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Corina Yoris-Villasana

Los nuevos filisteos se han apoderado del mundo

Corina Yoris-Villasana

Unas semanas antes del enclaustramiento al que hemos estado sometidos durante más de cuatro meses, en una reunión social se conversaba sobre viajes y bellezas de distintos países. Alguien me preguntó cuál era el país que me había impactado más por su belleza y otros aspectos culturales. Dudé por un momento, y, al responder, comenté que cada país tiene su belleza y encanto peculiar, pero que Rusia me había dejado una profunda huella. No solo los paisajes naturales, sino las manifestaciones culturales. No pude seguir hablando, porque la persona que me preguntaba saltó indignada. “¿Rusia? ¿Qué de bello puede tener Rusia?”. Le quise hablar de las hermosas cúpulas del Kremlin y fue peor. Opté por no seguir hablando con aquella persona, pues ante tanta incultura no conseguía que entendiera ni media palabra. ¿Ballet en Rusia? ¿Literatura? ¿Museos?

Días después, en una merienda, donde había gente joven, una muchacha me preguntó que cómo podía yo decir que en Rusia había ballet. Le pregunté si ella alguna vez había ido a ver El cascanueces o El lago de los cisnes y me contestó: ¡Claro que sí, pero ¿qué tiene que ver con Rusia?!

No me sorprendió tanto como en el caso de semanas anteriores. Ya el primer impacto me había hecho buscar de nuevo un viejo y amado libro al que siempre vuelvo: La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Repito una de sus famosas frases que es citada a cada rato: “El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él”. Ese hombre-masa orteguiano no oye, es sordo, no necesita nada, ya todo lo tiene en sí mismo. “El triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa que la hace constar, la sitúa por encima de todo. Es casi como si no respondiese a razones; posee todos los poderes”. Para decirlo en criollo, se paga y se da el vuelto.

Y así ha ido conformándose una sociedad inculta, mediocre. Una sociedad llena de “especialistas” en todo y donde reina la vulgaridad.

Los ejemplos citados ut supra dan fe de lo descrito. La señora que horrorizada, porque “Rusia no podía albergar belleza” alguna, va repitiendo esa frase y diciendo de quien sí la ve que es “una redomada comunista”. Pero ella ignora que en San Petersburgo está uno de los museos más hermosos del mundo: Le musée de l’Ermitage.

Este sublime museo nace de la colección de 225 cuadros de pintura holandesa y flamenca que la emperatriz Catalina, la Grande, en el año 1764, compró a Johann Ernest Gotzkowski. Decoró el Palacio de Invierno, su residencia, con los cuadros e inició una de las mayores pinacotecas y museos de antigüedades del mundo.

Cuando usted entra al museo y sube la formidable escalera principal, queda extasiado ante los dos niveles de ventanas; las columnas son de mármol de color natural y el ornamento del piso está compuesto con variedades de madera de color, reflejándose en el dibujo cincelado en bronce del cielo raso metálico. Hay tanta belleza que no me alcanza este artículo para describir lo que se consigue visitar en las horas que le dediqué al museo. No quería salir de él. Sin embargo, no dar una vuelta por la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada o Iglesia de la Resurrección de Cristo es no conocer San Petersburgo. La construcción de la iglesia se inició en 1883, durante el reinado de Alejandro III; fue dedicada a la memoria del zar Alejandro II, asesinado en ese mismo lugar dos años antes. Describir esta iglesia es imposible; las cinco cúpulas centrales son únicas, irrepetibles; enchapadas en cobre y esmalte de diferentes colores, con cierto parecido a las de la San Basilio en Moscú. Las cúpulas más pequeñas, en forma de cebolla sobre los ábsides y la cúpula del campanario, son doradas.

Yo podría seguir describiendo a San Petersburgo, pues visité cada centímetro cuadrado que pude. Pero me quiero referir a la segunda persona que no sabía que en Rusia había ballet. ¿Cómo puede ignorarse a Chaikovski? Es autor de algunas de las obras de música clásica más célebres del mundo, como los ballets. Estamos hablando, nada más y nada menos que de El lago de los cisnes, La bella durmiente, El cascanueces, la Obertura 1812, la Obertura-fantasía Romeo y Julieta, y podemos seguir enumerando.

A lo mejor estas personas habrán oído algo sobre Anastasia, pero si decimos Anastasia Nikoláyevna Románova, no tendrán idea de quién se habla. La historia de los zares, el asesinato de la familia Romanov parece que es solo tema de las “derechas ultraconservadoras” y enemigas de las clases desposeídas del pueblo depauperado y pisoteado por los zares. Así he pasado de ser ““una redomada comunista” a ser una “ultraconservadora derechista”. Sin distingo, ni reproches. No importa, hay que etiquetar a las personas que no piensan como la masa y someterlas al escarnio usando cualquier epíteto. Pero, me falta todavía.

Hablar sobre Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Chéjov, Gorki, Pasternak o Bulgákov hace que entres en la categoría de “hijita de papá” que pudo leer esos clásicos. Decir que el Kremlin de Moscú no es solo el edificio del gobierno, sino que está formado por catedrales, hermosas cúpulas, jardines y pasear por la Plaza de las Catedrales, “corazón del kremlin”, me convierte en una desquiciada que necesita ayuda emocional.

Visitar el noroeste de Moscú, donde se encuentra un conjunto de poblaciones con monasterios, iglesias, catedrales y kremlins, que recogen mil años de historia de la ortodoxa rusa, hace que me condenen a la hoguera.

Esta cultura de masas ha sido y es una de las plagas del universo. Todo el poderío que pudiera tener la inteligencia se ha ido sustituyendo por una masificación construida sobre la base de lo popular y lo fácilmente accesible. Hoy, se han fabricado más personajes célebres que crean matrices de opinión desde los lugares más insólitos y cuya influencia es mayor que cualquier ateneo de doctos. Opinan desde su ignorancia como si fueran sabios. Los nuevos filisteos se han apoderado del mundo.

@yorisvillasana

21 de julio 2020

El Nacional

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Erosión cultural

Corina Yoris-Villasana

Mientras leía estupefacta la noticia aparecida en toda la prensa internacional, cuyo titular es «Activistas escriben ‘bastardo’ en la estatua de Cervantes en el Golden Gate Park de San Francisco», con el subtítulo “La estatua del misionero español fray Junípero Serra también ha sido derribada en California», pensé inmediatamente en el terrible daño que ocasiona el fanatismo, sea del tinte que sea.

Los fanáticos se distinguen por su carencia de audición, oyen solo aquello que encaje en sus creencias más arraigadas. Al no oír nada que pueda contrariar sus convicciones llevadas al paroxismo, distorsionan cualquier idea que los confronte y alimentan de esa manera su inmoderada palabrería o acción vandálica.

Se vive una etapa llena de fanatismos. Uno de ellos, el que motiva hoy a mi artículo, es el ataque a las estatuas mencionadas. Soy consciente del riesgo que corro; ya oigo los epítetos de ¡racista, xenófoba, fascista, extrema derecha, neoliberal! Como conozco los seudo argumentos, conocidos como las falacias contra la persona, argumentum ad hominem, no me detendré a rebatir ni uno solo de ellos.

La primera reacción que tuve al leer la infausta noticia fue rechazar la traducción de bastard. Ese vocablo, usado en forma peyorativa, no significa lo mismo que bastardo en español. Sus sinónimos ingleses son evil-doer, son of a bitch, y otras lindezas por el estilo. De tal manera que no es simplemente “hijo ilegítimo”, o algo similar, lo que se le está diciendo a Miguel De Cervantes. Además, dibujaron dos cruces célticas, en las dos figuras que completan el monumento escultórico.

En primer lugar, Miguel de Cervantes, nacido en Alcalá de Henares, en 1547, no es un representante tan solo de la cultura española; es el escritor de mayor relevancia universal, se le ha llamado el Príncipe de los Ingenios. Su excelsa obra, El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (El Quijote), es considerada como una de las mejores obras de la literatura universal; asimismo, ha sido el libro de mayores ediciones y traducciones de la historia, tan solo aventajado por la Biblia.

¿De qué crimen nefasto se le acusa a don Miguel para ser blanco de esta ola de fobia a las estatuas? ¡Pues se le acusa de formar parte de los represores raciales! Por otra parte, las dos figuras que están al pie de la estatua son Don Quijote y Sancho. A ellos les fueron pintadas dos cruces célticas. ¡Vaya, por Dios! ¡Qué incultura tan crasa y supina! En cualquier enciclopedia, libro de Historia, comentario sobre semiología, se puede encontrar la explicación del significado de las cruces célticas; ellas son vistas universalmente como un símbolo religioso y una parte de la herencia irlandesa; representan, precisamente, el legado y la fe del pueblo de Irlanda.

A quienes ven en estos hechos vandálicos reivindicaciones de los pueblos originarios, bien podrían sentarse un rato a leer sobre Historia. Los revisionismos históricos demandan, por parte del revisionista, un conocimiento profundo de los hechos para que sus razones no estén descontextualizadas. Es conocido que a los revisionistas o seudocientíficos se les suele atribuir un uso político de la historia y, por supuesto, de irrespetar la indispensable e ineludible neutralidad y espíritu crítico hacia las fuentes; cualidades cardinales en la tarea del historiador.

Y a quienes han aupado estas interpretaciones, les recomendaría que se sentaran a leer concienzudamente la monumental obra de Luis Astrana Marín, fundador de la Sociedad Cervantina, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Después de que lean y digieran, sobre todo esto último, pueden sentarse a discutir si don Miguel fue un bastard, un evil-doer, o deben someter a revisión sus falsas interpretaciones históricas.

Pero, no pararon allí. Se fueron contra fray Junípero Serra. Desde que fue canonizado por el papa Francisco en 2015, la figura del misionero ha sido objeto de revisiones sobre su papel en la historia de California. Lo han llegado a llamar «santo del genocidio». Varios historiadores han desmontado las mentiras sobre el fraile.

Fernando García de Cortázar, historiador español, ganador del Premio Nacional de Historia, España, dice del revisionismo del que es víctima el misionero: «Es como si hoy un soriano se pusiera a culpar a los romanos de todos sus males cada vez que pasa delante de un monumento clásico. Es decir, como si la historia se hubiera detenido para siempre cuando Escipión destruyó Numancia».

Tales revisionismos han engendrado ese fanatismo cuyo sueño no es otro que dirigir con sus trastornos emocionales la acción política.

Cuando atentamos contra el lenguaje, cuando nos olvidamos que nuestro español de América, con sus modismos y peculiaridades, ha enriquecido el idioma, cuando el esnob, imitador de las maneras y opiniones de quienes considera distinguidos (DEL), y, para usar una hermosa palabra de nuestra lengua, el petimetre, se empeña en introducir neologismos, más bien barbarismos, como el “webinar”, en esos momentos también se está mancillando, vandalizando a Miguel De Cervantes y Saavedra, a Andrés Bello, a Juan Rulfo, a Gabriel García Márquez, a Miguel Ángel Asturias, a todo cultor de las buenas letras. No en balde, cuando se habla del castellano se suele decir “la lengua cervantina”. ¿También se va a erradicar esa locución?

Quiero recordar un párrafo con el que finalicé un viejo artículo en este prestigioso diario, por allá en 2014. Decía: “(…) en una ocasión, el gran Víctor Hugo, respondiendo a una pregunta que le fue hecha sobre las bondades de los idiomas, respondió: ‘El inglés es ideal para hablar de negocios, el alemán se hizo para las ciencias, el francés es el lenguaje del amor y el español, ¡ah, el español!, es el idioma para hablar con Dios’. También se cita algo similar atribuyéndose al gran Carlos I de España, Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico”.

Estos hechos salvajes, perpetrados por fanáticos, ocasionan una fuerte erosión cultural y merecen el repudio de nuestras sociedades; y para aquellos que han mancillado valores tan sublimes como el cultivo de las artes y de la vida consagrada, la exclusión social, es decir, el ostracismo.

Junio 23, 2020

El Nacional

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Ante la barbarie, más cultura

Corina Yoris-Villasana

En mis clases de Lógica (durante unos cuantos años) he usado un argumento para pedirle a mis estudiantes que identifiquen los elementos constituyentes de ese argumento. El pasaje dice: “Quien a un hombre mata, quita la vida a una criatura racional, imagen de Dios; pero quien destruye un buen libro, mata la razón misma, mata la imagen de Dios”. Su autor, John Milton. Y, al usarlo, siempre he apuntado a suscitar en mis alumnos el amor por los libros. Incluso, en este prestigioso espacio de El Nacional, he escrito varios artículos sobre el libro como símbolo de inteligencia, de conocimiento, de libertad de pensamiento.

Si hablas o escribes sobre libros es ineludible la referencia a Jorge Luis Borges quien, en el prólogo a Ficciones, antes de escribir el cuento La biblioteca de Babel, compuso un ensayo intitulado La biblioteca total, editado en la Revista Sur, 1939. En este ensayo Borges filosofa sobre la imagen de la biblioteca infinita. Es un maravilloso escrito en el que nos brinda un recuento de los predecesores del tema de esa biblioteca ilimitada. Estos antecedentes no son otros que el cuento La biblioteca universal, escrito por Kurd Laßwitz; Sylvie and Bruno, de Lewis Carroll y El certamen con la tortuga, de Theodore Wolff. Imperdibles, tanto los escritos de Borges, como las obras citadas.

¿Por qué aludo a Borges y a su biblioteca infinita? Porque en ella estarían reunidos todos los libros que el ser humano ha escrito. Infinitos estantes hexagonales contendrían “todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas”; allí estarían las obras perdidas, aquellos libros que encierran los secretos mejor guardados de nuestro mundo, documentos que disiparían cualquier inconveniente, bien fuese individual o mundial. Así, el ser humano, poseído por una “extravagante felicidad”, estarían en capacidad de resolver definitivamente “los misterios básicos de la humanidad”. Hay que volver a Borges y a su biblioteca infinita para adentrarse en el simbolismo que encierra una librería, un simple estante, una rinconera.

No me cabe la menor duda acerca de que el paradigma de ese sueño borgiano no es otro que la gloriosa Biblioteca de Alejandría.

¿Qué misterio encierra ella? En un imperdible artículo de Roger Bagnal, recogido en los Proceedings of the American Philosophical Society, 2002, hay un arqueo de todo lo que contenía este recinto sagrado del saber, escrito que recomiendo a mis lectores; Bagnal desenmaraña mitos aclarando muchos puntos sobre los números fantasiosos que han sido usados para expresar la grandeza de la Biblioteca.

La historia de la Biblioteca de Alejandría puede ser dividida en varias etapas y solo quiero referirme a su destrucción, que tiene lugar en distintos momentos. Construida poco tiempo después de la fundación de Alejandría por Alejandro Magno en 331 a. C., tenía como propósito agrupar todas las obras del intelecto humano, y que debían ser compendiadas en una especie de colección infinita para la posteridad.

Sufrió varias devastaciones y una de ellas y, quizás, la más significativa fue el incendio ocasionado cuando Julio César, quien había arribado a Alejandría con el propósito de brindarle apoyar a Cleopatra, fue asediado en el palacio, situado en un lugar cercano a la biblioteca de los “Libros regios” así como al Museo, el templo de las musas. Se dice que Julio César fue el mayor causante de la devastación de la biblioteca, al provocar el incendio de una escuadra de naves y favoreciendo que se esparciera el fuego. Este suceso se sitúa en el año 47 a.C.

Con la caída de Marco Antonio y Cleopatra se produjo el desplome del reino ptolemaico de Egipto, quedando bajo el dominio de Roma. Inevitablemente, Alejandría sufrió un lánguido y fatal ocaso, y con ella, también su Biblioteca.

En el siglo IV de la era cristiana, las leyes contra el paganismo promulgadas por el emperador Teodosio fueron utilizadas por los cristianos más fanáticos para justificar sus asaltos contra templos e instituciones del paganismo. Así, la valiosa biblioteca del Serapeo, fundada por Ptolomeo Evergetes –que, por cierto, muchos autores confunden con la biblioteca palatina, la Biblioteca de Alejandría–, fue devastada en el año 391 d. C, durante un pogromo en contra de los paganos, exhortado por el patriarca Teófilo.

Sobre el califa Omar se dice que incendió textos contrarios al Corán en el 645 d. C., aunque la mayoría de los historiadores juzgan que esta versión es falsa.

Sea como fuere, la Biblioteca de los sueños, el gran ideal por juntar el saber humano fue destruido.

En la historia de la aberrante quema de libros, saltando siglos desde Alejandría, encontramos el horror de esta práctica en el Opernplatz de Berlín, 10 de mayo de 1933. La multitud allí concentrada, fue arengada por el discurso henchido de odio del líder estudiantil nacionalsocialista Herbert Gutjahr, quien vociferaba: “Hemos dirigido nuestro actuar contra el espíritu no alemán. Entrego todo lo que lo representa al fuego”, y arrojó una cantidad considerable de libros a las llamaradas de una pira avivada por millares de libros incinerados. Actos similares se repitieron ese fatídico día en toda Alemania. Prácticamente en casi todos los campus universitarios fueron calcinados libros de aquellos autores que no concordaban con sus marcos ideológicos. La barbarie en las propias casas del saber. El horror recorriendo los templos de la cultura.

Así, cuando se irrumpe con violencia en el sagrado recinto del conocimiento, cuando se atenta contra un libro, aunque sea uno solo, se está agrediendo al ser humano mismo, a la inteligencia, a la razón. He visto con profundo dolor el incendio de la biblioteca de la Universidad de Oriente. Toda aquel que ha pisado alguna vez una biblioteca, todo aquel que ha disfrutado del olor de un libro, todo aquel que ha encontrado en un pequeño opúsculo alguna frase que le ha llenado un vacío en su alma, debe levantarse y condenar enérgicamente semejante barbarie. Pero, además, está en el sagrado deber de ayudar a producir más cultura y así resarcir al ser humano, y, en particular a cada integrante de la UDO, de la inexcusable pérdida de su patrimonio bibliográfico.

Hoy, todos los universitarios de Venezuela elevamos nuestra protesta y exigimos una exhaustiva investigación sobre este asesinato de la razón.

junio 9, 2020

El Nacional

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La vigencia de las fábulas de Jean de la Fontaine

Corina Yoris-Villasana

Durante estas semanas de encierro, cada uno ha buscado alguna manera de emplear el tiempo. Unos, limpian y sacan brillo a todo; otros, beben lo que encuentran y otros, leen, escriben y cantan; no olvido a quienes se han enfermado y han tenido que vivir horas terribles; incluso, los que han perdido su vida y a quienes encomiendo en una oración cada anochecer.

En mi caso, leo, escribo y he aprendido a usar las plataformas digitales lo mejor que he podido para dar clases a mis alumnos. En ese trajinar con los libros, cayó en mis manos un viejísimo ejemplar, procedente seguro de la biblioteca de mi papá, Fábulas de Jean de la Fontaine. Como objeto físico es de una belleza única; edición de UTEHA, México, 1949, tapa dura, color vinotinto y arabescos dorados en la tapa frontal.

Jean de la Fontaine es un escritor del siglo XVII. Las publicaciones de sus fábulas han sido numerosas, con ilustraciones maravillosas, y este ejemplar que tengo en mis manos tiene las de Gustave Doré, quien, en 1867, le regala al mundo los espléndidos dibujos que acompañan a cada fábula de esa edición.

Por supuesto, leí todas las fábulas que pude; hay dos que tienen una peculiar vigencia en estos tiempos tormentosos que vivimos, no solo globalmente, sino de forma muy peculiar en esta aldea venezolana.

Una de las fábulas que quiero reseñar y comentar es la titulada “La Selva y el leñador”. En la página que precede al texto hay un extraordinario grabado en claroscuro, donde se ve al leñador sentado sobre un tronco en medio de la selva.

La fábula es corta, solo tiene once líneas y en ellas De la Fontaine narra cómo un leñador pierde el mango de su hacha y se ve impedido de trabajar. Este hecho tan simple y cotidiano le brinda a la Selva un ligero descanso. El leñador le suplica a la Selva que le permita tomar una sola rama para fabricar otro mango para su hacha, prometiendo que solo cortaría lo estrictamente necesario. La Selva se lo permite, pero el leñador inmediatamente comienza de nuevo a desforestarla. “Gemía la Selva a todas horas; su propio don era el instrumento de su suplicio”. Para finalizar, prosigue De la Fontaine: “Así procede el mundo: el beneficio se emplea contra el que lo hizo. Cansado estoy de decirlo. La ingratitud está de moda”.

En este confinamiento mundial no han faltado las alusiones directas e indirectas del respiro del planeta. Hemos visto videos de hermosos delfines disfrutando de la tranquilidad del mar; cerdos paseando por las calles de París; ciervos correteando en las orillas del mar; bandadas de pájaros, que ni siquiera conocíamos, visitan nuestros jardines. Incluso, hay memes muy curiosos en las redes sociales, aludiendo al confinamiento del ser humano y el disfrute de la naturaleza de esa ausencia. Leemos sesudas reflexiones al respecto, y, como el leñador de la fábula, aparecen las promesas, los propósitos de enmienda para cambiar el tratamiento dado a nuestro planeta. ¿Serán simples palabras que luego, como el protagonista de la narración, se volverá de manera inclemente a desforestar, a destruir? Este es un tema que requiere mucha discusión seria y sin palabras huecas. Bastaría con pensar por un momento en las aguas de Roraima, únicas en el planeta. O ver las terribles imágenes de la desforestación ocasionada por la minería ilegal en Canaima.

La segunda fábula que me robó la atención fue la llamada “El filósofo escita”. Es un poquitín más larga, son veintiún líneas. Cuenta que un filósofo, oriundo de Escitia, conocida por la vida austera de sus habitantes, decide viajar por Grecia y ve a un anciano que le hace recordar el Viejo del que habla Virgilio –refiriéndose al personaje anciano que describe Virgilio en Geórgicas IV, a orillas del mar, en Calabria, criando abejas y cultivando flores y legumbres–, que vivía feliz ocupándose de su jardín. Lo vio podar ramas inútiles y le pareció que no era sano mutilar de esa forma a los árboles. Al recriminarle al viejo personaje, le dijo fuertemente: “Dejad la cruel podadera; dejad obrar a la hoz del tiempo; demasiado pronto morirán”. Pero el sabio le respondió: “No corto más que lo superfluo; quitándoselo, prospera más el resto”.

El filósofo escita, al volver a su país, tomó la hoz y cortó a diestra y siniestra todo lo que pudo; no contento con ello, le pidió a sus amigos y vecinos que procedieran de igual manera. No respetó estaciones, ni lunas crecientes o menguantes. Resultado: Mató todo.

De la Fontaine nos deja su moraleja, tal como termina toda fábula: “Exacta figura es el escita de la fábula de un estoico escéptico. Este arrancó del alma deseos y pasiones, sean malos, o sean buenos, y hasta las inclinaciones más inocentes. Por mi parte, protesto contra esos filosofastros; quitan a nuestro corazón su principal anhelo y nos despojan de la vida antes de morir”.

Abril 23, 2020

El Nacional

https://www.elnacional.com/opinion/la-vigencia-de-las-fabulas-de-jean-de...

Nuestras universidades y la Filosofía

Corina Yoris-Villasana

Cuando pensamos en Europa, la vemos como el Espacio Europeo, su Comunidad Económica, sus avances y retrocesos; pero llegar a esa entidad costó siglos de invasiones, guerras, asentamientos y voluntades para concretar el ideal de unidad. Pensar en Europa no es posible sin vincularla con la semilla del cristianismo llegada desde tierras remotas por boca de Pablo de Tarso; pensar en Europa no es posible sin enlazarla con las “nuevas tierras” americanas y, con ellas, una nueva esperanza de concreción de la utopía cristiana.

Esas tierras nuevas que Hegel quiso sacar de la historia, y que en sus Lecciones de filosofía de la historia universal lapida diciendo: “América cae fuera del terreno donde, hasta ahora, ha tenido lugar la historia universal. Todo cuanto viene ocurriendo en ella no es más que un eco del Viejo Mundo y la expresión de una vitalidad ajena”.

La América sobre la que habla Hegel no es fruto de los nativos; cuando aparecen las Lecciones de filosofía de la historia universal estamos en pleno siglo XIX, 1830, y ya Hispanoamérica se había desprendido de los lazos coloniales y los habitantes primigenios no conformaban la población única de América; esta poseía un fuerte mestizaje y una idea muy distinta de lo que venía a significar Nuevo Mundo.

Comprender a América desde la vetusta Europa ha sido (sigue siendo) un fuerte desafío para las mentes más lúcidas de ese lado del Atlántico. Nada mejor que las palabras de Gabriel García Márquez, para expresar la dificultad que se posee para comprender nuestra realidad, nuestra soledad: “Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos (…). La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado”.

Podría seguir citando el Discurso Nobel de García Márquez, pero la idea que quiero rescatar es la del sueño del europeo que abandona su patria en busca de la Arcadia, y cuando arriba a las tierras americanas, estas son concebidas como la concreción de la utopía; sobre ella, inició la construcción de la nueva sociedad a la que aspiraba.

Sin lugar a dudas, la incursión y el asentamiento de los españoles en América han sido considerados históricamente como los de la mayor importancia y relevancia de todas las demás incursiones del viejo continente. En el lapso de poco más de un siglo, la Corona de Castilla exploró, conquistó y pobló ingentes regiones tanto en el norte, centro y sur del continente americano.

Sin entrar en los detalles de este proceso, que nos desviaría del foco central del artículo, quiero enfatizar que uno de los motivos de esa ocupación de los territorios americanos fue la cristianización de los nativos; por ello, fueron enviados numerosos misioneros de diferentes órdenes religiosas a América, y quienes se constituyeron en los grandes constructores e impulsores de iglesias, escuelas, hospitales y las universidades.

Al acercarnos a la historia de la fundación de las universidades en América, encontramos un factor altamente sugestivo: es España quien crea universidades, contrariamente al imperio portugués, que no crea ninguna, y en Norteamérica, aparecen los Colleges, pero universidades como tales solo se verán después de la guerra de Independencia:

Trescientos años representan un período muy largo, durante el cual algunas de esas universidades fueron reformadas, otras desaparecieron antes del período independentista, cierres ocasionados por diferentes motivos; uno de ellos, la expulsión de los jesuitas de las tierras americanas.

Los teóricos que han desarrollado investigaciones sobre el origen de este surgimiento y fundación de universidades en las colonias españolas han querido explorar sus posibles orígenes, sin que ninguna de esas explicaciones haya logrado satisfacer a propios y extraños. Poseen un fuerte componente pragmático que quizá sea el motivo por el cual no logren esclarecer en su totalidad esa característica de la Colonia hispana.

Cabe, entonces, pensar que movidos por el deseo de ampliar la evangelización y ver realizado su anhelo de la construcción del Paraíso en la Tierra, es decir, concretar la utopía del cristianismo, vieron en las universidades un espacio idóneo para esa concreción.

Es mucha el agua que ha corrido debajo de los puentes en esta historia de las universidades latinoamericanas, y se vuelve imperativo recordar la Reforma de Córdoba, Argentina, que le imprime un sello característico a las casas de estudio latinoamericanas. Se señala, generalmente, como uno de los grandes “logros” de esta reforma “la erradicación de la teología y la introducción, en lugar de esta, de directrices positivistas”.

Y ese “logro” de las directrices positivistas trajo una separación nefasta entre ciencia y arte; entre naturaleza y cultura, por tan solo citar algunas. Redujeron la cultura a la ciencia, a las “técnicas de investigación”; entendieron la educación como instrucción, y, uno de los más graves reduccionismos actuales, el universitario a la profesión especializada. La universidad se ve en grave riesgo de perder su autonomía, su legitimidad.

Pero los males son mayores hoy en día. Es necesario señalar el impacto de la “mercantilización” que afecta el mundo universitario. Algunos de los modelos educativos europeos –copiados de manera acrítica en Latinoamérica– centrados en su mayoría en una concepción utilitarista, han conducido a unos planes de estudio cuyo objetivo es una universidad al servicio de las empresas. Así sufren, no solo la Filosofía, sino todas las humanidades, por ser consideradas improductivas; ya no interesa una investigación que privilegie ese saber “inútil”, cercenando la libertad de investigación y de cátedra. Si se debe responder a la demanda de profesionales que requiere una determinada sociedad, y en ese punto gira la enseñanza, resultaría que no tenemos universidades, sino escuelas de formación técnica o profesional. Esa educación no debería significar proporcionar al educando “competencias prácticas”; se trataría de diseñar programas de enseñanza con una suerte de “gracia” esencial, y esta no es más que un hábito filosófico, consistente en la reflexión.

Vemos cómo la Filosofía es atacada inmisericordemente en algunas instituciones hasta llegar a desaparecerla de los planes de estudio. La sola pregunta ¿para qué Filosofía? es per se una afrenta. Apunta a una visión utilitarista que niega la propia esencia de la Filosofía. Habría que preguntarse ¿por qué la Filosofía? Esa interrogación pide razones, y ello le imprime un valor epistemológico, tanto a la pregunta como a la posible respuesta.

17 de julio 2019

@yorisvillasana

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La pobreza del debate público

Corina Yoris-Villasana

Aunque el debate público constituye uno de los pilares fundamentales del sistema democrático de gobierno, la teoría de la argumentación ha prestado una atención insuficiente a sus peculiaridades, pese a los excelentes aportes de Luis Vega Reñón, quien se ha interesado vivamente por definir una perspectiva socio-institucional de la argumentación. Indubitablemente, uno de los terribles desaciertos de nuestra democracia, hablo sobre todo de la región latinoamericana y en especial de nuestra Venezuela, donde no existe democracia alguna, es la pavorosa y desoladora miseria del discurso público. Habría que recordar que Carlos Santiago Nino afirmaba que “otra razón que afecta negativamente el valor epistémico de la democracia, y que es posible encontrar en todo el mundo moderno, es la pobreza del debate público”. Aun alejada en el tiempo, esa aseveración está vigente totalmente.

Parafraseando a L. Vega, recordemos que el debate público es un ámbito que ha adquirido un relieve específico al concurrir en él disímiles líneas de análisis, discusión y desarrollo en especial: por una parte, una rediviva atención por la razón práctica; por otra parte, un interés gradual por la razón pública y por la calidad de su ejercicio en nuestras sociedades más o menos, democráticas; en nuestro caso, nada democráticas.

Ello muestra claramente la necesidad de analizar los discursos en la vida pública de nuestras sociedades. Las nuestras, las latinoamericanas, adolecen de tantas fallas, que es precisamente en ellas donde adquiere papel fundamental el análisis y desarrollo de lo que se ha llamado lógica civil. Nuestro ciudadano debe estar en capacidad de “dar cuenta y razón de sus posturas y propuestas en esos asuntos”; es decir, tiene conciencia del “peso, la fuerza y la pertinencia de las alegaciones y razones en juego”. De tal manera que la evaluación de los argumentos, propios, ajenos y en el debate público es fundamental.

Entendamos por deliberación, al igual que los teóricos de la argumentación, como la práctica discursiva conformada por los siguientes tres aspectos fundamentales, a saber, (i) la existencia de una cuestión de interés y de dominio público que es objeto de tratamiento común o colectivo, (ii) la pretensión de adoptar y justificar una propuesta de resolución al respecto y (iii) la confrontación y ponderación de las alternativas disponibles en ese sentido.

Para efectuar dicha evaluación, cataloguemos este tipo de argumentos como aquellos que reciben la denominación de argumentos de “medios a fines”; recordemos que en nuestra disciplina de la Teoría de la Argumentación, H. Marraud caracteriza a estos argumentos como aquellos que establecen “una acción o un curso de acción porque es un medio adecuado para conseguir un fin. Estos argumentos de medios a fines no se quedan en la mera relación causa-efecto, sino que comportan una valoración de los medios. Además, son argumentos consecuencialistas y en ellos se recomienda una acción o una valoración por las consecuencias, favorables o desfavorables, que de ella se derivan”.

De esta forma, evaluar este tipo de argumentos involucra efectividad, aceptabilidad y legitimidad, todas ellas referidas a los fines planeados, así como a los medios de los que se dispone.

Puesto que son argumentos presuntivos y rebatibles, se deben someter al examen de las cuestiones críticas asociadas a este tipo de argumentos. Estas preguntas van dirigidas a encontrar los puntos débiles de un argumento, al modo de los tópicos tradicionales. La utilidad de las cuestiones críticas reside en que ayuda a encontrar las objeciones y contraargumentos con los que ha de medirse el argumento analizado.

Ahora bien, aun cuando se encuentre una razón contraria, ello no significa que se ha invalidado un argumento; se necesita algo más. Es necesario que dicha razón pese más que la razón original. Para ilustrar lo problemático que resulta esta evaluación, al igual que hace L. Vega, veamos el ejemplo tomado de The Idea of Justice de Amartya Sen. “Tres niños aspiran a recibir un determinado regalo, una flauta. Uno alega que es a él a quien se le debe regalar la flauta porque es pobre y no tiene nada con qué jugar. Otro la reclama porque ha sido justamente él quien la ha hecho. Y el tercero aduce que debe ser suya porque es el único que sabe tocarla”.

¿Cómo decidimos entre las tres aspiraciones así argumentadas? No hay un criterio universalmente aceptado, de modo que la decisión dependerá del sistema de valores que se asuma y de la idea de equidad y de justicia que manejemos.

Llegados a este punto, hay que considerar varios aspectos para la evaluación. Ante todo, debemos contemplar los valores que entran en juego; en este caso en especial, lo que efectivamente nos habilita para conseguir una solución a la disputa entre los tres niños es el valor que adjudicamos a la búsqueda de la realización humana, la supresión de la pobreza y el derecho a deleitarse con los frutos del propio trabajo.

Ahora bien, en un ejemplo como el aludido, para decidir a favor de uno u otro, alguien actúa como evaluador; ese alguien emplearía un método que le permitiese decidir a favor de uno u otro argumento y daría las razones que justifiquen su decisión. Dicho en otras palabras y salvando las distancias, actuaría como un “juez” ante un caso en el que debe ponderar distintas opciones para decidir a favor de alguna de ellas.

¿Es posible evaluar estas prácticas argumentativas de manera “externa” o quienes evalúan son precisamente quienes están en el dentro de la propia argumentación? ¿Nuestros políticos y quienes actúan en la palestra pública alguna vez se han planteado evaluar sus propias argumentaciones?

@yorisvillasana

2 de julio de 2019

El Nacional

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/pobreza-del-debate-public...

Venezuela también está hambrienta de cultura

Corina Yoris-Villasana

Hace pocos días encontré en las redes sociales un video que mostraba una inusual manera de promover la reapertura del Museo Nacional de los Países Bajos, el Rijksmuseum. Es un video de 2013, pero es ahora, 2019, que lo he visto circulando profusamente en las redes sociales.

El Rijksmuseum fue renovado y fue reabierto en 2013 por la reina Beatriz. En él hay más de 5.000 pinturas, destacando La ronda nocturna de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, cuadro que reproduce un suceso cotidiano: una partida de mosqueteros pasando de un oscuro patio a la deslumbradora luz del sol. Rembrandt se apartó de la imagen habitual de estos gremios para representar una escena vista directamente: la guardia deja el cuartel, aprestándose para salir de misión.

El museo también posee esculturas, una exposición sobre ropa y armas, además cuenta con una de las bibliotecas más hermosas del mundo.

Para motivar la visita al museo eligieron el cuadro de Rembrandt, La ronda nocturna, dándole vida al mismo en un centro comercial, y de fondo musical el IV Movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Al final, una vez que los artistas que participan en la mise-en-scène se reúnen en el centro del centro comercial, cae una cortina transparente y queda la posición del famoso cuadro de Rembrandt. El resultado es verdaderamente extraordinario.

No es mi intención repetir cansonamente lo importante que es el arte como manifestación de las emociones del ser humano. Y esa importancia lleva aparejada su conservación. Los museos son ventanas abiertas para permitir que se conozcan las obras de valor universal y también local. Por lo tanto, uno de sus desafíos es salvaguardar y difundir el patrimonio cultural del mundo en sus diferentes expresiones.

Con ese afán despertado por el video, encontré también en la red una grabación maravillosa de cuadros del Museo del Prado, Madrid, que está celebrando sus 200 años. Se titula Belleza y locura. Su creador, Rino Stefano Tagliafierro, le da vida y movimiento a un grupo escogido por él de obras del museo, entre ellos Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío, en una grabación fuera de serie producida por El País Semanal.

Alguien podría preguntarse ¿son estos aciagos momentos nuestros adecuados para hablar de arte? ¿De museos?

Comprender a cabalidad la realidad circundante obliga a mirar con atención no solo lo que aparece a simple vista; hay que ahondar en todo aquello que nos trajo hasta aquí, y no hay nada más representativo de una sociedad y su momento preciso que el arte. Este puede semejar un acto particular, sin embargo, se trata de un hecho hondamente social. Nace, florece en una sociedad muy específica, que influye intensamente en su realización y, a la vez, interviene de manera también profunda en ese conglomerado social. Así, vinculando el arte con la historia, damos cuenta de la época y el momento durante los cuales se produjo una determinada obra. Basta con pensar en los cuadros a los que hemos aludido en líneas precedentes para hacernos una idea bastante aproximada de los tiempos en el que fueron creadas.

Pensemos por un momento en el lienzo Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío, Francisco de Goya (1814), pintado como un merecido homenaje a los españoles que murieron fusilados por el ejército francés la noche del 3 de mayo de 1808. Se sabe por un testimonio de su criado Isidro que Goya fue testigo de esos fusilamientos durante esa fatídica noche. Cuenta Isidro que Goya no solo los presenció, sino que a medianoche caminó hasta el lugar donde yacían los ejecutados. Algunos críticos de arte consideran verídica la narración del criado, sobre todo por el dramatismo de la obra de Goya que sugiere que vio de cerca el fatídico suceso. Los fusilamientos son realizados como castigo ejemplarizante por el levantamiento del pueblo madrileño el día anterior, 2 de mayo, también inmortalizado por el pincel de Goya, La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol.

Los acontecimientos plasmados representan dos momentos importantes de la llamada España napoleónica (1808-1814), como fueron los hechos del 2 de mayo: el levantamiento en Madrid en contra del intento de los franceses de sacar a María Luisa de Parma y a su hijo, Francisco de Paula, de la ciudad. Mientras eso sucedía, en Bayona, Carlos IV y Fernando VII abdicaban a favor de Napoleón, quien dejaría el trono a su hermano José Bonaparte, Pepe Botella. Al día siguiente, 3 de mayo, los franceses fusilaron, en varios puntos de Madrid, a los patriotas detenidos tras su alzamiento del día anterior en contra de las tropas francesas.

En 1814, Goya manifiesta su deseo de “perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa”.

Vemos así cómo, mediante lo plasmado en los lienzos, tanto por Rembrandt como por Goya, podemos valorar distintas épocas del acontecer histórico de los Países Bajos y de España. En uno, la cotidianidad; en el otro, la lucha de un pueblo por salvaguardar sus valores patrios.

En nuestra arrasada Venezuela poseemos museos, otrora vistosos y dignos de ser visitados. El Museo de Bellas Artes, diseño arquitectónico de Carlos Raúl Villanueva, con un estilo neoclásico, al igual que el Museo de Ciencias Naturales. El Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), fundado en 1973 por Sofía Ímber y hoy se encuentra en grave deterioro. Incluso se habla de pérdidas de valiosas obras.

Podría seguir enumerando museos locales importantes, pero quiero añadir otro aspecto de nuestro mundo cultural, que marcó un hito en la vida artística internacional: el famoso Festival Internacional de Teatro, fundado por el inolvidable Carlos Giménez, creador de varias instituciones teatrales del país.

Uno de los grandes retos que se nos presenta a quienes hemos hecho del arte, de la literatura, de la filosofía, en fin, de los distintos aspectos de la cultura, nuestra vida, es reconstruir ese tejido y agregar los hilos que le faltan para constituirse en un verdadero eje integrador de la sociedad. Venezuela también está hambrienta de cultura, en mayúscula, sobre todo, hambrienta de filosofía, de amor al saber.

@yorisvillasana

4 de junio de 2019

El Nacional

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/venezuela-tambien-esta-ha...

Pietá

Corina Yoris-Villasana

Esta Semana Santa fue muy noticiosa; sin embargo, varias de esas noticias no informaban sobre hechos agradables. Empezó con el pavoroso incendio de la Catedral de Notre Dame de París; la aguja y el tejado se desplomaron, en el interior hubo serios daños y el dolor embargó al mundo occidental que ha visto siempre en esa iglesia un símbolo no solo del cristianismo, sino del propio Occidente. Se presume que se originó por un descuido durante unas reparaciones; sin embargo, hay averiguaciones abiertas al respecto.

Seguimos con los atentados en Sri Lanka en el Domingo de Resurrección. Ocho explosiones en iglesias, hoteles, complejos residenciales fueron reseñadas y leídas con horror ante la multiplicación de hechos terroristas contra todo aquello que representa a Occidente.

En Venezuela, el desastre continúa. Siguen ciudades enteras sin electricidad, hospitales sin medicinas, hay que pagar sumas exorbitantes para conseguir agua. El sufrimiento supera cualquier capacidad de aguante; el Zulia es golpeado inmisericordemente. Leemos aterrorizados en la prensa internacional que se anuncia un apagón total. No hay manera de conseguir los repuestos de los transformadores necesarios en el Guri.

Las primeras noticias a las que me referí son producto de ¿descuidos? criminales, de atentados terroristas, pero, lo que acaece en Venezuela, ¿es solo ineficiencia, incompetencia? Hay negligencia criminal en todos estos hechos y quienes son responsables deberán comparecer ante la justicia en su debido momento.

Sentí profunda tristeza recordando que la Semana Santa ha sido una etapa de conmemoración de la Pasión y Resurrección de Cristo y no este escenario de tragedias. Es una semana plena de símbolos, donde destaca que, aun en medio de las tinieblas, de la oscuridad, de la muerte, surge resplandeciente la esperanza, la luz, la vida.

Busqué esa referencia al rescate de la esperanza en las obras de arte inmortales que recrean los momentos más sublimes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; y, por supuesto, me detuve en la inmortal obra de Miguel Ángel Buonarroti, La Pietà, exhibida en el Vaticano.

Miguel Ángel crea su obra sobre una estructura triangular asentada sobre una elipse, dándole así un profundo equilibrio; no es una sola figura principal y logra un grupo armonioso que puede ser observado desde diversos puntos de vista, aunque la mejor forma de apreciarla es de frente.

Ríos de tinta se han escrito sobre esta maravilla escultórica que representa el dolor de María ante la muerte de su hijo, Jesús. Pero las facciones de María y Jesús no son de dolor; expresan serenidad. Y María, serenamente lo acuesta en su regazo, lo mece como cualquier madre lo haría con su hijo. ¿Qué le estaría diciendo María a Jesús en esos momentos?

Pienso como madre, e imagino que le hablaría con voz queda y muy dulce, susurrando: “Debo llevarte al sepulcro, separarme de ti, pero, antes, déjame acunarte en mis brazos como cuando eras un niño, despedirme de ti con amor, con dulzura”. Y, así, Jesús, también adquiere en sus facciones esa expresión serena. Sabe que volverá y el amor de la madre, esa mujer valerosa, fuerte, le acompañará durante esos momentos, que aún le faltan por transitar en las tinieblas.

En La Pietà está representada magistralmente la soledad de María; soledad que está íntimamente imbricada en la esperanza, en el triunfo de su Hijo, que volverá y ella verá resucitado. Una obra donde prima la armonía; armónicos son los pliegues de la vestimenta de la Virgen, que, al combinarse magistralmente, producen los efectos de los claroscuros. Armónicos son los brazos mientras el de Jesús cae inerte, el de María lo sostiene con vigor.

La Pietà sufrió en mayo de 1972 un atentado, por un geólogo oriundo de Australia quien golpeó con un martillo varias veces la cara de María, ocasionando varios daños. Fue restaurada en poco tiempo y el responsable del destrozo fue recluido por un año en una casa de enfermos mentales. Desde entonces, la estatua está protegida con un panel de vidrio a prueba de balas.

Así, Venezuela, madre golpeada inmisericordemente por el dolor de la tragedia que viven sus hijos, no ha perdido tampoco la esperanza. Esa esperanza que restaña las heridas y ayuda a liberar ataduras, porque la luz vencerá sobre las tinieblas y una ciudadanía renovada, pujante, fuerte surgirá en medio de la tristeza para levantar piedra a piedra a la Madre, Venezuela.

24 de abril de 2019

El Nacional

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/pieta_280118

La terreur vénézuélienne?

Corina Yoris-Villasana

Uno se sienta a escribir el artículo para el diario y los acontecimientos lo arropan, lo desbordan, lo sobrepasan. Estaba empezando a analizar unas noticias con el propósito de hablar sobre algunas, cuando vi y oí una grabación de la sesión donde se pedía ¡paredón! para nuestro presidente (e) Juan Guaidó. Sentí horror, escalofríos; por supuesto, acudieron a mi mente miles de asociaciones con hechos pretéritos y resaltó entre esas imágenes la época del Terror en la Revolución francesa.

Se han escrito incontables libros, manuales, artículos, sesudos análisis sobre esta etapa. Mi propósito es más sencillo; me acercaré a algunos de estos trabajos para tomar algunos datos y explicar en breves líneas cómo la Revolución desembocó en un período de inestabilidad y miedo.

¿A qué se llamó La Terreur? Se le da ese nombre a la etapa comprendida entre el mes de septiembre de 1793 hasta la primavera de 1794, caracterizada por los serios cambios que se dieron en la Revolución francesa. Las ejecuciones que se llevaron a cabo tan solo durante el mes anterior al final de La Terreur son contabilizadas en cerca de 1.300. ¿A qué obedecían estas ejecuciones?

Desde el 19 de septiembre de 1792 hasta el 30 de octubre de 1795, la Convention Nationale (Convención Nacional ) fue la institución principal de la Primera República Francesa. Dicha convención era una asamblea electa con carácter constituyente que aglutinó tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo hasta que los delegó en el Comité de Salut Public (Comité de Salvación Pública).

Es preciso recordar que, incluso en la misma Francia, había serias amenazas en contra de la Revolución; de tal manera que Maximilien Robespierre y Georges-Jacques Danton crearon, en 1793, el Comité de salut public. Estaba formado por un grupo de diez o doce integrantes (según la etapa), y la razón de su creación se basaba en la necesidad de instaurar una entidad enérgica y diligente, que no dudara en aplicar condenas firmes y duras a todos aquellos que se desviaran de los paradigmas de la Revolución.

¿Cuál era la ideología que sustentaba a este comité? Los revolucionarios lucharon por un nuevo ideal, hicieron tabula rasa de todo aquello que les oliera a tradición, a conservadurismo. Tejieron una nueva ideología, absolutamente fanática, y cuyo principio fundamental era el amor incondicional a la patria, a lo que se conoció como la "República de la Virtud". Luchó en contra de la corrupción y del monopolio; no solo se circunscribió a estos aspectos, sino que la propia Comuna de París y después las demás comunas de toda la República francesa, decretaron que todas las iglesias debían ser cerradas y asimismo instauraron la religión revolucionaria: el Culto a la Razón.

El despotismo y la arbitrariedad se apoderaron del comité y es sabido que tanto Robespierre como Danton fueron guillotinados. "La Revolución devora a sus propios hijos", llegó a exclamar Pierre Victurnien Vergniaud, girondino, quien fue presidente de la Asamblea Legislativa y orador destacado de la Revolución; murió guillotinado, víctima de los enjuiciamientos.

Esta terrible maquinaria del terror terminó volviéndose en contra del propio Danton y de Robespierre. Narran que Danton exclamó antes de ir a la guillotina: “De lo único que me arrepiento es de irme antes de que esa rata de Robespierre se vaya”. La muerte de Danton ocurre el 5 de abril de 1794. Este suceso desató una cadena de desintegraciones políticas dentro de la propia Convención Nacional, y la reacción de Robespierre no fue otra que concentrar el poder cada vez más en el Comité de Salut Public. La reacción de un grupo de soldados opuestos a su política fue inmediata, asaltaron el Ayuntamiento de París, donde él y varios de sus allegados se encontraban. Fueron encarcelados y conducidos a la guillotina el 28 de julio de 1794. Tan solo habían transcurrido casi cuatro meses desde la muerte de Danton.

Robespierre ocasionó su caída política, debida a la propia inestabilidad que él mismo generó. Tras su muerte hubo una rebeldía “termidoriana” que arrasó el régimen de La Terreur y redujo a cenizas el gobierno estrictamente revolucionario. Fue sustituido por el Directorio, de talante conservador.

Han transcurrido 225 años después de ambas muertes y vemos reproducirse sesiones tumultuosas de una asamblea que carece de legitimidad pidiendo a gritos paredón para el presidente de nuestro país. No es guillotina, es fusilamiento, pero para el caso es igual. ¿Es a ese período terrible de la Francia revolucionaria lo que se intenta emular?

@yorisvillasana

6 de abril de 2019

El Nacional

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/terreur-venezuelienne_277998