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Opinión

Para Teodoro Petkoff

In Memoriam

Desde hace algunas semanas atrás viene revoloteando en el ambiente político venezolano algo que trasluce como el principio de una posible nueva negociación. O, por lo menos, la revelación de algunos actores, tanto nacionales como internacionales, que asoman querer entrar en un espacio que abra con mayor certeza esa posibilidad. Todo esto ocurre en un momento en que la terrible muerte del Concejal Albán —que aconteció en las ergástulas de las oficinas de inteligencia del Gobierno— nos recuerda el lado más oscuro de un régimen que profundiza sistemáticamente la persecución y la violencia política.

Entre la evidencia informativa de que algo efectivamente está en movimiento destacan la visita a Caracas del senador Corker de los Estados Unidos, las declaraciones del canciller de España hablando del 10 de enero de 2019 como la fecha de vencimiento de la legitimidad de origen de Maduro, el anuncio de la directora de Relaciones Exteriores de la Unión Europea explicando la imperiosa necesidad de buscar acuerdos sin dejar de aumentar la presión internacional en caso de que fuese necesario, el anuncio de Bruselas de la creación de un Grupo Contacto para Venezuela, cuyo objetivo sería explorar las bases para una potencial mediación; la activación del Grupo de Boston como punto de encuentro entre chavistas y opositores, las palabras de algunos voceros de oposición sobre la importancia de entrar en una negociación que permita fijar una nueva elección presidencial con condiciones justas y transparentes, el rechazo de otros actores a repetir una ronda sin que haya acuerdos previos que sean verdaderamente sustantivos, e incluso el reconocimiento de algunos líderes —que hasta hace poco estaban completamente renuentes a la posibilidad de un acercamiento— que dicen ya haber entrado en contacto con facciones internas del chavismo.

Todas estas afirmaciones hacen pensar que algo está pasando, que muchos factores, bastante disímiles entre sí, andan construyendo túneles para abrir la comunicación política entre diversos grupos. Los partidos, como los topos, han terminado cavando pasos subterráneos, muchas veces de forma paralela, para poder intercambiar puntos de vista sin ser observados. Como resultado de esta mancilla todos prefieren mimetizarse, pues saben que la simple sospecha de que una ronda de acuerdos con el chavismo pudiese llegar a ocurrir causaría un enorme escozor, ante una opinión pública que ve cualquier transacción como una traición irreparable.

Es indudable que en Venezuela existen muy buenas razones para pensar de antemano que cualquier nuevo intento de negociación es una pésima idea. Las experiencias previas con dichos procesos terminaron más bien por desprestigiar a los partidos políticos que de buena voluntad decidieron participar en ellos, hundió en la desesperanza a la población que avaló la idea de buscar acercamientos, y también condenó al escepticismo a la misma comunidad internacional que los ha promovido. En el pasado, el Gobierno ha utilizado muy hábilmente a la negociación como una táctica para ganar más tiempo en su esfuerzo por posponer la entrega del poder y dividir al liderazgo opositor. En cada uno de los episodios en los que se abrió un compás para intentar alcanzar algunos convenios, el proceso culminó con un deterioro aún más acentuado de las condiciones políticas y económicas del país.

Los malos frutos están a la vista. La mesa de negociación que lideró El Vaticano en noviembre de 2016 le permitió al chavismo la posibilidad de bloquear el referéndum revocatorio. Esa suspensión fue una violación constitucional, que estuvo seguida por la inhabilitación judicial de la Asamblea Nacional y que abrió el camino para profundizar la cruel represión de las protestas ciudadanas. La negociación que lideró el expresidente Rodríguez Zapatero en República Dominicana, en marzo de 2018, culminó abruptamente sin acuerdos, y llevó a un evento electoral sin ningún tipo de reconocimiento internacional, con la ilegalización de los principales partidos políticos de oposición, con el exilio forzado del antiguo presidente de la Asamblea Nacional y con un mayor recrudecimiento del autoritarismo. De modo que cada una de esas mesas se cristalizó en decepciones, que se han traducido a su vez en un mayor abatimiento general. ¿Para qué insistir en este tipo de alternativas?

La pregunta no es retórica. Esto es exactamente lo que argumentan aquellos que nos recuerdan que cualquier negociación en Venezuela no sólo es inmoral, sino estructuralmente imposible. Un tercer episodio de acercamientos tan sólo terminaría por deteriorar aún más las frágiles condiciones de lucha de las fuerzas democráticas del país. La alternativa es esperar. Incrementar la presión internacional. Elevar las amenazas creíbles. Dejar que el tiempo, conjuntamente con el deterioro de las condiciones socio-económicas, produzca un quiebre interno del chavismo. Tan sólo en un eventual momento de ruptura será conveniente negociar.

¿Pero por qué Maduro permanece en el poder a pesar de que la crisis ha adquirido proporciones ciclópeas? Muchos insisten en que las fuerzas oficialistas se van a terminar debilitando con la próxima ola de presiones internacionales —ayer encabezados por Macri o mañana por Duque y Bolsonaro—, así como con la aceleración hiperinflacionaria y la perpetuación de la crisis económica. Sin embargo, hasta ahora todos quedamos más bien sorprendidos ante la capacidad de resistencia del régimen. Eso no quiere decir que un evento en un futuro próximo no pueda ocurrir, pues es evidente que podría suceder, pero quizás también sea conveniente preparase o planificar lo que también se puede presumir con una altísima probabilidad: que el conflicto político permanezca incólume. ¿No será que una vez que suavicemos ese supuesto haremos nuevamente relevante a la lucha interna y nos obligue a planificar otro escenario? ¿No será acaso que nos hemos equivocado, tanto chavistas como opositores, en la concepción del tipo de conflicto que vivimos en el país y que, sin importar el escenario, siempre vamos a terminar en una negociación?

La visión compartida de ambos bandos es que el conflicto político venezolano es por su propia naturaleza uno de desgaste y que es, además, temporalmente finito: alguien terminará por imponerse. Ante esa realidad, el juego del Gobierno es desmantelar la institucionalidad democrática, movilizar recursos para reprimir la protesta social, elevar capacidades para desarbolar cualquier amenaza interna o externa, incrementar las rentas económicas a sus aliados más cercanos y controlar directamente a la población. Todo esto siempre acompañado de algún barniz electoral que les permita mantenerse en el poder. Esta bárbara manera de ver la realidad política asume que, una vez que se alcancen todos estos objetivos, el país va a quedar en paz, sin oposición y con mucha revolución por delante.

Sin embargo, para sorpresa del propio chavismo, esa rotunda victoria nunca ha sido definitiva a pesar de haber logrado cada uno de los objetivos que se propusieron. La oposición, aunque disminuida y reprimida, no desapareció. Las sanciones internacionales se incrementaron. El declive del sector petrolero se aceleró. La hiperinflación explotó. El acceso al financiamiento internacional se cerró. Las elecciones del 20-M no fueron reconocidas. Y las protestas sociales aumentaron. Es así como, aun logrando mantener el poder, el conflicto de desgaste para el chavismo nunca llegó a producir un triunfo irreversible.

La oposición mantiene una visión similar sobre la naturaleza del conflicto político venezolano. Para derrotar al chavismo, y restaurar la democracia, es fundamental construir todo tipo de opciones que incrementen los costos de la coalición dominante asociados a mantenerse en el poder. Para ello la clave es deslegitimar y construir amenazas internacionales con un alto grado de credibilidad que hagan ver que si no hay concesiones políticas, especialmente electorales, o, incluso, si no abandonan el poder, esas amenazas terminarán siendo implementadas.

El peso de las acciones internacionales, que implican explorar el uso de “todas las opciones que están sobre la mesa”, pasan a ser el principal eje de la actual estrategia disuasiva opositora. El supuesto central detrás de esta concepción es bastante simple: el aumento de los costos asociados a esas amenazas “obligará” a los chavistas a cambiar su comportamiento y posiblemente a negociar pacíficamente su salida del poder. Otro supuesto colindante de esta manera de ver el cambio político es que el deterioro de las condiciones internas, entre ellas la depresión económica, así como el colapso de la infraestructura básica del país, ineludiblemente van a llevar a una implosión política dado el incremento exponencial de las presiones sociales.

Hasta ahora todos estos supuestos no han producido los resultados esperados: el chavismo ha logrado atrincherarse con cierto éxito. La ruptura final no se ha producido —lo cual no quiere decir que pueda ocurrir más adelante—. Los militares parecieran mantenerse leales o han sido efectivamente purgados. La amenaza internacional tampoco termina siendo ni suficiente, ni perfectamente creíble. Y la presión social, aunque mayor, hasta los momentos no ha alcanzado una gran escala como para dinamitar el proceso político. Es indiscutible que el diseño y la ejecución de esta estrategia han disminuido reputacionalmente al chavismo en la esfera internacional y también ha reducido sensiblemente su campo de acción, pero es necesario comenzar a reconocer que tampoco lo ha dejado fulminado domésticamente. Alguien podría responder que es cuestión de tiempo y que, por lo tanto, hay que seguir aguardando.

El problema es que la idea de que este conflicto de desgaste es temporalmente finito, es decir, que va a tener un final relativamente pronto o incluso feliz, puede ser cuestionable. Entonces, ¿cuál es la verdadera naturaleza del conflicto político venezolano? Mi visión es que es un conflicto existencial sin término temporal. O lo que algunos psicólogos sociales conocen como un conflicto grupal marcado por “odios mellizales”. En la literatura sobre los conflictos sociales, este tipo de situaciones ocurren cuando las “heridas” de ciertos grupos comienzan a ser traducidos en “reclamos” y éstos, a su vez, son “ajustados” a través de distintos medios, pero nunca logran ser saldados completamente. En esta dinámica social, el enemigo que debe ser dominado logra resistir: nunca termina siendo derrotado. En el fondo, es la historia de dos grupos filiales que están condenados a vivir juntos pero que preferirían que el otro no existiese o que fuese reducido a su mínima expresión. La tragedia de este conflicto consiste en que el “otro” encuentra imposible prescindir totalmente del “mellizo”, pues no sólo no lo puede eliminar, sino que, al tratar de hacerlo, deteriora su propia probabilidad de supervivencia.

La mejor solución a este tipo de conflictos es la construcción de instituciones fuertes que otorguen garantías mutuas a ambas partes indistintamente del tamaño social y político de cada grupo. Este fue el conflicto que caracterizó a la transición sudafricana de los años ochenta, que no era otra cosa que el conflicto de una minoría blanca que pretendía ejercer un dominio de facto sobre el resto del país, pero que, al hacerlo, aumentó considerablemente los riesgos de terminar destruyendo su propia supervivencia debido a las crecientes presiones internacionales. Esta élite política, que tenía cómo mantenerse en el poder autoritariamente e independientemente de esas mismas presiones, terminó aceptando que dependía del “otro” para poder construir instituciones lo suficientemente sólidas, que le permitiese preservarse y blindarse frente a cualquier amenaza futura. Esto fue lo que Nelson Mandela logró resolver tan magistralmente después de décadas de duras luchas sociales y políticas.

Quienes dicen que en el país no hace falta una negociación tienden a subestimar la posibilidad de que la nefasta situación actual se siga extendiendo en el tiempo. La negociación es más bien un instrumento valioso, que es necesario preservar y que requiere estar técnicamente bien conducido. Para todos los que vivimos aquí en Venezuela, y que padecemos el conflicto directamente, comienza a ser cada vez más evidente que el Gobierno puede seguir resistiendo tan sólo con hacer su coalición cada vez más pequeña, pero también cada vez más extractiva y cada vez más autoritaria y mejor alineada ideológicamente. La oposición también ha demostrado su capacidad de infligir daños internacionales al chavismo, cada vez más severos, pero todavía sin lograr su objetivo final. De modo que la posibilidad de que ambos grupos puedan construir una salida sin una negociación, por la vía del dominio, de la implosión o de un colapso, es algo que luce cada vez menos probable. Es más: que hayamos quedado traumados por las experiencias anteriores no hace que la negociación requiera ser desechada o que, por lo menos, deba ser planificada. Es fundamental reconocer que las heridas que el chavismo ha dejado son enormes y grotescamente graves, pero no por ellas un movimiento político que ha dominado la escena venezolana durante las últimas dos décadas va a desaparecer instantáneamente. Persiste. La oposición tampoco puede ser ignorada. También existe. El chavismo sabe que si esa misma oposición se vuelve a unificar llegaría a tener una amplia mayoría electoral.

Ante este panorama, sin garantías mutuas, visto con crudeza desde el chavismo, ¿para qué negociar unas condiciones electorales perfectamente justas y transparentes de unos comicios que inevitablemente perderían? El único atractivo para el chavismo de una negociación de ese tipo sería entregar condiciones parciales en materia electoral que les permita una razonable probabilidad de ganar a cambio que se les otorgue legitimidad internacional o entrar a obtener esas garantías plenas (incluyendo la remoción de las sanciones) a cambio de la reinstitucionalización completa del país.

Ambos resultados son diferentes. El primer escenario de esa negociación podría terminar en una sucesión para el chavismo (que podría presentar otro candidato), y si llegase a perder culminaría en una transición pacífica dominada por la oposición. La negociación sería un “replay” con algunos ajustes menores de las rondas anteriores pues los temas estarían centrados en los asuntos estrictamente electorales. Dentro del chavismo es cada vez más notorio cómo el Gobierno comienza a pasearse por la posibilidad de una segunda sucesión revolucionaria y para poder asegurar ese resultado necesita una nueva elección general con aval internacional y continuar promoviendo la división completa de la oposición. El chavismo se prepara, al menos se planifica, para ese escenario. Lo que es más difícil de anticipar es más bien cuál va a ser la repuesta opositora. Lo que sí es evidente es que en el plano normativo, si la negociación se va a centrar simplemente en lo electoral, el objetivo no puede ser otro que obtener todas las garantías y, muy especialmente, un nuevo Consejo Nacional Electoral independiente así como la presencia de observación internacional.

El segundo escenario de esa misma negociación implica la reinstitucionalización completa del país a cambio de amplias garantías políticas y judiciales para el chavismo. Este acuerdo conllevaría ineludiblemente a un cambio político. De ahí que insistir en aumentar los costos asociados a las amenazas internacionales es insuficiente sin dar claras señales de estar dispuesto a ser igualmente creíbles a la hora de otorgar ciertas concesiones. Este intercambio pasa por comernos varios sapos: justicia transicional, sobrerrepresentación de las minorías, transferencias fiscales aseguradas y amnistías de todo tipo. Bajo esta perspectiva, la negociación no sería tratada como una simple transacción comicial, sino como un mecanismo para consensuar un conjunto de instituciones constitucionales, judiciales y electorales que garanticen a ambas partes que perder la presidencia no se convierta en un drama, que ejercer el poder no sea un burdo botín y que pasar a la oposición no implique andar desnudo o preso. Este resultado va a depender de la confluencia de cuatro factores diferentes: la presión interna del chavismo, la unificación opositora, la condicionalidad internacional y la aceptación militar.

En el fondo, indistintamente de los escenarios, lo que hay comprender es que la negociación sólo sirve si cumple con el objetivo de restaurar el orden democrático y el estado de derecho. Si la negociación no logra ese objetivo difícilmente puede ser justificada. A estas alturas, soluciones parciales ya no son suficientes. Ahora bien, debido a la naturaleza del conflicto venezolano, es cada vez más evidente que la salida nunca va a ser sencilla para llegar a ese puerto. Si Venezuela no es capaz de resolver el punto neurálgico de su problema político-institucional, es poco lo que en materia económica, social o incluso de reconstrucción de la infraestructura básica podremos realizar en el futuro. La sostenibilidad y la estabilidad de la nación seguirán totalmente comprometidas. En cambio, si por algún golpe de suerte comenzamos a entender que el conflicto puede ser procesado institucionalmente, sin perder las garantías básicas que mutuamente nos hemos concedido, y que perder elecciones no implica quedarse sin libertades y sin derechos económicos y políticos, entonces, y sólo entonces, quizás el país pueda salir de este primitivismo tan salvaje, de este perfecto infierno en el que la irresponsabilidad autoritaria del actual Gobierno nos ha condenado a vivir a todos los venezolanos. Es más que evidente que la negociación es inevitable. Lo difícil es explorar la forma de condicionar lo incondicional.

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Todo lo que se puede decir de Teodoro, ahora que sabemos que ya no está, es infinito. Valiente. Combativo. Honesto. Enamorado del país hasta el final de sus días.

Pero la enseñanza más importante de Teodoro, en este momento de fanatismo, es que supo asumir compromisos con ideología extremas y deshacerse de ellas a tiempo sin nunca traicionar sus principios. Es decir, fue un hombre que entendió que lo importante no era ser fiel a una doctrina sino a unos principios. Y si las doctrinas dejaban de ser fieles a los principios, pues entonces había que dejar atrás las doctrinas.

Por eso cuando la URSS invadió a Checoslovaquia, de la misma manera como los gringos lo estaban haciendo en Vietnam, Teodoro no dudo en abandonar el comunismo. O seguimos siendo comunistas, o seguimos siendo defensores de la justicia social y la libertad, pero no podemos ser las dos cosas a la vez. Esa fue su conclusión.

Por eso se hizo fiel demócrata hasta el final de sus días. Desde que comprendió que solo dentro de las libertades democráticas se podría conquistar de mejor manera la sociedad justa y equitativa, respetuoso de los derechos humanos y de la libertad, con la que siempre soñó.

Por eso dejó el MAS, cuando dirigentes más jóvenes que él, precozmente prostituidos, lo convirtieron en un partido prepago.

Por eso se inmoló ya con cierta edad tratando de garantizar la unidad entre los partidos opositores a Chávez que no lograban ponerse de acuerdo en torno a una candidatura única.

Por la misma razón se opuso públicamente al golpe de Estado mal dado en abril de 2002, con Carmona, Fedecamaras, la jerarquía eclesiástica, y el club de dueños de medios al frente. Porque era una asonada tan violadora del Estado de derecho como el chavismo al que se quería sustituir.

Teodoro se va en el momento justo cuando dirigentes políticos como él, a un mismo tiempo hombres de acción y de pensamiento, hacen más falta que nunca. Cuando la confusión ideológica es mayor y la emocionalidad en la política ha sustituido la razón. Cuando los radicalismos son un éxito y la sensatez un defecto. Cuando gente que detesta el militarismo para Venezuela celebra que el domingo pasado haya arribado al Brasil-

Con Teodoro probablemente se cierra el ciclo de los grandes políticos venezolanos que fueron hombres de acción, líderes con autoridad moral, y al mismo tiempo maestros de pensamiento. La opacidad es, por ahora, nuestro destino.

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Fernando Caulyt

En varios países de América Latina se realizarán elecciones en 2019. "Algunos candidatos se podrían inspirar en Bolsonaro y adoptar un discurso similar, con el apoyo del presidente de Brasil”, afirma Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales de la Fundación Getúlio Vargas (FGV), quien se basa en la "tradicional influencia de Brasil en la región”.

"Bolsonaro se benefició de una situación específica en Brasil: la falta de un proceso sistemático de análisis de los crímenes cometidos durante la dictadura militar”, explica Stuenkel, quien advierte que algún día podría surgir un candidato de extrema derecha "en un país como Chile, en donde se habla bien de la dictadura de Pinochet, más no en Argentina, en donde la población es muy crítica con las dictaduras”.

"Pero, aunque los argentinos repudian un régimen dictatorial, eso no garantizaría protección definitiva contra el surgimiento de un candidato de extrema derecha" advierte Stuenkel.

Para Ricardo Sennes, investigador del observatorio Consejo del Atlántico, con sede en Washington, con la elección se podría formar un cuarteto de países dirigidos por la derecha, compuesto por Brasil, Argentina, Chile y Colombia, "aunque esta unión solo influiría en la agenda regional, más no en las elecciones de otros países”.

"El posible programa económico será más liberal, con cambios en la política comercial y fuerte rechazo al proteccionismo. En cuanto a la crisis de Venezuela, el discurso se puede volver más virulento”, cree Senes.

Mercosur deja de ser prioridad

El gobierno de Bolsonaro realizará cambios importantes en Mercosur, el bloque formado por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela (este último suspendido desde 2016). En entrevistas concedidas a emisoras brasileñas, Bolsonaro anunció que dicha unión aduanera no tendrá prioridad en su administración.

Según Bolsonaro, el Mercosur fue sobrevalorado por razones ideológicas que protegían a países que "burlaban" las reglas. "Queremos librarnos de las ataduras del Mercosur", como el impedimento de poder firmar acuerdos bilaterales con otros países, afirmó.

Según los datos del Gobierno brasileño de finales de 2017, el Mercosur es la quinta economía del mundo con un Producto Interno Bruto (PIB) de 2,7 billones de dólares. Más del 10% de las exportaciones brasileñas tiene como destino los demás países del bloque. El intercambio comercial en 2016 alcanzó los 38 mil millones de dólares, 8,5 veces más que en 1991, el año de la fundación del bloque, cuando apenas se comercializaban 4,500 millones de dólares con los mismos países. Aún así, para José Alfredo Graça Lima, experto de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y consejero del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales (Cebri) "el Mercosur ha sido un éxito político, más no comercial”.

Los expertos no están de acuerdo en cuál será el "efecto Bolsonaro” sobre las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea, que se reanudaron en 2010. En junio pasado, el ministro de Relaciones Exteriores, Aloysio Nunes, informó que de los más de 300 puntos en negociación, solo quedaban cerca de 50 por resolver.

Stuenkel vaticina que, por ahora, los dos bloques no avanzarán, y concluye que "podría darse una ronda abierta, tal vez solo con Brasil, porque las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea han fracasado”.

30.10.2018

Deutsche Welle (DW)

https://www.dw.com/es/el-posible-efecto-bolsonaro-en-américa-latina/a-46094925

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Marilín Gonzalo

De todas las predicciones, una de las más arriesgadas es la de pronosticar el futuro de los medios de comunicación. Solo a lo largo de nuestra vida, nuestro consumo de la información pública, las noticias y el entretenimiento ha cambiado drásticamente. Hace poco, en un evento de divulgación científica me preguntaron cómo veía el futuro de los medios. Inmediatamente supe que intentar contestar esto era meterse en un jardín.

Enumerar las tendencias de los últimos años no es tan difícil: cada vez somos más móviles, más inalámbricos, tenemos menos tiempo libre, pero, sin embargo, el tiempo de conexión sigue aumentando —en 2017 creció un 4%— y ya nos pasamos frente a cualquier pantalla una media de 5,9 horas al día. Elegimos tomar nuestra dosis de noticias cada vez más a través de las redes sociales, y las leemos menos en papel y más en pantallas. Preferimos enviarlas a través de grupos de mensajería cerrados como WhatsApp.

Cada vez hay más sensores en más tipos de dispositivos, se recolectan más datos y se hacen más análisis de esos registros. Las empresas nos conocen mejor, como lectores y como usuarios, y pueden saber qué nos gusta, a qué obedecen nuestros impulsos y cómo vamos a reaccionar a cierto tipo de titulares, de palabras, de imágenes, de notificaciones.

Cuando divagaba en esos jardines recordé a Jane Jacobs y pensé que el diseño de los parques se parecía al diseño de las arquitecturas de los medios. Ambos son espacios públicos, y hay una ética en su arquitectura que privilegia ciertos comportamientos, que favorece unos recorridos y obstruye otros.

Jacobs fue una urbanista y activista sociopolítica cuyo libro Muerte y Vida de las Grandes Ciudades se convirtió en uno de los más influyentes de la historia de la planificación urbanística. Allí criticaba las prácticas de renovación urbana de los años cincuenta e identificaba las causas de violencia en la vida urbana, según estuviera sujeta al abandono o a la calidad de vida. Defendía, sobre todo, los espacios públicos como centros de diversidad y dinamismo que repercutían favorablemente en esa comunidad.

Jacobs era una observadora y convirtió los valores democráticos en su guía de diseño: grandes cantidades de gente diversa concentradas en áreas relativamente pequeñas no debían ser consideradas un riesgo para la seguridad, sino que eran la fundación de una comunidad sana y vibrante. Los espacios públicos, las aceras y los parques son centros de vitalidad porque es donde se congregan y se cruzan sus habitantes, en sus diferencias únicas, impredecibles y más valiosas por serlo.

Las empresas cada vez nos conocen mejor, como lectores y como usuarios, y pueden saber qué nos gusta y cómo reaccionamos

En un caso a principios del siglo XX, la Corte Suprema de Estados Unidos sentenció que las calles y los parques tienen que permanecer abiertos al público para que los ciudadanos puedan ejercer actividades expresivas. En uno de los pasajes de aquella sentencia, el magistrado Anthony Kennedy escribe algo sorprendentemente vigente:

“Las mentes ya no se transforman en las calles y en los parques como antes. En un grado creciente, los intercambios más significativos de ideas y la formación de la conciencia pública ocurren en los medios electrónicos. La extensión de los derechos a participar en esos medios de comunicación puede cambiar en tanto cambien las tecnologías”.

Los sitios web tienen arquitecturas, y entendiendo los beneficios de los espacios públicos que Jane Jacobs veía en las aceras y en los parques podemos intentar descubrir esos beneficios en los espacios virtuales en los que nos relacionamos.

La similitud entre nuestros parques públicos —los de árboles físicos y los virtuales en servidores— muestra por qué el futuro de los medios y las plataformas sociales pasa por implicarse en el código, en las decisiones que tomemos en cuanto a su misma arquitectura. Desde esas líneas podemos hacerlos no solo habitables, sino espacios accesibles para todos, en los que las diferencias enriquezcan las ideas, donde el medidor no sea un contador de clics impulsivos, sino un fuelle que anime al conocimiento y al debate.

Lo que está en juego es el acceso a la información pública, por un lado, y el uso de los datos que generamos, por otro. Ambos pueden ser usados para fortalecer nuestras democracias y resolver nuestros grandes problemas, o para todo lo contrario.

Dependerá de qué decidamos, por fin, meternos en estos jardines.

30 de octubre de 2018

El País

https://elpais.com/elpais/2018/10/30/opinion/1540923175_716977.html

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Daniel Eskibel

El fenómeno es conocido en muchos países.

Un partido político mayoritario domina la opinión pública. Sus ideas se transforman en las ideas dominantes de esa sociedad.

Más aún: sus ideas se transforman en lo “políticamente correcto”, lo incuestionable, lo “normal”, lo evidente…

Y sus simpatizantes se vuelven evangelistas que difunden por todos lados el mensaje del partido.

Al mismo tiempo, quienes piensan distinto tienden a ocultar o disimular o por lo menos aminorar la potencia de sus ideas.

Entonces la mayoría es cada vez más mayoría y la minoría cada vez más minoría.

La clave psicológica de este fenómeno es el miedo a ser rechazado.

Un miedo ancestral, profundo, inconsciente.

Un miedo que viene desde el fondo mismo de los orígenes humanos.

En el principio era la tribu

Allá en el fondo de los tiempos la tribu, el grupo humano, era la única forma de sobrevivir.

Nuestros antepasados eran extremadamente frágiles frente a la inmensidad de los peligros. Solo la ayuda mutua, la colaboración y la vida colectiva permitían mantenerse con vida.

Por lo tanto si alguien era rechazado por los demás quedaba fuera de la tribu.

Solo. Aislado. Indefenso. Inerme.

Ser rechazado era directamente ser condenado a muerte.

Y la posibilidad de sentir ese rechazo colectivo era una indescriptible sensación de terror.

Aunque más civilizado, el terror continúa

Ahora, en pleno siglo 21, el cerebro humano continúa accionando los viejísimos automatismos que alguna vez fueron tan útiles.

Y el terror continúa. Disfrazado, explicado, argumentado, justificado, civilizado…pero continúa.

¿Cómo y dónde se expresa ese viejo terror?

En el cuerpo.

Es el cuerpo mismo que se altera, se indispone, se crispa, se inunda de malestar.

Son los síntomas físicos del miedo los que se expresan corporalmente y generan un estado de malestar que la persona intenta a toda costa evitar.

Aún en este tiempo de ordenadores, casas inteligentes, smartphones, tablets, naves espaciales y sofisticados gadgets…aún ahora el ser humano sigue sintiendo ese pánico de quedar fuera de “la tribu”.

Algunos vencen ese terror, claro que sí.

Pero muchos quedan atrapados en él. Prisioneros.

Entonces no contradicen la opinión mayoritaria. No opinan contra lo “políticamente correcto”. A veces no hablan. Otras veces disimulan y ocultan.

Como si pensar contra la corriente mayoritaria significara quedar fuera de la tribu.

Como si sintieran ese mismo terror en su cuerpo.

Por eso los cambios políticos son tan complejos.

Porque hay que vencer el terror a ser rechazado por el colectivo.

Moraleja: todo cambio político implica necesariamente un profundo cambio psicológico.

Maquiaveo&Freud

https://maquiaveloyfreud.com/el-miedo-al-rechazo-social-suma-personas-a-...

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Reporte Nacional. Octubre

¿Qué es el derecho al agua?

El derecho humano al agua es disponer de un abastecimiento suficiente, regular y adecuado de agua potable para uso personal y doméstico, salubre, aceptable y a costos soportables, que garantice la salud y satisfaga necesidades de consumo, cocina e higiene.

Esto incluye el derecho a los recursos hídricos, como recurso natural y bien social y cultural, conservados, gestionados y protegidos para un suficiente y equitativo abastecimiento de agua en forma adecuada a la dignidad, la vida y la salud humana, y sostenible para las generaciones actuales y futuras; el derecho a vivir en un hábitat humano libre de riesgos para la salud por agua insalubre y/o contaminada, garantizando que los recursos hídricos naturales y los ecosistemas acuáticos estén a resguardo de sustancias nocivas, microbios patógenos y vectores de enfermedades; y el derecho a que no haya interrupciones o desconexión arbitraria o injustificada de los servicios o instalaciones de agua y aumentos desproporcionados o discriminatorios del precio (CESCR: Observación General Nº 15 sobre el derecho al agua, 2002)

Venezuela, con un territorio continental y marítimo de 2 millones de km², es un país rico en recursos hidrológicos sumergido en una Emergencia Humanitaria Compleja que impide, entre otros derechos, el acceso al agua potable y al saneamiento.

El país cuenta con mucha más cantidad de agua de la necesaria para abastecer a toda su población, cercana a los 32 millones de personas. Sin embargo, el desmantelamiento de toda la estructura institucional y física del sector compromete la calidad de las fuentes de abastecimiento, los procesos de tratamiento y de potabilización de las aguas, la distribución, el saneamiento, la salud, la producción hidroeléctrica, la hoy escasa producción alimentaria e industrial. En fin, la vida de los venezolanos en todos los ámbitos.

Las siguientes organizaciones participaron en la preparación de este reporte nacional: Fundación Agua Clara, Coalición Clima 21, Aguas Sin Fronteras, Mesas Técnicas de Agua de la Red de Organizaciones de Baruta del estado Miranda y la asociación civil Fuerza Ecológica de Calabozo (FECOLCA). En el equipo de expertos estuvieron Jesús Ollarves Irazabal, Yuraima Córdova y se contó con la asistencia editorial de Clemencia Rodner. Civilis Derechos Humanos brindó apoyo en la construcción y desarrollo de la metodología en su mandato de fortalecer a la sociedad civil en el campo de los derechos humanos.

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George Yancy

Hombres, escuchen.

En vista de un año de revelaciones perturbadoras del movimiento #MeToo y de las profundamente preocupantes audiencias de Brett Kavanaugh, y su posterior confirmación a la Corte Suprema de Estados Unidos, es tiempo de que nosotros, hombres, actuemos.

Ciertamente, algunos de los varones hemos alzado la voz en nombre de las mujeres. Sin embargo muchos más hemos permanecido en silencio. Algunos han guardado silencio debido al miedo a ser juzgados, al temor de ser criticados o censurados, otros por un genuino respeto. De hecho, el silencio se ha convertido en la postura predeterminada de muchos hombres que se consideran a sí mismos aliados de las mujeres. No obstante, debido a todo lo acontecido, no involucrarse ya no es suficiente.

No quiero escatimar, así que, únete, con la debida diligencia y deber cívico, y expresa públicamente: “¡Soy sexista!”.

De hecho, tal vez es momento de crear un movimiento: #SoySexista. Piensa sobre sus implicaciones en todo el mundo a medida que asumimos la responsabilidad de nuestro sexismo, nuestra misoginia, nuestro patriarcado.

Es difícil admitir que somos sexistas.

Por ejemplo, a mí me gustaría pensar que genuinamente poseo buena voluntad feminista, pero ¿a quién engaño? Soy un feminista fracasado y descompuesto; en específico, soy sexista. Hay momentos en los que temo por la “pérdida” de mi propio “derecho” como hombre. La masculinidad tóxica cobra muchas formas. Todas las formas continúan lastimando y violando a las mujeres.

Por ejemplo, antes de casarme, insistía en que mi esposa cambiara su apellido de soltera por el mío. Después de todo, se iba a convertir en mi esposa. Así que, ¿por qué no usar mi apellido y volverse parte de mí? Ella se rehusó. Quería conservar su apellido, al argumentar que el hecho de que una mujer se cambiara el apellido por el de su esposo era una práctica patriarcal. No me gustó, especialmente porque tenía el apellido de su padre, lo que yo argumentaba que contradecía su postura contra el patriarcado. Sin embargo, ella argumentaba: “Este es mi apellido y es parte de mi identidad”. Exhibí mi necedad e interpreté su decisión como una evidencia de la falta de compromiso total hacia mí. Bueno, ella brillantemente propuso que ambos cambiáramos nuestros apellidos por uno nuevo juntos para mostrar nuestro compromiso de uno hacia el otro.

La masculinidad tóxica cobra muchas formas. Todas las formas continúan lastimando y violando a las mujeres.

A pesar de lo caritativo, desafiante y razonable de la oferta, lo arruiné. Ese día aprendí algo sobre mí. No respeté su autonomía, su postura legal ni a ella como persona. Tan patético como pueda sonar, la vi como mi propiedad, que sería definida por mi apellido y acorde con mi postura legal. (Ella conservó su apellido). Aunque esto no fue un abuso sexual, mi insistencia fue una violación de su independencia. Yo había heredado una sutil, pero todavía violenta forma de masculinidad tóxica. Todavía se asoma a veces: cuando pienso que me debe agradecer por limpiar la casa, cocinar, sacrificar mi tiempo. Esas son expectativas profundas y preocupantes que están moldeadas por el privilegio, el poder masculino, así como la masculinidad tóxica.

Si tú que me lees eres mujer, te he fallado. A través de mi silencio y una misoginia colectiva sin cuestionamientos, te he fallado. He colaborado y continúo colaborando con perpetuar el sexismo. Conozco cómo no soltamos las formas de poder que te deshumanizan solamente para elevar nuestro sentido de masculinidad. Reconozco mi silencio como un acto de violencia. Por ello, me disculpo sinceramente.

Hablo como alguien que es parte del problema. Sé lo que muchos de nosotros pensamos sobre las mujeres —el lenguaje que usamos, el sentido de poder que cosechamos a través de nuestras aventuras sexuales, nuestros piropos y amenazas, nuestras miradas que las cosifican sexualmente, nuestras imaginaciones pornográficas, nuestros gestos sexuales deshumanizantes y despreciables—, que no son simplemente bromas de vestidor, sino una exhibición pública de bravuconería sin control por la cual, a menudo, no sentimos vergüenza.

Hemos escuchado numerosos recuentos de mujeres sobre cómo es vivir bajo el yugo de nuestra construcción egoísta de una masculinidad violenta, patética y problemática. Es momento de que dejemos de manipular psicológicamente su realidad.

Hasta aquí, muchos de ustedes probablemente piensan: “Esto no aplica para mí, soy inocente”.

Es cierto que muchos de nosotros, incluido yo, no hemos cometido actos viles de violación o abuso sexual como de los que acusan a Harvey Weinstein. No hemos sido, como Charlie Rose, acusados de acoso sexual por decenas de mujeres que trabajaron con nosotros, y no hemos sido, como Bill Cosby, enviados a la cárcel por drogar y atacar sexualmente a una mujer, en este caso, Andrea Constand. A pesar de todo, sostengo que somos cómplices colectivamente de una forma de pensar sexista y una masculinidad venenosa arraigada en la misma cultura masculina tóxica de la que esos hombres surgieron.

Emito un llamado contra todas nuestras afirmaciones de “inocencia” sexista. Llamo a nuestra “inocencia” por su nombre: tontería. Como bell hooks [sic] escribe en The Will to Change: Men, Masculinity and Love, los hombres inconscientemente “se involucran en el pensamiento patriarcal, que condona la violación incluso cuando ellos probablemente nunca la realicen. Es un tópico patriarcal que la mayoría de las personas en nuestra sociedad quieren negar”. Cuando las mujeres alzan la voz sobre la violencia masculina, escribe hooks, “los chicos están ansiosos por hablar para aclarar el punto de que la mayoría de los hombres no son violentos. Ellos se niegan a reconocer que la mayor parte de niños y hombres han sido programados desde el nacimiento para creer que en algún punto deben ser violentos, ya sea de manera psicológica o física, para probar que son hombres”. Lo hemos aprendido. En el lenguaje de Simone de Beauvoir, “No se nace” hombre, “se llega a serlo”.

Nos hemos escondido detrás del mito de que “así son los hombres”, un mito que distorsiona nuestra brújula moral, que impide nuestro desarrollo, madurez y respeto por nosotros mismos, y sofoca nuestra capacidad para amar y experimentar el genuino éxtasis del eros. Audre Lorde escribe en Uses of the Erotic: The Erotic as Power (1978), “lo erótico ha sido a menudo nombrado de la forma equivocada por los hombres y usado en contra de las mujeres”. La escritora agrega: “La pornografía es una negación directa del poder de lo erótico, porque representa la supresión del sentimiento verdadero”. Como hombres, no solo nos enseñan a negar nuestros sentimientos, también nos enseñan que la vulnerabilidad sexual significa debilidad, no es propia de “los verdaderos hombres”.

Nosotros cubrimos esa vulnerabilidad con una máscara. La descripción de hooks me parece poderosa y veraz conforme a mi propia experiencia cuando era niño: “Aprender a portar una máscara”, como escribe hooks, “es la primera lección en masculinidad patriarcal que aprende un niño. Él aprende que sus sentimientos más íntimos no pueden ser expresados si no se adaptan a los comportamientos aceptables que el sexismo define como masculinos. Cuando les solicitan renunciar a su ser verdadero para alcanzar el ideal patriarcal, los niños aprenden la auto traición a temprana edad y son recompensados por estos actos de asesinato del alma”.

¿Qué quiere decir hooks con “asesinato del alma”?

Cuando yo tenía alrededor de 15 años, le dije a uno de mis amigos: “¿Por qué siempre debes ver el trasero de una niña?”. A lo que rápidamente respondió: “¿Eres gay o algo así? ¿Qué otra cosa debería ver? ¿El trasero de un niño?”. Él ya portaba la máscara. Ya había aprendido las lecciones de la masculinidad patriarcal. Yo me encontraba en una situación incómoda: podía cosificar sin ningún cuestionamiento los traseros de las niñas o era una persona gay. No había espacio para negociar que soy antisexista y antimisógino, y aun así un joven heterosexual. Otros hombres habían recompensado su mirada al unirse a la práctica cosificadora: “¡Mira ese trasero!”. Fue un acto colectivo de devaluación. Los actos de asesinato del alma ya habían comenzado.

No obstante, yo también participé en actos de asesinato del alma. Desde la escuela primaria, los niños participaban en este “juego” de empujarse los unos a los otros hacia las niñas. La idea era lograr que tu amigo te empujara hacia la niña que te parecía atractiva para tocarla supuestamente por accidente. Yo era culpable: “¡Apúrate! Empújame hacia ella”. Él me empujó y el contacto físico fue evidente. Ella se volteaba, molesta, y gritaba: “¡Dejen de hacer eso!”. ¿Juvenil? Sí. ¿Sexista y erróneo? Sí. Esta era nuestra educación juvenil colectiva, esto es lo que para nosotros significaba ganar “credibilidad masculina” a expensas de las niñas.

Posteriormente, también me hicieron creer que las niñas eran “blancos”, objetivos que debían ser perseguidos y convertidos en nuestra propiedad. Esa es la contradicción. Por ejemplo, cuando tenía unos 16 años, solía participar en un juego llamado “Atrapa a una chica, obtén una chica”; no había un equivalente llamado “Atrapa a un chico, obtén un chico”. Después de todo, como hombres, nosotros le dimos un nombre al juego. Nosotros hacíamos un conteo para darles una ventaja de inicio a las niñas. Después corríamos tras ellas. Si atrapabas a una chica, podías robarle un beso. Algunos de los niños intentaron toquetear a las niñas.

La lógica que gobierna el juego, invisible tanto para niños como para niñas, era basada en creencias sexistas que relegan a las niñas a la posición de presas. Esto es lo que la cultura masculina estadounidense nos enseñó desde temprana edad: las mujeres eran como “carne” y nosotros siempre debemos nutrir un apetito voraz. Este hecho por sí mismo debería hacernos reflexionar sobre cómo interpretamos el “consentimiento mutuo”. El juego fue orquestado alrededor de lo que el filósofo Luce Irigaray llamaría una “economía fálica dominante”. Nosotros perseguimos; ellas corren. Nosotros éramos los perseguidores; ellas eran las perseguidas. Nuestro objetivo era “obtenerlas”. Nosotros contemplábamos a la presa y después atacábamos. Aunque las niñas jugaban, no era su culpa. Nosotros éramos los “ganadores”, los que poseían el territorio conquistado. Esa es parte del entrenamiento a temprana edad que recibí respecto a mi masculinidad tóxica.

En retrospectiva, quisiera poder hablar cara a cara con esa versión más joven de mi mismo y deshacer el asesinato del alma. Sin embargo, todavía puedo alcanzar la redención. Ese chico todavía está aprendiendo de mi versión de mayor edad. Tengo una enorme cantidad de amor que darle, un amor exigente que él aprendió para deshacer la toxicidad de la masculinidad.

Esto es lo que la cultura masculina estadounidense nos enseñó desde temprana edad: las mujeres eran como “carne” y nosotros siempre debemos nutrir un apetito voraz.

Esta es la razón por la que Donald Trump Jr., el hijo del presidente estadounidense, respondió de manera equivocada cuando le preguntaron por cuál de sus hijos está más preocupado y respondió: “En este momento, diría que por mis hijos”. Eso es pura ofuscación, una sustitución de ficción por hechos, y una forma peligrosa de negacionismo de la realidad que algún día podrían enfrentar sus hijas. Con esa declaración, les mintió a sus hijas.

Trump Jr. debería ajustar sus prioridades. En un mundo sexista dominado por los hombres, un mundo en el que su propio padre agarra los genitales de las mujeres y las besa sin su permiso, son nuestras hijas las que nos deberían preocupar como blancos de violencia sexual. Trump Jr. debería preocuparse de no criar a sus hijos a imagen de su propio padre, sino a la imagen de aquellos hombres que estamos preparados para reconocer el asesinato de nuestra alma y nuestra masculinidad tóxica, así como para hacer algo al respecto.

¿A qué le tememos?

Todos vimos hace poco el espectáculo público de las audiencias de Brett Kavanaugh. Lo que está en juego trasciende, pero también la acusación hecha por Christine Blasey Ford de que Kavanaugh la atacó sexualmente cuando ambos estaban en el bachillerato durante la década de los ochenta. La historia de masculinidad tóxica y violenta debería haber sido suficiente para nosotros para darle todo el peso a la sensatez y credibilidad del testimonio de Ford. Pero no se lo dimos.

La cruel burla pública que Donald Trump hizo de Ford in Southaven, Misisipi, fue despreciable y debe ser vista como otra violación a la personalidad de Ford. Y conforme la multitud se reía y aplaudía, incluidas las mujeres presentes, las palabras de Ford, su emotivo testimonio, fueron denunciados como los desvaríos de alguien sin ningún derecho a la veracidad de sus experiencias. Para agregar un insulto al daño, la defensa de Sarah Huckabee Sanders de que Trump solo estaba “citando los hechos” es una mentira descarada y un acto de crueldad, una negación del dolor de Ford y del sufrimiento colectivo que experimentan las mujeres en general debido a los actos de violencia sexual.

Puedo imaginarme defendiéndome apasionadamente si estuviera en la posición de Kavanaugh. Sin embargo, Kavanaugh reforzó —con descaro— el machismo y la agresividad de los hombres blancos, a tal grado que incluso si uno piensa que él es inocente de lo que Ford lo acusó, él exhibió por completo la conducta de un hombre blanco enojado, con pocos deseos de cooperar y que está decidido imprudentemente a cobrar venganza contra aquellos que afirmaron que estaban dispuestos a ir contra él.

La historia de la violencia de los hombres contra las mujeres se identifica con el dolor y el sufrimiento de Ford. Las estadísticas sobre el abuso sexual son claras: una de cada cinco mujeres es violada en algún momento de su vida; el 90 por ciento de las víctimas son mujeres; en Estados Unidos, una de cada tres mujeres experimenta algún tipo de violencia sexual de contacto en su vida; alrededor de la mitad de las víctimas femeninas de violación denunciaron haber sido violadas por su pareja íntima y el 40 por ciento por un conocido; en ocho de cada diez casos de violación, la víctima conocía al responsable. No podemos seguir negando esta realidad por más tiempo.

Sé que si eres una mujer, en realidad no necesitas que yo, como hombre, te diga que no estás paranoica cuando se trata de violencia masculina de tipo sexual. No hablo por ti, sino contigo. Desde mi punto de vista, y desde el de muchos otros, Kavanaugh se falló a sí mismo y te falló. Y todos hemos desempeñado nuestro papel en ese fracaso. Ya no quiero fallarles a las mujeres.

Debido a que el mundo está observando, nosotros, como hombres, necesitamos unirnos al diálogo de maneras en las que hemos fracasado en el pasado. Necesitamos aceptar nuestra responsabilidad en el problema más amplio de la violencia de los hombres contra las mujeres. Necesitamos decir la verdad sobre nosotros mismos.

29 de octubre

New York Times

https://www.nytimes.com/es/2018/10/29/hombres-sexismo-me-too/?action=cli...

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