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Ignacio Avalos Gutiérrez

La hormiga es un animal politico

Ignacio Avalos Gutiérrez

En estos días, en la mitad de una tarde ociosa, sin ninguna brújula que le diera algún sentido, decidí ejercer mi derecho constitucional a la evasión, esto es, a darle la espalda a la realidad como si ella no estuviera haciendo de las suyas. Estando, así pues, en plan de haragán, me encontré en un viejo escritorio con distintas carpetas que llevaban largo tiempo engavetadas, sin que se supiera si su destino final era el basurero o pasarían algún día a la categoría de reliquia familiar. Descubrí, entonces, una pequeña libreta que recogía en cuatro o cinco frases cortas y deshilvanadas, con la letra propia de un chamito de 10 años, las “reflexiones” que nos hicimos mi hermano Francisco y yo, tras espiar por un rato, durante dos o tres días, cómo transcurría la vida de las hormigas en un pequeño jardín, ubicado al lado de nuestra casa

Las hormigas ¿son de izquierda?

A los dos nos llamó la atención ver como esos animalitos eran capaces de mostrar semejante disciplina. Los veíamos formando hileras, yendo y viniendo con una coordinación sorprendente, muy distinta, por cierto, al desacomodo que veíamos en el colegio cada vez que se llamaba a filas para entrar al salón de clase o se intentaba comprar un helado durante el recreo. Estos insectos, en cambio, colocaban el interés individual al servicio del afán colectivo, o sea, el orden socialista, según nos enseñó después, a la altura de nuestra adolescencia, un compañero sabihondo, bastante mayor que nosotros, sentando catedra desde la autoridad de le daban sus lentecitos, propios de un intelectual que se cree sobrado y al que ningún asunto le resulta ajeno. De paso, más nunca lo he vuelto a ver, pero siento curiosidad por saber lo que diría respecto al grado en que se ha desdibujado (¿corrompido? lo que hoy en día se describe como socialismo.

Recuerdo el asombro que nos producía ver a las hormigas cargando ramas o pedacitos de quien sabe que cosa que las triplicaban en tamaño y peso, turnándose unas a otras, hasta desaparecer por la entrada de su nido, un agujerito perfectamente bien hecho. No entendíamos bien cómo eran tan inteligentes observando que lo que pareciera ser su cerebro, no alcanzaba a ser la mitad de la punta de un alfiler.

Hablan los mirmecólogos

Desde la evocación de las noticas escritas en nuestra niñez, la semana pasada me di a la tarea de buscar en internet alguna información sobre estos insectos, en particular algunos trabajos de Klaus Jafée, un excelente científico de la Universidad Simón Bolívar a quien conozco desde hace tiempo y al que tenía casi una eternidad sin ver, hasta que la diosa casualidad hizo que nos encontráramos hace pocos días. Se trata de un investigador que convirtió a las hormigas en uno de los temas medulares de su vida académica, mientras a varios de sus amigos nos lucía, desde nuestra casi infinita ignorancia, que había escogido una tarea entre esotérica e inútil, por decir lo menos.

Con el Profesor Google me enteré de que partir de sus trabajos sobre los insectos, mi amigo Klaus incursionó en el estudio de las sociedades humanas, desarrollando modelos para hacer simulaciones con estas últimas, con el propósito “… de estudiar el efecto de diferentes reglas, restricciones y comportamientos sobre la evolución de la cohesión social”.

Picado por la curiosidad lance la red para ver cuáles otras cosas podían pescarse en la pantalla de la computadora, acudiendo también a otros mirmecólogos, como son identificados los investigadores dedicados a explorar estos animalitos. Así, me fui enterando que las hormigas llevan 120 millones de años viviendo sobre la faz del planeta, que actualmente hay alrededor de 14.000 especies distintas y que forman sociedades cuyo nivel de complejidad se puede equiparar al de las humanas, planteando cuestiones de enorme importancia para biólogos, psicólogos, sociólogos, físicos, matemáticos y similares.

El estudio de las hormigas, así como el de otros insectos, remite, según fui aprendiendo, al análisis de los niveles de organización y de selección, esencial para comprender el funcionamiento y evolución de sistemas biológicos complejos en los que están involucrados desde los genes hasta los diversos factores socioculturales. Los exámenes realizados han ido determinando que la organización de las hormigas tiene cuatro características fundamentales: 1) división del trabajo reproductivo; 2) cooperación en el cuidado de las crías (la descendencia ayuda a los progenitores durante su vida); 3) varias generaciones de adultos que ayudan al cuidado de la descendencia y 4) altruismo.

Desde la protección mutua hasta la elección del nido, todas las decisiones que afectan a la colonia de hormigas se toman en común. Sin ser democráticas, se afirma, las colonias de hormigas tampoco son autocráticas. Las jerarquías han sido reemplazadas por redes de trabajo compartido. Cada individuo actúa de manera independiente, cargado con la empatía suficiente para buscar el bien común, que también es de él, ya que no puede vivir sin la sociedad de la que forma parte. Hablan los especialistas de una suerte de inteligencia colectiva, que ha inspirado el desarrollo de la inteligencia artificial.

En términos generales, actualmente la investigación tecnocientífica ha ampliado notablemente sus campos de interés y los encara a través de nuevos esquemas que implican la interdisciplinariedad, a fin de poder analizar sistemas complejos, resultado de múltiples y variadas causalidades, propias del mundo en el que ahora vivimos.

En este sentido, comprender cómo tienen lugar las interacciones entre los genes y el medio ambiente y entender como influyen en el comportamiento social es un objetivo fundamental de las investigaciones actuales. Estos temas, argumentan los expertos, son fundamentales para entender las dinámicas económico-sociales de nuestros países y el mundo.

Hagámosle caso a Aristóteles

Tomando en cuenta los resultados que vienen arrojando los estudios realizados por los mirmecólogos y observando, por otro lado, las complicaciones por las que atraviesa el planeta, cuyo origen proviene en buena medida de una crisis política (y de civismo), evidencia de nuestra incapacidad para vivir juntos con base a ciertos esquemas de regulación, para trazar objetivos compartidos y alcanzarlos a través de distintas maneras de colaboración y para sortear pacificamente los conflictos y las diferencias, ¿no sería bueno, me pregunto, ponerle la lupa a estos animalitos a ver si se nos pega algo, dándole la razon a Aristóteles, considerado como precursor de als sociobiologia, quien catalogó a la hormiga como un animal político, esto es, un animal que se organiza en función de la convivencia.

HARINA DE OTRO COSTAL

Llegandito de su gira por varios países y apenas terminando de bajarse del avión, Nicolás Maduro reunió al Consejo de Vicepresidentes Sectoriales del Gobierno y anunció la creación de la Vicepresidencia de Ciencia, Tecnología, Educación y Salud.

El país que avance en estas áreas, declaró, “… ira a la vanguardia y ese país será Venezuela.” Me hago eco de la noticia porque tantos años después, aún no logro entender por qué el Gobierno tiene como costumbre asumir que el desarrollo en los distintos escenarios y la solución de los distintos problemas que agobian a nuestra sociedad, se resuelven cambiando el organigrama que dibuja la estructura burocrática del Estado.

Con este comentario, regreso a la realidad. De paso, me gustaría saber que cual sería la opinión de las hormigas, respecto a la decisión mencionada.

El Nacional, miércoles 22de junio de 2022

Davos: (casi) nada nuevo bajo el sol

Ignacio Avalos Gutiérrez

En días pasados se llevó a cabo la reunión anual del Foro Económico de Davos (World Economic Forum), evento organizado en torno a una agenda amplia, que incluía los problemas que más ocupan y preocupan a la humanidad en estos tiempos. Como se sabe, este encuentro presenta una suerte de resumen sobre el estado del mundo, elaborado desde el punto de vista de empresarios, líderes políticos e intelectuales, cuyas opiniones y acciones pesan mucho, para bien y para mal (y también para todo lo contrario) en el destino de nuestro planeta.

Una vez terminada la pandemia de covid-19, el encuentro vuelve al formato presencial después de dos años. Es éste el evento número 51 y ha sido denominado” La Historia en un Punto de Inflexión”, haciendo alusión al hecho de que “… es la primera cumbre que reúne a los líderes mundiales en esta nueva situación caracterizada por un mundo multipolar emergente como resultado de la pandemia y la guerra", según declaro en su discurso de apertura Klaus Schwab, su fundador. El evento duró una semana y congregó 2.500 personas, consideradas como muy influyentes en sus respectivos escenarios. Como resulta fácil suponer la apertura del acto estuvo marcada por la situación de Ucrania (Rusia no fue invitada) y lamentablemente las conclusiones a las que se llegó tras una semana de trabajo, no perecieran haber dado respuesta a las complicadas interrogantes que esboza esta segunda década del Siglo XXI.

El decálogo de los problemas actuales

La llamada Agenda Global que se elabora con motivo de estos congresos, identificó en esta ocasión diez tendencias que configuran la realidad mundial, definidas a partir de diversos estudios y que, expuestas en orden de importancia, son las siguientes:

1) La desigualdad creciente, percibida como un gran problema tanto en los países del África subsahariana como en Estados Unidos, al tiempo que la brecha de ingresos se agranda en Asia y América, persiste en Europa y amenaza el crecimiento en África.

2) El alto nivel del desempleo, incluso en países que muestran cierto crecimiento económico, mencionándose, aunque muy de pasada, la necesidad de un nuevo contrato social que refleje las consecuencias de las distintas transformaciones digitales en la redefinición de las relaciones obrero-patronales).

3) La debilidad y el desatino del liderazgo mundial, con respecto a los numerosos y graves problemas que le toca enfrentar.

4) Las dificultades geoestratégicas asociadas a la desglobalización, al avance de los nacionalismos y a las fisuras que muestra el multilateralismo.

5) El notable debilitamiento de la democracia y de la política, mientras se fortalece el autoritarismo en distintos formatos, sacando grandes ”ventajas” de las posibilidades que abren las tecnologías digitales.

6) El aumento de la contaminación en el mundo en desarrollo.

7) La mayor frecuencia de catástrofes naturales, directamente relacionadas con el cambio climático.

8) El avance del nacionalismo, que tiende a justificar la defensa de lo propio ( culturas, tradiciones e identidades…), acompañado por un gran sentimiento antinmigración.

9) Disponibilidad y acceso al agua.

10) La crisis de la salud y sus repercusiones en la economía.

En suma, se trata de un decálogo en donde no hay nada que sorprenda. Nada que no se haya dicho así o de manera parecida en anteriores reuniones. Nada que no haya que seguir diciendo más veces hasta que se traduzca en medidas que mejoren el planeta en el que vivimos.

¿Transformar el capitalismo?

«Estamos en una encrucijada crítica, un período de decisión que dictará la salud y viabilidad de nuestra civilización», declaro Al Gore en la reunión. Es, la suya, una apreciación que resulta medular para captar lo que esta ocurriendo con nuestro planeta. Refiere a lo que en varias investigaciones se ha calificado una “Crisis Civilizatoria”, expresada en desacomodos profundos, particularmente graves por su origen común y convergencia, resultado de un modelo de desarrollo que, dicho en breve, instaura la manera como los humanos se relacionan entre sí y con la naturaleza.

Se habla, así pues, de una crisis que interpela al capitalismo como modelo (de paso, ¿los chinos también?) y coloca sobre la mesa la necesidad de someterlo a cambios drásticos, según lo han señalado economistas como Joseph Stiglitz y David Collier y, desde una perspectiva estimada como más radical, Tomas Piketty y Mariana Mazzucato. Uno tiene la impresión de que durante la convención este asunto no recibió la atención que merecía, lo mismo que ocurrió con el tema de la democracia, no obstante haber sido señalado este último, como una de las diez tendencias que perfilarán al mundo.

En este sentido, el filósofo español Daniel Innerarity habría dicho, de haber sido invitado a Davos, que la política que opera hoy en día en entornos que se han modificado sustancialmente, no ha encontrado, todavía, su teoría democrática. “Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad. Se requiere otra forma de pensar la democracia, otro modo de gobernar si queremos que la democracia sea compatible con la realidad compleja de nuestras sociedades”. En suma, nos llama a reflexionar sobre “… si puede sobrevivir la democracia a la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, de los algoritmos...”.

Una Nueva Agenda Humana

El intelectual israelí Yuval Harari, quien estuvo presente en la penúltima cita del Foro Mundial, concluyó el discurso que pronunció señalando que “… tenemos que reconocer, que no sabemos lo que está ocurriendo…”, al tiempo que recalcaba la urgencia de “… formular una nueva Agenda Humana que determine qué hacemos con nosotros mismos.”. Creo que de esta manera describe muy claramente la tarea pendiente y establece cuan lejos estamos de concretarla en políticas que se traduzcan, sin más demoras, en las transformaciones correspondientes.

La duda que queda en el aire es si los habitantes de este planeta asumiremos nuestra condición de terrícolas y conseguiremos llegar a los acuerdos necesarios para lograr, como lo manifestó Al Gore, la “viabilidad de nuestra civilización”

El Nacional, jueves 9 de junio de 2022

Me invitaron a tomar un café por Zoom

Ignacio Avalos Gutiérrez

Los terrícolas estamos siendo ubicados, generacionalmente hablando, a partir de la manera como encaramos las nuevas realidades engendradas por las veloces transformaciones digitales que vienen ocurriendo. El mundo actual es muy distinto al de hace relativamente poco, y genera miradas parecidas, pero a la vez distintas de acuerdo con la edad que se tenga.

La clasificación demográfica a partir de este último criterio ha recibido algunas observaciones. Se dice, sobre todo, que las categorías elaboradas dan cuenta fundamentalmente de la realidad norteamericana, y que han sido ideadas por los especialistas en marketing, Pero más allá de la crítica académica, tales agrupaciones son de uso común y brindan una perspectiva interesante y útil que retrata grosso modo la vida de las personas en un escenario cada vez más digitalizado, a partir de sus respuestas ante lo que sucede a su alrededor en virtud de las alteraciones que, como señalé, van emergiendo con inusitada rapidez.

¿Regresar a cuál normalidad?

El desglose por la edad establece diferentes generaciones que van desde los denominados Baby Boomers, nacidos entre 1946 y 1964 (actualmente tienen entre 57 y 75 años), hasta los de la Generación Z, correspondiente a los nacidos entre 1997 y 2015 (hoy en día cuentan entre 6 y 24 años).

Hace poco más de dos semanas un amigo, ubicado hacia la mitad de la tabla de los conjuntos digitales mencionado, y a quien había perdido de vista desde hacía un largo tiempo, me llamó para proponerme que nos encontráramos para vernos y echarnos los cuentos de la vida de cada uno. Le sugerí un lugar equidistante y agradable y me dijo que a él le provocaba más bien que nos tomáramos un café por zoom y conversáramos un rato, no muy largo, me advirtió, porque en una hora debería estar como ponente principal en una conferencia de gran importancia, cuyo tema no recuerdo.

AL fin lo convencí y, terminado nuestro diálogo de cuarenta minutos, una vez de regreso a mi casa y tumbado en la cama, me asaltaron las mismas inquietudes de cuando el país atravesaba la mitad de la pandemia, asumidas y sentidas desde mi perspectiva de “inmigrante digital”, cosa que digo porque no siento ninguna preocupación, caso de que se me caiga la cédula. Repasé, pues, varios estudios que había leído e incluso dos o tres artículos escritos en estas páginas, convenciéndome aún más de que la solución a muestras dificultades, sacadas a la luz por el COVID, no pasaba por “volver a la normalidad”, pues eran sus lodos los que en buena medida habían causado los desacomodos del planeta, originados por la manera en que los humanos concebíamos la vida dentro de un modelo de desarrollo que hacía agua por varias partes, centrado como estaba en torno al crecimiento permanente del PIB, aún cuando se le pusieran al lado otros termómetros que insinuaban cierta preocupación por las desigualdades sociales o el cambio climático, por ejemplo.

¿Ir, entonces, a la “nueva normalidad”?

Todavía bajo el impacto de la sugerencia del cafecito virtual de mi amigo, me dedique a pensar sobre cual sería nuestra nueva normalidad calibradas de las notas que había tomado de varios libros y documentos. Así, en una de mis libreticas encontré una nota en la que José María Lasalle, filósofo español indicaba, palabras más palabras menos, que entre las consecuencias originadas por el por la Covid-19 en el planeta, destacaba el paso de una “transición digital” a un “nuevo status quo”. La razón principal radica en que nos hemos digitalizado a una velocidad y a una escala sin precedentes en la historia, que nos han sorprendido sin respuestas para entender los cambios que tienen lugar, ni ideas para establecer las reglas de juego que los permitan orientar y regular.

Así mismo, el citado autor, junto con otros que también militan en el mismo punto de vista, subraya la necesidad de promover políticas públicas que le den sentido cívico y ético a la revolución tecnológica y trasciendan los modelos de sociabilidad digital de los que se aprovechan las grandes corporaciones tecnológicas, al monetizar un control eficiente diseñado para consumidores y usuarios, y no para ciudadanos.

Se trata de adoptar de un humanismo tecnológico que empodere a las personas y les confiera la responsabilidad de dar sentido a los datos, los algoritmos, la inteligencia artificial y las máquinas, con el fin de fundamentar una respuesta que impulse un conjunto de normas que controle democráticamente la tecnología, que emancipe al ser humano de ella, lo resignifique como ciudadano, que decida sobre el impacto que tiene en él y que no haga de la desinformación y las fake news, sus prácticas más recurrentes, Apremia, en suma, la necesidad de llevar a cabo ciertas consideraciones que ponderen la influencia que ocasiona la inmersión digital sobre nuestra personalidad, sobre nuestros valores, sobre el respeto a nuestros derechos fundamentales o sobre la fortaleza de nuestras democracias.Por otro lado, se sostiene la opinión de que este entorno ha ido produciendo mutaciones relevante en el ámbito social y cultutal. Se ha alterado el tipo de relaciones humanas cuantitativa y cualitativamente. Viviendo online tantas horas, surge una realidad paralela que está sustituyendo a la realidad física, no en balde se habla ya del “Homo digitalis”

El sociólogo Manuel Castells perfila la que define como una “Sociedad Red”, cuyas características modifican las pautas que rigen la manera como nos plantamos y vinculamos en la sociedad. En este sentido, los investigadores han hecho gran hincapié en que las características más destacadas de estos grupos digitalizados en todas partes del mundo son el distanciamiento y aislamiento físico y social, y sus consiguientes repercusiones en el desenvolvimiento socioemocional. Al respecto se ha registrado un aumento visible en las cifras de los trastornos de salud mental, especialmente estrés, ansiedad, depresión, soledad, apatía, dispersión, insomnio, adicciones, etcétera, datos que sobresalen entre la población más joven.

Predomina la visión distópica (pero la suerte no está echada)

Nos encontramos en las profundidades de la era digital. La vida está siendo diagnosticada como cada vez más pública, abierta, externa, inmediata y expuesta. De acuerdo a lo que señala el Profesor Edward Mendelson, gracias a los smartphones, las experiencias y emociones que considerábamos propias de la vida interior han quedado a la vista de todos. Un nuevo mundo público ha comenzado con la revolución tecnológica incluyendo una manera inédita de entender el “yo”.

Finalmente, cabe concluir estas líneas con unas palabras de Mario Stofenmacher: La sociedad pasó de ser “…una sociedad analógica, basada en papel, a la espera de que nos cuenten las cosas, a una sociedad digital, donde nosotros tomamos el mando y buscamos, decidimos y actuamos. No es solo “no paper”, sino actuar con un clic…”. Y es una realidad porque hoy en día casi todo se encuentra al alcance de un clic. Agrega Stofebmacher que el tema menos explícito es un nuevo concepto del yo ubicuo, permeable y efímero, en el que la experiencia, los sentimientos y las emociones que solían estar en el interior de nuestro yo, en relaciones íntimas, y en objetos tangibles e invariables –lo que William James llamó “el yo material”–, ha emigrado al celular, a la “nube” digital, y a los juicios cambiantes de la masa.

Un café por zoom, ni de vaina

Así las cosas, se encuentra planteada la confrontación entre una visión distópica y una visión utópica con relación a la evolución y los impactos de las tecnologías digitales. La balanza pareciera inclinarse hacia la perspectiva distópica, dominada por el determinismo tecnológico. Pero como he señalado en otras oportunidades, la suerte no esta echada. Crece la conciencia sobre la enorme importancia del tema y con ella la necesidad de orientarlo en función de patrones éticos que conciban la vida, no como una carrera acelerada y constante hacia quien sabe dónde, sino como una reivindicación en muchos sentidos de nuestra condición humana, en forma de ciudadanía general, apegada a un catálogo de nuevos derechos y garantías que den forma y establezcan una ciudadanía digital, plataforma de una ciber democracia que, dicho sea de paso, no tenga nada que ver con el Leviatán de Thomas Hobbes

Como muy bien lo resume la profesora Shoshana Zubof, de lo que se trata es de “La Lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder”.

El Nacional jueves, 25 de mayo 2022

El Premio Polar

Ignacio Avalos Gutiérrez

La semana antepasada se presentó, como ha sido usual cada dos años y durante tres décadas, a los investigadores que obtuvieron en su edición XX, el Premio Fundación Empresas Polar “Lorenzo Mendoza Fleury”.

Coloquialmente conocido como el Premio Polar, fue pensado con la idea de promover la valoración pública de la ciencia por parte la sociedad. En este sentido, diversos estudios realizados en América Latina (inclusive Venezuela), buscando medir el interés de las personas y tratando de determinar que fuerza tiene en este ámbito el concepto de ciudadanía, han revelado, en general, que, si bien hay avances, aún queda un buen trecho por caminar en todos los países. Y, por otro lado, fue concebido con la finalidad de subrayar la gran relevancia de la investigación, sobre todo en este momento en el que nuestras capacidades tecnocientíficas se han venido abajo, situación de la que la que dan testimonio, la fuga de talentos, el descalabro de los laboratorios y el proceso de “desaprendizaje tecnológico” que ha sufrido el sector productivo.

Mediante un largo y cuidadoso proceso, permeado por un ritual (los ritos son necesarios, según quedó expresado en El Principito, el magnífico relato de Antoine Saint Exupery), los biólogos Oscar Noya y Jorge Luis Ramírez y el químico Jaime Charris, los tres de la Universidad Central de Venezuela (UCV), la astrofísica Gladis Magris (del Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA) y el matemático Neptalí Romero de la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado (UCLA), fueron los investigadores seleccionados como los ganadores del premio en esta ocasión, mismo que les será entregado próximamente en un acto público.

Según el criterio del jurado, cada uno de ellos cuenta, en su campo respectivo, con una obra sobresaliente, a pesar, piensa uno, de tener el viento en contra como consecuencia de unas políticas públicas inestables, incompletas, descompaginadas y hasta contradictorias, que han dejado un saldo muy por debajo de lo que auspiciaban los discursos y planes gubernamentales en los comienzos de este siglo y, asimismo, de lo que prometían los fondos disponibles para promover la expansión de las capacidades tecnocientíficas, asunto que, repito, debe ubicarse en un lugar central de la agenda nacional.

Mis felicitaciones, pues, a todos ellos. También, desde luego, mi reconocimiento a la Fundación Polar, al tiempo que le manifiesto, no es la primera vez que lo hago, una queja personal (ojo, no es porque sea sociólogo), la cual asumo como un atrevimiento de mi parte, aunque vaya envuelta dentro de una pregunta con buenas intenciones: ¿por qué sólo se laurean a las (mal) llamadas ciencias duras, (la física, las matemáticas, la biología, la química), dejando de lado las (peor) denominadas ciencias blandas (las sociales y las humanas), éstas últimas imprescindibles para transitar con acierto los camino que traza el Siglo XXI, llenos de oportunidades pero igualmente empedrados por riesgos y preguntas para las que no tenemos respuesta?.

HARINA DE OTRO COSTAL

TSJ (lo mismo, nomás que diferente)

En el año 2021 Nicolás Maduro ordeno la creación de una Comisión, encabezada por Diosdado Cabello y Cilia Flores, con el objetivo de introducir reformas en el poder judicial, expresando que en “Venezuela hace falta una revolución que estremezca, que sacuda, que transforme todo el sistema de justicia del país”.

Así, luego de un proceso no muy ortodoxo desde el punto de vista normativo, la mencionada Comisión designo en días recientes, con demora, a un nuevo Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). Las modificaciones pregonadas en el discurso presidencial terminaron en cambios que merecen ser descritos, apenas, como un ligero maquillaje. En efecto, se mantuvo en el cargo a un buen número de sus integrantes, se introdujeron algunas nuevas caras - que se parecen demasiado a las caras de los que salieron del organismo-, se redujo el número de magistrados y como éstas otras decisiones de poca monta que no mejoran en ningún plano, la calidad de la administración judicial. El nuevo TSJ es lo mismo que el anterior, nomás que diferente, opinaría Cantinflas.

Queda claro, entonces, el mensaje que se nos envía. Nos reitera a los ciudadanos, sin dispensarnos siquiera un mínimo gesto de disimulo, que los magistrados no se encuentran allí para aplicar la justicia conforme a los principios de independencia e imparcialidad, sino para orientar su gestión de acuerdo a las instrucciones venidas de “arriba”.

La escogencia de los nuevos integrantess muestra que autoritarismo gubernamental se encuentra en pleno desarrollo. Hace evidente que el ejercicio del poder gubernamental tiene cada vez menos límites, que las reglas que lo tiemplan se van desdibujando, a la vez que muestra, por ahora solo la punta, el iceberg de la vigilancia social.

El Nacional, mayo 2022

El capitalismo del Siglo XXI (o el fin de la revolución que nunca fue)

Ignacio Avalos Gutiérrez

El 20 de abril, brincando de un canal a otro, me tope de casualidad con una cadena nacional de televisión en la que se celebraba el noveno aniversario de la toma de posesión de Nicolás Maduro, como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Fue una transmisión muy larga, perdóneseme lo obvio del detalle, en la que se pudieron escuchar algunas partes de su primer discurso como mandatario, junto al que pronunciaba en vivo, mostrando que las ideas palabras de entonces mantienen su vigencia, al igual que las promesas no cumplidas, prorrogadas una y otra vez.

Un “País Fuera de Servicio”

Desde el púlpito mediático, Maduro predicó su mensaje. En modo optimista señaló que, a partir de su economía, el país empezaba a levantar vuelo mediante un conjunto de políticas que reimpulsaría el proyecto del Socialismo del Siglo XXI, heredado de Hugo Chávez, quien como se sabe, y sin entrar en muchos detalles, disimuló sus desatinos gracias a los altos ingresos petroleros, no en balde buena parte de su período de gobierno fue descrito como el del “socialismo rentista”, dibujado principalmente con medidas clientelares que enseñaron las uñas del chantaje político, como distintivo en el uso del poder .

En su discurso no hubo la más mínima referencia respecto a cómo ha venido siendo el país en los años de revolución, sobre todo en los últimos. Ni una palabra acerca de su crisis, descrita por cifras que solo dan malas noticias, generando problemas que se encuentran atornillados a la cotidianidad de la gente. Hemos vivido en un “País Fuera de Servicio”, según lo relata acertadamente Paula Vásquez en su novela, escrita bajo ese título.

Maduró dedicó la mayor parte de su tiempo a anunciar, casi con bombos y platillos, la recuperación de la economía nacional. Enarbolando las mismas banderas ideológicas de Chávez, comunicó las nuevas estrategias y una vez más recurrió al amuleto de cambiar a parte de su gabinete. Pareciera, pues, que la terca realidad le gano el pulso, si bien trató de lavarse las manos usando el detergente ideológico y señalando al imperialismo y a la derecha interna (que también juegan, desde luego), como únicos culpables del desacomodo nacional.

El Capitalismo Autoritario

Los acontecimientos recientes han dejado muy claro que no existe una asociación automática entre capitalismo y democracia. China, el ejemplo más elocuente, se desarrolla sobre la base de una economía que, si bien le ha abierto las puertas al mercado, siempre se encuentra en la mira del gobierno del Partido Comunista. Existen otros muchos países que desde la derecha o desde la izquierda, asumen el formato capitalista en medio de un contexto que no es verdaderamente democrático, a pesar de algunos gestos que intentan disimular lo que se ha definido como el Capitalismo Autoritario, también llamado, desde otra perspectiva, el Capitalismo de Vigilancia debido al grado en que su desempeño es influido por las tecnologías digitales.

En el marco de lo expresado en el párrafo anterior, y sobre el piso de las ideas y consignas de la revolución, el actual gobierno ha venido auspiciando lo que localmente ha terminado de identificarse como el Capitalismo de Bodegones, trenzado por la liberación de precios y del mercado cambiario, la dolarización, ciertos procesos de reprivatización, además de otras decisiones, que han configurado una suerte de burbuja económica que fragmenta la sociedad e incrementa la desigualdad, sin que aparentemente contradijeran su idiosincrasia socialista.

De otro lado, se acentúa el autoritarismo puesto en evidencia en el control de todos los poderes encargados del arbitraje social, leyes elaboradas según diseño, limitaciones a la libertad de expresión, militarización de la sociedad y otros muchos aspectos que reflejan el manejo del poder como si fuera un derecho a la arbitrariedad, ejercido por quienes lo ostentan.

En suma, el actual Gobierno confirma su modus operandi, el mientras vaya viniendo vamos viendo, siempre bajo el propósito de valerse del poder para mantenerlo sin término alguno.

HARINA DE OTRO COSTAL

(El peligro del humor)

Tal vez no diga nada nuevo, pero no siento que por ello deba quedarme callado. Me refiero al video que grabó hace poco en tono de chiste, una señora que, al tiempo que tostaba unas arepas explicaba su respectivo relleno a partir del sobrenombre que le ponía a un quinteto de figuras políticas, incluyendo al presidente Maduro. La grabación fue interpretada como ofensiva por el alto gobierno. Así las cosas, el Ministerio Publico se valió de la Ley contra el Odio, convertida en un instrumento versátil que las autoridades usan a discreción e informó que el mensaje de la mencionada señora suponía una “incitación al magnicidio” y por tanto había sido imputada, y adicionalmente divulgó un video (grabado bajo presión, seguramente) en el que ella pedía perdón manifestando que toda había sido una broma.

Le cuento, estimado lector, que escribiendo estas líneas me acordé de “El Miedo a la Libertad”, de Erich Fromm. Ciertamente, el miedo es un importante activo político de los gobiernos no democráticos y representa un medio muy efectivo para el control social facilitado por el sometimiento “voluntario” de los ciudadanos.

El Nacional, miércoles 27 de abril de 2022

El 10 de abril paso por debajo de la mesa

Ignacio Avalos Gutiérrez

Continúa la triste insensatez bélica en tierras ucranianas. Quien sabe cuándo terminará el conflicto y, sobre todo, cuales serán las consecuencias que dejará como huella en todo el planeta. Al respecto hay hipótesis distintas y hasta contradictorias, pero que lamentablemente coinciden en que dejará heridas que tardarán un buen tiempo cicatrizar. Ojalá haya una ventana por la que salga y se pierda este pronóstico y que en un próximo artículo pueda comentar que no pasó lo que se esperaba que pasara.

Con esta esperanza quiero escribir hoy sobre el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología que desde 1982 se celebra cada 10 de abril. Fue establecido por la Conferencia General de la Unesco en honor al nacimiento del Dr. Bernardo Houssay, el primer latinoamericano en ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947.

Maduro lo recuerda en un Twitter

Entre nosotros fue un día que pasó desapercibido. Algunos comunicados provenientes del medio académico, una que otra entrevista, en fin, poca cosa. El Gobierno, por su parte, lo recordó a través de un mensajito del Presidente Maduro, muy en su estilo de interpretar cualquier evento o iniciativa en clave resistencia heroica frente a los enemigos de la Patria, añadiéndole un toque demagógico que tampoco suele faltar. En el mismo decía que “Celebramos el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología, enalteciendo la labor de las mujeres y hombres del saber que resisten la arremetida imperial para garantizar el Bienestar del Pueblo. ¡Felicitaciones Científicas y Científicos!”.

Como en otras áreas, tampoco en esta, la de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (CTI), hay información oficial respecto a casi nada, Si embargo, diversos estudios elaborados por otras organizaciones coinciden en describir una realidad muy precaria, trazada por políticas equivocadas y cambiantes, ideologizadas en el peor sentido de la palabra, por el deterioro de las universidades autónomas, la creación de universidades nuevas que dejan mucho que desear, la mengua de casi todos los centros de investigación, el desaprendizaje tecnológico en el sector productivo, la migración de investigadores, la falta de la generación de relevo y otros aspectos más, todos sellados por el déficit presupuestario, señal de que para el presente gobierno se trata de un asunto que no figura como importante para el país.

Cambio en las reglas en la cancha CTI

Le breve exposición anterior se desdibuja aún más si se la calibra de cara a las circunstancias que se vienen asomando desde finales del siglo pasado y con enorme fuerza durante estas dos primeras décadas del siglo actual, reflejadas en transformaciones tecnocientíficas radicales que redefinen aceleradamente la forma en que los seres humanos se ven a sí mismos, se relacionan unos con otros, se vinculan con la naturaleza y perciben el mundo en el que les está tocando vivir.

No en balde a la sociedad actual se la perfila como la “Sociedad del Conocimiento”, caracterizada, entre otros aspectos, por el amplio marco institucional en donde tienen lugar los procesos de generación, distribución y uso de conocimientos.

En este sentido cabe empezar indicando que la división tradicional entre ciencia y tecnología se ha ido diluyendo, dando paso al término tecnociencia que remarca el carácter híbrido propio de las investigaciones y las innovaciones. Estas se generan a través de redes sociales que integran tanto al sector público, como al privado y dentro de las que actúan empresas diversas, universidades de distinto tipo, laboratorios, entidades financieras, etcétera, generando múltiples interacciones, tanto a nivel local como global, que suponen la combinación de experiencias y conocimientos de diferente naturaleza. Por otro lado, la producción de conocimientos se da bajo el formato de la transdisciplinariedad (que va más allá de la interdisciplinaridad y la multidisciplinariedad), dando origen a procesos que permiten el entrecruzamiento de varias ramas del saber.

Por otra parte, las empresas desempeñan un rol central - en muchos países han superado ostensiblemente el financiamiento del Estado – y son sus fines e intereses los que en gran parte determinan la orientación y la utilización de los resultados tecnocientíficos. A propósito de ello, se reclama mayor participación estatal, no solo en recursos, sino sobre todo en políticas públicas que tracen propósitos y rutas.

Las respuestas se demoran

Los cambios tecnocientíficos son profundos y se precipitan de manera exponencial, como ya dije. Y desde luego, suscitan muchas preguntas respecto a su dirección y a sus efectos, pero las respuestas van muy despacio y dan pie para que la incertidumbre y la perplejidad arropen todos los planos por donde acontece la vida humana a nivel global : el económico, el político, el social, el ético, el ambiental, el cultural, el religioso, el deportivo. La actual es también la Sociedad del Desconocimiento, nos recuerdan los estudiosos del tema.

Debemos, pues, ser capaces de interpretar y comprender la estructura y la dinámica de los procesos tecnocientíficos y, a partir de ahí, estimar los impactos y las consecuencias e intervenir adecuadamente en ellos, aprovechando las oportunidades que asoman y esquivando los riesgos que traen consigo.

Mandato de la época

Estas capacidades se hacen cada vez más imprescindibles si abrimos el horizonte a fin de observar los ideas que emergen desde el Tranhumanismo, un movimiento que tiene como objetivo transformar tecnológicamente la condición humana, y el increíble respaldo financiero con el que cuentan. ¿Cierto Jeff Bezos ?.

Así las cosas, la política CTI debe estar, sin duda, por lo menos cerca del epicentro de la agenda pública nacional. Es un imperativo del tsunami tecnológico planetario.

HARINA DE OTRO COSTAL

(El Jarrón Chino)

Según el diccionario un jarrón es un recipiente en forma de vaso alto, copa o jarro, grande y de función ornamental. Se presenta liso o decorado independientemente de su fábrica (cerámica, vidrio, metal, etcétera).

Leí hace poco que, de acuerdo con Felipe González, los expresidentes son como jarrones chinos en apartamentos pequeños. Todos les suponen un gran valor, pero nadie sabe dónde ponerlos y, secretamente, se espera que un niño les dé un codazo y los rompa.

Algo así ocurre con la ONU, piensan muchos. Es una organización desfasada por los vientos que soplan actualmente, dicho con todo respeto. Su Consejo de Seguridad es un anacronismo, dicho con un poco menos de respeto. La invasión de Ucrania es el más reciente ejemplo de que el nuestro planeta no ha sido capaz de hacerse gobernable.

Miércoles, 15 de abril 2022

A propósito de las granjas de bebes en tiempos de guerra

Ignacio Avalos Gutiérrez

La tragedia ucraniana sigue su curso, registrada en rostros lastimados y tristes que no alcanzan a traslucirse en la frialdad de las estadísticas, pero sí para poner de manifiesto a un planeta desorientado, cuyos habitantes no terminan de entender la urgencia de modificar las pautas que rigen los vínculos que establecen entre sí y con la naturaleza.

Como cabía esperar el conflicto arropa a todo el mundo, cada vez más interdependiente y conectado, pero simultáneamente fragmentado y mapeado por enfrentamientos bélicos y no bélicos, parte de un repertorio que en algún lugar tiene anotada la posibilidad de una tercera guerra mundial, si a alguna de las potencias se le ocurre apretar el famoso “botoncito” que dispara los "misiles nucleares estratégicos”, capaces de reducir al mundo a escombros.

Los niños

Entre las tantas calamidades que sufre Ucrania, imposible dejar de pensar en los niños que tienen frente a sus ojos un escenario aterrador, además de inentendible. Duele pensar que cualquiera sea el resultado de esta guerra, a ellos les tocara sufrir y enfrentar las consecuencias más severas y la tarea más dura para irse librando de ellas, sobre todo, aunque no sólo, de las que les quedan estampadas en la zona de sus emociones.

Diversas organizaciones revelan que la crisis de refugiados motivada por la situación que se está viviendo, en términos de escalada, no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El número total de personas que han huido de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, ha superado ya los tres millones de personas, incluyendo entre ellas a quinientos mil niños.

Adicionalmente, un informe de la UNICEF denuncia que los bombardeos dejan a millones de menores en condiciones precarias, ubicados en las zonas más peligrosas del país.

Granjas de bebés

En medio de los casi infinitos desacomodos que trazan la situación de Ucrania, tal vez haya pocas cosas que conmocionen más que los explosivos caídos sobre las llamadas Granjas de Bebes, ocupadas por niños recién nacidos gracias al empleo de las diversas técnicas de reproducción asistida, que, como se sabe, se ofrecen como opción a parejas heterosexuales con problemas de infertilidad, parejas del mismo sexo o mujeres solteras que desean ser madres.

Se da así origen a la llamada “maternidad subrogada”, término que supone un acto legal mediante el que una mujer acuerda, ya sea con fines altruistas o económicos (sobre todos estos últimos), gestar en su útero un embrión, que puede o no tener su material genético. Desde hace mucho tiempo, Ucrania ha legalizado esta práctica (la han acusado de auspiciar “tiendas de bebés en línea”) y es uno de los relativamente pocos países que otorga facilidades para atender a parejas venidas de otros lados en plan de “turismo reproductivo”, según lo califican.

Son obvias las dificultades que se han generado alrededor de estos bebés a raíz de la guerra, con sus padres fuera de Ucrania y sin saber cuándo podrán recogerlos, con las empresas que se ocupan de manejar los acuerdos mercantiles entre las partes, con las madres que los dieron a luz y muchas otras complicaciones similares que, según es fácil imaginar, pasan desapercibidas entre tanto disparo.

Al margen de lo expresado en las líneas de arriba, cabe decir, aunque sea de pasada, que se ha diversificado el concepto tradicional de la “maternidad”, generando un debate en el ámbito científico, bioético, religioso, social y jurídico, que envuelve, incluso, la duda respecto a quien es la madre del bebé. E igualmente resulta pertinente señalar, también en formato de digresión, que hoy en día se están llevando a cabo diversas investigaciones en el ámbito de la genética, orientadas, en medio de grandes polémicas, a descartar el azar que se produce en el momento de la fecundación como parte de un proceso natural.

Así las cosas, pareciera que los escritores de ciencia ficción han pasado a considerarse más bien como escritores costumbristas.

El pacto intergeneracional

El conflicto entre Rusia y Ucrania revela que seguimos pensando y actuando como si no estuviera pasando lo que está pasando. Es una disputa que va en contra de los vientos que soplan en esta época, soslayando las infinitas circunstancias que nos enlazan e ignorando que el planeta tierra no da más de sí.

Desde hace un buen tiempo las alarmas están sonando, cada vez con más ruido, pero los terrícolas se hacen los desentendidos. El mundo se encuentra en aprietos graves que comprometen la vida humana, bajo el pronóstico de que irá progresivamente desmejorando, a partir de una crisis múltiple que afecta en particular a los sectores más pobres, que son los mayoritarios. Hace rato se predica, entonces, la necesidad de un nuevo Contrato Social a nivel mundial, que abarque un pacto intergeneracional

Dicen los que andan en estas cavilaciones, que todos las personas, sin exclusión, pertenecen a la vez a una comunidad política determinada y a una comunidad humana, que trasciende todas las barreras étnicas, lingüísticas, sexuales, religiosas y nacionales, y que no se construye prescindiendo de esas peculiaridades, sino desde ellas. Diversos autores definen así, palabras más, palabra menos, el Cosmopolitismo, describiendo y postulando la exigencia de que los terrícolas nos paremos de otra manera en la cancha de la vida.

Ignacio Avalos Gutiérrez

El Nacional, jueves 31 de marzo de 2022

El mundo patas arriba

Ignacio Avalos Gutiérrez

La pandemia parece que nos ha pasado en vano. A pesar del susto inicial y de los discursos épicos que generó, no nos hizo más conscientes de la situación del mundo en el que vivimos, convertido en la metáfora de una enorme crisis, de la que el coronavirus se suponía que funcionaría como alarma para que reparáramos en la necesidad de revisar los parámetros que gobiernan la actual civilización.

El desmadre planetario

El mundo hace agua por todas partes. No hay necesidad de extenderse en la lista, por demás conocida, de los problemas que lo agobian: la contaminación ambiental y el cambio climático, el aumento notable de la pobreza y de la desigualdad, la expansión del terrorismo en sus diversos formatos, el desplazamiento masivo de migrantes en busca de refugio hacia lugares en donde esperan que su cotidianidad pueda fluir de manera más amable, no obstante, los muros (religiosos, raciales, culturales…) que buscan impedirlo. Una lista larga, como dije, a la que habría que añadir, entre otras cosas, los dilemas que se desprenden del surgimiento de un conjunto de tecnologías disruptivas capaces de transformar radicalmente todos los escenarios e igualmente, la existencia de un mundo armado hasta los dientes, gracias a enormes presupuestos que en demasiados casos, rebasan escandalosamente los recursos orientados hacia la educación o la salud.

Estamos hablando, así pues, de asuntos que conciernen a toda la humanidad. El confinamiento al que nos vimos obligados sirvió para que recordáramos que hoy en día lo que ocurre en un lugar del planeta, ocurre en todas partes, consecuencia de la globalización. Sin embargo, aún no salimos de la pandemia y ya volvimos a mirar las cosas desde el ombligo local, como lo muestra a nivel emblemático, el reparto inequitativo de las vacunas.

El mundo se encuentra partido en pedazos de distintos tamaños, bajo la creencia de que las rayas dibujadas en los mapas, los hace ajenos los unos a los otros. La solidaridad y la fraternidad se han convertido en palabras vacías de uso meramente retórico, a pesar de que el planeta manda señales de peligro cada vez más claras, con visos de ultimátum.

La nostalgia de Putin por la URRS

En medio de semejante entorno, hace pocos días y luego de conversaciones que en algún momento insinuaron la esperanza de una negociación, Rusia invadió a Ucrania, mostrando el rostro de un evento que excede el conflicto entre los dos países y despliega su sombra a lo largo y ancho del mundo, en medio de una gran incertidumbre respecto a su alcance e implicaciones y de un gran susto colectivo, recuérdese que hay armas nucleares de por medio, al lado de las cuales la bomba lanzada en Hiroshima semeja, permítaseme la desmesura, la bala disparada por un revolver. Estamos, así pues, frente a un episodio que coloca en segundo plano los peligros que han ido desvertebrando el planeta y la urgencia resolverlos.

Los entendidos indican que durante las varias décadas que cubrieron el período de la Guerra Fría, no faltaron los pleitos bélicos parciales (“conflictos de baja intensidad”, se los calificaba), originados dentro del marco de una bipolaridad trazada por discrepancias ideológicas (Capitalismo vs Comunismo, por decirlo de manera simple), mezclados con los intereses políticos y económicos de las naciones más fuertes.

Sin necesidad de consultar su decisión con nadie, pues para eso es un dictador que se ha mantenido en el poder alrededor de dos décadas y tiene experiencia de varios años como jefe de la KGB, además de ser cinta negra en judo, Putin, preso de su nostalgia por la antigua URRS, declaró que “a cualquiera que considere intervenir desde afuera, enfrentará consecuencias más grandes que las que haya enfrentado en la historia. Todas las decisiones relevantes ya se tomaron. Espero me hayan escuchado”. Y, para que no hubiera duda alguna respecto a sus propósitos, remató afirmando que “No habrá ganadores y ustedes serán arrastrados a un conflicto contra su voluntad. No tendrán tiempo ni de pestañear”.

Vista la gravedad de las precedentes declaraciones, resulta justo decir que el escenario anterior también es producto de los desatinos cometidos desde de organismos y países occidentales. En este capítulo bélico nadie está libre de culpa, ni puede lanzar la primera piedra, aun cuando, sin duda, la responsabilidad en lo que en lo que esta ocurriendo en estos días, cae sobre todo del lado de Putin.

Así las cosas, no es absurdo imaginar que pudiéramos estar ante la posibilidad de una guerra mundial, la primera interconectada gracias a los diversos dispositivos tecnológicos hoy en día disponibles. El asalto ruso a territorio ucraniano ha involucrado directamente a la Unión Europea y a los Estados Unidos, al igual que a China, aunque esta última que lo hace con cierta discreción, manteniendo un equilibrio con el fin de preservar su rol como una de las tres grandes potencias mundiales y cuidando de paso, sus vínculos comerciales con Ucrania, más fuertes que los que tiene con Rusia. Todos los países han fijado posición, la mayor parte repudiando los intentos de ocupación. Por otra parte, hace pocos días, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condeno a los rusos y la Asamblea General decidió discutir lo ocurrido, cosa que aún no ha hecho al momento de escribir estas líneas.

El desgobierno de la globalización

Como apunte antes, el mundo se ha globalizado. Expresado en pocas palabras, las relaciones internacionales se han multiplicado; hay una mayor interdependencia entre los Estados; se han acortado las distancias físicas; los espacios se han vuelto comunes; la economía no tiene fronteras y emerge una nueva división internacional del trabajo; la comunicación es inmediata y está generando patrones comunes de conducta que perfilan una suerte de identidad global.

Dentro de este cuadro el Estado-Nación demuestra cada vez más sus limitaciones y debilidades para mantener los requisitos básicos a fin de asegurar la convivencia y la seguridad, de allí que tome impulso la idea de repensar el siglo XXI, en una perspectiva que incluya las “lógicas transnacionales”, que dicho en cristiano implica concebir la institucionalidad apropiada para enfrentar los problemas globales, mediante soluciones globales. Supone, por tanto, tejer una red de intereses comunes que fundamenten la elaboración y cumplimiento de una agenda pública compartida. “No hay mejor prueba del progreso de la civilización que el progreso del poder de la cooperación”, escribió John Stuart Mill antes de que el mundo fuera el que es hoy en día.

Ciertamente se han creado nuevas instituciones internacionales, se han ideado nuevos esquemas para cooperación internacional y hay sin duda un conjunto de iniciativas relevantes, pero quedan cortas ante las complejidades envueltas en la gobernanza del planeta. El conflicto entre rusos y ucranianos lo ha hecho claramente visible. En efecto, varios días marcados por daños de diversa índole, por migraciones y por muertos cuya muerte no pareciera doler, no han tenido respuesta.

Toda guerra es una estupidez, señaló el escritor uruguayo Eduardo Galeano. La de estos días también, claro, pero más que ninguna otra, porque en su despliegue podría enrollar a todo el mundo.

Especie en extinción

Así se refiere a los humanos Jeremy Rifkin, reconocido sociólogo norteamericano, asesor en el tema del cambio climático de la Unión Europea y varios países.

¿No será la humana también una especie “autosuicida”? Quiero pensar que no. Supongo que todavía quedan grandes reservas de cordura, sentido común y compasión entre los terrícolas. Ojalá la disputa entre rusos y ucranianos, se resuelva mediante la política que, como predica el filósofo vasco Daniel Innenarity, a quien cito con frecuencia, es la manera de hacer cosas con la palabra.

El Nacional, miércoles 2 de marzo de 202

La pandemia autoritaria y la izquierda perezosa

Ignacio Avalos Gutiérrez

Vamos ya, los humanos, para casi dos años en medio de la pandemia desatada por ese bichito, el así llamado Coronavirus, sin que en verdad se hayan despejado todas las interrogantes sobre su origen ni respecto a su evolución a partir de su último disfraz como Omicron.

La normalidad como nostalgia

Cualquiera recuerda los discursos que se dieron, llamando a la solidaridad mundial para que nadie se quedara sin vacunas, que se flexibilizaran las normas de propiedad intelectual, que los hospitales aumentaran su disponibilidad, en fin. Sin necesidad de entrar en mayores detalles, los diversos informes que dan cuenta de la situación a estas alturas de la pandemia revelan, por ejemplo, que el 80 por ciento de las vacunas ha ido a parar a diez países, que las medicinas han crecido considerablemente como negocio y los ricos se han vuelto notablemente más ricos y los pobres trágicamente más pobres. La idea la “Casa Común” nos sigue siendo ajena a los terrícolas, la fraternidad es un bien muy escaso.

Muchos pensaron que de esta suerte de paréntesis global al que nos sometió el microscópico animalito, nos daríamos a la tarea de repensar y cambiar la ruta que la humanidad ha venido transitando hace ya bastante tiempo. Que el encierro, nos haría conscientes de una crisis que ha tocado todos los ámbitos a lo largo y ancho del planeta, haciéndose patente en la desigualdad social, los desajustes ambientales, las disputas geopolíticas, la violación de los derechos humanos, el desgobierno de la globalización, así como otros muchos aspectos que han venido empañando, por decir lo menos, la vida de una gran parte de la población.

Sin embargo, el resultado no ha sido el que se esperaba. De a poco la nostalgia por la vida anterior se ha vuelto nuestra esperanza. La vuelta a la normalidad asoma como nuestro mejor horizonte, retocado hasta cierto punto por la mano de las tecnologías digitales que supuestamente nos abrirán nuevos cauces, en ciertas áreas. Se prefirió torear, así pues, el hecho de que fueron los vientos de esa normalidad los que trajeron estos lodos que desde hace rato, nos entraban el camino de cada día.

La humanidad en aprietos

Además de lo anterior, el mundo se está transformando de pies a cabeza. Nos encontramos con una fuerte aceleración en la mundialización de la economía, al paso que aumenta extremadamente la desigualdad social; una crisis ecológica que los científicos asocian a un patrón de crecimiento económico que, no obstante los parches, sigue orientándose por el engordamiento del PIB; la recomposición del mapa del poder mundial que muestra a China como la segunda potencia del planeta, nuevos conflictos regionales alimentados por motivos de distinta índole y algunos aspectos más dentro de un nuevo (des) orden internacional que aún no dispone de los las instituciones y mecanismos apropiados para procurar su gobernabilidad; el surgimiento de grandes movimientos migratorios, convertidos en un factor importante en el debilitamientos de la cohesión social en diversas partes, al lado de temas como el racismo y el género. Súmese a la lista el impacto radical que están produciendo un conjunto de tecnologías disruptivas que modifican de manera profunda todos los espacios de la vida humana, asomando desafíos para los que aún no se tienen respuesta.

Este nuevo contexto, visto apenas a través de estas pocas líneas, ha sido identificado como una “crisis civilizatoria”. Y en medio de ella se nos desapareció la política, con toda su caja de herramientas, indispensables para bregar la concordia social y asumir conjuntamente los cambios que se precisen.

Otra epidemia recorre el mundo: el autoritarismo

Distintos informes coinciden en reseñar el deterioro de la democracia a lo largo y ancho del mundo. América Latina es la región del mundo que reportó el mayor descenso en el Índice de Democracia 2021 de The Economist. Su encuesta anual, que califica el estado de la democracia en 167 países sobre la base de cinco medidas (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles) encuentra que más de un tercio de la población mundial vive bajo un gobierno autoritario, mientras que solo el 6,4% disfruta de una democracia plena.

El autoritarismo viene dentro de un formato caracterizado generalmente por la emergencia de una figura mesiánica, que se comunica permanentemente y sin intermediarios con “su” pueblo, a través de un discurso que reinterpreta la historia y resignifica el lenguaje al mejor estilo orweliano y compra, vía el asistencialismo, la fidelidad política de la gente. Adicionalmente, polariza a la población (patriotas y antipatriotas, por ejemplo), constantemente esgrime la presencia de un enemigo externo como responsable de las calamidades nacionales, domestíca a las instituciones y diseña las leyes a su medida, a la vez que cuenta con el apoyo las fuerzas armadas y grupos paramilitares.

La política ha desaparecido en esta situación enmarañada a tal grado, que le viene bien la metáfora de un caballo desbocado. Tiene enfrente un muro que se levanta imposibilitando los necesarios acuerdos que hacen posible la convivencia dentro de cada sociedad y que hoy en día también muestra ribetes mundiales. En suma, los consensos cayeron en desuso, mientras los problemas continúan agravándose.

La posverdad y la vigilancia

Recuerdo haber leído hace unos cuantos años “El conocimiento inútil”, una obra de Jean Francois Revel, intelectual francés, varios de cuyos capítulos se vertebraban en torno a la idea de que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, haciendo particular referencia a la política.

En este sentido, la descripción del sistema autoritario quedaría incompleta si se pasa por alto el término posverdad, como uno de sus elementos. Se trata de una expresión propia de la sociedad actual, permeada por la circulación permanente de información, en la que internet y las redes sociales aportan a los usuarios información que confirma lo que ya piensan o sienten, en detrimento de hechos contrastados y verificables, apelando más a las emociones que a la razón, a los prejuicios que a la objetividad, generando, así, decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales Al final de cuentas, y en términos menos académicos, es una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma. Así las cosas, se le ha dado otra energía a la mentira política, haciéndola más extendida y eficaz. Por otra parte, habrá que sumar el aumento de la vigilancia social, que se lleva a cabo a través de distintos dispositivos tecnológicos que violan la privacidad de las personas, a la vez elevan su capacidad para anticipar y modelar su conducta.

Dentro del saco autoritario caben figuras muy disímiles de la política mundial, no importa que se califiquen de izquierda o de derecha. Los emparenta la manera como llegan al poder, el tiempo que lo conservan y sobre todo la forma como lo ejercen, sin rayas amarillas que le fijen límites. Así pues, caben en el mismo saco Trump, Maduro, Orbán, Bolsonaro, Bukele, López Obrador y otros cuantos, quienes han convertido a la política en un chicle, maleable al punto de que, en Venezuela, por citar un ejemplo, se ha pasado del Socialismo del Siglo XXI al llamado Capitalismo de Bodegones, sin siquiera intentar una explicación que disimulara semejante salto cuántico.

La izquierda perezosa

Cabe esperar que desde los lados de la política, aparezca una alternativa que represente un cambio de paradigma. Hay actualmente numerosas iniciativas con esa orientación, ordenada en torno a la equidad y la libertad de los seres humanos. En otras palabras, alrededor de la articulación entre la justicia social y la democracia de cara a este nuevo mundo delineado por condiciones que, perdóneseme la reiteración, ponen de manifiesto una crisis en el modo como los terrícolas nos plantamos y organizamos para vivir en el planeta.

Uno piensa, como lo ha señalado en numerosas ocasiones la reconocida economista Marianna Mazzucato, que la izquierda debe reflexionar y repensarse con el propósito de convertirse en opción política, pero, advierte, “se ha vuelto perezosa”. Sin embargo, ella misma es un ejemplo de que están teniendo lugar esfuerzos importantes con el propósito de armar una alternativa política, a partir de las claves que rigen la actualidad.

El Nacional, miércoles 16 de febrero de 2022

El Qatargate

Ignacio Avalos Gutiérrez

El deporte es un fenómeno social que se perfila con cada vez más fuerza en la vida humana. Entre sus diferentes disciplinas se destaca el futbol como el más global, el más practicado y el que cuenta con mayor audiencia. Además, y, sobre todo, es el más importante desde el punto de vista comercial, origen de distintos negocios que suelen ocurrir de maneras no muy santas.

Para alguien como yo, que desde los cuatro años ha transitado la vida con un balón a su lado y que por estos días hasta le prende velitas al entrenador José Peckerman para que haga un milagro con la Vinotinto, resulta difícil y hasta desagradable, ponerse el sombrero de sociólogo para meterle la uña y analizar los aspectos que degradan al balompié.

El gobierno del fútbol

Creada en París, año 1904, la longeva Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA por sus iniciales en inglés) es el organismo que rige el balompié a nivel mundial, en todas sus categorías y niveles, además de que vigila el cumplimiento de las reglas con las que se debe jugar, una suerte de catecismo que ha tenido pocos cambios y todos contando siempre con su sagrada bendición.

Históricamente, la corrupción en sus distintos formatos ha caracterizado su desempeño, replicado también en todos sus organismos subalternos. Me viene a la memoria el que hace unos pocos años destapo el FBI y que comenzó siendo una investigación sobre la evasión de impuestos y el blanqueo de dinero de procedencia incierta y terminó revelando una gran escándalo a propósito de asuntos tales como elecciones manoseadas y tramposas, sobornos en la designación de la distintas sedes para eventos internacionales, manejos turbios en la firma de patrocinios con grandes corporaciones, sospechas en la contratación de los derechos comerciales para la televisión y como éstas, otras cuantas menudencias, que por cierto ocurren en una institución que lleva el ropaje inocente de una ONG sin fines de lucro (?), cuando en realidad es una multinacional que actúa casi a sus anchas en todo el globo terráqueo.

El Qatargate

Un informe publicado hace algún tiempo, reveló que en 2010 tuvo lugar una conversación en el Palacio del Eliseo entre el Presidente Sarkozy, el príncipe heredero de Qatar, el entonces presidente de la UEFA, Michel Platini y Sebastián Bazin, propietario del París Saint Germain (PSG). En la reunión se acordó que Platini votaría a favor de Qatar y que a cambio de ello su gobierno ayudaría a superar la grave crisis financiera que sufría el club francés. Dicho y hecho, el país árabe alcanzo la sede para el Mundial 2022 y pocas semanas después, el fondo Qatar Investment Authority adquirió el 70% de las acciones del PSG. Se ratificó, así, una práctica que viene dándose desde hace casi una eternidad, como lo ejemplifica Benito Mousolini, quien logró el apoyo el mundial de 1934 con el fin de legitimar su dictadura militar en Italia. Es éste, reitero, apenas un caso de una lista muy extensa.

Qatar no es, ni mucho menos, una potencia en el escenario del balompié internacional, aunque tiene algunos pergaminos, por ejemplo, el haber ganado en 2016 la Copa de Asia. Sin embargo, ha cobrado una enorme influencia en el futbol, dada su riqueza natural (cuenta con el ingreso per cápita más alto del planeta), consecuencia, sobre todo, de la exportación del gas, lo que le ha permitido ser un actor muy importante en el espacio deportivo, en especial en el del balompié.

Se entiende, entonces, que en 2010 Qatar haya sido designado por la FIFA, como el país sede del próximo Campeonato Mundial, a celebrarse este año. Sus grandes recursos le han permitido echar la casa por la ventana y no me refiero sólo a los imponentes estadios, sino a la mejora notable de Doha, su capital, mediante la construcción de hoteles y edificios y la renovación de buena parte de su red de transporte, incluida la construcción de un nuevo sistema ferroviario de metro.

La doble moral de la FIFA

Me parece que desde cuando en 2016, Giovanni Infantino asumió su presidencia como sucesor de Joseph Blatter, la FIFA ha subrayado como parte de su discurso oficial, el respeto a los Derechos Humanos, lo que no alcanzó a impedir que se optara por Qatar como sede del Mundial. Se trata de una nación gobernada por una Monarquía Parlamentaria, en la que no hay democracia ni libertad de expresión ni de pensamiento ni de culto, las mujeres no son enteramente libres y existe la esclavitud. Se ha llamado la atención particularmente sobre las muy precarias condiciones de trabajo de miles de obreros, en su inmensa mayoría migrantes, que han participado en las labores de construcción emprendidas con motivo del evento, habiendo muerto alrededor de 6.000 de ellos, de acuerdo a estimaciones que algunos estiman conservadoras.

En suma, la lista de abusos no es corta, a pesar de ciertas reformas más o menos recientes y que sirven para barnizar en cierta medida la situación del país. Human Rights Watch ha declarado al respecto en un informe reciente, que “… los flujos del deporte globalizado vinculan a atletas, fanáticos, instituciones deportivas, órganos de gobierno, medios y financiamiento a través de las fronteras, sin que importen los mapas morales que se dibujan desde los Derechos Humanos, permitiendo que sus violadores remodelen su imagen como anfitriones deportivos glamorosos”,

El poder blando

Se sabe, por obvio, que el concepto de poder es fundamental en las relaciones internacionales. En el marco de la politología se formuló, en los años noventa, una distinción entre “poder duro” y “poder blando”. El primero supone el uso de medios económicos y militares por parte de un país, para hacer que otros hagan lo que él quiere, en tanto que el segundo, opinan los especialistas, radica en conseguir el mismo resultado “ … mediante un efecto de atracción, de influencia y de persuasión, la imagen positiva, un papel que durante décadas lo ocupó la cultura, por ejemplo, a través de Hollywood y de canciones. Ahora es más el deporte y especialmente el fútbol".

En efecto, últimamente el fútbol ha cobrado fuerza y aumentado un espacio como herramienta política. Nuevos actores y nuevas estrategias han puesto el tema sobre el tapete, sobresaliendo en esa tarea, aunque no son los únicos, ni mucho menos, los Estados autoritarios de Oriente Medio –sobre todo Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí– a los que ya no les basta con organizar grandes eventos deportivos, sino que están comprando equipos de fútbol en las mejores ligas del mundo, sobre todo en la europea.

El futbol más allá del Qatargate

Fuera de la cancha ocurre todo lo que he descrito y más. Pero ya sobre la grama verde, es otra cosa. El balón es redondo y rueda libremente sin más interferencia que las piernas de los jugadores, las de los hábiles y las de los no tanto. El fútbol se vuelve, entonces, una metáfora de la vida durante noventa minutos, aún si se lo mira en una pantalla.

En ningún sitio aprendía tanto de mi y de los demás como en una cancha, señalo Jorge Valdano. Aprendí todo en la vida con una pelota en los pies, ha repetido mil veces Ronaldinho. En lo personal siento que poner un pie sobre el terreno de juego o sentarse frente al televisor equivale a la recuperación semanal de la infancia, según lo escribió el novelista español, Javier Marías.

HARINA DE OTRO COSTAL

La semana pasada Nicolás Maduro, haciéndose eco del club de presidentes latinoamericanos que se califican de progresistas (?), se sumó al reclamo que varios de ellos han formulado contra los españoles, haciéndolos responsables de una lista larga y variada de crímenes contra nuestra población indígena. Luego de haber transcurrido quinientos años pienso que semejante demanda de justicia, luce ilógica, por decir lo menos, y que, con buena suerte y viento a favor dará lugar a un breve memorándum en el que algún funcionario del gobierno de España pedirá perdón, sin entrar en mayores detalles, dando por terminado el asunto.

Ojalá que Maduro y los que lo asesoran en el tema, observen lo que está ocurriendo durante los últimos años en algunas zonas de nuestro país. Que vean las condiciones de vida por las que pasan los indígenas venezolanos, tanto niños como mujeres y hombres. Que observen como son violados sus derechos y reparen en sus frecuentes protestas contra la destrucción del ambiente. Que imaginen lo que pueden esperar del futuro. Y que se pregunten, por no dejar, si alivia las cosas el hecho de que le cambien el nombre a una autopista de Caracas.

Ojalá que encaren, así pues, un problema seguramente menos épico que el litigio con los conquistadores españoles, pero cuya solución es urgente y necesaria. Cuestión de justicia, sobre todo.

El NACIONAL, miércoles 2 de febrero de 2022