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Opinión

​José E. Rodríguez Rojas

La nacionalidad implica, en las naciones modernas, una doble pertenencia, es decir pertenecer a dos entidades nacionales con lengua y cultura propia. Esta visión la recoge el chavismo en la Constitución de 1999, aunque posteriormente, un sector del mismo, involuciona hacia una visión que nos convierte a todos en descendientes de los aborígenes y estigmatiza a los conquistadores españoles y sus descendientes.

Durante mis estudios de doctorado permanecí varios años en España, en la región de Cataluña. Allí pude constatar que una parte considerable de los catalanes reivindican su lengua y su cultura como un hecho definitorio de su nacionalidad, que los hace diferentes al resto de los españoles. Señalan que son gente industriosa que han construido uno de los polos industriales más importantes de España. Se quejan de que son víctimas de una expoliación por parte del Estado español, pues lo que pagan en tributación es mayor que lo que reciben, por todo ello reclaman la independencia de España. Reclamos similares hacían una buena parte de los vascos.

En respuesta a estas demandas se ha desarrollado un régimen de autonomías en el marco del cual se le ha concedido a las diversas regiones la posibilidad de educar a sus niños en las lenguas regionales. Además de ello algunas de las actividades del Estado español como la seguridad han sido asumidas por los cuerpos policiales regionales. También ha sido posible, en este contexto, una doble tributación. Algunas organizaciones políticas como el Partido Socialista Obrero Español consideran que el régimen de autonomías puede evolucionar hacia una federación de estados como el que priva en Estados Unidos.

Estas tensiones regionales son comunes en Francia, Bélgica, Canadá, Alemania y otros países. En Suiza por ejemplo la nación está integrada por cantones los cuales tienen lenguas y culturas diferentes. En estos países la nacionalidad funciona como un amplio marco en el cual es posible la doble pertenencia es decir pertenecer a dos entidades nacionales distintas con sus lenguas y culturas propias.

El concepto de la doble pertenencia el chavismo lo recogió en la constituyente que impulsó en los primeros años del régimen, cuando se elaboró la Constitución de 1999, que hizo posible la doble nacionalidad. La doble nacionalidad en Venezuela reconoce la realidad de un país que recibió enormes contingentes de inmigrantes entre las décadas de 1940 y 1950 que cambiaron el paisaje humano de las principales ciudades y regiones de nuestra nación. Esos inmigrantes, si bien se anclaron en Venezuela y construyeron su familia acá, continuaron, en muchos casos manteniendo fuertes vínculos con sus países de origen y su nacionalidad inicial. La constitución de 1999 lo que hizo fue reconocer esta realidad.

Si bien el chavismo en la constituyente de 1999 recoge la idea de la doble pertenencia, luego ha involucionado hacia una visión primitiva en la cual presenta a los venezolanos como descendientes de los aborígenes cono Guaicaipuro, quien fue parte de lo que la propaganda llama la resistencia indígena. En esta visión se estigmatiza a los españoles y mestizos como Francisco Fajardo calificándolos de genocidas. En este y otros temas el chavismo debe regresar a sus concepciones iniciales.

Los inmigrantes y sus descendientes han tenido un enorme impacto en lo que somos actualmente. Baste citar que el fundador de la democracia venezolana Rómulo Betancourt fue hijo de un inmigrante español. Una de las figuras icónicas de la izquierda Teodoro Petkoff era descendiente de europeos del este. En la conformación de las disciplinas académicas que se desarrollan en nuestras universidades la importancia de los inmigrantes ha sido enorme. Los alemanes en la fundación de la botánica. Pedro Grases en los estudios de historiografía venezolana. En nuestra gastronomía y acervo musical ha ocurrido lo mimo. Baste citar el aporte de Armado Scannone a la cocina criolla. De Ilan Chester, Soledad Bravo y Franco de Vita a la música venezolana, por citar algunos.

La nacionalidad como doble pertenencia se ha hecho más pertinente, actualmente, con la emigración de cerca de 6 millones de venezolanos al exterior, muchos de los cuales residen en Colombia, Estados Unidos, Chile y otros países donde han optado por la nacionalidad del país que los recibe. Es un capital humano de relevante importancia con el cual debemos mantener fuertes vínculos tratando de que sus nexos con su país de origen se mantengan.

Afortunadamente esto está ocurriendo. Algunas universidades están, como política, manteniendo sus vínculos con los profesores que han emigrado. En el campo de la gastronomía algunos chefs como Sumito Esteves, residenciado en Chile, mantienen en Youtube un curso de cocina con clara influencia de la cocina venezolana y en particular de la merideña, su región natal. El “Sistema” ha estado programando actividades en conjunto con Yordano, el cual está residenciado en Nueva York.

Los recursos de la diáspora son uno de los activos fundamentales que tenemos para el futuro, incorporarlos como lo están haciendo varios de los actores de la vida nacional es una política inteligente que debe ser fomentada. Pero esto debe alentarse abiertamente y la visión de la doble pertenencia que se incorpora en la Constitución de 1999 es un buen punto de partida.

Profesor UCV

 4 min


Guillermo Mendoza Dávila

El país comienza a transitar paulatinamente por una senda de recuperación económica de la mano de un cambio de modelo, un profundo viraje oficial que ahora promueve abiertamente las virtudes del emprendimiento y de la producción, al punto que desde el alto gobierno se promociona el fortalecimiento de la capacidad exportadora del país y las autoridades están abiertas a parlamentar con los gremios empresariales acerca de los más variados temas, considerados hasta hace poco anatemas provenientes de un sector visto con intolerancia.

Esos temas siguen presentes en su gran mayoría, pero al menos hay disposición a debatirlos, a considerar los planteamientos ofrecidos y en algunos casos ya hay resultados favorables.

Más allá de preocuparnos de entretener las teorías conspiratorias y discutir si se trata solamente de una estrategia política demagógica o si es más bien la genuina aceptación por parte de las autoridades de aquella máxima universal que reza que solamente produciendo más bienes y servicios podremos generar riqueza y progreso para todos; preferimos ocuparnos aquí de analizar las opciones disponibles al sector productivo. Mientras lleguen todos esos cambios requeridos y se den todas las condiciones favorables que motiven a todos a invertir, ¿qué podemos hacer?

Y es que bajo este escenario contemporáneo, en la misma Venezuela en la cual habitamos todos, hay algunos empresarios experimentados así como nuevos emprendedores que dejaron a un lado las archiconocidas vicisitudes y barreras de todo tipo para enfocarse en acometer con decisión sus proyectos y no hay dudas que se pueden apreciar numerosas historias de éxito como sólo nuestro terruño sabe producir, aún en este entorno tormentoso al que los llaneros se refieren como enrrumazumado. Es bien conocido las victorias alcanzadas por algunas empresas establecidas así como varias historias famosas que se refieren a nuevas iniciativas en diversos sectores que incluyen alimentos, salud, comunicaciones, consultoría, transporte, tecnología, “delivery” y otras más.

Ciertamente la lista es aún insuficiente y se concentra en ciertos sectores productivos, socioeconómicos y geográficos. Más sin embargo, debemos revisar qué hicieron diferente para alcanzar y mantener el triunfo de sus operaciones a pesar de las realidades del país.

Si bien no hay receta fácil, es posible apreciar ciertos elementos comunes que podemos modelar y replicar. En todos los casos revisados existe la clara identificación de un nicho de mercado disponible, una necesidad nueva o desatendida y es allí donde se inserta ese empresario que logra triunfar, ofreciendo los productos y servicios adecuados para atender deseos insatisfechos.

La fórmula no es nueva, es universalmente válida en todos los países y en todos mercados, pero no todos los que conducen negocios la persiguen con claridad. Una estrategia comercial exitosa parte de la certera identificación de aquello que el mercado requiere con la pretensión de atenderlo mejor que los demás mediante una propuesta de valor que supera todas las opciones disponibles.

A pesar del reducido tamaño que exhibe nuestro mercado en comparación con años anteriores y aún a la vista de las múltiples limitaciones, seguirá habiendo oportunidades que atender. Quien las identifique triunfará.

guillermomendozad@gmdconsultor.com

 2 min


Eddie A. Ramírez S.

A los cien años del nacimiento de Carlos Andrés Pérez mucho se ha divulgado sobre este distinguido y controversial compatriota. Algunos consideran que en su primera presidencia llevó a Venezuela a su mejor momento, a la cima. Otros, que ese período ocasionó las distorsiones que posteriormente nos condujeron al punto más bajo, a la sima. Su segundo período se inició con un gran apoyo y en la cima del reconocimiento como líder latinoamericano. Al ser depuesto descendió a la sima, pero terminó en la cima. ¿Fue injusta esa defenestración? ¿Quiénes la propiciaron? ¿Se perdió la democracia por esa destitución?

Sobre su primer gobierno, en general se considera que se intoxicó con los elevados ingresos por el aumento de los precios del petróleo. Planes ambiciosos, sin contar con recursos humanos para ejecutarlos y para controlar los desembolsos; créditos y subsidios no justificados, condonación de deudas, inflación, aumento de la deuda externa. No previó que los precios del petróleo podían bajar y, cuando llegaron, persistía la pobreza, el país estaba endeudado y las reservas en dólares estaban extremadamente bajas.

No todo fue negativo. Iniciativas importantes, cuyos resultados se vieron a mediano y largo plazo, fueron la creación de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, que permitió que miles de estudiantes fuesen becados en universidades en el exterior y en Venezuela. A ninguno le pidieron recomendación. El otro logro fue la creación del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles. Lamentablemente, gran parte de ese capital humano se tuvo que ir, posteriormente, al exterior. Evidentemente, hubo obras materiales, como construcción de escuelas, hospitales y acueductos, pero eso es lo mínimo que debe hacer cualquier gobierno. Estatización del hierro y de la industria petrolera pero que, a la larga, se politizaron y vinieron a menos.

El balance no fue positivo. Había anunciado que administraría la abundancia con criterio de escasez, pero fue lo contrario. Hubo un crecimiento artificial que no era sustentable. Su partido perdió las elecciones y su sucesor declaró que recibía un país hipotecado.

Una de nuestras características, para bien o para mal, es que olvidamos con rapidez. Por ello, Carlos Andrés regresó a la presidencia después de los desastrosos gobiernos de Luis Herrera y de Lusinchi. Esta vez con una visión diametralmente opuesta a su populismo anterior. Creyó que podía cambiar nuestra mentalidad consumista y tendencia a recostarnos del Estado. También que podía tomar medidas sin apoyo político, popular o militar. Su gran ego lo perdió

Sobre su defenestración y consecuencias se han creado mitos. El ambiente que se respiraba en el país era de insatisfacción, por decir lo menos. Los saqueos durante el llamado Caracazo ameritan un estudio profundo. Las severas medidas económicas que anunció todavía no se estaban aplicando. Un adelanto precipitado del pasaje de autobús en Guarenas, ante el aumento de la gasolina, desencadenó saqueos nunca vistos ante la pasividad de un gobierno cuyo presidente estaba en el exterior. También había molestia por la fastuosa ceremonia de la toma de posesión y que la población se sentía engañada, ya que en la campaña electoral nunca mencionó que tomaría medidas de austeridad.

Uno de los mitos es que su enjuiciamiento y posterior destitución fue producto de una conspiración de un grupo encabezado por Arturo Uslar Pietri y otros notables. Realmente, estos lo que hicieron fue advertir que el país iba por mal camino y que había que enderezar el rumbo. Los dos intentos de un grupo de militares de dar un golpe de Estado no tienen justificación y afectaron negativamente la economía. El primero probablemente se pudo evitado sí CAP hubiese escuchado las recomendaciones de sus organismos de investigación. Había temor de que podía haber otro intento que pudiese tener éxito. Es decir, estaba presente una profunda crisis social, política y militar. Cierto que habían mejorado los índices macroeconómicos, pero eso no le llegaba al estómago del pueblo.

Esa crisis, que hoy muchos olvidan, determinó que su propio partido decidiera quitarle el apoyo y permitir que el Congreso allanara su inmunidad para que la Corte decidiera su destitución. El juicio fue por un manejo inadecuado de parte de 250 millones de dólares de la partida secreta, con el objeto de apoyar la seguridad de Violeta Chamorro en Nicaragua ¿Fue un juicio injusto? Claro que sí. Fue un juicio y una destitución por motivos políticos para intentar superar una crisis. No compartimos las afirmaciones de que fue una retaliación de los Notables, del Fiscal Escobar Salom y de su propio partido. Desde luego que su partido estaba molesto porque le había quitado poder y los citados no simpatizaban con CAP, lo cual tuvo su cuota de influencia.

Así mismo, algunos sostienen que esa defenestración fue el inicio del fin de la democracia. Pensamos que nada hubiese cambiado. A Carlos Andrés la faltaban solo ocho meses para terminar su período. Siguió una transición, con Ramón J. Velásquez, que apaciguó los ánimos. Era inevitable que en la siguiente elección ganara un candidato crítico del clientelismo de los partidos tradicionales. Caldera, en su discurso en el Congreso, no apoyó la insurrección de Chávez, sino que alegó que no hubo reacción popular en contra de la misma por el descontento reinante. La mesa estaba servida para que después viniera Chávez o alguien parecido, con su oferta totalitaria de acabar con los partidos y la corrupción.

Es obvio reconocer que Carlos Andrés fue un defensor de la democracia, tanto cuando fue ministro del Interior, como durante sus presidencias. También de un gran valor personal en tiempos de peligro. Se comportó como un gran demócrata al acatar su destitución. Incluso, fuentes serias aseguran que algunos grupos, inclusive militares, le ofrecieron apoyo para que se mantuviese en el poder. Empezó en la cima, cayó en la sima pero, cuando respetó las reglas de la democracia, volvió a la cima. Su actitud lo enaltece. Fue un venezolano que amó a su país.

Como (había) en botica: Lamentamos el fallecimiento del padre Francisco Virtuoso.

¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

eddiearamirez@hotmail.com

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Benjamín Tripier

Encuentro de IDEA en Argentina. Foto: @AmChamArgentina

El coloquio anual de IDEA donde se reúnen una vez al año los empresarios más importantes de Argentina, tuvo como leitmotiv “ceder para crecer”, con un mensaje dirigido al apego ideológico y falta de pragmatismo del gobierno, que va a contracorriente del resto de los países de la región.

El concepto de ceder pareciera que es aplicable a nuestra Venezuela, donde hemos llegado –una vez más- al llamado juego trancado, pero en un nivel económico diferente al del pasado: hoy hay mayor bienestar y esperanza en un grupo reducido, y mayor pobreza y desesperanza en una gigantesca mayoría.

Y uno podría pensar que el gobierno cedió de su parte al derogar de hecho gran parte del Plan de la Patria (hilo conductor ideológico del chavismo) y volcarse, parcialmente, a la economía de mercado. La realidad demuestra que fue muy bueno que cediera, pero no suficiente, como para permitirnos crecer.

Y el inhibiente más fuerte es el político ideológico, el cual, más allá de la legitimidad de origen que pudiera tener para los iniciados, en realidad cuenta con el rechazo masivo de nuestra población, y de gran parte del mundo en el que está inserto por tradición nuestro país… nuestra Venezuela.

A diferencia del caso argentino, aquí en Venezuela hemos ido creando ámbitos donde pudiera manifestarse la voluntad de “ceder”. Pero no ha sido posible lograrlo; tuvimos la Mesa de Negociación y Acuerdos (2002-2005), la Conferencia Nacional por la Paz (2014); la Mesa de Diálogo Nacional (2016-2017); la Mesa de Diálogo en República Dominicana (2017-2018), el mecanismo de Barbados y el de Oslo (2019), y la Mesa de Negociación en México (2021). Y el principal obstáculo fue el “todo o nada” de los planteamientos de lado y lado. Nadie cedió… o al menos nadie cedió en lo esencial que es el control político.

A este paso, sigue sin haber señales de que algo pueda cambiar, porque regresamos a un punto muerto; la pregunta que uno se hace, es cómo, sabiendo que las cosas son así, se sigue insistiendo en sentarse a una mesa de la que solo saldrá el chavismo más fortalecido y la dirigencia de oposición más dividida y debilitada.

Porque con la experiencia del 2015, ya el chavismo no volverá a cometer los mismos errores, y seguir con la fantasía de Barinas como si pudiera repetirse a nivel nacional, es no entender que un daño encapsulado y controlado, no es suficiente señal como para pensar en una victoria electoral nacional. Eso no sucederá… simplemente porque el chavismo no entregará un poder que le costó tanto construir y consolidar; y con tanto que perder si lo entregara… porque hoy se trata de eso: de su decisión de entregarlo, o de no hacerlo.

Y lo que menos se entiende es cómo EE UU, con toda la información de inteligencia que tiene, también insiste en esa vía de calle ciega. O será que ellos saben algo que nosotros no sabemos…

Lo que sí tenemos que tener claro es que con este modelo político difícilmente podamos crecer. Y que con los cambios económicos que se están produciendo, por mas liberales que suenen, al estar en un modelo de corte autoritario, es difícil que logre despertar todas las fuerzas que hacen que un sistema liberal funcione en toda su amplitud.

Necesitamos producir cambios mayores y más profundos.

En lo político, no habría que sorprenderse de que las derechas en el mundo estén ocupando espacios cada vez más relevantes, después de casi cuatro décadas de preponderancia de las izquierdas. Y esto puede entenderse por aquello de que las izquierdas, cuando tuvieron su oportunidad, no lograron resolver los problemas que constituyeron la esencia de su planteamiento y de su deber ser.

Hoy, en los países donde mandan, hay más pobreza y desigualdad, y se dejaron invadir por cuanto espacio minoritario que no encontraba manera de expresarse por sí mismo; en algunos casos por ser contra natura, en otros por ser irrelevantes, pero en todos, se constituyeron en la nueva característica de la izquierda, como el lenguaje inclusivo, y la banalización del bebé en gestación, por solo dar un par de ejemplos que se constituyeron en el plomo en ala de esa corriente.

Tanto ruido, tantas victorias políticas, tantas esperanzas destruidas, para que al final, los pueblos que confiaron en ellos, estuvieran, como efectivamente están, peor que al principio.

En el caso de nuestra izquierda gobernante, ha habido en los últimos dos años, un giro cada vez más notorio hacia el mercado (esencialmente vinculado al pensamiento de derecha), asumiendo un pragmatismo impensable en el pasado; hasta el punto en que la palabra chavismo ahora representa algo diferente a lo que solía significar; por eso he acuñado el concepto de neo chavismo para, con una sola palabra, ir absorbiendo las nuevas características que va adquiriendo.

A la batalla del pensamiento la están ganando las derechas, pues las izquierdas se han quedado sin contenido. Claro… no se trata de la derecha de los gobiernos militares, sino la derecha del mercado, de la propiedad privada, del rescate del valor del estudio y del trabajo, como pilares de la construcción de cualquier sociedad.

Las reflexiones anteriores están orientadas a romper la inercia conceptual con la que se está planteando esta nueva aproximación electoral en Venezuela.

En una charla sobre petróleo en la que estuve esta semana, un experto, de alto reconocimiento, nos puso en una perspectiva de pies sobre la tierra. Los 700.000 bpd actuales son inestables y no tenemos a la vista las inversiones necesarias para estabilizar esa producción, ni para ser una alternativa al petróleo ruso o al de Arabia Saudita, pues los dos anteriores son de una calidad de ready to use mientras el nuestro debe pasar por tantas etapas de mejoramiento que prácticamente lo sacan de competencia.

Y aun si se colocara un horizonte más amplio y se dijera que comenzando ahora, dentro de 2, 3 o 5 años podríamos ser una opción, no hay que perder de vista que la recesión mundial que se anticipa en los países industrializados –que son los consumidores de petróleo- hará que, en ese mismo horizonte de tiempo, el consumo disminuya, los precios bajen y los grandes productores comiencen a tener excedentes.

Por eso es que hay que manejarse con lo que llamo el “optimismo informado” donde la fantasía no tiene lugar y los números duros son los que cuentan. ¿En qué consiste esta aproximación más realista? pues en un estatus quo que provea un nivel de ingresos petroleros al estado como para atender temas prioritarios, más propios del estado que de la actividad privada… porque ya le está resultando difícil al gobierno, y se le complicará más aún, mantener empresas que en sus manos solo significan más atraso.

Por eso es que se convierte en casi una necesidad vital vender esas empresas, así, ideológicamente, a la privatización la llamen como les parezca y se aproximen a ella también como les parezca. Pero que el camino casi obligado es el de venderlas, pues no le quepa duda al lector.

El tema de la guerra europea va alineando cada vez más países en contra de Rusia que se sigue posicionado como el gran agresor, y sigue cultivando esa imagen reputacional, como si su verdadero propósito no fuera la conquista de territorios, sino el de arruinar su propia reputación.

Y eso es tan importante, pues no solo ha ido perdiendo los clientes tradicionales que son los que sostenían la economía rusa, esencialmente basada en la exportación de hidrocarburos sin agregación de valor, sino que ha intentado cambiar esos mercados por otros que a ellos no los necesitan, y que le compran su producto pues están a un precio de descuento tan bajo, que hasta están arruinando el mercado de los venezolanos que eran los “líderes” del mercado spot a precios de descuento… bueno… ese liderazgo ahora lo tiene Rusia.

Lo de los ataques nucleares, aun se mueve en el campo de las amenazas y las especulaciones, aunque todos lo toman muy en serio. Pero hay países que creen que eso no va a pasar, mientras que otros distribuyen pastillas de iodo anti radiación; y el resto, simplemente deja que las noticias circulen, esperando el momento justo entre causar pánico en la población, y darles el tiempo suficiente para protegerse, si el peor escenario llegara a ocurrir. Uno espera y desea que eso no ocurra…

La relación con Argentina se ha ido volcando al tema económico comercial, moviéndose entre actores privados de ambos lados de la cerca. En el pasado, que fue muy malo para muchas empresas pequeñas y medianas argentinas, la relación era entre privados argentinos y el gobierno de Venezuela; mientras que ahora se trata de empresas privadas de los dos lados. Claro que con una salvedad: no hay más crédito; el empresario venezolano debe pagar por adelantado para que su proveedor privado argentino, comience a fabricar lo que después le va a exportar.

Es una relación orgánica donde el argentino, al ver que las compras las paga el mismo dueño del negocio, comienza a restaurar la fe perdida en el pasado; y esto es posible, porque ninguno de los dos gobiernos tiene parte en el circuito. Bueno… si la tienen… pero en cuanto al marco fiscal y aduanal, y a la promoción del comercio… lo usual… como debe ser, y como debió haber sido desde el principio. No hay nada peor que un estado jugando a ser empresario; porque las empresas en manos del estado, en Latinoamérica, a la larga o a la corta, terminan quebradas o cerradas.

Lo cierto es que esta nueva etapa del comercio entre privados está desconectada de la política y no tiene nada que ver la necesidad de un empresario venezolano, con las afinidades políticas. En general, Argentina no es muy competitiva en precio, pero tiene buena calidad; por eso a veces, se le compra así esté más caro.

Recomendación

  • Al gobierno: que haga énfasis en los elementos que están alrededor de la institucionalidad de los negocios, tal como los registros y notarías, así como las tasas basadas en la Unidad Tributaria, y su equivalente en dólares. Hay que revisar el conjunto de externalidades negativas que desalientan la inversión de mantenimiento, y espantan la nueva inversión, pues resulta muy caro e ineficiente.
  • A la dirigencia opositora: que entiendan que apostar todo a las primarias los deja muy vulnerables. Y si, como sería de esperar, tienen un “Plan B”, pues sería bueno que lo compartan con las bases porque, tal como van las cosas, la brecha de desconfianza, es cada vez más grande.
  • A la dirigencia empresarial: que impulse la revisión estratégica de las empresas, para adecuarlas al nuevo entorno de austeridad de gastos, y de relacionamiento con el resto del sistema empresarial. Deben promover la “coopetition” como filosofía. Hacen falta fusiones, adquisiciones, alianzas, y reestructuraciones. Hoy que hay poco endeudamiento, nos hemos convertido en una economía pequeñita pero sólida… no perdamos eso.

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Griselda Reyes

La voracidad fiscal de este gobierno no tiene límites. No solamente la del gobierno nacional sino también la de los gobiernos municipales.

No soy economista, pero soy empresaria y sé muy bien que si se quiere cobrar mayores tributos lo primero que hay que hacer es generar confianza entre los contribuyentes y luego proceder a aumentar la base imponible y no la cantidad de impuestos y, mucho menos su alícuota.

Quincena a quincena, aquellas empresas que aún están en la formalidad y que son contribuyentes especiales, deben hacer milagros para estar al día con el fisco a fin de evitar multas, cierres o la no renovación de la Patente de Industria y Comercio, por decir lo menos.

Los tributos que aporta el sector privado se han convertido, prácticamente, en la columna vertebral del presupuesto de la nación; pues el fracasado manejo de la industria petrolera ha hecho que la producción caiga a niveles similares a la década de 1940, a causa de la grave crisis económica y política que tiene paralizada a una industria local antes próspera.

Todo apunta a que el gobierno –ese mismo que se jacta de que «Venezuela se está arreglando» porque mide la holgura del bolsillo de quienes se han enriquecido de manera sospechosa en los últimos años–, se ha propuesto acabar con lo que queda de empresa privada.

Desde expropiaciones y confiscaciones de tierras, galpones y fábricas hasta controles de precios y de cambio, pasando por el otorgamiento de divisas preferenciales a sus allegados y la tenaza impuesta a la banca para aprobar créditos por el aumento desmedido del encaje legal –entre otras medidas que tienen entre la espada y la pared a quienes se dedican a la actividad comercial–, el sector productivo privado ha tenido que luchar contra un gobierno que viola, con total impunidad, la autonomía y la descentralización.

Y más recientemente le ha tocado afrontar la competencia desleal de los productos importados exentos del pago de impuestos, así como el contrabando de rubros –especialmente de Colombia y Brasil– sin ningún tipo de control de calidad.

Este proceder equivocado solo afecta al país, por muchas razones. Entre ellas, porque el gran generador de riquezas y empleo formal es la empresa privada. Incluso lo reconoce la OIT cuando asegura que la mayor parte del empleo mundial procede de las pequeñas empresas y de los trabajadores independientes.

También porque la empresa privada es la proveedora más confiable de bienes y servicios de calidad. Y aún más, porque cuando salgamos de esta pesadilla e iniciemos la transición hacia un verdadero Estado democrático, al sector privado nacional le corresponderá asumir el rol de reactivarla economía y rescatar el empleo y, con ello, la posibilidad de vida y desarrollo para los trabajadores.

Una de las cosas que todos deben ver es que, en condiciones normales y aun adversas, la empresa privada produce bienes y servicios para toda la población.

¡Créanme cuando les digo que es muy duro ser empresario en tiempos de revolución! Pero la voracidad fiscal de los gobiernos nacional y municipales es tal que está propiciando en el comercio lo que durante estos últimos años se convirtió en una práctica común entre trabajadores: la migración a la informalidad.

¿Cómo aspira el Estado recaudar impuestos si no hay base imponible? Hincar el diente a los pocos que sobreviven a la vorágine fiscal no es la vía más expedita.

Generar confianza

Para recaudar más impuestos, primero se debe aumentar la confianza de los contribuyentes. No me opongo a que el Estado cobre más tributos, pero creo que debe hacerlo de manera más equitativa y, además, que todos podamos palpar que esos recursos sean bien invertidos en servicios de calidad.

Más y mejores impuestos no dependen solo de ampliar la base imponible o de facilitar el pago, sino también de fortalecer la relación entre contribuyente y autoridades fiscales.

¿Qué propongo al Estado venezolano? Que mejore la fiabilidad del sistema tributario; que genere confianza en los contribuyentes, pero también en los ciudadanos; que aumente la base tributaria brindando herramientas a tantos emprendedores que hoy no pueden legalizar sus compañías por tema de costos; y que optimice la ejecución de esos ingresos en servicios de calidad.

Pero también que impulse la rendición de cuentas; que apruebe políticas para reactivar, impulsar e incrementar la producción nacional, especialmente en el sector agrícola e industrial de las regiones, porque cada una tiene su particularidad; que corrija la política monetaria y fiscal para fortalecer nuestra moneda de curso legal y que controle la inflación; que permita el nacimiento de un nuevo sistema financiero y microfinanciero fuerte, abierto y moderno, así como la apertura del mercado de valores.

Por supuesto, que implemente políticas e incentivos económicos, financieros, fiscales y comerciales para todos los sectores productivos, a fin de apuntalar el sistema de producción y comercialización nacional e internacional, así como el de industrialización y de desarrollo sostenible. Hay que apostar por la producción nacional e importar lo estrictamente necesario.

A más empresas, más empleos, más tributos y más calidad de vida. Por eso, el gobierno está obligado a trabajar de la mano con la empresa privada y a preservar –y no espantar– las inversiones que deseen hacer, garantizando sus derechos de propiedad

griseldareyes@gmail.com

www.griseldareyes.com

Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.

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Paulina Gamus

Tomo prestado el título de la muy laureada película (cuatro Oscar, dos Globos de Oro y tres Bafta) de los hermanos Joel y Ethan Coen, cuyo argumento nada tiene que ver con lo que escribiré a continuación. La única relación —además del título— es que se trata de un western y es esa, en cierto modo, la vida que hemos tenido los venezolanos en los últimos 23 años con la particularidad de que en los western clásicos siempre ganan los «muchachos» y en el venezolano ganaron los bandidos.

Comenzaré con una pregunta a la que trataré de encontrar respuestas: ¿quién es viejo? Depende del país y del sexo. La primera vez que un conductor, molesto por alguna maniobra que hice con mi vehículo, me gritó ¡Vieja! yo tendría unos 35 años de edad. Luego, en la actividad política, aspiré a la dirección nacional de mi partido Acción Democrática cuando tenía 45 años. Humberto Celli, de AD y Eduardo Fernández, de Copei eran dos años más jóvenes que yo. Para el común, ellos eran la generación de relevo, yo era «la vieja Gamus». Pero mi pregunta aún no tiene respuesta. ¿Quién es viejo?

El expresidente uruguayo José Mujica, por ejemplo, se acaba de declarar no solo anciano sino casi terminal. En el reciente foro «El reto social de América latina», declaró: «No soy otra cosa que un anciano con consciencia de que se va, pertenezco a un tiempo que se va». Mujica tiene 87 año, pero tenía 80 cuando terminó su mandato en 2015.

Rafael Caldera tenía 78 cuando comenzó su segunda presidencia en 1994 y estoy segura de que en ningún momento sintió que su edad era un impedimento para ejercerla. Otra cosa es lo que pensaran los demás y esa es quizá la respuesta a mi pregunta: viejo es aquel que se siente viejo y no aquel a quien los demás ven como tal. Por ejemplo, Joaquín Sabina, el extraordinario cantautor español al cumplir 70 años ha dicho: «Yo no me veo con un corazón ni un cerebro de 70 años». En cambio, Charles de Gaulle debe haberse sentido muy aporreado por el paso del tiempo cuando pronunció la frase que se le atribuye: «La vejez es un naufragio».

Hay países cuya población se va llenando de personas de la tercera y cuarta edad, algunos gobernantes al manifestar lo que eso significa en los presupuestos de sus naciones han sido duramente criticados por insinuar la necesidad de practicar la eutanasia de esos ancianos que son una carga financiera. También lo son en numerosos casos, para sus familias, cuando padecen enfermedades irreversibles.

Pero carga o no, en los países de Europa donde es mayor el envejecimiento de la población, hay respeto por los ancianos y por hacerles la vida más fácil y llevadera. Los autobuses tienen plataformas para que suban las sillas de ruedas, en las calles y edificios hay rampas con el mismo objeto. En los cines, museos y teatros hay descuentos especiales para personas de edad avanzada.

En Venezuela, país gobernado con ficciones, simulación y palabras huecas, existe desde hace 11 años la Gran Misión en Amor Mayor (obsérvese que no es una misión cualquiera sino una muy, pero muy grande). En el décimo aniversario de la misma, Nicolás Maduro declaró: «La Gran Mision en Amor Mayor cumple 10 años protegiendo y reivindicando la lucha de nuestros adultos mayores. Como fiel defensor del legado del comandante Chávez, no descansaré hasta recuperar el estado de bienestar de los abuelos y abuelas, vulnerado por el bloqueo criminal». No podía faltar la culpa «del bloqueo criminal» para justificar que los ancianos deban hacer colas interminables para obtener una pensión miserable que apenas les alcanza para comprar un pollo o un cartón de huevos. Pero allí no queda el desprecio y humillación a los simplemente ancianos y nada de esa hipocresía de «adultos mayores». Muchas de las oficinas públicas, por ejemplo las del Saime, están ubicadas en locales a los que se solo se puede acceder por decenas de escalones que los ancianos no soportan.

Como desde los gobiernos municipales no se da el ejemplo de cumplir con las normas urbanísticas, los más modernos y lujosos edificios carecen de rampas para el acceso no solo de sillas de ruedas sino también de coches de bebés. Muchos arquitectos consideran que colocar pasamanos en las escaleras de acceso a esos edificios, afean el conjunto. Es decir que privilegian la estética frente a la seguridad de las personas. No sé cuántos viejos gozan de la suerte de no tener dolor de rodillas o de espalda y de esa manera no sufrir porque en las mejores clínicas del país y en los más pomposos restaurantes, las pocetas o inodoros sean tan bajitos y de tan molesto uso que parecieran diseñados para jardines de infancia, y que no tengan barandas.

Uno, una o unes (para hacerle una carantoña a la necedad del lenguaje inclusivo) puede ser viejo por partes. Por ejemplo, en mi caso, de la cintura hacia arriba (corazón y cerebro, como Joaquín Sabina) me siento de 40. De lo demás mejor no entrar en detalles. Pero he leído algo que me ha provocado un fresquito: los viejos de siempre lo seguimos siendo y cada año un poco más hasta que llega el final. Pero hay nuevos viejos y son nada menos que los millenialls. Según un artículo de Karelia Vásquez, en El País, los nacidos entre 1980 y 1996 son los nuevos ancianos en las redes, ahora manda la generación Z que será arrasada en unos años por la generación Alfa. Todos somos viejos o lo seremos en el próximo minuto». ¡Que alivio!

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

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Fernando Mires

Uno de los más mal entendidos temas de los muchos que trabajó Hannah Arendt es también uno de los más conocidos. Nos referimos al de la «banalidad del mal». No han faltado incluso quienes imaginan que la gran filósofa de la política pensaba que el mal era de por sí banal. Quienes hemos seguido el desarrollo del pensamiento de Arendt, sabemos, sin embargo, que el concepto de banalidad es un derivado del concepto de Kant acerca de la radicalidad del mal.

El caso Eichmann

Como es sabido, la proposición relativa a la banalidad del mal fue elaborada por Arendt observando la personalidad y escuchando opiniones emitidas por Adolf Eichmann durante el juicio a que fue sometido en Jerusalén. Acerca del concepto de banalidad no faltaron quienes creyeron que Arendt intentaba minimizar los crímenes cometidos por Eichmann. Nada más falso: Arendt estaba de acuerdo con la sentencia de pena de muerte aplicada al acusado. En el último párrafo del epílogo escribió Arendt su sentencia personal: la horca. Nada menos. Vale la pena citar el párrafo en toda su extensión, pues ahí está concentrada la esencia del argumento de Arendt acerca de la banalidad del mal. Como si estuviera dirigiéndose directamente a Eichmann, escribió:

Tú mismo has hablado de una culpabilidad por igual, en potencia, no en acto, de todos aquellos que vivieron en un Estado cuya principal finalidad política fue la comisión de inauditos delitos. Poco importan las accidentales circunstancias interiores o exteriores que te impulsaron a lo largo del camino a cuyo término te convertirías en un criminal, por cuanto media un abismo entre la realidad de lo que tú hiciste y la potencialidad de lo que los otros hubiesen podido hacer. Aquí nos ocupamos únicamente de lo que hiciste, no de la posible inocua de tu vida interior y de tus motivos, ni tampoco de la criminalidad en potencia de quienes te rodeaban. Has contado tu historia con palabras indicativas de que fuiste víctima de la mala suerte, y nosotros, conocedores de las circunstancias en que te hallaste, estamos dispuestos a reconocer, hasta cierto punto, que si estas te hubieran sido más favorables muy difícilmente habrías llegado a sentarte ante nosotros o ante cualquier otro tribunal penal. Si aceptamos, a efectos dialécticos, que tan solo a la mala suerte se debió que llegaras a ser voluntario instrumento de una organización de asesinato masivo, todavía queda el hecho de haber, tú, cumplimentado y, en consecuencia, apoyado activamente, una política de asesinato masivo. El mundo de la política en nada se asemeja a los parvularios; en materia política, la obediencia y el apoyo son una misma cosa. Y del mismo modo que tú apoyaste y cumplimentaste una política de unos hombres que no deseaban compartir la tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos de diversa nación — como si tú y tus superiores tuvierais el derecho de decidir quién puede y quién no puede habitar el mundo—, nosotros consideramos que nadie, es decir, ningún miembro de la raza humana, puede desear compartir la tierra contigo. Esta es la razón, la única razón, por la que has de ser ahorcado».

Arendt probablemente no sabía que Eichmann poseía dotes de actor. Su estrategia fue presentarse ante el juicio como víctima de circunstancias, y no como uno de los responsables del Holocausto. Una simple pieza de un engranaje de una maquinaria de la muerte, un hombre que solo cumplía ordenes y que bajo ningún aspecto podría ser señalado como responsable del genocidio.

Arendt no conocía demasiado la vida de Eichmann, y después de su libro, historiadores como Hans Mommsen, estudiando la biografía del acusado, pudieron llegar a la conclusión de que definitivamente Eichmann era un redomado antisemita y, por lo mismo, uno de los responsables del asesinato colectivo que había tenido lugar en las cámaras de gases.

Como sea, más allá de la persona de Eichmann, intentó demostrar Arendt que de verdad hubo personas que solo se limitaron, como si fueran autómatas, a cumplir ordenes y que, bajo otras circunstancias, no habrían sido los asesinos que llegaron a ser. Frente a ese tipo de personas Arendt no fue benevolente. Lo que importaba es lo que un individuo ha hecho y no lo que pudiera no haber hecho si las cosas se hubieran dado de una manera distinta.

Cada ser es responsable de sí y de sus actos, fue el veredicto de Arendt. Hay por cierto, circunstancias atenuantes, pero según Arendt, en el caso de Eichmann, no las había. ¿Qué hubiera actuado como un autómata? Eso no importa. Cada uno es responsable si decide ser un autómata o un ser humano. ¿Dónde reside entonces la banalidad del mal? Aunque parezca tautología, la banalidad del mal reside en su banalización. Quiere decir: el mal nunca será banal, pero sí puede ser banalizado.

Para poner un ejemplo, un soldado de un ejército invasor que mata en las batallas a soldados enemigos no puede ser acusado de asesinato. Pero si ese soldado mata a personas indefensas, a soldados ya rendidos, viola a mujeres, incendia casas, ese soldado sí es un asesino. ¿Y si ha recibido ordenes para cometer esos crímenes? Igualmente, es culpable de no haberse rebelado en contra de los crímenes de guerra que cualquier soldado profesional debe conocer. Obedecer a una orden ilegal no absuelve a nadie.

La guerra es de por sí un crimen, nos diría un pacifista antipolítico. Pero hay crímenes de guerra, y frente a esos crímenes son responsables tantos los que dan como los que reciben ordenes. Decir entonces, yo maté porque así me lo ordenaron, es convertir un asesinato en el simple cumplimiento de una orden. En un acto banal. Y como la mayoría de los asesinos siempre recurrirán a argumentos para justificar sus asesinatos, casi todo asesinato podría ser banalizado pues la banalidad del mal proviene de la incapacidad de sentirse culpable. Repitamos: no hay banalidad sin banalización.

Eichmann intentó banalizar, como la mayoría de los asesinos, sus asesinatos. Mediante su coartada intentó aparecer como un inocente. En muchos casos, y este era el de Eichmann, ese intento podría aumentar incluso su culpabilidad. Primero, el hechor cometió un crimen. Segundo, intentó banalizarlo ante él y ante los demás.

El caso Filbinger

Tiempo después del caso Eichmann, en la Alemania del milagro económico y de la consolidación democrática, tuvo lugar una discusión similar a la que intentó estimular Arendt en Israel y en los EE UU. Nos referimos al ya olvidado, pero en su tiempo muy divulgado caso Filbinger

Hans Karl Filbinger (1913- 2007) fue juez durante la época nazi. Después de haber sido rehabilitado, llegó a ser como político de la CDU, ministro presidente del estado Baden-Württemberg (1966-1978).

Ante sus muchos seguidores, Filbinger representaba valores conservadores (patriarcales, autoritarios, religiosos, patriotas). Las elecciones solía ganarlas con mayoría abrumadora. Pero en 1978 el actor Rolf Hochhuth lo denunció por haber sido uno de los juristas más implacables del régimen nazi, llamándolo «jurista terrible» (denominación que en la Alemania de posguerra era aplicada a los juristas al servicio personal de Hitler). Acusación que habría pasado desapercibida si es que el mismo Filbinger no hubiera levantado una querella en contra del actor. Fue ahí cuando la prensa descubrió el tortuoso pasado del político.

Como juez de la Marina, Filbinger había condenado a muerte a marinos desertores. El proceso judicial, iniciado por el mismo Filbinger, demostraría que la denominación «jurista terrible» era perfectamente aplicable a su persona. A la CDU no quedó más alternativa que destituir al patriarca. Por cierto, no fue condenado ni a prisión ni a nada. Tuvo suerte. Durante el tiempo del juicio a Eichmann habría sido condenado a muerte.

Lo que más llamó la atención fue la absoluta incapacidad de Filbinger para hacerse cargo de su pasado. Pese a que sus propios hijos se distanciaron de él, siguió, hasta el momento de su muerte, sosteniendo que había sido una víctima de una confabulación urdida en la RDA. Con esa negación Filbinger pasó a engrosar una larga fila de posnazis incapaces de asumir la realidad vivida. La había borrado de su mente y, por ende, de su biografía.

¿Por qué rememoro aquí el ya casi olvidado caso Filbinger? Por una sola razón. Filbinger, como Eichmann, intentó banalizar el mal. Pero Filbinger no usó el argumento de Eichmann («yo solo cumplía órdenes») sino otro más refinado: «Yo solo aplicaba las leyes». Como dijera Filbinger en una entrevista a Der Spiegel: «Yo no soy responsable de las malas leyes. Mi trabajo era solo hacerlas cumplir». Con esas palabras la banalización del mal se convertía en la legalización del mal.

Efectivamente, desde un punto de vista puramente legal, Filbinger no había cometido ningún delito. Su falta era moral: obedecer ciegamente a las leyes de una dictadura sin considerar que una dictadura, por serlo, es anticonstitucional y por lo mismo ilegal. Las leyes dictadas por una dictadura solo pueden ser legales para los partidarios de una dictadura. Y aquí topamos con uno de los temas más controvertidos del derecho público y privado: la relación entre legalidad y legitimidad.

Legalidad y legitimidad

El tema fue tratado a fondo por el jurista Carl Schmitt para quien la legalidad no cubre todo el espacio de la legitimidad de modo que algo puede ser legítimo y no ser legal a la vez. Ahí, sin mencionarlo, Schmitt recurría a nociones establecidas filosóficamente por Immanuel Kant. La diferencia es que mientras para Schmitt legitimidad y legalidad eran términos contrapuestos, para Kant eran conceptos interdeterminados.

Kant, a pesar de ser un apasionado defensor de la ley constitucional, no era legalista. Las leyes, según Kant, deben ser respetadas porque provienen de la razón práctica, vale decir de las experiencias de vida. De ahí surge la moral y de la moral, la religión y el derecho. De tal modo las leyes, según Kant, se encuentran afiliadas a la razón hecha moral y a la moral hecha ley. Cuando hay discordancia entre ley y moral, quiere decir que algo anda mal en las leyes. De esa constatación dedujo Kant una de sus máximas más famosas: «Haz todo lo que las leyes prescriben, pero no hagas todo lo que las leyes permiten». Quiere decir, más allá de la legalidad hay un espacio donde nos está permitido regirnos por una moralidad que no puede ser totalmente cubierta con el manto de la legalidad.

No todo lo legal es justo ni todo lo justo es legal, podría haber dicho Kant. Hay por lo tanto en su filosofía jurídica, una sobredeterminación de la moral en el derecho público y privado. Una palabra alemana, casi intraducible a otros idiomas, expresa de modo preciso esa sobredeterminación: sitte.

Sitte es la moral que proviene de la tradición y de las costumbres. De este modo uno podría contravenir la sittlichkeit sin contravenir la legalidad. Pongamos ejemplos: no responder al saludo de un vecino, no es ilegal, pero no es sittlich. No cumplir una promesa dada a alguien, no es ilegal, pero no es sittlich. Ser elegido presidente en nombre de la paz y llevar al país a la guerra, no es ilegal, pero no es sittlich. Podríamos seguir con ejemplos parecidos.

Ahora, lo ideal es que moral, sittlichkeit y legalidad, sean correspondientes entre sí. Por eso recomendaba Kant que, no habiendo en determinadas situaciones una ley por la cual regirse, debemos actuar como si hubiera una, siguiendo máximas que condensan las formas de conducta en campos no considerados por la legalidad. Por lo mismo, hay situaciones extremas en las cuales la discordancia entre moral y legalidad es tan discrepante que no queda más alternativa sino tomar una decisión o a favor de la ley sin sustrato moral, o a favor de la moral de donde provienen las leyes.

Eichmann dijo que solo recibía órdenes. Lo que no dijo es que las recibía de una camarilla de miserables asesinos. En el caso de Filbinger, él dijo que dictaminaba de acuerdo a leyes que bien podrían ser malas, pero no dijo que esas leyes (decretos) provenían de la voluntad de un caudillo criminal que había puesto su palabra por sobre la Constitución, las leyes y la moral.

Hitler, al renunciar tanto a la legalidad como a la moral establecida fue, si seguimos a Kant, una expresión máxima del mal. De un mal imposible de ser banalizado. De un mal que no se sujeta a nada ni a nadie. De ese mal que hoy representa Vladimir Putin. El mal radical, así lo llamó Kant.

El caso Putin

El mal radical es el mal puro, radicalmente desbanalizado, imposible de ser justificado por nada. Es el regreso a una supuesta condición natural, cuando no había moral, ni ética, ni normas, ni dioses, ni leyes, ni palabras. El mismo Hitler lo sabía. Siempre ocultó el Holocausto, incluso ante ante su propia gente. Sabía por lo mismo que había pasado la raya que separa a la condición humana de otra a la que no sabemos cómo llamar.

Hitler no se dejaba regir por nada diferente a su propia voluntad. Pero Hitler no era un ser irracional, eso sería defenderlo. Sus visiones eran irracionales, pero intentó realizarlas aplicando una sistemática racionalidad instrumental. La racionalidad del mal radical, podríamos llamarla. Precisamente a esa racionalidad se refería hace unos días el presidente de los EE UU cuando dijo que Putin era muy racional para llevar a cabo una obra irracional. Si es así, Putin no puede ser comparado con Stalin, pero sí con Hitler.

Stalin era sin duda tan o más asesino que Hitler. Pero incluso su maldad podía ser banalizada por la existencia de un partido, de una tradición leninista, por la creencia en una ciencia de la historia según la cual era necesario hacer parir el comunismo desde el vientre sangriento del capitalismo. Stalin asesinaba a seres que se anteponían a su enloquecida visión del mundo. Pero siempre perseguía un objetivo según él, necesario. No así Hitler, quien mandó asesinar a los miembros de un pueblo no por lo que hacían o no hacían sino por lo que eran: judíos. Por eso la lógica asesina de Putin se encuentra mucho más cerca de Hitler que la de su antecesor ruso. Putin es el Hitler de nuestro tiempo.

Radical ha sido desde un comienzo la maldad de Putin. Tanto en las masacres cometidas en Siria, Georgia y sobre todo en Chechenia, Putin rompió con todas las normas y leyes de la guerra. Los gobernantes europeos lo sabían. Pero para ellos las guerras de Putin pertenecían a una barbarie de la que creían estar lejos. Hasta que la guerra de Putin llegó a la europea Ucrania. Al mundo de la civilización, de las constituciones, de los derechos humanos.

Según Putin, lo escribió el mismo en su ensayo del 2021, Ucrania pertenece a Rusia de acuerdo a lazos idiomáticos y vínculos de sangre. Partiendo de esa premisa, bautizó a todos los ucranianos que no querían ser parte del estado ruso, como nazis. La invasión a Ucrania, comenzada el 2014 con la ocupación de Crimea y de los territorios del Donbás, fue realizada en nombre de una razón biologista y naturalista. Su objetivo era la rusificación de Ucrania, no combatir a la ampliación de la OTAN, como trataron de justificar algunos irresponsables académicos occidentales. Sobre eso ya casi no hay discusión.

Las acciones militares de Rusia han estado dirigidas desde el primer comienzo en contra de la población ucraniana. Como si hubiera duda, Putin acaba de confesarlo. Cuando se enteró de que ese puente simbólico y real destinado a unir Crimea con Rusia, había parcialmente explotado, dijo «hoy tenemos un sano deseo de venganza». Lo que no dijo es lo que hizo. No tomó represalia en contra de puentes ucranianos sino en contra de los habitantes de Kiev.

Los puentes son objetivos de guerra, esa es una verdad elemental de todos los manuales militares. Bombardear puentes es impedir el transporte de armas y soldados enemigos. Pero teatros, plazas, mercados, estaciones, calles, no son objetivos de guerra. Por cierto, desde que hay guerras la población civil ha sido la principal víctima. Basta recordar a Vietnam e Irak. Pero nunca la población ha sido el principal objetivo. Pues bien, Putin ha asesinado a ucranianos simplemente porque son ucranianos.

Sabemos que el Holocausto al pueblo judío es incomparable. Pero la lógica que lleva a matar a seres humanos por lo que son, es decir, por su culpa de ser, es también la de Putin.

Mamá, ¿por qué caen bombas sobre el jardín infantil? Preguntó un niño de nueve años a su madre, la periodista Nonna Stefanova. Después de vacilar, ella decidió responder con la verdad: porque somos ucranianos.

Leo de nuevo el dictamen de Hannah Arent sobre Eichmann. En una de sus frases dice, Eichmann debe morir porque se tomó el derecho a decidir cuáles pueblos deben poblar o no a la tierra. Putin también se tomó ese derecho. Los ucranianos, para él, solo deben existir como rusos. Por eso pienso y digo: si hubiera un poder supranacional, Putin, de acuerdo al dictado de Hannah Arendt sobre Eichmann, debería ser ejecutado. Por la radicalidad del mal cometido, Putin pertenece al mundo de los muertos.

Esa posibilidad, la muerte biológica de Putin, está muy lejos de nuestra voluntad. Como tantos dictadores, puede que muera tranquilamente en su cama. Incluso puede que sea santificado por ese monje degenerado llamado Kirill, quien ha dicho (textual) que Putin fue enviado por Dios a Rusia. Como sea, Occidente no está en condiciones de deshacerse de la radicalidad del mal representada por el dictador ruso; pero sí está en condiciones de defender a Ucrania y con ello, de infligir una derrota a Putin. Esa derrota sería una victoria de la razón, de la moral y del derecho internacional.

Putin, al menos, debe morir políticamente. Y para que eso ocurra, debe ser derrotado militarmente. Ojalá para siempre.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

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