La frase exacta, tantas veces citada del barón Carl von Clausewitz, es la siguiente:
«La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios»
En esa frase encontramos de modo condensado el espíritu de su obra inconclusa De la Guerra. Un tratado sucinto en donde Clausewitz enseña que la guerra no es un acto aislado, de modo que las estrategias deben contemplar factores no militares, entre ellos la demografía, la cultura, las estructuras sociales, las formaciones políticas, las biografías de los oficiales enemigos, y mucho más.
- El objetivo de la guerra es ganarla, y toda la ratio de una guerra debe ser puesta al servicio de la posibilidad de un triunfo. Pero ganar la guerra no significaba para el barón matar más soldados que el enemigo, sino imponer las condiciones de uno de los bandos las que, dependiendo del curso de la guerra, nunca serán las mismas que a ella dieron origen. Volviendo a la frase clásica, Clausewitz se refiere justamente al origen de cada guerra, y ese origen es siempre político. Pero, ojo, lo político no está antes ni después de la guerra, sino latente al interior y durante su permanencia. Si una guerra se desconectara de la política, pensaba el autor, ninguna guerra tendría final, por eso la guerra, a lo largo de su extensión, consulta a la política. En ese punto Clausewitz conectaba con Kant de cuya filosofía era apasionado lector. La guerra, para Kant, no dependía solo de las armas, sino también de los armisticios, hoy llamados negociaciones, y estos no pueden ser sino políticos.
Sin conexión con la política, la guerra se convierte en absoluta o total. Hitler y Goebbels apostaron por la guerra total. No así Stalin. Tan asesino y malvado como Hitler, el dictador ruso sabía retirarse a tiempo cuando las condiciones lo exigían. Así lo hizo en 1949, cuando notó que la decisión de los Estados Unidos de no dejarlo avanzar ni a Turquía ni a Grecia, iba en serio. Entonces Stalin congeló el avance soviético, optando por una guerra limitada con Occidente. La Guerra Fría fue muy caliente, pero no al interior de Rusia, ni de Europa, ni de los Estados Unidos. Desde Stalin aparecerían las guerras de representación. Las más cruentas fueron las de Corea y Vietnam.
Stalin era un estratega político militar (si se quiere, un geopolítico) a diferencias de Hitler que era solo un estratega militar.
Hacia dentro de Rusia, Stalin era un carnicero. Pero hacia afuera era un interlocutor hábil, e incluso, confiable. Roosevelt, Churchill (lo dijo en sus memorias) y Truman sabían a qué atenerse frente al tirano ruso. No así con Putin.
Putin –lo ha demostrado desde las sangrientas guerras cometidas en Chechenia, Georgia y Siria– se pasa todos los acuerdos internacionales por su lugar de atrás. Esa es la conclusión a la que están llegando, durante la invasión a Ucrania, la mayoría de los gobiernos occidentales: Putin no es un interlocutor político confiable. En el mejor de los casos, es un interlocutor militar. No sabemos si Stalin leyó a Clausewitz, pero aún sin haberlo leído, lo entendía. Seguramente Putin ha leído a Clausewitz, pero no lo entendió. Por eso, no pocos historiadores, entre ellos Appelbaum, Snyder, Garton Asch, han llegado a la conclusión de que Putin, a pesar de ser ruso, está más cerca de Hitler que de Stalin.
- Siguiendo a Clausewitz. la política no solo antecede a la guerra. Además está contenida en ella, del mismo modo como los embriones de la guerra yacen al interior de la política. En las dos prácticas hay lucha por el poder, en las dos hay antagonismos entre enemigos o adversarios, en las dos existe el goce de vencer. De ahí que el traspaso de una a otra, no suprime ni a la una ni a la otra.
En sentido estricto la guerra comienza cuando el antagonismo no puede ser librado con palabras. Por lo tanto, si es cierto que la política nació de la guerra, la guerra –me refiero a la guerra moderna– nace desde la política. O mejor dicho, de una decisión política. Significa: todas las guerras tienen razones que las pueden justificar. En una sociedad política, la decisión debe ser explícitamente fundamentada. Esa fundamentación debe, no solo ser, sino también aparecer, como verdadera.
La guerra, casi no hay necesidad de escribirlo, requiere de mentiras. Esa es la diferencia entre la política y la guerra. No porque en la política no existan mentiras, ni mucho menos porque el objetivo de la política sea buscar la verdad, sino porque la política es deliberativa. La tarea del político, en efecto, es convencer al mayor número posible de personas. La tan denostada retórica es antes que nada el arte de saber convencer y para eso requerimos de argumentos que reflejen la realidad tal como la entendemos. En la guerra ocurre exactamente al revés: el objetivo es engañar al enemigo, sorprenderlo, difundir mentiras, tender trampas, divulgar noticias falsas para desorientarlo. Un general que no sabe mentir en la guerra puede ser muy buena persona, pero es un mal militar.
A quienes en una estrategia militar no se debe mentir, es a los propios soldados.
Y el único lugar en la que un político no debe mentir en ese peldaño que separa a la política de la guerra, es acerca de las razones que obligan a tomar esa decisión tan radical. Una decisión que es, en el más pleno sentido del término, existencial, pues cada soldado asume la posibilidad de morir. Por cierto, todos somos, en el sentido ontológico de Heidegger, seres que vamos hacia la muerte. Pero el soldado asume esa ontología de modo inmediato. Él sabe que va hacia la muerte, si no a la suya, en lugares donde muchos morirán.
Ese soldado tiene, por lo tanto, el mínimo derecho de saber por qué va a morir o a matar. Como también lo tienen sus padres, sus esposas o novias, sus hijos, sus amigos. No decir a los soldados y a su nación las razones por las cuales serán enviados a combatir y, probablemente a morir, es un doble crimen. Por un lado es un crimen político y, por otro, un crimen de guerra.
- De acuerdo a las razones expuestas, George W. Bush, durante la guerra de invasión a Irak procedió como un criminal de guerra, como un criminal político y como un criminal común a la vez. Como un criminal de guerra, mandó a morir y a matar a sus soldados en nombre de verdades que eran mentiras. Como criminal político, engañó a la ciudadanía de su país. Como criminal común, chantajeó y presionó a altos oficiales para que mintieran por «razones superiores», las que nunca reveló. Si no gozara de inmunidad, Bush debería estar en prisión.
Sadam Hussein era un despiadado dictador, no cabe duda. Había de sobra razones morales y políticas para obstaculizar su mandato. De hecho, desde su invasión a Kuwait, castigada legal y legítimamente durante el gobierno de Bush padre, Hussein era un factor de peligro para aliados directos de los Estados Unidos como en ese tiempo eran Turquía, los Emiratos, Arabia Saudita. Pero sobre todo era una amenaza para un estado amigo: Israel. Sin embargo, ninguna de esas razones eran suficientes para legalizar una invasión en Irak. Fue así como Bush, en comunicación directa con el Pentágono y la CIA, decidió, como presidente constitucional, inventar una mentira para justificar «su» invasión frente a sus soldados, frente a su ciudadanía y frente al mundo.
- Hannah Arendt, siguiendo más a Kant que a Heidegger, nos ha dejado textos muy útiles para reflexionar en torno al tema de la verdad y la mentira en la política.
En uno de ellos, Verdad y Política, Arendt realiza su conocida distinción entre verdades racionales y verdades fácticas. No oculta que las verdades de la razón, aun pasando sobre la verdad de los hechos, son de uso corriente en la política. Las verdades racionales (o mejor: racionalizadas) están, según ella, puestas al servicio de supuestos fines superiores y, por lo mismo, de los poderes que los representan. No siempre, pero muchas veces, las verdades racionales pasan por encima de la verdad de los hechos. Suele así suceder que las verdades oficiales, al estar sujetas a la decisión del poder político, no son las verdades verdaderas.
Más allá de cualquier moralismo, Arendt intenta comunicarnos que las verdades de la razón, cuando son mentiras, atentan en contra de la misma razón. La vamos a citar: «Donde los hechos son constantemente reemplazados por mentiras, resulta que no hay ningún sustituto para la verdad. Porque el resultado no es de ninguna manera que la mentira sea ahora aceptada como verdadera y la verdad sea difamada como mentira, sino que el sentido humano de orientación en el ámbito de lo real, que no puede funcionar sin la distinción entre la verdad y la falsedad, es destruido».
En breve, la mentira al destruir la verdad como sinónimo de realidad, nos desrealiza, quitándonos el piso donde está afirmada nuestra existencia. El espíritu kantiano se deja ver en esta cita, cuando según Arendt, la mentira no solo daña a la moral, sino a la razón práctica sobre la cual esa moral se sustenta.
Efectivamente, el propósito de Bush con su mentira no era engañar a «un vosotros» sino a «un nosotros», incluido dentro de ese «nosotros» a todos los países aliados y amigos de Estados Unidos. Una racionalización que fue a la vez un atentado en contra de la propia racionalidad occidental al invertir de modo perverso las relaciones básicas de causa y efecto.
Primero, Bush decidió la guerra –como demostró en base a hechos verídicos, la conocida película alemana titulada Curveball (2020) – y después decidió la causa (armas biológicas de destrucción masiva en los depósitos de Saddam Hussein). Esa causa sin pruebas, creyó ser encontrada por la BND (servicio de espionaje alemán) antes que la CIA, aceptando como moneda buena, las declaraciones de un pillastre refugiado iraquí.
Cuando un experto alemán en armas biológicas descubrió que esas declaraciones eran falsas, ya era demasiado tarde. La CIA, el gobierno norteamericano, y el propio gobierno alemán (contrario a la invasión) ya la habían adoptado como verdad. No sin ironía, la película lleva como subtítulo la frase, “wir machen die Wahrheit” (nosotros hacemos la verdad). Pues bien: como resultado de esa verdad inventada, murieron cientos de miles de personas.
Más allá de las pérdidas humanas, las consecuencias de la mentira adoptada como verdad por el gobierno de Bush, fueron desastrosas. Lejos de exportar la democracia a Irak, un país hasta entonces relativamente próspero, la invasión lo convirtió en un nido de terroristas llegados de todos los rincones del mundo islámico.
Con ello, Estados Unidos perdió uno de los soportes que impedían la hegemonía de Irán en la región (Hussein era un dictador brutal, pero al menos era laico) Los islamistas del IS se encargaron de liquidar a los opositores democráticos iraquíes. Más todavía, el desprestigio de Estados Unidos en la región llegó a ser tan grande, que cuando llegó el momento en que, bajo Obama, estaba llamado a intervenir en defensa de los demócratas de la primavera árabe, no fue posible debido a la oposición interna de su país.
Fue entonces cuando Obama, en su increíble ingenuidad, aceptó la colaboración de su colega ruso, Vladimir Putin, para que este lo ayudara a combatir al terrorismo islámico. Ni corto ni perezoso, Putin se hizo presente en la región, apoderándose de Siria a la que convirtió en condominio militar ruso. Luego, destruyendo a la oposición democrática de ese país, pactó con los terroristas, en un frente común contra Occidente. Todo, gracias a la mentira de George W. Bush, el peor presidente de la historia de los Estados Unidos.
- Hoy, cuando los Estados Unidos apoyan la lucha nacional de liberación del pueblo ucraniano, uno de los principales argumentos de los sectores que apoyan a la invasión de Putin en Ucrania, es la invasión norteamericana en Irak.
Cada vez que he escrito un artículo en defensa de Ucrania, y ya son demasiados, recibo réplicas de sectores filoputinistas, sobre todos los que pululan en torno de los gobiernos antidemocráticos de América Latina, como son la dictadura cubana, la tiranía de Ortega y la autocracia de Maduro. ¿Por qué no escribes sobre los crímenes de Estados Unidos en Irak y en otras regiones del mundo, proyanqui? Me escriben los más suaves. Pues bien, en este artículo les estoy respondiendo.
Condeno a la intervención norteamericana en Irak con la misma decisión y seguridad con la que hoy condeno a la invasión de Putin en Ucrania. Más todavía, les digo que, celebrar la invasión a un país, como hacen ustedes, y al mismo tiempo condenar a las de otros, es simple hipocresía. Quien condena las invasiones norteamericanas y al mismo tiempo alaba las rusas (o al revés) si no es un mercenario, es un autómata ideológico.
Lo dicho no significa entrar en el terreno de los odiosos paralelos. En el hecho se trata de dos episodios inversos. Trump obligó, sobre la base de mentiras, a una nación democrática a invadir a una nación dictatorial. Putin obligó a una nación dictatorial a invadir a una nación democrática. Esto no hace mejor ni a la una ni a la otra. Del mismo modo se podría agregar que la de Putin fue una invasión con miras a una anexión, lo que no se puede decir de la de Bush. No importa. El hecho objetivo es que la legislación internacional prohíbe las invasiones, sean de anexión o no. Ambos presidentes, el democrático y el dictador, cometieron un crimen internacional.
Quien condena las enormes mentiras de Bush, y al mismo tiempo repite con Putin que la invasión a Ucrania fue para defenderse de la OTAN (que nunca lo ha atacado), que Ucrania es una provincia natural de Rusia, que la revolución preeuropea de Maidán fue obra de nazis, que los soldados ucranianos son también nazis, que la guerra en Ucrania fue sembrada por Occidente, que la guerra a Ucrania es solo una operación especial, que Rusia no ha violado ningún tratado internacional, que las fotos de Bucha y otros templos de la muerte son invenciones mediales, y tantas otras mentiras, son seres con el alma irremediablemente dañada. Lamentablemente estoy obligado a aceptar su existencia. Ellos, con su antidemocratismo y mentiras, son también consecuencia de nuestras democracias.
Es cierto, Bush y otros presidentes norteamericanos, también han mentido. Esas mentiras son – puede parecer sorprendente leerlo– aún más condenables que las de Putin. Pero no porque sean más mentirosas. Son más condenables porque son mentiras divulgadas en democracia, por presidentes que, a diferencias de Putin, Xi, y los sacerdotes homofóbicos de Irán, fueron elegidos democráticamente, con la confianza humana depositada en un voto.
Nadie ha negado que en democracia, cada cierto tiempo, los pueblos se equivocan y eligen a malas personas. En los Estados Unidos, además de Bush, han sido elegidos presidentes de la calaña de un Nixon o de un Trump. La democracia, y la de los Estados Unidos es la más antigua, no hace más virtuosos a los gobernantes que en países regidos por dictaduras. La diferencia entre democracia y dictadura no reside en ese punto. La diferencia es que, cuando los pueblos en democracia se equivocan, pueden corregir sus errores, y en las próximas elecciones elegir un mejor gobernante que el que tuvieron. En ese sentido, Estados Unidos ha tenido tan buenos o tan malos presidentes como cualquiera otra nación democrática. El problema es que Estados Unidos no es cualquiera nación. Es una nación, para bien o para mal, globalmente hegemónica.
Los pueblos, como cualquier ciudadano, suelen equivocarse. Los presidentes democráticos también. Solo los dictadores dicen no equivocarse. Al fin y al cabo, gobiernan sobre, y no bajo la constitución, y por eso la palabra de ellos es ley. Los errores, las mentiras, incluso las más criminales como fueron las de Bush, han sido cometidos por gobiernos, no por regímenes ni por sistemas. Los gobiernos en democracia vienen y se van. Los dictadores quieren quedarse, hasta que la muerte los separe de su nación. No obstante, al final también se van.
Las dictaduras suelen implosionar. Eso sucede cuando el cúmulo de mentiras sobre las que están erigidas llega a ser insoportable, y explotan. Lo vimos en los años setenta en el sur de Europa (Grecia, España y Portugal) En los ochenta en el Cono Sur latinoamericano. En los noventa, en la URSS y en el este de Europa. Hannah Arendt, quien no vivió el derrumbe del comunismo, nos dio una explicación de carácter casi físico para entender ese fenómeno. “La verdad, porque es realidad, es terca”. Frente a esa terquedad de la verdad, la mentira termina por desvanecerse.
El ser humano, por su imaginación, es mentiroso, lo dijo Kant. Pero un exceso de mentiras puede terminar por ahogarlo. Así nos lo demostró Collin Powell. En un momento, el general sintió que necesitaba respirar el aire puro de la verdad. Y denunció a Bush ante el mundo.
Por eso, más que por otras razones, Ucrania también vencerá. Ucrania es la verdad que aterra a Putin.
Referencias:
Carl von Clausewitz, De la Guerra, Madrid 2018
Hannah Arendt, Verdad y Mentira en la Política, Barcelona 2017
Fernando Mires – PUTIN Y EL DISCURSO DE LA MENTIRA (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires – LAS TRES GRANDES MENTIRAS DEL PUTINISMO (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
https://talcualdigital.com/verdad-y-mentira-en-la-guerra-por-fernando-mi...