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El 23 de enero, una fecha para aprender

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

Sin pitos ni glorias, pero tambien, sin plena libertad ni vigencia democrática, transcurrió el pasado lunes 23 de enero, el 58° aniversario de la caída de un tirano, que es fecha memorable en la historia política contemporánea de nuestro país. Pocos ya celebran la fecha de inicio del proceso democrático que permitió avanzar al país y que fue interrumpido en la elección presidencial del año 1999 y que se alarga hasta la fecha, con la constitución de un gobierno que desprecia los valores democráticos y se empeña en impedir el funcionamiento cabal de los partidos políticos opositores, el libre juego de las ideas y la libertad de expresión, así como la persecución de los dirigentes políticos. Precisamente, los aspectos políticos que iniciaron el derrumbe de la dictadura perezjimenista.

Hacen ya 58 años que fue derrocada la penúltima, y creíamos sería la última, dictadura, de las tantas que ha padecido Venezuela en su historia republicana. Entonces, habida cuenta de las contradicciones internas del régimen, la crisis económica de la época, el viraje en las relaciones internacionales del hemisferio occidental y el entendimiento de la fuerzas civiles y militares, aunado a la acción popular dirigida por un organismo clandestino y unitario que se llamó la Junta Patriótica, constituida por dirigentes de URD, Copei, el PCV y AD, dieron al traste con el régimen que gobernaba en nombre de las Fuerzas Armadas. No parece haber mucha diferencia con lo que ocurre hoy en el país. Nadie duda de las diferencias internas en el gobierno, ni tampoco la brutal crisis económica que maltrata sin piedad el bolsillo de los venezolanos, tambien el deterioro de nuestras relaciones internacionales, cada vez más disminuidas, salvo su dependencia de un gobierno miserable en una pobre isla y el respaldo que le brindan gobiernos como el de Nicaragua, Bolivia y Ecuador.

El 23 de enero de 1958, encarnó el espíritu de la unidad para avanzar en el camino de la consolidación democrática, y a pesar de que siguen siendo polémicos los hechos posteriores a aquella fecha, por las profundas observaciones que se hicieron, no hay duda que el proceso de industrialización y el desarrollo de la producción agrícola nos permitieron vivir sin sobresaltos en cuanto a la provisión alimentaria y de medicinas; se crearon instituciones educativas a lo largo del país, con Escuelas, Liceos y nuevas Universidades. Hubo respeto para el debate político y el crecimiento del país fue indudable. El rompimiento de la democracia de partidos, -más allá de sus imperfecciones, y errores-, con la llegada de un gobierno de tinte militarista, sin ideología definida, con resentimientos acumulados y reñido con los más elementales valores de la honestidad administrativa, que ya media en los 18 años, ha estimulado los descontroles sociales que ha multiplicado el auge delictivo y la inseguridad personal, la aparición de nuevas formas de violencia social que no se detiene en el robo a las personas, sino que se ensaña con el asesinato.

La experiencia histórica del 23 de enero de 1958, hay que decirlo, se constituyó por la conjunción de esfuerzos y voluntades del pueblo y sus Fuerzas Armadas en razón de que los hombres de uniforme escucharon la voz del pueblo para restaurar la democracia, que a la par de ser un sistema de gobierno que debe regir nuestra vida republicana, es una forma de vida tallada para la convivencia política y la superación de los ciudadanos. A ello hay que sumar los aldabonazos que en su momento hiciera la Iglesia venezolana y que se manifestara con la pastoral de Monseñor Arias Blanco.

Hoy mucho tenemos que aprender de aquellas fechas y poco podemos diferenciar con las características del régimen que nos gobierna, una dictadura de nuevo cuño con los bemoles de las nuevas tecnologías y el cinismo propio de los embaucadores para engañar al pueblo con listas y carnets para ofrecer comida a cambio de votos para elecciones que el gobierno impide porque se sabe perdió la confianza de la gente.

La MUD no es, cierto, la Junta Patriótica, ni tampoco es clandestina; es un organismo conformado por partidos para participar electoralmente, pero debería ser el centro de gravitación de la oposición al gobierno; una entidad más amplia, pero no una asamblea, para la toma de decisiones, debe ser creativa y realmente unitaria para restaurar y generar la confianza de la sociedad civil, quien es la que consagra los liderazgos con sus votos y con su participación. Hay que salir de la costra de la pasividad, hay que movilizar y concientizar a la gente.

En la Junta Patriótica estaban todos. A la MUD, la de hoy, le corresponde la tarea pendiente de alimentar la esperanza irredenta de los miles de miles venezolanos que queremos salir de la pesadilla de ahora y vivir definitivamente en democracia. De nuevo, frente al fracaso de quienes nos gobiernan, por su burla a la gente y su incapacidad para administrar al país, el desafío es la unidad.

frusbet@gmail.com