Jugamos como cabilleros… ¿O como lo que somos?
En las cosas que uno ve, oye o lee por ahí se advierte que en la política, como en la guerra y en el amor, se vale todo pero, al mismo tiempo, se percibe que en todo arte existen reglas que deben ser cumplidas por quienes juegan a la guerra, a la política y al amor; no puede ser que en tales actividades haya una deriva de acciones y posiciones que impidan ordenar los encuentros y desencuentros o expidan licencias para hacer lo que nos venga en ganas sin observar los cánones de la ética y de la moral, si pudiera hablarse de eso.
Recuerdo haber leído en “El Cumanés, 40 años en el delito”, que el autor le pide prestados 20 mil dólares a “El Zar del Boxeo en Venezuela”, Rafito Cedeño, y al recibirlos le da un abrazo y pregunta: “¿Dónde le firmo, maestro”? A lo que el zuliano le responde. “¡Nada tiene que firmar, los gánsters pagamos nuestras deudas!”. Una sabía lección de palabra y de compromiso en el apasionado y cuestionado mundo del boxeo profesional.
Bueno, en nuestra política pasan cosas parecidas, quizá peores, y a los ojos de todo el mundo, algo que no es nuevo. Ese cuento ya lo hemos echado, pero ahora estamos en un país que no es el mismo, un gobierno vil y canalla que no respeta ni sus propias leyes y en una situación jamás vista agravada, por supuesto, por el hambre y la necesidad que tienen cara de perro y debemos comportarnos como lo que queremos ser y no como los que destruyen a la nación quieren que seamos.
Las elecciones primarias, que no son nuevas ni invento de la oposición, remember Prieto Figueroa-Gonzalo Barrios, 1968, son mecanismo usado para dirimir controversias entre demócratas porque los tiranos no las necesitan en virtud de su propia naturaleza. Son una manera de permitir la participación y, por qué no, el protagonismo de todos los que tienen perfecto derecho a aspirar a una posición de gobierno, de poder, fin de la actividad política, pero si somos demócratas tenemos que establecer reglas de juego claras y respetar sus resultados.
No debemos ni podemos actuar como los viejos militantes políticos que imponían la democracia y sus reglas a cabillazo limpio, no sólo para disolver las manifestaciones contrarias sino para someter a la disidencia de sus propias filas como manera de hacer respetar, con sangre y chichones, los precisos estatutos de la organización. Y estos cabilleros no sólo están en los procesos electorales, sino que los cabilleros virtuales asoman sus encabullados hierros a través de las redes sociales, lo que nos hace recordar la filosofía de genial Cantinflas: “¿Hablamos como caballeros o como lo que somos?”.