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Ignacio Avalos Gutiérrez

Beisbol, espejismo y perreo

Ignacio Avalos Gutiérrez

Aun cuando íbamos dos juegos abajo, había algo me decía que ganaríamos la final. De hecho, me atreví a hacer un boceto del artículo que escribiría esta semana, vanagloriándome de la victoria de los Tiburones de La Guaira, como Campeón de la Liga del Beisbol Venezolano, luego de una prolongada sequía que, sin embargo, no consiguió alejar a sus seguidores ni acabar con sus esperanzas.

Hice, pues, de tripas corazón, eche al basurero el borrador que recogía mi optimismo y conseguí redactar estos párrafos en los que traté, y creo que logré, disimular mi rabia (iba a decir arrechera) por la derrota sufrida en el último partido y me dispuse, así pues, a elaborar un texto apelando a la nostalgia, calcando, incluso, ideas que publique en diversos momentos a lo largo de los años que llevo como feligrés guaireño.

Un deporte embrollado (dicen)

Para conmemorar el triunfo de Venezuela en la Serie Mundial de Beisbol, el Presidente Isaías Medina Angarita declaro el día 22 de octubre de 1941, como fiesta colectiva y el beisbol se convirtió en el “Deporte Nacional”, quedando así en los libros de historia, pero sobre todo en la cultura vernácula, convirtiéndonos a todos en religiosos de una religión laica (si es que cabe la expresión).

El país ha convertido en su deporte favorito a este juego curioso hecho de interrupciones y vacíos, en el que durante la mayor parte del tiempo los jugadores parecieran ser observadores y no protagonistas, y en el que el equipo que ataca no es el que tiene la pelota. Un juego que se rige por reglas complejas, se calibra a través de sofisticadas estadísticas que reparan hasta el más mínimo detalle y no tiene límite de duración dado que no admite la posibilidad del empate. Para resumir sus paradojas suele decirse que es un deporte que se juega con una pelota redonda, que viene en una caja cuadrada.

Entre nosotros el beisbol se ha convertido, incluso, en una suerte de cédula de identidad que nos registra como fervientes partidarios de algún equipo, sin importar en absoluto que muchos no sepan lo que es un pisicorre o crean que el robo de base es delito, que el toque de bola sea una acción obscena que no se debe hacer a la vista del público, que el flay de sacrificio sea la inmolación de alguien o que el sweezze play sea una variedad del auto suicidio.

El beisbol es, por otra parte, el deporte que nos abastece de palabras y frases que en muchas ocasiones resultan imprescindibles para contarnos y explicarnos ciertos pasajes de nuestro camino por la vida. Los venezolanos estamos hechos de beisbol, es ésta una de las mejores maneras de definirnos, aunque no sé, por cierto, que dirán los antropólogos al respecto.

El Beisbol en medio de la crisis

Desde hace ya unas cuantas décadas, en el mes de octubre se inicia nuestra temporada de béisbol. En tiempos recientes, en algunas ocasiones no se ha podido llevar a cabo y en otras se han realizado en medio de innumerables obstáculos, derivados de la profunda, diversa y prolongada crisis que agobia al país.

Sorteando las dificultades, fui algunas veces, más bien pocas, al universitario. Me parecía que respiraba una atmósfera distinta a la de antes, No me acostumbre al escaso público, sobre todo en las gradas. No me acostumbré a un estadio demasiado silencioso. No me acostumbré tampoco a que casi no hubiera colas para entrar al universitario, ni tampoco para ir al baño. Tampoco a ver a alguien pagando una cerveza o unas papitas fritas con un fajo de billetes agarrados con una liguita, (por cierto, en esos días el bolívar circulaba como moneda nacional), contándolos con nerviosismo, y tal vez comparando la cantidad cancelada con la canasta básica o con el sueldo de un maestro o de un empleado público.

Era, en suma, un espectáculo muy venido a menos, incluido el nivel de calidad de los equipos. Como muchas otras personas, yo me dejaba caer de vez en cuando por las tribunas con la pretensión de guarecerme un rato, un rato que dura nueve innings, disfrutando de esa sabrosa sensación de normalidad y certidumbre, el revés de lo me encontraba apenas salía y ponía un pie en la calle.

Un espejismo

El año pasado Nicolás Maduro anunció un cambio en la dirección de su gestión. Desde hace un buen rato viene pregonando que “Venezuela se Arregló”, manteniendo la retórica revolucionaria, buscando dejar claro que por esta vía transitamos “nuestro propio modelo de socialismo”. Descrito en pocas palabras se ha adoptado lo que, dentro de un estilo más bien coloquial, se ha identificado como “capitalismo de bodegones”, expresión de un sistema que se desarrolla a través de “burbujas”, concebidas éstas como espacios reducidos, a los que sólo tiene acceso una minoría de los ciudadanos, dados los niveles de pobreza y desigualdad que retratan al país.

Seguramente Maduro dirá que nuestro beisbol se arregló. Que este último Campeonato de la Liga de Beisbol Profesional Venezolano fue un verdadero éxito: estadios con una muy buena asistencia del público, beisbol de altura, buena transmisión a través de un numero relevante de medios de comunicación y una serie final espectacular.

Cierto todo lo anterior. Pero deja una falsa impresión de la situación en la que se encuentra el país. La misma que dejan los concurridos conciertos musicales a los que asisten artistas de otras partes del mundo. La misma que dejan los bodegones, provistos de insólitas mercancías importadas. La misma que deja el estadio recién inaugurado por los lados de La Rinconada, a propósito de la Serie del Caribe, considerado el más grande de América Latina, copia del que existe en Washington, sede de un equipo de las ligas mayores.

Una falsa impresión digo, porque nada tiene que ver con el paisaje cotidiano del ciudadano común y corriente. Para éste es una realidad engañosa e ilusoria. Un espejismo

Yo, un Tiburón de a pie

Perdone, pues, que por enésima vez reitere por esta época en estas mismas páginas de El Nacional, que desde que tengo uso de razón beisbolística, soy seguidor de los Tiburones de la Guaira, equipo que he apoyado siempre, mediante adhesión que no necesitó de ninguna razón para ser, ni para transformarse, luego, en fidelidad vitalicia y a ultranza, sin condiciones que la sometan, se gane o se pierda, jugando bien o mal, con errores o sin ellos, bateando mucho o poco, sin importar, siquiera, que, en los últimos tiempos, el equipo pareciera haberse instalado en la derrota. Es la devoción a los tuyos en la alegría, en la angustia, el suspenso, la desesperación, el temor, el miedo, la zozobra, la tristeza, en la rabia de cada partido.

A los Tiburones les debo mucho de lo más grato de mi vida. Les debo la ocasión para el entretenimiento y la diversión. El motivo para una fe. El arraigo a una causa. El argumento de un sectarismo “light”. La razón basada en un fanatismo inocuo. El asidero para una ilusión anual. La identificación con una historia. La solidaridad con una fanaticada anónima, digna, entrañable e imprescindible. Le debo, en fin, parte de mi propia memoria.

A mi equipo le agradezco, además y por encima de todo, la salvación del terrible dilema de tener que ser caraquista o magallanero.

HARINA DE OTRO COSTAL

El “Perreo”

Este último Campeonato dejará no pocos recuerdos. Uno de ellos será, con toda seguridad, el “perreo” de Robert Acuña, excelente jugador de Los Tiburones de la Guaira, tras lograr un jonrón frente a los Leones del Caracas. Se trata de una vieja práctica, denominada antes de otra manera y en ocasiones prohibida, que se ha actualizado últimamente. Hoy en día es una suerte de coreografía realizada por un jugador después de haber realizado una gran jugada, bien sea un bateando o fildeando. El hecho ha causado una discusión entre quienes consideran que el “perreo” es una práctica vulgar y ofensiva al contrario y quienes argumentan que se trata de una demostración de júbilo, con visos artísticos.

Poco se dice que el ”perreo” es hoy en día, una práctica estimulada en las Grandes Ligas, consecuencia de ciertos estudios que demostraban una baja sensible en el interés de los jóvenes por el beisbol, palpable tanto en los estadios, como en los medios de comunicación, quienes lo apreciaban como un deporte muy lento, que acontece en medio de muchos paréntesis, hecho que no rima, desde luego, con la prisa característica de esta época digital, en la que ir despacio es casi un delito. Los nuevos análisis indican que, efectivamente, el “perreo” ha conseguido el objetivo: ha aumentado la cantidad de nuevos aficionados.

El Nacional

Sábado 4 de Febrero 2023

El primer siglo del Colegio San Ignacio

Ignacio Avalos Gutiérrez

El Colegio San Ignacio de Loyola fue fundado por los jesuitas a principios del siglo XX, en el seno de una sociedad que concebía la educación como una actividad laica y se mostraba poco empática con la idea de que la enseñanza pudiera tener un contenido religioso. Nació, pues, con el viento en contra, soplándole durante varios años por razones ideológicas y políticas, esgrimidas para adversar su presencia en el país.

I.

Tiempo después comienza otra historia, caracterizada (permítaseme el uso ligero de la manida frase), por la “coexistencia pacífica de la Iglesia y del Estado”. Tuvieron lugar, entonces, transformaciones generadas por la visón cambiante que emergía del propio colegio, vista la necesidad de ajustar su papel al ritmo en que iban cambiando las circunstancias nacionales, convirtiéndose en el epicentro de un ecosistema institucional en el que figuran hoy en día la Universidad Católica Andrés Bello, Fe y Alegría, el Instituto Universitario Jesús Obrero, la Organización Social Católica San Ignacio (OSCASI), la Asociación de Antiguos Alumnos (OASI), el Centro de Reflexión y Planificación pedagógica (CERPE) y otras organizaciones socialmente muy relevantes.

II.

Miro para atrás y aún siento cercano ese lunes de septiembre, en el que comencé a cursar el primer grado en el colegio, de la mano de las queridas e inolvidables monjas, las Hermanas de Cristo Rey. Al poco rato, casi sin que me diera cuenta, empecé la secundaria y me gradué de bachiller. Fueron, en total, once años en los que nunca me percibí inmerso en un proceso de adoctrinamiento, obligado a cumplir a rajatabla códigos rígidos e inmutables, sino, por el contrario, estimulado a pensar por cuenta propia, respetando las reglas obvias que garantizan la convivencia y el respeto entre compañeros y profesores.

Sali de las aulas ignacianas llevando conmigo un pequeño morral, en el que guardé los fundamentos necesarios para transitar la vida, a saber, la libertad, la ética y el respeto a quienes fueran distintos de mi en cualquier sentido. Entendí, sin estar plenamente consciente de ello, lo que varios años después leería en un texto de Fernando Savater, sosteniendo que “…si bien lo que sea la realidad no depende de nosotros, lo que la realidad significa sí es nuestra responsabilidad. Y por significado no hay que entender una cualidad misteriosa de las cosas en sí mismas sino la forma mental que les damos los humanos para relacionarnos unos con otros por medio de ellas"

III.

A diferencia de las telenovelas, la vida no transcurre de acuerdo a un libreto, no suele ir hacia donde uno la espera, al contrario, sobran las casualidades, los imprevistos, las confusiones y hasta los sustos. Lo que se precisa es ubicarse en ella, comprendiendo que el destino siempre lleva el sello de la cooperación, la reciprocidad, la ayuda y ese sin fin de términos que remiten a la solidaridad con los otros. Por eso conservo el referido morralito, buscando siempre actualizar su contenido – esto es, mis marcos de referencia-, de acuerdo a los nuevos tiempos, determinados por la profunda metamorfosis que experimenta el mundo entero, de la que derivan nuevas y numerosas preguntas que remiten, dicho sucintamente, a la necesidad de cuidar la Casa Común, como señaló en su encíclica el Papa Francisco.

IV.

Claro que atravesé por problemas y disgustos a lo largo de mi recorrido estudiantil, pero recuerdo con añoranza mi pasado, sin necesidad de hacer trampas con mi memoria. No lo echo de menos, porque guardo todavía su legado, incluidos muchos amigos que se han vuelto eternos. En cierta manera es un camino integrado a mi presente e incluso a mi futuro, aunque no he consultado ningún mago.

No encuentro, pues, manera de expresar mi reconocimiento al colegio. Tengo mil motivos, pero apenas diré, que para fortuna de los que estudiamos en el San Ignacio, el balompié fue parte medular del paisaje escolar, consecuencia del empeño puesto por los curas, sobre todos los de origen vasco. Llevo, pues, el fútbol en las venas y creo haber entendido que, conforme lo han escrito algunos filósofos y sociólogos, la “cancha es una metáfora de la vida”, aunque a menudo me ayuda pensar que la cosa es más bien al revés.

El Nacional, jueves 18 de enero de 2023

Se nos murió Pelé

Ignacio Avalos Gutiérrez

Tras unas cuantas semanas en las que distintos medios se encargaron de decirnos que había fallecido – seguramente usted ha oído hablar de la sociedad de la (des) información -, finalmente la noticia se hizo verdad: el penúltimo día del año pasado se nos murió Pelé, menos conocido como Edson Arantes Do Nascimento. Dio su último respiro en un hospital que lleva el nombre de Albert Einstein, vaya coincidencia, pues como escribió recientemente Juan Villoro, confirma la teoría de la relatividad: allí murió un inmortal.

La mascota del equipo

Supe de él en 1958, año en el que le tocó a Suecia ser la sede del Campeonato Mundial de Futbol. Durante todo un mes, el de junio, lo “vi” sentado en la sala de mi casa, con la oreja pegada al radio, oyendo la transmisión que hacía el periodista Felo Giménez, en vivo y directo desde Estocolmo, según presumía la emisora.

Aún tengo grabado en la memoria el partido final, celebrado entre el país anfitrión y Brasil, cuya selección incluía a un chamito de apenas 17 años, quien tuvo la desfachatez de anotar cinco goles, tres de ellos en encuentros previos, y dos contra los suecos, uno de los cuales quedó engavetado en mi memoria para siempre jamás. Así, quien al aterrizar el avión en tierras nórdicas parecía, por lo joven, ser la mascota del cuadro brasileño, paso a ser llamado muy poco después O Rey de Futebol.

Más tarde tuve la suerte de verlo, a propósito de un evento que se organizaba periódicamente, cada dos años, en Caracas. Se trataba de un cuadrangular que contaba con le presencia de los mejores equipos europeos y latinoamericanos. En esta ocasión pude mirarlo de cerca, desde las tribunas del estadio de la UCV, hasta donde me había llevado mi papá, quien no era muy futbolero que digamos, pero siempre supo comprender que la vida de su hijo transcurría alrededor del balón, a la vez que lo intrigaba qué diablos tendría de excepcional el tal Pele, capaz de generar en mí, semejante conmoción.

A Pelé lo encontré, entonces, más hecho como jugador, con un porte que lo alejaba del adolescente que mostraban las barajitas de mi álbum. Lo mire vestido todo de blanco con el uniforme del Santos, su equipo de toda la vida. Observándolo durante el calentamiento previo al inicio del partido, me vino a la cabeza un librito prestado por un amigo, en el que se explicaba que Pelé había nacido físicamente diseñado para ser futbolista, que cada detalle de su cuerpo, desde las orejas hasta las uñas del pie, respondía a las condiciones requeridas para desplegarse con la pelota a lo largo y ancho del campo. Mas allá de la seriedad académica del texto leído y de mi ignorancia en los asuntos que abordaba, a simple ojo de buen cubero yo intuía que los genes se habían encompinchado para producir al jugador que fue y nadie podía albergar la más mínima duda de que con el correr del tiempo sería, si es que no lo era ya, un grande entre los grandes del balompié mundial.

Dicho sin exagerar, no había cosa que no hiciera de manera especial, hasta insólita. Cabecear (media apenas 1.70), chutar con ambas piernas por igual, driblar, pasar, desmarcarse, en fin. Particularmente fue sobresaliente por su manera de amagar desde los movimientos de una cintura que parecía de goma, permitiéndole insinuar una maniobra, mientras realizaba otra que nadie sospechaba, ni siquiera sus propios compañeros.

México 70

Lo volví a ver, esta vez por televisión, en el Campeonato Mundial de 1970, con sede en México, comandando la selección brasileña, tal vez la mejor que haya existido en la historia del balompié junto, me parece, a la naranja mecánica holandesa de 1974, encabezada por Johan Cruyff.

A lo largo de los varios partidos disputados en suelo azteca, Pelé dejó la sensación de que cada jugada en la que intervino tuvo el toque propio de un mago, de cuyo sombrero sacaba una jugada que sorprendía a todos. Entre sus genialidades estuvo el que se considera el “mejor gol que no fue”, resultado de un doble amague ante Ladislao Mazurkiewicz, el gran portero uruguayo, que culminó con la pelota rozando el poste derecho, pero sin entrar en la portería

Su final en el Cosmos

Como han señalado diversos autores Pelé fue conocido mundialmente, gracias a las numerosas giras que realizaba con su equipo, El Santos, al final de las cuales volvía a Brasil y jugaba varios partidos del campeonato local

Como señala el sociólogo Pablo Alabarcés, fue tan famoso que, a finales de la década del 60, en una de las tantas guerras internas de la época colonial en África, en Biafra, en el viejo Congo, se firmó un armisticio para que todo el mundo pudiera ir a ver jugar a Pelé. El tema era que había que ir a verlo jugar al estadio, no había ni televisión, ni satélite.

Tal no fue el caso de Maradona, por ejemplo. La globalizacion y el desarrollo de nuevas tecnologias, permitieron que su carrera pudiera verse en todo el planeta con una frecuencia casi semanal.

Al término de su carrera con El Santos, Pelé se fue al Cosmos, equipo norteamericano, a fin de quemar sus últimos cartuchos, promoviendo el desarrollo del “soccer” en Estados Unidos. Supongo, igualmente que trataba de ganarse unos cuantos dólares, bastante más de los que se pudo guardar en el bolsillo durante toda su vida, pues en su época de oro el negocio del futbol no era ni la sombra de lo que represento luego y por tanto, el mercado internacional de piernas no funcionaba como en la actualidad. Además de que, por decisión del gobierno brasileño, el contrato de Pelé no podía negociarse, dado que su figura había sido declarada como “tesoro nacional”

Al currículum de Pelé no le falta nada importante, de lo que Google da buena cuenta. En la lista interminable de sus éxitos sobresalen, desde luego, los tres campeonatos mundiales que obtuvo con la camiseta verde amarilla. Imposible, así pues, no admirar a este gran jugador por sus hazañas en la alfombra verde.

Sobre gustos y colores no han escrito los autores, cierto, pero a pesar de ello me atrevo a mencionar, como los mejores futbolistas que yo he visto a Di Stéfano, Johan Cruyff, Maradona, Ronaldiho y, a la cabeza de todos, Pelé.

Posdata

No puedo terminar estas líneas sin señalar a manera de posdata, que me hubiera gustado que, fuera de la cancha, en vez de apagarlo, usara su poderoso micrófono para cuestionar a la dictadura brasileña de la década de los sesentas.

El Nacional miércoles 3 de enero de 2023

El Mundial de Quatar (como no acordarse de la mano de Dios)

Ignacio Avalos Gutiérrez

Hubo un tiempo en el que los partidos de futbol se llevaban a cabo sin que nadie se encargara de poner orden en la cancha. Se jugaban, así pues, a la buena de Dios, en modo caimanera. Pero, hacia finales del siglo XIX apareció el árbitro, consecuencia lógica de la existencia de ciertas reglas que, con modificaciones más bien menores, pautan el juego hasta nuestros días. Lo hizo acompañado de dos jueces, uno de cada equipo, cosa que no fue, desde luego, una buena idea, visto que muchas veces ocurría que costaba ponerlos de acuerdo en la apreciación de determinadas jugadas.

Un señor vestido de luto riguroso

Tiempo después cambió el esquema: el árbitro paso a ser la figura central y era el único que sentenciaba, mientras los dos jueces se transformaban en sus asistentes, con la limitada función de ayudar al árbitro principal, ubicándose en cada línea de la cancha, responsabilizándose, sobre todo, de la difícil tarea de sentenciar el “orsai”.

Al árbitro, siempre de negro, aunque últimamente se le permite alguno que otro color en la camiseta, se le ha dado, nada manos, que el encargo civilizatorio de regular la competencia en la cancha a fin de que no haya desigualdades ni violencia. Es, así pues, el custodio del “fair play” predicado por los fundadores del balompié, cosa que hace armado, apenas, con un silbato y dos tarjetas, una roja y una amarilla.

Encima de áspero e ingrato, su oficio es más complicado de lo que se suele reconocer. Su jurisdicción se extiende a lo largo de un enorme rectángulo y se prolonga durante noventa minutos en los que debe generar varias decenas de decisiones, en muchas ocasiones sin disponer de la información necesaria (puede tocarle el ángulo más inadecuado para percatarse de un empujón, por decir algo), aparte de que los jugadores siempre tratarán de engañarlo, simulando una falta, por ejemplo, un “piscinazo” dentro del área o un puntapié en la rodilla.

Su dictamen es observado por millones de personas que desde el estadio y en especial la televisión, lo miran mediante una lupa empañada por el prejuicio propio del fanático. Por otra parte, debe anunciar su veredicto al instante, no puede dejar pasar ni siquiera un nanosegundo a partir del momento en que se produjo la zancadilla o el planchazo. Se trata, finalmente, de una sentencia inapelable, nadie puede echarla para atrás, ni siquiera él mismo, no importa que el televisor demuestre, con ventaja y alevosía, que se confundió.

Por si fuera poco lo anterior, el referí es con frecuencia el perfecto chivo expiatorio que justifica, desde el punto de vista técnico y emocional, la derrota del equipo con el que se simpatiza.

El Futbol milimétrico

Desde hace un buen tiempo el arbitraje ha venido dando lugar a no pocas controversias, frente a las que se han planteado las ventajas que traería consigo el empleo de dispositivos tecnológicos en la administración de la justicia en el campo. Así las cosas, la FIFA se montó en la ola de las actuales transformaciones tecnológicas y aprobó el uso del VAR (video assistant referee) en el Mundial de Rusia (2018). Las malas lenguas, que en el ambiente futbolístico casi siempre dan en el blanco, señalan que con ello la organización pretende limpiarse la cara, luego del escándalo conocido como el FIFA(Gate) y mantener, como he dicho en distintas ocasiones, su rostro de inocente ONG. Gianni Infantino, su actual presidente, declaró sin siquiera pestañear, que “El VAR no está cambiando el fútbol, sino que lo está haciendo más limpio, más honesto, más transparente y más justo”.

El que se tiene en Qatar es una versión mejorada respecto al utilizado en Rusia. Según la descripción oficial, se apoya en doce cámaras instaladas bajo la cubierta del estadio que recaban desde distintos ángulos una gran cantidad de imágenes sobre los hechos que ocurren en el campo. E, igualmente, cuenta con un balón que incluye un sensor capacitado para enviar un paquete de datos 500 veces por segundo a la sala de vídeo, lo que permite detectar con precisión el momento en el que se chuta el balón.

Sin embargo, la aceptación del sistema no es unánime. Hay, desde luego, fervientes partidarios del VAR y de otras medidas tecnológicas, convencidos de que garantizan la imparcialidad, mientras que otros, tildados de nostálgicos, sostienen que, al eliminar el error arbitral, concebido como parte esencial del juego, pierde uno de sus encantos, motivo importante de las tertulias, condimento de un espectáculo que trasciende ampliamente lo ocurrido a lo largo del partido, además de que le quita dinamismo al juego, cargándolo de interrupciones que lo “beisbolizan”.

Adicionalmente se alega en su contra, entre otros factores, que infringe el espíritu del offside, una regla, concebida, dicho en pocas palabras, para proteger al portero de la ventaja desmedida de los delanteros. En efecto, la capacidad del VAR para apreciar una uña o el dedo gordo del pie del atacante, traspasando la invisible línea que comprueba si sobrepasa la posición del defensa contrario, además de hacer alarde de una exactitud milimétrica casi frívola, se brinca a la torera el sentido con el que se pensó dicha norma.

La Mano de Dios

Escribo estas líneas desde la añoranza por un episodio imborrable. Y lo hago sabiendo que como dijo el Gabo García Márquez, “la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y como lo recuerda para contarlo”.

En junio del año 1986, estaba yo sentado en las tribunas del Estadio Azteca, como uno más de los 80.000 espectadores del partido entre Argentina e Inglaterra, en el que se disputaba, en medio del contexto de la guerra de las Malvinas, el pase a las semifinales en el Campeonato Mundial de Fútbol, celebrado en México. Transcurría el segundo tiempo cuando Maradona hizo el primer gol, mediante un “puñetazo”, superando a Peter Shilton, el arquero inglés, notablemente más alto que él. El referí concedió el gol alegando que desde donde estaba, no pudo ver los detalles de la jugada, y el seleccionado albiceleste su fue arriba 1 a 0. Posteriormente y desde la otra cara de la moneda, el Pelusa marcaría el segundo tanto, tras recibir el balón en el centro del campo y driblar a media docena de rivales, inermes ante los quiebres del argentino, marcando el que aún sigue figurando como el mejor gol en la historia de los campeonatos mundiales.

Entrevistado al final del partido, cuyo resultado final fue 2x1 favorable a la selección albiceleste, Maradona señaló que el gol “fue un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”. Por su parte el arbitro declaro que desde el lugar donde se encontraba, no pudo apreciar la acción y por tanto concedió el tanto.

En la historia del Futbol esos dos goles de Maradona, ambos extraordinarios en medio de su contradicción quedaron grabados a tal punto que la historia del futbol no puede ser contada sin mencionarlos. Y los refiero no sólo para presumir de que estuve presente en el Estadio Azteca, sino porque suelen formar parte del alegato que fundamenta la necesidad del VAR.

La inteligencia artificial vigila la cancha

A partir de lo anterior trato ahora de examinar la experiencia de la nueva versión del VAR, a lo largo de esta primera mitad del Campeonato que transcurre en Qatar y pienso, antes que nada, en la digitalización como parte de la rutina que teje la vida en el mundo de hoy, en todos sus ámbitos.

De diversas maneras y en diferentes aspectos la inteligencia artificial ha llegado también a la cancha, con el fin de asegurar el estricto apego a las reglas que gobiernan sobre la alfombra verde, bajo la convicción de que disminuirán y casi se eliminarán, los gazapos en los que incurre el señor del silbato.

Sin embargo, no han sido pocos los reclamos al VAR durante este Mundial. El más emblemático ha sido el gol japonés frente a España. El mismo fue revisado en la sala de cámaras y quienes las operaban determinaron que el balón no había cruzado totalmente la línea de fondo y que en consecuencia el gol era válido, contradiciendo las imágenes de televisión que mostraban más bien lo contrario.

En suma, algunos especialistas advierten que el VAR no evita todas las pifias arbitrales, que los dispositivos tecnológicos que lo constituyen no se encuentran exentos de fallos y que pueden hacerse manipulaciones en la revisión de las jugadas e incluso en la selección o evaluación de las jugadas sometidas a su jurisdicción.

Más allá del debate estrictamente técnico, entendamos que el VAR es un sistema que depende de la FIFA. Difícil, entonces, que se maneje en función de otra racionalidad, distinta de aquella que caracteriza el gobierno de una institución cuyo oscuro expediente, elaborado casi a partir de su fundación, alimenta todas las sospechas imaginables y no creo exagerar demasiado.

Conclusión (mientras tanto)

En el marco de lo planteado cabe señalar que las actuales herramientas tecnológicas son, sin duda, de enorme utilidad, pero según lo sugiere el filósofo Daniel Innenarity, “… tienen una gran inexactitud social y puede estar ocurriendo que nuestras sociedades estén midiendo muy bien algo que no saben que es. La matematización de la realidad social es un instrumento indispensable pero tanto más útil cuanto más consciente se sea de sus limitaciones…”

No sé si este filósofo vasco haya pisado alguna vez una cancha, pero lo que escribe me suena que también vale cuando hablamos del fútbol.

El Nacional, jueves 8 de diciembre de 2022

Cerrado por futbol

Ignacio Avalos Gutiérrez

La Copa Mundial de futbol, fue inaugurada el pasado domingo en territorio árabe. Se estima que está siendo vista por cinco mil millones de personas, mujeres casi la mitad de ellas, señal de que el monopolio masculino en el balompié se erosiona notablemente. Estamos hablando, así pues, de alrededor de dos tercios de los ocho mil millones de habitantes con los que cuenta la tierra, exclusivamente pendientes de lo que ocurre en las canchas árabes, el doble de la audiencia que convocan Juegos Olímpicos.

Parodiando a Marshall McLuhan, considerado "el profeta de internet" al vaticinar con más de 20 años de anticipación la llegada de la era digital, durante un mes la vida de la mayor parte de nosotros transcurrirá en la Aldea Balón. Frente a lo anterior el escritor uruguayo Eduardo Galdeano habría dicho que el planeta se encuentra “Cerrado por Fútbol”

En estos tiempos la Patria ya no es lo que era, cierto, pero también lo es que resurge con regularidad cada cuatro años, gracias al futbol. Sin embargo, lo hace de otra manera, pues la bandera nacional que envuelve a los equipos es sostenida por jugadores de diversas razas, culturas, religiones, que coexisten bajo los mismos colores. Estamos, pues, frente a una de las paradojas de la “globalonización del planeta”.

El Mundial viaja a Quatar

La Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) determino en el año 2010, que el Campeonato Mundial sería en Quatar, un país pequeño ubicado el Golfo Pérsico, con poca tradición futbolística, a pesar de ciertas mejoras en los últimos años, pero con la suerte de estar sentado sobre la tercera reserva de gas y petróleo del mundo.

Siguiendo lo que es ya una tradición institucional, la sede fue vendida, en este caso a la familia Al Thani, propietaria, literalmente hablando, del mencionado país y a resultas de la operación salieron beneficiadas, en distintas formas, todas las organizaciones que vertebran a la FIFA

Doscientos mil millones de dólares, cifra que se dice fácil, le han permitido al gobierno de Qatar echar la casa por la ventana y no me refiero sólo a los imponentes estadios, sino a la mejora notable de Doha, su capital, a través de la construcción de hoteles y edificios, además de la renovación de buena parte de su red de transporte, incluida la construcción de un nuevo sistema ferroviario de metro. En buena medida todo ello fue posible, mediante la contratación de mano de obra migrante en condiciones de esclavitud, cuyo saldo fue alrededor de 6.500 obreros fallecidos, que forman parte de un cuadro trazado por la violación de los derechos humanos, de manera prominente los de las mujeres, que ha generado numerosas críticas sobre el evento, y que la FIFA ha tratado de encarar a punta de declaraciones y de algunas medidas que escasamente califican como paliativos. En relación con lo anterior es justicia mencionar que algunos otros reparos al mundial de Qatar han sido emitidos desde la pretensión de que Occidente es el paradigma de la civilización

El futbol debería más que pensar

Por más que reviso la lista, no encuentro ningún otro deporte más sencillo y fácil de entender, de reglas más elementales y con condiciones más a la mano para poder practicarlo. Es, además, el único que se juega con los pies y que admite el empate como resultado.

En términos generales la foto anterior apenas ha variado en los últimos ciento cincuenta años. Ciertamente se han modificado las estrategias del juego, la calidad de algunos de sus implementos, (balones, zapatos, vestimenta…), los métodos de entrenamiento orientados a la mejora de la condición física, así como otros aspectos, no obstante lo cual, sigue siendo básicamente el de hace siglo y medio. Pero, ojo, pues desde hace un buen rato emergen profundos cambios tecnológicos orientados cambiar medularmente el balompié, incluso como espectáculo.

El fútbol y los intelectuales no han tenido, históricamente, una relación muy cercana, y aunque hay excepciones, la mayoría de ellos se han mostrado algo displicentes (y hasta agresivos) con referencia al deporte más popular del mundo. En este sentido se ha vuelto paradigmática la frase del gran escritor Jorge Luis Borges, quien señaló que, “El Futbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”, el país que lo inventó bajo el formato que hoy conocemos.

Sin embargo, desde hace unos cuantos años para acá, las ciencias sociales y humanas lo han colocado en la vitrina advirtiendo que en el fútbol no solo pasan cosas que tienen que ver con lo que ocurre en la alfombra verde, ese rectángulo por donde el balón va de un lado a otro, pateado por los jugadores, siempre con el propósito de alcanzar la portería contraria.

Pasan también, y principalmente, cosas que tienen lugar en las tribunas de los estadios y sobre todo en las miles y miles de pantallas, cada vez más sofisticadas, diseminadas por todas partes, resignificándolo como espectáculo. La importancia social, cultural, política e incluso religiosa del fútbol, deriva precisamente de estos factores que lo envuelven, a los que se suma, además la forma como se gobierna desde la FIFA, esa corporación financiera “sin fines de lucro”, con más miembros que la ONU y que con su carita de ONG, mueve un dineral y controla, a su aire este deporte en todos sus escenarios, con excepción de las “caimaneras”, lo que cabe mostrar como algo a su favor.

Aún con todos los avances que se han logrado en su comprensión, a las ciencias sociales y humanas todavía les falta afinar los disparos para descifrar el futbol. Este debería dar más que pensar, como escribió Javier Marías

Qatar(sis)

El mundo se encuentra muy enredado, pareciera que los terrícolas sufrimos un ataque universal de insensatez, que carecemos del sentido común que se requiere para vivir en esta época. En tal contexto llegamos al mayor acontecimiento del deporte.

No son pocos los que lo han evaluado desde su función como “opio del pueblo” o como “pan y circo”, considerando el campeonato como un poderoso motivo para que los humanos olviden los severos problemas por los que atraviesa el planeta, y se den a la fuga, buscando establecer una distancia con respecto a la realidad, tratando de mirar hacia el otro lado, simulando que no ocurre lo que ocurre y, así, encontrar un refugio, suerte de paréntesis que los proteja del exceso de realidad que, pido perdón por haberlo repetido unas cuantas veces, es nocivo para la salud.

En mi caso personal, meto en el bolsillo mi condición de sociólogo y dejo libre la del futbolista de a pie, la que ejerzo desde los cuatro años de edad, pues según solía decirme mi mamá o al menos así le entendí, yo nací con todo y balón, con el alma en los pies. Para mi la cancha siempre ha sido una metáfora de la vida.

Haré, pues, catarsis durante un mes. Pero sin ignorar la tarea ineludible que tenemos los terrícolas: la de redefinir la manera como se desliza nuestra vida aquí en la tierra.

El Nacional, jueves 24 de noviembre, de 2020

Maduro viajo a Egipto (vestido de verde)

Ignacio Avalos Gutiérrez

El tema del cambio climático lleva bastantes años colocado en la tarima de las preocupaciones humanas. El profesor Google da cuenta, por ejemplo, de un informe de la Casa Blanca, divulgado en 1965, advirtiendo que la “utilización continuada de combustibles fósiles generaría transformaciones irreversibles y apocalípticas en el mundo”.

En la misma dirección un grupo de expertos de distintos países, agrupados en el denominado Club de Roma, señalaba, en su primera publicación, año 1968, los efectos del proceso productivo en la degradación de la naturaleza, señalando que si se se mantenía de acuerdo a la tendencia que mostraba en los últimos tiempos, el Planeta Azul se haría inviable en alrededor de 100 años. Pero tal diagnóstico no parece haber generado el susto suficiente. Salvo algunas medidas, más bien declaraciones (y no creo exagerar demasiado), la vida humana ha continuado como si el peligro no fuera tan peligroso. En efecto, a comienzos del 2022, la misma organización difundió su último estudio, manifestando que la situación actual ha empeorado ostensiblemente, comparada con la que había descrito hace medio siglo,

COP 27

Egipto fue el país escogido como sede para llevar cabo una reunión en torno al tema ambiental, iniciada hace pocos días en Sharm el Sheikh, un esplendoroso balneario envuelto en lujosos hoteles. Fue una designación polémica porque, además de la ubicación playera del encuentro, será aprovechada, según se dice, por el actual gobierno militar con el propósito de lavar su cara autoritaria y hasta presumir de sus avances ecológicos.

Me refiero a la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), que reúne a las 197 naciones que suscribieron la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992 y que hasta ahora se ha efectuado en veintisiete ocasiones, siendo ésta la segunda vez que se realiza en África.

El encuentro, que durara dos semanas, se ubica en un contexto complicado, marcado por la crisis energética global, la guerra en Europa, la inflación creciente y las tensiones geopolíticas, éstas últimas agravadas particularmente por China y Estados Unidos, que además son los principales “exportadores” de gases invernadero. Como es fácil suponer es poco favorable, además, dado que su asunto central es buscar la salida para las tensiones que han surgido entre los países ricos contaminantes y las naciones pobres que sufren las consecuencias climáticas.

Así las cosas, además de honrar los compromisos financieros pendientes desde la reunión anterior del COP, celebrada en Copenhage, habrá que responder a la pregunta de quién debe pagar los costos del calentamiento global, tomando en cuenta como se distribuyen los perjuicios que genera. Al respecto tal vez baste con tomar como ejemplo el hecho de que África, el continente más perjudicado, solo genera el 3% de las emisiones de gases efecto invernadero, mientras que China y Estados Unidos lo hacen con casi el 50% y no sufren, ni de lejos, las mismas consecuencias.

Maduro en la mejor versión de sí mismo

El presidente Nicolás Maduro, arribó el pasado sábado a Egipto y casi apenas de bajar del avión, declaró que “Nos toca a nosotros ser la voz de los pueblos del Sur para velar que se cumplan los planes de mitigación y de atención de lo que es un modelo capitalista destructivo, que genera la contaminación de mares, ríos, los gases de efectos invernadero que han generado el sobrecalentamiento del planeta tierra y los efectos que padecemos».

En el mismo sentido, expresó que “Venezuela trae una posición firme de acelerar los pasos para el cumplimiento de los acuerdos que se han firmado, así como de los procesos para que el modelo capitalista destructivo sea sustituido por un modelo humano y respetuoso”. Además, indico que “… en este espacio exigiremos desde el sur del planeta que haya un cambio en los sistemas desarrollistas altamente contaminantes de Europa y Estados Unidos”.

Enfundado en un traje verde, propio para la ocasión, dijo lo que dijo, como si en Venezuela no ocurriera lo que ocurre e ignorando las evidencias que muestran la decadencia ambiental del país, cuyo botón de muestra es la explotación del Arco Minero, al estilo capitalismo extractivista salvaje.

No es sólo un problema ecológico

El acuerdo en torno a la solución del problema del cambio climático tiene dimensiones colosales, que se expresan a través de miradas que varían según los países, las generaciones, el reparto de sus causas y de sus efectos, encima de que se carece de una institucionalidad que permita la gobernabilidad de un asunto que obviamente concierne a todos los terrícolas.

Pero el asunto va más allá, dado que las enormes dificultades medioambientales que encara el mundo se desprenden de la crisis del modelo que ha regido la forma en que se entienden así mismo sus habitantes, de relacionarse los unos con los otros y de vincularse con la naturaleza.

De paso, con estas palabras pareciera estar coincidiendo con Maduro. Pero, dicho con franqueza, no se si con idénticas palabras expresemos los mismo. Creo que no.

El Nacional, miércoles 9 de noviembre de 202

Joseito (en pocas palabras)

Ignacio Avalos Gutiérrez

Al final de la semana pasada falleció el Rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), Padre José Virtuoso Arrieta, conocido por todos como Joseito.

Hace un mes lo vi por última vez, apenas un rato, insuficiente para que pudiera percibir algún indicio que me insinuara que pronto tomaría el avión para irse, ligero de equipaje, como reza el poema de Antonio Machado. En fin, como en tantas otras ocasiones, también en ésta Joseito me agarro fuera de base.

Desde luego, no escribo estas líneas en el tono de “cumplir con el penoso deber de anunciar” que se murió, porque no expresa, para nada, la mezcla de emociones que me arropa, tejida seguramente desde la sorpresa y el asombro. Quizá la mejor manera de revelar lo que siento sea diciendo que lo empecé a echar de menos, al minuto de saber la noticia.

I.

Caraqueño con sangre siciliana, cura jesuita, profesor, investigador y escritor, Joseíto quiso y supo jugar varias posiciones en la cancha de la vida, incluso en aquellas que le eran “ajenas”, conforme a ciertas etiquetas al uso, prueba de que algunos prejuicios aún gozan de buena salud. Lo hizo siempre a partir de su bondad, su perseverancia, su inteligencia y su eficacia.

A lo largo de su gestión como Rector, iniciada en el año 2010, tuvo el viento en contra, fruto de la complicada crisis nacional, visible también, desde luego, en sus universidades, sobre todo en las públicas autónomas.

Sin embargo, plantándole cara a los obstáculos, la UCAB se fortaleció significativamente en función del propósito de “Construir Futuro”. Así, él y los que formaron parte del excelente equipo que lo rodeó, fueron capaces de aumentar sus recursos financieros, cosa que se dice fácil en estos días, orientándolos al mejoramiento de la universidad en el ámbito académico y al desarrollo o reforzamiento de diferentes programas sociales en varios sitios, todo ello buscando sintonizar con las oportunidades e interrogantes propias de este Siglo XXI, descrito por un extenso y heterogéneo menú de profundas y aceleradas transformaciones.

II.

No eludió la política, al contrario. La entendió como un derecho, además de un deber ineludible en estos tiempos venezolanos. Se mojó en sus aguas y arriesgo el pellejo, opinando e impulsando proyectos en un país extremadamente complicado, cruzado por múltiples y graves problemas que se entrecruzan y refuerzan.

Algunas de sus consecuencias han sido colocadas en el tapete mediante el diagnóstico periódico que se realiza, bajo la responsabilidad ucabista, en la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), cuyas cifras desmienten la versión oficial de nuestra realidad, la que pregona que “Venezuela se arregló”, desdeñando la sensación que embarga a la mayor parte de los ciudadanos, al vivir en una sociedad mal cosida, desarticulada, anómica, bajo formas de gobierno cada vez más autoritarias y, dicho sea de paso, aunque no tanto, en medio de los desatinos de quienes aspirar a representar otra opción política.

III.

Joseíto asumióó la política como el arte de armar los acuerdos básicos necesarios para darle un sentido de dirección a la sociedad y procurar el bien común. Como diálogo y negociación y, en última instancia, como el instrumento a la mano para hacer más previsible y confiable la vida colectiva, aceitar la normalidad de cada día y dejar siempre abiertas las puertas a la solución civilizada de las controversias, normales en cualquier colectividad.

Abundando en lo expresado arriba, debo mencionar que él fue uno de los iniciadores de la observación electoral nacional en Venezuela, a mediados de la década pasada, cuando formó parte de la directiva de Ojo Electoral (OE), antecedente institucional del Observatorio Electoral Venezolano OEV. Entonces, pude constatar cara a cara, su capacidad, su buen talante, su humor, así como el empeño que ponía en realización de nuestra labor.

III.

Tuve, pues, el orgullo de estar entre los no sé cuántos amigos suyos, pasando por alto, incluso, su horrible filiación beisbolística.

Ciertamente no lo veremos más, pero estará cerquita, convertido en una referencia (la resumiría como ética), para quienes de alguna forma supieron de él.

El Nacional, Miércoles 25 de octubre de 2022

Tejerías (algunas reflexiones que tal vez “estorben”)

Ignacio Avalos Gutiérrez

Han sido muy fuertes las lluvias durante estos días, a largo y ancho del país. Se trata de los típicos aguaceros de este mes, cuyo origen es, se dice, el denominado Cordonazo de San Francisco, que se muestra cada 4 de octubre con cierta extraña puntualidad. Es muy común que este fenómeno se repita en diversas partes del mundo en las mismas fechas, por lo que existe una gran variedad de versiones y leyendas al respecto. En buena parte de América Latina predomina la creencia de que ese día el santo sacude el cordón de su túnica para quitarle el agua que allí se ha acumulado y, al hacerlo, deja caer el chaparrón sobre la tierra.

En Venezuela, al igual que en muchos otros lados, los daños han sido graves, siendo la expresión más trágica y penosa de lo que ha ocurrido, Tejerías, una pequeña ciudad aragüeña, con apenas más de 50.000 habitantes, resquebrajada por las inundaciones, los daños en las vías de comunicación, las viviendas arruinadas, los damnificados y una cifra aún no determinada, de personas desaparecidas y fallecidas.

El reclamo de la naturaleza

Al margen de ésta y otras interpretaciones, lo ocurrido debe ser comprendido como una señal más del desbarajuste ambiental del planeta.

Las evidencias que arrojan, desde hace un buen rato, numerosas y variadas investigaciones sobre el Cambio Climático, son cada vez más rotundas. En el marco del escenario del calentamiento global, las condiciones meteorológicas extremas (fuertes lluvias, sequías, olas de calor, tormentas tropicales…) son cada vez más impredecibles, intensas y frecuentes. Y cono cabe imaginar, la biodiversidad está sufriendo claramente los efectos de lo anteriormente señalado. Pero no está demás advertir que la relación entre ambos fenómenos es de mutua dependencia, visto que las consecuencias generadas por la explotación desmedida y hasta brutal de los recursos naturales, empeora las condiciones climáticas.

El nudo problema se encuentra en la forma como nos entendemos y actuamos como especie. Los humanos no terminamos de asumir la tarea de rediseñar nuestros vínculos con la Tierra bajo un nuevo formato que implique interdependencia e interrelación. Encaramos, pues, la crisis de un modo de vida, afincado en la visión antropocéntrica, conforme a un modelo de desarrollo cuyo dogma es, en dos palabras, el “crecientismo económico”.

El problema ambiental está siendo reconocido como uno de los más graves y se han logrado acuerdos y medidas globales para enfrentarlo, importantes, cierto, pero insuficientes. En buena parte ello se debe a que las instituciones encargadas de la gobernanza planetaria se encuentran en mora respecto a las radícales transformaciones que necesitan para tener la capacidad de hacerlo. En suma, deben “aggiornarse” con respecto a la época actual, en la que, como se ha afirmado, “todos somos vecinos”, incluso en los riesgos.

Venezuela, muchas normas y pocas nueces

Nuestro país cuenta con un menú amplio de leyes, reglamentos y diversos cuerpos normativos e igualmente ha respaldado más de cincuenta acuerdos e instrumentos vinculados con asuntos que conciernen al medio ambiente y al cambio climático. Sin embargo, no se han traducido en medidas que mitiguen los problemas ambientales, quedando muy lejos de lo que marca la propia Constitución Nacional. Y para muestra de ello basta un botón, el Arco Minero.

Este proyecto fue desarrollado a pesar de los múltiples reparos (ecológicos, económicos, étnicos, legales…) que se le hicieron. El Presidente Maduro le dio fundamento describiéndolo como una iniciativa “profundamente soberana, ecologista y con una visión de desarrollo integral", dando a entender que se cumplía con el compromiso de llevar adelante un “socialismo ecológico, basado en una relación diferente entre los seres humanos y la naturaleza, garantizando el bienestar de las generaciones presentes y futuras”. Al contrario, lo que ha venido siendo es la explotación sin límite - ni en la intensidad ni en las maneras de hacerlo -, de los recursos naturales

Pero como dije, el Arco Minero es un solo botón. El registro de daños ambientales recoge otras muchas experiencias que explican por qué Venezuela ocupa los últimos lugares de América Latina, en lo que concierne a la protección ambiental en sus múltiples dimensiones. Y mejor no hablemos del proyecto de las Zonas Económicas Especiales, recientemente anunciad, remedo del capitalismo es su peor interpretación.

Razón tiene Juan Carlos Sánchez, profesor de la UCV y coganador del Premio Nobel de la Paz en 2007, como integrante de un equipo orientado hacia la protección del medio ambiente, dirigido por Al Gore), cuando señala que “Venezuela se comporta como si el cambio climático no existiera, o existiera solo para dar declaraciones en la ONU

“No estorben”

Como es lógico suponer, los periodistas de los distintos medios de comunicación se acercaron a Tejerías a fin de reportar lo sucedido, pero las autoridades militares les cerraron el paso. “No estorben”, se les dijo. Para informar están los medios públicos, se les señaló, sin que mediara ni siquiera un mínimo pestañeo.

Creo que sobran los comentarios. Sólo espero, pues, que el presente artículo no sea considerado como un “estorbo”, sino, apenas, el relato de un ciudadano de a pie, conmovido por la situación que ocasionaron las lluvias y preocupado porque el país, y muy en particular su gobierno, no atiende el asunto ecológico con un mínimo de sentido común, pensando en el futuro de los jóvenes, para que no sean ellos los encargados de pagar una factura que no les corresponde cancelar.

El Nacional, jueves 13 de octubre del año 2022.

La vida no cabe en un morral

Ignacio Avalos Gutiérrez

Los procesos migratorios han tenido lugar a lo largo de toda la historia de los seres humanos, al punto que hay quienes señalan que se iniciaron con la expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal, tras el incidente de la manzana prohibida. Su dimensión, así como las formas en las que hoy en día están ocurriendo, los han convertido en un factor esencial en la descripción de nuestro planeta.

Alrededor de 300 millones de personas viven en un país diferente de aquel en que nacieron y muchas más lo siguen haciendo transitando rutas rodeadas por riesgos y dificultades casi imposibles de imaginar. Se van a otro lugar, más bien huyen, cobijadas por la idea de que en cualquier otra parte se encontrarán mejor. Hace poco me tope con un Twitter del escritor Martín Caparros, que señalaba, sin que se le pueda tildar de exagerado, que “…en estos días, la migración aparece como la primera o segunda respuesta a los problemas: una opción tentadora para sobreponerse a la desgracia. O, peor: la única opción que se les ocurre para sobreponerse a la desgracia".

Sobra indicar que de acuerdo a varias investigaciones, una porción relevante de la población venezolana – próxima a los seis millones de personas, provenientes en su mayoría de los sectores más vulnerables-, también hace parte de las estadísticas que desentrañan una tragedia que en el discurso gubernamental pareciera no ocurrir o que, en todo caso, nada tiene que ver con la gestión Nicolás Maduro. Los informes a la mano apuntan que se ha transformado por completo la demografía nacional y coinciden en definir la situación como una de las más espinosas en la historia de América Latina, comparable con lo que ha sucedido (y sucede) en escenarios de guerra en otros continentes.

Migrantes a las puertas de la casa de Kamala Harris

Se advierte, así pues, que los flujos migratorios irregulares representan una de las amenazas más graves y complejas del siglo XXI, corolario de la precariedad que envuelve la vida de amplios sectores de la población, en medio de una creciente desigualdad, fruto de un proceso de desarrollo económico, cuyo guion pareciera pautar el ensanchamiento de la brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco. En efecto, la mitad más pobre de los habitantes de la tierra apenas posee el 2% del total de la riqueza, mientras que el 10% más rico dispone del 76%, hecho que se replica, en medio de sus lógicas disparidades, al interior de las naciones, incluyendo, dicho sea de paso, unas cuantas que se catalogan de “izquierda”, cosa que no digo sólo por China.

Por otro lado, habría que añadir un factor que oscurece aún más el horizonte. Se trata de eventos políticos (conflictos armados, golpes de Estado), de persecuciones étnicas y religiosas, así como de otras patologías sociales que se traducen en el odio y el desprecio a los migrantes, percibidos como distintos y convertidos en una amenaza para la identidad colectiva de las sociedades receptoras.

Igualmente se han incrementado las migraciones impulsadas por actores estatales que se valen de la desgracia humana con fines políticos, bien sea abriendo sus fronteras para desestabilizar a otro país, expulsando determinados grupos a sitios específicos o fomentando la ida hacia determinados territorios y perturbar su estabilidad.

En una tónica semejante cabe referir la noticia de que los gobernadores republicanos de los estados del sur de Estados Unidos despacharo hace pocos días a varios grupos de inmigrantes indocumentados hacia algunas ciudades regidas por el Partido Demócrata, incluyendo un centenar - entre ellos muchos venezolanos, fotografiados con su morral a cuestas -, que llegaron en autobús a las puertas de la residencia de la Vice-Presidenta Kamala Harris, tenida como la responsable de política migratoria de Joe Biden. El argumento que sustenta tales iniciativas descansa en la idea de que son los demócratas quienes deben asumir buena parte de la carga económica y política que se desprenden de las normas que han dispuesto en materia de fronteras.

Por si fuera poco lo anterior, también hay que mencionar las catástrofes ambientales, convertidas actualmente en la principal causa de los desplazamientos, al provocar sequías, huracanes e inundaciones, que llevan a la expulsión de sus tierras a millones de personas, señaladas como «refugiados climáticos» o, más ampliamente, «refugiados ambientales», que, por cierto, son ignoradas en el Pacto Mundial sobre Migración, el cual habla del migrante económico (que se desplaza «libremente») y del refugiado político (que huye «forzosamente»), pero no reconoce la figura del refugiado que se fuga del cambio climático.

La vida no es portátil

La migración nunca es cosa fácil, desde luego. La vida de los que se van no cabe en un morral, junto a algunas prendas de vestir, alguito para comer, tal vez un juguete o una golosina para el niñito que forma parte de la travesía y, si acaso, unos poquitos dólares.

No hay, así pues, espacio para los familiares, los amigos, el paisaje, los olores, el lenguaje con sus modismos, las costumbres, en fin. No se dispone, así pues, de un sitio para las cosas que han ido grabando la vida de cada quien, reflejo de una manera de pensar y de sentir colectiva que ha acompañado a los viajeros en su lugar de origen.

En suma, la vida no es portátil, conforme a la definición que da el diccionario: algo fácil de mover y transportar de un lugar a otro por ser manejable y de pequeño tamaño.

Un planeta agrietado

En síntesis, el siglo XXI es el escenario de una ola migratoria que impacta al mundo entero, creando nuevas contradicciones y conflictos y obligando a repensar las nociones de soberanía y ciudadanía, a crear nuevas formas de identidad, a concebir otro esquema institucional con el fin de reglamentar las relaciones internacionales y hacer más efectiva la gobernabilidad del planeta, muy venida a menos, tanto que la ONU se ha convertido progresivamente en una suerte de “jarrón chino”, dicho sea con todo respeto ( y mejor no conversemos de la calidad del liderazgo que nos ha tocado padecer).

Todo lo anterior muestra, junto a otros ingredientes, los serios aprietos por los que atraviesan los seres humanos por su manera de entender la vida, de colocarse frente a ella y de transitarla, conforme a un modelo que hace agua por muchos flancos.

Concuerdo con Zygmunt Bauman, el filósofo polaco, cuando escribe que la división de los humanos entre “nosotros” y “ellos” ha sido un rasgo inseparable del modo humano de ubicarse en el mundo durante toda la historia de la especie y que, dados los vientos que soplan en estos tiempos, hay que ampliar el concepto del «nosotros» bajo el marco de la cohabitación, la cooperación y la solidaridad humanas hasta abarcar el conjunto de la humanidad. Dicho de otra manera, se trata de asumirnos como una comunidad global y aprender a convivir a partir de nuestras diferencias.

Como bien dice Fernando Savater, el asunto no es, entonces, hacer una humanidad más productiva, sino producir más humanidad.

El Nacional, miércoles 28 de septiembre de 2022

Al pie del Reloj Universitario

Ignacio Avalos Gutiérrez

El pasado mes de junio se anunció el regreso a clases en la UCV solicitándonos a todos tomar las debidas precauciones, dado que el coronavirus no había (ni ha) desaparecido del todo. Esta medida marca el retorno a una institución que se ha ido desarmando desde hace casi dos décadas, como resultado de políticas públicas diseñadas para erosionar sus fundamentos y propósitos, buscando convertirla en una suerte de universidad “oficial” al servicio del país, quien sabe si bajo el formato del Socialismo del Siglo XXI o, más bien, del Capitalismo Autoritario que, según Nicolás Maduro, está “arreglando” a Venezuela.

Tras las vacaciones, la semana que viene nos toca volver a los espacios académicos. Ojalá que, como señalo el Profesor Victor Rago, exDecano de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales, el retorno sea la ocasión para crear un clima interno que favorezca un vigoroso debate sobre el estado de la universidad en los últimos tiempos. Tal debate, añade, debe servir no solo para que se analicen las amenazas externas, sino también para que se lleve a cabo un sincero escrutinio de sí misma y procurando los consensos que se requieren para su transformación. Nada de esto será factible, concluye, si no hay una incorporación de los universitarios a la institución en la mayor escala posible.

En el mismo sentido, me parece que es necesario, entonces, calibrarla desde el futuro. Mirarla en esta época en la que se van cayendo las certezas, haciendo saltar por los aires varias de las claves que venían modelando nuestra vida, dejándonos la sensación de que todo está a punto de ser otra cosa.

En este contexto hay, pues, que resetearla. Se trata de revisar la autonomía universitaria haciéndola girar en torno a la defensa de la libertad académica y, por supuesto, a su papel dentro de la sociedad, manteniendo su independencia y su espíritu crítico; de examinar su rol dentro del nuevo ecosistema de la educación superior, conformado por organizaciones privadas, empresariales y corporativas, colegios universitarios, universidades tecnológicas, institutos tecnológicos, universidades especializadas, etcétera; de aceitar los mecanismos orientados a su integración en redes académicas de cooperación, tanto a nivel nacional como internacional, asumiendo la perspectiva de la llamada glocalización; de modificar los procesos de transmisión del conocimiento, trasladando el énfasis de la enseñanza hacia el aprendizaje, subrayando el rol del estudiante, además de reemplazar los currículos rígidos por programas elásticos capaces de abarcar los intereses de los alumnos; de fortalecer la educación virtual, regulándola y armonizándola con la educación presencial; de intervenir la estructura académica haciéndola más dúctil, reemplazando la tradicional división de las facultades, escuelas y departamentos, por esquemas organizativos que abran paso al abordaje de temas y problemas desde la perspectiva transdiciplinaria e interdisciplinaria, integrando las (mal) denominadas ciencias “duras” y “blandas”; de encarar, así mismo, el asunto de la ciencia abierta, del conocimiento como bien público y, en general el tema de la propiedad intelectual, cuestión que se encuentra la mesa de discusión a nivel mundial y cuya relevancia aumentó a partir de la pandemia; y de prestarle atención a la diversificación de las fuentes de financiamiento, evaluando sobre todo, el impacto que pueden tener en perjuicio de la autonomía académica.

Las líneas precedentes son apenas el esbozo de un asunto ineludible, pero creo que sirven para asomar la importancia de iniciar, con premura, la tarea de resignificar la concepción y funcionamiento de la universidad, a pesar de que los vientos que soplan le quieran llevar la contraria.

Habrá, pues, que encontrarnos todos al pie del reloj.

HARIA DE OTRO COSTAL

Hace pocos días murió Javier Marías, el gran escritor español, cuya obra estuvo en varias ocasiones a punto de llevarlo hasta el Premio Nobel de Literatura. Presumo de haber leído varias de sus novelas y ensayos, también sus artículos en la prensa y de casi aprenderme de memoria “Salvajes y Sentimentales” (Letras de Futbol), un libro que hubiese querido escribir yo.

El Nacional, miércoles 14 de septiembre de 2022