Pasar al contenido principal

Opinión

Benigno Alarcón

El 17 de diciembre de 2010 un buhonero que vendía frutas en las calles de Túnez, de nombre Mohamed Bouazizi, fue despojado de su mercancía, en la que tenía invertido todo su capital y de la que dependía para llevar el alimento a su familia. Mohamed Bouazizi, tras varios intentos desesperados primero por negociar, y luego de ruego a la policía, se inmoló, prendiéndose fuego frente a la comisaría. La noticia corrió de inmediato por las redes sociales y, durante su agonía, miles de tunecinos, que se identificaban con la desesperación y el hambre que llevó a Mohamed a atentar contra su propia vida al privársele de su único medio de subsistencia, comenzaron a salir a las calles para protestar contra el régimen por las condiciones del país. Mohamed Bouazizi falleció el 4 de enero de 2011. Diez días después, el presidente Ben Ali renunció dando paso a una transición democrática después de 23 años liderando un régimen autoritario.

Las protestas y la caída del régimen tunecino un mes después generaron un efecto dominó en el resto de los países árabes que produjo, como resultado, un estallido sin precedentes de protestas que exijan reformas en Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria. Durante este proceso cayeron líderes autoritarios que ostentaban el poder desde hacía mucho tiempo, como Hosni Mubarak en Egipto, derrocado por sus propias fuerzas armadas el 11 de febrero tras semanas de una cruenta represión. Gadafi, en Libia, quien ordenó al uso de su propia fuerza aérea para reprimir a los manifestantes, lo que hizo que la OTAN decidiera liderar una coalición que expulsó a Gadafi de Trípoli, la capital, para ser luego encontrado huyendo y ejecutado, dando fin a la guerra. En Yemen, el país más pobre del mundo árabe, las protestas contra Ali Abdullah Saleh duraron más de un año, hasta que en febrero de 2012 fue expulsado del poder. En Siria, por el contrario, se produjo otra guerra civil que ha cobrado la vida de más de 250.000 personas y ha desplazado a 11 millones de sus casas.

Pero mientras la llamada Primavera Árabe produjo un solo caso que podríamos calificar como exitoso, aunque aun no consolidado, de democratización, existen otro muchos casos de transiciones exitosas como los de Portugal (1974), Brasil (1985), Chile (1989); Ghana (2000), Indonesia (2004), México (2000), Filipinas (1986), Polonia (1989), Sudáfrica (1994) y España (1977), entre otros.

En las entrevistas realizadas por Bitar y Lowenthal para su obra Transiciones Democráticas (2016), todos los líderes de estos procesos coinciden en que los regímenes autoritarios no toleran ningún cambio en el poder hasta que comienzan a aflorar las diferencias dentro del mismo bloque de poder cuando un sector importante percibe que la pérdida sustancial de apoyo público puede llevarles a consecuencias nefastas o incontrolables, que superan los beneficios de tratar de mantener el poder por la fuerza.

Es aquí en donde la protesta juega su rol principal. Es la protesta, ante la falta de canales institucionales democráticos para expresar la magnitud del rechazo político y dirimir el conflicto, el mecanismo alternativo para evidenciar el rechazo político y convertirlo en presión sobre el aparato gubernamental. Pero para evidenciar la magnitud del rechazo y aumentar las posibilidades de éxito de manera significativa, es necesario sostener una protesta masiva con niveles de participación que alcancen entre tres y cinco por ciento de la población nacional, según el estudio sobre cien años de protesta realizado por Chenoweth y Stephan (2011).

Para lograr estos niveles de masificación es condición sine que non controlar los niveles de violencia. La sustentabilidad y masificación de la protesta es inversamente proporcional a sus niveles de violencia, y esto es algo que el actual régimen conoce muy bien.

La estrategia del régimen para contener la protesta ha sido la de incitar a la violencia mediante el uso de los colectivos armados y la infiltración de personas en las protestas de la oposición a los fines de generar violencia y caos para así justificar la represión de las marchas. De esta forma, en la medida que la violencia se incrementa, aumentará la represión como consecuencia de ello, y la protesta irá menguando al aumentar las barreras físicas, psicológicas y morales a la participación, hasta que solo se atrevan a protestar los grupos más radicalizados y violentos, los cuales, en sentido opuesto a lo que muchos creen, son los más fáciles de reprimir a un menor costo político y de imagen para el gobierno, así como para militares y policías, ya que la violencia será la justificación para la represión.

En tal sentido, el éxito de las actuales protestas dependerá, en buena medida, de la capacidad y habilidad que se tenga para reducir de manera inmediata la escalada de violencia que hemos visto durante los últimos días. Y aunque es cierto que tal violencia viene provocada desde el lado oficialista mediante el uso de colectivos armados, infiltrados y niveles de represión injustificables, los convocantes a la protesta tienen la responsabilidad de liderarla y hacer un uso inteligente de la buena disposición de la gente a darlo todo por el país, haciendo uso de la movilización, como el arma más poderosa que hasta ahora tienen los demócratas, de manera racional, eficiente y con una orientación estratégica claramente definida. Si no se reorienta de manera inmediata la protesta, se corre el riesgo de un nuevo fracaso.

Es por ello que decimos que es necesario escoger entre violencia y resultados. Reorientar la protesta para aumentar sus niveles de incidencia política implica atender de manera prioritaria a dos factores clave: sustentabilidad y masificación, y ambos dependen básicamente de reducir las barreras y costos de participación, lo que a su vez depende de mantener bajos niveles de violencia en el desarrollo de las protestas. Para ello existen algunas previsiones básicas que los lideres de este movimiento democrático deben implementar de manera inmediata:

Primero, repensar la frecuencia de la protesta. No es cierto que la eficiencia de la protesta va vinculada a su frecuencia. La idea de que la frecuencia genera el desgaste del gobierno y de los cuerpos represivos, si bien puede ser cierto, opera en ambos sentidos, y también genera un enrome desgaste físico y emocional del lado de la oposición, lo cual dificulta la sustentabilidad de altos niveles de participación y el control de la violencia. Lo más importante para un movimiento democrático no es que la gente proteste todos los días de manera anárquica, sino que la gente responda de manera inequívoca y masiva cada vez que se le convoca, lo cual no es posible si se le convoca todos los días.

Segundo, es necesario considerar la seguridad de la gente. En tal sentido, el volumen de la concentración es la mayor garantía de seguridad para los protestantes. Por tal motivo deben evitarse las concentraciones pequeñas en múltiples puntos con la idea errada de que la desconcentración dificulta la represión. A mayor cantidad de puntos de protesta o concentración mayor es la posibilidad de que la protesta se anarquice, como sucedió con “El Trancazo”. Al contrario de lo que algunos alegan, grupos pequeños de personas reunidas en un punto para protestar o incorporarse a una marcha son presa fácil de grupos armados que pueden disolver la concentración con mucha facilidad y bajo riesgo para ellos mismos. En sentido opuesto, si la idea es iniciar marchas desde diferentes puntos de una ciudad, las marchas deben iniciarse en muy pocos puntos de concentración, de fácil acceso y que atraigan a mucha gente que se mantenga unida y motive, por su volumen, a que otras personas se incorporen a su paso para terminar concentrándose en un solo punto.

Tercero, es fundamental execrar a los grupos violentos de las manifestaciones democráticas, comenzando por los infiltrados, por lo general fácilmente reconocibles. Asimismo, es necesaria una reordenación de la vanguardia de las marchas, que debe ser ocupada por el liderazgo político asumiendo una actitud ejemplar y de modelaje para el resto de los participantes. Si bien es cierto que las personas que ocupan la vanguardia de las marchas son admiradas por muchos por su valor y coraje, lo cual nadie puede poner en duda, su falta de entrenamiento en procesos de resistencia no-violenta les hace cometer errores fundamentales. Es la vanguardia de la marcha, justamente, la que termina marcando la pauta del comportamiento del resto de la gente, y de ellos depende, principalmente, la actuación del resto de los participantes. Si confrontar exige valor, mucho más valor exige el resistir sin confrontar, y es justamente este tipo de respuesta asimétrica la que hace la represión injustificable y eleva al máximo los costos para el gobierno y para órganos represores como la policía y las fuerzas armadas. Es justamente la conducta de resistencia no violenta la que le generará al régimen y a las fuerzas armadas los mayores problemas para reprimir y la que hará que los que están en la primera fila, de ambos lados, puedan comenzar a mirarse a los ojos y a negociar, muchas veces sin palabras.

Cuarto, el fin de la protestas no puede ser el de ganarle a las fuerzas armadas en su propio terreno, o sea el de la confrontación. La población civil y los sectores democráticos no son ni cuentan con grupos armados, por lo cual el ejercicio de la violencia como respuesta a la represión, coloca a los manifestantes en una batalla asimétrica que solo aplauden los ingenuos y , que lejos de acercarnos al objetivo democrático, nos empuja hacia procesos de radicalización y confrontación muy peligrosos al obligar al sector militar a atrincherarse del mismo lado del régimen, lo cual es el mejor escenario para su sustentación. Las respuestas violentas físicas o simbólicas de parte de los protestantes, solo contribuyen a convertir a fuerzas armadas y pueblo en enemigos sobre el terreno de una batalla convencional cuyos resultados, como en el caso de Serbia, son fácilmente previsibles y es lo que busca estimular el ala más radical del régimen. De lo que trata la protesta no es de inmolarse de manera absurda en las calles del país tratando de cruzar fronteras simbólicas, como si fuera la conquista imaginaria de un territorio enemigo. No se trata de alimentar la fantasía épica fabricada desde el mismo gobierno del Este invadiendo el Oeste, sino de que el Oeste y el Este se encuentren y de demostrar de qué lado está la voluntad de la mayoría, de poner en la calle, frente al régimen, a toda una nación exigiendo sus derechos más sagrados, y entre ellos el de decidir su propio futuro, de manera inequívoca, y ganarse a quienes pueden tomar las decisiones finales que abran la puerta del cambio político que toda la Nación Venezolana exige. No se trata de ganarle a las fuerzas armadas, sino de ganárselas a nuestra Causa.

Benigno Alarcón Deza
Director
Centro de Estudios Políticos
Universidad Católica Andrés Bello

 8 min


Carlos Raúl Hernández

La Constituyente comunal y militar está prediseñada como un proceso interno del PSUV y la reacción de la opinión pública en contra es terminante, incluida la fiscal Luisa Ortega. Concebida para barajar la crisis, es más bien agua para chocolate, la multiplicará, porque además de ser políticamente gravosa, revela desprecio por los dramas de la mayoría. Nadie explica hasta ahora cuáles serían los urgentes cambios a la Constitución de 1999 que la justifican. ¿Se venció la bicha y es necesario hacerle modificaciones? ¿Cuáles son los graves baches que argumentan su cambio, que si existieran se subsanarían con reformas o enmiendas, como contempla su texto. Pero eso pretende celar el objetivo real: ponerle la mano a un hacha, la Constituyente misma, para decapitar los poderes defensivos de la sociedad y devastar de nuevo el sistema político. Ya lo habían hecho.

Inflación, devaluación, recesión –plantas exóticas hoy en el mundo– se ceban en nuestro pobre país y lanzan a la gente por un tobogán de pobreza y resentimiento. Mientras todo se desestructura, los gobernantes maquinan jugarretas para perpetuarse en el poder y se hacen los locos frente a sus compromisos: que venían a redimir al pueblo de humillaciones y sufrimientos causados por la democracia. Convencieron a la mayoría, con una pequeña ayuda de sus amigos, de que aquí la vida era un infierno, y los aplaudieron, los amaron, les dieron todo lo que pedían, y el resultado es la mayor tragedia social conocida en Venezuela en 90 años. Dieron la espalda, no les importa el rechazo de 80% y confiesan sin ningún rubor que no hacen elecciones porque las pierden. Así son las revoluciones.

La esencia del guaguancó
La esencia de las revoluciones es la ilegalidad y el escamoteo de los hechos, editar las fotografías de la historia, por lo que Lucio Colletti las llamó “imperio de la mentira”. Lenin convierte la falacia abierta en poder. Propone una revolución obrera en un país sin obreros (2% de la población) y un partido obrero aunque de su comité central apenas uno lo es, un sindicalista llamado Tomsky. En octubre de 1917 la revolución la decretan “las comunas” reunidas en el soviet de Petrogrado (soviet es precisamente consejo o comuna) aunque de sus 670 delegados, tres cuartas partes (503) eran fraudulentos y sin respaldo popular, como lo declara María Spiridonova, comisaria del pueblo del gobierno comunista. La oposición se retira en un escándalo y su líder Martov, denunció que el soviet era la mascarada de un golpe militar, “un gobierno de obreros, campesinos y soldados donde no había ni un solo obrero, campesino ni soldado”.

Una de las diferencias de fondo es que los partidos obreros europeos eran de masas, mientras los bolcheviques eran una secta eslavófila. Eso dotó a los primeros de un elemental sentido de la realidad que los ayudó a eludir la ruta del despotismo y torcer hacia la socialdemocracia. En cambio los líderes bolcheviques eran principalmente estudiantes fracasados, un puñado de vagos incapaces de trabajar, mantenidos por sus familiares o amigos, a excepción de Trotsky que siempre se ganó la vida como escritor y periodista. Disociados del entorno social, se asumieron como vanguardia, una cofradía golpista autoritaria divorciada de los intereses y los sentimientos de la mayoría. Nadie podía eludir la atmósfera cultural creada por el terrorismo ruso de Nechayev y Tkachov, que para aquellos años tenía el promedio criminal de tres muertos diarios en más de diez años.

No solo de pan…
La oposición venezolana decidió salir a la calle y la respuesta hasta ahora (2017) ha sido inclemente, furiosa. Dos inhabilitaciones arbitrarias a gobernadores, Constituyente comunal y militar que elimina elecciones presidenciales y de gobernadores y alcaldes. Lo malo para sus postulantes es que la Constituyente nace en medio de la hostilidad de la enorme mayoría ciudadana, a diferencia del fervor de 1999 del que se preciaba Chávez y para él le confería hasta poderes mágicos. A los delegados más que elegirlos, el gobierno les adjudicará los cargos a través de operaciones opacas e ilegales. En vez de ser el REP la base votante, lo será algún nuevo registro de “organizaciones sociales” en el que podrán inscribirse las que el gobierno considere conveniente. En términos simples designarán una asamblea de sus militantes y partidarios para arrasar las instituciones de facto sin pedir autorización a nadie.

Chávez podía realizar todo tipo de operaciones porque ganaba los procesos electorales, generalmente en buena ley. Así velaba su autoritarismo y el mundo lo vio con simpatía. En este caso no hay nada de eso sino la consolidación autocrática con un proceso electoral estilo cubano. Decíamos que se profundizará la crisis porque mientras andan en lo único que parece preocuparles, diseñar tirabuzones para perjudicar a la sociedad que un día los bendijo, les interesa muy poco la desintegración social, la gravedad de las condiciones de vida de la inmensa mayoría. Hace unos años un alcalde revolucionario que inició la decadencia de Caracas, declaró que si se ocupaba del alumbrado y de tener “las calles bonitas”, terminarían colgados de los postes. Esa es la filosofía: no distraerse en que la gente coma y viva. La revolución tiene tareas más urgentes.

@CarlosRaulHer

 4 min


Thays Peñalver

No lo duden ni por un segundo. Cuando escribí, “Este cuento se acabó”, no fueron pocos los que me enviaron el articulo de Luis Vicente León titulado “¿Colorín Colorado?” a modo de refutación, sin darse cuenta que ambos artículos no son contradictorios, sino que se complementan. Yo hablo del chavismo-madurísimo como ciclo histórico. Uno que se mató solito y se enterró solito, uno que nació de la desesperanza, vivió en la abundancia y terminó en la miseria. Ya ellos no son capaces de gobernar y nadie en el planeta cree que deben seguir gobernando. Solo les queda como es lógico, amagar con la violencia y les va a salir el tiro por la culata.

El chavismo en abundancia convenció a todo el planeta que eran “el mal necesario” con el “solo nosotros podemos gobernar”. Y paradójicamente en ese momento, con el barril a mas de cien dólares y repartiendo el dinero ridículamente sin crear empleo real, dieron la sensación de unos logros que nunca alcanzaron. Si dos millones y medios de venezolanos viajaron a Disney gratis, pretender que venia un cambio era francamente absurdo. La oposición en aquella época no era mayoría, no porque el chavismo gustara, sino porque todo estaba subvencionado y eso encantaba. Cuando hay boom económico, solo las minorías, apuestan por la transformación. Pero todo eso cambió amigos. El chavismo-madurismo es hoy hambre y lo saben hasta ellos mismos.

Ahora, de los creadores de “solo nosotros podemos gobernar” viene la lógica. Están tratando de convencer a los pocos suyos internacionalmente y a parte de la oposición, con sus lobistas, de que “siguen gobernando o viene la guerra civil”. O su variante: “seguimos gobernando o viene un golpe del ala militar de izquierda”. Por eso el expresidente Pepe Mujica sostiene que: “El problema que puede tener Venezuela es que nos podemos ver frente a un golpe de Estado de militares de izquierda, y con eso la defensa democrática se va al carajo” y es por lo mismo que el presidente Solís, un conspicuo votante contra la coalición de naciones en el caso Venezuela sostiene que: Sería una tragedia que se produjera un autogolpe de Estado y que de una manera u otra las fuerzas más radicales logren colocar a Venezuela en la antesala de lo que uno podría pensar que es una guerra civil”.

Fíjense amigos, que el lenguaje de sus viejos apoyos, no es que nosotros vamos a dar un golpe de Estado o que nosotros vamos a matar gente. El lenguaje de sus viejos apoyos, es que quienes gobiernan son un montón de matones que impiden que los más matones que los apoyan, maten a un gentío. El mensaje es determinante porque refleja en si mismo, la derrota del régimen.

Por eso Zapatero, es tan contradictorio. El hombre que logró nada menos que la coalición de partidos españoles para intervenir en Libia diciendo: “Estamos en Libia para defender a los ciudadanos de ataques de las propias fuerzas libias”, “intervenir es el principio humanitario para proteger a los ciudadanos de los ataques de las tropas libias” es el mismo que hoy trata de convencer a muchos de “evitar” una mentira como lo es “la guerra civil venezolana”. No amigos, eso no pasará. La oposición debe salirle al paso a esas declaraciones.

Sigamos presionando porque viene lo contrario, la verdadera negociación de Estado. No tengamos miedo a la retórica incendiaria de los pocos que ven sus bolsillos en peligro. Aquí quien llame individualmente a la “Guerra Civil” será sancionado ya no solo por Estados Unidos sino por Europa. Pronto el pendejo que diga que van a matar o a armar ciudadanos o a sus cuadros públicamente le van a reventar precisamente en sus bolsillos. Compren amigos sus cotufas, porque la cacería internacional de idiotas, que llaman a armar a la gente, acaba de comenzar.

Me preguntan ¿Que por qué vamos a salir bien parados? Porque hemos demostrado hasta el cansancio que no somos Cuba. Que somos irreductibles. Que detienen a cien y la segunda vez tienen que detener a mil. Cuando esto ocurre tienen que detener a dos mil y ahora van por cinco mil. Mañana serán diez mil los detenidos. Porque estos bolsas no se han dado cuenta que son a quienes le han robado su futuro los que están en la calle luchando por su destino. ¿Y si no hay otro destino? O ven que el ofrecimiento de “un mejor porvenir” viene del mismo mentecato que los ha llevado al hambre su mejor destino es pelear y ser detenidos.

¿Que por qué vamos a salir bien parados? No se dan cuenta que usan la retórica de la guerra urbana, sin comprender que están frente a una Intifada llena de chicos y piedras. Estos zoquetes, no se dan cuenta, que no se están llevando detenidos a los de siempre, o a los viejos que añoran el pasado, o a quienes ven perdido algún privilegio. Se están llevando detenidos de a miles, “a los hijos de Chávez” a los que solo vivieron lo que Maduro les ofrece y eso ya lo conocen y lo detestan. Porque como una vez me dijo un cubanito recién bajado del barco, sobre Fidel: “Es que con poesía no comemos”. Quienes están bajando a patadas las estatuas de Chávez, son los mas humildes y tienen la edad de la Revolución. Es la historia, que ocurre frente a nuestros ojos. Es la poderosísima fuerza del cambio.

¿Que por qué vamos a salir bien parados? Porque los brutos que usan esa retórica incendiaria saben muy bien que le vendemos la mitad de los barriles de petróleo diarios a Trump. Que la mitad de los dolaritos que recibimos, la mitad de su sueldo, la mitad de la cartera Luis Vuitton de la mujer, la comida que importan, los paga el Tío Sam y el ochenta por ciento de la deuda se la debemos precisamente a ese Tío Sam. Por más tanqueta rusa o china, el dinero para repararla nos lo da Donald Trump. Y si proceden con la Constituyente y continúan con el golpe de Estado, la Ley Helms Burton será una ridiculez en comparación a la Ley que nos aplicarían. De un solo plumazo y sin invasiones Yankis, luego del default, a Venezuela le quitarían todos sus activos y cada barco de PDVSA que toque puerto, porque los muy imbéciles la endeudaron a los fondos buitres capitalistas. Cada cargamento del subsuelo que pertenece a la Republica para pagar sus deudas será arrebatado en los puertos y los aviones no podrían surcar los cielos. Nadie le dará crédito de nada. Los pozos se secarán. De un plumazo este gobierno no duraría ni quince minutos cuando el hambre se apodere de los suyos y hasta las novias les caigan a carterazos con la misma Vuiton gritándoles. Ellos amenazan con la violencia y con la Constituyente sabiéndose perdidos.

¿Qué por qué vamos a salir bien parados? Porque a los gaznates estos, ya los chinos le dieron la espalda, el planeta demócrata entero les tiene asco y sus ex colegas ya les ha llegado el tufillo de su descomposición (solo miren la cantidad de abstenciones, hasta Podemos). Porque Putin no se va a meter con Trump, porque quiere que Exxon invierta centenares de millardos en Rusia.

¿Qué por qué vamos a salir bien parados? Porque el poder Judicial nada menos que en la figura de la Fiscal no va a permitir ni el menor intento de llamado a Guerra Civil. No se fijen solo en la palabra de la Fiscal, sino en los aplausos y vítores de sus fiscales. El noventa por ciento del Poder Judicial, no quiere mas despelote. Y si seguimos presionando, buena parte de ese poder judicial, que está a punto de levantarse y pronunciarse, tampoco lo va a permitir.

¿Qué por qué vamos a salir bien parados? Porque al chavismo-madurismo lo cohesionaba Chávez, que ya no está. Lo cohesionaba un proyecto que gracias al boom económico, lucía exitoso y ya todos saben que fue un fracaso. Lo cohesionaba la mayoría electoral, ya no existe. Lo cohesionaba el apoyo internacional masivo, que hoy es exiguo. Lo único, que hoy sostiene cohesionado al chavismo-madurísmo, es el miedo. Por eso puertas adentro, la gigantesca campaña de propaganda es: “Si ellos ganan, tu serás despedido”, “Si ellos ganan van a matarte”, “Si ellos ganan van a liquidar a la Fuerza Armada”, “Si ellos ganan te van a quitar todo”. Y contra ese miedo, la oposición va a presentar sus propuestas. Y créanme, abandonaran el barco masivamente.

Pero sobre todo. ¿Por qué vamos a salir bien parados? Porque la Fuerza Armada habló. Porque saben que lo único que no matan las balas, es el hambre. Y esta rugiendo duro de abajo hacia arriba. Las elecciones serán “universales directas y secretas” dijeron “no se preocupen por los 500 mil fusiles”, ni por las armas de la Republica que no somos idiotas, no se las entregaremos a nadie para causar daño. No se preocupen de los milicianos que no somos tontos y a esos los entrenamos en repartición de pollos o en paradas para que Maduro sienta que es exitoso. No se preocupen por los empleados que quieran hacer su servicio militar, porque en lo que los pongamos a hacer flexiones, se le acabara la gracia al asunto. Así de simple quedo la retórica de los loquitos incendiarios. Y la Fuerza Armada, en su espíritu colectivo, como cuando avaló los resultados electorales, acaba de apuntalar la democracia.

Por supuesto que Maduro de inmediato les dijo que estarían en la Constituyente a los militares. Pero ellos de pendejos, no tienen absolutamente nada. Van a apostar por ganador como lo han hecho siempre. Aunque quizás, también como siempre, los ganadores serán ellos mismos y es allí donde cabría un tercer escenario que no necesariamente, nos guste.

Amigos, no preguntemos más cuando esto va a cambiar porque está cambiando frente a nuestros ojos de manera increíble. Sigamos presionando, porque lo que hemos logrado es bárbaro, logramos la coalición internacional y agrietar la cohesión del chavismo, que viene en desbandada, (todos sus apoyos internos y partidos alternativos condicionaron la Constituyente) estamos logrando el cometido. Al sistema moribundo le queda amagar, para negociar. Y a la oposición le queda presionar en las calles, para que esa negociación sea efectiva. Si amigos, Negociación. Métanselo en la cabeza.

Este cuento, repito, se acabó. Cuánto queda para que sobrevenga esa negociación? Por primera vez en esta historia, depende de usted y de la fuerza que tenga para seguir presionando. La era, esta pariendo una hermosa nación.

Y ahora yo les pregunto ¿Están cansados?

 8 min


I.

El país se encuentra en crisis. No lo niega ni el propio gobierno, aunque lo atribuya siempre a causas que no caen dentro de su responsabilidad. El país es un desmadre, y perdónese esta palabra usada por los mexicanos, tan poco elegante en cuanto a su sonido, pero tan cabalmente apropiada para señalar una situación en la que algo se sale de su cauce habitual. Venezuela es un ejemplo, según lo reflejan las estadísticas, no las del Gobierno, desde luego. Pero lo refleja, sobre todo, la vida personal de cada venezolano, convertida en una tragedia descrita por la violencia, la escasez de alimentos y medicinas, la inseguridad, la incertidumbre, la angustia y no sigamos porque la lista es larga y desoladora.

Ante lo anterior, asombrosamente (¿asombrosamente?), el Presidente Maduro ha reaccionado convocando a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Lo ha hecho a la brava, no solo esquivando las normas vigentes, auxiliado por interpretaciones rebuscadas, sino, peor aún, contrariando el más elemental sentido común democrático.

Nos propone, así pues, una iniciativa que a la postre deberá terminar en una Constitución Nacional, redactada conforme a un mapa previamente elaborado por el Presidente y sus asesores, basado, pareciera, en un manuel de sobrevivencia política, y que, según se ha dicho con argumentación irrebatible, desmejora visiblemente el país trazado en la Carta Magna del año 1999. Para no redundar en lo que ya se ha opinado al respecto, diré, apenas, que tendríamos un texto elaborado desde el sectarismo oficialista, a partir de electores cautivos (nuevos sujetos políticos sociales y políticos, en la jerga oficial) que menoscaba la democracia y reitera con fuerza la vigencia del modelo del Socialismo del Siglo XXI, de cuyos pobres resultados ya se tiene una muy amplísima prueba.

II.

Imposible, a todas éstas, quitarse de la cabeza la idea de que la ANC le sirve al Gobierno de mampara para tratar de esconder el trance en el que se encuentra el país. Y, sobre todo, ocultar el objetivo central que lo mueve, esto es, seguir siendo gobierno a como dé lugar, dicho esto último de manera literal.

Así las cosas, la ANC no sólo no resuelve los problemas que agobian a nuestra sociedad, sino que los empeora. Pone la linterna en la presunta deficiencia de la Constitución vigente para encarar tales problemas, sugiriendo, piensa uno, que la misma ha impedido que la inflación baje, se desarrolle la agricultura, se castigue la corrupción, mejore la educación o se reduzca nuestra tasa anual de homicidios, entre las primeritas del planeta. Pone la linterna allí, digo, en vez de colocarla en la gestión de un gobierno que se ha equivocado en su diagnóstico y en sus soluciones, llevado siempre de la mano de un galimatías ideológico que ha inspirado planes y políticas voluntaristas, además de dogmáticos, que suelen correr en paralelo con la terca realidad.

E, igualmente, saca del foco a las elecciones, ese invento de la democracia que a partir de la aritmética, sirve para dirimir diferencias, marcar preferencias y determinar futuros posibles para una sociedad. Teniendo siempre por delante las encuestas, el gobierno lleva largo rato rehuyéndolas, contando siempre con la colaboración del CNE, el TSJ y hasta de la propia Contraloría. Ahora, y para guardar una cierta apariencia republicana, ha convocado a la realización de la ANR, a sabiendas de que es la única consulta en la que puede triunfar, porque está construida para que ello ocurra así.

III.

No puede ser que alguien considere seriamente que la ANC pueda ser el remedio. En las actuales circunstancias y dada la naturaleza de nuestras dificultades, es una calle ciega, sobre todo si el país no termina de tener un horizonte electoral claro. En abril y lo que va del mes de mayo han muerto cuarenta venezolanos como consecuencia de la represión a las protestas populares. ¿No es suficiente mensaje para quienes tienen en sus manos la posibilidad de que en el país se solventen los problemas y zanjen las diferencias de manera democrática y en paz?

El Nacional, viernes 12 de mayo de 2017

 3 min


¿Será que en vez de civilidad hay que enseña al liderazgo venezolano sobre Clausewitz como consecuencia de que estos bárbaros del cuerpo armado, representantes de la represión política, han iniciado una guerra, una Guerra Civil? ¡Bestias! La Guerra es un arte que no puede ser enmarcada en ideas seductoras, mentiras y/o programas atrabiliarios. La Guerra, según la Polemología, es una tarea de los genios del arte militar atados a la Gran Estrategia del político, no de los matones carentes de ética. La Guerra, aún la extrema, tiene reglas y requiere de hombres capacitados virtuosos y no serviles ideologizados como los que muestra el régimen del hiato de Maduro-Padrino.

Régimen vergüenza de un momento trágico de esta tierra única bendita del Todopoderoso, y quizás olvidada del dios de la guerra: Ares. La guerra como masacre, como aniquilamiento, es la violencia irracional ideológica como muestra su dios rojo de la guerra: Marte. La Guerra masacre que hoy ha declarado el hiato Maduro-Padrino al país -instrumentada por manos de unos mercenarios que además de no conocer y menos entender a Clausewitz-, donde se atreven a retar a toda una gran mayoría de venezolanos en donde ya contamos con héroes. Héroes a quienes hemos rendido honores, bajándolos al sepulcro con el toque de silencio y el Himno Nacional, pero que no puede ni debe repetirse.

La Guerra Civil declarada por el hiato Maduro-Padrino fundamentada en el Plan Zamora tiene que ser, entonces, materia de estudio obligatorio para el liderazgo político emergente y para los operadores políticos con el objeto de que interpreten y apliquen las cuatro acciones recíprocas de Clausewitz. En especial, la primera acción recíproca en donde, después de entender la guerra como “un combate singular amplificado”, la respuesta de los demócratas en protesta incremental debe ser imponerle la voluntad al enemigo a como dé lugar. Ese enemigo está formado por apátridas, bárbaros y matones que creen que pueden asaltar la geografía humana y geografía terrestre de Venezuela.

Esa Guerra Civil declarada y expresada por la exponencial violencia del 10 de Mayo es materia crítica hoy para el liderazgo político emergente, de tal manera que pueda, en primer término, acoplar una organización de protesta y reforzarla con una logística que le permita alternancia de acciones. Esos dos pasos facilitarán resultados y sobre todo negará área a las acciones criminales que ya nos muestran 39 héroes. Héroes por una guerra decretada por el marxismo en pleno siglo XXI a través de una revolución absurda del socialismo a juro.

Esa Guerra Civil requiere una respuesta cierta del ciudadano, en la cual los demócratas muestre la energía en el espacio que ellos escojan pudiendo maniobrar para alcanzar el fin propio de los demócratas: convencer a los bárbaros del derecho a elecciones negado por el dictador el 20 de Octubre de 2016. Los demócratas y su expresión de protesta frente a esta Guerra Civil tenemos que crecer en nuestra intención y sentimiento: libertad y democracia que la Historia nos lo reconocerá. Asimismo la Historia, apuntará hacia los bastardos armados que ya están identificados por el mundo como los asesinos de jóvenes, mujeres y hombres que quieren reinstalar la democracia en Venezuela por la vía electoral, sustituyendo el absurdo del socialismo ajuro.

Clausewitz y la Polemología, señores líderes político emergentes, nos guiará a cooperar junto a la inteligencia para ser superiores a unos enemigos tarifados que sólo accionan como parte del latrocinio de un Estado narcoterrorista, incapaz y cobarde, que emplea las bocas de fuego de la República contra la protesta legítima de la ciudadanía. Desde ya, Clausewitz y Ares derrotarán junto al liderazgo político emergente y a la sociedad democrática a la barbarie de la Guerra Civil. Esa guerra civil guiada por el dios rojo de la guerra, que no sabe lo que Marte les impondrá por arbitrarios y traidores en sus funciones paramilitares-policiales dirigidas por el partido político en armas responsabilidad de Nicolás-Padrino.

Es auténtico,

@JMachillandaP

Director de CEPPRO

Caracas, 11/05/2017

 3 min


Nosotros, en nuestra condición de constituyentes, corredactores de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, refrendada por el pueblo el 15 de diciembre de 1999, manifestamos nuestra preocupación y rechazo ante el intento del Presidente de la República, señor Nicolás Maduro Moros, de convocar una Asamblea Nacional Constituyente, tanto por el procedimiento utilizado como por sus propósitos.

Consideramos que el proyecto de país consagrado en nuestra Carta Magna mantiene plena vigencia, lo que exige voluntad política por llevarlo adelante, iluminado por sus valores superiores y principios en que la constitución se sustenta, así como por el modelo de Estado que pretende construir, el Estado democrático y social de Derecho y de Justicia.

Lamentablemente, cumplidos diecisiete años de la vigencia de nuestra Ley Superior, el proyecto constitucional muestra un balance negativo que a todas luces deja mucho que desear. La ausencia de desarrollos legislativos imprescindibles, la violación recurrente de normas y derechos fundamentales, la concentración del poder en manos del Poder Ejecutivo, en detrimento del principio de la separación de poderes, baluarte de la libertad, consagrado como postulado fundamental de la Constitución y la tergiversación de muchos de sus principios y reglas, son hechos que definen la negligencia o la intencionalidad de actuar con discrecionalidad y arbitrariedad frente a la sociedad, a la cual se tiene que servir dentro del marco establecido por la Constitución. En suma, lo que cabría esperar de un régimen de naturaleza y vocación democrática es transitar la senda del respeto y cumplimiento de la Constitución y facilitar al pueblo, como poder soberano, la decisión sobre su destino político.

El proyecto de Asamblea Constituyente que nos propone el Presidente Maduro, aparte de lo improvisado e innecesario, dada su inutilidad para resolver los gravísimos problemas de satisfacción de las necesidades materiales elementales para sobrellevar una vida mínimamente digna, como lo revelan las carencias de alimentación y de medicamentos a los que son sometidos cotidianamente todos los sectores de la población, de manera especial los sectores empobrecidos, contiene tres fallas estructurales que lo definen como espurio;

Así, en primer lugar, la ambigüedad en relación a la activación del proceso constituyente, pues el decreto no lo deja claro, y la sospecha nos la reiteran algunos de sus voceros, la nítida distinción, tal como lo recogen los artículos 347 y 348 de la CRBV, entre la iniciativa y la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente. Si bien el Presidente de la República es uno de los actores legitimados para asumir dicha iniciativa, no lo es para convocarla, pues se trata de un derecho irrenunciable del pueblo, que en su condición de poder soberano y por ende como único titular del poder constituyente originario, se define como el exclusivo actor facultado para decidir su destino político, es decir si desea continuar siendo regido por la Constitución por él convocada y refrendada el año 1999, o si por el contrario desea abrirle el paso a una nueva Constitución.

En segundo término, el decreto presidencial se plantea una asamblea constituyente en parte segmentada, donde diversos sectores de la colectividad participen como expresión de fracciones de la sociedad. Una de las características del poder constituyente es su indivisibilidad, pues se trata de una unidad política configurada en nación, que se expresa de una manera unida, como un todo, independientemente de sus diferencias, sea su base el sexo, la raza, la edad, el credo, la condición social o, como se pretende en este caso, en razón estatus o rol que se cumple en la sociedad, en consecuencia el poder constituyente originario, es una entidad universal e indivisible integrada unitariamente en la nación. Como lo exige la constitución todos los representantes del pueblo deben ser electos mediante votación libre, directa, secreta y universal y se debe garantizar la personalización del sufragio y la representación proporcional.

En tercer lugar, el objeto de una Asamblea Nacional Constituyente es transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva constitución, porque resulta indispensable acudir nuevamente al pueblo para que en ejercicio de su soberanía, mediante referéndum aprobatorio, se pronuncie sobre el contenido de la Carta Magna.

En materia constituyente el pueblo tiene la primera y la última palabra. En conclusión, consideramos inaceptable e inapropiada la propuesta de Asamblea Constituyente que pretende imponer el régimen a la nación venezolana, reiteramos nuestro apego y defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y hacemos votos porque sus más caros ideales, valores y principios guíen la voluntad de reconciliación que debe imponerse en esta aciaga hora de la patria.

Caracas, 09 de mayo de 2017

Los Constituyentes:

Ricardo Combellas, Pablo Medina, Ernesto Alvarenga, Segundo Melendez, Alberto Jordán Hernández, Antonio Di Giampaolo, Carlos Tablante, Humberto Prieto, Liborio Guarulla, Leonel Jimenez Carupe, Haydee Brizuela, Freddy Gutiérrez, Henri Falcón, Reinaldo Rojas, Florencio Porras, Virgilio Avila Vivas, Jesus Molina Villegas, Gilmer Viloria, Froilan Barrios, Geovanny Finol.

 3 min


Al morir el General Juan Vicente Gómez, hubo profundas discusiones sobre la legitimidad del Congreso que estaba vigente para ese momento. Un documento de la época, firmado por Carlos Parisca, de fecha 8 de mayo de 1935, titulado El Congreso debe Disolverse, advertía que era preferible conformarse con el que estaba, que correr el riesgo de no tener ninguno, a los fines de no romper el hilo constitucional y ante la imposibilidad de constituir un nuevo Congreso. Y reconocía Parisca en ese escrito, la urgencia por disolver el Congreso vigente para 1936. No era por asuntos de honradez o idoneidad, sino porque ese Congreso no representaba de manera genuina la voluntad popular.

Por su parte, otro documento de la época, firmado por Ramón Díaz Sánchez el 10 de julio de 1936, expresaba que era preciso que los congresistas volvieran para satisfacer la marcha armónica de la República, a los fines de elegir al nuevo presidente y aprobar una nueva Ley de Presupuesto y una reforma Constitucional. El reconocimiento a aquel Congreso dependió sólo de la voluntad de los propios ciudadanos, como lo advirtió en su momento Ramón Díaz Sánchez. Importante recordar que aquel Congreso se negó a aceptar la propuesta de disolverse.

Lo que interesa destacar es que aquél Congreso, electo bajo el régimen gomecista, tuvo la responsabilidad de aprobar la Constitución de 1936, cuyo contenido puso fin a la continuación del gomecismo, y sentó las bases muy importantes en nuestra historia constitucional. Por ejemplo, en ella se reconoció por primera vez los derechos de carácter social, que más adelante permitió la aprobación de la Ley del Trabajo.

Años más tarde, cuando las Fuerzas Armadas Nacionales asumen el poder absoluto del Estado, con la finalidad de enrumbarlo hacia un Estado Democrático de Derecho, como lo advertía el Acta Constitutiva de la Junta Militar de Gobierno de 1948, reconocía que su labor estaba condicionada a impulsar la reorganización constitucional de los Poderes de la República. Claramente se planteó que el orden jurídico existente en 1948 se mantenía vigente, mientras no fuera contrario a los objetivos perseguidos por la Junta Militar.

En aquél episodio, luego de la caída del régimen de Pérez Jiménez, aquella Constitución de 1953 permitió la elección de un nuevo Congreso de la República, que claramente expresó su compromiso por reformar la Constitución de 1953.

Para aquellos parlamentarios, el compromiso con el país eran los siguientes:

No hacer una reforma provisoria.

Asumir la reforma como urgente, ya que era un problema moral mantener en vigencia la Constitución pérezjimenista;

Asumir como anteproyecto la Constitución de 1947, producto de una Constituyente pero que no tuvo larga vida y seguir el procedimiento de reforma establecido por la Constitución de 1953.[1]

Estos dos hechos históricos, coinciden en el reconocimiento a la Constitución vigente, como hoja de ruta para impulsar los cambios políticos que son necesarios.

Es importante destacar que las reformas constitucionales de 1936 y 1961 no tuvieron como fuente un proceso Constituyente, por el contrario, el proceso político que llevó a su aprobación final y definitiva tiene en sus bases la legalidad de una institución política como el Congreso y en el caso de 1958 la legitimidad de un proceso electoral.

Eso resulta interesante cuando se advierte que la Constitución de 1961, desde 1811, cuando aún no éramos República de Venezuela, es la que más tiempo de vigencia ha tenido a lo largo de nuestra historia Constitucional. A excepción de la Constitución de 1830, las distintas constituyentes a lo largo de nuestra historia no han producido Constituciones sostenibles en el tiempo, tal vez, porque cada una respondía a los intereses de quien las impulsaba.

Desde que se aprobaron de manera inmoral las Leyes del Poder Popular en diciembre de 2010, la Constitución de 1999 empezó a debilitarse, hasta que finalmente quedó derogada, luego de las inconstitucionales sentencias 155 y 156 y más aún, cuando fueron corregidas por exhorto de un Consejo Nacional de Defensa, que carece de toda jerarquía sobre los Poderes Públicos.

Por ello la obscena labor del Poder Judicial de obstaculizar y desconocer las atribuciones de la Asamblea Nacional actual, pues han querido evitar que el Poder Público que detenta la mayor legitimidad posible en estos momentos pueda impulsar constitucionalmente los cambios que el país reclama a través de los mecanismos de control y de nuevos instrumentos legales.

En estos momentos confusos, la Asamblea Nacional sigue jugando un papel fundamental, siendo el deber de todos los venezolanos defenderla y respaldar sus acuerdos políticos, pues ello representa dos formas efectivas y por demás, cívicas de relegitimar su actuación y reivindicar la soberanía popular.

En 1999 permitimos que una Constituyente técnicamente cerrara el Congreso de la República; entonces una inmensa mayoría de venezolanos aceptaron esa medida, porque querían una vía expedita y rápida de resolver los problemas del país.

Más de 3 millones de venezolanos dijeron Sí a la Constituyente, pero más de 6 millones no dijeron “ni pio”. Así se inició el camino de una propuesta fraudulenta y por tanto, engañosa que hoy nos ha traído a estas páginas oscuras de nuestra historia, en la que estamos experimentando una guerra desigual entre un Pueblo sin armas y un Gobierno armado que se le olvidó aquél principio del Pueblo Protagónico y Participativo.

El problema no es cambiar de constitución, el problema inmediato es recuperar la institucionalidad para que desde ellas se inicien los cambios políticos necesarios para reencontrarnos con la democracia en un marco constitucional que permita restaurar el hilo constitucional y desde de allí impulsar las mejoras que son necesarias realizar en materia institucional, económica y de garantías constitucionales.

Son tiempos complicados, duros y violentos, pero no hay otra alternativa que tomar la calle y con la Constitución en la mano, reclamar respeto y buscar en los valores de nuestros ancestros la razón para rescatar a Venezuela.

[1] Suárez Figueroa, Naudy. Punto fijo y otros puntos. Los grandes acuerdos políticos de 1958. Fundación Rómulo Betancourt. 2006. Pág. 65

Artículo escrito para PolitiKa UCAB en mayo 5, 2017

 4 min