acostumbran a disfrutar del poder, se aferran a continuar ejerciéndolo cuando ya han perdido el afecto de sus gobernados y eso, casi siempre conduce a que su salida en lugar de ser honorable, puede ser violenta, sumamente violenta.

Pareciera que estos individuos pierden el sentido de la realidad y únicamente escuchan a los adulantes que le dicen lo que quieren escuchar. Los ejemplos de la historia son muchos y entre ellos cabe recordar a Mussolini, Ceacescu, Gadafi, Hussein y al propio Hitler.

Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco y luego lo ciegan para perderlo. Algo semejante reza un antiguo proverbio griego que mi buen y recordado amigo, Moisés Hirsch solía mencionar.

Los dioses tratan de perder a aquellos afectados por el síndrome de Hybris, que es el que sufren quienes en lugar de practicar la prudencia, actúan con desmesura. Por lo general es el de quienes creen que lo saben todo y proceden sin orden ni concierto, logrando con ello continuos desaciertos.

Lo peor es cuando lo sufren quienes detentan poder, ya que conduce a la ruina no solo de sus gobernados, sino de los servicios públicos, como salud, transporte, comunicaciones, educación, industrias y; si se trata de un país que cuenta con abundante petróleo, agua, hierro, oro y otros minerales, toman decisiones que terminan por acabar con quienes lo producen o distribuyen y logran su oscuro propósito de arruinar al país y a sus habitantes.

La nueva Barataria

Julio Dávila Cárdenas

Luego de haber transcurrido más de dos décadas, ha aparecido en el Nuevo Mundo otra ínsula a la que aún no se le ha puesto nombre dado que los habitantes del resto del continente todavía se muestran desconcertados debido a las características del nuevo territorio, de las personas que lo habitan y de sus gobernantes.

En efecto, la ínsula de marras irrumpió con gran estruendo dado su gran tamaño, mide casi un millón de kilómetros cuadrados y luego de las recientes investigaciones que se han hecho, parece ser que durante mucho tiempo ha contado con inmensos yacimientos de petróleo, enormes reservas de oro, hierro y otros muchos minerales, algunos de los cuales hoy son considerados estratégicos. El agua es tan abundante que podría abastecer las necesidades de muchos territorios y el caudal de sus grandes ríos es tal que además de suplir los requerimientos de consumo de sus habitantes, podría utilizarse para generar electricidad suficiente para usar en la ínsula y exportar los excedentes. Además cuenta con abundante vegetación y sitios paradisíacos. En fin, lo que podría llamarse una tierra de gracia.

En cuanto a la gente que allí vive, más no convive, se pudiera decir que son bastantes, aunque no tantas, dada la gran extensión de su territorio. Allí se encuentra gente muy variada, que al decir de muchas de ellas vivieron épocas de felicidad durante la primera década por la gran cantidad de recursos con que contaron pero que luego, dado lo difícil que se puso la situación, tuvieron que abandonar y dirigirse a otras regiones en busca de educación, alimentos, salud y proyectos de vida que en la nueva ínsula se les negaban.

Los investigadores comenzaron a analizar las causas por las cuales, un territorio pleno de recursos y de oportunidades había caído en tan gravísima situación y concluyeron en lo siguiente: Quienes han gobernado la ínsula durante esas dos décadas se plantearon un proyecto curioso. Ellos no eran políticos sino delincuentes y como tales tenían que comportarse. Es decir, debían robar, asesinar, traficar con drogas e impedir que quienes no fueran como ellos tuviesen participación, pero tenían que hacer creer al resto del mundo que eran políticos y lograr que así los trataran. De esta manera, hablaban de diálogos, acuerdos y de todo lo que en democracia se practica, pero en el entendido que todo eso sólo serviría para continuar actuando como delincuentes.

El resto del mundo al fin entendió que la crisis en la ínsula no se resuelve con diálogos. Lo que se necesita es que se actúe como lo hace una verdadera policía en muchas partes del mundo: capturar a los delincuentes, enjuiciarlos, hacer que devuelvan lo robado y mal habido y en la prisión paguen por sus crímenes. Así se logrará que gente honesta y capaz convierta a la ínsula en lo que antes fue. Una verdadera Tierra de Gracia y de progreso.

La “ley antibloqueo” y el estado de derecho

Julio Dávila Cárdenas

En los países totalitarios se suele hacer uso de la mentira como instrumento de lucha. Unos la utilizan para imputar a sus antagonistas lo que ellos hacen. Afirmar que la escasez es producto de una "guerra económica”, no es más que engañar con el mayor desparpajo. Si alguien sabe quién es el causante de la falta de alimentos, medicinas, gasolina y servicios, es la gente del régimen y lo conocen a ciencia cierta porque los culpables son ellos mismos.

El Estado de Derecho se distingue por ser un Estado sometido a la Constitución, regido por leyes aprobadas de acuerdo a los procedimientos que ella establece, que garantizan el funcionamiento organizado y controlable de los órganos del poder; el ejercicio de la autoridad conforme a disposiciones conocidas y la observancia de los derechos individuales, sociales, culturales y políticos.

La Constitución establece que corresponde a la Asamblea Nacional legislar en las materias de la competencia nacional y sobre el funcionamiento de las distintas ramas del Poder Nacional. Las leyes son ordinarias y orgánicas, no existen “leyes constitucionales” distintas a la propia Constitución.

Decía Kelsen que en el oscuro horizonte de nuestro tiempo asoma el rojo resplandor de un nuevo astro: la dictadura de partido, la dictadura comunista o la dictadura nacionalista de la burguesía. Todas ellas totalitarias, que concentran el poder en un partido, encabezado por un Führer, un Duce o un Comandante en Jefe y, como consecuencia de ello la desaparición de todo tipo de pluralismo y el olvido de la autoridad del Derecho. En un régimen totalitario el Jefe abarca todo en un escenario de un visible control policial que no tiene límites en cuanto a la violencia estatal. Todo con el propósito de formalizar una ideología, sin posibles competidores y con una obediencia absoluta, en la que no se admiten fisuras.

Eso es lo que se propone con esta “Ley Antibloqueo”, que va a ser aprobada por una asamblea nacional constituyente que no es la Asamblea Nacional y será una “ley” que se pretende colocar al mismo nivel de la Constitución, contrariando lo que la Carta Magna establece.

Con dicha “ley” se busca que todo el poder se ejerza desde el Ejecutivo, bajo “supervisión” de una Contraloría General que sólo hace lo que desde el Ejecutivo se le indica. Para eso necesitaban de la hegemonía comunicacional que ya la tienen, salvo por el internet.

Al ciudadano sólo le queda una cosa: Ya usted la conoce, continúe poniéndola en práctica hasta lograr el objetivo que todos sabemos cuál es.

¿Recuperamos el país o dejamos que se lo lleve el diablo?

Julio Dávila Cárdenas

Los venezolanos nos encontramos ante la disyuntiva de elegir entre lo que coloco como título de esta reflexión.

Decía hace ya más de doce años que la prudencia consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.

En política, la prudencia es aquella dirigida a lograr el bien común. Santo Tomás nos enseña acerca de ella con la metáfora del barco, cuando nos dice: “La nave, que se mueve por el impulso de vientos diversos hacia lugares distintos, no llegaría al fin previsto si no fuera dirigida hacia el puerto por un timonel competente”.

Norberto Bobbio descubre otra, la del laberinto, que tiene alguna salida, pero ni el filósofo sabe cuál es, pues él también está en la misma situación de los demás. Su tarea es la del prudente que enseña “a coordinar los esfuerzos, a no arrojarse de cabeza a la acción, y al mismo tiempo a no demorarse en la inacción, a hacer elecciones razonadas, a proponerse, a título de hipótesis, metas intermedias, corrigiendo el itinerario durante el trayecto si es necesario, a adaptar los medios al fin, a reconocer los caminos equivocados y abandonarlos una vez reconocidos como tales.”

Luego de permanecer más de veinte años en el poder, tanto el régimen de Chávez como el de Maduro han llevado al país a una situación verdaderamente desastrosa, aun cuando durante el tiempo del primero, el petróleo logró que Venezuela contase con ingentes recursos que tanto Chávez como Maduro despilfarraron y en buena parte fueron a parar a la corrupción.

Aquel pueblo al que el comunismo le prometió luchar por ellos se encuentra sumido en la miseria. Como diría Churchill, “una masa trémula de atormentados, hambrientos, desposeídos y aturdidos seres humanos se encuentran ante las ruinas de sus ciudades y de sus casas y escudriñan los oscuros horizontes”. Los inmensos recursos que debieron emplearse en salud, educación y en mejorar la situación del país, sólo sirvieron para tratar de comprar voluntades tanto en el país como en el exterior y para enriquecer a quienes detentaban el gobierno y a sus viejos y nuevos amigos.

Hoy Venezuela se encuentra en estado más que lamentable, ruinoso. Son muchos quienes piensan que esto se lo llevó el diablo y que prácticamente no hay posibilidad de recuperación. Nos encontramos sin agua, energía eléctrica, gasolina ni petróleo que vender y en medio de una pandemia en un país que no cuenta con recursos hospitalarios ni medicinas con que enfrentarla.

Otros pensamos que lo que se requiere es unidad, unidad y mas unidad de dirigentes y personas capaces y de buena voluntad para recuperar el país y salir de un comunismo que pretende terminar de destruirnos. Aún estamos a tiempo. ¡Hagámoslo!

El mundo al revés

Julio Dávila Cárdenas

Quizás sea que nos estamos acostumbrando a vivir en el extraño mundo de Subuso, en el que casi todo se hace al contrario de lo que indica la lógica, o lo que pareciera lógico.

El régimen se encuentra empeñado en tratar de legitimarse, a ver si el mundo comienza a reconocerlo y para ello utiliza todo lo que esté a su alcance. En ese afán trata de lograr una Asamblea Nacional que se ajuste a sus necesidades. Entonces acude a su tsj para que designe a un cne prácticamente incondicional. No contento con ello, esa misma “justicia” es la encargada de inhabilitar a las legítimas autoridades de muchos de los partidos de oposición y ordena que se proceda a designar como nuevas autoridades de esos partidos a individuos que por “extrañas razones” habían sido expulsadas de dichas organizaciones, o aparentaban continuar en las mismas, pero siguiendo las instrucciones del régimen.

Eso ocurrió con Primero Justicia, Acción Democrática, Copei, Voluntad Popular y algunas otras que escapan de mi memoria. Con este curioso proceder lograría, en primer lugar, que esas nuevas “autoridades” indiquen que sus organizaciones participarán en el “proceso electoral”. Luego, en el momento que corresponda designar a los candidatos a diputados de dichos partidos, quién los escogerá. Indudablemente que las “nuevas autoridades”. ¿A quiénes escogerían? No resulta difícil atinar: Individuos que respondan a los intereses del régimen. De manera que no habría obstáculo alguno para que, en el hipotético caso de ganar la oposición, quien obtenga el triunfo sea el mismo régimen. La victoria sería pírrica pero aparentemente legítima.

Mientras tanto, quienes supuestamente pertenecen a la oposición en ese cne, manifiestan que están dadas todas las garantías para que las “elecciones” sean limpias y trasparentes y por tanto, se debería concurrir a votar, bajo el pretexto de que si no se vota se estaría garantizando la victoria de los candidatos del régimen. Lo cierto es que el resultado de las mismas, sería “ganar, ganar”, pero para el régimen y para quienes resultaran electos diputados. Es decir, no importa si se vota por los candidatos a diputados de la “oposición”, porque en definitiva siempre ganaría el régimen.

De allí las declaraciones del militar que funge de ministro de defensa del régimen, en el sentido de que la oposición no volvería nunca al gobierno. Por supuesto que no, ya que todo está debidamente planificado para que cualquiera sea el resultado, el vencedor siempre sea el mismo. Lo que debería causar extrañeza es que los integrantes de las fuerzas armadas, no hayan reaccionado a esas declaraciones. Sobre todo si toman en cuenta lo establecido en el artículo 328 de la Constitución, que señala que la Fuerza Armada Nacional -que así se llama en la Carta Magna-, “constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política…” y en el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna.” Afortunadamente el artículo 333 de la misma establece que la Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella.

Como estamos en el extraño mundo de Subuso, no es de extrañar que todo se haga al revés y aparentemente nada suceda, salvo que algo esté por suceder

¿Dónde estamos y adónde vamos?

Julio Dávila Cárdenas

Cuando se salga de este régimen será necesario e imprescindible estabilizar la economía del país. Esto resulta fácil decirlo, pero hacerlo, no creo que lo sea. En primer término, estaríamos saliendo de un perverso populismo que se mantuvo durante más de veinte años.

Durante ese lapso vivimos todas las etapas de tan tenebrosa experiencia:

1.- La previa a la elección de Chávez, en la que buena parte de la población se encontraba frustrada añorando la situación de los años setenta y esperando la llegada del mesías.

2.- Con el arribo de Chávez al poder y el inesperado aumento de los precios del petróleo, se inicia una nueva etapa del populismo latinoamericano, en la que se sigue lo que Perón decía: “dele al pueblo, especialmente a los tra­bajadores, todo lo que sea posible. Cuando parezca que ya les ha dado demasiado, deles más. Todos tratarán de asustarle con el fantasma del colapso económico. Pero todo eso es mentira. No hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque no la entienden”.

3.- Comienza el período de expropiación y confiscación de empresas industriales y agropecuarias. Se incrementa la corrupción en forma descarada y desproporcionada; la falta de personal capacitado en Pdvsa hace que la producción inicie una dramática caída, sin que se deje de raspar la olla; comienzan a agravarse los problemas de desabastecimiento e inflación y se produce la muerte del dictador.

4.- La llegada de Maduro al poder, trae consigo el arribo del grupo que estaba aguardando su oportunidad para demostrar su sabiduría y rapacidad. Comienzan a imprimirse billetes sin respaldo y con ello se inicia la hiperinflación y la crisis económica más grave que se haya conocido en Latinoamérica.

Por si fuese poco, llega la pandemia del Covid 19 y nos encuentra con un sistema de salud en pésimo estado y un régimen que lo único que le interesa es mantenerse en el poder, a costa de lo que sea. Un país que requiere ayuda humanitaria con funcionarios que se encuentran desesperados por las sanciones que se les han impuesto a nivel internacional y que se encuentran en un nivel de agresividad, similar al de los animales cuando se encuentran en peligro de muerte. Esto les hace tomar medidas poco racionales, como aumentar las persecuciones políticas.

Pero una vez que se salga, hay que tomar en consideración las condiciones en que se encontrará el país. Peores a las que existían antes del arribo al poder de Chávez y por tanto, con una población ansiosa por encontrar un estado de vida muy superior. El mejor caldo de cultivo para el populismo se encuentra en la pobreza, la falta de esperanzas y la desigualdad, lo cual se pone en evidencia con el famoso grafiti que apareció en Lima: “No queremos más realidades, queremos promesas”. Y promesas es lo que se le ha venido dando al pobre venezolano durante estos más de veinte años.

Por ello, las medidas económicas que se deban adoptar, deberán tomar en consideración la realidad social que se tendrá en ese tiempo. En otras palabras, habrá que saber explicarlas y aplicarlas, si bien no con guante de seda, tampoco con guante de hierro. La política decente también deberá entrar en juego.

La resiliencia

Julio Dávila Cárdenas

Venezuela es hoy una nación agobiada por inmensos problemas y cuando hacemos referencia a ella, estamos hablando de su población, de su estructura como país. Todos quienes en ella habitamos no sólo somos testigos de esa situación, sino que sufrimos de penurias inimaginables para otras poblaciones que carecen de los inmensos recursos con los que aquí se cuenta, o contaba.

De acuerdo con el Fondo para la Paz, un Estado se podría catalogar como fallido, cuando siendo un Estado soberano ha fallado en su capacidad de garantizar los servicios básicos. No sólo eso, la injerencia de otros países en sus asuntos haya hecho que pierda el control físico de su territorio, así como también haya ido perdiendo el monopolio del uso legítimo de la fuerza cuando el mismo es compartido con paramilitares armados por el régimen y provenientes, en gran cantidad, del mundo de la delincuencia.

Pero, si esto fuera poco, se debe agregar que no existe una autoridad legítima para la toma de decisiones y sesenta de las naciones más importantes no reconocen legitimidad a quienes hoy dicen dirigir al país, por lo que se encuentra incapacitado para interactuar con muchos otros Estados.

Si a esto unimos el evidente fracaso social, económico y político en que nos encontramos sumergidos y la existencia dentro del régimen de enormes casos de corrupción, así como los señalamientos que se le hacen de proteger a organizaciones terroristas y narcotraficantes y haber provocado que millones de personas se desplacen hacia otros países, no debería quedar duda sobre lo que acontece en Venezuela.

Para nadie es un secreto que la principal fuente de ingresos del país, es decir la industria petrolera se encuentra en desastrosa situación. Hoy el régimen está incapacitado de producir la gasolina necesaria para la movilización del país. Pdvsa fue dedicada por Chávez y Maduro a cumplir labores proselitistas, para lo cual despidió al personal calificado con el que contaba e ingresó a decenas de miles que en gran medida medraban de ella.

Los servicios de salud, en esta época de pandemia, no cuentan con los recursos, equipos, suministros y personal necesarios para enfrentarla. La calidad de la educación que se brinda a los estudiantes es cada vez peor. El deseo de tomar el control de las universidades autónomas, fuente de resistencia al régimen, ha hecho que sus ingresos sean insuficientes y tardíos.

Las persecuciones políticas están a la orden del día. Ahora pretender realizar unas elecciones para la Asamblea Nacional, para lo cual han ordenado designar como rectores del Consejo Nacional Electoral a individuos que en su mayoría obedecen las instrucciones del régimen, con lo que dichas elecciones tendrán de todo, menos trasparencia y pulcritud.

La resiliencia es la capacidad que se tiene de superar los obstáculos. Los habitantes de lo que fue un gran país, estamos obligados a la resiliencia, a unirnos para alcanzar un gobierno honesto y capaz. De cada uno depende lograrlo.

La pendejería de un país

Julio Dávila Cárdenas

Los venezolanos, desde hace más de veinte años, venimos padeciendo de una de las dos dictaduras populistas más perniciosas que han existido en América Latina durante el siglo XX y lo que va del XXI. La cubana de los Castro y la venezolana de Chávez y Maduro. En ambas, lamentablemente, han tenido enorme influencia los Castro y quienes ellos dirigen. Tanto el ominoso régimen cubano como el venezolano se dicen llamar socialistas, cuando la realidad en el caso del nuestro es que es de características parecidas a las del cuento de Alí Babá y los 40 ladrones, solo que aquí son bastantes más.

Ambas tiranías se iniciaron dándose a conocer como “revolucionarias”, lo cual ha debido significar que llegaban con el ánimo de cambiar las cosas, lo cual hicieron, pero no en favor de las clases más desposeídas, que fue lo proclamado, sino de los propios “revolucionarios” y de su cohorte. Usan la mejor arma del comunismo: la mentira.

Los del siglo XXI encontraron una Venezuela que venía superando década y media de dificultades económicas; que tenía una industria petrolera capaz de producir más de tres millones de barriles de petróleo diariamente y que refinaba más de un millón de barriles al día, con lo que abastecía en su totalidad las necesidades de gasolina de nuestra población y vendía el excedente a terceros países. Contaba además con una infraestructura que garantizaba a los venezolanos energía eléctrica en casi todos los rincones del país; suministro permanente de agua potable para la población y del agua necesaria para la producción agrícola y pecuaria, con la que se podía satisfacer buena parte de los requerimientos alimenticios de la población. Con industrias en pleno proceso de producción y desarrollo y con gente capaz para continuar mejorando, gracias a un sistema educativo que cada vez se hacía más eficiente. Todo ello con unos precios del petróleo que en el siglo XX no alcanzaron los cuarenta dólares por barril en sus mejores momentos.

En la primera década del siglo 21, con Chávez en el poder, el precio del petróleo llegó a superar los cien dólares por barril e ingresaron más de un millón de millones de dólares. Todo desapareció. La industria petrolera, las fincas, las industrias, las siderúrgicas, la luz, el agua, la salud, la educación, la vialidad y sobre todo, los dólares. Ahora, se vanaglorian de todo ello. Es un triunfo importar gasolina y “venderla” a tres y cuatro dólares el litro, por ahora, así como ser acusados de narcotraficantes y terroristas.

Mario Vargas Llosa, nos dijo en su ensayo “América Latina y la opción liberal” que: “De México a Ecuador la palabrota pendejo quiere decir tonto. Misteriosamente, al cruzar la frontera peruana se vuelve su opuesto. En el Perú el pendejo es el vivo, el inescrupuloso audaz. En Colombia, en Venezuela, al cacaseno de provincia recién llegado a la capital, al que le venden el metro o el palacio de gobierno, llaman lo que en el Perú al ministro manolarga que se llena los bolsillos robando y no le ocurre nada. En Centroamérica, una pendejada es una despreciable estupidez; en el Perú, una deshonestidad que tiene éxito”. Los venezolanos soportamos todo sin reaccionar, tenemos pendejos de los dos signos.

¿Hasta cuándo?

La dignidad (II)

Julio Dávila Cárdenas

Hace algo más de diez años escribí una reflexión sobre la dignidad. Ahora, en tiempos tan difíciles pretendo hacerlo sobre la dignidad de la persona humana.

Dice la Biblia, “Creó, pues, Dios al hombre a imagen y semejanza suya; a imagen de Dios le creó, creólos varón y hembra” (Gen 1, 27). El hombre es imagen de Dios no sólo como creatura suya, también como persona, como ser inteligente, libre y responsable. Reconoce que la mujer le es igual en dignidad dado que también fue creada por Dios: “ésta es el hueso de mis huesos, la carne de mi carne” (Gen 2, 23).

La dignidad humana es el derecho que tiene cada uno de ser valorado como sujeto individual y social, en igualdad de circunstancias, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona; siendo la libertad base fundamental de la autonomía de la persona.

La dignidad no tiene precio, merece respeto tanto para la persona como de ésta para sus semejantes. Kant decía: “Actúa de manera tal que en todo momento utilices la humanidad en ti como persona y en cada otro en todo momento como un fin y nunca como un medio”.

La dignidad de la persona humana es un concepto clave del derecho constitucional que aparece reflejado en las Leyes Fundamentales de los Estados. “La dignidad de la persona es intangible. Respetarla y protegerla es deber de todo poder estatal”. Para que ella subsista es indispensable el reconocimiento de la igualdad, la libertad y la autodeterminación y por tanto el de los derechos humanos. La persona tiene que vivir en libertad, en una situación de derecho, lo cual presupone la división de poderes y su autonomía e imparcialidad.

Sólo existe democracia cuando están garantizadas y respetadas las libertades civiles y políticas del pueblo. La Constitución venezolana en su preámbulo asegura los derechos humanos fundamentales y en el artículo 3, establece como fin esencial del Estado la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad. En otras disposiciones constitucionales se garantiza el debido respeto a la dignidad de los privados de libertad (art. 46.2); la inviolabilidad del hogar doméstico y respeto de la dignidad del ser humano (art. 47); el respeto a la dignidad y los derechos humanos de todas las personas por parte de los cuerpos de seguridad del Estado (art. 55); el respeto a la dignidad de los ancianos y de las personas con discapacidad (arts. 80 y 81); el derecho de los trabajadores a un salario que les permita vivir con dignidad (art. 91) y; la obligación de los órganos de seguridad ciudadana de respetar la dignidad y los derechos humanos sin distinción alguna (art. 332).

La pregunta es: ¿El régimen respeta esas normas constitucionales que garantizan a los ciudadanos su dignidad? La experiencia de estos dos últimos decenios nos indica que la respuesta es NO. Debemos luchar por lograr pronto un gobierno serio, de personas honestas y capaces que nos lo garantice.

El agradecimiento

Julio Dávila Cárdenas

Hay oportunidades en las que se siente gratitud a ciertas personas en razón de un comportamiento, un beneficio o un favor que ha traído alegría a quienes han sido sus beneficiarios, en cuyo caso quien ha recibido la ayuda procede a expresar su agradecimiento al benefactor bien directamente o a través de una correspondencia. En otras se expresa de diferente manera, tal es el caso de cuando se agradece a Dios. En la Iglesia Católica se manifiesta a través de un Te Deum, que es un himno litúrgico solemne de acción de gracias que generalmente se entona en momentos de celebración.

La gratitud es un sentimiento que se experimenta cuando se recibe apoyo en una circunstancia difícil, lo que lleva a corresponder con una acción de agradecimiento, pero esta acción requiere que la persona que ha recibido ese soporte sienta que el sustento del mismo ha sido producto de una generosidad y no la consecuencia de una acción previa originada en una injusticia o en una actuación encaminada a causar un daño, muchas veces irreparable, destinado a provocar miedo o terror en la persona que lo sufre y en las de su entorno familiar o social.

Es este el caso de quien ha sido condenado a permanecer en prisión por haber participado en hechos que no constituyen delito, sino todo lo contrario, como sería lo que se establece en el artículo 53 de la Constitución: “Toda persona tiene el derecho de reunirse pública o privadamente, sin permiso previo, con fines lícitos y sin armas”, así como quienes hacen uso del derecho a la libre expresión del pensamiento, consagrado también constitucionalmente en el artículo 57, en el cual se garantiza el derecho de toda persona a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión, sin que pueda establecerse censura.

Cuando algún funcionario público viola la Constitución o incurre en abuso o desviación de poder compromete su responsabilidad personal, tal como lo pauta el artículo 139 constitucional.

Esto me viene a la mente en momentos en que se vuelve a hablar de intentos de magnicidio y de intervención de terceros países para derribar gobiernos. Costumbre tomada del régimen comunista cubano, en el que con demasiada frecuencia se denunciaban múltiples intentos de asesinar a sus dirigentes, sin presentar pruebas de tales hechos, pero que servían para encarcelar a quienes se les oponían. En otras oportunidades no solo se sometieron a prisión sino que se les desapareció temporal o definitivamente.

Ahora se ha procedido a liberar a personas inocentes, acusadas de delitos inexistentes y que fueron condenadas por órdenes de quienes en algún momento detentaron poder.

Esas liberaciones no deben generar gratitud. Todo lo contrario, probablemente produzcan en los liberados y en su entorno cercano, sentimientos de ira y frustración por las injusticias y arbitrariedades sufridas. En este caso quienes las cometieron deberían recordar el viejo refrán: Cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo, e igualmente tener presente lo que dijo el recordado Presidente Luis Herrera Campins, “a ponerse las alpargatas que lo que viene es joropo”. Y no creo que sea tiempo de Te Deum porque no son momentos de celebración. Por ahora.