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Opinión

Con la renuncia del cardenal Jorge Urosa Savino al Arzobispado de Caracas, siguiendo las normas canónicas que la imponen por razones de edad, después de una fructífera labor, la Santa Sede ha encomendado al arzobispo de Mérida, Baltazar Porras, la tarea de sustituirlo como administrador apostólico, con todas las facultades y atribuciones de los arzobispos metropolitanos, hasta tanto se designe al nuevo titular.

En un momento de dificultades, en un país agobiado por la más grave crisis de los últimos tiempos –y no sé si de nuestra historia– le corresponde a Baltazar Porras la conducción espiritual de Caracas.

¡Nada más difícil que administrar una transición! Sin duda, cada pastor le imprime su sello a la labor que se le asigna. Jorge Urosa tuvo a su cargo una etapa difícil a la que respondió con firmeza e inequívoca conducta que dejó en claro la posición de la Iglesia en defensa de los intereses de los más necesitados y por la afirmación de un sistema de libertades.

A Baltazar le toca continuar el trabajo arzobispal en la capital de un país desdibujado, deshilachado, desesperanzado y con sombrías expectativas que deben ser descartadas con el trabajo, la constancia y el “discernimiento” de quienes no han cesado ni un momento en su afán de lucha por la reconstrucción democrática del país.

El nuevo administrador apostólico, caraqueño identificado con nuestros Andes, se formó con los padres Agustinos Recoletos del Fray Luis de León y en las aulas de la Escuela Parroquial de Santa Teresa, con monseñor Hortensio Carrillo, para ingresar luego al Seminario Interdiocesano de Caracas y culminar su formación en España.

Ciudadano del mundo, hombre de la Iglesia, cardenal, historiador, pero, sobre todas las cosas, pastor de su pueblo, solidario con el dolor y las angustias de las comunidades marginadas, Baltazar Porras asume la encomienda del papa Francisco de ser testimonio viviente de fe, promotor de cambios en procura del futuro que soñamos, con “hambre de servicio al bien común”, con una Iglesia, que somos todos, comprometida con sus ideales de paz y justicia.

No es la primera vez que Baltazar Porras es llamado a un compromiso de solidaridad eclesial en apremiantes circunstancias. La ruta abierta por sus predecesores, la experiencia de momentos cruciales de la historia y la sabiduría que ha recibido como legado de sus maestros, con la fuerza de la fe y las oraciones de todos, sin duda iluminarán el trecho del camino en el que ahora debe servir de guía, samaritano y portador del mensaje evangélico, con la mira puesta en un futuro de esperanza, en el marco de una sociedad ajena a los odios que han sembrado la división entre hermanos y que no renuncia al anhelo de reconciliación que debe ser el signo de la nueva Venezuela.

aas@arteagasanchez.com

­­@ArteagaSanchez

El Nacional

30 de julio de 2018

 2 min


Convocar al liderazgo de los principales partidos democráticos con el objetivo de reconstruir la unidad es algo loable, necesario y demandado por la situación del país.

Situación que no hará sino empeorar porque la crisis sistémica que padecemos es consecuencia de la imposición de un régimen con vocación totalitaria que concibe la política económica como un instrumento de control y no una herramienta para crear y generar prosperidad. Además quienes gobiernan no muestran ningún propósito de enmienda o rectificación a pesar de que la crisis no hace más que profundizarse y para muestra un botón: el FMI prevé una inflación de 1000000% para finales del año en curso.

No hay que ser un genio de la política o un estratega consumado para advertir que la cita opositora (escenificada la semana pasada) debía ser lo más reservada posible visto el desencuentro dramático existente entre la dirigencia democrática y la necesidad de recuperar la confianza, limar asperezas y explorar puntos de encuentro y coincidencias entre esos actores políticos.

La forma discreta (que no secreta, asunto hoy día imposible) como fue convocada y escenificada la reunión de marras no supone, necesaria ni fatalmente, pactos secretos o acuerdos contra natura. Entiendo, por información de algunos de los sectores participantes, que la discreción al respecto fue evaluada conveniente por ser un nuevo intento para tratar de allanar diferencias; por tanto no era conveniente crear expectativas que no pudieran ser satisfechas y de este modo generar más incertidumbre y frustración en el movimiento opositor.

No entiendo ni comparto el rechazo y las reacciones histéricas, destempladas e impertinentes de algunos por la realización del encuentro; tampoco el reclamo airado por la ausencia de otros actores en la misma. Era correcto reunir en primera instancia a las principales fuerzas democráticas y digo principales porque en su conjunto PJ, VP, AD, UNT Y AP cuentan con la mayoría determinante de los miembros de la Asamblea Nacional (único rasero objetivo con el que se cuenta) y son los partidos -con todas sus deficiencias y limitaciones- de mayor vertebración nacional. Lo cual no implica la exclusión de otros sectores en la posible reconstrucción de la unidad democrática.

Tampoco me pareció conveniente que voceros de uno de los partidos participantes jugara posición adelantada develando el encuentro sin que hubiese un acuerdo entre los participantes para hacerlo, ni decidido en consecuencia cómo y qué informar, tal como es lo recomendable y pertinente en tales circunstancias. Espero que haya sido un desliz cuyas consecuencias no tengamos que lamentar.

En la presente situación hay que ser realistas en materia de unidad. Si los intentos por lograr un reagrupamiento y convergencia de todos quienes se reconocen opositores al régimen -lo cual sería lo pertinente y deseable- se frustra, ya sea porque persisten diferencias sustantivas en términos de la caracterización del régimen (asunto nada baladí, ni circunscrito al mundo académico), o en la estrategia (votar siempre aunque persista la ausencia de condiciones o votar cuando se recuperen las prescritas constitucionalmente), o porque algunos crean (contra toda evidencia) que solos pueden derrotar al régimen; sigue siendo pertinente y necesario la confluencia de algunos para construir algún tipo de unidad entre las fuerzas políticas y sociales para luchar contra el régimen en mejores condiciones.

La responsabilidad de hacer todo lo necesario e imprescindible para construir la unidad posible y necesaria la tienen en primer lugar las principales fuerzas democráticas. Las condiciones objetivas existen y no son otras que el inmenso deseo de cambio que anida en la mayoría del cuerpo social de la nación. Deseo que de nuevo se está materializando en las numerosas protestas gremiales, laborales, ciudadanas y vecinales en contra de la desidia e incapacidad oficialista por resolver los problemas del ciudadano común.

Es conveniente puntualizar que la presión internacional no basta para derrotar al régimen, que sin una alternativa de cambio consistente y convocante el chavismo continuará en el poder.

Caracas, 23 de julio de 2018

 3 min


La historia no se repite, pero en el caso venezolano, la mayoría de la oposición viene de realizar una copia casi al carbón, de las prácticas impuestas por los actores políticos de la izquierda venezolana, alzada en armas contra un régimen que apenas tenía unos años de prueba en el ejercicio electoral. Los antecedentes por la defensa del voto como la única arma democrática para producir los cambios en paz sobran en este país, precisamente de manos de aquellos líderes a los cuales los actuales dirigentes opositores, deben de tenerlos como ejemplos a seguir en la lucha por el rescate de la democracia.

Traer a colación esa historia viva de la jornada electoral del 1° de diciembre de 1963, (tomada del libro “70 años de Crónicas en Venezuela”) no tendría sentido si no fuese por la fe y la esperanza expuesta en la crónica periodística de la “Revista Momento”, muy leída y divulgada en aquellos tiempos azarosos de un ensayo político que, tanta sangre derramada, exilios, carcelazos y torturas le costó a un liderazgo, el cual junto a su pueblo provocó la caída de la dictadura perejimenista y la puesta en escena de la democracia representativa, vigente hasta la aprobación del nuevo régimen constitucional del 1999.

Ese día Rómulo Betancourt, votó a las 10:03 de la mañana en el Colegio Chávez, entre Mijares y Altagracia. Arturo Uslar Pietri lo hizo a las 8:15 am en la Escuela Gabriela Mistral del 23 de enero. Rafael Caldera, cumplió el requisito cívico en una mesa electoral de El Recreo. Mientras que Leoni votó a las 7:25 en un local de Chacao y Jóvito Villalba, quizás el más madrugador, lo hizo a las 6:08 minutos de la mañana en la Escuela República del Ecuador, en la avenida San Martín. A las 9:10 votó Germán Borregales, en el Colegio Chávez, y Wolfgang Larrazábal compareció a las urnas en Santa Mónica.

Las votaciones prosiguieron, indicando que todos los frentes y a pesar de todas las artimañas puestas en movimiento por los enemigos del orden, los caraqueños dieron una aplastante batalla al miedo, pasaron victoriosos y llegaron triunfantes a expresar su voluntad política, dándose paso a un inolvidable ejemplo de civilidad como tal vez antes no se había visto en nuestra capital, porque si es cierto que por tres veces antes los habitantes de esta ciudad habían votado libremente (1946, 1947 y 1958), nunca antes lo habían hecho contra el terrorismo sistemático y la intimidación armada.

Es la fuerza de la historia, y quien escribe acompañó por casi 20 años, políticas abstencionistas y llamados reiterativos al boicot electoral. Como balance de todo ese peregrinar de la no participación en elecciones, les puedo decir que hubo de esperar la izquierda radical, desde su llamado a la abstención electoral, desde ese diciembre de 1963 hasta la aparición de Hugo Chávez, para recuperase de aquel error y llegar al poder de la mano, irónicamente de un militar el cual seguramente muy de cerca, nos pisó los talones en nuestra porfía insurgente.

Irá a repetirse la historia con este nuevo liderazgo político, que ahora se aleja de la lucha electoral. Ya veremos si quiere atravesar la tragedia histórica de pasar décadas sin acercarse al poder, por andar rehuyendo de la participación en elecciones, bajo el argumento de un condicionismo, solo exigible a regímenes verdaderamente democrático y respetuosos del derecho que tienen los ciudadanos a dirimir sus conflictos en paz. Vamos acompañar al pueblo en todas sus manifestaciones y protestas ante la realidad que lo aniquila, este es una vía y quizás la de mayor relevancia, pero sin descartar las otras formas de lucha. Sigamos por ese camino, pero sin descartar el camino electoral.

 2 min


​José E. Rodríguez Rojas

El chavismo como gobierno ha tendido a recorrer una ruta similar al del peronismo argentino y la Cuba de los Castro. Ha conllevado una destrucción de las capacidades productiva del país, generando una involución que ha implicado un descenso de la importancia de la economía de Venezuela, que ha pasado de ser la cuarta economía de América Latina a ser la séptima. El caso de Venezuela es anómalo entre las economías de mediano y gran tamaño de la región que en las década recientes han tendido a crecer.

Que un proyecto político genere una involución en las capacidades productivas de un país no es una novedad en América Latina. Cuba era una economía prospera, antes de la llegada de los Castros al poder, e involucionó hasta convertirse en una economía parasitaria, cuya sobrevivencia solo es posible si otros países acuden en su ayuda a subsidiar el desastre nacional. Otra experiencia histórica, muy similar a la de Venezuela, fue la que sucedió con la llegada del peronismo al poder en Argentina. A inicios del siglo veinte el país austral rivalizaba en su nivel de vida con los europeos. Varios factores tanto internos como externos cambiarían esta situación. Uno de ellos fue la llegada de Perón, y la reconcomiada Evita, al poder; sus políticas sumergirían a la economía argentina en una combinación de estancamiento económico e inflación que inició el camino hacia el hundimiento del país austral en un caos de hiperinflación y pobreza.

En el contexto descrito el chavismo como gobierno ha tendido a recorrer una ruta similar al del peronismo argentino y la Cuba de los Castro. Ha conllevado una destrucción de las capacidades productiva del país, retrotrayéndonos a los niveles de producción de la década de 1950 (Ver: Rodríguez Rojas, José E. El chavismo: un proyecto destructivo. Dígalo Ahí, julio 2018). Esta involución ha implicado un descenso de la importancia de la economía de Venezuela en el contexto de América Latina.

Los organismos internacionales clasifican las economías de América Latina, por su tamaño, en un ranking donde el Producto Interno Bruto (PIB) es el indicador de referencia utilizado para dimensionar el tamaño. El PIB se define como el valor de la producción total de bienes y servicios que se generan en el territorio de un país. Los niveles de producción de un país tienen mucho que ver con la dimensión del territorio, por lo cual el ranking, para el año 2007, es encabezado por los países de mayor dimensión territorial como el gigante Brasil encabezando la lista, luego se ubica México y después Argentina. A continuación de los países de mayor dimensión territorial se ubicaba Venezuela en el cuarto lugar y detrás de Venezuela los países de mediano tamaño como Colombia, Chile, Perú y Ecuador (ver cuadro 1).

En la medida que el chavismo llegó al poder y se inició el proceso de destrucción de las capacidades productivas que lo ha caracterizado, esta situación comenzó a cambiar. Este proceso fue motivo de un artículo en el diario español El País donde se reportaba que Venezuela estaba disminuyendo su posición en el ranking de las economías latinoamericanas. En los años posteriores al 2007, reportaba el artículo de El País, otros países de América Latina, comenzaron a desplazar a Venezuela. Cuando examinamos las estadísticas observamos que, para el año 2015, Colombia ocupaba el cuarto lugar y Chile el quinto, desplazando a Venezuela, la cual fue relegada al sexto lugar (ver cuadro 2, anexo). Esto es consecuencia del crecimiento del PIB de las economías citadas y del retroceso de nuestro país. En los cuadros 1y 2 podemos observar que mientras Venezuela disminuyó su PIB entre el año 2007 y 2015, Colombia por ejemplo, lo aumentó de 203 a 378 mil millones de dólares, un incremento del 86%. Ello revela que el comportamiento de Venezuela es un caso anómalo entre las economías de mediano y gran tamaño de la región.

El mencionado artículo de El País señalaba, en el año 2016, que era previsible que la economía de Venezuela se siguiera contrayendo y que su descenso en el ranking de las economías latinoamericanas continuara. En efecto cuando observamos las estadísticas del año 2017 observamos que Perú se ubicaba en el sexto lugar relegando a Venezuela al séptimo puesto (ver cuadro 3, anexo).

Anexos

Cuadro 1. Países grandes y medianos de América Latina clasificados por el tamaño de su economía, año 2007.

País

PIB (miles de millones de dólares)

Ranking

Brasil

1268,46

1

México

1022,06

2

Argentina

262,33

3

Venezuela

228,07

4

Colombia

202,92

5

Chile

163,91

6

Perú

107,05

7

Fuente: CEPAL; cálculos propios.

Cuadro 2. Países grandes y medianos de América Latina clasificados por el tamaño de su economía, año 2015.

País

PIB (miles de millones de dólares)

Ranking

Brasil

2346

1

México

1291

2

Argentina

543,1

3

Colombia

377,9

4

Chile

258

5

Venezuela

206,3

6

Perú

202,6

7

Fuente: FMI; cálculos propios.

Cuadro 3. Países grandes y medianos de América Latina clasificados por el tamaño de su economía, año 2017.

País

PIB (miles de millones de dólares)

Ranking

Brasil

2055

1

México

1149,2

2

Argentina

637,7

3

Colombia

309,2

4

Chile

277

5

Perú

215,2

6

Venezuela

210,1

7

Fuente: FMI

Profesor UCV

josenri2@gmail.com

 4 min


Lester L. López O.

Apreciación de la situación política # 140

El IV congreso del PSUV en curso ha mostrado fisuras de las divergencias que existen en diferentes factores o grupos de partidarios que hasta ahora siguen la linea oficialistas, pero se ha hecho evidente el desmarcaje de muchos presentes entre los que se consideran chavistas y los nuevos maduristas. De los primeros, muchos son seguidores del héroe del mazo dando y actual presidente de la fraudulenta ANC, otros, son los seguidores de la secta siria merideña que mantienen cuotas de poder en el sector económico (que es lo que les interesa) a pesar de que su líder fue desfenestrado de la vicepresidencia hace poco tiempo y otros, los más puritanos, son los seguidores de los que dicen que defienden el legado del difunto eterno y que el mandamas ha tracionado; por supuesto hay los seguidores de este último que mantienen un bajo perfil (o estan en franca minoría) que poco han contribuido a la discusión.

Aunque el congreso intenta hacer seguimiento al plan de la patria, la mayoría de los asistentes han ido manifestando sus disconformidad con la inflación y la crisis , el cuento de la guerra económica ya no es sostenible y ni ellos mismos se la creen, por los que algunos delegados intentaron hacerle llegar al mandamás sugerencias para mejorar la economía lo cual fue rechazado de inmediato e impuso el plan de reconversión monetaria para el 20 de Agosto bajo la observación de que los que no estuvieran de acuerdo serían enemigos del régimen. Pero el descontento queda.

El problema del plan económico es que no resuelve ninguno de los problemas actuales y más bien empeoran los que hay, lo que ha incrementado el malestar de la población que incluye la mayor parte del chavismo popular. Eliminarle dos ceros adicionales a los previstos inicialmente, hasta ahora no ha tenido ninguna explicación racional económica para los entendidos, es algo así como establecer un nuevo cono monetario sobre el que se pensaba instalar el cuatro de agosto, pero sin billetes y monedas que lo soporten, además también plantean anclar el nuevo Bolívar soberano al Petro que es una criptomoneda con un valor virtual que tampoco se conoce, si conocer el valor del dólar era complicado, ahora con este anclaje será mucho más. La forma como quiere implantar el gobierno estas medidas, su dudosa aplicabilidad y su probable fracaso pronosticado, simplemente da a entender que el gobierno y su gabinete económico no tienen idea de qué hacer con el desastre económico que propiciaron.

La hiperinflación ha colapsado la función pública en general y los diferentes servicios básicos, que se agregan a la larga lista de penurias que ya sufrimos los venezolanos.

Desde el lado opositor, aún brillan por su ausencia los dirigentes políticos que deberían estar sacando réditos políticos al desastre administrativo de este régimen, pareciera que no hay forma de que puedan llegar a un acuerdo mínimo para dirigir el cambio político que se necesita y por otra parte muchos gremios, asociaciones, sindicatos, etc., han mantenido protestas aisladas cuya única eficacia política es que existe un gran descontento popular que va en aumento cada día.

Por otra parte la AN con el TSJ en el exilio no terminan de acordarse en cómo resolver la declaratoria de vacante del cargo que se decretó contra el mandamás y cuya consecuencia final sería una situación de vacío de poder que conllevaría a la designación de un gobierno de emergencia que eventualmente sería reconocido por la comunidad internacional que reconocen la legitimidad, tanto de la AN como el TSJ en el exilio, pero que por supuesto el régimen, aferrado al poder, no reconocerá.

Lo cierto es que de imponer el régimen su programa económico para el 20 de agosto encontrará a un país ingobernado e ingobernable cuyas consecuencias sería de pronósticos reservados, un país a la deriva.

@lesterllopezo 29/07/18

 3 min


Alberto Hernández

1.-

Un largo período ha logrado desestimar algunos razonamientos.

Mientras el polvo de la historia que nos marca se esparce por nuestros cuerpos, voces -disidentes o no- tratan de arbitrar el destino de lo que nos tocará vivir en los próximos meses.

Son casi veinte años de lujuria de un régimen que se instaló para destruir lo que se había logrado con el sacrificio, en medio de todos los errores de dirigentes y familias. El país de las utopías, el de las nostalgias, es hoy un país sin asidero. Aquella visión eurocéntrica –romántica en su contenido, enciclopédica en su resignación- derivó en un lago donde las epidemias y los rayos del Catatumbo destacaron la nominación que hoy podría ser parte de un arrepentimiento: aquella Pequeña Venecia no era más que un rancherío infesto, una comunidad alejada de los más elementales insumos de la decadencia del Viejo Continente. Los viajeros de Indias vieron en los palafitos lo que allá sobraba. De modo que el sobrado le fue endilgado con un nombre a un país cuyo engreimiento es el soporte de una decisión totalitaria de la vida.

Venezuela siempre buscó atajos.

Luego del paso por todas las dictaduras militares, incluyendo la de los “héroes de la Independencia”, toda vez que la anarquía y el carácter arisco de la población las requerían (juicios cuyo determinismo también forma parte de la tradición uniformada), el país, el pequeño país adulterado por un nombre que contiene un insulto, arribó en el siglo pasado a 40 años de relativa tranquilidad, de una democracia con sobresaltos, como toda democracia, pero rellenada con los díscolos aspavientos de quienes se agarraron de la vieja creencia de que era posible hacer una revolución, luego de la ocurrencia fracasada cubana, alimentada ésta por los brutales contenidos que vendió a estos países la Unión Soviética.

Y allí nos quedamos. Entonces la “Pequeña Venecia”, la “Tierra de Gracia” comenzó a tomarse como propia una ideología que ya había sido derrotada en sus mismas entrañas.

Somos un país probeta. Un laboratorio contaminado mucho antes de la llegada de Europa.

Venezuela es un regocijo para ideólogos e intelectuales del Viejo Continente. Sobre todo, provenientes de la engañosa Francia, ahora de la España que no encuentra su propio destino.

La historia, comentada aquí, es una fractura. La emoción domina el cerebro. Y he allí nuestra tragedia. Tenemos más tejido cardíaco que dendritas.

2.-

Ahora que estamos metidos en este berenjenal, se buscan las salidas. El laberinto se ha hecho más tenebroso. La Venezuela de hoy atraviesa por una crisis que costará desmontarla. Los militares, bisagra de esta situación, administran nuestro día a día. Mientras tanto, los llamados civiles revolucionarios se despepitan soñando con el Che Guevara, con los hermanos Castro, con la Rusia de Putin, con la China capitalista salvaje de estos días en los que el Pato Donald baila en Shanghai, y descargan sus hormonas marxistoides contra el inveterado Imperio Norteamericano.

El juego sigue su curso.

La sangre hierve. El cerebro sucumbe. El corazón se agita.

¿Qué es la transición?

Un viaje que podría ser muy largo como podría ser violentamente corto. Pero ¿se logra la transición mientras el régimen golpea con un mazo, insulta y a la vez exige diálogo?

La llamada modernidad no aporta el suficiente ADN para identificar el entendimiento. Claro, eso no tiene que ver con quienes abundan en palabras y finalmente no dicen nada. Pero el tiempo también tiene una mecha. El tiempo es explosivo. Y la modernidad es un espejo roto.

Visto así, nos queda la narrativa de una expresión, “vita activa”, develada por Hannah Arendt en su libro “La condición humana”:

“La expresión “vita activa”, comprensiva de todas las actividades humanas y definida desde el punto de vista de la absoluta quietud contemplativa, se halla más próxima a la “ashkolia” (“inquietud”) griega, con la que Aristóteles designaba a toda actividad, que al “bios politikos” griego. Ya en Aristóteles la distinción entre quietud e inquietud, entre una casi jadeante abstención del movimiento físico externo y la actividad de cualquier clase, es más decisiva que la diferencia entre la forma de vida política y la teoría, porque finalmente puede encontrarse dentro de cada una de las tres formas de vida. Es como la distinción entre guerra y paz…”

Es decir, la transición es una derivación de esa quietud anclada en la inquietud. Una antropología asomada por el hueco de una casa de paja, mientras unos inmensos barcos surcan las aguas del Lago de Maracaibo. La quietud de quien observa. La inquietud de quien indaga mira con ojos nuevos a quienes luego los reciben con cambures y otros frutos tropicales.

Desde esa lejana imagen, hasta este instante, nos llega la idea de la transición. Del cambio. Del viaje de una experiencia a otra.

Desdeñamos y con razón el nombre con que bautizaron el enclave lacustre.

Hoy, sacramentan el país que heredamos, esa Venezuela signataria de una Venecia que no se parece a ese nosotros voluble y desarticulado. De una Tierra de Gracia cuyas secreciones abundan en el plumaje verbal de nuestros líderes, desde Colón hasta el último que nos arranca la piel. Un plumaje que ha dado al traste con la idea del cambio.

¿Para qué cambiar si somos felices? Se suelen preguntar aún algunos descocados, dipsómanos y hasta adictos a la marihuanería ideológica en este patio minado. Tanto como ocurría antes de la llegada del difunto teniente coronel.

Nominación evocativa y tributaria que nos inclina a pensar que somos unos pendejos gramaticales, unos tontos de capirote con agenda nueva bajo el brazo: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Tonterías. La felicidad que vieron los primeros en llegar aquí en lengua castellana fue un espejismo.

Era un pedazo de tierra parecido al Paraíso, pero no era el Paraíso. Era una tierra endémica, profanada por sus propios “primeros” habitantes. La leyenda negra y la leyenda dorada. Inventos para escrutar en la docilidad de esa “pequeña Venecia” soñada.

Una amalgama genética que fortaleció a la cultura, a la lengua y a la misma biología. Pero no éramos los soñados. Éramos los soñadores. Y todo soñador pierde la realidad.

Venezuela es el destino turístico de todos esos yerros. Por eso la transición es un mecanismo que tiene su raíz en el mundo militar, legado por los españoles y fortalecido por Simón Bolívar y sus herederos, que somos todos nosotros.

La vocación playera, parrillera y bochinchera de los venezolanos, analizada por muchos, entre ellos por José Ignacio Cabrujas, destaca en el fracaso que hemos sido. En el fresco que hemos sido a los ojos de los visitantes a este campo aún minado por la majadería de los héroes, de los confiscadores de riquezas, de los anabolizantes de estrategias, de los catalizadores de las tácticas.

Los militares, ufanados por sus medallas, solicitan la mano púber de una prostituta.

Somos la puta histórica del continente. La siempre abierta de piernas.

Somos ese fracaso, el que el mismo Bolívar colocó sobre nuestras cabezas: “He arado en el mar”.

Y allí quedó la bendita oración, para que nos inmoláramos en nombre de una bayoneta calada.

3.-

Los intelectuales, tan usados a la hora de estos quebrantos, hacen y deshacen. Ese es su trabajo: desmontar y hasta desmantelar críticamente lo establecido. Bien, pero sucede que en medio de un totalitarismo muchos se acogen al pequeño mundo del poder, de ese poder que necesita de conjugaciones verbales para que los líderes, carismáticos o no, lancen sus largos discursos.

Esos son los “imprescindibles” brechtianos, los que se envanecen y forman parte de la cara de Jano. Los de la doble moral, los de la enjundia revolucionaria, los de los epítetos, los de los sarcasmos “geniales”, los de una felicidad calzada con el autógrafo de un cadáver que ambula por el mundo, el cadáver del comunismo.

Pero están los que no están atados al poder. Los que disienten, los que han recorrido todos los lugares con la idea de encontrar la fórmula para distender y salir del embrollo en que aquí estamos inmersos. Esos no son los imprescindibles, porque en democracia se reparten los dones. Los intelectuales se sacuden el viejo polvo de la nostalgia y proponen soluciones, avisan de puertas que podrían abrirse o cerrarse. Avistan la transición. Esa es su labor. Y en Venezuela en estos momentos así ha ocurrido. Muchos son los nombres, muchísimos.

Las crisis, generalmente, forman parte de la solución. De modo que la transición está en la crisis. Pero la crisis hay que estudiarla, desnudarla, dejarla en pelotas y caerle a cuero. Porque la crisis tiene nombres y apellidos.

Militares y civiles, profesionales y obreros, intelectuales e iletrados. Todos han mamado de esa teta que ahora, seca, es arrastrada por una arrugada y flaca vaca perdida en medio del escándalo de la corrupción.

Todos hemos estado en esa nave. En ese cuero seco (nos terminamos de comer la vaca) que nos avisa todos los días de nuestros yerros, pero que no hemos sido capaces de entender.

Y así se nos coló, por la irresponsabilidad colectiva y por algunos semovientes “notables”, el terror, el hambre y la muerte.

4.-

La carga histórica, la que nos agobia, la numerosa lista de héroes que nos arropa, nos ha hecho tropezar desde que este país se llama Venezuela. Pero ese pasado, sazonado con la carne y los huesos de los muertos, nos acusa de ser un cementerio más que un campamento minero, que también lo es.

Un cementerio que nos hace inclinar el temor de que el Panteón Nacional siga creciendo. Y así nuestros aciagos lamentos.

Sobre este asunto, Mario Briceño-Iragorry, tan vapuleado en esta etapa revolucionaria, en su libro “Mensaje sin destino”, dice:

“Transportado al orden de nuestra vida de relación exterior el tema de la crisis de los valores históricos, damos con conclusiones en que pocas veces se han detenido los alegres enemigos del calumniado tradicionismo. Jamás me he atrevido a creer que la nación sea un todo sagrado e intangible, construido detrás de nosotros por el esfuerzo de los muertos, así éstos prosigan influyendo en el devenir social”.

Ya el viejo intelectual desdeñaba el peso de las tumbas. Con epitafios en el hombro no se logran cambios. La transición entonces será muy pesada, quejumbrosa, draculesca, un cuento de Poe, la “Gallina degollada” de Quiroga, el “Asfalto infierno” de Adriano González León. O el “Se llamaba SN”, de José Vicente Abreu.

Sin olvidar que la carga también lleva sobre sus hombres las páginas de Pío Gil.

Transición sin tocar el tema cultural, sin vernos en el barro de nuestra herencia creativa.

Quedarían pendientes muchas aspiraciones. Muchos rasguños sin revisar.

Sin embargo, la transición, el viaje de un espacio político a otro, nos empuja a advertirnos como un peligro. Vamos a cambiar, sí, por supuesto que sí, pero el costo será también un peso, una carga, un saco de piedras, las llagas en los talones de Sísifo.

Los héroes seguirán allí, en los retratos, en los llamados símbolos patrios, en la gazmoñería militar y hasta en la quejumbrosa remembranza de algunos historiadores. Ya el tiempo tendrá tiempo de dejarlos en paz.

5.-

Una vieja lectura, que siempre me ha conmovido y me ha arrastrado a pensar sobre el pasado reciente, sin héroes, sin estatuas, es el testimonio de Artur London, “La Confesión / En el engranaje del Proceso de Praga”. Un relato cuyo personaje central es el comunismo y sus perversiones. Un proceso “judicial” plagado de mentiras, crímenes, soluciones forenses, muertes y traiciones.

Podría afirmar que el “Proceso de Praga” fue también un espacio terrible para una transición, pese a que faltaba mucho tiempo para que el Muro de Berlín fuera derribado, porque en las entrañas del monstruo las injusticias formaban parte del cambio.

El testamento de London comienza sí:

“No puedo más. Aunque me cueste, he decidido ir este domingo a casa de Ossik para pedirle que me ayude una vez más. Ossik –Osvald Zavodsky, el jefe de seguridad del Estado- es amigo mío desde la guerra de España y la Resistencia en Francia. Estuvimos juntos en Mauthausen. Pero me es forzoso reconocer que desde hace meses me evita y hasta me rehúye. Me da la impresión de no resistir a la oleada de sospechas en el Partido y en el país. Sin embargo, nuestro pasado común debería ser una garantía a sus ojos. ¿Se habrá transformado en un cobarde? Quizá sea que veo las cosas de otro modo”.

Pues bien, el protagonista de este largo proceso político/ judicial, no estaba errado. El personaje mencionado se transformó en un cobarde y lo llevó a un proceso de interrogatorios, torturas en la búsqueda de quebrarle la mora. Destrozaron a su familia, acabaron con su carrera, lo mantuvieron incomunicado. Un relato de terror, de locura traducido en comunismo.

Finalmente, cuando ya la carne desapareció del cuerpo y sólo quedo el esqueleto del siglo, Europa cambió. La transición tuvo variados matices.

Los cadáveres siempre nos recuerdan que seres ellos en cualquier momento. La historia se encarga de adosarnos nombres y apellidos. Y hasta los nuestros formarán parte de una lista en una fosa común, aunque llevemos epitafio.

La metáfora no sucumbe a ningún deseo.

Somos parte de ella, de la metáfora. La convertimos en libros de historia, en poesía, en novelas, en aforismos, en silencio, hasta separarnos completamente de lo que sucedió. Y a empezar de nuevo.

La transición, el pesado fardo de los muertos. Y cuando digo muertos o héroes me refiero a los de antaño y a los de ahora. Los de hogaño. Los que se dicen caudillos y afirman que “a mí no me sacan de aquí”.

Nada, el sujeto saldrá. Él no es dueño de la historia.

A través de estas deshilachadas ideas, dejó una preocupación: somos la transición, viajamos en ella y con ella.

Pero también somos lo que el fracaso o el éxito nos dictan.

Transitamos en la transición.

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Nuevamente sobre el tapete de discusión la eventualidad de convocar a un “paro o huelga Nacional”, sobre el cual el Frente Amplio Venezuela Libre inició un proceso de consulta. Adelanto mi opinión al respecto y espero que la convocatoria de un paro nacional no se lleve a cabo, pues está llamada a caer en un lamentable vacío.

Lo de un paro nacional o huelga general no es una idea nueva en la historia reciente, entendiendo por “reciente” los últimos 20 años. Todos recordamos el llamado “paro cívico nacional” o “paro petrolero” de finales del año 2002 e inicios de 2003. Y más recientemente, en julio del año 2017, la convocatoria de una “huelga general”, que concluyó en un “paro cívico” de dos días. Ambos fracasaron en su objetivo, si entendemos que este era obligar a una salida forzosa, de renuncia o de algún tipo de “intervención” del actual régimen, hoy devenido en dictadura y que se prolonga ya por 20 años.

Sin entrar a profundizar en las características de cada uno, un primer aspecto a destacar es que ambos se desarrollaron o plantearon durante lo que podríamos llamar un “auge de masas”, por parte de la oposición. El país estaba movilizado con protestas y manifestaciones, que se prolongaban por meses, y aun así esos llamados a “paro” o “huelga”, no fueron exitosos, no solo porque no alcanzaron el objetivo, ya señalado, sino porque además no lograron calar en toda la población. Es decir, afectaron sin duda a toda la población, más no se logró que ésta, especialmente los sectores más populares, se incorporaran a esa actividad política de protesta. En el primero, por ejemplo, en una gran parte de Caracas y del país la vida transcurría como si nada estuviera ocurriendo.

Son varias las razones que me hacen pensar que el llamado a un “paro nacional”, si ya en el pasado con mejores condiciones de movilización de ciudadanos fue inefectivo, hoy en día sería peor, el fracaso sería más estruendoso que en los anteriores. Al respecto, ya hace casi un año expuse las razones.

Un paro nacional, sin la incorporación activa de empresarios, trabajadores y sociedad civil en general, no va a ser exitoso, y esa incorporación es lo que ahora veo difícil. En primer término, la motivación política de la sociedad civil opositora es hoy casi nula. No hace falta argumentar mucho al respecto, está a la vista de todos. No decimos que no hay, como en los eventos ya descritos, razones o condiciones objetivas para una huelga o paro general; las razones sobran y las innumerables protestas diarias así lo demuestran. Porque, una cosa es que existan las “razones objetivas” y otra es la eficacia política de una acción, la capacidad de movilizar y capitalizar una protesta masiva y general, por más que el país arda por los cuatro costados con protestas y manifestaciones que, al ser aisladas, no dejan de ser expresiones individuales, de grupos, casi familiares, con repercusiones y respuestas solo locales.

Reitero lo ya dicho, pensar en una “huelga general” o un “paro nacional” –que son dos cosas diferentes, de las que se habla indistintamente– sea que se prolongue en el tiempo de manera indefinida o sea por pocos días, sin medir su eficacia política y sus posibilidades de éxito, en términos de la incorporación al mismo de empresarios, trabajadores y sociedad civil en general, sería un error político que la dictadura espera que cometa el movimiento democrático. Dicho de otra manera, más directa, hoy no existe el nivel de motivación para que tal evento ocurra y pueda sostenerse por tan solo días, como en 2017, o por meses, como en 2002/2003.

Independientemente de la decisión o no de sumarse a un “paro”, el sector privado, la industria privada, el sector empresarial e industrial en general –tras la expropiación y cierre de miles de empresas y la pérdida de miles de empleos– es menos significativo desde el punto de vista del empleo y tiene menos fuerza económica que la que tenía hace 15 años; y la hiperinflación lo ha debilitado aun más durante el último año. Por su parte, el sector público ha crecido enormemente, debido precisamente a la expropiación e intervención de empresas y a que el estado controla hoy además casi todo el empleo que se genera en gobernaciones (22) y en la mayoría de las alcaldías que detenta, en número que no es despreciable y de la que dependen una inmensa cantidad de trabajadores en los estados más pobres del país, en manos oficialistas.

Por ejemplo, el sector petrolero, adalid del paro en el 2002/2003, además de estar hoy semi destruido, está mucho más controlado que en el pasado. El sector eléctrico esta hoy, todo, en manos del estado. Más del 60% de la banca hoy es pública y la privada está fuertemente regulada, de allí que los bancos no se incorporarán a ningún paro. El sector de la construcción –que es otro sector que tendría que “parar” pues emplea mucha gente– está virtualmente paralizado, pero por inactividad, falta de inversión y razones económicas. Casi todo, por no decir todo, el sector metalúrgico, acero y aluminio, es público; al igual que buena parte del sector petroquímico y todo el sector cementero. En buena medida es también público y está fuertemente regulado, el sector de alimentos. El sector transporte está colapsado y no genera ni el empleo ni la actividad que generaba. Y están muy debilitados el resto de los sectores por la hiperinflación y la situación económica general del país, por el incremento de costos, aunado a regulaciones de precios y los aumentos compulsivos de salarios, que además no resuelven ningún problema a la población asalariada.

La debilidad del sector privado empresarial nos hace pensar que es muy difícil que considere su incorporación a un paro nacional. Ya algunos lo han dicho, el gremio industrial, por ejemplo. Además, si reprimir a miles de personas en una marcha o manifestación es difícil –y sin embargo la dictadura lo hace– controlar, fiscalizar, amenazar, a unas cuantas empresas es mucho más fácil y el régimen cuenta con mecanismos para ello que hemos visto aplicar de manera reiterada, “eficiente” y con saña en estos años.

Y con respecto a la incorporación al paro nacional del mermado contingente trabajador privado –pues el público es muy difícil que se incorpore– debemos considerar que hay miles, millones, de venezolanos que no se pueden dar el lujo de perder lo que significa en alimentación un día de trabajo y harán un esfuerzo por ir a sus lugares de trabajo, movilizándose por las ciudades y creando un efecto de que el “paro” solo es exitoso en ciertas zonas de ciudades como Caracas y otras capitales de estado. Quienes están empleados en el sector privado, aunque sus patronos no les descontaran el día, ese día que no trabajen, en muchos casos no comen, pues la mayoría de la gente se alimenta en su lugar de trabajo y si no hay trabajo, si la empresa está cerrada, no comen y hoy en día, con la hiperinflación, para algunos tiene más importancia la comida que el mismo salario. Muchos trabajadores, durante los paros en el 2017, que había cierres de calles y falta de transporte, caminaban largos trechos y por mucho tiempo, hasta sus lugares de trabajo, por no perder la comida. No tomar eso en cuenta es desconocer la realidad del país.

Por último, y no menos importante, otro punto que no se debe obviar es que en el país hay millones, léase bien, millones de personas que viven de la economía informal o el trabajo por cuenta propia y de lo que ganan cada día. Día que no trabajan, día que no tienen ingreso.

Todo lo señalado son factores que no se deben dejar de lado al considerar la convocatoria de un evento político, como un paro o huelga nacional, que pueda tener varios días de duración y que afectará el ingreso y la actividad económica de miles de personas.

Por eso creo que la convocatoria a un paro nacional, en este momento, sin una fase previa de trabajo político intenso sobre la población, de movilización, de explicación de propuestas alternativas sobre el país al que se aspira, etc., estaría llamada al fracaso y la pregunta es si la oposición resiste un fracaso o una frustración más en estos momentos.

@Ismael_Perez

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