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Ismael Pérez Vigil

Repolitización.

Ismael Pérez Vigil

Tomo el término que titula este artículo de la última entrevista al Padre Luis Ugalde, SJ, quien siempre nos hace reflexionar. La entrevista, de la que se pueden extraer varias conclusiones, fue realizada por Macky Arenas, quien la titula: «Estamos viviendo el fin de una época, de una manera de hacer política» y fue publicada en “‎Encuentro Humanista”, el 30 de septiembre de 2022. (Los invito a leerla en: https://bit.ly/3MbZKKZ)

Desde luego Ugalde se pasea por temas, como la dignidad de la persona humana, la solidaridad, la subsidiaridad, la educación, la formación religiosa, la Doctrina Social de la Iglesia y sus diferencias con el marxismo en conceptos claves como el Estado y la creación de “‎cuerpos intermedios”, el humanismo, la política y los partidos políticos, los conceptos de derecha e izquierda, tiranía, populismo y una variedad más de conceptos, que algunos apenas menciona y otros desarrolla más a fondo.

La política.

En lo que a mí respecta, centro su mensaje en el tema de la política y los partidos, al cual me he venido refiriendo en las últimas semanas y sus opiniones me parecen un colofón adecuado, por lo que me permito resumir, de manera libre, desde mi estricto punto de vista, las que creo que son sus ideas más resaltantes con respecto a este tema, sin que sean las únicas y sin que su orden signifique la importancia que él les da.

Con respecto a la política y al concepto que tenemos de izquierda y derecha, el planteamiento de Ugalde lo resumo de esta manera:

- “… se ha agotado una manera de entender la política por lo tanto es indispensable una repolitización una nueva forma de entender y hacer la política… lo que significa nueva conciencia ciudadana… la ciudadanía debe asumir su responsabilidad pública” (subrayado mío)

- Estamos viviendo dos fracasos, el de la izquierda y …el de la ultraderecha neoliberal … (y también el fracaso de los) … que sostienen que el mercado resuelve todo y que las políticas sociales están de más.

- Los términos “…izquierda y derecha son palabras, ya no sirven para nada… porque “… sean de derecha o de izquierda (quien llega al poder) … En América Latina … hace política de cúpulas y de convenios.

Los partidos.

Ugalde es especialmente crudo con los partidos, sobre todo los de izquierda, y su concepto del Estado:

- Cuando en los partidos no hay “formación de cuadros … que significaba prepararse para la política… queda la política convertida en psicología de supermercado… eso implica el fin del país…”

- “…el poder político se debilita y eso entrega a los países en manos del poder económico, que ya no es nacional sino transnacional…. preocupa cuando el capital financiero acumula poder político muy por encima del poder de los Estados y no respeta reglas de juego…”

- “…Los partidos de izquierda cuando llegan al poder, lo único que les interesa es “perpetuarse en el poder”, porque para los partidos inspirados en el marxismo, “… el Estado es un instrumento para dominar… es herramienta para someter y dominar… es un instrumento de un grupo social para oprimir al otro… Nada más llegan (al poder), su propósito es convertir la democracia en una dictadura…” y concluye Ugalde, para los partidos de izquierda, el estado “… no el gestor del Bien Común…”

Y finalizo los planteamientos de Ugalde con un resumen de algunas de sus ideas sobre los valores, los principios, la moral y la ética y su relación con la política y los partidos:

- La moral desaparece de lo público… En otras palabras, no hay deber ser…La ética se va ausentando de todos los órdenes de la vida.

- “… el gran peligro es que la política no sea ejercida como tarea, como esfuerzo, por falta de educación ciudadana… sino… como una mera demanda…entonces se le abre el campo a los mesías y al populismo, que es lo peor que puede pasar…” Y lapidariamente finaliza: “Es lo que nos pasó en Venezuela. Apoyamos a quien promete sin ninguna garantía. Así estamos.”

Dicho de otra manera, en mis palabras, parafraseando las suyas, ante el agotamiento de la política, la crisis de los partidos, además de la pérdida de valores, la ausencia de moral y la falta de ética, que es notoria en Venezuela, se impone esa repolitización de la que él habla, que no es otra cosa que lo que en otras oportunidades hemos dicho: la concreción de un nuevo pacto social; él lo denomina “…una nueva conciencia ciudadana…” en la que el ciudadano vea la política como una responsabilidad pública, como esfuerzo y que “… arrime el hombro a un proyecto común que llamamos nación.”

Crítica a la política y a los partidos.

Las críticas de Ugalde, a la forma de hacer política y a los partidos, por ejemplo, aunque resumidas, son certeras y argumentadas. No puede ser para nadie extraño, ni motivo de escándalo afirmar que hay en Venezuela un “‎ambiente” político, una vez más, de reclamo, crítica, queja, denuncia, con respecto a la actuación de los políticos opositores y los partidos. Es algo que se remonta a los principios de los años setenta, del pasado siglo −y quizás antes de esa fecha− pero algunos lo enfatizan en el desempeño de políticos y partidos durante estos últimos dos años y la evaluación del gobierno interino, a quien algunos hasta acusan de corrupto. Sin evaluar la certeza o no de estas denuncias, francamente, lo sorprendente es lo virulentas de algunas de ellas y sea que se logre probar o no alguna falta, lo que no me cabe duda es el aprovechamiento que hace el régimen de esta circunstancia.

A ese respecto, no pongo en duda la crisis severa en la que están sumidos los partidos y que pareciera que algunos no tienen interés serio en superar; tampoco me cabe duda, por las muestras dadas, que con algunas excepciones hay una notoria mediocridad en gran parte de la dirigencia política, falta de formación, banalidad en afrontar los temas y falta de compromiso real por enfrentar los problemas de la población; pero, a pesar de todo eso y tras leer los argumentos de Ugalde, creo que se impone una reflexión más reposada de este tema de los partidos y la política; que nos conduzca a alguna salida o solución, que en el fondo creo que es lo deseable, y es lo que concluyo al leer lo de la "‎repolitización”. Busquemos que la crítica sea una evaluación que conduzca a una rectificación, a aleccionar, etc.; salgamos de esa práctica que parece que lo que persigue es un simple “‎ajusticiamiento”, un linchamiento.

Porque, seamos sinceros, todos sabemos que nadie va a cometer la insania de salir a hacer algo tan impopular como defender a la política, los políticos o los partidos, pues eso de criticarlos, no solo ha estado siempre de moda −al menos desde inicios de los años setenta del pasado siglo−, sino que además es muy “‎seguro”, da “dividendos electorales”, pues usualmente no hay que probar nada, pues “‎todo el mundo sabe que eso es así”, que la política es algo “intrínsicamente malo”, que quien se dedica “‎a eso” tiene un fin oculto o busca de alguna manera beneficiarse personalmente, probablemente de enriquecerse de manera indebida; y además, como dije, nadie va a responder ni a desmentir nada; y si alguien desmiente, no importa, porque en este país a nadie se le ocurre rectificar o pedir disculpas por dar falsa información o difamar.

Y con esa mentalidad, nos vamos sacando los ojos, desde hace más de 50 años, sin señales evidentes de que hayamos avanzado en ese tema esquivo, del que nadie se atreve a hablar mal, del que nadie reniega, pero que no se termina de concretar: La renovación interna de los partidos y su readaptación a la situación política que vivimos.

Sin compromiso de cambio.

Hay otro aspecto de este problema que tampoco se encarna nunca. Si existiera algún compromiso serio por cambiar el medio político o el ambiente político venezolano ¿No cree usted que muchos de los que critican tan ácidamente se deberían meter a hacerlo, a militar en las organizaciones políticas o crear nuevas? Pero es que una de las terribles características de los venezolanos instruidos es que tenemos la peculiar costumbre de saber que deben hacer los demás, para nosotros hacer lo mínimo o no hacer nada; es más cómodo dedicarse a los negocios, a la actividad profesional y en materia política, disparar desde la cintura cada vez que nos provoque.

Por supuesto, tampoco vamos a negar la realidad, los errores cometidos y que esta actitud, la de rechazar y alejarse de la política y de los partidos, es una circunstancia que sus líderes han aprovechado bien para consolidarse en sus organizaciones y evitar cualquier intento de rectificación o renovación. Cuando vemos los resultados de sus “‎procesos internos” de renovación y las “‎nuevas” direcciones políticas, surgidas de ellos, salta a la vista que lo único que ha ocurrido es una especie de “‎enroque” de “‎cargos” y “‎puestos” en las directivas, pues los nombres y los candidatos son los mismos de siempre, pero en diferente orden. Y hasta en los “‎nuevos” partidos, con frecuencia vemos reproducirse los viejos vicios. No solo el pueblo se decepciona, también sus propios militantes comienzan a hacerlo.

Conclusión, lamentable.

Pero lo grave es que, hasta el momento, el régimen enfrenta una oposición democrática desmoralizada, poco organizada, eventualmente fracturada, que ni siquiera ha decidido aún, de manera cabal y detallada, cuál será el método para seleccionar su candidato; y contará además con un sector opositor radical, listo para desguazar lo que quede en pie de la oposición democrática, una vez concluido cualquiera que sea el método de selección del candidato. Y paremos de contar.

Naturalmente que esta tarea de repolitización no será sencilla, pero al respecto vale recordar a Irene Vallejo, la escritora española, quien sabiamente nos señala en su último artículo, Alas de Cera, 3/10/2022 −https://bit.ly/3SJeMuc−: “La sabiduría antigua, tan ajena al pensamiento positivo, nos recuerda que lo habitual no es el éxito, sino estrellarnos y levantarnos del suelo con rasguños y olor a chamusquina”. Aun de esa manera, vale la pena levantarse y continuar.

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Integración de partidos y sociedad civil

Ismael Pérez Vigil

Hace algún tiempo comenté diversos aspectos de la sociedad civil y los partidos políticos: las diferencias en objetivos entre ambos, las diferencias en el liderazgo de unos y otros, las diferencias en las formas de organización, etc. Pero quedó pendiente el tema de las lecciones aprendidas en estos veintitrés años para lograr la integración de estos dos actores, para enfrentar la situación política del país.

Crisis de los partidos

Es hoy un lugar común hablar de la crisis que viven los partidos políticos y la política en general, que ha llevado a que una gran parte de la población se muestre indiferente y rechace la actividad partidista y muy en especial a la actividad electoral. Esta circunstancia no se puede atribuir a una única causa, sino a una mezcla de ellas y me atrevería a describir varias, sin pronunciarme por cual es la más importante, ni pretender afirmar que las que voy a mencionar son todas las que se deben considerar.

Por un lado, a los partidos se les critica que fueron apartándose de sus objetivos, doctrina, principios ideológicos y los fueron reemplazando por vacías promesas populistas, interpretando lo que suponían que el pueblo quería escuchar, pero olvidando su papel de conductores y orientadores; se les señala que dejaron de renovar su liderazgo; que se fueron anquilosando en el gobierno y convirtiéndose en meras maquinarias electorales para mantener el poder; que en el desempeño del gobierno fueron perdiendo eficacia para resolver los problemas de la población y que se fueron deteriorando en el poder, en algunos casos por involucrarse en procesos de corrupción. Críticas fuertes, no siempre justas, al menos para todos los partidos.
Del otro lado a la sociedad, también se critica el dejar de lado su responsabilidad e interés por controlar a los partidos y al gobierno; los ciudadanos, se señala, se fueron alejando cada vez más de los partidos y de la actividad política, para dedicarse más a su familia, a la actividad académica, a hacer dinero a través de su actividad profesional, de negocios −a veces con el propio gobierno− o a través de sus empresas y cuando se vinieron a dar cuenta, los partidos y los políticos ya estaban totalmente “de su cuenta”, sin control social y sólo quedó entonces, para comenzar a rectificar y enderezar entuertos, desatar un despiadado proceso de crítica, que no buscaba renovarlos o corregir errores y defectos, sino reemplazarlos o simplemente acabar con ellos.

Eso dejó el campo fértil para todo tipo de oportunistas; para que demagogos populistas −como Hugo Chávez Frías− se montaran sobre ese proceso de crítica a los partidos y se adueñarán del poder; una vez en él, continuarían un proceso sistemático de destrucción de los partidos, para el que encontraron poca o ninguna resistencia, más bien el apoyo de una parte importante de la población que había perdido toda su fe en los partidos y en la política y por otro lado, se encontraron con unos partidos mediatizados, con poca solidez doctrinaria, sin renovación de su liderazgo y con poca o ninguna formación ideológica en su militancia. La tarea de destrucción era fácil

Surge un nuevo actor

El Gobierno de Chávez Frías se inició montado y continuando el ataque y críticas a los partidos políticos, recogiendo y usufructuando los más de treinta años previos de diatribas contra ellos, no siempre justificadas. Ese intento de eliminar a los partidos cristalizó en la Constitución Bolivariana de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, hoy sabemos que erróneamente, que esto era un comienzo de liberación y depuración para los partidos, cuando en realidad al quitarles el financiamiento público se les dejaba en manos de grupos económicos que pudieran o puedan financiarlos y de cuya influencia se pretendía liberarlos. Se les hizo más dependientes a los de la oposición y se favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son los únicos que pueden contar con los recursos del Estado, como hemos visto hasta la saciedad en estos veintitrés años.

Pero esa estratagema falló, los partidos no fueron aniquilados y surgió un actor con el que nadie −muchos menos Hugo Chávez Frías− contaba: el ciudadano y la sociedad civil, que desarrollaron y adquirieron en estos veintitrés años una experiencia política, invalorable, para la sociedad civil y que también sirve para sacar importantes lecciones, al menos en lo que a la organización política partidista concierne.

Historia del nuevo proceso

Al principio de la instauración del régimen, parecía que asistimos a la sepultura de los partidos tradicionales y al surgimiento y reflorecimiento de “nuevas” organizaciones. En los viejos partidos, se critica, se habían enquistado algunas “elites” que, habiendo dejado de lado ideales doctrinarios, se habían adueñado de esas organizaciones, mediatizado y apartado sus ideales de lucha. Algunos continúan allí, como dice un amigo, como la nata sobre la leche, que siempre sale a flote por más que se revuelva. De esa debacle no se salvó, prácticamente ningún partido, ni siquiera la vieja Izquierda insurreccional. Y tanto a los partidos, llamémoslos históricos, como a los nuevos partidos, los surgidos en años recientes, el régimen se ha encargado de intentar aniquilarlos −por suerte sin éxito completo−, persiguiendo a sus lideres y dirigentes, inhabilitándolos y últimamente, utilizando al TSJ para desmantelarlos y entregar sus organizaciones, colores, locales y símbolos a algunos personajes surgidos de ellos, pero afectos a las políticas del régimen o dispuestos a seguirle el juego de destrucción de la oposición.

Partidos de inspiración militar

Presenciamos también el surgimiento, efímero, en Venezuela, de lo que se llegó a pensar que sería un nuevo tipo de organización de corte cívico-militar (MBR200 y MVR). Estos “nuevos” partidos, inspirados en las ideas del sociólogo argentino Norberto Ceresole, se basaban en un liderazgo de tipo caudillista, con una ideología de “eficiencia militarista” y que parecían llamados a heredar las consignas y estrategias de los partidos de masas de principios del siglo pasado, fuertemente apoyados en prácticas populistas. Se nutrieron de la clientela política que fue abandonando a los partidos tradicionales, de la cual un día también se nutrieron algunos partidos y fenómenos electorales, surgidos entre los años 60 y 90 del pasado siglo, que no viene al caso mencionar.

Sin embargo, esas organizaciones no cristalizaron. El MBR200 no llego nunca a adquirir una forma pública y el MVR, devenido en PSUV, se ha quedado en una mera maquinaria electoral, que depende del carisma de su caudillo principal, usualmente el presidente de la república. Ni siquiera ha podido generar una élite dirigente destacada, diferente a aquella que surgió en 1992 y que acompañaría a Chávez Frías en su aventura electoral de 1998 y años subsiguientes en la instauración del oprobioso socialismo del siglo XXI. No podía ser de otra forma, pues su propio líder creador, Chávez Frías, y quienes lo sucedieron, se encargaron de destruirlos, de mutilarles el alma, al designar a dedo sus autoridades internas y sus candidatos. El resultado es que el régimen actual no se apoya en el PSUV para gobernar, sino en la FFAA.

Las nuevas opciones

De esta lucha por la sobrevivencia y por ganar nuevamente el favor del electorado de manera democrática, han ido surgiendo −y esperamos surjan más− algunas nuevas opciones, nuevos partidos, de inspiración ideológica −Social Demócrata, Demócrata Cristiana y Socialista−, partidos con doctrina; y aunque varios presenten algunos de los vicios del pasado, le tocará a los grupos sanos y jóvenes de esas organizaciones renovarlos y darles nuevo contenido para que, remozados y reconvertidos, pervivan como elemento indispensable, que lo son, de la vida democrática.

Constituye el reto de los partidos y de sus lideres del momento, descifrar este crucigrama y armar este rompecabezas e integrar a un ciudadano, que no quiere alejarse más de la política, de lo público, pero que no se les puede seguir atrayendo con viejas consignas de partidos de masas, leninistas, o sacarlos de su ambiente inmediato de trabajo y de vida para intentar que “participen” en ambientes extraños a su cotidianeidad. Para dar respuesta a este “ciudadano movilizado” necesitamos nuevos esquemas de organización política, más cónsonos con la realidad que vivimos, menos centralizados, más interactivos.

Sabemos que esto no es fácil, pero hay algunos ensayos importantes y exitosos. Se trata de ver como aplicamos algunas de las lecciones que pudo haber aprendido esa sociedad civil, ese ciudadano incorporado a la política −incluso los mismos partidos−, con esquemas organizativos diferentes, propios de su actividad en otras áreas o de su aprendizaje de la experiencia internacional a la que hayan podido tener acceso.

Hacia un nuevo modelo organizativo

Resumiendo lo que ya he dicho en ocasiones anteriores −disculpen los que ya lo han leído− vemos la tendencia en muchos países de apuntar hacia un esquema de partidos u organizaciones políticas, diferentes a los que tenemos actualmente, lo que hemos llamado los partidos históricos y los nuevos, pero inspirados en ese modelo. Hoy en día tenemos que hablar de tendencias que apuntan a organizaciones que se basan en núcleos, muy activos, de militantes o dirigentes y una enorme periferia que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias concretas y en ambientes específicos, en la mayoría de las ocasiones convocados y organizados por medio de las redes sociales. La clave es no sacar al ciudadano de su “ambiente” natural de trabajo y vida en el cual se desenvuelve. De esta forma, los individuos, los ciudadanos, se mantienen activos y ligados a la globalidad, pero desde su propio medio local, parcial y limitado, el cual conocen a la perfección; se organizan rápidamente en función de actividades específicas, muchas veces en forma de “enjambre” y regresan rápidamente a sus actividades cotidianas.

Es la organización que corresponde a un mundo globalizado −aunque a algunos les produce alergia esta palabra−; donde la globalización es un dato, una realidad tecnológica, la forma en que se organiza la producción a nivel mundial y no simplemente una opción económica. Se trata entonces de resolver la paradoja organizativa de los últimos años: antes se nos decía, que pensáramos globalmente y que actuáramos localmente; ahora el reto es pensar localmente y actuar globalmente. ¿Estarán nuestros partidos políticos en capacidad de darnos esa respuesta organizativa? ¿Estarán los ciudadanos en capacidad de comprender esa convocatoria y ese papel? Esa es la gran duda que tendremos que resolver en la práctica.

Ética en los partidos

Hace algún tiempo, en varios artículos, analicé la necesidad de construir una organización moderna −como la ya descrita en párrafos anteriores−, popular, poli clasista, o donde el tema de “clases” no sea un problema, que se plantee claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese programa. Desde el punto de vista organizativo, la organización partidista que se forme debe estar basada en postulados éticos, que como mínimo contengan: la transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su función pública, es una función educativa.

Establecidos estos puntos -éticos- fundamentales, y las formas organizativas descritas, es válido que nos plateemos otros principios: ¿Cómo hacemos para que nuestro programa, en forma de mensaje, llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él? Ese es nuestro verdadero reto. El programa, al menos sus aspiraciones globales están claras, definidas, en las varias versiones, parciales y completas, del llamado Plan País. El problema ahora es como hacemos que llegue a todos los venezolanos y como lo convertimos en postulados compartidos y en ideales de lucha común. Ese sigue siendo un tema para la reflexión.

Conclusión

Insisto, para finalizar, en lo que ya he señalado en oportunidades anteriores, que la tarea del político y la política, entre otras cosas, es educar acerca de cómo vivir en democracia, particularmente, en la importancia de formar lideres con un sentido ético y crear partidos u organizaciones políticas alejadas de prácticas poco trasparentes y poco democráticas; crear organizaciones políticas en donde no se favorezcan conductas proselitistas, como las que eran comunes en nuestro quehacer partidista y son la conducta habitual de los que apoyan a este régimen, para ganar el favor popular. Las tareas concretas a realizar, obviamente no son materia de un artículo como este.

Politólogo

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Sociedad Civil versus Desesperanza.

Ismael Pérez Vigil

A la memoria de Olga Ramos y Rafael Macquhae,

rocas de la sociedad civil, Impenitentes luchadores

por la democracia, la libertad y una educación libre

y de calidad, descansen en paz, amigos…

Siempre que se habla de las formas prácticas de combatir ese sentimiento de angustia y pesar que acogota a todos los venezolanos, la desesperanza, invariablemente pienso en la resistencia de los ciudadanos y de la sociedad civil al régimen que nos asola desde 1999.

Desde siempre y de muy variadas maneras, la sociedad civil, los ciudadanos, han estado presentes en la historia política de Venezuela; pero, especialmente desde 1999, que empezó este régimen de oprobio, que continua hasta hoy, nadie contaba, mucho menos el propio Chávez Frías, que la muerte de los partidos políticos, que él propicio, no sería tan definitiva y mucho menos contaba con el surgimiento de este actor que le ofrecería una denodada resistencia: El ciudadano, organizado como sociedad civil.

Antes de continuar aclaro que, para este concepto tan amplio y algo esquivo, adopto el criterio que sociedad civil (SC) es para mis análisis lo diferente a partidos políticos, organizaciones religiosas, sindicatos y obviamente organizaciones militares. Se trata, entonces, de ciudadanos organizados para actuar política y socialmente, por ejemplo, pero al margen de los partidos y cuyo objetivo no es la búsqueda del poder.

El “comienzo” de lo actual.

Paradójicamente, la actividad política de dos personajes −por muchos motivos antagónicos y opuestos−, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez Frías, va a ser pieza fundamental en el surgimiento y desarrollo de ese actor político que, sin ser nuevo, pues como dije, está presente a todo lo largo de nuestra historia política, pasa a ser fundamental de 1999 en adelante.

Desde un punto de vista positivo, el impulso a la privatización de las empresas del estado, la descentralización, el impulso a la elección directa de los gobernadores y la elección nominal de los diputados al Congreso Nacional, entre otras políticas desarrolladas durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, abrieron las puertas para una entrada, más sólida, en la política, de este actor.

Desde un punto de vista negativo, Hugo Chávez Frías, con su prédica antipolítica y contra los partidos y a la vez propiciar que fueran los ciudadanos y la sociedad civil los únicos que participaran en la elección de la Asamblea Constituyente de 1999 −que él convocó y cuyos términos, parámetros y contenidos, él definió e impuso−, fue también un impulso para que, como actor, la SC, se manifestara, de manera decisiva. Todos recordamos que en 1999 en las regulaciones con las que se convocó a una Asamblea Constituyente, a la sociedad civil se le dio preeminencia y todo el espacio; pero, no tardamos en descubrir que en realidad esto no era así, sino que se trataba simplemente de una forma más de restar importancia y relegar a los partidos políticos. Desde entonces, la arremetida de este régimen en contra de la sociedad civil, no ha cesado.

El “chavomadurismo” contra la sociedad civil.

Las instituciones controladas por el régimen, desde sus inicios, han arremetido contra la sociedad civil. Por ejemplo, el TSJ con varias sentencias dictadas por la Sala Constitucional, en las que se alude a la sociedad civil, se ha disminuido, confiscado o menoscabado sus funciones. Las arremetidas de la Asamblea Nacional, controlada por el régimen, han sido también notables: limitando su papel en el CNE, con intentos de legislación para controlar sus recursos; y desde luego, las tentativas de control, la persecución a sus lideres y la criminalización de sus actividades, por parte del gobierno de Nicolás Maduro, especialmente desde 2018; y estos son solo algunos de los ejemplos, de los que no voy a entrar en detalles, pues no voy a repetir lo que he dicho en otras ocasiones (ver Nueva Arremetida Contra la Sociedad civil, https://bit.ly/3wAsNR4)

En estos 23 años se han emprendido innumerables iniciativas para salir de este régimen de oprobio: huelgas empresariales, paro petrolero, intentos de golpe de estado, intentos de rebeliones militares, manifestaciones gigantescas, miles de protestas al año, hemos votado innumerables veces, nos hemos abstenido, hemos dialogado y negociado, designamos un gobierno paralelo, etc., y nada ha dado resultado, produciendo esta situación de desánimo y desesperanza que nos agobia.

Pero, a la vez surge de todo esto una reflexión que no podemos olvidar, aunque algunos lo hacen y el gobierno la exacerba: el régimen con sus incontables recursos, que ha utilizado a discreción para comprar voluntades y conciencias y a pesar de todo su poder realizando amenazas, chantajes, intimidación, represión a mansalva, inhabilitación de candidatos y partidos, forzando a miles al exilio, llenando las cárceles de presos, con juicios amañados y sin defensa, torturas y violación comprobada de derechos humanos, etc., no ha logrado eliminar a la oposición, sacarla del juego, evitar que de todas maneras se manifieste y surja. Ese es nuestro principal activo en esta lucha, que no podemos dejar de lado y despreciar, porque es el argumento más fuerte que tenemos contra la desesperanza. Así que, veamos cómo se dio este proceso, desde sus orígenes.

Matizando a la sociedad civil.

En buena parte esa resistencia de la SC se debe a que ha surgido con fuerza y se ha fortalecido desde 1999, con sus oenegés y la actividad de los ciudadanos y vuelve siempre por sus fueros; pero se hace necesario matizar esta actividad, pues me preocupa que se deifique y la cierta sobrevaloración que hacemos de ella.

La SC siempre ha sido celosa de su independencia, sobre todo de los partidos; pero estamos conscientes que en Venezuela, por acción u omisión, todo fue creado por los partidos −los sindicatos, los gremios, incluso los grupos vecinales−; no obstante, precisamente, la caída en desgracia de los partidos y la arremetida que sufrieron desde 1999, fue creando el espacio para que surgiera y se hiciera más fuerte el fenómeno de la SC, con algunas importantes diferencias de la SC, llamémosla histórica, que se manifestó tan ligada a los partidos políticos desde 1958 y que participaba en las campañas electorales apoyando diferentes candidatos, sobre todo de la partidos principales de entonces: Ad y Copei.

Sociedad Civil y régimen de Chávez Frías.

La primera manifestación de resistencia ciudadana y de la SC al régimen impuesto por Hugo Chávez Frías desde 1999, fue la participación de cientos de ciudadanos buscando firmas para postular candidatos y luego elegirlos para conformar la ANC de 1999. Allí tuvimos, los que participamos activamente en la actividad, el primer atisbo de que no es posible derrotar en lizas electorales a las maquinarias partidistas. Luego vinieron otras protestas contra el régimen. De especial mención la de las mamás, en aquellas jornadas de protesta, por todo el país, en las plazas públicas, en defensa de la educación libre y contra del decreto 1011, bajo la consigna: “con mis hijos no te metas”. Y tantas otras, que en estos 23 años, con ese impulso de resistir y combatir a Hugo Chávez, su constituyente y su régimen, desarrollaron un verdadero “boom” que al régimen, que lo propició, se le fue de las manos. Surgieron entones cientos de organizaciones, ligadas a la actividad política, a la resistencia, gente muy crítica que quería hacer oposición y quería hacer política, pero no lo quería hacer en los partidos, bien porque estaban desprestigiados o porque esos ciudadanos no eran capaces de tolerar la disciplina de los partidos.

Los ciudadanos, resistiendo al régimen que se imponía, formaron sus propias organizaciones, a las que se sumaron los disidentes de los partidos, que antes, al desgajarse de su partido de origen, formaban otro y que ahora forman una oenegé. Y también, al sumarse a esa resistencia las oenegés que ya estaban formadas para atender problemas educativos, ambientales, de salud, etc.…y que comenzaron a involucrarse en la política, fueron formando una numerosa e intrincada red.

Sociedad civil hoy.

Hoy tenemos, entonces, cientos de oenegés, cercanas al millar, de organizaciones con motivación específicamente política. Organizaciones que por momentos, es verdad, se comportan, dividen y tienen disputas muy similares a la de los partidos, pero con la diferencia que no están diseñadas, como tales, para luchar por el poder, aunque algunas lo quieren hacer y reemplazar a los partidos. Obviamente estas organizaciones no se comportarán igual cuando retornemos a la democracia y será allí, cuando nadie las persiga ni acose, que van a probar su verdadero valor, pues podrán ser una verdadera fórmula de control ciudadano sobre el desempeño de los gobiernos, locales y nacional. Toda esa energía, volcada hoy hacia la actividad política y el rescate de la democracia, podrá dirigirse el día de mañana a resolver de manera eficaz y eficiente, acuciantes problemas sociales y económicos del país; siempre que no olvidemos, como ocurrió en el pasado, especialmente desde 1958, que los políticos están allí porque nosotros los pusimos allí y dejamos de controlarlos, los abandonamos a su suerte o su buen saber y entender, pues preferimos la vida profesional, la vida académica, dedicarnos a las empresas y la actividad económica, etc. Perdimos todo control sobre la acción de gobierno y sobre la posibilidad de contribuir como ciudadanos a enfrentar los problemas del país, desde una perspectiva que no suponga obtener prebendas políticas, figuración o cargos.

Cómo prepararse.

Ciertamente hoy tenemos muchas oenegés, muy activas algunas, pero una gran indiferencia ciudadana hacia la política, hacia los partidos y hacia las propias organizaciones de la SC que se dedican a la política; ¿Qué se puede hacer para que los grupos locales y vecinales, arremetan contra la desesperanza y como en el pasado, se organicen para votar y sobre todos para defender los votos?

Creo que la respuesta es mantenerlos allí, en ese nivel local, formando redes sociales y políticas, fuertes por su versatilidad y eficaces por su constancia y tenacidad; y desde allí, con posiciones firmes, velar porque las decisiones se tomen democráticamente. Esa es una forma además de crear “capital social”, pues la gente se vuelve demócrata, viviendo democráticamente, tomando decisiones por consenso, tolerando y aceptando las diferencias, siendo flexible. No tenemos democracia en el país, pero la podemos tener en la comunidad en la que vivimos y nos desempeñamos, en el grupo de vecinos, en el barrio, en el liceo, en las universidades, los gremios, en la comunidad inmediata, en nuestras oenegés; y que comprendan que ese problema, local y vecinal, con el que lidian todos los días, no se va a resolver completamente sin conexión a lo general y por eso hay que dar el salto a lo general, a lo político. Para cuando lo den, ya habrán aprendido a vivir en democracia, a ser flexibles y tolerantes, a aceptar las decisiones de los demás. Habremos aprendido lo que es la democracia.

Sociedad civil y “grupos de electores”.

Eso implica aprovechar todas las oportunidades que se presenten y una forma de combatir ese pesar de la desesperanza; por ejemplo, aprovechar que el CNE ha abierto un lapso para que se registren e inscriban “Grupos de Electores”; esto se puede hacer en el nivel local, vecinal, para que los ciudadanos organizados en sus vecindarios puedan presentar o apoyar candidatos; es también una manera de presionar y poner a las organizaciones políticas en la posición de que acepten las reglas del juego democrático de los ciudadanos y sus aspiraciones. Éste es un simple ejemplo de una manera de comenzar un proceso, real, de organización y construcción de redes, de organizaciones políticas al alcance de cualquier ciudadano, en donde los ciudadanos puedan participar sin renunciar a su condición de tal, al espacio vital que conocen y dominan.

Conclusión.

A pesar de todos sus esfuerzos, la sociedad civil venezolana, aun cuando no ha sido exitosa en su empeño de salir de este régimen de oprobio, ha resistido y sobrevivido y ha logrado crecer, en número, en miembros y en determinación. Le quedan dos tareas importantes, una inmediata y otra pendiente.

La inmediata, creo yo, es conectarse con las primarias opositoras, sobre todo en el exterior; tal como ya mencioné la semana pasada −en Contradesesperanza, https://bit.ly/3Ln0OLR −, esa es una tarea que perfectamente puede quedar completamente en manos de la sociedad civil, siempre y cuando se lleguen a acuerdos básicos de aceptar los resultados, de incorporarse todos a la campaña del ganador y en el propósito de llevar una respuesta a un país que espera y hoy muere de mengua y abandono; acuerdos que sean respetados por los precandidatos y partidos que compitan; aunque si no lo hacen, de todas maneras la SC les sabrá pasar la factura.

Y la tarea pendiente, desde hace muchos años, es ayudar y presionar a los partidos políticos a profundizar en su renovación y en sus procesos de reorganización; una manera, a nivel local y vecinal, es ayudar a incorporar cada vez más ciudadanos a la tarea de resistir y se me ocurre que una fórmula puede ser organizando los “grupos de electores”, que ya mencioné, que muestren a ciudadanos y partidos una vía y una forma de organizarse, de ser tolerantes y flexibles, de desarrollar democracia desde la base.

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Contra-desesperanza.

Ismael Pérez Vigil

Desde que publiqué un artículo, “Desesperanza” (https://bit.ly/3RfRoDm), hace varias semanas, he recibido comentarios, opiniones, e incluso una invitación del FAVL de Bolívar y Caroní, para tratar el tema en uno de sus foros, sobre todo: ¿Cómo combatir esa desesperanza?; esas interacciones e intercambios me han hecho reflexionar acerca de algunas de las áreas en donde se manifiesta el fenómeno. Hoy quiero tocar dos de esas áreas en las que más me han insistido, las elecciones primarias de la oposición democrática y el tema educativo de la juventud.

Las primarias.

La oposición democrática tomó la decisión de participar, unida, o al menos con un candidato único −que no es exactamente lo mismo− en las elecciones presidenciales del 2024 −que por las declaraciones recientes de Nicolás Maduro, tal parece que si se realizaran en esa fecha, que es la que se desprende de la constitución y las leyes vigentes, aunque aún falta saber si serán en el mes de diciembre, como ha sido la costumbre por años−. Esa misma oposición ha decidido también escoger ese candidato en un proceso de elecciones primarias, que se llevarían a cabo en una fecha indeterminada del año 2023, según acaba de ratificar la Plataforma Unitaria en un comunicado, pero que aún no se tienen mayores detalles de la forma concreta en que se llevarán a cabo. Eso parece que está ocasionando cierta desesperación a algunos sectores, tanto partidistas, como de la sociedad civil, que han manifestado inconformidad, tanto por la lentitud del proceso, como por el método de las primarias en sí, para escoger el candidato.

Opciones.

Teníamos varias opciones para hacer esta selección: Encuestas, consenso o primarias y como bien sabemos, se hicieron enormes presiones para que fuera mediante primarias. Casi que era un delincuente o un traidor, el que no dijera: primarias; pero, como es usual, una vez tomada la decisión, aparecen las inconformidades, por variados motivos: Lo tardío en realizarlas −primer semestre de 2023−; porque eventualmente se decida acudir al CNE, para que facilite máquinas y logística que abaraten los costos; por la incertidumbre al no saber si podrán participar los venezolanos en el exterior; e incluso, por la forma en que se tomó la decisión, de la que, según dicen algunos, se excluyó a la “sociedad civil”. La preocupación lleva a varios al extremo de dudar acerca si se celebraran o no o si los partidos a última hora desistirán de las primarias y se decidirán por el método del “consenso”, acostumbrados como están a las “componendas”, dicen los inconformes.

Creo que todas las objeciones que han ido surgiendo forman parte de ese fenómeno de la “desesperanza”, en algunos, o el interés en otros en desprestigiar el proceso y a la oposición democrática y nada tendría de raro que esté metida la mano de algún laboratorio de guerra sucia del régimen, para desacreditar a la oposición y de paso estimular la abstención, que siempre los ha favorecido a ellos.

Rebatiendo argumentos.

Mas allá de que siempre es posible que en efecto haya algún “arreglo” y se de vuelta atrás en la decisión, creo que los argumentos que están en la calle son fácilmente rebatibles. Por ejemplo, lo de la falta de consulta o que la decisión la hayan tomado los partidos en el marco de la llamada Plataforma Unitaria, hay que decir que “alguien” tenía que tomar la decisión y lo hicieron los únicos que estaban −y están− organizados para ello: Los partidos políticos, es decir: la MUD, el G4, el G7, el G10, o el G-lo-que-sea. Si los partidos consultaron ampliamente la decisión o no, es otro detalle, pero ¿Cómo si no, se podía tomar esa decisión? ¿En una Asamblea multitudinaria de oenegés? ¿En una reunión de partidos y oenegés? ¿Cuáles? ¿Mediante un plebiscito?

¿Se celebrarán las primarias?

Con respecto a la preocupación de algunos por el retraso, que los lleva a dudar si se celebrarán o no las primarias, yo creo que si se van a llevar a cabo; por la muy simple razón que en este ambiente que conocemos de falta de credibilidad en los partidos y en la política, ¿Cómo le explicarían los partidos al país que el candidato no se escogerá mediante primarias? Además, creo que los partidos no tienen mejor opción; siempre será políticamente mejor poner esa decisión en manos del colectivo, antes que exponerse a ser acusados de llevar a cabo una “componenda”.

No me cabe duda, al menos no una razonable, que habrá un proceso de primarias y que de allí saldrá un candidato −alguien va a ganar− en eso no veo problema; tendremos un candidato único, aunque después se lancen dos o tres; que se lanzarán, porque seguramente de alguno de esos partidos ilegítimos, creados por el régimen y el TSJ −e incluso de alguno de los que consideramos democrático− saldrá un candidato “rebelde”, del cual la gente se encargará, porque la gente juega a ganador y cree en la “unidad”, aunque sea un concepto algo abstracto, y al que no se meta en el redil, le pasarán factura. Y si no recordemos: ¿Cuánto votos obtuvieron los candidatos que se lanzaron por fuera de la unidad en 2012 y 2013? ¿O los que participaron en las elecciones de 2018, cuando los partidos democráticos llamaron a abstenerse? ¿O los candidatos que se lanzaron por fuera del acuerdo de “unidad” en Barinas?; no tienen vida política quienes se coloquen al margen de la unidad democrática.

Primarias en el exterior.

Para concluir el punto, conecto con lo de las primarias en el exterior. He afirmado que, dadas las enormes dificultades técnicas, políticas y falta de motivación −también las dificultades jurídicas, pero estas son más fáciles de resolver− veo difícil que se pueda hacer en el 2024 una votación masiva por parte de los venezolanos en el exterior. No repetiré lo ya dicho, los invito a leer mis artículos anteriores, ¡No se votará…! y Estrategia del voto en el exterior en: https://bit.ly/3LkwNw3−; sin embargo, con la celebración de las primarias en el exterior, nos estamos ahogando en un vaso de agua, pues esto es algo que podemos resolver “caseramente”, sin involucrar al CNE; pero, eso implica llegar a acuerdos básicos y allí la sociedad civil puede presionar para lograrlo, para que en el exterior se hagan las primarias, bajo estas características: 1) sin CNE, porque, de todas maneras, el CNE no las va a hacer; 2) que se acepte que todo mayor de 18 años, con una cédula de identidad o pasaporte venezolano, pueda votar, y 3) que cada comunidad de venezolanos en el exterior, organice sus votaciones en el lugar donde vive.

Bajo estas premisas, si se logra que en unas elecciones primarias de la oposición participen más de un millón de venezolanos en el exterior, sería un éxito político enorme. Pero, tiene que haber un acuerdo firme en que se van a respetar los resultados; y llamo “acuerdo firme”, más allá de firmar un papel, que quien no lo haga, se denunciará públicamente, para que el pueblo lo identifique y le pase factura.

Educación

En el tema educativo no estoy involucrado de manera directa; mis conocimientos al respecto son los de cualquier ciudadano que escucha con preocupación lo que familiares y amigos, con hijos en edad de estudiar comentan; pero, hay que estar ciego para no darse cuenta que el deterioro del sistema educativo es uno de los problemas más graves del país y hay que enfrentarlo a todos los niveles; desde las guarderías o lo que llamábamos “hogares de cuidado diario” −aquellos centros que existían o deben existir para que los padres dejen a sus hijos en un lugar seguro y puedan trabajar− pasando por la educación básica y media, la educación técnica o de oficios, para preparar para el trabajo, hasta la educación universitaria.

El nuevo gobierno, por el que luchamos para acabar con este régimen de oprobio, tendrá que decidir donde pondrá recursos y a que le dará prioridad: ¿A la educación de los niños, o a las universidades?, pues posiblemente no habrá recursos para atender todo, desde los sueldos ruinosos de maestros y profesores, hasta el mantenimiento de locales y presupuesto de las universidades; por ejemplo, he presenciado discusiones en las que se plantea de manera muy seria el tema de si es realista que la educación universitaria o superior en general, pueda seguir siendo gratuita, como lo fue siempre.

La juventud y su educación.

Pero con respecto al “adoctrinamiento” ideológico al que ha estado sometida la juventud venezolana, en las aulas y en la vida misma, todos hemos escuchado la preocupación de padres y educadores acerca de que la juventud venezolana no ha vivido en democracia, solo ha conocido este sistema, del supuesto “socialismo del siglo XXI”, que ha destruido al país y propiciado la diáspora y huida al exterior de casi ocho millones de venezolanos.

Ciertamente es preocupante que tenemos una generación −ya casi dos− de jóvenes que han vivido bajo este régimen de oprobio durante los últimos 23 años; que no conocen la democracia; que para ellos elecciones son esas comedias que nos monta el régimen con el CNE; que no saben lo que es una Asamblea Nacional, un parlamento, verdaderamente democrático, en donde se concilien ideas e intereses, se hagan leyes para todos, un cuerpo legislativo que controle al poder ejecutivo y los demás poderes; no han visto un parlamento, sino un antro de componendas. Nuestros jóvenes tampoco conocen un sistema de justicia independiente, sino uno despótico que “imparte justicia” a la medida del gobierno; jóvenes que solo solo conocen partidos políticos como maquinarias electorales; jóvenes para quienes la policía y las FFAA no son funcionarios que protegen al ciudadano o al país, sino individuos que abusan de su poder para matraquearlos y agredirlos.

Y sin embargo, paradójicamente, debo reconocer que por lo que hemos visto, no creo que sea un problema tan grave de resolver; me explico: los jóvenes de la llamada generación del 2007, por ejemplo −que fueron factor decisivo para derrotar la reforma constitucional de Hugo Chávez, que pretendía cambiar el ordenamiento jurídico del país−, la mayoría de esos muchachos estoy seguro que cuando tenían entre 7 y 10 años, acompañaban a sus mamás en aquellas jornadas de protesta, por todo el país, en las plazas públicas, en contra del decreto 1011, de infausta recordación y con aquella consigna: “con mis hijos no te metas”; y en esa época, 2007, cuando los muchachos de las “manos blancas” protestaban por el cierre de RCTV y contra la reforma constitucional, los niños que en ese entonces tenían 7, 8, 9 años, fueron más tarde aquellos jóvenes “escuderos” que protestaron en las calles en el 2014 y 2017, enfrentándose a la policía y los cuerpos represivos, lo que costó la vida a varios cientos de ellos.

Es decir, esa es otra manera de educar, de socializar; o si se quiere, de crear “capital social”, en nuestros niños y jóvenes, al hacerlos testigos de lo que sus padres y abuelos estamos haciendo para salir de este régimen, que vean que no nos estamos cruzando de brazos; esa es una manera de dejar el miedo y la desesperanza, frente a un régimen descontrolado y corrupto. Será en la casa, en la familia, en donde enseñaremos a los jóvenes la lección más importante para sus vidas: Que es vivir en democracia.

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Estrategia del voto en el exterior

Ismael Pérez Vigil

Para cerrar el ciclo del voto en el exterior como tema y contribuir a la definición de algunos elementos de orden estratégico, hay que explorar lo de las posibilidades técnicas del voto en el exterior, que no tienen buenos augurios. La semana pasada concluí mi artículo con una pregunta: ¿Es factible superar todas las dificultades para que quienes están en el exterior puedan votar?; afirmé que, aunque es difícil, es posible; y agregué que próximamente hablaría de algunas experiencias concretas, desarrolladas incluso en Venezuela, que demuestran esa posibilidad, sujeto a una condición que no es nada trivial: Que se logre un acuerdo político.

Naturaleza del problema

Estamos hablando de casi cuatro millones de venezolanos, que por el momento se puede decir que no tienen derecho a votar, por regulaciones jurídicas inconstitucionales, como el artículo 124 de la LOPRE, que supedita el derecho al voto de un venezolano, al requisito migratorio que le imponga el país donde reside −nuestros derechos sujetos a las leyes de otro país−; pero sobre todo, por decisión política del régimen venezolano que no hace nada por superar las dificultades técnicas, físicas, para garantizar a ese venezolano, su derecho constitucional a votar; se excusa en que no puede hacerlo por razones jurídicas, le niega ese derecho y hace muy pocos esfuerzos por buscar alguna alternativa, que permita votar, sino a los cuatro millones de venezolanos, al menos a una buena porción de ellos.

Pero es esa la realidad: Millones de venezolanos en el exterior no podrán votar y el Estado venezolano no hará nada por remediarlo, pues el régimen que detenta el poder en Venezuela, no tiene interés en que los millones de venezolanos −que han abandonado el país por el desastre humanitario causado por ese régimen−, puedan ejercer el derecho al voto, que seguramente sería en su contra.
Cómo se enfrenta el problema

Esta realidad se enfrenta de diferentes maneras. Algunos lo encaran demagógicamente; sin explicar de manera clara donde están las dificultades reales para ejercer ese derecho; da la impresión de que no se han paseado por la perspectiva que supone organizar, de manera presencial o remota, la votación de casi cuatro millones de venezolanos y alientan falsas esperanzas, lo convierten en una vana bandera de lucha, en un reto imposible con el cual toman posición, para desalentar la vía electoral, sembrar desesperanza o negar su participación electoral, haciéndole el juego al régimen que pretende, con una efímera minoría, que no llega al 15% del electorado, volver a imponer en 2024 su voluntad política para mantenerse en el poder, por vía electoral, hasta el 2030.

Otros alimentan la fantasía de que sí es posible, que hay tiempo para organizar un registro, abrir consulados o mesas en muchos países y ciudades en el mundo, en donde haya una población masiva de migrantes venezolanos; o bien, organizando una votación masiva por correo, como tienen algunos países, especialmente europeos; y los más imaginativos ven posible una votación electrónica, por internet, que salve todas las dificultades. La maravilla de la tecnología lo hará posible y algunas experiencias permiten alentar ese sueño, del que yo mismo, en algún momento, fui víctima. Pero examinemos algunas de esas opciones, desde la vía actual y algunas posibilidades de votar a distancia.

La vía presencial

Es la vía actual. Nuestra legislación constriñe a los venezolanos inscritos en el exterior −unos 107 mil solamente− a votar en consulados y sedes diplomáticas. Pero hoy la mayoría de los consulados, en países con alta migración, −Colombia, Perú, Estados Unidos, España, y otros− están cerrados o resultan manifiestamente insuficientes dado el incremento de migrantes venezolanos en esos países. Aun estando todos los venezolanos que allí viven, en condiciones de votar, porque se hayan resuelto las dificultades jurídicas, inconstitucionales, impuestas por el régimen y el CNE, resultan insuficientes las instalaciones físicas actuales para hacerlo. Tomemos solo el caso de Colombia, donde se espera que para el 2024 estén reabiertos los consulados, realmente es difícil sino imposible que más de un millón de venezolanos, que hoy residen en Colombia, puedan votar en los ocho consulados disponibles.

Las vías remotas

Por correo es la vía más utilizada por muchos países, para que voten sus nacionales en el exterior, e incluso para aquellos que por razones de trabajo o personales no lo pueden hacer en el propio país en la fecha electoral prevista y tienen la alternativa de adelantar su voto por correo.

En Venezuela somos testigos de varias experiencias de residentes extranjeros con derecho a voto en sus países de origen. Algunos votando en sus consulados, pero otros lo hacen por correo. En particular el que conozco más a fondo es el de España. Los españoles con derecho a voto, o que tenemos doble nacionalidad, podemos votar, previo registro en la Provincia en la que nos corresponde. Para ello debemos estar registrados también en el consulado como residentes en Venezuela y enviar a través del mismo o por vía electrónica o por correo, algunos documentos a la respectiva Provincia. Llegado un proceso electoral, por correo o email, se manifiesta la voluntad de votar en el mismo (antes no era preciso, se recibía por correo, automáticamente, el material de votación) y se recibe por correo el material electoral de la respectiva Provincia.

El material electoral que se recibe consiste en las boletas de votación, una copia del registro electoral y tres sobres; uno de los sobres es para introducir el registro, otro es para las papeletas de votación y un tercero, con franquicia postal pre pagada para introducir los dos anteriores, que se puede enviar por correo, antes de una determinada fecha; o bien dirigirse al consulado a ejercer el derecho al voto con el sobre en el cual se introdujeron las boletas de votación. No sé si el escrutinio se realiza en el propio consulado o si las boletas son enviadas a España por valija diplomática o por correo postal. Pero de esta manera los españoles en el exterior ejercen su derecho al voto.

Según podemos ver, la experiencia del voto en el exterior está permitida en 121 países, bajo la modalidad que denominan “presencial”, votando en consulados o sedes diplomáticas, obviamente en las capitales o ciudades más importantes; pero la modalidad “remota”, se limita en la mayoría de los países al voto por correo postal y la modalidad electrónica, por Internet, se reduce a unos pocos: Estonia (2007), México (2021), Panamá (2019) y algo en Países Bajos y otros países europeos, en donde la información disponible es confusa. Estonia es el pionero, desde 2007, y muestra un incremento en la votación de más del 40% desde que implantó la modalidad.

Por vía electrónica

De acuerdo a información actualizada, lo que es una novedad en muchos países es el voto electrónico, en el propio país; el voto electrónico desde el exterior es bastante escaso, se reduce a unos pocos países y en algunos a escala limitada. Ya en una oportunidad al referirme al tema recomendé un artículo de Leandro Querido; no hay mucho desarrollo posterior a ese artículo.

De acuerdo con la información disponible, en todos estos países la modalidad es similar: Se requiere de un registro previo, además del electoral, en el cual se provee un correo electrónico, por el que se recibirá un código, con el cual se accederá a una página Web para votar. La mayor complejidad, entonces, descansa en el registro previo; que supone, de parte del votante, además de la documentación normal, tener un correo electrónico y acceso a computador para ejercer el voto, lo cual no es algo a lo que todos los migrantes, pensando en los venezolanos, tienen acceso.

Por otra parte, cuando alguien en Venezuela se inscribe por primera vez en el registro electoral o cambia su domicilio, lo hace frente a algún funcionario que verifica sus datos, los documentos que entrega, la cedula de identidad, etc. En el exterior es similar cuando se hace en algún consulado; pero si se va a hacer masivo, es obvio que habría que desarrollar todo un operativo, con suficiente personal en el exterior, para que se pueda atender el volumen de electores y su dispersión por todo el mundo. Dudo que esa sea una tarea para la cual el régimen actual vaya a disponer recursos para emprenderla, si además no obtendrá un beneficio electoral importante de ello.

El tema del registro de los venezolanos en el exterior, no es una tarea simple, sobre todo, repito, si no hay un acuerdo político para ello. Pero ese es solo el primer problema. El acto de la votación en sí, luce simple, siempre y cuando haya un acuerdo en que el proceso es confiable; otra cosa es la “verificación y la auditoria”. En Venezuela, cuando alguien vota electrónicamente, la máquina emite un comprobante, que puede ser verificado al instante por el votante; este comprobante se deposita en una caja y al final de la jornada, después del cierre de las mesas y del escrutinio, más de la mitad de las urnas y de los comprobantes −lo que constituye un porcentaje estadísticamente suficiente− son verificados. Días más tarde, las máquinas de votación y los dispositivos de memoria, que son del CNE, son igualmente auditados. Hasta ahora ha habido un porcentaje muy bajo de discrepancias en los resultados. ¿Cómo sería este proceso con votación electrónica desde el exterior? ¿Las máquinas tendrían que ser provistas por el CNE?, lo que lo volvería un problema muy complejo y muy costoso. No parece sencillo.

Algunos ejemplos

Pero volviendo a la votación electrónica, para cerrar, algunos alientan la posibilidad a partir de las experiencias de algunas universidades −UCV y USB− que organizaron las votaciones de las asociaciones de sus egresados de manera presencial y de manera remota,−la UCV, completamente electrónica, la USB, fue una mezcla−; ambas dicen haber incrementado, gracias a la vía electrónica, el porcentaje de participación, con plena seguridad de la data y a un costo muy aceptable; pero, a nadie se le escapa que no es lo mismo hablar de un registro electoral de unos pocos miles de egresados a uno de varios millones. Y lo más importante, el factor confianza o desconfianza.

La confianza, factor clave

La mayor desconfianza, en la mayoría de los países, es hacia el sistema electrónico como tal, por la posibilidad de alteración del voto mediante intervención externa, y todas las razones que bien conocemos en Venezuela, pues son “nuestro pan” de cada proceso electoral. Hoy en día, no habría mayor problema en votar electrónicamente, en una pantalla táctil, desde Los Teques o desde Madrid, Bogotá, Lima, Santiago de Chile o Miami; o como los egresados universitarios, desde EEUU, España, Colombia, Argentina, México, etc. siempre y cuando se cumpla una condición previa fundamental: Que se confié en el proceso y sobre todo en el ente electoral que lo regula. Nadie en esas universidades va a cuestionar el proceso por desconfiar en sus comisiones electorales; pero ese no es el caso, al menos en Venezuela, con respecto al CNE. De manera que, la clave es confianza. Y confianza es precisamente lo que nos falta en Venezuela, donde una buena parte del país, probablemente con sobradas razones, desconfía de la eficacia y, sobre todo, de la neutralidad del ente electoral.

Espero haber puesto en claro el tema de las dificultades reales del voto en el exterior, pues da la impresión que algunas personas no las ven y piensan que es fácil y basta solo con declarar que es un derecho político o con desearlo.

Conclusión y estrategia

Como quiera que no estoy en un concurso de popularidad y no compito para ningún cargo ni puesto de elección, me siento en libertad de decir sin ambages cual creo que debe ser la estrategia del voto en el exterior −o mejor dicho, la de los votantes en el exterior−, que no se puede basar en alcanzar la utópica participación de tres y medio millones de votantes; para empezar porque probablemente, por datos estadísticos, se abstendría la mitad. Por lo tanto, la estrategia de los venezolanos en el exterior se debe basar en metas posibles, alcanzables:

1- Luchar, cómo no, hasta el último aliento por el restablecimiento del derecho al voto de los venezolanos en el exterior −pues a los derechos no se renuncia−, exigiendo la modificación de la LOPRE y denunciando la conculcación del derecho en todas las instancias internacionales posibles. Por cierto, un primer paso en esa lucha es exigir, con más fuerza que la desplegada hasta ahora, que se abra el registro electoral en el exterior. Pero,

2- Trazarse metas realistas, posibles de alcanzar; por ejemplo, lograr que, cuando menos, se triplique, tanto el registro −de los 107 mil actuales−, como la votación en el exterior, que no ha pasado de los 62 mil votos.

Esas dos metas son alcanzables, con plena consciencia de la limitación de nuestras fuerzas actuales; y sobre todo sin demagogia, sin plantearnos metas imposibles con el voto y los votantes en el exterior y sin utilizarlos como excusa para nuestros objetivos políticos en Venezuela.

Politólogo

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Recapitulando

Ismael Pérez Vigil

“Ahora es que la gente está comenzando a entender el tema de la Guerra de las Galaxias, Sr. Presidente, hay que continuar hablando de él”, palabras más o menos, fue la respuesta de uno de sus asesores cuando el Presidente Ronald Reagan le reclamaba que en todos los discursos lo ponían a hablar de ese tema. Sin pretender comparaciones y guardando las debidas distancias, de respeto e ideológicas, la anécdota, que no sé si es apócrifa, me sirve para justificar porque de nuevo toco temas de los que ya he hablado.

He comprendido dos cosas, en este trajinar de escribir sobre política; una, que es necesario volver varias veces sobre temas y argumentos, resumirlos, explicarlos, porque hay mucha gente que les pasa por encima o ni siquiera les pasa por encima; y dos, que como los temas políticos son infinitos en sus derivaciones y matices y dado el limitado espacio de esta forma de comunicarse, no queda más remedio que, en cada uno de ellos, seleccionar algún aspecto a tratar y prescindir de otros, con el riesgo de que quien los lea, seguramente echará de menos justamente aquellos que no se tratan y que para él son los verdaderamente importantes.

Las últimas semanas he tocado temas álgidos y polémicos −Negociación, Las Primarias, Voto en el exterior, Empresarios y Política, Muerte de los Partidos, Muerte de las Ideologías, Tareas Opositoras, Propuesta de Almagro, etc.− sobre los cuales he recibido comentarios muy diversos; de manera que, dadas las presiones, comentarios y críticas me parece oportuno recapitular, más bien, resumir, mi posición sobre algunos de ellos.

Recuperación económica y empresarios.

Es una tontería negar los indicadores económicos que nos arrojan que ha habido algún crecimiento de la economía: Magro crecimiento del PIB, después de una caída cercana al 80% desde 2013; la circulación de dólares, que cada vez compran menos; la construcción de edificios de oficinas en algunas zonas del este de Caracas; la proliferación de productos importados en las estanterías, pero fuera del alcance de la mayoría de la población; la apertura −y cierre cada vez más frecuente−, de lujosos “bodegones” y otros puntos, que no vale la pena enumerar; pero que es claro que no significa que ese “crecimiento” esté llegado a la gran masa de la población −más del 90% − que sobrevive precariamente, algunos en la pobreza. Es indudable una cierta desregulación económica y la apertura en algunas áreas; pero, aunque algunos de esos indicadores que vemos puedan tener algún asidero económico temporal, nadie puede garantizar que tengan algún resultado sostenible en el tiempo.

Eso es algo que los empresarios −que son los generadores de empleos bien remunerados y riqueza sólida−, deben tomar muy en cuenta, para no errar en sus estrategias políticas y confundir la necesaria coexistencia e inevitable relación con el gobierno, con una posición y relación que confunda, al país y a ellos mismos. Como dije, aunque ese “crecimiento” pueda tener algún asidero económico temporal, es insostenible en el tiempo, si no hay un cambio político de fondo, que hoy nadie puede garantizar; y ya estamos viendo como la devaluación de las últimas semanas −sorpresiva según algunos, provocada, según otros− está acabando con la “ilusión de cambió”; por tanto, la supuesta “mejora” no puede ser el basamento de una actitud o posición política que desconozca la realidad de un país arruinado. Así como no se pueden negar los signos de mejoramiento y algunos indicadores económicos positivos, también es una tontería negar que gran parte de la población del país sigue sumida en la pobreza, sin servicios básicos de agua, electricidad, salud, educación, transporte público, por solo nombrar los más gruesos, aunque el gobierno ofrezca pingues negocios y espejitos llamativos.

Tal pareciera que, para algunos, nada de eso es relevante, porque lo importante es la propaganda del gobierno y sus acólitos, que dicen que se están produciendo cambios. Y sí las cosas ya están cambiando, ¿Para qué hacer nada?, quedémonos como estamos, porque, además, los que hacen algo, corren riesgos innecesarios, los que bien apunta Luis Almagro, en sendos artículos publicados en julio y agosto de este año.

En la propuesta de Luis Almagro

En efecto, Luis Almagro, otrora campeón de la “resistencia”, con críticas se refiere a la situación económica, propone contrapesos y dice, a su modo, que hay que buscar la convivencia con el régimen. Mas allá de cualquier consideración política o ideológica sobre la propuesta Almagro −porque es así, política o ideológicamente, como se evalúa su propuesta−, desde un punto de vista meramente práctico la propuesta tiene una piedra de molino atada al cuello: Quien tiene el poder −el régimen− y por lo tanto la capacidad de acceder a compartirlo, no tiene hoy ninguna razón, aliciente o estímulo para hacerlo. La propuesta Almagro se vuelve así una utopía.

En un segundo artículo, publicado el 31 de agosto en Infobae −Venezuela o la continuación de la nada; https://bit.ly/3ee2Am1 − Luis Almagro, aclara que su propuesta va en el sentido de estimular la negociación y explica que su “cohabitación” no implica “complicidad” ni “connivencia”, sino el reconocimiento que la política en Venezuela no puede seguir siendo un juego de “todo-o-nada”, como ha sido en los últimos 20 años, sino una “solución política” a la cual pocos en el régimen y en la oposición están dispuestos; la aclaratoria de Almagro es concluyente: “La noción de cohabitación subraya la necesidad de compartir el poder… Funciona con contrapesos, no es un sistema de complicidad e impunidad, pues revertir la crisis venezolana requiere un nuevo compromiso político.”

No voy a profundizar sobre este nuevo texto de Almagro, me basta para mi propósito actual que Almagro, en ambos artículos, reconoce que la situación del país sigue más o menos igual para el 80% o más de los venezolanos y así lo refleja cuando formula su propuesta y advierte sobre la pésima condición de vida de la mayoría de los venezolanos. El meollo de la propuesta Almagro no es la situación económica del país y nada puede ocultar la intención de su recomendación, que aclaró más en su segundo artículo: Es necesario negociar con el régimen de Miraflores, para encontrar una salida que alivie al pueblo venezolano y nos lleve de regreso a la democracia.

Negociación y elecciones

Y así llegamos a los temas álgidos, a los que se teme abordar, que a muchos producen urticaria y no saben bien cómo enfrentar: Negociación y vía electoral, para superar la crisis humanitaria y restablecer el estado de derecho.

No voy a argumentar más de lo ya argumentado, solo resumiré lo que pienso al respecto porque cuando no se tiene fuerza para obligar al contrario a dejar el poder −por la fuerza de las armas o de las masas en la calle−, la única vía que queda para encontrar una salida es negociar. Y habrá que ir al infierno, si es preciso, a negociar con el diablo; mucho más habrá que hacerlo con los que de facto gobiernan en Venezuela, aunque los califiquemos como sea; habrá que negociar con quien sea y donde sea necesario, para aliviar los padecimientos y sufrimientos de la gente.

Y al final de todo, resumiendo mi segunda premisa, la solución última a la que habrá de llegarse se reducirá a un proceso electoral, a unas elecciones, pues por eso somos demócratas y queremos que sea el pueblo quien decida quién y cómo quiere ser gobernado; por lo tanto, ¿Que de malo tiene, entonces, irnos organizando cuanto antes para esa eventualidad inevitable? Sobre todo si sabemos que el régimen se prepara a conciencia para ese evento y con todo su poder y artimañas desplegadas y su precaria minoría, menor al 15% del electorado, se dispone a imponernos su voluntad hasta el 2030.

Pero ojo, no antepongo principios y creencias como leyes y valores universales e inmutables; cuando hablo en favor de la negociación y en favor de la vía electoral, lo hago como vías políticas, no fanáticas, disfrazadas de “principios”; eso quiere decir que, a pesar de creer en esos dos principios fundamentales, negociación y elecciones, estoy dispuesto a aceptar que no se negocie y a abstenerme −como lo he hecho en tres oportunidades: 2005, 2018 y 2020− si esa es la decisión de la mayoría opositora, pues por encima de esos dos principios está el valor de la unidad opositora, del pueblo, para derrotar este régimen.

Por eso, en esos aspectos no soy muy “kantiano”, no me pongo como “modelo” de acción para la conducta de otros; escribo para reflexionar e inducir la reflexión; escribo en Venezuela y sobre todo no predico ni aconsejo a otros hacer cosas que yo no estoy dispuesto a hacer o a participar.

El voto en el exterior.

Concluyo, brevemente, con el voto en el exterior, tema al que me referí en un par de artículos, y que sigue tomando calor. Yo hablé de cuatro razones, en orden de su importancia y de menor a mayor, como barreras para votar en el exterior; la primera es la jurídica, el “marco legal” electoral, que llaman algunos, y que es el más fácil de superar; pero después vienen por orden de gravedad: las técnicas, las políticas y la más grave de todas las barreras, la falta de motivación para participar… ¿O es que alguien cree que quienes están en el exterior se fueron de vacaciones o por turismo? La mayoría se fueron por razones de peso y miles no quieren saber mucho de lo que dejaron atrás, excepto de sus familias. Por lo tanto, la barrera emocional contra el voto, contra la política y los políticos, esa “antipolítica” que ha sido cuidadosa y sistemáticamente cultivada, alentada por el régimen y secundada por algunos “opositores”, será la barrera más difícil de romper.

¿Es factible superar todas las dificultades para que quienes están en el exterior puedan votar? Es difícil, pero posible. En una próxima entrega hablaré de algunas experiencias concretas, desarrolladas incluso en Venezuela, que demuestran que es posible hacerlo si se logra la decisión política.

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Desesperanza

Ismael Pérez Vigil

La desesperanza ronda por el país; en foros, artículos de prensa y encuentros entre ciudadanos; ronda como mal, como política, como motivo de preocupación de analistas diversos y de la propia población. Imposible, entonces, no sucumbir a la necesidad de tratar el tema, pero al menos no caeré en la tentación de comentarlo como un tratado psicológico, baste con verlo en su connotación política.

En algunas ocasiones la palabra aparece sola −o alguno de sus seudónimos, como indefensión−, sin mayores calificativos, pero otras veces se escucha tras de ella el vocablo: “inducida” o “aprendida”, para crear así una frase terrible, que muchos asimilan a la acción del gobierno, a la estrategia que desarrolla el gobierno bien tejida –en un “juego crónico … de sembrar desesperanza”, como viene diciendo Ángel Oropeza hace varios meses y reitera la semana pasada en: Aprendiendo cómo se derrota al gobierno, (El Nacional, agosto 18, 2022); y se asimila a la reacción pasiva o autodestructiva, del pueblo, de la oposición, frente a esa acción del gobierno.

Algunos simplemente la dan por sentado, como si se tratara de una condición del “alma venezolana”, del “modo” de ser venezolano, o instalada como una fatalidad que solo desaparecerá cuando desparezca el régimen, todo él, por arte de magia, por “arte de un birlibirloque”, pues por lo general −salvo afirmar la enfermedad− los que así piensan, nada proponen para aliviarla.

El gobierno, permanentemente, ha desarrollado una estrategia de intimidación, para eternizarse en el poder; el mensaje es: “nada vayas a hacer, porque es inútil, somos demasiado poderosos… y si haces algo, sufrirás consecuencias: violencia, persecución, cárcel, exilio… o muerte”; y sobran los ejemplos para demostrar que eso es así. Al igual que la intimidación, la de exacerbar la “desesperanza” es también una deliberada estrategia del gobierno. El mensaje, al final, siempre es el mismo: “no vale la pena hacer nada… no se puede contra el régimen… vinieron a quedarse para siempre… no perdamos el tiempo”.

Fue así desde el principio del régimen −desde los albores del siglo XXI, con los prolegómenos de la “Lista Tascón”−, cuando Hugo Chávez Frías arremetía fieramente contra los procesos electorales y desprestigiaba el voto: “Nosotros sabemos cómo votas… no importa por quien votes, de todas maneras, nosotros vamos a ganar…Además, todos los políticos opositores son unos corruptos y sus partidos también”.

De allí pasaron a organizar elecciones fraudulentas, abusando del poder, utilizando los recursos del Estado, cambiando circuitos electorales, modificando fechas de elecciones, inhabilitando candidatos y partidos, alterando el registro electoral, impidiendo el voto a los venezolanos en el exterior, desconociendo resultados. Al gobierno, que controla con mano de hierro a un porcentaje de los votantes, hoy no menor al 15%, que cuenta con recursos para movilizarlos y desarrollar el clientelismo, siempre le ha convenido que la oposición se abstenga. Todo abona contra el voto y a favor de la “desesperanza”.

Pero ahora, tras la pandemia, todos estamos más familiarizados con los virus y entonces podemos decir que la propagación de la “desesperanza” por el gobierno es como la propagación de un virus, que va cambiando, mutando, que se hace resistente.

Aparecen nuevas modalidades, sin haber desaparecido las anteriores; así hoy estamos bajo los ataques y efectos de una nueva “cepa”, la cepa del “país que se arregló… del país que está cambiando…” y nos alientan a “estar atentos a los cambios que lleva adelante el gobierno…”; en efecto hay cambios y todo nos lo presentan como novedades y avances: unos bodegones por aquí, unos edificios lujosos por allá, costosos espectáculos públicos, dólares circulando, estanterías más llenas de productos, cambios en legislación, más tráfico en las vías, más gente en la calle, restaurantes y en los automercados, algunos de los migrantes que regresan y −ante una economía prácticamente muerta− hay un pequeño crecimiento que se ventila a los cuatro vientos.

Cómo no alegrarse de cualquier pequeña mejoría, como no celebrarla, hay que hacerlo, todo lo que mejore alguna condición de vida de los venezolanos, pero denunciando que no es suficiente que unos pocos, muy pocos, tengan acceso a ella, la situación del país sigue más o menos igual para el 80% o más de los venezolanos y no me perderé en describir que persisten los males que todos conocemos.

Lo que queremos es que todos los venezolanos tengan la oportunidad de mejorar y eso solo es posible con un cambio político a fondo, con un cambio de sistema, saliendo de este régimen de oprobio. Si no es así, si eso no ocurre, abonamos a su estrategia, al mensaje que apunta al mismo resultado final, solo que ahora es más sutil, más sofisticado −en el original sentido de la palabra−, falso; el mensaje ha variado muy poco: “para que hacer nada, es inútil… además, el país ya está cambiando… hay que adaptarse al cambio”

A éste se nos suma otro mal y es que −con las consecuencias de la pandemia que no cede, la guerra en Ucrania, una posible recesión mundial, las amenazas de China a Taiwán, el tormento ambiental y del clima que siguen, y muchas preocupaciones más−, al mundo parece que tampoco le importa ya tanto la tragedia venezolana, al menos no como hace dos o tres años; los países nos dicen: tenemos otros problemas graves que atender.

En el pasado los mensajes mudaban, pero en esencia eran: “Fíjate como cambiamos las fechas de votación, las condiciones y los circuitos”, “Y cuando no ganamos, como en el Edo, Bolívar en 2017, cambiamos los resultados”, “Recuerda la AN de 2015, si perdemos, la anulamos”, “A los diputados, les allanamos su inmunidad”, “A los opositores, personas o partidos, los inhabilitamos, como a la MUD, o se los entregamos a opositores dóciles”, “A quien se nos oponga irreductiblemente, lo metemos preso o lo forzamos al exilio”. Esos mensajes junto con la persecución a periodistas, líderes estudiantiles y políticos opositores, dieron su resultado: temor y contribuyeron a lo que llamamos “desesperanza”. La del país que se “arregló”, un tanto más sutil, es la nueva forma de inducir “desesperanza”, que viene a hacer compañía a las anteriores, cuyos mensajes no desaparecen, se complementan con los del “arreglo” del país.

Pero hay una cara más de la moneda, en la que no voy a abundar, apenas una referencia, y es que la “desesperanza” no solo se estimula desde el gobierno; un importante sector de la sociedad civil y algunos partidos lo hacen desde la oposición, con posiciones como, por ejemplo: “Para qué votar, si van a hacer trampa y siempre van a ganar ellos… y para qué negociar nada, además, no se negocia con bandidos…”

A la abstención de los indiferentes, que son legión desde 1998, sobrepasando el 30%, se le suma la de los abstencionistas ocasionales o estacionales, que salvo dejar de votar, no hacen nada, no emprenden ninguna acción, excepto insultar y recriminar a quienes votan o hablan de negociación, lanzando mensajes, algunos de estos voceros, estimulando supuestas invasiones, a las que nadie está dispuesto −ahora menos que nunca− o alentando rebeliones, estimuladas desde la seguridad que da estar a miles de kilómetros del país, que cuando se dan, parcialmente, son crudamente reprimidas.

No vale la pena comentar más al respecto o darles palestra a ideas que no lo merecen. Muy bien lo explica el ya citado Ángel Oropeza, cuando en otro artículo nos habló y describió a: “la generación tóxica de desesperanza que desde el gobierno y de otros sectores se siembra todos los días entre los venezolanos” (De vuelta a los principios, El Nacional, abril 28, 2022) Dejemos para otra ocasión como combatir la “desesperanza”, baste hoy con denunciarla, para estar conscientes de ella y no seguir estimulándola.

Politólogo

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La Propuesta Almagro

Ismael Pérez Vigil

Tema difícil de abordar, éste de la propuesta de Luis Almagro, Secretario General de la OEA; hay que escoger cuidadosamente las palabras y medir bien lo que se dice, para no exponerse gratuitamente a insultos y dentelladas de parte y parte, de opositores y de adoradores del proponente, aunque se da la curiosa situación que los adoradores de hoy fueron los opositores de hace unos meses y viceversa. Además, tengo la impresión, por los comentarios, opiniones y artículos vistos, que esta propuesta no va a gustar ni a tirios ni a troyanos.

No gusta a los más radicales −sospechosamente callados algunos de ellos− porque estos no aceptan nada distinto al “Chávez vete ya” y menos que alguien, sea Almagro o quien sea, que les diga que hay que “reconocer”, aunque sea “de facto”, al régimen actual y coexistir con él, eso les resulta intolerable; mucho más si se les dice empleando la palabra “cohabitar” que es el insulto favorito que nos endilgan a los que no estamos de acuerdo con sus propuestas y planteamos la vía de la negociación, para llegar a unas elecciones libres y supervisadas internacionalmente.

Y por lo que estoy viendo, los menos radicales tenemos, cuando menos, nuestras dudas acerca de varios aspectos de la “Propuesta Almagro”; por ejemplo, en mi caso particular, la tengo sobre la parte final de la misma, en la que habla de “institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos”. Tengo mis reservas, pues no hay en Venezuela, hoy por hoy, eso que él llama “estado compartido”, ni siquiera su posibilidad inmediata, con una oposición tan fragmentada y debilitada. Si esto es así, entonces uno se pregunta ¿A quién favorecería más la propuesta?, obviamente no es difícil concluir que sería al régimen actual.

Cohabitar y coexistir.

Creo que lo más sensible de los términos de la “Propuesta Almagro” es que “cohabitar” tiene entre nosotros una connotación muy peyorativa, de complicidad, claudicación, “conchupancia”; pero, para Luis Almagro, es obviamente otra cosa. Para él la palabra “cohabitar”, porque es un político avezado y culto, probablemente, hace referencia a un término político, para algunos estrenado en la Francia de Mitterrand y Chirac, que implica el reconocimiento del rival, para convivir e incluso gobernar con él. Se podrían escribir tratados, acerca del tema, no es el caso; y también decir muchas cosas sobre la intención de Almagro, pero lo mejor es siempre lo más simple: A pesar de emplear ese término, no creo que Almagro, después de lo que ha dicho en el pasado y reafirma en su propuesta, este planteando algún tipo de claudicación o convivencia con un régimen como el que gobierna en Venezuela.

A pesar de las reservas que se puedan tener con su propuesta, lo importante es que Almagro nos plantea, nos trae a la mesa, la idea de que es imprescindible entender los límites del coexistir, de la convivencia política, el reconocer que en Venezuela hay un gobierno que, aunque abusivamente y con todo tipo de trampas, triquiñuelas y fraudes ha mantenido el poder, no podemos negar que aún tiene cierto apoyo popular. Y eso no desaparecerá de la noche a la mañana, aun cuando se dé un cambio de régimen o de poder en el país.

Con estos argumentos por delante, paso a evaluar la propuesta, prescindiendo de calificativos y juicios acerca de la intención de Luis Almagro; no pretendo escudriñar en su fuero interno, cosa para la que me declaro incapaz, y tampoco explicar porque para muchos pasó de sus posiciones iniciales sobre Venezuela en 2016, al “estrellato” de 2019 y a la desgracia, ahora, en 2022. Lo que sí se puede afirmar es que sus planteamientos han sido siempre polémicos, pero siempre a favor de la democracia y la libertad en Venezuela, y eso se agradece.

¿Dos Almagro?

Por supuesto difiero respecto a que nos encontremos frente a dos personajes, frente a dos Almagro. Se trata del mismo de siempre; político “de raza”, valga el término, que trata de ubicarse en la realidad que él ve y como él la entiende para plantear una estrategia. Por ejemplo, Almagro en 2019 nos planteaba posiciones, para mí extremas, sobre las salidas a la crisis humanitaria compleja que padece Venezuela, como la necesidad de una intervención internacional, con base en el principio de “responsabilidad de proteger”, el famoso R2P que nadie logró explicar bien y que no se ha aplicado en ninguna parte. Hoy Almagro navega en aguas aparentemente más tranquilas y tras admitir el fracaso de la estrategia que él ayudo a trazar en 2019 −fracaso que admite claramente en su artículo− nos propone otra vía.

El diagnóstico de Almagro.

Sin embargo, a pesar de su −para algunos− atenuada propuesta, hay que reconocer y destacar que Almagro reafirma de manera impecable su diagnóstico sobre Venezuela, sus criterios y sus críticas. Hay en Venezuela, dice Almagro, una crisis humanitaria, violación sistemática de derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, una crisis migratoria como no se había visto nunca en el hemisferio, ejecuciones extrajudiciales, torturas a detenidos, presos políticos, inhabilitación arbitraria de candidatos, desnutrición y mortalidad infantil, imposibilidad de la población para acceder a medicamentos, dificultades para obtener alimentación. Resalta además el profundo proceso de desinstitucionalización, que ha llevado al gobierno a ser incapaz o insuficiente para resolver necesidades básicas de derecho a la salud de la población, para resolver los temas de violencia y criminalidad que afectan al país, incapacidad de la FFAA para atender el control territorial del país y la protección de la integridad territorial del mismo.

Todo eso y mucho más, está presente en el diagnóstico que acompaña la propuesta de Almagro, y añade que todo ello esta además refrendado y confirmado por agencias internacionales de derechos humanos.

Almagro, tras admitir que Venezuela está hoy en una situación algo diferente a la que vivió en años anteriores, pues está viviendo, dice, una “burbuja económico-financiera”, agrega que ésta en realidad “ha traído una lógica exacerbación de las desigualdades” y que a pesar de todos esos “cambios”, que lo llevan a él a cambiar su óptica y su propuesta de estrategia, reafirma que “Venezuela continúa por el sendero de destrucción, de falta de garantías, de falta de opciones de vida para la gente. Todavía contamos presos políticos, torturados, ejecuciones extrajudiciales, actividades criminales como narcotráfico, minería ilegal, contrabando, corrupción.”

Una propuesta distinta.

Almagro, entonces, no claudica en su concepción sobre el régimen venezolano, solo que, tras admitir el fracaso de la estrategia anterior, propone una salida política distinta a la que favoreció y propugnó en el pasado, que hizo tan felices a los sectores radicales venezolanos −y a los menos radicales, militantes, como ya dije del “Chávez vete ya” −. En efecto, Almagro afirma, y ese es el núcleo de su propuesta, que “…el diálogo sigue siendo la única esperanza… (y que) … esto implica cohabitación…implica un ejercicio de diálogo político real, de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos” (Negrillas mías)

Antes de continuar con el contenido de su propuesta, debo decir que −en opinión de muchos− parece haber aquí un salto en el discurso de Almagro y creo que en la parte final de su planteamiento, en la frase anterior, se deja llevar por el deseo y el optimismo un tanto excesivo, pues como ya dije, no hay en Venezuela, hoy por hoy, un “estado compartido”, ni siquiera su posibilidad inmediata; desgraciadamente, no hay en Venezuela dos fuerzas similares enfrentándose por el poder del Estado; hay una fuerza, la del régimen; y la otra, la de la oposición, está apenas por construir.

Los contrapesos

Pero, volviendo de lleno al tema, Almagro recoge un tanto −o mucho− sus velas, se coloca límites y advierte claramente la necesidad de definir “contrapesos”, que, sin ellos, la “cohabitación” que plantea se transformaría en complicidad: “Compartir es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad. El esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías de contrapesos para quienes cohabitan. En caso contrario será una frustración más.”

La “Propuesta Almagro” si bien habla, como vemos, de unos “contrapesos”, sobre los mismos nada o muy poco dice; pero, los insinúa en el contexto y en todo caso, no es difícil imaginar cuáles podrían ser: Apertura de la economía, respeto a los DDHH, respeto e independencia de las instituciones del Estado, libertad de los presos políticos, cese de las persecuciones, y un largo etc. que cuando uno lo lee o contempla lo que se espera del gobierno, no puede dejar de pensar que se está proponiendo que el régimen deje de ser lo que es, conscientemente, y se vuelva exactamente su contrario. Esta es la utopía de Almagro, su buen deseo, que −aun estando plenamente de acuerdo, como lo estoy yo, con la vía del diálogo y la necesidad de coexistir en una Venezuela donde realmente quepamos todos− eso es algo que hoy no se puede dejar de contemplar con un ojo abierto y uno cerrado.

Necesidad de atenuar su propuesta.

Creo también que, vista la fuerza omnímoda de un lado −control de la fuerza armada y de la administración de justicia− y la debilidad del otro, la estrategia opositora debe incluir la consideración de que la supuesta apertura del régimen, la llamada “voluntad democrática” de la “élite” gobernante, no sea más que una farsa.

Pero, además de considerar que éste es hoy un cambio utópico, a favor de su propuesta hay que decir que lo que nos propone Almagro es precisamente el “camino largo” que nos falta recorrer, el final del juego al que debemos llegar, del que todavía estamos lejos, pero es la dirección a la que hay que apuntar.

Viendo su propuesta, aunque algunos mantengan su escepticismo, debemos reconocer, que hoy como ayer Luis Almagro nos ha puesto a pensar en un tema que hemos preferido evadir; y personalmente le agradezco la ruta que hoy nos propone diálogo y coexistencia, mucho más que la que nos propuso en años recientes, con la que nunca estuve de acuerdo. Es decir, reitero que, aunque no estuve de acuerdo con su propuesta estratégica, si le agradezco, como hoy lo hago, que puso a Venezuela en el mapa del mundo y alertó acerca de los desmanes que aquí se cometían y cometen y la vía totalitaria que el régimen estaba recorriendo y recorre.

¿A dónde nos lleva Almagro?

Pero, ¿A dónde nos lleva la “Propuesta Almagro”? De llegar a concretarse, nos lleva a un camino que tampoco agrada a muchos: Cuando tengamos la fuerza, que hoy no la tenemos, habrá que negociar una transición, habrá que hacer concesiones de parte y parte y aunque sabemos claramente cuáles son las que pediremos, no sabemos bien que tendremos que dar a cambio, pero algo tendremos que dar a cambio. Ni la palabra “negociar, ni la palabra “concesiones”, agradan a muchos”.

Pero es claro que el gobierno democrático que surja, será eso, democrático, no puede ser igual al que estamos dejando atrás; quienes asuman el poder tienen que ejercer su mandato, exactamente, de manera opuesta a como se ha ejercido en los últimos 23 años: habrá límites, habrá controles populares, ejercidos a través de las instituciones −Asamblea Nacional, poder verdaderamente ciudadano, tribunales independientes del poder central, etc. – habrá responsabilidad de los funcionarios en el ejercicio de sus funciones, de las que rendirán cuentas, porque se tomará en cuenta que los ciudadanos sí existen y controlan al poder que eligen.

Conclusión.

A pesar de algunas consideraciones y reservas, creo que debemos agradecer a Luis Almagro que no cese de considerar y recordar la situación que vive Venezuela; debemos rescatar de su propuesta su acertado y duro diagnóstico sobre Venezuela; y también que haya admitido el fracaso de una estrategia que no nos condujo a ninguna parte y que ahora nos haya puesto sobre el tapete la necesidad de considerar y discutir la importancia de dialogar y coexistir, para crear un país incluyente.

Si hemos criticado, entre muchas otras cosas, que el actual régimen no es más que el reemplazo de una élite en el poder y la destrucción de los valores de la sociedad en que se basaba el sistema democrático, lo que en el fondo Almagro nos plantea y con lo que estoy de acuerdo, es con que el que vamos a construir no se puede basar en esa misma conducta, en el falso principio del mero reemplazo de una élite y continuar la destrucción de los valores. Para decirlo en otros términos, el gobierno, el sistema democrático que se cree, tiene también una tarea educativa, tiene que ser en sí mismo un sistema de educación democrática, cívica, ciudadana; repito, no es solo cambiar el sistema político, es contribuir a cambiar la mentalidad del venezolano.

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Primarias opositoras

Ismael Pérez Vigil

Es el momento de tocar los temas álgidos de la política venezolana. La semana pasada abordamos el voto en el exterior, sus dificultades y posibilidades reales. Toca ahora reflexionar sobre el tema de las primarias, a lo mejor es tentar demasiado a la suerte.

Aunque no se sabe aún cómo, cuándo, ni otros detalles, la escogencia del candidato de la oposición, para las elecciones presidenciales de 2024 se llevará a cabo mediante elecciones primarias. Sin embargo, resultan bizarros −en su acepción de “raro” y “extravagante” − algunos de los aspectos que rodean la discusión de ese tema.

Las variantes

Las variables que están en juego son innumerables y discusión se decanta emparejando términos y conceptos y haciendo las combinaciones, infinitas, correspondientes. Solo por mencionar algunas, las primarias pudieran ser: con o sin CNE; con una o con doble vuelta; con participación de todos o solo algunos opositores; con votación de todos los inscritos en el registro electoral o mediante algún “filtro opositor”; votarán los venezolanos en el exterior o no votarán; participarán los inhabilitados políticos, partidos y candidatos −en abierto desafío al régimen− o no lo harán; se dará cabida a los presos políticos o se prescindirá de ellos; y por allí seguiría la lista, que como se puede ver, en una respuesta pueden entrar varias o todas esas combinaciones, juntas o por separado, lo que nos daría, aplicando la fórmula correspondiente, varios cientos de posibles opciones y combinaciones. Discutir estas opciones, para algunos es estratégico, pero para otros es simplemente una manera de exacerbar diferencias y generar más rupturas y divisiones.

Restricciones obvias de espacio me impiden tratar todas las opciones y sus combinaciones; solo me referiré a dos aspectos de la muy amplia discusión y, para empezar, resulta ineludible hablar de la más bizantina de esas discusiones −para mi gusto, claro− que es esa de si las primarias de oposición se deben hacer con o sin el CNE.

Digo que una discusión bizantina, porque se hagan o no con el CNE, eso no va a impedir que el régimen intente sabotear o influir en el proceso; bizantina, porque hacerlas con el CNE supone ahorrarse una buena cantidad de dinero y disponer de más centros y máquinas para agilizar el proceso, sabiendo como sabemos los costos que implican estas dos cosas, para los escasos recursos de que dispone −o no dispone− la oposición democrática; bizantina porque seguramente algunos de los que participarán, se declararán “pobres” de solemnidad y sin recursos para contribuir con su cuota del aporte −alegando por supuesto “razones democráticas” de peso, “libertad de voto” y demás excusas, para dejar de aportar lo que deben aportar− y así contribuirán a encarecer el proceso para los que si aportarán o para que se quede con un gran déficit o mono, que nadie sabe −seguramente, nadie− quien lo cubrirá; bizantina, porque pase lo que pase, decídase lo que se decida, en cuanto a hacerlo o no con el CNE, los “inefables radicales” y anti oposición democrática, de todas maneras no participarán, aunque se haga sin el CNE; siempre encontrarán alguna excusa para negarse y darle la patada a la mesa o a la lámpara, o a ambas.

Mi fórmula

Por lo tanto, en mi opinión, lo sensatamente político es que la oposición democrática trate no solo de maximizar la participación, poniendo más mesas, más máquinas y más centros de votación, sino también bajar costos, para ahorrar recursos que pueda dedicar a movilizar votantes, que de todas maneras sabemos que difícilmente pasaremos del 15% los que iremos a votar. Histórica y desgraciadamente ese es el porcentaje de participación en estos eventos y, sinceramente hablando, no se percibe hoy en día un ánimo que pueda superar este porcentaje.

Esto implica, como es fácil darse cuenta, solicitar el apoyo del CNE para realizar la elección, ahorrar recursos e incrementar puntos de votación.

No solo eso, siendo consecuentes y tratando de buscar el mayor consenso posible para el candidato opositor, de no lograr el ganador en primera vuelta un porcentaje significativo −digamos del 30% de los votos−, se debe ir a una segunda vuelta, para que el candidato resultante goce de amplio consenso.

En la misma lógica de lograr la más alta participación deben votar todos los que deseen hacerlo y estén en el registro electoral, inhabilitados o no, incluidos los partidarios del régimen, descartando esa monserga de que de esa forma los “chavistas” decidirían quien es el candidato; creer eso no es más que una fantasía, los ya escasos partidarios de régimen −menos del 18% de los votantes− que no se movilizan para votar por los suyos no lo van a hacer para escoger el candidato de la oposición; y si lo hacen, mejor, aumentarán el caudal de participación y votos. Naturalmente, creo que en el proceso deberán participar quienes están en el exterior, para lo cual la oposición, sin contar en ese caso con el CNE ni los consulados, debe procurar abrir la mayor cantidad de mesas y centros que sea posible e implantar la posibilidad de votar electrónicamente.

Precandidatos a granel

El otro elemento que quiero considerar que no debería ser raro, pero que sorprende a muchos, es la cantidad de precandidatos a disputar esa única plaza. Hasta la última “lista” de precandidatos que revise en persona, había 31 aspirantes; pero ya he escuchado cifras que pasan de 50. Digo que no es algo raro y que además, en vez de lamentarse con discursos moralistas sobre la “ambición política”, ¿Por qué no verlo como una señal del “vigor” de nuestra oposición, que es capaz de generar tal cantidad de aspirantes, por más que todos sepamos que una buena parte de ellos no tiene la más mínima calificación para el oficio, mucho menos el carisma o la simpatía popular?; pero, democracia es democracia y todos puede tener su aspiración y derecho; el pueblo que siempre juega a ganador, se encargará de darles su dosis de “ubicación” y bajarlos de esa nube.

Pero entiendo que, a muchos sorprenda, de manera ingrata, esa hemorragia de ambición, un tanto desmesurada, habida cuenta que el entusiasmo de la población por participar, como ya dije, escasamente llegará al 15% de los mayores de 18 años, aquí y en el exterior. En cualquier caso, cuantos más aspirantes, más gente habrá en la búsqueda de apoyo y mayor será la movilización que se logre, que es de lo que se trata: Sacudir la apatía, indolencia y desánimo alrededor de la vía electoral.

Conclusión

Son muchos más los temas en torno a las primarias, pero creo que con lo planteado tenemos material para discutir y en todo caso, lo importante es definir cuanto antes la fórmula completa, que permita la mayor participación posible y nos permita dedicarnos cuanto antes, con un candidato en la calle, a plantearle al país una opción creíble para salir de este inaguantable oprobio.

Politólogo

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¡No se votará…

Ismael Pérez Vigil

… masivamente en el exterior, en las elecciones presidenciales de 2024!; llego a esa lamentable conclusión, después de tres meses que escribí planteando el tema como una probable tarea; pero, esa es nuestra realidad y cuanto antes la aceptemos estaremos en mejores condiciones para desarrollar una estrategia que nos permita superar esta limitación y obtener alguna ventaja.

Este tema ha desatado una aguda discusión en donde hay de todo, desde el prístino y legítimo deseo de que se cumpla el derecho al voto, que debe ser la aspiración de cualquier demócrata, pasando por una buena dosis de ingenuidad e ignorancia de las dificultades reales del problema, hasta llegar a la demagogia y la mala intención de algunos de buscar un nuevo pretexto para atosigar, insultar y desacreditar a la oposición democrática y el inefable G4, responsabilizándolos por no lograr que voten los tres millones de compatriotas que están en el exterior y que tienen derecho a votar; y todo eso en el campo de lo que podemos llamar oposición.

Desde luego estoy consciente de las antipatías que despertará mi afirmación sobre el tema, pero no por mucho desear algo, se vuelve realidad, ni por mucho voluntarismo se van a lograr las cosas. Tampoco propugno porque lograr que se vote en el exterior deje de ser una meta política de la denominada “diáspora”, pero más allá de lo deseable, lo razonable y lo “constitucional” de un innegable derecho, la votación en el exterior confronta algunos problemas que difícilmente se podrán superar. Lo dijimos hace varios meses (6 de mayo de 2022, https://bit.ly/3kQlRK2): votar en el exterior implica superar dificultades de, por lo menos, cuatro tipos: Jurídicas, técnicas, políticas y de motivación. Veamos cada una de ellas.

Jurídicas.

De acuerdo con las normas y legislación actual, es tarea prácticamente imposible votar en el exterior. Aparte de cambios menores, para permitir el registro y votación en el exterior identificándose con el pasaporte, en vez de la Cédula de Identidad, debido a la dificultad real del estado venezolano de proveer ese documento en el exterior, para ello se requeriría que sea modificada la Ley Orgánica de Procesos Electorales (LOPRE), en varios artículos, pero sobre todo el artículo 124 que establece la limitación del derecho al voto a quienes no tengan residencia legal en otro país, que como sabemos hay muchos venezolanos que están en esa condición. Pero superar esta dificultad jurídica supone un acuerdo político con el régimen, bien para modificar, por parte de la Asamblea Nacional, la Ley Orgánica mencionada o bien para reglamentar esas disposiciones por parte del ejecutivo y sabemos perfectamente que el gobierno no tiene ningún interés en que se vote masivamente en el exterior, sabiendo como todos suponemos que la mayoría de esa votación no los favorecería.

Técnicas.

Superadas las dificultades jurídicas, supuesto que casi podemos considerar negado, habría que superar otras dificultades técnicas, por parte del gobierno y sobre todo por parte del CNE.

La primera dificultad, es actualizar el registro electoral (RE), considerablemente atrasado, y naturalmente mucho más en el exterior; resolver ese retraso en el exterior, si se pretendiera hacerlo como si estuviéramos en Venezuela, de acuerdo con las normas y legislación actual, es tarea prácticamente imposible; solamente hagan números de cuántos “funcionarios” o “voluntarios” y cuántas horas hombre se necesitan para actualizar y registrar casi 4 millones de personas en el exterior, para lo que no existe ninguna estructura instalada.

Superada esa dificultad, sería necesario superar otras, como: establecer Circunscripciones Electorales, de acuerdo con el número de votantes; crear Organismos Subalternos, para organizar y facilitar la inscripción, actualización y votación; establecer Centros de Votación y Mesas Electorales, para garantizar la fluidez y el ejercicio del voto. Actualmente solo se vota en consulados y la mayoría están cerrados, al menos en los países en donde hay altos contingentes de inmigrantes: Colombia, Estados Unidos y varios países de América Latina; y en otros están realmente dispersos, escasos y muy alejados de los lugares en donde viven los venezolanos en el exterior; de igual manera hay que implantar mecanismos para la recolección y trasmisión de resultados; y por supuesto, formar miembros de mesa, observadores y testigos que vigilen el proceso. Ya se ha dicho que todo esto hay que hacerlo para una “circunscripción” que tiene una población de votantes equivalente a los actuales estados Zulia y Miranda juntos, pero que está dispersa por todo el mundo.

Políticas.

No es posible superar las dificultades jurídicas y técnicas sin un acuerdo político y sin contar con la “buena voluntad” del organismo rector, el CNE, cuya “voluntad” sabemos que depende de la del régimen y las instrucciones precisas que reciba; la aislada voz de dos rectores opositores en minoría, bien sabemos que no es suficiente.

Lograr ese “acuerdo político”, es decir esa negociación y acuerdo con el régimen para acometer esta tarea, no es nada trivial; la tarea se contrae a cómo forzar al régimen para que se resuelva la situación, de los millones de votantes que en Venezuela y el exterior, hoy no pueden votar. Y sin ese acuerdo, para emprender todas estas modificaciones, el proceso no va a avanzar. Como ya se ha dicho, bien sabemos que el régimen no favorecerá un acuerdo para que los que viven en el exterior, ni en Venezuela, voten masivamente en su contra.

Motivación.

Resueltas las dificultades anteriores, nos queda una aunque no es tampoco nada sencilla: la voluntad, disposición y motivación a votar de quienes viven en el exterior, muchos de los cuales se fueron del país obstinados de las dificultades que vivieron en él y buscando las oportunidades que aquí han visto negadas. ¿Es muy difícil suponer que, si en Venezuela hay una peligrosa indiferencia y abstención electoral que sobrepasa probablemente el 40% de la población, un porcentaje similar o quizás mayor sería el que hay en el exterior, y que además le toca enfrentar las dificultades señaladas? Ahora lo llaman “desafección” hacia el voto o la política, pero es nuestra innegable realidad.

¿Posible Solución?

Para resolver esto sería no solo indispensable comenzar cuanto antes la tarea, sino también y más importante, comenzar a pensar el problema de otra manera: Romper el paradigma de que es posible votar en el exterior como se vota en el país, convencerse que hay que pensar en el problema de manera diferente, pues si seguimos pensando en votar en el exterior como se vota en Venezuela o como se votaba en el pasado en el exterior, antes de la masiva emigración, el problema no tiene solución y solo favorece las expectativas del régimen de mantenerse en el poder. Hay que plantearse soluciones diferentes y adecuadas a partir del voto remoto, a distancia o por Internet, que no son un sueño, ni un privilegio de países desarrollados; pues, como ya se ha dicho, países tan lejanos como Estonia y tan cercanos como Panamá y México, tienen votación por internet, desde hace tiempo. La pregunta, difícil de responder y sobre todo implantar es: ¿Será posible plantearse hoy la posibilidad de votar remotamente, por Internet, desde el exterior, o por correo? Luce que es una utopía insuperable en este momento y eso es lo que tenemos que tener claro para no equivocarse con una estrategia errada y frustrante.

Conclusión

Lamento ser aguafiestas, pero la estrategia de la llamada “diáspora” debe ser realista y con los pies en la tierra. Volvamos a las tareas pendientes esbozadas en el escrito ya mencionado, publicado hace tres meses, donde se dejaron planteadas algunas acciones que hay que retomar.

Descartando, la primera es terminar de resolver el mecanismo para elegir el candidato que representará a la oposición democrática en las elecciones de 2024, que son el preludio de varios procesos electorales que asoman para 2025 (Asamblea Nacional, Gobernadores, Alcaldes, Asambleas Legislativas y Concejos Municipales); resolver ese tema nos pondrá cuanto antes en la ruta para adelantar un programa de consenso y un discurso político a los electores, que son indispensables para fijarle una meta al país que supere el oprobio en el que vivimos desde hace más de 23 años.

Para quienes están en el exterior, pasar de la consigna del “voto masivo” de la diáspora, a trazarse objetivos que sean factibles es una tarea prioritaria. Hoy solo tenemos poco más de 107 mil inscritos para votar en el exterior, de una posible población votante cercana a los tres y medio millones de votantes. No es exagerado decir que eso compromete seriamente las posibilidades opositoras para las elecciones de 2024 y de 2025 y eso es lo que debemos considerar y contrarrestar.

Está bien tener como meta y estrategia el voto masivo en el exterior, pero considerar que lo realista es avanzar lo más que se pueda en ubicar a los venezolanos en el exterior para que llegado el momento se registren y voten los más que puedan; toda cifra superior a esos 107 mil será una ganancia neta; otra tarea indispensable es presionar en Venezuela para que se actualice cuanto antes el registro electoral, en el exterior, sí, pero más importante es que se actualice en Venezuela, pues el país tenemos un atraso de más de un millón y medio de venezolanos con derecho a voto que no están registrados; no son tantos como en el exterior, pero son un contingente importante que no podemos perder, habida cuenta de lo difícil que será contar con los que están afuera.

Por eso, parece ingenuo, demagógico o mal intencionado escuchar algunas voces, las agoreras de siempre, planteando que hay falta de voluntad en la Plataforma Unitaria y en el G4 para resolver los problemas para que voten quienes viven en el exterior.

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