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Opinión

Pedro Raúl Solórzano Peraza

Venezuela necesita un nuevo gobernante, porque lo contempla la constitución una vez que finaliza un período presidencial, lo cual ocurrirá con el actual período, en el año 2024. Como consecuencia del desacuerdo existente en la oposición venezolana, para tomar tan importante decisión los líderes opositores, al igual que los habitantes de la región de Frigia por allá por los años 300 a.C., consultaron el oráculo. La respuesta del oráculo, el cual no era más que el pueblo desesperado por tantas carencias, fue que para tal responsabilidad se debe seleccionar una persona por medio de elecciones primarias, y que se respeten los resultados sin que ocurran fisuras en el bloque opositor que puedan debilitar la fuerza arrolladora de esa gran mayoría de venezolanos que anhelamos un nuevo rumbo en el futuro, para mejorar, entre otras, las condiciones sociales y económicas de los ciudadanos.

Al poco tiempo, después de las primarias, apareció una persona que cumplía con la descripción del oráculo, había sido seleccionado por abrumadora mayoría y trasmitía la seguridad de tener la capacidad de emprender tan ardua tarea, con la colaboración de los venezolanos más destacados en las diferentes áreas del quehacer nacional. Esto era suficiente credencial para optar a tan alto cargo. La población, la enfebrecida con el carisma del candidato seleccionado, obedeció al oráculo y eligió a aquel ciudadano como su nuevo presidente.

En los meses siguientes a la toma de posesión, el mandatario ya había liberado a Venezuela del colonialismo que imponían Cuba, Rusia, China, Irán y otros países, explotadores de nuestro territorio y sus riquezas. Ya había tomado y encaminado las medidas para mejorar los servicios públicos que como la electricidad y el suministro de agua potable eran irregulares y escasos. Para mejorar la educación desde los primeros niveles hasta la universidad con la revisión de los programas, especialmente en primaria e inicio de secundaria, y con la dotación de una infraestructura adecuada y justas mejoras sociales y económicas para los docentes. Para mejorar la salud con el rescate de hospitales y otros centros de atención primaria, recuperando su infraestructura y dotándolos con suficientes equipos y productos médicos que aseguren una atención adecuada a los pacientes, y con la justa mejora de las condiciones sociales y económicas de médicos, enfermeros y de todo el personal que labora en estos centros de salud. Para mejorar la agricultura recuperando la infraestructura de apoyo a esta actividad que sea responsabilidad de los entes oficiales, retomando programas de financiamiento suficiente y oportuno, y tomar las medidas para que el productor cuente con su seguridad personal y jurídica, al combatirse eficientemente los delitos que se cometen contra las personas y sus bienes. Para hacer respetar el ordenamiento territorial y la conservación de nuestros recursos naturales, tan afectados últimamente con las explotaciones mineras especialmente en la región de Guayana que promueve la destrucción de la mayor riqueza acuífera del país, que además es fundamental para la generación de energía eléctrica limpia. Para recuperar el prestigio y la honorabilidad de la Fuerza Armada Nacional y de todos los organismos que tienen responsabilidad en la defensa y protección del territorio y de sus ciudadanos. Para mejorar la economía, la industria, el comercio, en fin, para mejorar todo lo que afecte las condiciones de vida de los venezolanos y nos lleve a un ambiente de paz y bienestar.

En fin, este nuevo mandatario tiene que luchar contra todos esos obstáculos que frenan el desarrollo y engrandecimiento del país, que han ido apareciendo y estableciéndose progresivamente, los cuales son difíciles pero no imposibles de salvar. Esos obstáculos son un Nudo Gordiano que nos han colocado en el camino y representa un freno para la felicidad de nuestro pueblo.

Es impostergable eliminar ese complicado nudo, quien acabe con él abrirá las puertas para la reconstrucción de Venezuela. Allá en Gordios, Frigia, el Nudo Gordiano fue un reto para Alejandro Magno, dispuesto a conquistar el mundo pero según las leyendas, eso lo lograría quien desatara aquel nudo imposible de eliminar. Por supuesto, Alejandro aceptó el reto y luego de analizar el nudo, sacó su espada y con ella cortó las amarras diciendo: “Tanto monta cortarlo que desatarlo” significando que era lo mismo cortarlo que desatarlo. Nosotros no tenemos un nuevo Alejandro Magno, pero sí tenemos un pueblo cansado de tanta miseria que debe ser reunido, y como un solo hombre, enfrentar el reto de nuestro nudo, nuestro obstáculo, y eliminarlo para que se abran las puertas al desarrollo del país y a la felicidad de nuestra gente. Alejandro somos todos juntos, todo el pueblo de Venezuela agrupado y conducido por nuevos gobernantes, quienes sin egoísmo y sin apetencias personales trabajaremos unidos hasta lograr y consolidar un amplio camino hacia el desarrollo integral del país.

Enero de 2023

 3 min


Edgar Benarroch

EL TERRENO PARA EL COMUNISMO

Hace algo más de sesenta años, Nikita Khrushchev, primer ministro ruso para la época, dijo: “Los hijos de tus hijos vivirán bajo el comunismo. Ustedes los occidentales son tan crédulos que no aceparán el comunismo directamente, pero seguiremos alimentándoles con pequeñas dosis de socialismo hasta que finalmente despertarán y descubrirán que ya tienen comunismo para siempre. No tendremos que pelear con ustedes. Debilitaremos tanto su economía hasta que caigan como fruta madura en nuestras manos. La democracia dejará de existir cuando les quiten a los que están dispuestos a trabajar y se lo den a aquellos que no”.

Pues bien, enterado de lo dicho por Khrushchev, debemos preguntarnos si este régimen que aun desgraciadamente tenemos tiene esa estrategia planteada y lo que hace y deshace lo ejecuta en su cumplimiento. Este catastrófico régimen ha destrozado el sistema de salud público, ha incrementado la pobreza al extremo que el 90% de la población está por debajo de la línea de no tener nada, más que hambre, controlan la producción de alimentos para hacernos cada vez más dependientes de sus miserablemente dádivas, controlan la educación para asegurarse que nuestros niños solo reciban lo que a ellos les interesa, pretenden sacar a Dios y la espiritualidad de nuestras vidas, para solo creer en el socialismo, afirmando que “la religión es el opio del pueblo”, y groseramente promueven la lucha de clases, dividiéndonos en ricos y pobres, eliminando así la clase media que hoy es media clase por el desastre de esta maléfica gestión .

Es necesario y muy urgente hacer consciencia de este camino donde nos tienen y enfrentarlo y salirle al paso ya, después puede ser muy tarde. Una vez que el comunismo se establece, elimina la democracia y la libertad y establece un riguroso y criminal chequeo y vigilancia de todos los seres humanos y quien discrepa es encarcelando, torturado y hasta desaparecido.

Los problemas crecen a mayor velocidad que las soluciones, puesto que las necesidades son muchas y crecientes y los recursos escasos y el papel de los comunistas es ahondar la crisis hasta que estalle y como ellos están convencidos del “determinismo histórico “ que conduce fatalmente a la humanidad al comunismo, esperan que al estallar la crisis aparezca la lucha de clases y como final se imponga la dictadura del proletariado que no es otra cosa que la dictadura férrea de la “Nomemklatura” malvada que se impone a la fuerza al resto de la población, haciéndola sumisa, resignada y hasta complaciente.

Es de nuestro más alto deber evitarle al país esta monstruosa tragedia y para ello debemos salir cuanto antes de este totalitario régimen y volver a la democracia y a la libertad y empezar la reconstrucción nacional para vivir en paz, bienestar, progreso y felicidad.

29 de enero de 2023

IGLESIA Y TEMPLO

Comúnmente usamos el término iglesia para referirnos al templo. Así decimos voy a la iglesia cuando vamos al templo. Es una costumbre muy antigua que se ha mantenido hasta nuestros días, ha sido tan general y a menudo su uso que creo hoy está admitido y así iglesia y templo se confunden. Iglesia realmente es el conjunto de fieles que se unen por la misma fe y que celebran la misma doctrina religiosa y su misión es predicar el evangelio del reino de Dios. El gobierno de la Iglesia Católica reside en los Obispos que se encargan de cada Diócesis y son ayudados por los presbíteros y diáconos y dependen directamente del Papa. Entre tanto, templo es un lugar físico construido para oficiar los servicios religiosos. En todas las religiones el templo es un lugar sagrado, de oraciones y recogimiento, en el que se supone se hace presente a los hombres la divinidad. Lo mismo ocurre con los términos casa y hogar. El hogar es el lugar donde una persona vive y convive, donde siente seguridad, calma y paz, mientras que casa se refiere sencillamente al lugar físico habitado. En el hogar un grupo de individuos viven juntos compartiendo los recursos de una manera que se aspira estable. En la mayoría de las casas los integrantes de un hogar están unidos por lazos de consanguinidad o de matrimonio, lo que constituye una familia. Las casas se construyen con cemento, bloques y madera, el hogar con amor, solidaridad e inmensa fraternidad y esa construcción hay que lograrla y preservarla por el bien común.

La iglesia transmite a cada creyente la fe común y articula en cada uno, a modo personal y comunitario, el espacio de encuentro con el Dios revelado por Jesucristo. Esto significa que la iglesia es sacramento, es decir, signo e instrumento de comunión con Dios y los hombres.

En la Biblia, el término “Iglesia” nunca se refiere a un edificio, siempre se refiere a las personas que siguen a Jesucristo. Por ello decimos que la iglesia es “una, santa, católica y apostólica” y cuya misión es preparar el camino para el establecimiento final del reino de Dios en la tierra.

Su objeto es cultivar los atributos de Cristo en el hombre y transformar a la sociedad de manera que el mundo sea un lugar mejor y pacifico para habitarlo y desenvolverse en él.

28 de enero 2023

EL LÍDER

El líder es una persona que encabeza y dirige un grupo o movimiento de humanos de distintas y variadas emociones e ideales. Ser líder significa señalar el camino y debe tener una serie de cualidades y virtudes que lo hagan admirado y reconocido por los demás por su conocimiento y manera de relacionarse, así como su capacidad para tomar decisiones, para gestionar crisis y apoyar y entender a los integrantes del conjunto. Por ello el líder debe desarrollar aptitudes, alentar a los demás, enseñar y escuchar. Un buen líder es consciente de sí mismo, se comunica con eficacia, tiene capacidad para delegar, fomenta el pensamiento y la participación del equipo. Los verdaderos líderes no controlan a su gente, sino que la inspiran a grandes cosas, les dan valores y reglas para el buen comportamiento y animan a tomar decisiones por cuenta propia .

La mejor lección de liderazgo la dio el Señor, Padre Eterno: “El que quiere ser el primero, hágase el último y el servidor de todos”.

En nuestro país, por la desaparición de la formación ideológica, sobreviene el pragmatismo que lleva a posiciones al precio que sea, aunque ese precio sea la dignidad propia o la de los demás

La Doctrina Social de la Iglesia Católica plantea la solidaridad, la participación y la subsidiaridad y el liderazgo debe ir en esa dirección. El líder debe animar y acompañar en sus acciones al equipo. El líder debe entender la política no solamente como una actuación táctica o de captación, sino de formación de gente, de personas, con vista a una convivencia sana y libre.

El cambio que debe producirse en el país no es solo político, debe ser en profundidad ético y cultural y así aparecerán líderes íntegros y auténticos con inmensa capacidad de servicio, suficientemente equipados intelectualmente para conducir por el mejor camino a la gente. Queremos líderes, buenos líderes, líderes auténticos y de férrea voluntad de servicio a la comunidad.

27 de enero 2023

 5 min


Benjamín Tripier

Hay que reconocer que estamos terminando un enero con señales confusas que tienden a contradecir la sensación de que las cosas pueden mejorar. Y esto es así porque la conflictividad social está rompiendo las barreras de la abulia que había caracterizado a la sociedad en los últimos años, y porque, además, el control sobre los medios ya no es suficiente para evitar que se sepa.

 12 min


​José E. Rodríguez Rojas

Los salarios de los empleados públicos mejoraron a inicios del 2022 impulsados por la recuperación económica y el incremento del salario mínimo. Sin embargo estos logros no fueron sostenibles en el tiempo debido a la incapacidad del gobierno de estabilizar el dólar, el cual duplicó su valor a finales del año, agudizando el deterioro del salario y de la situación alimentaria de los empleados públicos y de los docentes, obligando a muchos de ellos a restringir su ingesta.

El salario de los empleados públicos mejoró en los primeros meses del 2022 en relación al año previo. En marzo se produjo un decreto que incrementó el salario mínimo y repercutió en una modificación de las tablas que rigen los salarios de los docentes. La remuneración promedio en julio ascendió a 113,3 dólares según la ENCOVI. La mejora fue un incremento sustantivo con respecto al 2021.

Sin embargo los efectos del aumento de salario se esfumaron al final del 2022, debido a la incapacidad del gobierno de estabilizar el dólar, el cual duplicó su valor. Ello implicó que el salario promedio que devengaba un empleado público se redujo a 34 dólares en los días finales del 2022, lo cual representó un 7% de la Canasta Alimentaria (Cuadro 1).

Cuadro 1. Salario promedio de los empleados públicos como porcentaje de la canasta alimentaria diciembre del 2022.

Salario promedio en $ (mensual)

34

Canasta alimentaria en $ (CA)

474

S/CA X100

7,2

Fuentes: CENDAS.FVM; ENCOVI. 2022. UCAB; Cálculos propios.

Carlos Meléndez del Observatorio de Universidades (OBU) aporta cifras similares para diciembre del año pasado. Según él un profesor del máximo escalafón recibía 45 dólares mensuales mientras que los de menor escalafón obtenían 27 dólares, lo que implica que podían adquirir entre 9,5 y 5,7% de la canasta alimentaria. Ello ha obligado a los profesores y empleados universitarios a desempeñar varios trabajos para poder sobrevivir o dedicarse a tareas propias de la informalidad como elaboración y venta de tortas, venta de ropa, lo cual ha provocado un ausentismo generalizado en las instituciones de educación superior.

El deterioro del salario y la reducida fracción de la canasta alimentaria que cubre ha agudizado las carencias alimentarias de los docentes lo cual ha afectado su salud. En el servicio médico del Instituto de Previsión (IPP) de los profesores de la UCV, un docente que esperaba su turno para ser atendido por los especialistas que allí laboran se desmayó. Cuando los médicos acudieron en su ayuda se dieron cuenta que el docente sufría de hambre en forma crónica lo cual lo había debilitado a tal punto de provocarle un colapso. A partir de esta experiencia el IPP decidió realizar un estudio para identificar a los docentes en esta situación e instrumentar un programa de asistencia alimentaria focalizado en los mismos.

Esta situación no es exclusiva de la UCV, de las declaraciones de Carlos Meléndez del OBU, se concluye que una fracción importante de los docentes universitarios se ve obligado a restringir su ingesta: “Un 33% de los académicos come menos de tres veces al día, en el caso de los adultos mayores, un 35% y en la región nororiental un 48%”.

En conclusión para que un aumento de salarios cumpla con su propósito de incrementar la capacidad adquisitiva debe instrumentarse como parte de una agenda orientada a la estabilización del dólar y el control de la inflación, de no ser así ocurrirá lo que sucedió con el aumento de salario mínimo de marzo de 2022 que se esfumó en el tiempo.

Fuentes

Aporrea. 2022. Aporrea. 2022. Docentes universitarios celebran su día siendo los peores pagados en el mundo. 5 de diciembre .

Instituto de Investigaciones económicas. UCAB. Encuesta de Condiciones de Vida 2022 (ENCOVI).

Profesor UCV

 2 min


Tulio Ramírez

Cuando se viaja a un país serio, es decir, esos donde la gente se preocupa más por crear y producir que por hacer enormes colas para echar gasolina, agarrar una bolsa CLAP, sacar el pasaporte o hacer trámites en un registro público, nos damos cuenta de que las cosas si pueden funcionar normalmente sin estar mojándole la mano a alguien.

Pareciera que, en esos países, no hubiera gobierno a quien mentarle la madre. El día a día transcurre tan normalmente que si nos descuidamos nos puede dar un ataque de depresión por falta de experiencias límites que alboroten nuestra adrenalina. Por ejemplo, hacer una cola para asistir a un espectáculo sin que nadie se colee es frustrante o ir a una oficina pública sin que el pana del escritorio 6 te intente convencer sobre cómo hacer que salga más rápido tu solicitud, realmente es escalofriante.

Cuando tenemos un paisano cerca, así no lo conozcamos, utilizamos expresiones como estas, “igualito que en Venezuela ¿verdad compadre?, allá no te ponen multa, sino que te matraquean directo”, o “igualito que en Venezuela paisano, allá si dejan un paquete en la puerta de tu casa, dura lo que dura una cerveza fría en un campo de softball”.

Lo cierto es que cuando estamos fuera, buena parte del tiempo nos la pasamos comparando. Es como una suerte de catarsis con flagelación. Nos desahogamos, cosa que según los psicólogos es buena, pero recordando siempre lo mal que estamos. Del “Ta’ barato dame dos”, pasamos al “qué te parece, igualito que allá”, seguido de lo malo que estamos en la comparación.

En esos viajes también nos damos cuenta de tantas cosas que son útiles y valiosas en esos países, pero que en Venezuela son totalmente inútiles a pesar de que existen desde hace muchos años. Veamos.

Las tarjetas de crédito. No hay venezolano de más de 50 años que no conserve en su cartera 3 o 4 tarjetas de crédito. Ocupan un buen espacio en la billetera y no son sacadas desde hace aproximadamente 15 años. Pero allí están, inclusive vencidas, nos da miedo deshacernos de ellas. ¿Por qué?, es un misterio.

El Seguro de Responsabilidad Civil de Vehículos. Para lo único que sirve es para que los policías no te matraqueen por no tenerlo. Esas pólizas no cubren ni un rayoncito de uña de gato, mucho menos un incidente mayor. Desde hace rato tampoco el servicio de grúa, que es lo menos que deberían ofrecer.

Los Seguros de Hospitalización Cirugía y Maternidad de los funcionarios públicos. Si te apareces en la clínica con una espina de pescado atragantada, tendrás que tragártela. La clave para la admisión nunca llegará.

Las garantías. Cuando compras te dicen que tu equipo o artefacto tiene una garantía por 10 años. Cuando a la semana regresas con el aparato dañado, te dicen: “la garantía por la tienda es de 12 horas, después de eso corre por cuenta de la fábrica que está en Xuzhou, Shanghái, comuníquese con ellos”. Nada, agarras tu aparato y te lo llevas. Hay que pagarle a un técnico.

El Derecho de Propiedad. Un pilar sobre el que se construyeron los países desarrollados, en el nuestro es más débil que una platabanda de cazabe. El inquilino moroso que se niega a abandonar el inmueble, está más protegido que Putin presidiendo un desfile en Ucrania. No hay manera de sacarlo a menos que se aplique el aforismo jurídico “Bajatum mulatum est”, y hay que bajarse duro.

Los semáforos. Si no están dañados, igual nadie les para. “Comerse la luz” es un deporte nacional y los campeones indiscutibles son las autoridades y lo enchufados. Perdonen la redundancia.

Las pensiones. En un país serio un pensionado tiene asegurada su vejez. Lo que recibe alcanza hasta para mantener al vago del nieto. En nuestro país, lo que asegura es la desnutrición.

Por último, sin que la lista se agote, debemos referirnos a quienes dirigen la economía en Venezuela, pero sobre eso hablo después, no vaya a ser.

Twitter: @tulioramirezc

 3 min


Ángel Lombardi Lombardi

Lo primero es entender que ambos conceptos forman parte de la evolución civilizatoria de la humanidad y cuyos orígenes son occidentales pero que hoy son expectativas universales. Como la realidad siempre está en evolución y cambiando así van cambiado el sentido y alcance de muchos conceptos, lo que obliga a una actualización permanente teórica.

Hoy la palabra democracia trasciende lo político igual que el desarrollo trasciende lo económico.

La democracia no es sólo sufragio y división de poderes sino un sistema de convivencia y derechos universales. Igual que el desarrollo es mucho más que el PIB, aunque el desarrollo exige una economía sana pero que se proyecte sobre la totalidad social, es decir todos los sectores de la sociedad, de manera solidaria y apuntando no sólo al bienestar material sino a la calidad de vida, en todo sentido. Ambos conceptos están en revisión y actualización progresiva y de acuerdo a experiencias de carácter mundial.

Los sistemas políticos tienen que responder de manera práctica y eficiente, no sólo a las necesidades del presente sino también a las expectativas racionales con respecto al futuro. En Venezuela la democracia fue el proyecto político del siglo XX y debe serlo del siglo XXI, así como en el siglo XIX el proyecto político fue la Emancipación y la República.

En estas últimas dos décadas nos ha tocado la terrible experiencia de otra vez la autocracia y la dictadura y la destrucción de la economía y sus perversas consecuencias sobre la sociedad. Emigración masiva, empobrecimiento mayoritario, y dislocación del tejido social. Un enorme retroceso en sentido histórico, que colocó al país y su gente en la postración y el desaliento.

Pero las sociedades no se suicidan y siempre hay un grupo de personas que no se rinden y luchan más allá de la mera sobrevivencia. Entramos en una fase política, 2023-2024, con posibilidades objetivas de cambio igual que a nivel geo-político global, el petróleo vuelve a convertirse en una oportunidad como palanca dinamizadora de nuestra economía.
No es un regreso al rentismo, sino una posibilidad real de retomar el camino al desarrollo y la democracia, interrumpido en las últimas décadas.

Twitter: @angellombardi

Ángel Lombardi Lombardi es licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, con especialización en la Universidad Complutense y la Universidad de La Sorbona. Fue rector de la Universidad del Zulia y rector de la Universidad Católica Cecilio Acosta.

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Fernando Mires

Podemos utilizar el concepto «reaccionario» en dos sentidos. En sentido usual o en sentido literal. En sentido literal, reaccionario es alguien que acciona frente a una determinada realidad percibida como negativa o peligrosa. En sentido usual, el concepto reaccionario aparece como antípoda del concepto «revolucionario» y generalmente toma las formas de una protesta social y políticamente organizada. En este artículo nos referiremos a ambas actitudes: como reacción frente a un hecho o fenómeno determinado y como antípoda de la revolución. Para mejor diferenciarlas llamaremos a las primeras, reacciones reactivas y a las segundas; reacciones reaccionarias.

La revolución que nadie soñó

La segunda reacción, la contrarrevolucionaria, supone la previa existencia de una revolución. Y revolución es un cambio profundo en los órdenes que forman parte de una existencia colectiva. Fue esa perspectiva la que me llevó hace varios años, con ocasión de cambios observables en diversos campos de la vida occidental, a escribir un libro bajo el título La Revolución que nadie soñó. En ese libro me refería a cambios históricos, entre ellos a la sustitución del modo de producción industrial por el modo de producción digital, impulsor de esa otra transformación que llevaría a la globalización de los mercados. Sobre esa plataforma hicieron su puesta en escena los movimientos ambientalistas y las corrientes identitarias, indigenistas, religiosas y sobre todo de género, llevando estas últimas a rupturas radicales en las relaciones intersexuales.

No por último me referí en el mencionado texto a la revolución político-democrática que determinó la caída de tres tipos de dictaduras: las militar-integristas de España, Portugal y Grecia, las militares pretorianas del cono sur latinoamericano y, por supuesto, la gran revolución política que llevaría a la ruina del mundo comunista a partir de 1989-1990. El ideal de la república democrática parlamentaria parecía haberse impuesto a nivel global por sobre el ideal de la república autoritaria y-o dictatorial.

Finalizaba el mencionado libro con un intento de analizar una transformación –según mi opinión, determinante– a la que llamé «revolución paradigmática» cuyo objetivo fue caracterizar a transformaciones en los estilos de pensamiento, en los modos de percibir la realidad, en fin, en todo eso que Hegel llamó “espíritu del tiempo” (Zeitgeist). Lo que no escribí –aunque sí lo pensé– es que no hay revolución sin contrarrevolución. Debí haberlo hecho: la existencia de una contrarrevolución es la prueba fáctica de que ha habido una revolución.

Pienso en el pasado reciente, observo el presente que nos acosa, y presiento, como otras veces ha sucedido, que la historia no se repite, aunque avanza o retrocede de acuerdo a ritmos imposibles de ser previstos. Así pensado, no solo las revoluciones, también las contrarrevoluciones configuran el carácter político de las naciones. Cada nación es tributaria de su propia historia.

No podemos olvidar por ejemplo que la Europa de nuestros días tiene dos madres religiosas: la reforma y la contrarreforma, así como también dos madres políticas: la Revolución Francesa y la Santa Alianza. No podemos olvidar tampoco que la revolución industrial trajo consigo al movimiento obrero y que sobre su existencia fue montada la idea del futuro socialista, el que para muchos occidentales tomó forma inicial en la despótica pero «objetivamente necesaria» URSS de Stalin. Pues bien, contra el socialismo o comunismo, surgió el anticomunismo, cuya forma más exacerbada, digamos, su engendro monstruoso, fue la aparición del fascismo europeo. Como señaló el historiador alemán Ernst Nolte, el nazismo irrumpió como producto del miedo frente al avance de la URSS. Un miedo justificado, por lo demás.

El sueño húmedo de Stalin era construir un imperio ruso en nombre de un comunismo europeo dirigido por la URSS. En contra de esa distopía convertida en realidad, apareció primero una reacción reactiva (incluso al interior de los partidos socialistas y o socialdemócratas) y después una reacción definitivamente reaccionaria: El anticomunismo, independizado del comunismo, como legitimación ideológica de diversos regímenes dictatoriales. Así se explica por qué, aunque el comunismo ya no existe, el anticomunismo lo ha sobrevivido como ideología.

Pues bien, esa intuición relativa a que «la revolución que nadie soñó” podría traer consigo una “contrarrevolución que nadie imaginó”, es hoy realidad . Tenía razón Samuel Huntington con su «teoría de las olas». Desde fines del siglo XX hasta aproximadamente el primer decenio del XXI, estamos asistiendo al avance tormentoso de una ola contrarrevolucionaria: una contrarrevolución antidemocrática que avanza a pasos agigantados desde Europa hacia el resto del mundo. Ese también es el trasfondo de la guerra de Rusia a Ucrania. Como hemos escrito en otras ocasiones, la Rusia de Putin ha logrado convertirse en la vanguardia militar de casi todas las autocracias y dictaduras del mundo.

La ola contrarrevolucionaria

La ola contrarrevolucionaria comenzó a tomar forma visible a partir del surgimiento de los así llamados partidos nacional-populistas europeos. Para muchos, una repetición caricaturizada del fascismo originario. Para otros, entre ellos me cuento, una respuesta casi lógica a las transformaciones que estaban teniendo lugar, principalmente en Europa.

Los partidos mencionados, siguiendo el ejemplo del Frente Nacional de los Le Pen, se sirvieron en un principio de los excesos de los fenómenos revolucionarios aparecidos en la postrimeras del siglo XX. La sustitución del modo de producción industrial por el modo de producción digital trajo consigo la extinción de la antigua «clase obrera» (el Adiós al Proletariado, según André Gorz), la que fue reducida a una masa de fuerte composición migratoria, con precarias organizaciones laborales y sin representaciones políticas organizadas. Precisamente la carne de cañón que necesitaba el nacional populismo emergente para generar la alianza maligna que constatara Hannah Arendt en el fenómeno nazi: la alianza entre las élites y la chusma.

Los movimientos ambientalistas, bajo esas condiciones, fueron y son rechazados por los trabajadores urbanos y agrarios como agentes impulsores de formas de producción ahorrativas de fuerza de trabajo y, por supuesto, por los empresarios tradicionales, principalmente los vinculados a la producción agraria. A su vez, los excesos exhibicionistas de los movimientos de género están siendo percibidos, primero de un modo reactivo, después de un modo reaccionario, como una afrenta escandalosa a la tradición, al orden, a la patria y, sobre todo, a la familia.

La oposición radical al aborto, al matrimonio igualitario, al transexualismo, ha sido convertida en bandera de los movimientos nacional-populistas. Frente a la globalización de los mercados y las olas migratorias que de ahí provienen, ha aparecido un nuevo nacionalismo, si no fascista, con connotaciones fascistoides. En países como Hungría, Polonia, Turquía, Serbia, Italia, y probablemente Croacia, ya son gobiernos.

El movimiento trumpista (con o sin Trump) y sus secuelas sureñas, el bolsonarismo en Brasil y el buckelismo en El Salvador (nadie sabe lo que podrá suceder en Argentina) son partes de esa ola contrarrevolucionaria de carácter mundial, o si se prefiere, global.

Antiguas dicotomías políticas, entre ellas la principal, la de izquierda-derecha, no nos sirven demasiado para analizar los nuevos escenarios, toda vez que las llamada derechas reivindican hoy gran parte de las tradiciones obreras (patriarcales, autoritarias) y sectores de izquierda (Podemos, Insumisos, y la autoritaria izquierda latinoamericana) apoyan incluso, en nombre de un oxidado antimperialismo, a dictaduras que reivindican valores de la ultraderecha, entre ellos los que representan las dictaduras de Rusia y de Irán (religiosos, nacionalistas, patriarcales).

Putinismo y trumpismo

Mi tesis: El nuevo pensamiento reaccionario ha tomado dos formas principales. Una antioccidental, y otra interoccidental. Para decirlo de modo simple, la antioccidental está encabezada por la Rusia de Putin y la interoccidental por el movimiento que en los Estados Unidos lidera Donald Trump. En torno a esos dos ejes rotan diversos movimientos en diferentes países del globo. A primera vista los dos parecen ser muy distintos entre sí, pero, analizados con más atención, podemos ver que sus equivalencias son innegables.

* Putin representa un regreso al pasado, a la era de los imperios nacionales. Trump busca regresar con su América First, a aquel periodo donde Estados Unidos impuso un imperio indiscutible sobre la economía mundial.

* Putin es partidario de un nacionalismo militar y territorial. Trump es partidario de un nacionalismo económico. Ambos son enemigos de la globalización a la que consideran un atentado a las soberanías nacionales. Por eso son abiertos enemigos de la Europa moderna.

* Según Putin, Europa y la OTAN han robado a Rusia las naciones que “por derecho natural” le pertenecían. Según Trump, la Europa decadente y burocrática ha entregado su soberanía económica a China y convertido a los EE.UU. en un rehén de la UE.

* Para Putin, los movimientos ecológicos y ambientalistas atentan contra la economía rusa basada en la exportación de productos primarios. Para Trump no existe deterioro del medio ambiente ni cambio climático. Los dos líderes son en ese punto, radicales negacionistas.

* De acuerdo al ideario de Putin, los movimientos de emancipación sexual deterioran la integridad del orden social basado en la familia patriarcal. Trump es seguido sin condiciones por sectores que se plantean en contra de las libertades sexuales, de la familia tradicional, del matrimonio igualitario.

* Putin es apoyado por la ultraconservadora iglesia ortodoxa. Trump por la mayoría de las sectas conservadoras cristianas.

* En materias políticas, ambos son asesorados por ideólogos partidarios de la democracia directa, basada en el «principio del caudillo», y en contraposición a la democracia parlamentaria. La Duma, el parlamento, es en Rusia la oficina notarial que da forma legal a las ordenes que imparte Putin. La toma del Capitolio, es decir, la agresión al templo de la democracia liberal, seguido después por el clon brasileño, muestra el desprecio a la forma parlamentaria que sienten Trump y los suyos.

En suma, ambos hombres, el presidente dictador y el expresidente populista, son figuras señeras de la contrarrevolución antidemocrática de nuestro tiempo. De este modo no puede extrañar que dos de sus equivalentes europeos, el húngaro Viktor Orban y la francesa Marine Le Pen, sean fervientes admiradores de Putin y de Trump a la vez. Por cierto, Putin y Trump no son idénticos. Pero la diferencia no reside en sus personas, sino en el lugar donde habitan. Mientras Putin es dictador de una nación sin tradición democrática, Trump es el jefe de la oposición de una nación que es la madre de la democracia moderna. Diferencia que seguirá haciéndose sentir. Los dos son enemigos del Occidente político. Pero mientras Putin es un enemigo antioccidental, Trump es un enemigo interoccidental.

¿Y China? China es otra historia. En cierto modo es otro planeta dentro de nuestro planeta. La historia de Rusia está ligada por vecindad y cultura a la de Europa. La historia de los Estados Unidos proviene de Europa. Probablemente desde la perspectiva de Xi Jinping, como antes desde la de Mao, los conflictos que viven los EE. UU., Europa y Rusia, tienen lugar en un barrio lejano al de China.

China, ese fue el veredicto de Kissinger, no se inmiscuirá en los conflictos interoccidentales (para China, Rusia también es Occidente) a menos que sus intereses, los económicos en primer lugar, así lo exijan. O que el virus democrático se convierta en una pandemia que avance hacia los que considera sus reductos (Taiwan, por ejemplo). En otras palabras, el espíritu del tiempo, hoy más reaccionario que revolucionario, es exquisitamente occidental. China tiene sus propios espíritus.

Los emisarios del espíritu

Hegel distinguía de modo platónico tres dimensiones (o formas de ser) del espíritu universal. El espíritu absoluto, el espíritu objetivo y el espíritu subjetivo. Sobre el espíritu absoluto no podemos decir nada, está más allá de la historia y más cerca del infinito. Es un territorio reservado a los teólogos y a los santos. El espíritu objetivo a su vez es lo que simplemente sucede y está dado, sin pasar por evaluaciones. El espíritu subjetivo es el “cómo” percibimos lo que sucede.

De acuerdo a esa subjetividad, muchas veces expresada en lo que piensan las élites, vale decir, los que hacen del pensamiento una profesión, prima la impresión de que hoy, el espíritu del tiempo en su dimensión subjetiva es, si no reaccionario, por lo menos reactivo. En eso pensaba después de haber dedicado una parte de mi tiempo a leer el largo diálogo mantenido por dos dilectos representantes de la cultura francesa, publicado en la revista Front Populaire.

No fue un debate, más bien una amistosa conversación. Dos personajes cultos, bien informados, ocurrentes y, sobre todo, transversales, es decir, no seguidores ni de una escuela, ni de una ideología, ni de un partido: Michel Houellebecq, escritor y Michel Onfray, filósofo. Fue, como esperaba, un elegante diálogo entre dos intelectuales de tomo y lomo.

Hablaron de esto y de lo otro, aunque todo enmarcado en el ya viejo tema de la «decadencia de Occidente». Un tema que existe desde que Occidente existe, hecho que me ha llevado a pensar en que la forma natural que tiene Occidente para existir, es su decadencia.

Más superficial, y tal vez por lo mismo más brillante, Houellevecq cree haber descubierto a la demografía como explicación de la decadencia occidental. Digamos más claro: de las migraciones, sobre todo de las islámicas, hacia Occidente. De modo que Occidente está perdiendo su personalidad cultural cristiana, la que le dio forma originaria. En esa dirección hablaron de la tecnología, de la americanización de Europa, de un concepto inextricable de Onfray llamado «transhumanismo». Tuvieron algunos desacuerdos en el tema de la eutanasia, a la que ambos terminaron por aceptar bajo determinadas condiciones. También hablaron de la «idea de la muerte», y, por cierto, del tema en el que en más concordaron: el de la cultura occidental (o de lo que ellos entienden por tal) en peligro de desaparecer.

Pero sobre todo, Houllebeck y Onfray hablaron en contra de la homogenización de Europa y del papel nefasto que según ellos juega la Unión Europea. Hasta que llegaron al tema de Rusia, al que luego abandonaron, descubriendo tal vez que se estaban metiendo en un brete peligroso del que sería difícil salir. Al menos Onfray no siguió a Houellevecq cuando este dijo entender a la Rusia de Putin cuando defiende su identidad cultural en contra de Europa, aunque no comparta los medios criminales utilizados en contra de Ucrania.

Todo lo que además hablaron, era conocido de antemano: aversión a la migración incontrolada, las incompatibilidades entre las culturas islámicas y las occidentales, el complejo de culpa del ser occidental cuando acepta en otras casas delitos que no acepta en las suyas, las hipocresías de algunas feministas cuando callan frente al patriarcalismo musulmán en nombre de un izquierdismo que ya no existe. En fin, de lo que en cualquiera cafetería o cantina hablan, quizás con modos menos cultivados, una gran mayoría de franceses (lo de mayoría está demoscópicamente comprobado por la alta votación que alcanzan el melenchonismo y el lepenismo). Pues bien, en todo lo que hablaron, lo que quedó más claro, además del alto nivel cultural, fue el bajísimo nivel político de ambos pensadores.

Para ambos el problema existencial de Francia y de Europa es de índole predominantemente cultural. Para ambos, además, la cultura, en su forma de religión o de tradición, comienza y termina en sí misma. El hecho de que en su invasión a Ucrania, Putin hubiera puesto en primer lugar sus motivaciones culturales en contra de Occidente por sobre toda ley, por sobre todo acuerdo internacional, por sobre toda institución, los tiene sin cuidado. Ni por asomo llegaron a pensar que las diferencias entre los diversos grupos que habitan una nación nunca podrán ser resueltas por medios culturales sino por una instancia inventada por los occidentales. Esa instancia se llama la política. Sobre todo, la política parlamentaria, a la que no dedicaron una sola palabra.

Sin embargo, la frase que provocó escándalo en esa conversación, cuyo final fue borrado con autorización de su autor, Houellevecq, fue su opinión sobre la población islámica en Francia. Dijo Houellevecq «yo no quiero que se asimilen. Solo quiero que dejen de robarnos y agredirnos».

Ahora bien, ahí yo no veo razón para escandalizarse. Ninguna persona debe ser asimilada, pues la asimilación significa obligar a alguien a renunciar a su identidad, sea esta cultural, social o política, y eso es profundamente antidemocrático. Tampoco nadie quiere que en un país las masas migratorias agredan, roben, violen. Pero para que eso no ocurra las leyes nos dan derechos pero también exigen obligaciones a las que debemos someternos todos los habitantes (no solo ciudadanos) de una nación, independientemente de nuestras creencias, tradiciones o valores.

¿Costaba mucho decir eso tan simple a Houellevecq? ¿Por qué no lo dijo así o de un modo parecido? La razón puede ser una: Houellebecq y Onfray son radicalmente culturalistas, como son los putinistas cuando ponen a los derechos «naturales» de un país por sobre toda la legislación internacional, como son los islamistas de Irán cuando ponen a la voz de Dios representada en sus crueles sacerdotes, por sobre la Constitución y sus leyes.

Houellebeck y Onfray, en fin, no solo hablaron por ellos. Esa fue mi impresión. De una manera u otra se hicieron eco de un nuevo espíritu reaccionario, uno que en Francia al menos, amenaza ser hegemónico.

Cuando la gente conversa y discute, sean vecinos comunes y corrientes, profesionales, artistas o intelectuales, no son solo ellos los que discuten. De eso estoy profundamente convencido: No somos tan soberanos ni autónomos como creemos serlo. Aunque no lo queramos, somos emisarios no oficiales del espíritu que predomina en cada tiempo. En ese punto creo que tenía razón Hegel. Y bien, el espíritu de nuestro tiempo –ese es el problema– no solo no es hoy democrático, es además radicalmente antidemocrático y, por lo mismo, antipolítico.

Houellebecq y Onfray no son reaccionarios en el sentido usual del término. Son dos personas que reaccionan, como cualquiera de nosotros al, por Freud detectado, «malestar en la cultura». Los reaccionarios vienen después. Son los que convierten las reacciones de cada uno en sistemas de representaciones ideológicas.

Efectivamente, una cultura sin política solo produce malestar. Los reaccionarios son los que politizan ese malestar. De ahí que, en el predominio del espíritu reaccionario que asola nuestro presente, podemos ver la oscura profundidad de una crisis política, una que cruza a Occidente de punta a punta. Ahí, en esas profundidades, moran los putinismos, los trumpismos, los islamismos e, incluso, opiniones extremas – a veces lindantes con la paranoia– como fueron algunas de las emitidas por Houellebecq y Onfray. Y quién sabe cuánto más.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

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