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Ucrania: las razones de la solidaridad

Tiempo de lectura: 10 min.

Las guerras suelen ser populares solo en sus inicios. Por lo general se desatan olas de fervor patriótico cuando parten los primeros combatientes. Pero, si a medida que transcurre el tiempo no se observan resultados efectivos, la popularidad de la guerra, lo que es muy obvio, comienza a declinar. Esa es la razón por la que Putin y su círculo militar han llegado a la conclusión de que la población europea, acostumbrada a una vida apacible y consumidora, no iba a soportar durante mucho tiempo el mantenimiento del costoso apoyo militar a Ucrania, máxime si –y con eso también calcula el dictador– existen sectores políticos occidentales dispuestos a explotar cualquiera contingencia para desprestigiar a sus respectivos gobiernos y así aumentar sus cuotas de poder.

No enviar armas a Ucrania, por ejemplo, ha sido una de las consignas «pacifistas» de los extremos políticos en cada nación europea. Problemas existentes antes de la guerra, entre ellos las migraciones, tendencias inflacionarias, disminución del salario real, son atizados no solo por sectores fascistizados, afines ideológicamente a Putin, sino además por políticos oportunistas que culpan a la guerra en Ucrania de todos los problemas habidos y por haber. Comentarios como «esta guerra no es la nuestra» comienzan a ser escuchados por doquier. Líderes putinistas como Alice Waidel y Marine Le Pen agitan desde sus respectivos extremos en contra de la solidaridad que ejercen los gobiernos democráticos a favor del invadido país.

Es cierto que los países occidentales no han ido a la guerra, pero cual más cual menos todos están involucrados en ella, así como casi todos sus gobiernos, salvo el de Hungría, o el de Brasil (suponiendo que el de Lula sea un gobierno occidental), han manifestado su más decidido apoyo a la causa ucraniana.

¿Por qué apoyamos a Ucrania? Ha preguntado en su más reciente artículo Michael Walzer, uno de los más sensibles filósofos políticos de los EE UU. Walzer aduce tres razones: las geopolíticas o geoestratégicas, cuyo objetivo es debilitar al imperio ruso (y su aliado más estrecho, el imperio chino, podríamos agregar); las morales, cuyo objetivo es castigar a un agresor que ha hecho caso omiso de todas las resoluciones internacionales dictadas después de la segunda guerra mundial; y las ideológicas, a las que aquí llamamos, políticas propiamente tales. Walzer se detiene a analizar las últimas pues son las que tienen que ver con sentimientos, emociones y pensamientos de los ciudadanos de su país.

Y bien, según el conocido filósofo, el avance de Rusia hacia Ucrania es parte de una ofensiva general de los países antidemocráticos en contra del Occidente político. Luego, la solidaridad con Ucrania no solo debe ser simbólica pues deviene de la conveniencia práctica de todos los ciudadanos que viven en esa nación democrática llamada EE UU, la que por su potencial económico y militar está llamada a jugar un papel hegemónico a escala mundial. O como dijo Michael Ignatieff, a ser y actuar como un imperio, aún en contra de su voluntad.

Quien es solidario con su democracia, ha de serlo con todas las naciones democráticas, parecería ser, de acuerdo a la terminología de Kant, un imperativo categórico moral de nuestro tiempo. No obstante, siguiendo al mismo Kant, «para que un imperativo impere» se requiere de una razón que, enlazando con la razón pura, devenga en razón práctica, vale decir, en una razón percibida como conveniente. O como especificaba el mismo Kant en el apartado II de su Crítica a la Razón Práctica, en una que ha de llevar a la razón pura al uso práctico en donde una ampliación (Erweiterung) de «lo especulativo en sí, ya no es (más) posible». En términos menos filosóficos, cuando llega ese momento en que lo posible se convierte en necesario. En ese mismo sentido kantiano argumenta Walzer al explicar a sus lectores que la solidaridad no puramente simbólica con Ucrania conviene a los ciudadanos de su país en términos muy reales, es decir, muy prácticos

«Defender a Ucrania es tanto como fortalecer la democracia en nuestros países y en cualquier parte del mund», escribe Walzer. En ese sentido Walzer da fundamento pensante a la premisa del presidente Biden relativa a que el mundo vive una contradicción entre democracias y autocracias. Desde el punto de vista político, una polaridad.

En el marco de esa polaridad, Rusia, como China, busca aumentar el espacio de su esfera de influencia. La diferencia es que esa esfera es para Rusia predominantemente territorial y para China más económica que territorial.

Los EE UU, ese es el meollo práctico de la guerra según Walzer, apoyan a Ucrania para, si no aumentar, por lo menos defender el espacio de su propia zona de influencia. Mientras más democrático sea el mundo, mejor le irá a los EE UU, piensa Walzer. Lo que es obvio: nunca, o casi nunca, ha habido guerras entre países democráticos. No así para el polo autocrático cuya expansión depende, por lo menos para Rusia, de su poder militar, no del político y mucho menos del cultural.

Desde esa óptica, Xi necesita a Putin como aliado militar pues la invasión rusa a Ucrania, al frenar la ampliación territorial del polo democrático, colabora con la mantención del polo autocrático donde China ejerce indiscutida hegemonía económica la que, en el marco de un nuevo orden mundial –esa es sin duda la visión de Xi Jinping– podría llegar a ser política. En ese contexto, el nuevo orden mundial propagado por la izquierda antidemocrática occidental significaría en la práctica no una multipolaridad entre naciones económicamente ascendentes, sino la unipolaridad china (y en parte rusa) sobre un espacio antidemocrático en expansión.

Defender la zona de influencia norteamericana es, para Walzer, defender el espacio democrático mundial y con ello, el bienestar de los propios ciudadanos norteamericanos. La razón pura deviene entonces en razón moral y la moral en razón práctica. Cuando estas tres razones no discrepan, la razón, no solo la kantiana, será cada vez más razonable. Sobre todo lo es, si aceptamos de una vez por todas, la premisa de que la guerra que Occidente apoya en Ucrania tiene un carácter antiimperial y, por lo mismo, defensivo.

No ha sido la expansión de la OTAN la razón que ha llevado a la expansión de la democracia en Europa, sino la expansión de la democracia, sobre todo la que devino del colapso de la URSS y las correspondientes revoluciones democráticas en los países del este, la razón que ha llevado a la expansión de la OTAN.

Con un mínimo de empatía hacia los sufridos países del este europeo, podemos entender así por qué todos, todos sin excepción, han solicitado ingresar a la OTAN. Poner esta premisa al revés, como hacen los putinistas internacionales, a saber, que ha sido la expansión norteamericana a través de la OTAN el motivo que ha provocado la guerra de Rusia a Ucrania, no solo es pura ideología, es maldad pura o, para usar la terminología de Kant, es “maldad radical”.

Lamentablemente, a Ucrania – uno de los países que más luchó para obtener su independencia nacional después del desplome de la URSS, y uno de los que ha hecho más esfuerzos por consolidar una democracia estable en diferentes episodios («revolución naranja» del 2004, revolución de Maidán del 2013, entre otros)– le ha sido negado su ingreso a la OTAN por razones geopolíticas (y en el caso de algunos gobiernos europeos –en primera línea los de Schröder y Merkel en Alemania – por razones económicas). Desde ese punto de vista, Occidente arrastra una culpa moral con relación a Ucrania. Si no más fuera por eso, la solidaridad euro-occidental hacia Ucrania estaría plenamente justificada y, por lo tanto, no debería ser materia de discusión.

Pero además de la razón moral, existe una razón geoestratégica que conduce a una razón política. La razón geoestratégica, impedir que Rusia, y con ello China, amplíen su espacio de dominación territorial y militar en el mundo, está clara. Pero la razón política, impedir que las antidemocracias impongan su hegemonía política mundial, incluso al interior de las naciones occidentales, no está tan clara, y eso llevó a Walzer a escribir sobre el tema.

Bloquear el avance de naciones y organizaciones antidemocráticas se ha convertido en una tarea política fundamental del momento. Por eso, cada elección que tiene lugar en cualquier país de Europa, en los EE UU, e incluso en América Latina, es seguida con un interés, más todavía, con una pasión que antes no existía.

Como hemos subrayado en otro texto, lo local es hoy políticamente global y lo global es políticamente local. Sin embargo, lo que a personas como Walzer aparece muy claro, no lo es para una cantidad de políticos y gobiernos que siguen pensando en que la entrega de armas es solo un acto de solidaridad con Ucrania y no con ellos mismos. De otra manera no se explica el regateo de armas de algunos gobiernos, o los anuncios de entregas de armas hechos con ruido ostentoso, como para demostrar al mundo cuan generosos son esos gobiernos con una pobre nación agredida.

En breve, esos gobiernos no se asumen como partes de la guerra, sino como simples observadores que apoyan a un determinado bando debido a razones principalmente humanitarias y ante los cuales Zelenski no solo debería estar agradecido, sino, además, debería expresarlo todos los días. Así lo dijo el ministro de defensa británico Wallace, así lo dijo después el secretario de estado del gobierno polaco Marcin Przidacz. Tuvo que intervenir el subdirector de la Oficina del presidente de Ucrania, Andrii Sybiha para poner las cosas en su lugar: «Son los ucranianos quienes están protegiendo los valores y la seguridad de nuestra región, y también lo hacen en interés de Polonia y de todo el mundo libre». Y para que lo entendieran mejor, agregó que apoyar a Ucrania no es caridad, sino una inversión.

Pocos son los gobiernos, solamente los del este europeo, los que se atreven a decir la verdad sin ropas: la de que no estar en guerra no significa no estar en la guerra, la de que defendiendo a Ucrania se están defendiendo a sí mismos, la de que no son espectadores sino actores. Por lo demás, y como para que nadie lo olvide, Putin no se cansa de decir que la guerra en Ucrania es en contra de Occidente.

Cierto, la guerra no es en contra del Occidente de Putin (ateo, libertino, culturalmente decadente) Es algo todavía peor: es contra el Occidente político, es decir, contra los derechos humanos, contra las constituciones, contra el sistema de partidos, contra las elecciones libres, contra la libertad sexual, contra la libertad de opinión y de prensa, es decir, contra todo lo que está prohibido en China, Rusia, Irán, Corea del Norte, y otros países cuyos jerarcas imaginan ser conductores del llamado “Sur Global”, sucesor ideológico de ese Tercer Mundo “antimperialista” al que invocaban ayer Mao, Stalin y Castro.

En América Latina al menos debería saberse: mientras más abyectos son los regímenes autocráticos del subcontinente, más grande es el apoyo que estos manifiestan al régimen de Putin.

Que una guerra produce cansancio, que la visión de batallas interminables termina por aburrir a los televidentes, y que la solidaridad declina con el paso del tiempo, es algo perfectamente explicable y, además, comprensible. Probablemente el cansancio, más aún, la indignación en Rusia, es mucho más grande, sobre todo cuando aparecen las redadas que arrancan a los jóvenes de sus casas para llevarlos, por medio de un reclutamiento forzoso, a morir en los campos de batalla de Ucrania. El hecho de que cuando la rebelión de los mercenarios comandados por Prigoshyn avanzaba hacia Moscú, nadie saliera a las calles a dar su apoyo a Putin, demostró que el tiempo no solo está jugando en contra de Occidente sino también, y tal vez mucho más, en contra del régimen ruso.

Sabemos, al estudiar guerras pretéritas, que estas se ganan no solo en el frente militar sino también en el político. O para ser más claros, no solo en el frente externo sino también en el interno. Sabemos que en el primero son responsables los generales y en el segundo los políticos, sobre todo cuando son gobernantes. Sabemos que en el frente externo –y de eso no cabe duda– los generales ucranianos han cumplido perfectamente su tarea. Resistir un año y medio al ejército mejor armado y más numeroso del mundo, ya es una de las más grandes hazañas militares de las que se tiene noticia en la historia mundial. Pero también, y no por último, sabemos que en el frente interno no todos los gobernantes han estado a la altura de estadistas, entendiendo por estadistas no a los desquiciados que se preocupan del futuro lejano (a lo Putin), sino a los que saben comunicar a sus pueblos, en palabras simples y sencillas, las razones de la guerra que tiene lugar en estos momentos en Ucrania, la que involucra y seguirá involucrando más y más, a todo el mundo democrático.

Hoy la lucha por la democracia mundial se libra en la guerra de liberación nacional de Ucrania. Mañana tendrá lugar en otro país. Desde las revoluciones madres, la norteamericana y la francesa, la democracia avanza a través de una ruta marcada con sangre y con balas. No es lo que uno más quisiera. Pero es así.

Twitter: @FernandoMiresOl

Referencias:

Immanuel Kant – KRITIK DER PRAKTISCHEN VERNUNFT, Werke 3, Könemann, Köln 1995

Michael Walzer – NUESTRA UCRANIA (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires – GLOBAL Y LOCAL (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.