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Opinión

Deseo antes que nada hacer una aclaratoria pertinente. Las opiniones que emito desde este blog son de mi entera responsabilidad. No son de ningún grupo al que pertenezca o apoye. Y es pertinente porque desde que estoy escribiendo en relación al tema constituyente se han confundido mis opiniones con las del cuerpo colegiado al que pertenezco, la Alianza Nacional Constituyente. He agradecido a la ANC el respaldo que han dado a las propuestas que he formulado, respetando siempre mis apreciaciones en relación a la situación política del país y de aquellos a quienes considero responsables del agudo desastre que padecemos, apreciaciones que no siempre coinciden con las mías.
Es necesaria esta aclaratoria porque la ANC tiene su propia línea informativa y sus canales, en los que participo conjuntamente con extraordinarios venezolanos empeñados en cambiar a este país. Este es mi blog, no el de la ANC.
Hecha la aclaratoria, deseo entonces expresar mi opinión en relación al Mensaje a la Nación realizado ayer por la ANC, a cargo de su Coordinador Nacional, Enrique Colmenares Finol, acompañado con la distinguida venezolana Blanca Rosa Mármol de León (leer Mensaje a la Nación en http://ancoficial.blogspot.com/2017/01/mensaje-la-nacion.html). La he llamado entretelones de una propuesta porque quisiera remarcar las cosas que no se ven a simple vista pero que son fundamentales, y que a mi juicio resultan ser a veces lo más importante de lo que se quiere expresar.
La ANC tiene poco tiempo de fundada. El 17 de Marzo cumplirá un año de su lanzamiento público. Pero quienes acompañan la propuesta tienen muchísimo más tiempo que eso. Por ejemplo, Enrique Colmenares y su grupo del Táchira tenían desde el 2002 (¡15 años!) recorriendo Venezuela intentando convencer a los sectores políticos, sociales, académicos, y gremiales de la necesidad de ella. Yo me tope con esa propuesta en Abril del 2013 y escribí de ello luego del descalabro electoral de Henrique Capriles (ver La Hora de la Sociedad Civil, en http://ticsddhh.blogspot.com/2013/04/la-hora-de-la-sociedad-civil.html). En otras palabras, no acabamos de descubrir el agua tibia como ahora pretenden hacer algunos grupos de alumbrados, que están intentando confundir a los venezolanos con otra propuesta tapa amarilla de corte socialista, posiblemente salida de los laboratorios del régimen.
A veces las cosas no suceden por casualidad. Poco a poco los venezolanos han ido comprendiendo la necesidad de un cambio político. La ANC surgió como una necesidad organizativa para cumplir un solo propósito: discutir el cambio y el rumbo del país a través de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente de carácter Originario. Ese propósito existía mucho antes de Maduro ser Presidente.
Antes de existir la Alianza, el grupo de Enrique Colmenares Finol recorría al país convenciendo a todo el que quisiera oír de la necesidad de un cambio estructural que solo es posible dentro de una Asamblea Nacional Constituyente. Esos cuadros ahora se conocen como Juntas Activadoras del Poder Constituyente Originario. Luego surgió la necesidad de un organismo superior que diera cabida a las más disimiles voluntades para lograr el propósito común de cambiar el modelo político de Venezuela a través de un proceso Constituyente. De allí surgió la ANC.
La primera vez que se realizó el lanzamiento público de esta propuesta, fue en Septiembre de 2013 en el Táchira, desde el seno de una universidad (ver video en https://youtu.be/qEQw16kzs-U), la Universidad Nacional Experimental del Táchira, UNET. También escribí sobre eso en su oportunidad (ver http://ticsddhh.blogspot.com/2013/09/desde-el-tachira-un-proyecto-pais-p...). Creo que ese fue el verdadero lanzamiento porque tuvo el bautizo de quienes son los herederos de Venezuela, su juventud. El Proyecto País Venezuela es para ellos.
Entonces el Mensaje a la Nación que escuchamos el 17 de Enero por parte de los principales voceros de la ANC no es nada nuevo. Es un hito de este largo convencer a los venezolanos de que no existe manera de salir del grave problema donde estamos si no lo hacemos entre todos, provocando nosotros mismos las transformaciones que necesita el país. Pero el mensaje va mucho más allá.
El planteamiento fundamental del mensaje está dirigido al desarrollo de la insurrección civil constitucional de la población. No se trata de un mero llamado a las calles porque el gobierno es pésimo. Es el llamado a los venezolanos a recuperar la conciencia dormida en nosotros que los gobiernos están allí porque nosotros los ponemos, pero también los sacamos. Y no por golpes o manifestaciones violentas sino por el ejercicio efectivo de nuestra soberanía. Una vez que el pueblo se manifiesta concretamente a través del instrumento que da la Constitución, ningún órgano del Estado, especialmente las Fuerzas Armadas, pueden mirar para otro lado, siendo estas las garantes de su seguridad y soberanía. Los civiles primero, los portadores de las armas de la Republica, después.
El mensaje de la Alianza Nacional Constituyente a Venezuela no solo refiere a la necesidad urgente de resolver el problema grave pero puntual del gobierno nefasto de Nicolás Maduro, sino a poner fundamentalmente de manifiesto que Venezuela necesita revisarse a fondo para resolver la destrucción a la que ha sido sometido el país.
La comparación del barco que hace aguas en el Mensaje, retrata la realidad mezquina de nuestros dirigentes políticos de preferir tener los galones del capitán antes de remar a favor de salvar a los pasajeros. Allí no se pueden hacer concesiones. Nuestra dirigencia opositora no está a la altura histórica del problema que tenemos. Demasiados errores lo demuestran. Y esto no es “anti política”, ¡es anti políticos!
Y no se trata de lanzar a nadie en sustitución de este liderazgo mediocre que conduce a la oposición, sino permitir que haya un proceso que haga surgir de las entrañas de este maravilloso país a las nuevas personas que conduzcan el nuevo rumbo que debe tomar Venezuela. ¡Esas personas existen en toda la geografía nacional, esperando que solo se les dé la oportunidad de dar lo mejor de sí en cada rincón del país! Y eso solo se logra cambiando las cosas desde el fondo, dándole a las regiones la oportunidad de desarrollarse solas. Ya es el momento de discutir los términos porque para nosotros ir a eso es un hecho indiscutible.
Algunos han advertido si esta pudiera ser una “nueva decepción” para los venezolanos, como si esto se tratara de un nuevo partido político que viene a salvarnos a todos. Algunos han puesto en duda incluso las motivaciones de sus principales promotores. Cada ladrón juzga por su condición.
Nadie se cree que en este país, que ha llegado a estos niveles tan graves de insuficiencia ética y moral, haya alguien que todavía diga, sin más interés que el bien de Venezuela, que tenemos que cambiar las cosas sin que medie en su accionar una candidatura para un puesto público asociada. Así de graves están las cosas en el departamento de Moral y Luces de Venezuela. Por eso nos han llamado “soñadores” como en una especie de descalificación. Pero les digo con toda seriedad: a Venezuela le hace falta que la sueñen. Y más allá de eso, que se haga algo concreto para perseguir ese sueño. Porque mientras más de nosotros lo persigamos más pronto dejará de ser sueño para convertirse en realidad.
Pues bien, eso es lo que le manifestaron Enrique Colmenares Finol y Blanca Rosa Mármol de León a Venezuela, la posibilidad de un país mejor pero ya no de manos de otro, sino de nosotros mismos. Hagamos entonces realidad ese sueño.
Caracas, 19 de enero de 2017
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El pasado lunes despertamos con un país extraño, con una agitada calma posterior a un fuerte aguacero, pero con el cielo aun gris oscuro, esta vez en el orden institucional. Con un presidente en situación constitucional de abandono, que decide diferir por tercera vez lo que consideraba al año pasado inaplazable (la salida del billete de 100 bolívares) y al mismo tiempo nos comunica que en su gobierno "ha bajado la pobreza"; un vicepresidente constitucionalmente como presidente interino de hecho –como consecuencia de aquella declaratoria formal –sin querer ejercer el cargo; un Tribunal Supremo de Justicia, asumiendo inusuales funciones administrativas y no jurisdiccionales, tales como oír y luego –entiendo lo hará– aprobar un informe de gestión presidencial, tarea para lo que es absolutamente incompetente; y una Asamblea Nacional (AN), órgano de eminente naturaleza política, evadiendo su responsabilidad de ejecutar su trascendental decisión de haber declarado por primera vez –desde que esta figura entró dentro de nuestras reales posibilidades– el abandono del cargo a un presidente en ejercicio, mediante la ejecución de una orden dirigida al Consejo Nacional Electoral (CNE) de que proceda a llamar a una nueva elección presidencial dentro del plazo "(...) de los treinta días consecutivos siguientes (...)", tal como ordena se haga el artículo 233 constitucional, después que ella ha declarado el abandono del cargo.
En pocas palabras, amanecemos frente a un país con una institucionalidad vacía, desprestigiada y sin autoridad para hacer lo que ordenan los mandatos que juraron cumplir bien y fielmente, manteniendo una dinámica ficticia y a ratos hipócrita del hecho público, pues por un lado, el Sr. Maduro, que ya no es constitucionalmente Presidente, se dirige a un forzado auditorio de no más de 800 personas, poco representativos de las mayorías del país, integrados por sus funcionarios ministeriales, cónyuges y demás allegados directos, a rendir su informe de gestión –sin incluir entre sus logros el no haber hecho nada efectivo para impedir las casi treinta mil muertes violentas de venezolanos a manos del hampa durante el 2016– y por otro lado, la Asamblea Nacional, electa hace un año con una mayoría calificada innegable y con la mayor legitimidad que pocos órganos asamblearios tuvieron antes, absteniéndose de completar la ejecución de sus actos, omitiendo su papel político absolutamente legítimo, de precipitar otras decisiones políticas que la sociedad civil en su gran mayoría espera se hagan.
¿Que pueden los ciudadanos pensantes de este país, los que han decidido no huir a otros destinos, hacer frente a este estado de cosas que solo perfilan un mayor nivel de deterioro?; ¿estaremos condenados irremediablemente a presenciar el hundimiento de la nación y con ella, la muerte por hambre y violencia de nuestros semejantes, creyendo que vamos a sobrevivirle, porque nunca la fatalidad social tocara nuestra puerta?
Parece que el problema no nos lo resolverán nuestros representantes políticos, pues ellos no supieron desatar el nudo gordiano creado por el chavismo, mediante sus instituciones acólitas (TSJ, CNE, Fiscalía, etc.) para impedir las salidas democráticas. Parece que las salidas a este grave problema republicano, regresa nuevamente al ciudadano común y corriente, quien debe recuperar la confianza en su poder individual para aportar una o dos cosas realizables, no más. Una enorme ola –calificada por muchos como un tsunami social– se cierne sobre nuestro país. El ciudadano debe estar preparado ética y moralmente para soportarla. El efecto expansivo de esa ola, seguro se llevará no solo al gobierno, sino también a varios factores de la oposición. Quedaremos solos con los restos del país, obligados a reconstruir la República, luego que cese tal colapso o fenómeno social. Para ese momento debemos tener claro el significado de la máxima de Santo Tomás: una ley o decisión injusta, venga de cualquier autoridad, es una ley o decisión que se opone al bien divino.
(@PerkinsRocha)
El Nacional. 19 de enero de 2017
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/rara-calma-medio-una-temp...

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Esta semana que concluye nos permitió conocer un conjunto de situaciones y hechos que pudiesen ser calificadas de curiosos, si no fuese porque son trascendentales para el futuro inmediato de todos los venezolanos.
De manera muy reiterada por diferentes actores partidistas, vuelve a calificarse de antipolítica cualquier crítica o comentario que pueda generarse en relación a las actuaciones de la cada vez menos apropiadamente calificada como Unidad.
Criticar posturas y proponer correctivos no es atacar a la política; por el contrario, la intención de las que hemos escuchado proviene en su mayoría de organizaciones e individualidades que en su inmensa mayoría se reconocen como políticas aunque no militen en partidos, comprometidas notablemente con la búsqueda acordada de un país distinto y mejor para TODOS.
Señalar que existe incoherencia entre los que ejercen la dirección de la oposición no implica desdeñar la diversidad que es consustancial a la democracia, si no reclamar la necesidad de un discurso consensuado que evidencie unidad en los propósitos y en las formas de conseguirlos.
Solicitar abrir a otros factores de la sociedad civil, no obligatoriamente partidista, la participación en la plataforma llamada a tomar decisiones es precisamente la negación de la antipolítica y la confirmación de que todos somos políticos inclusive los que pregonan no serlo.
Asumir críticas puntuales como agresiones a la MUD o al Poder Legislativo e inclusive tomárselas personalmente, no pasa de ser una reacción defensiva ante la imposibilidad de rebatir lo que se plantea, válida pero innecesaria. Nadie desconoce lo hecho por la MUD o la Asamblea, así como lo que no han hecho o han hecho mal.
Es cierto que nuestros diputados trabajan en condiciones muy difíciles, lo reivindicamos, pero cuando los escogieron sus partidos y luego los elegimos los ciudadanos, aceptándolos a pesar de rechazar la forma e inclusive tener dudas sobre la idoneidad de algunos, conocían o debían conocer a lo que se enfrentarían, asumiendo así su cuota de la violación de derechos, que con muy distintas expresiones sufrimos todos.
En estos momentos en los que debemos estar poniendo en acción planes concertados concretos para seguir esta ya larga resistencia, vemos que carecemos de una estrategia común; cada partido o grupo tiene su propia “solución” y como consecuencia trabaja exclusivamente en función de ella, lo que se confirma y agrava ante la falta de una estrategia comunicacional efectiva.
Para colmo de males, ante las arremetidas de un gobierno que todos hemos coincidido en calificar de dictatorial, reclamamos “ingenuamente” respeto a derechos que hace ya muchos años nos fueron conculcados y para mencionar solo un ejemplo, propalamos que por haber perseguido el revocatorio presidencial perdimos la oportunidad de elegir nuestras autoridades estadales, en lugar de insistir que ambas acciones son absolutamente constitucionales, que era obligación de Estado haberlas realizado, pero que el régimen en ninguna circunstancia las hubiese permitido, ni permitirá, a menos que le represente algún beneficio en términos de su permanencia en el poder.
Ante una dictadura no se pueden estar esperando gestos democráticos y enfrentarla significa exigir lo que creemos nos corresponde y rechazar todo aquello que la beneficie, sabiendo que el éxito no está asegurado y que inclusive el no lograrlo debe convertirse en un incentivo para continuar la lucha.
Es inadmisible que los partidos se estén aprestando para “legalizarse” en sus actuaciones políticas, aceptando un reglamento diseñado para que ninguno o muy pocos puedan hacerlo, favoreciendo el juego de la polarización que solo beneficia a los económicamente capaces de lograrlo y que destruye a la verdadera democracia ahogando las voces de las minorías.
La concurrencia a este evento “legal”, ante la supuesta desacreditación electoral de la tarjeta de la MUD, sería un acto de complicidad con el régimen, que solo podría ser justificado si como instrumento de lucha se estableciese una nueva forma organizacional de conducir la acción opositora, forma que incluya a todas las expresiones de la sociedad civil, que se presente como una opción electoral circunstancial, con el apoyo de todos y con un objetivo superior, cambiar al país, recuperar a las instituciones y de paso, salir del régimen.
Por lo demás y convencidos de que dejar pasar el tiempo es la peor forma de complicidad, nos adscribimos a la única posibilidad real, constitucional, pacífica, política y electoral que nos queda, una constituyente surgida del poder originario, que no excluya a nadie y que puede ser aceptada por todos como la forma de reconstruir al país.
Que el régimen tratará de impedirla, seguro; qué los factores, de aquí y de allá, enemigos de un cambio le pondrán todos los obstáculos, por supuesto; pero al final y más vale que sea pronto, la sensatez privará y tendremos un “LIBRITO” que se constituya en las “REGLAS DEL JUEGO” que todos tendremos que acatar para poder alcanzar el futuro que soñamos.

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Desde la óptica de la oposición, comenzamos unidos el año 2016, tras un triunfo indudable y aplastante en las elecciones parlamentarias del 2015. Comenzamos el año 2017 desunidos, con una relación entre los partidos bastante distante y fragmentada y un importante alejamiento entre varios líderes opositores. Negar esto sería absurdo.
En 2016 no pudimos avanzar nada con relación al Refrendo Revocatorio, que asumimos desde principio de año como la gran opción y esperanza para resolver los problemas del país, desalojando del poder al Gobierno de Nicolás Maduro.
Comenzamos el 2017, con una vaga e imprecisa opción de la oposición con el “abandono del cargo” de Nicolás Maduro, que solo en sueños desquiciados es posible que se dé. Afortunadamente, debemos reconocerlo, esa aspiración onírica, es solo eso, un sueño utópico y lejano que la gran mayoría del país no creé, por lo cual es de esperar que se disipe el fantasma de una nueva y mayor frustración política.
El Gobierno ya ha fijado su estrategia: endurecer el proceso político, persiguiendo a la oposición y atemorizando el país, con amenazas de violencia y de “armar” al pueblo en inconfesable propósito; desconocer y negar la AN, buscando destruirla de manera definitiva; perpetuarse en el poder, desconociendo los mecanismos democráticos del voto y la consulta popular. Mientras, la oposición está en peligrosa mora en definir su estrategia.
No podemos seguir en el reconcomio de buscar los culpables de lo ocurrido y la oportunidad desperdiciada de 2016; sin duda se cometieron errores y errores graves que nos tienen en un estado de postración, del cual debemos salir. Es tiempo de lamerse las heridas y continuar, de “sacudir las sandalias del polvo del camino” y emprender cuanto antes la reconstrucción de la aspiración política de encontrar la salida que el país espera, en conocimiento de que el régimen está fuera de la constitución y no dudará en continuar desconociéndola. Esta es una condición que debemos enfrentar.
Hace ya más de un mes en otro artículo, (¿Y ahora, qué?: Acción de la Sociedad Civil, ND, 9 de diciembre de 2016), me referí a que ha llegado el momento de la Sociedad Civil de incorporase más activamente y de manera eficaz a la lucha política.
En aquel momento, como ahora, es preciso matizar esta afirmación. No quiero que se confunda mi planteamiento con algunas de las voces agoreras que denigran de la política y de los partidos políticos. Nada más lejano en mi ánimo, que considero a los partidos políticos como el elemento esencial de la lucha política para conseguir el poder y producir las transformaciones que la sociedad venezolana necesita. Pero son también un elemento esencial, imprescindible e insustituible en este proceso, los ciudadanos, la gran fuerza social, el país cívico, todos los que no somos gobierno ni fuerza pública.
Nuestra tarea, con nuestras organizaciones no gubernamentales, las defensoras de los derechos civiles, sociales, de los derechos humanos, los gremios técnicos y profesionales –médicos, maestros, abogados, ingenieros, trabajadores de la salud y la educación– y demás profesiones liberales, las organizaciones de transportistas, los sindicatos de todo tipo, las organizaciones estudiantiles, etc., tenemos que movilizarnos, mostrando nuestra realidad, haciendo propuestas y buscando la toma de conciencia de nuestros allegados y del pueblo en general, acerca de los graves problemas del país y quiénes son los responsable de los mismos: el Gobierno nacional, con todos sus órganos y sus cómplices del PSUV.
Decía también en el artículo mencionado, que esa incorporación activa de la SC a la actividad política debe abarcar también la lucha por la restitución del derecho al voto en Venezuela, lograr del irresponsable CNE un cronograma electoral para la elección de Gobernadores de Estado y los Diputados de las Asambleas Legislativas, pospuestas sin ninguna razón ni justificación en 2016, y también de la elección los Alcaldes y Concejos Municipales, previstas para este año, de acuerdo con la ley.
Pero debemos ser claros, los ciudadanos, la SC, en nuestra organizaciones, no estamos llamados a remplazar a los partidos en la lucha por el poder. Podemos movilizarnos, hasta masivamente, como se ha demostrado, pero no nos engañemos, nuestras organizaciones no tienen la capacidad de convocatoria y de coordinación para esas tareas, que sí tienen los líderes políticos y los partidos. A los partidos y sus líderes hay que ayudarlos a que sean verdaderamente democráticos, a que los partidos tengan procesos internos transparentes y que no teman al control ciudadano. Pero sin coadyuvar a la tarea de destruirlos que inicio Hugo Chávez Frías en 1998 y que ha continuado Nicolás Maduro.
Una cosa es la crítica, necesaria y responsable que debe existir siempre, que puede ser dura y hasta implacable, pero no confundamos papeles ni conductas, no le hagamos el juego a la antipolítica, tan de moda en el mundo contemporáneo y que la mayoría de las veces solo contribuye a agravar y perpetuar los males que pretende erradicar.
La SC, junto a los partidos políticos y sus líderes, tiene una responsabilidad importante en sembrar la semilla de la agitación social que el país necesita para sacudirnos de este adormecimiento, esta modorra que nos quita la esperanza de que es efectivamente posible un país distinto y mejor.
La estrategia diseñada por el régimen en abierto abuso de su poder y falta de escrúpulos, es para generar desesperanza, desconfianza en nuestros líderes, miedo a ser acosados y perseguidos, para que nos sintamos secuestrados, sin salidas, para que abandonemos nuestra justa y cívica lucha ciudadana para el rescate de nuestra democracia, nuestra forma de vida y de relacionarnos; aparentemente les está dando resultados, pero solo aparentemente, pues la realidad es que el país está en situación de caos y debemos crecernos, unirnos y seguir luchando juntos porque somos muchos más, muchísimos más y con la fuerza de la razón, la verdad y la justicia.
Hay una realidad a la que el régimen teme mucho: la fuerza del pueblo, de todo un país reclamando sus derechos y es a lo que el régimen trata por todos los medios de acallar, doblegar, descalificar y desconocer. Rendirse no es una opción.
Politólogo
21 de enero 2017
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=57518

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Desde hace tiempo, los terrícolas decidieron reservar casi todos los 365 días del año para refrescarse la memoria y tomar conciencia, incluido cierto remordimiento, con relación a asuntos en los que la sociedad muestra desacomodos o injusticias más o menos graves. Así, desde el año 1992 existe el Día Mundial de la Salud Mental.
El 10 de octubre del 2015, día fijado para el recordatorio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) inició una campaña de un año sobre la depresión, enfermedad que, según reza en sus escritos, muestra un abanico amplio de síntomas, tales como pérdida de energía, cambios en el apetito, ansiedad, disminución de la concentración, indecisión, inquietud, sentimiento de inutilidad, culpabilidad o desesperanza, y pensamientos de autolesión o suicidio. “Hablemos de Depresión” es el nombre de la misma y ha sido organizada para crear conciencia sobre la más frecuente enfermedad dentro de los trastornos mentales, la cual afecta a alrededor de 350 millones de personas en todo el mundo y es una de las causas principales de discapacidad. Dicen los estudiosos del tema que esta enfermedad tiene causas genéticas, cuya mayor comprensión se debe al progreso de la neurobiología y de las neurociencias, pero que se genera, igualmente, como consecuencia de factores ambientales. En las sociedades en crisis los trastornos mentales brotan de manera notable, afirman.
La actual situación del país, dada su gravedad en sus distintas vertientes (política, económica, social, institucional, ética) es, sin duda, un ejemplo de ello. De acuerdo a los informes y opiniones que se puede encontrar, la depresión es ya un dato insoslayable de esta cotidianidad venezolana, carente de las certezas mínimas necesarias debido a la inseguridad, la escasez de alimentos y medicinas, la anarquía, la inflación y paremos de contar, factores todos que dan forma a una sociedad poco amable, en la que la vida transcurre en medio del desasosiego como impronta del humor colectivo.
Sin embargo, la salud mental, es asunto que apenas figura es una esquinita escondida de la agenda pública nacional. La información pública escasea, según ya es costumbre en estos tiempos, pero, no obstante, alcanza para saber que el cuadro es desalentador: el presupuesto dedicado a la atención de la salud mental es dramáticamente insuficiente (algo así como el 5% del presupuesto público de salud), los recursos disponibles (personal, hospitales, equipos…) no son suficientes para poder atender, ni siquiera medianamente, las necesidades una población creciente de pacientes, mientras la industria farmacéutica nos deja saber que alrededor del 85 por ciento de los medicamentos psiquiátricos no se encuentra, dado que ni los producimos ni los importamos, además de que las autoridades no aceptan la ayuda humanitaria como medida compensatoria.
En suma, y para no hacer el cuento largo, baste con indicar que la Ley de Protección y Atención Integral a las Personas con Trastornos Mentales, elaborado en el año 2007 no ha sido aprobada, que el Plan de la Patria, el documento sagrado que marca el rumbo del Gobierno, no hace una sola mención al problema, que el Plan de Salud 2013-2019 tampoco, y respecto al Motor Farmacéutico, vaya usted a saber. La depresión es, así pues, un tema casi esotérico en términos de nuestras políticas públicas.
La situación descrita reitera la impresión que todos tenemos de que la épica revolucionaria que envuelve al Gobierno pareciera correr, no pocas veces, en paralelo con la vida cotidiana de los mortales de a pie. Así, mientras el Presidente Maduro auspicia desfiles militares y aparece él mismo jugando al soldado, disparando con una ametralladora y amenazando con llevar las armas a los barrios, todo ello para demostrar que el país se encuentra preparado para enfrentar al enemigo (?), en Venezuela, la Sociedad Venezolana de Psiquiatría asegura que solo se dispone de un antidepresivo, un antipsicótico y dos ansiolíticos para todos los trastornos mentales.
Como se ve, aquí no se habla de la depresión.
El Nacional, viernes 20 de enero de 2017

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El Ensayo sobre privilegios de Emmanuel Sieyes explica que la revolución francesa planteó un combate no solo contra un régimen arbitrario e injusto, sino contra un modelo de sociedad vertebrada por el privilegio. Decía: “Todos los privilegios son, por naturaleza, injustos, odiosos y contradictorios con el fin supremo de toda sociedad política”. El fin del sistema de privilegios es lo que persiguió y logró la Revolución francesa, la instauración de un nuevo sistema de privilegios es lo que ha logrado la venezolana.
Sieyes niega toda justificación del presente por el pasado y, por tanto, reclama como base “fundamental para la articulación del Estado el principio de legalidad”. Se necesita un Estado en el que el gobierno entienda que “está sometido a unas leyes que obligan a todos por igual”. Es ello lo que en verdad garantiza el fin de la arbitrariedad y de los arbitrarios que, amparados en el privilegio del poder sin límite, cometen todo tipo de injusticias, incluidos los que hoy se conocen como crímenes de lesa humanidad.
En esta idea central de la organización del Estado no cabe duda de que el poder fundamental, el que constituye la columna vertebral de su posible categorización como de “derecho y justicia”, no es otro que el Parlamento, porque es este el que, representando la voluntad general en la unión de todas y cada una de las tendencias políticas, ha de hacer las leyes, es decir, las normas que determinan el ámbito de actuación de los otros poderes, entre ellos y de forma esencial, el Ejecutivo y el Judicial, que se caracterizan por ser ejecutores de la ley. El Parlamento ejecuta de forma directa e inmediata la Constitución, el Ejecutivo, Judicial y demás poderes lo hacen respecto de la ley.
Siendo ello así, cuando en Venezuela el Poder Ejecutivo toma para sí la función de dictar las leyes, bajo la distorsión de una figura de excepción como es la emergencia, y cuando el Poder Judicial desarticula a la Asamblea Nacional declarando de forma total y anticipada nulas todas sus actuaciones, hay que reconocer que existe una conspiración del poder en contra de la fuerza de la ley.
La supremacía de la ley se deroga cuando se invierte la importancia de los poderes del Estado y se anula la actividad parlamentaria, y si a ello se une el apoyo de la fuerza militar, que también parece confundir este sistema de prioridades constitucionales, no cabe la menor duda de que lo que se defiende es la implantación de un sistema de privilegios, el de quienes se han apoderado y destruido la institucionalidad hasta convertirla en una mera ilusión.
Los privilegiados desde el poder político, militar y económico que se concentra en uno solo proceden sin el límite objetivo de la norma, desde la arbitrariedad plena y cometiendo injusticias como las del monarca absoluto, quien también concentraba en sus manos todo el poder del Estado y violentaba las garantías de los derechos ciudadanos, como hoy se hace, con método similar a la simple “lettre de cachet” (carta del rey).
“Olvidar la institucionalidad y hacer frente a la dictadura” (diputado Freddy Guevara) es el primer paso cumplido con la declaratoria del abandono del cargo, volver a ella, clamando la inconstitucionalidad de una memoria y cuenta de un presidente pretendidamente destituido por haber sido presentada ante el, sin duda, incompetente el Tribunal Supremo y no la competente Asamblea, es un argumento institucional que confunde.
En este punto, en el que el cargo de presidente ha sido declarado abandonado, la Asamblea en desacato, el Tribunal Supremo usurpando las labores del Parlamento, y la Fuerza Armada Nacional contribuyendo a esta desinstitucionalización desbocada con una postura nada apolítica, es momento de acudir a la idea cuya paternidad también se atribuye a Sieyes, la del poder constituyente, así sea para convocar a la constitución de nuevos poderes que entiendan que el sistema de privilegios quedó en el pasado oscuro de monarquías y dictaduras, y que el principio de legalidad es el parámetro esencial del Estado de Derecho, ese que garantiza a los ciudadanos lo más importante para todo ser humano: la libertad e igualdad ante la ley.
Téngase en cuenta que la loable preocupación de la Iglesia por la falta de medicinas y comida también preocupa al gobierno y por ello el gasto incontrolado y desbocado para suplir los CLAP, porque su sistema de privilegiados depende de que el pueblo, solo aquel que sea necesario para su soporte, y al que también se subyuga, tenga cubiertas sus necesidades elementales, pero la verdadera independencia va unida inexorablemente a la libertad, y esta a la legalidad como principio de organización política del Estado.
La teoría del poder constituyente es hoy muy pertinente, ahora no como una mera consigna revolucionaria que solo ha servido para desinstitucionalizar el país, sino como bandera para el inicio del necesario camino de la reconstrucción de un Estado hoy inexistente, única fórmula de convivencia política pacífica y de desarrollo humano y social
Profesora UCV y Ucab
18 de enero de 2017
www.el-nacional.com/noticias/.../ensayo-sobre-privilegios_75942

 3 min


Crónicas del Olvido
1.-
Hitler también hizo su revolución. Como Mao, Stalin, Fidel. Igual Mussolini. Todos hicieron cambios: mataron, persiguieron, encarcelaron, odiaron, mofaron, torturaron, estrujaron, parasitaron, flojearon. Y acabaron con los partidos políticos. Todos fueron grandes revolucionarios.
Como decir, grandes carajos.
Una de las cosas que mejor define a una revolución es el amor. Esa cosa rara que domina las gónadas, el aparato sexual de los animales, el escroto de la historia, la vagina de la dialéctica. Claro, son procesos revolucionarios con distintas máscaras, pero en el fondo son lo mismo, hasta en el discurso se parecen. Por ejemplo, nadie puede negar que Francisco Franco hizo una revolución en España, porque logró cambios: también mató, persiguió, torturó, odió, etc. Y mire que la hizo por la “Gracia de Dios”, como decía Lina Ron del mismo Chávez: “¡Gloria a mi Comandante, Presidente de Venezuela por la gracia de Dios y de este pueblo¡”. Sí, el mismo pueblo que luego se le volteó a los arriba nombrados. El mismo pueblo que luego linchó la locura de Mussolini, del mismo suicida Hitler, tan amado por sus ministros, una pandilla de delincuentes, consumidores de droga y brujos malandros.
Del amor, mucho, hasta un poema. Y mire que en nuestro país, donde la revolución ha escalado valores incuestionables, como aquello de ser Cristo el responsable de la llegada de Chávez a Miraflores. Evangélicos y católicos, signados por un cristianismo de cartón, navegan en el discurso bíblico tomado por los pelos por quienes se dicen dueños del país.
Un plato de lentejas habrá de ser suficiente para entender El Capital.
2.-
Cuando Goebbels dijo amar a Hitler por su grandeza y sencillez, no nos aleja de las manifestaciones de Cariño (con mayúscula) de hombres y mujeres que no encuentran qué hacer con sus floripondios. Son sujetos y sujetas (la neolengua obliga) que se divorciaron de la familia para entregarse en alma a quien tienen como un Mesías, según muchos y muchas (one more time), que no terminan de desenfundar el pistolón con la gracia del amor revolucionario.
Hitler, como Ho Chi Ming, hizo una revolución. Es más, primero amasó la guerra para luego alcanzar el clímax de la máxima felicidad que el Partido Nacional-Socialista impuso a los judíos, a quienes les creó un paraíso muy particular. Y así lo hizo Fidel con los homosexuales, poetas, artistas, obreros rebeldes, científicos, humanistas y periodistas que lo encararon.
Con sus huesos a la cárcel, con mucho amor.
En nombre del amor pierdes el patio de tu casa. En nombre del amor pierdes tu identidad en favor del colectivismo. Pierdes la paz en nombre de un amor que habla con un fusil en la mano, como hacen los muy amorosos comandantes y soldados de las FARC y el mismo Maduro encaramado en una tarima rodante. Imaginemos a Sendero Luminoso declamando un poema de Jaime Sabines. El pobre John Lennon, por pendejo, siempre lo supo: No le gustaba la revolución de Mao, y terminó asesinado por un demente consumista, más amoroso que el Monje Loco.
Y así, entre querencias, llegamos a sostenernos con las piernas del amor revolucionario. Por ejemplo, el Che hablaba de sembrar el odio para lograr conquistar el amor. Habló de crear un Vietnam continental para alcanzar la gloria de la revolución en nuestra América. Es un amor raro, siempre termina miserable, muerto de hambre, con los ojos abiertos, opacos por la muerte, y no por despecho o exceso de romanticismo. No; se trata de un amor inútil, onanista, bobo, gafo, pues. Porque la gente dice te amo, pero después recibe indiferencia, discursos, manotazos en el aire, malas palabras, regaños, coscorrones y carcelazos. Bueno: puro amor.
3.-
Amar no es fácil. Es como trabajar, agotador. Poner a funcionar el corazón (dicen que allí anida el amor, que allí nace todo) es además muy peligroso: los infartos están a la orden del día y con estos calorones y sobresaltos ideológicos, peor. El amor está sólo reservado a quienes lo manifiestan en público, lloran y hasta se convierten en multitud: “¡Gloria a mi Comandante Hugo Chávez, Presidente de Venezuela por la gracia de Dios y de este pueblo¡”, como dijo la otra. Qué pueblo tan bueno, pero ¿quién lo ama a él? Bueno, Maduro dice que se siente muy amado, tanto que jura arrasar en unas elecciones en el país de donde realmente proviene: Colombia. No sé si el Tarek Vice dirá lo mismo del país de donde viene su sangre: Siria. No creo que el sátrapa de allá se lo permita. Al menos podría disfrutar de un alambicado puesto en una bodeguita solidaria donde venderá incienso y otros productos del desierto.
Escuché una vez a una venezolana gritar frente a una pantalla de TV: “Somos las mujeres de los presos de este país. ¿Por qué no sale la jefa del TSJ, es que tenemos lepra? No sale porque venimos del cerro, porque somos pobres”. El amor de la señora de toga y birrete es muy grande, hasta bíblico, como el amor desmedido del Ministro de la Defensa, también cristero, evangélico, babalawo o astronauta trasnochado.
Cuando suenen las trompetas del Apocalipsis entenderemos ese amor. Tan tierno como el del otrora general Acosta Carles. Y tan bien pronunciado como el de Rafael Ramírez. O sin ir muy lejos, el de Trucutú Cabello.
Amar, qué cosa, ¿no? La confesión de Goebbels, el ministro de propaganda de don Adolfo, tan querido que se quedó solo en su bunker, rodeado de los amorosos soldados del Ejército Rojo soviético.
Todo tiene su final, como dice la filosofía salsera, con bongó y todo.
El amor anda por allí dando saltos, desnudo, picado de zancudos, armado de paciencia para no caer en la trampa de estos Cupidos de última generación, del Siglo XXI, pues.
Hay amores tan mayores que se mueren.

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