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Maxim Ross

¿Puede hacer algo la sociedad civil organizada?

Maxim Ross

Alguien afirmaba, con mucha razón que los caminos y las rutas para que Venezuela rescate un ordenamiento democrático pleno, prosperidad económica sostenible y sanamente construida y un orden social equitativo, que extraiga de raíz los orígenes de la pobreza en nuestro país, están en un “callejón sin salida”, porque los medios con que contamos para iniciar esas grandes tareas enfrentan el escollo de la coyuntura, pues la vía electoral pareciera cerrada, el apoyo internacional complicado y disperso y el descontento social atrapado por las necesidades básicas, la represión y el clientelismo político.

Frente a ello, renovamos la pregunta si el intento de restaurar las libertades civiles y las condiciones básicas de funcionamiento de la sociedad venezolana son solo responsabilidad del mundo político, de los partidos del gobierno y de la oposición y, en qué medida es responsabilidad de todos. Como bien lo indica el Padre Ugalde en un reciente escrito:

“Hemos fracasado nosotros -las universidades, los empresarios, los sindicatos, las iglesias y la sociedad civil-, pues no hemos sabido defender la democracia y se ha impuesto la dictadura con miles de muertos, cientos de presos, y millones de exiliados y empobrecidos, sin economía productiva y sin libertad.[1]

En esa dirección hemos promovido una iniciativa que, ¡quizás! pueda contribuir a encontrar una solución consensuada que, podría salirse de las discordias y diatribas cotidianas y propias del conflicto político que, además de que ya lleva tiempo, no ha encontrado las salidas y soluciones apropiadas, a juzgar por la permanencia del gobierno en el poder y por los desastrosos resultados que exhibe nuestra querida Venezuela.

Una propuesta que nos sustraiga de esa ruta, que no la sustituya, pero que amplíe las perspectivas debería ser ensayada. Una perspectiva que persiga encontrar las coincidencias de interés de todos los venezolanos, estén en el bando que estén, podría provocar un cambio de actitudes y ¡quizás! un sendero para un auténtico dialogo nacional, no el dialogo político que se ha intentado y ha fracasado. Esta es una opción que estamos obligados a explorar y que podría contribuir a romper la inercia de los acontecimientos diarios.

La historia nos dice, como bien lo defienden Acemoglu y Robinson que:

“La libertad necesita que haya una sociedad movilizada que participe en la política, proteste cuando sea necesario y vote cuando sea posible para que el Gobierno abandone el poder”[2]

Si de eso se trata, la pregunta viene a ser ¿Cómo se puede comenzar esa tarea?, y la mínima lógica dice que los esfuerzos dispersos de la sociedad civil organizada necesitan ser articulados y focalizados hacia una tarea de largo aliento. La sociedad civil tiene la obligación de encontrarse para iniciar ese dialogo, primero dentro de si misma y luego abrirse al resto del país. También tiene la obligación de identificar los temas centrales. La democracia, la prosperidad económica, el alivio de la pobreza, la crisis humanitaria, una paz social duradera, las instituciones que nos resguardan, etc. etc., todos ellos son componentes de una solución que va más allá de lo estrictamente político y que persigue crear un país para todos.

Siguiendo las sugerencias e inquietudes de los autores citados la sociedad civil debe movilizarse, pero esta vez debe comprender que la única manera de hacerlo no es con la protesta en la calle, harto difícil para la gran mayoría desesperada por la pandemia y por su delicada situación individual o familiar y porque sabe que se va a topar y chocar con las fuerzas de seguridad. En dirección a fortalecer y fortificar las tareas que debería cumplir la sociedad civil, para evitar, como mínimo que el país caiga completamente en un despeñadero político, económico y social hemos propuesto articular la sociedad civil organizada, aquella que bien reclama el Padre Ugalde: “las universidades, los empresarios, los sindicatos, las iglesias y la sociedad civil-“ en una Plataforma Cívica[3] que integre todos esos actores y que conduzca esa difícil encomienda de enderezar y ensamblar de nuevo a Venezuela.

Esa Plataforma Cívica se diferencia de las decenas de protestas, reclamos, sugerencias de cada uno de aquellos actores en que estos, legítimamente han abogado por la defensa de sus propios intereses, pero no han elaborado un pliego por las necesidades generales de la sociedad venezolana y ese pliego no es otra cosa que la recuperación integral de nuestro país. Al momento de escribir estas notas hemos encontrado receptividad en algunos de estos actores, pero a la tarea le hace falta el llamado y la convocatoria de una o dos instituciones queridas y respetables de la sociedad venezolana. ¡Ojalá puedan tomar la iniciativa de reunirnos!

[1] Cese de la ruina y unidad para reconstruir – SJ. Luis Ugalde 4 de 0ctubre 2020. El Nacional

[2] “El pasillo estrecho” Daron Acemoglu y James A. Robinson. Ediciones, DEUSTO,2019

[3] Ver nuestro artículo “Una Plataforma Civil para la sociedad venezolana”.

Modelos agotados y cambios de paradigma

Maxim Ross

La coyuntura politica actual, esa que estamos viviendo con el tema de las elecciones, merece un examen desprendido de interés y tan objetivo como sea posible, por lo que voy a interpretarla utilizando algunas comparaciones históricas que nos den lecciones al respecto.

Mi hipotesis es que los seres humanos, y más todavía ellos como entes sociales, deben entender y adaptarse al momento en que un determinado modelo de conducta se agota. Lo que sucede, normalmente, es que tendemos a aferrarnos a un modo de pensar y a conservarlo, sin reconocer cuando y como se va erosionando. Sitiados por la inercia no solucionamos lo que se pretende, salvo que se logre desmontar el paradigma que lo fundamenta. Varios ejemplos en el campo de la economía y de la politica ilustran la idea.

En el terreno de la primera está el caso del “keynesianismo”, modelo que venía dominando, tanto teóricamente, como en la politica económica en el mundo desarrollado, pero que comenzó a presentar signos de agotamiento, a pesar de los cuales, muchos países lo siguieron aplicando, en especial los Estados Unidos e Inglaterra, hasta que hizo crisis con síntomas severos y simultáneos de inflación y recesión. Por ello se vieron obligados a abandonarlo, a pesar de la resistencia de muchos en el campo teórico. El cambio de paradigma se dio y la economía neoclásica, también llamada neoliberalismo, lo sustituyó exitosamente, revirtiendo drásticamente la crisis.

Otro ejemplo que permite entender mi hipotesis es el caso del agotamiento del “modelo petrolero” venezolano, oportunidad que se nos presentó varias veces en el tiempo, pero que siempre fue reconstruido de distintas maneras y nos resistimos a renunciar a él, fuese con el método de “precios de referencia” o con la apertura petrolera. Inclusive en momentos claves de la politica económica, con los cambios que se intentaron a principios de los noventa, terminamos soportándolos en el ingreso y el modelo petrolero. El cambio de paradigma no se produjo, lo que explica en buena medida la crisis económica y politica que vivió Venezuela después de los ochenta, a finales de los noventa y hoy día.

Lo que ya resulta evidente es el agotamiento del modelo petrolero basado en la propiedad y la conducción del Estado, con claros signos que han llevado la industria al borde del colapso, pues esta ni genera producción, ni exportaciones suficientes para mantener el país andando, pero el Gobierno y la dirigencia politica siguen atados al mismo esquema[1]. Pareciera que tímidamente se comienza a experimentar con otras actividades económicas, pero de una manera tan precaria que no se percibe la dimensión de un verdadero cambio. No se logra romper con el paradigma “rentista”. Por una parte, por la ineptitud y conducta gubernamental adversa a la economía privada y, por la otra, porque todos, y el gobierno en particular, se aferran a seguir viviendo del petróleo. Se dice que ya no vivimos de una economía “rentista”, pero es lo que se practica a diario. No hay mejor ejemplo de ello que esa secuencia de bono tras bono y el mantenimiento de una aparatosa maquinaria burocrática. La hiperinflación es la forma que toma el “rentismo” y la contracción económica la insuficiencia de una real transición hacia una economía no petrolera.

Entre la economía y la política tenemos varios ejemplos. Algunos exitosos y otros no. En la Unión Soviética se dieron cuenta muy tarde de que el modelo estaba agotándose y solo una intervención tardía, la de Gorbachov pudo atenuar la crisis, pero el modelo implosionó y la “Unión” se hizo pedazos. Otro ejemplo similar, pero con peores resultados es el cubano, donde la imposibilidad de romper con el paradigma socialista tiene hundida esa sociedad en un crónico e indetenible deterioro. El caso chino es un ejemplo de un caso exitoso, cuando Deng Xia Ping le da un giro a tiempo al paradigma económico y logra el salto hacia la prosperidad que exhibe hoy ese país. La libertad y la democracia están a la espera de un cambio de paradigma político.

Obviamente, analizar el tema desde una visión retrospectiva es más fácil, porque podemos leer los acontecimientos con esa síntesis que nos brinda la narrativa histórica, pero otra cosa es inferir el agotamiento y el cambio de paradigma en una situación contemporánea.

El agotamiento del modelo de la llamada “revolución bolivariana” pareciera bastante claro, especialmente por la desaparición de la doctrina, la ideología y las consignas que le dieron origen, tanto en el discurso, como en la práctica. Por una parte, ya no se habla del Socialismo del Siglo XXI y a veces se habla de un “socialismo a secas”, con un gran vacío de mensajes y sin contenido alguno. En la práctica se fue convirtiendo, sin solución de continuidad, al más perfecto modelo capitalista, con una economía completamente dolarizada y donde el mercado marca la pauta de los precios. El modelo se agotó por necesidad y, quizás, sin poder evitarlo, tal como lo indican expresiones y declaraciones de quienes hoy dirigen ese proceso. Sin embargo, la “revolución” continua con su retórica alusiva al “antiimperialismo” y a la “guerra económica”, sus “aparentes” grandes enemigos.

Obligada reflexión merece el caso de la oposición al gobierno, pues parece conveniente y necesario evaluar si el modelo utilizado para oponérsele está agotado y si requiere un cambio de paradigma. La trayectoria “cese la usurpación”, “gobierno de transición” y “elecciones libres” merece un riguroso examen, junto a la experiencia del apoyo internacional obtenido, sea el diplomático, el de las sanciones o el de una intervención internacional efectiva.

El hecho de que esos objetivos no se han logrado concretar hasta ahora, al menos debería llamar la atención y obliga a un cambio de enfoque. A nuestro juicio, dos razones principales podrían explicar su erosión. De un lado, está el hecho de que fueron formulados sin reales fuerzas de respaldo, ni internas, ni externas y, del otro, porque de nuevo se subestimó al enemigo, interpretando y repitiendo que está más débil, cuando la realidad indica lo contrario. Por otra parte, no es muy seguro que el descontento con el gobierno realmente se transforme en automático apoyo a la oposición.

La lectura del recién publicado “Pacto Unitario” indica que tiene las mismas ideas y consignas que no han dado resultados. El respaldo anunciado de una gran variedad de partidos políticos y de un sin número de organizaciones civiles revela el clásico expediente de mostrar la formalidad de respaldo de una mayoría. La postura de principio, de rechazar de plano la participación en el proceso electoral, que sabemos amañado, inhibe plenamente la acción politica y la movilización. Si las elecciones son una oportunidad “movilizadora” para cambiar, tanto como se pueda las reglas impuestas por el gobierno y se logra obtener sustantivo apoyo internacional, entonces, se abre una ventana que no se puede rechazar de entrada.

Romper con el dilema “votar o no votar” ya es un paso adelante y positivo y podría entenderse como un primer paso para diseñar un nuevo paradigma de la oposición. Podría ser que, por ese camino, se levante una consigna que restaure la Unidad. Razón daré a quien propugne el regreso a lo político, a la politica, quiere decir a acercarse a esa gran mayoría desatendida, por gobierno y oposición, a ir a la calle con un discurso que se salga del tema electoral y la diatriba politica y se dedique a la conquista de una mayoría que está a la espera de un verdadero cambio. De un proyecto de sociedad convincente para todos los venezolanos. No excluyente.

Como alguien cercano me ha dicho:[2] hay tres tipos de políticos, el “mago”, el “pastor” y el “tejedor” y la diferencia entre los tres está en que el primero juega a un momento mágico, el segundo al apostolado y el tercero a “tejer” una nueva politica. Me quedo con este y para ello siempre recuerdo una anécdota reveladora: Larrazábal y Betancourt en 1958. El primero con las características del primero, el segundo como el tercero. Rómulo se fue a la calle, conquistó a la gente, presentó un proyecto de sociedad, consolidó su partido y ganó las elecciones. Ahora, en verdad, quizás estamos esperando que aparezca un “tejedor” que tenga la posibilidad de cambiar el paradigma y logre el cambio que todos esperan.

[1] Aparentemente el reciente plan presentado por PDVSA pareciera reconocer la necesidad de cambiar.

[2] “La politica como arte del buen tejer” Blog de Javier Seoane.28/8/2020

¿Momento integrador?

Maxim Ross

La reciente impresión y edición del libro “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela”, elaborado en el Centro de Estudios de Integración Nacional de la Universidad MonteAvila (CEINA), quizás sea propicia para comentar la oportunidad que se presenta actualmente en nuestro país para un nuevo encuentro de la sociedad venezolana, de su sociedad civil, de sus partidos políticos, de todos aquellos que quisieran una solución consensual y duradera para ese país que, día a día, se desmorona ante nuestros ojos.

El llamado de la oposición venezolana representada en la Asamblea Nacional a concertar un Pacto Unitario, la alternativa propuesta por Henrique Capriles, en nada excluyente, al contrario, completamente complementaria de aquel, la declaración de la Conferencia Episcopal para un encuentro de todos en aras de aquella solución, los graves problemas que confronta el país con el dramático fenómeno de la pandemia, todos ellos, decimos van en la dirección de un encuentro por otra Venezuela.

Si a ello se suma, más allá de las interpretaciones e intenciones políticas, la decisión gubernamental de liberar una cantidad importante de presos políticos y la tomamos como una posibilidad de armar una agenda de contenidos que se salga del drama político de las elecciones, de encontrar una solución para legitimar todos los poderes públicos, pero sobre todo que ponga la mira, por fin, en los verdaderos problemas que está sufriendo la gran mayoría de la población venezolana, entonces, ¡quizás!, podamos armar un camino que recoloque los asuntos venezolanos en otro lugar distinto al pleito político diario.

Y, ¡quizás!, podamos pensar a Venezuela de una manera distinta comenzando a tejer una solución en la que puedan poner sus “buenos oficios” los empresarios, los trabajadores, las enfermeras y los médicos agotados por el tratamiento de la pandemia, los maestros y los padres y representados de los niños y los jóvenes que esperan para regularizar su vida escolar, digo, ¡quizás!, puedan encontrarse en un solo lugar y proponer nuevas soluciones.

Si ahora la comunidad internacional, verdaderamente involucrada en ayudar a Venezuela, se activa en intermediar ese encuentro, no el del Gobierno y la Oposición, sino en reunir a los auténticos y legítimos afectados e interesados en resolver con una perspectiva mas amplia, con una visión diferente a la practicada hasta ahora, ¡quizás! sea una oportunidad para un momento integrador, para poner de conjunto la materia social, con el sobrecogedor problema de los millones de venezolanos que están pagando el precio de un insoluble conflicto político, la materia económica y los temas institucionales que circundan a todos, ¡quizás! podamos “saltarnos” el paradigma puramente político y encontrar esa solución integradora que tanto esperamos. Es solo cuestión de propiciar ese encuentro.

¿Una opción de estrategia para la oposición venezolana?

Maxim Ross

Pareciera ingenuo, tonto e inoportuno discutir el tema que propongo en el título, pero creo que, como menos, podría provocar una reflexión en los dos mundos que están interesados en una solución perdurable de la situación venezolana. El de los partidos políticos y el de la sociedad civil; los primeros porque podrían perder una oportunidad importante de reorientar su plan de acción y la segunda porque es y seguirá siendo la más afectada si las cosas siguen como van. Pensemos, por un momento en que el actual régimen de gobierno se mantenga y se consolide para largo o definitivamente. Es un escenario que no podemos desechar y sobre el cual debemos reflexionar, aun cuando algunas voces esperen cambios y resultados prontos o en un plazo cercano.

Si nos colocamos, como hasta ahora, esperando una solución internacional, cualquiera que sea, solo una negociación entre partidos o una salida electoral, en mi humilde opinión estamos confundiendo la estrategia con la táctica, pues todas estas acciones recién nombradas son tácticas para, posiblemente, recuperar el poder, pero no resuelven un problema básico, cual es quitarle el apoyo popular a la “revolución”. Para ello, habría que atacar y resolver de manera sostenible la situación de pobreza en que vive la gran masa de la población, a la que se le ha arrebatado el ordenamiento democrático que garantice sus decisiones electorales y una prosperidad sostenible en el tiempo. A esa gran mayoría debería dirigirse la oposición con otro discurso que se salga del conflicto político.

Entonces, ¿Cuál puede ser una verdadera estrategia? Otra vez, en mi humilde opinión, lo que debería proceder es que la oposición se proponga recuperar el poder en su sentido más amplio, esto es recuperar de nuevo el apoyo popular. Ciertamente, cambiar el Parlamento, el Tribunal de Justicia y el Gobierno es necesario, pero no es suficiente, pues con ello no terminamos de enfrentar los temas de fondo que acosan la sociedad venezolana, principalmente los de los más vulnerables y de menores recursos.

Conquistar ese poder, creo, es el que no pareciera haberse planteado la oposición porque cree tener ganada y a su favor a la gran mayoría de la población y esta es la interrogante que planteo y que tendría que reflexionarse seria y rigurosamente. Si bien muchas encuestas registran una gran insatisfacción con el gobierno y eso se interpreta como un apoyo tácito y automático a la oposición, este no necesariamente termina de traducirse en un claro y definitivo respaldo para el cambio político. Las manifestaciones de apoyo se expresan en los momentos electorales y estos están contaminados por el fraude, el engaño y el peso de los recursos y la propaganda. Por ello, se obtienen resultados distintos y contradictorios.

Ahora bien, una estrategia en aquella dirección solo cobraría sentido si el discurso político de la oposición politica cambie de contenido, se coloque en esa perspectiva y cuando su liderazgo se replantee reconstruir el verdadero rol del partido político, esto es la conquista del apoyo popular. Algunos analistas y partidarios del mundo opositor han planteado con suficiente razón que nada pasará en Venezuela para lograr un cambio político, si al gran apoyo internacional obtenido no se le suma un componente significativo de “movilización interna”, pero este no se dará jamás si el liderazgo político no cambia su visión de la conquista del poder y la limita a la táctica de dominar la Asamblea o conquistar el Poder Ejecutivo.

Esa gran mayoría, reconozcamos, fue conquistada y convencida por un discurso que penetró en sus más profundas entrañas y todavía esa herencia sigue presente en el animo de la gente. Aun cuando la situación económica y social siga siendo terrible, el temor a un cambio que no termina de inspirarles confianza es un elemento decisivo y ella solo se conseguirá acercándose a sus graves problemas, a sus intereses y a sus valores., Cuando estos giren su mensaje en esa dirección abrirán las puertas de la movilización interna

Mientras tanto: ¿Qué puede hacer la sociedad civil, siendo que, frente a este cuadro, sabe que el país se le va de las manos, no solo por el creciente déficit democrático, sino porque al final termina “pagando los platos rotos” y porque ha dejado el país a la deriva? Soy de la opinión de que debe tomar iniciativas articuladas y provocar un encuentro que obligue a retomar el camino del país que todos queremos y que obligue a los partidos políticos a salirse de la ruta de un exclusivo conflicto político. La sociedad civil debería constituir y articular un mecanismo de defensa en esa dirección.

Solo si logramos la confluencia de los partidos políticos y la sociedad civil en una dirección de alto vuelo que ponga a Venezuela por encima de todo, que reconquiste la confianza de la gran mayoría por la opción de una sociedad abierta, sin paternalismo y con la mira puesta en prosperidad para todos, podremos superar esta transición “revolucionaria” que tanto daño ha hecho, que ha traído desgracia y división entre venezolanos. Creo posible que algunos o muchos de los que la apoyan verían con buenos ojos una iniciativa de este carácter.

Ahora, frente a la urgencia y la emergencia originada en la pandemia, se presenta una gran oportunidad para rehacer el camino e ir en conquista de esa gran mayoría que sigue pendiente de que alguien se les acerque, le genere confianza y les presente una solución creíble y sostenible para su futuro. Quizás, de esa manera, logremos captar una inmensa mayoría para ese objetivo táctico de propiciar una gran movilización interna en favor del cambio.

¡Nacionalicemos la industria petrolera!

Maxim Ross

Voy a comenzar con una aseveración que, quizás moleste a muchos, en especial a aquellos que han trabajado seriamente el tema y también a los que han puesto en practica su experimento, unos con gran éxito, otros con lo contrario, porque es que la palabra privatizar o la privatización han causado tantos enconos y tantos adherentes que no estoy seguro nos convenga seguirla utilizando, sobre todo si queremos avanzar en que el negocio petrolero en su plenitud nos sea devuelto a nosotros sus propietarios, los venezolanos.

Cada vez que usamos el termino privatizar, no solo sus enemigos lo descalifican con tanta firmeza que terminan convenciendo a la gran mayoría de sus desventajas, sino que nosotros también contribuimos con su descalificación porque, cada vez, que se pone en practica aparece un gran capital tomando posesión de la propiedad estatizada, sea este nacional o extranjero. La gente común, fácilmente engañada por la propaganda politica, termina sintiendo que ha sido estafada o, inclusive, creyendo que le han “robado” lo que era suyo, cuando nunca lo fue.

Sugiero, entonces, iniciar dos planos de acción. En primer lugar, cambiar el concepto de “privatizar” por el de nacionalizar porque, en realidad no estamos frente a un tema tecnocrático, de carácter financiero o de defensa de la propiedad privada, ambos desde luego en su estricto sentido en la dirección correcta, sino porque creo que estamos frente a un tema de carácter político. Si queremos lograr el objetivo de que nuestra principal industria pase a manos de los venezolanos, quienes somos sus verdaderos dueños, tenemos que pensarlo y focalizarlo en ese sentido, terreno en el cual lo han logrado contaminar sus adversarios.

Nacionalizar, hay que aclararlo enfáticamente, no es estatizar, como realmente se hizo en nuestro caso, cuando las sucursales de las petroleras internacionales y las pocas empresas venezolanas pasaron a manos del Estado, con el falso e intencionalmente incorrecto nombre de nacionalizarlas. Eso lo sabemos y lo sabe todo el mundo, pero donde hay que poner la mira es en decirles y demostrarle a todos cuán lejos estuvo y está su principal industria de su poder de decisión. Nada de lo que se hace dentro de ella está al alcance y en manos de la gran mayoría de venezolanos.

Por otro lado, el tema no puede confundirse con los momentos en que fue bien manejada, porque si bien hubo una etapa en la que fue muy bien conducida por manos expertas, ello no es una excusa para exigir que sea real y efectivamente nacionalizada y lograr la plena participación de los venezolanos en su manejo, orientación y dirección. Mas todavía ahora, cuando PDVSA exhibe el peor resultado en toda su historia, siendo que es exclusivamente dirigida por quienes tienen el control del poder político, se han adueñado del Estado venezolano y toman decisiones dentro de un privilegiado y cerrado circulo político-militar.

En segundo lugar, sugiero al mundo político iniciar una campaña en un terreno práctico, utilizando todos los expedientes de propaganda para ilustrar a los venezolanos sobre la diferencia entre estatizar y nacionalizar, probablemente usando una batería de instrumentos que van, desde las experiencias internacionales en el manejo de la industria, con una amplia participación de la sociedad civil, de los ciudadanos, de sus verdaderos dueños los “nacionales”, hasta la explicación de las ventajas que tendría su nacionalización. Por ejemplo, con la difusión de los beneficios económicos directos que comenzaría a recibir cada uno de los venezolanos, comenzando con la entrega de un titulo de propiedad, de una acción de PDVSA con nombre y apellido y con el valor en dólares o euros que corresponda.

Luego, comenzar a difundir los derechos que otorga esa posesión en distintos frentes, como en la participación de las ganancias, seguros personales o colectivos, reducción de impuestos, capacidad para convertir esos activos en préstamos o en garantías para fines de desarrollo familiar, en especial para la educación de los hijos. Finalmente, y quizás lo mas importante idear el método, claro y transparente, para que cada quien se sienta representado en la Asamblea de Accionistas y en sus órganos directivos.

Con ello, vuelvo al punto, mientras sigamos encerrados en la tesis de privatizar y el lenguaje se centre en sus ventajas financieras, en la eficacia de las instituciones a privatizar tendremos parte de la batalla perdida. Solo cuando enfrentemos de que se trata de un muy relevante y álgido tema político, quizás, digo quizás, podamos avanzar en ese salto cualitativo que sí que cambiaría el ordenamiento público y político venezolano, quitándole esa herramienta de poder a quienes la han mantenido hasta ahora. Cuando logremos eso, entonces, si que podremos hablar de una democracia efectiva y vigilante en Venezuela.

Consciente estoy de si esta es o no la oportunidad de hacer este llamado, por esa voz que se corre hoy de que ya no somos, ni seremos un país petrolero, por un lado, por las limitaciones que impone actualmente el mercado internacional y, por el otro, por lo que implica reconstruir nuestra devastada industria, pero como alguien dijo: “Llueve y escampa” y nada dice que este mundo de hoy será así para siempre. En todo caso, allí están unas reservas que están esperando una nueva oportunidad de ser explotadas, solo que ahora debemos hacerlo aprendiendo de las lecciones que nos han llevado hasta aquí.

De todas ellas, de cómo adueñarnos del negocio petrolero ha de ser nuestra máxima conseja.

Criterios sugeridos para acordar un plan petrolero

Maxim Ross

He leído mucho material sobre como recuperar la industria petrolera. Confieso que, siendo correcto y conveniente que se preparen varias versiones, especialmente por los especialistas, me gustaría encontrar uno que representara un consenso de lo que habría que hacer, si se produce el cambio político que todos estamos esperando. Mientras tanto, ¿Qué podemos hacer para evitar una destrucción completa de lo que queda de la industria? ¿Habrá alguna posibilidad de que todo el país se ponga de acuerdo en algunas ideas centrales que eviten ese colapso? ¿Tendrá alguna responsabilidad la sociedad civil venezolana[1] en esta materia?

Sabiendo que no soy experto petrolero, pero entendiendo lo que ha sucedido con nuestro país y, en especial en esa industria, me atrevo a proponer un grupo de principios generales, sobre los cuales nos podríamos poner de acuerdo y llegar a un consenso en el seno de la sociedad civil y de aquellos directamente vinculados a la industria. Estoy consciente de que muchos de ellos se han dicho y repetido, que no se trata de ninguna originalidad y quizás mi contribución es colocarlos juntos, de manera simple para hacerlos entender a los no especialistas. Ellos son:

Crecer. La experiencia y el sentido común nos dice que una empresa o una industria tiene como principio vital aumentar su producción, sus ventas y desarrollar mercados y que, cualquier estrategia distinta la lleva al suicidio, como sucedió en Venezuela. Sugiero entonces que el futuro de nuestra industria se focalice en ese principio, sujeto por supuesto a las condiciones actuales de los mercados internacionales que, sabemos, son hoy considerablemente restrictivas. Como consecuencia de ello, sin descuidar la materia, sugiero abandonar o atenuar la política de “sostén de precios” que sacrifica producción y mercados y focalizarla en un criterio de crecimiento sostenido.

Integrar. Si examinamos brevemente nuestra historia petrolera encontramos un patrón común: nunca estuvo integrada al país, a las regiones, a sus localidades, a la gente, comenzando por ese concepto ampliamente divulgado en nuestra historia de ensayos y novelas, cuando se le calificó, en unas de “enclave externo” y, en otras de “campamentos, casas muertas” y otras más, pero siguiendo con aquello de la “caja negra”, que se prolonga hasta nuestros días. Como alguien dijo una vez: lo mas cercano de ella al venezolano es la gasolina.

Pues bien, tomando en cuenta esa experiencia propongo que el segundo principio que rija nuestra industria futura, o lo que queda de ella por desarrollar, se ajuste a la idea de como integrarla de manera óptima a su mejor localización geográfica y, para ello, lo relevante es como puede provocar un entorno de mayor impacto en inversiones, empleos y capacidad productiva, esto es de maximizar el valor agregado o la “cadena de valor” regional o local. Sugiero que, en los planes y proyectos que se estudien, este sea un criterio rector por excelencia. A la vez, este criterio, podría ser el catalizador de inversiones de capital nacional, regional y local, lo cual la diferencia totalmente de la industria que tuvimos hasta ahora.

Si en el futuro logramos acercarnos al manejo de nuestra principal industria estaríamos dando un paso significativo con este principio. Diría: ¡imaginemos una Venezuela donde el petróleo, más allá de sus impactos fiscales y en divisas, se “derrama” ampliamente y deje de ser un “enclave más” en nuestro país!

Industrializar. Resulta inadmisible que un país petrolero como el nuestro haya sido incapaz de desarrollar toda la industria de transformación que origina, naturalmente, el petróleo y su sucedáneo, el gas. Si esto es así, no debería caber la menor duda de que el futuro de nuestra industria debería orientarse casi exclusivamente en esta dirección, por dos razones principales. De un lado, por la propia ventaja comparativa que tiene poseer los dos recursos y del otro, por la ventaja adicional de tener el potencial de energía barata que posee Venezuela. Adicionalmente estaría el hecho de que la restricción de mercados para el crudo, que existe hoy día, debería focalizarnos en esta ruta mas promisoria y con alto contenido de valor agregado.

Competir. Las reglas de la competencia y la competitividad deberían regular también la industria hacia adelante, regidas por estándares internacionales, lo cual automáticamente la condiciona para participar en los mercados internacionales y producir divisas, principio que va ligado al regreso a la especialización y al abandono de todo ese aparataje de para-Estado que recién se puso en práctica. A la vez, su aplicación desarrolla un principio interno que suprime toda posibilidad de continuismo al “clientelismo”, a la politización en su conducción y a eliminar todo tipo de contratación que esté fuera de aquellas reglas. Allí se le abriría una gran grieta al “amiguismo”, a la “adjudicación directa” y a todos esos sutiles métodos que tanto daño han hecho. La transparencia que brindaría el uso de la competencia agrega un activo de muy alto valor económico, político y social para la Venezuela que quiere desterrar la corrupción en su principal industria.

Rentar. Desde luego, consecuencia del anterior está la idea de que la industria tiene que ser rentable, pero aquí introduzco un principio que, si bien puede ser controversial, dada nuestra experiencia e inercia doctrinaria, nos orienta en un sentido distinto. Sugiero privilegiar las ganancias y los dividendos para la inversión por encima de la regalía del propietario, pues esta es la guía que mantuvimos desde sus inicios, salvo en aquellos momentos en que se ha sacrificado para atraer inversiones.

Pues bien, sugiero que este principio se utilice para sustentar el criterio anterior de aumentar la producción y conquistar mercados, cuando beneficia más al inversionista y menos al propietario del recurso, pero tendría, en mi opinión, un efecto mucho mas sustantivo si el tema de la regalía pasa a segundo plano y con él, el ya famoso tema de la renta y el rentismo, el cual ha calificado y caracterizado la Venezuela de los últimos 100 años. Además, para sustentar un criterio de rentabilidad, esta deberá regirse por patrones tributarios internacionales.

Participar. Muy probablemente estemos de acuerdo si sugiero que este habría de ser el principio fundamental a defender hacia futuro porque, si de algo podemos quejarnos los venezolanos es de nuestra total ausencia del manejo petrolero, desde que lo manejaron las “7 grandes”, hasta que lo hizo el Estado venezolano, lo cual no le quita méritos a los tantos profesionales que han participado en ella a lo largo de la historia. No se trata de eso, se trata de algo mucho más importante que está en el vértice de su conducción. Participar en la propiedad del recurso y en sus desarrollos se convierte en un hito de trascendental importancia para los venezolanos, sea como accionistas y dueños de las empresas que se constituyan. Si la resistencia politica se mantiene a un cambio de la propiedad del recurso, sugiero que, al menos, defendamos la participación de la sociedad civil en la Asamblea de Accionistas y en la Junta Directiva, si la empresa sigue estando en manos del Estado.

Ahorrar. Quizás estaría demás defender un criterio de ahorro a estas alturas en que la industria está tan disminuida y las posibilidades de crecimiento son muy limitadas en los mercados internacionales, pero ello no prescribe que dejemos de lado el principio de ahorro que nunca tuvimos presente. Está demás hablar de los daños que su no cumplimiento le ha infligido a Venezuela, porque si hubiéramos ahorrado no estaríamos viviendo el desastre y la destrucción actual.

Volviendo a la sugerencia se propone la creación del FONDO VENEZUELA[2], fundado en dos ideas centrales: la participación de la sociedad civil en su conducción y manejo y creando el Fondo con el retiro de los aportes al Fisco del 20% de los impuestos y la regalía petrolera en 5 años, hasta lograr que sean todos acumulados en dicho Fondo. En tal sentido, se daría cumplimiento a lo dispuesto en la actual Constitución, en el artículo relativo a la creación de un Fondo de Estabilización, con los añadidos aquí sugeridos. Tal medida persigue, el no menos importante principio, de que el Fisco venezolano dependa, única y exclusivamente, de los impuestos no petroleros.

Estas sugerencias se realizan sin quitarle merito a las distintas y valiosas propuestas que han circulado recientemente sobre las opciones que tendría el desarrollo petrolero en los próximos años y se hace, reiteramos, con el fin de proponer un debate para intentar construir un consenso sobre los criterios generales que deberían guiar nuestra principal industria.

Observamos, finalmente, que el centro de esos criterios está orientado, por un lado, a hacer de la industria una parte de estrechamente vinculada a la economía y a la sociedad venezolanas y, por el otro, dejar de lado aquello de lo estratégico y de lo geopolítico, con todos sus componentes de “soberanía e independencia” con que la ha venido caracterizando el mundo político y hacer de ella una industria más en nuestro país y similar a tantas otras que operan en Venezuela.

[1] La parte de ella que está organizada y es representativa de núcleos colectivos. Ver planteamiento de la “Plataforma Cívica”

[2] Sabemos que está en otras propuestas.

El socialismo ahogó a Venezuela

Maxim Ross

Mucha vuelta y argumento se ha dado y escrito para encontrar las causas de la debacle venezolana y todas apuntan en distintas direcciones. Unas se atribuyen al tema petrolero, a la volatilidad de los precios y su severo impacto en la economía cuando se reducen, otras a las crisis que ha sufrido nuestra democracia por la recurrencia de eventos militares contra ella. Otras, por las dificultades para llegar a un consenso político sostenible para conseguir un desarrollo económico sostenible y a largo plazo.

En mi opinión, la causa fundamental que nos ha llevado a la situación actual radica en que la economía venezolana siempre se condujo y gobernó bajo una visión y perspectiva socialista, aunque de distintos géneros, proporciones y profundidad, dependiendo de determinados momentos históricos. Dicho de otra manera, nunca funcionaron reglas de juego calificables dentro del orden capitalista, con sus consecuencias en el orden social y cultura. Por otra parte, la presencia del petróleo potenció ese orden configurando un Estado super poderoso, guiado por aquella perspectiva. Socialismo, montado en el petróleo y el Estado, convivieron durante mucho tiempo para mal de Venezuela.

No se crea que me estoy refiriendo al llamado socialismo del siglo XXI, el cual, sin lugar a dudas es exclusivamente culpable de los resultados que muestran la sociedad y la economía venezolana en los últimos años, pero este es el socialismo en su versión extrema, con su profundo componente ideológico marxista, aunque intente disimularse entre bastidores y utilice tácticas del día a día necesarias para mantenerse en el poder político.

Sin embargo, este no es el único socialismo que nos ha conducido hasta aquí, pues se nos ha presentado históricamente en sus distintas versiones, desde las posiciones extremas “antiimperialistas”, cuando llegó el petróleo a Venezuela, ejemplarizadas en las posiciones originales del entonces Partido Comunista y de algunos autores de esa tendencia, hasta el mas moderado en que terminó el ideario de una Acción Democrática, una URD, un MEP, un MAS y un COPEI. Si se examina con cuidado la ruptura politica que representó la llamada “Revolución de octubre de 1945”, encontramos que, mas allá de sus postulados políticos, ya había allí un claro contenido de cómo manejar la economía y de un rol predominante para el Estado.

Los momentos más significativos de ese socialismo venezolano, los revelan dos hechos sustantivos. El primero, la conducción de la economía a partir de 1958, inspirada en las ideas de la CEPAL y del “Plan quinquenal”, el cual se materializa con especial precisión en el ya famoso 5º Plan de la Nación, con su consabida dirección, profundidad y efectos nocivos.

De allí en adelante, en sus distintas versiones predominó lo que llamaría, la “aversión al capitalismo” que puede conseguirse en todos los partidos políticos que gobernaron a Venezuela. Nunca, se permitieron reglas del juego que hubiesen impulsado una real y autentica economía de mercado. Una economía capitalista.

Desde luego, el petróleo jugó un papel central en ese desarrollo y en la consolidación de una economía completamente sesgada contra el capital de origen venezolano, no porque este no mereciese ser controlado y regulado, como sucede en cualquier economía o país capitalista. No por esa razón, sino porque esa concepción frustró y aniquiló toda posibilidad de desarrollar una economía independiente del Estado y del petróleo. Intentos hubo, si, pero de tal timidez, de tal temor, de tales prejuicios, que triunfó la regla de oro socialista y estatista. La alusión al “capitalismo salvaje”, en palabras de uno que otro presidente lo ilustra claramente

Hoy estamos viviendo la remora de esas ideas con la casi completa desaparición del capital privado o del sector privado venezolano, a menos que se pliegue a las reglas de esta mezcla de ideas que simboliza el gobierno actual, porque del anterior no caben dudas de su arremetida contra el capital, llevándolo al extremo de la destrucción.

Pero, que quede claro no está allí el único origen de nuestros males. Está en el ideario socialista, abierto o disfrazado que todavía sigue presente en nuestros nuevos partidos políticos que no se atreven, o no quieren enfrentar la realidad de la destrucción que esas ideas causaron a Venezuela. Comprendo que rebelarse contra ellas puede ser difícil, en una época en la que el capitalismo está sometido a criticas y a una gran prueba, pero lo peor que les puede pasar y, con ellos a toda Venezuela, es caer en la trampa de abrazar el socialismo, sea del estilo chino o cubano, o ese disimulado que ahora anda por allí disfrazado de anti racismo, de igualitario y progresista.

Ojalá surja un liderazgo que tenga la mente clara, que comprenda y asimile bien esta lección de la historia venezolana y ponga la mira en una estrategia apropiada, ya no politica, pensando en elecciones, negociaciones, apoyos internacionales, etc. etc., sino con vistas a una verdadera reconstrucción económica, politica, institucional y social para Venezuela que no responda al ideario socialista de cualquier índole. No lo veo venir, a juzgar por lo leído y escuchado en sus documentos, presentaciones y discursos, pero cabe la esperanza de que aparezca con la severa lección que nos deja esta última experiencia de ensayo “socialista”

Venezuela, como país, como sociedad civil no tiene posibilidad de sobrevivir y sostenerse en el largo plazo, si no desarrolla una economía fundamentada en las reglas del mercado, desligada completamente de los apoyos, intervenciones y controles del Estado y con un protagonismo expreso del sector privado venezolano, incluyendo una abierta y definitiva participación en el negocio petrolero.

¡No estamos en una crisis!

Maxim Ross

Hace tiempo atrás publiqué un artículo con el mismo nombre y con el mismo argumento, porque sigo observando cómo, economistas, analistas y políticos siguen empleando el mismo concepto para identificar lo que sucede en Venezuela y, por consecuencia, proponen soluciones correspondientes a esa definición. Decía, en aquel momento: “No creo que estemos frente a un fenómeno de crisis, al menos en su sentido convencional. El examen de la situación de Venezuela desde ese punto de vista es errado y nos lleva a conclusiones y propuestas equivocadas”

¿Qué es una crisis?

De varios lugares tomamos el concepto de crisis y todos van en la misma dirección: la “interrupción de un proceso inercial”, “la ruptura o separación”, “hechos que producen un quiebre” o la “inestabilidad de una inercia”. Todos ellos, como vemos, encierran la idea de una ruptura de un equilibrio que es independiente de la acción de un individuo o grupo, que es precisamente lo importante en nuestro caso.

Varios casos para aclarar la tesis que defiendo. En el mercado político se puede ver muy claramente con los gobiernos parlamentarios, cuando el partido que tiene la mayoría la pierde, se produce una crisis política y se resuelve con un llamado a elecciones. En el terreno económico existen ilustraciones claras de su significado como lo fueron los distintos casos experimentados por el mundo contemporáneo, la Gran Depresión, la reciente “crisis financiera” del 2007-2008.

Observamos, entonces que, tanto en los casos políticos o económicos que refiero, el patrón común, el patrón de consistencia de lo que se puede llamar “crisis” es producto de la ruptura de una inercia, de una situación espontanea, que se genera dentro del propio sistema, inesperada y no provocada intencionalmente. En este sentido la distinción entre una crisis y lo que pasa en Venezuela es muy clara.

¿Por qué no estamos en crisis?

Ninguno de los síntomas que se describen todos los días en Venezuela son producto de una crisis y no provienen de hechos espontáneos sucedidos en el seno del sistema que los organiza. Por el contrario, todos ellos, repito todos, son el producto de la acción intencionada y deliberada de una entidad ideológica y política que está poniendo en práctica una modalidad de vida y de sociedad distinta a la que se tenía y la que se tiene. Es la postura y la práctica clásica de un proceso revolucionario que quiere destruir lo preexistente, como lo ha sido en todas las experiencias históricas que conocemos.

Es el socialismo en marcha.

En aquel articulo cerraba con esta conclusión: “A pesar de toda la confusión que se genera al entender este proceso lleno de corrupción, narcotráfico, incompetencias, ineptitudes, violaciones constitucionales, trampas electorales, devaluación de la moneda, caída de los precios petroleros, etc., etc., negar su carácter ideológico es un grave y sustantivo error pues, poco a poco, se ha ido implantando en Venezuela un modelo similar al de la Cuba de los 60’s, al de China o la Unión Soviética con las variantes que imponen los tiempos”

Diría ahora: ¿Hacen falta más pruebas? Con todo y los cambios que se han producido con la aceptación del dólar como moneda de intercambio, con la gasolina a precios internacionales, con la “liberación” de controles y precios en algunos mercados, creemos que el “socialismo” está abandonando sus objetivos. Recordemos que el sistema de propiedad ha sido radicalmente vulnerado, recordemos que todos los días hay amenazas en el campo de la politica y que, poco a poco, se construye la hegemonía politica del partido único.

¿Será, de verdad, que estamos en crisis?

La negociación que corresponde

Maxim Ross

Las noticias diarias ocupan de manera exagerada nuestro tiempo y, entre ellas se cuela de nuevo si es o no conveniente negociar con el gobierno. Sobran artículos de analistas y políticos que se debaten entre esta opción y otras mas peligrosas, como este reciente, doloroso y pastoso incidente de la Operación Gedeón, que parece parte de la manida frase de “todo está sobre la mesa” o “por debajo de ella”. Hay que decir que el desastre al cual ha llevado la “revolución bolivariana” a Venezuela provoca alentar y apoyar cualquier aventura que acabe con ella, pero hay que entender que esa es la clásica reacción emocional, producto de la desesperación.

Sin embargo, una cosa es ese deseo y la impotencia de sentir que no se ha logrado construir una ruta exitosa para enfrentar la” revolución” y otra es repensar serenamente si no nos queda otra opción que negociar un acuerdo con quienes hoy gobiernan a Venezuela. Sabemos que el tema es bien delicado, que estamos pisando terreno “fangoso”, pero creemos que hay que plantearlo, quizás, de otra manera.

Mi punto de vista es que convendría evaluar el formato que tenemos hasta ahora, principalmente manejado, como es lógico, por los partidos políticos del gobierno y de la posición, lo cual, sin duda, pareciera correcto puesto que son quienes monopolizan el poder político, pero ese, precisamente es el punto que sugiero examinar con serenidad y frialdad.

El asunto es que, mientras la discusión se concentra en ellos, con una dudosa presencia o apoyo de la sociedad civil, los temas se han circunscrito mayormente al ámbito político, esto es, elecciones presidenciales o parlamentarias, cambios en el CNE, situación de los presos políticos, vigencia de la Asamblea y la Constituyente, temas sin duda de alta significación para Venezuela pero que no comprenden todos los asuntos que impactan gravemente la vida ciudadana, también de equivalente o mayor significación.

Una negociación en Venezuela tiene que ir más allá de ese formato y tiene que tratar los temas que realmente importan y afectan a todo el conglomerado nacional, independientemente de su posición politica, sea o no opositor. Luego, como consecuencia de esta tesis la sociedad civil venezolana tiene la necesidad y la obligación de involucrarse directamente en una negociación que tenga como primer objetivo salvar lo que queda de Venezuela y luego proponer un plan de reconstrucción nacional que, incluya de principio y como componente fundamental, el rescate de nuestro ordenamiento Constitucional que preserve un regreso la paz social, el rescate de las reglas democráticas y la prosperidad de todos. Son tres componentes sobre los cuales podríamos ponernos todos de acuerdo.

La sociedad civil, la ciudadanía y la gran masa de población son los más afectados por las medidas revolucionarias tomadas en los últimos 20 aňos. Son sujetos de confiscaciones, vigilancia, intervención, inseguridad, pobreza, miedo, aislamiento, emigración masiva, carencia de los más indispensables servicios públicos. Si, además, sus principales factores productivos han sido destruidos, su industria petrolera, sus sindicatos, sus gremios, sus universidades, sus medios de comunicación, su libertad de expresión, ¿no serán estos suficientes daños como para respaldar la necesidad de intervenir y responsabilizarse por su defensa? ¿no será oportuno y conveniente intentar negociar un acuerdo que, al menos, le ponga freno a la ruta que nos conduce a la ruina colectiva?

Reconozco que esta propuesta puede originar temores y suspicacias, especialmente en el mundo político, el cual puede percibir que se trata de sustituirlo, pero no es así. Nada niega que pueda ser evaluada conscientemente en el mundo de la sociedad civil organizada y, quizás, quizás, pueda abrir un frente de entendimiento con el gobierno y sus representantes políticos, fundado en una perspectiva diferente de los temas a discutir. Quizás, quizás tendría la ventaja de que podría reducir al mínimo la continua diatriba y la controversia diaria entre los partidos políticos, elemento que contamina fuertemente las posibilidades de un acuerdo.

Aclaramos que nada de esta iniciativa persigue, como se podría interpretar, regresar al esquema de la “anti politica”, pues se trataría de una ruta complementaria, pero no menos importante a la que se viene trazando hoy día. Todo lo contrario, quizás, podría ser una herramienta para reconstruir el peso y la vigencia de todos los partidos en un nuevo sendero de paz, democracia y prosperidad para toda Venezuela.

Finalmente, no deseamos que esta sugerencia se quede en estas notas y estos escritos, por lo que invito, públicamente, a abrir un debate sobre ella y evaluar hasta donde nos sirve continuar el camino por la ruta actual. Podría ser, a la vez, una ventana para entendernos con la comunidad internacional que apoya a ambas partes.

En otra oportunidad hemos propuesto la creación de una Plataforma para la expresión de la sociedad civil venezolana. Quizás esta sea una oportunidad para intentar algún formato de encuentro o de articulación entre sus distintas organizaciones con esta finalidad.! ¡Imaginarse una Venezuela que nazca de un gran acuerdo no puede ser un despropósito!

Caracas, 20 de mayo de 2020

Adiós PDVSA “Roja, Rojita”

Maxim Ross

Quizás sea un poco tarde para lamentar la muerte de lo que fue uno de los iconos mas representativos del viraje que le quiso dar la revolución bolivariana a la filosofía y el manejo de la industria petrolera venezolana, pero nunca es demasiado para marcar algunos puntos de inflexión de una muerte pre- anunciada, porque se presta a mucha confusión la creencia de que todo comenzó apenas recientemente.

Como ahora estamos observando, día a día, el declive de sus operaciones, agudizada por la drástica caída de la producción, por la insólita desaparición de la gasolina del mercado y por esos nombramiento de “enroques largos y cortos”, con el General colocado allí por su honestidad, sin saber mucho del asunto, por el regreso, una vez más de quien ha estado vinculado a ella por aňos, etc. etc., y con la puesta en escena del plan de reestructuración que, prácticamente revierte todo el esquema “revolucionario” previo, que contradice plenamente a aquella fervorosa critica a la apertura petrolera de los noventa, encabezada por sus dirigentes de entonces. Se podría creer, digo, que la PDVSA “Roja, Rojita”, recién comienza a fallecer. Pero no es así.

Esa PDVSA comenzó su agonía mucho tiempo atrás y en manos de quienes hoy, dentro de la “revolución”, claman y critican por su declive actual, cuando la convirtieron en el Estado paralelo que la puso a encargarse de todo lo que no quería, o no podía hacer, el Estado “revolucionario”. Cuando la dedicaron a la agricultura, a la “seguridad alimentaria”, a la construcción de viviendas, a lo que llamaron “Gasto social”, distrayendo, para esos fines, una magnitud de recursos que comprometió severamente el futuro de la industria. Mas nunca se volvió a invertir en lo necesario para mantener o aumentar la producción.

Dos argumentos nos fueron dados. ¡Recordemos! El primero, fundado en la inercia de la sempiterna tesis de que había que controlar o reducir la producción para mantener los precios y seguir la línea de la OPEP, argumento que ¡claro!, cubría el fervor revolucionario, pero servía. El segundo fue algo menos idóneo, pues se convirtió en pura propaganda: aquella oferta repetida recurrentemente por todos sus dirigentes del plan de los ¡6 millones de barriles!, para tal o cual año, ¡cuando había que reducir la producción!

Todo ello sin contar el hecho, tal vez tan importante como lo anterior, del despido masivo de la gente más capacitada para dirigir y manejar la industria. Si sumamos todos esos componentes podemos encontrar el decreto y el verdadero origen de la muerte de la PDVSA “Roja, Rojita”, aunque no cabe de cual es ahora el sello que marca su muerte definitiva.