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Andrea Rizzi

Los “deplorables” buscan revancha y refugio

Andrea Rizzi
….. los polos conceptuales de referencia en el eje derecha/izquierda ya no son libre mercado/bajos impuestos frente a justicia social. Los polos conceptuales se definen hoy en el eje identitario: derecha tradicionalista frente a izquierda modernizadora, abanderada de sectores en riesgo de discriminación —por razones de género, preferencia sexual, origen, etc.

Ni rojo ni verde; quizás, marrón: la fusión social-ecologista como baza contra el declive progresista

Andrea Rizzi

Una estratégica interacción entre ideas y partidos socialdemócratas y verdes se perfila como vía esencial para que la izquierda retenga relevancia en Europa

La socialdemocracia europea entró en el siglo XXI con vigor y grandes expectativas. El paso de centuria fotografió como jefes de Gobierno a Gerhard Schröder en Alemania, Tony Blair en el Reino Unido, Lionel Jospin en Francia (con el conservador Jacques Chirac de presidente), Massimo D’Alema en Italia y Romano Prodi al frente de la Comisión Europea. El deterioro desde entonces ha sido evidente. La familia controla ahora el poder en países de menor peso (España, Portugal y Suecia son los más destacados) y en la UE perdió las presidencias de mayor peso (Comisión, Consejo, BCE, Eurogrupo). En algunos casos el descalabro es brutal, como en Francia o Grecia donde la familia política se halla casi en la irrelevancia, o grave, como el debilitamiento en Alemania o Italia.

En términos generales, la socialdemocracia no parece haberse adaptado exitosamente a las mutaciones de la sociedad europea en la era de la globalización. Su propuesta de protección social ha perdido atractivo, sea por carencias propias o por el magnetismo de ofertas alternativas de corte nacionalpopulista.

En paralelo a este declive, en el corazón de Europa asistimos a un paulatino avance de proyectos de inspiración ecologista. En Alemania, Los Verdes llevan un año adelantando en los sondeos al histórico SPD; en Francia, las recientes municipales han arrojado resultados extraordinarios para los ecologistas, que han cosechado las alcaldías de Lyon, Marsella o Estrasburgo, y fueron clave para la victoria de la socialista Anne Hidalgo en París; en países como Austria y Países Bajos mantienen una posición relevante.

Sin embargo, el despegue verde no acaba de ser rotundo. Pese a su fuerza y ascenso en el corazón de la UE, son irrelevantes en el Sur y el Este, e incluso en sus mejores plazas no cuentan con perspectivas de liderazgo real.

La cooperación entre ambas fuerzas empezó hace tiempo. Precisamente el Gobierno de Gerhard Schröder que asumió el poder en 1998 fue una coalición con los ecologistas. Experiencias parecidas se han dado en otros países en distintos niveles políticos.

Los Verdes son una familia no del todo uniforme, con rasgos ideológicos levemente diferentes según los países, y en muchos casos bastante pragmáticos como para establecer alianzas también con partidos de corte liberal o conservador.

Pero quizás su afinidad más natural sigue siendo con la socialdemocracia, y la interrelación entre ambas será probablemente una de las claves de lectura más importantes de la política europea de los próximos años. Se dan múltiples opciones: cooperaciones clásicas en alianzas cuyo paso marca el socio mayoritario; convergencia en plataformas abiertas detrás de candidatos independientes; intentos de cooptación del ideario verde por parte de socialdemócratas allá donde estos son fuertes y los ecologistas todavía irrelevantes; o, quién sabe, incluso el surgimiento de formaciones híbridas que fusionen las dos pulsiones políticas. Ni rojo, ni verde, ni rojiverde: marrón, como la fusión de los dos colores dentro de uno nuevo.

El marrón es un color poco habitual en los símbolos de la política, quizá por su relación con materia poco agradable. Es también, sin embargo, el de objetos y conceptos tan nobles e inspiradores como la tierra fértil o el tronco de los árboles.

Rojo o verde solo tienen pocas perspectivas de ser hegemónicos en muchos países. Quizá el marrón sea la única opción viable para que en buena parte de Europa el espectro progresista pueda conformar opciones nuevamente hegemónicas en los fragmentados panoramas políticos actuales. Veremos si por metamorfosis del rojo, fusión de rojo y verde, absorción del rojo por parte del verde o creación ex novo de contenedores del color de la tierra fértil.

17 de julio 2020

El País

https://elpais.com/internacional/2020-07-17/ni-rojo-ni-verde-quizas-marr...

El partido ‘first’, el resto ya veremos. Reino Unido, España y otros adeptos

Andrea Rizzi

Casi tres años después de asumir el mando del Gobierno británico y la gestión del Brexit, a pocos días del abismo de una salida de la UE sin acuerdo, Theresa May ha dado esta semana un abrupto giro anunciando que buscaría un entendimiento con la oposición laborista. Hasta entonces, en todo momento desde que tomó el mando e incluso tras quedarse con un Ejecutivo en minoría después de unas elecciones anticipadas fracasadas, había antepuesto sin ningún complejo el miedo a romper su asilvestrado partido al ideal de conformar una amplia mayoría parlamentaria de apoyo a algún modelo de Brexit —en un país en el que el 48% rechazó la salida, y otro 52% la respaldó sin tener ninguna idea de cómo sería—. La historia la juzgará por ello.

Dadas las circunstancias, terrible es la sospecha de que pueda tratarse de un mero giro táctico, solo dirigido a asustar al ala ultramontana de su partido (para que apoye in extremis el plan que el Gobierno negoció con la UE) y a hipnotizar a los socios europeos (para que concedan en la cumbre del miércoles otra prórroga gracias al espejismo de una solución bipartidista). Veremos. Sea como fuere, el viraje puede verse como un elocuente epitafio de cierta manera de emprender la política: de espaldas al Parlamento, ignorando a la oposición.

Difícil encontrar parangones con igual dramatismo en la Europa actual, pero la enfermedad del ultrapartidismo —esa degeneración tumoral de lo que es la sana representación democrática partidista— es un mal que pudre muchos tejidos en el continente. La política frentista, de trincheras, de describir y tratar al oponente como enemigo, incluso como traidor, prospera. Su florecer debilita nuestras sociedades, porque en lugar de aunar fuerzas y facilitar sintonías, divide y encona.

Hay algunas excepciones, por supuesto. En el pasado, y en el presente. La venerable democracia británica, en horas diferentes, exhibe el caso de los Gobiernos de unidad nacional liderados por Ramsay MacDonald desde 1931 a 1935, que sumó políticos conservadores, liberales y del sector laborista ante las consecuencias de la crisis del 29. En Alemania, Merkel dirige su tercera gran coalición entre formaciones a la izquierda y la derecha de la divisoria política central, lo que es prueba fidedigna de madurez política. La alianza gubernamental holandesa, eminentemente liberal-conservadora, incluye un partido con rasgos progresistas en algunas materias. Ese país, como por ejemplo Finlandia, tiene un largo historial de Gobiernos de coalición, en algunas circunstancias bastante heterogéneos. Macron ha incluido en su Ejecutivo figuras del socialismo y de la derecha moderada.

Un caso especial es Italia, que en medio de una política a menudo caótica e ineficaz, ha sin embargo exhibido capacidad de unión y convergencia en momentos críticos. Recuérdese el Gabinete Ciampi de 1993, en plena tormenta económica sobre la lira, respaldado por amplísima mayoría parlamentaria. Lo mismo ocurrió con el Gobierno Monti de 2011. A su manera, el actual Ejecutivo es un experimento político que también requirió extraordinarias dosis de flexibilidad: une a un partido (Liga) que representa eminentemente los intereses del rico norte que quiere menos impuestos y menos transferencias al sur con otro (Cinco Estrellas) que representa en gran medida a un sur que quiere subsidios.

Sin embargo, estos episodios de superación de las trincheras partidistas son minoría. La política tribal triunfa. El espectáculo británico es un escenario privilegiado, pero no cuesta hallar síntomas en otros lares. Hay argumentos para sostener que España está entre los protagonistas de esta danza tribal. Ciudadanos descartó de forma radical pactar con el PSOE de Sánchez (mientras el partido liberal de Macron contempla eso como una posibilidad en el tablero europeo). El PP resume su plan de Gobierno con un “echar a Sánchez”. En cualquier parte del hemiciclo se oye retórica incendiaria. En el pasado hubo algunos casos de entendimiento super partes (más bien por la disposición del PSOE, como en el caso de la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña o el respaldo a la política terrorista anti-ETA). Pero cualquier extranjero nota la virulencia del debate político en España y la escasa propensión a la construcción común fuera de las áreas de cercanía ideológica tradicional.

El panorama es más triste aún en el Este, donde en muchos casos se asiste no solo a falta de diálogo, sino a estrategias de acoso y derribo del oponente.

Y, sin embargo, el compromiso es una virtud. Europa, una vez más, se antoja como solución orteguiana a los problemas nacionales. En la Eurocámara es mucho más habitual el diálogo y la construcción común entre familias socialdemócratas, democristianas y liberales. Desafortunadamente, no se nota gran efecto contagio.

Una cita apócrifa atribuida a Giulio Andreotti sostenía que en la política española “manca finezza”. La sensación es que, en la política europea en general, falta nobleza. Suele funcionar mejor que la terquedad.

6 de abril 2019

El País

https://elpais.com/internacional/2019/04/05/actualidad/1554488789_416082...

Se buscan líderes para arrojar pedradas de inteligencia contra la oscuridad

Andrea Rizzi

El éxito de Jair Bolsonaro en Brasil ha insuflado nuevo aire en las velas del populismo ultraderechista global. Con razón, muchas miradas escrutan ese horizonte para comprender las razones por las que legiones de ciudadanos muy enfadados apuestan por opciones tan radicales. Pero conviene fijar también la atención en el otro polo, que en este caso es todo el terreno político socialdemócrata, democristiano y liberal. Se mire como se mire, con telescopio o microscopio, la alarmante sensación es la de estar observando un tanatorio con escasísimas excepciones de vitalidad. Falta carisma, faltan ideas, falta energía, falta valentía.

El campo del progresismo en Occidente se halla desprovisto de líderes con empuje. En EE UU e Italia está directamente descabezado; en Alemania, se mueve bajo un liderazgo frágil igual que en la Escandinavia antaño gran laboratorio socialdemócrata; en Reino Unido, Jeremy Corbyn ha revitalizado el laborismo, pero hasta el más generoso de los jueces concedería que se trata más de una reliquia del siglo XX que una propuesta de siglo XXI. Algo parecido ocurre con otro líder izquierdista en auge, el mexicano López Obrador. En el resto de Latinoamérica, no hay síntomas de proyecto de progresismo moderado viable. A nivel paneuropeo, la familia socialdemócrata sufrirá para encontrar un candidato inspirador a la presidencia de la comisión. Los años noventa —con Clinton, Blair, Schroeder, Jospin y Prodi— quedan a años luz. Tenían, sin duda, grandes defectos; pero, sin duda también, gran capacidad de arrastre detrás de sus ideas.

El panorama democristiano se presenta igual de asfíctico. Totalmente descompuesto en Italia, cada vez más escorado hacia la derecha radical en Francia y España (Wauquiez y Casado), aferrado a una líder de otro tiempo y sin relevo claro en Alemania. Los candidatos a la comisión de su grupo parlamentario europeo tampoco mueven masas (el bávaro Manfred Weber y el finlandés Alex Stubb).

El terreno liberal no anda mucho mejor, aunque al menos cuenta con figuras como Emmanuel Macron y Justin Trudeau que tratan de boxear en el escenario de esta batalla global. Macron se halla en una situación de colapso total de su índice de aprobación nacional pero, gusten o no sus propuestas, se le debe conceder haber entendido las reglas del nuevo juego. El partido de Trudeau acaba de sufrir una derrota en Quebec.

En la dicotomía entre sociedades abiertas y cerradas, los partidarios de las primeras parecen seguir subestimando la inmensa frustración de enormes estratos de la ciudadanía occidental. Se vio en el Brexit, con Trump, en el referéndum sobre las FARC en Colombia, las elecciones italianas, y ahora con Bolsonaro. La fuerza del tsunami sugiere que no son suficientes paños calientes en formato de pequeñas reformas. Hace falta un pensamiento radicalmente nuevo, adapto al nuevo tiempo y a las legítimas inquietudes de decenas de millones de ciudadanos.

Hacen falta nuevos líderes con la energía y visión suficiente para arrojar un arsenal de pedradas de inteligencia contra la oscuridad que avanza. En forma de ultraderecha populista en Occidente; en forma de líderes autoritarios cada vez más asertivos en Asia (Rusia, China, Turquía, etc.). Pero parece que los mejores talentos rehúyen la política.

10 de octubre de 2018

El País

https://elpais.com/internacional/2018/10/09/actualidad/1539076077_366979...