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Opinión

Fernando Mires

Leyendo un artículo del autor Nathan Gardels en la excelente revista digital NOEMA -en donde constata que hay naciones rezagadas en su ascenso a la modernidad, lo que lleva a que sus gobiernos desarrollen hostilidad o fobia a todo lo que sea occidental– me vino al recuerdo una sutil constatación historiográfica de Leo Trotsky, donde afirmaba que el desarrollo histórico universal era «desigual y combinado» (Trozsky, Leo Escritos filosóficos, 2004)

Trotsky tenía muy buena vena de historiador y su historia de la revolución rusa sigue siendo fuente de conocimientos e ideas. Pero como todos sus camaradas bolcheviques, era hombre de dogmática fe. Hasta los últimos momentos creyó en que la revolución rusa, pese a las atrocidades cometidas por Stalin, era un eslabón en la cadena de una larga revolución permanente que llevaría al mundo, más temprano que tarde, al comunismo.

Pero Trotsky no creía en un desarrollo lineal. Con su tesis del desarrollo desigual y combinado quería comunicar que, en el camino al comunismo, había naciones cuyas tradiciones culturales y políticas las hacían transitar más lento y con formas diferentes hacia la tierra prometida del «comunismo mundial».

El artículo mencionado no nos habla de socialismo –ya casi nadie habla de eso– pero sí de modernidad. Nathan Gardels podría haber escrito, emulando al revolucionario ruso, que hay naciones que en el tránsito hacia la modernidad no logran adquirir ese formato político-cultural propio a las naciones democráticas. Esas naciones –es lo que constata– superadas económica y políticamente por la modernidad, las hace reaccionar de modo agresivo frente a esa misma modernidad en lugar de buscar en su propia historia las razones que les han impedido acceder al mundo moderno, reivindicando con lastimada emoción, supuestos pasados milenarios. Evidente, ese parece ser el caso de Putin y los suyos. Gardels tiene razón en ese punto: las naciones poseen un yo colectivo (o un “nosotros” cultural) y por lo mismo padecen, como la mayoría de los individuos, de complejos de inferioridad que tratan de contrarrestar con delirios de grandeza.

Así se explica por qué Putin cuenta con el apoyo de no pocas naciones no y-o antioccidentales. Gobiernos como los de India, Brasil, Egipto, Sudáfrica y otras sub-potencias, si bien no se han alineado abiertamente en contra de Ucrania, lo han hecho de modo subrepticio, culpando a Occidente y a su «brazo armado» la OTAN, de haber desatado un conflicto con Rusia, utilizando a Ucrania como punta de lanza en el marco de un proyecto imperial y neocolonial.

De acuerdo a ese libreto cuyo autor es Putin, la OTAN buscaría, en primera línea, llenar el hueco producido por la desaparición del Pacto de Varsovia y erigir a EE UU y a sus “satélites europeos” como poder imperial armado en toda Europa del este, cercar a Rusia y luego, en algún momento, someterla a un dictado imperial. Siguiendo esa versión, Putin aparecería en Ucrania librando una lucha defensiva de liberación nacional en contra del imperialismo occidental. Putin y Xi Jinping, cada uno a su manera, serían los líderes de una «revolución reaccionaria» mundial en contra de la que ellos llaman cultura occidental.

Hay que reconocerlo: de las dos profecías surgidas después de las revoluciones democráticas que pusieron fin a las dictaduras comunistas en los años 1989 1990 (a las cuales pertenece con cierto retraso, Ucrania), las de Fukuyama y Huntington, la que más se acerca a la realidad mundial que estamos presenciando es, lamentablemente, la de Huntington.

De acuerdo al optimista Fukuyama, después de la caída del imperio soviético advendría un periodo de consolidación mundial de la democracia que él llama liberal. De acuerdo al pesimista Huntington tendría lugar en cambio un “choque de civilizaciones” que llevaría a agrupar a todas las culturas pre- y anti- democráticas en contra de Occidente. No es exactamente lo que está sucediendo, si tomamos en serio esos 141 votos –no todos occidentales, por supuesto- que condenaron a Rusia en las ONU por su invasión a Ucrania. Pero ese es sin duda el ideario de Putin y de otras naciones que lo acompañan en su empresa neoimperial. Ideario compartido en parte por la China de Xi Jinping.

Tanto Putin como Xi han propuesto crear un nuevo orden mundial antioccidental. La diferencia es que, para lograrlo, Putin, sabiendo que no tiene armas políticas, ha elegido la fuerza bruta. Xi es más flexible, o si se prefiere, más político. Su objetivo es lograr una coalición de fuertes naciones anti occidentales con el claro propósito de enfrentar a Estados Unidos y sus aliados. En el intertanto apoya a Putin, pero a la vez intenta oficiar como mediador entre Rusia y Occidente, tratando de ganar aliados en el mundo islámico, en Asia Central, en África del Norte y en Latinoamérica. Desde una perspectiva económica, lo está consiguiendo.

Visto así: el lema negativo de Huntington, «todos contra Occidente», quiere cumplirlo Xi sirviéndose de Rusia y de la guerra a «Ucrania. Persiguiendo ese fin a usufructuado del profundo resentimiento de naciones que han hecho del antioccidentalismo una ideología. ¿Estamos en presencia de un neotercer mundismo? Aparentemente, pareciera ser así. Pero no es así.

Si uno revisa textos de los ideólogos de la revolución tercermundista de los años sesenta, sobre todo sus versiones guevaristas y maoístas, podremos comprobar que sus mensajes iban dirigidos en primer lugar hacia los movimientos de liberación nacional. No es el caso de Xi, ni mucho menos de Putin. Ninguno de los dos se dirige a «los pobres del mundo» si no, antes que nada, a subpotencias capitalistas regionales.

Sus interlocutores son autócratas como Modi, populistas como Lula, islamistas como los ayatolahs, jeques petroleros como los del espacio saudí. Naturalmente, si a ellos se suman líderes de naciones empobrecidas, bienvenidos. Pero lo importante es crear una coalición mundial de poderosas naciones capitalistas antidemocráticas y antioccidentales.

Mirada desde esa perspectiva, la guerra en Ucrania es tanto para Rusia, como para China, solo un comienzo. Quizás «una pequeña batalla» en el curso de una larga guerra por la supremacía mundial.

Tiene razón Nathan Gardels cuando afirma: «Las emociones moldean las razones de estado no menos de lo que lo hacen las vidas de las personas. Los hasta ahora ganadores de la historia moderna ignoran este profundo carácter de la naturaleza humana a su propio riesgo». Estados Unidos en ese sentido, sin ser un imperio colonial como fueron muchos estados europeos, debido a la posición hegemónica que ocupa en el mundo, ha cometido grandes agravios a otras naciones y culturas en diferentes partes del globo y de esos desmanes se sirven hoy Putin y Xi.

Precisamente hace pocos días han sido conmemorados 20 años de la invasión de los Estados Unidos a Irak. Una brutal agresión a la dictadura de Sadam Hussein que terminó por destruir la infraestructura de una nación que, por lo menos tecnológicamente, avanzaba hacia la modernidad. Esa guerra de Bush, probablemente el peor presidente de toda la historia norteamericana (y nótese que estoy contando a Nixon y Trump) extiende sus tentáculos hasta nuestros días. Irak, de potencia económica laica, pasó a ser un nido de terroristas islámicos.

Gracias a su destrucción, Irán, su vecino fundamentalista, ha llegado a ser el aliado más fiel de la Rusia de Putin. Las consecuencias de la guerra de Irak obligaron a Obama a ceder espacio a Putin en Siria, donde el tirano ruso llevó a cabo, en nombre de la lucha en contra del terrorismo, un horroroso genocidio, solo similar al que hoy comete en Ucrania. Siria, convertida en protectorado militar ruso ha empujando a millones de sirios y kurdos a emigrar hacia Europa, creando un problema demográfico que las naciones europeas no han podido resolver hasta ahora, hecho que hoy aprovechan electoralmente las ultraderechas racistas europeas, todas aliadas de Putin.

En fin, el saldo de la deuda contraída por Bush lo está pagando Estados Unidos bajo Biden, gracias al enorme resentimiento antinorteamericano que impera en diversas latitudes. Putin, por su parte, recoge los frutos de la ira para convertirlas en bombas contra Ucrania, primera en la lista de las naciones que piensa asaltar para cumplir su sueño de pasar a la historia como reconstructor del antiguo imperio ruso, contando en esa desatada locura, con la ayuda cínica de Xi Jinping.

No deja de ser siniestra paradoja que dos naciones, China y Rusia, en las que bajo las dictaduras de Mao y Stalin fueran cometidos los mayores genocidios de la historia de la humanidad –cuantitativamente superiores aún a los del propio Hitler– intenten hoy figurar como representantes de los pueblos humillados y ofendidos, en un “nuevo orden mundial” cuyo objetivo esencial es convertir a la democracia occidental en un capítulo del pasado.

Quizás son esas las formas que tiene la historia universal para realizarse a sí misma. Pero los que estamos viviendo en tiempo presente no podemos contentarnos con esa hipótesis de tan hegeliano mal humor. Por eso –¿hay que repetirlo?– es importante detener a Putin en Ucrania. Ahora o nunca.

Nota: el artículo aquí citado de Nathan Gardels puede ser leído en español en Nathan Gardels – EL ESTADO EMOCIONAL DE LAS NACIONES (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

 7 min


Eduardo Fernández

Del griego “clepto”, robo; y “cracia”, gobierno. Una traducción libre sería, el gobierno de los ladrones. Es el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados como al nepotismo, el clientelismo político y el peculado, de forma que estas acciones delictivas quedan impunes debido a que todos los sectores del poder están corruptos, desde la justicia, funcionarios de la ley y todo el sistema político y económico. Es un término que se utiliza para referirse a un gobierno corrupto.

Es muy conocida la frase de Lord Acton según la cual “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

En Venezuela, desde que se convocó la Asamblea Nacional Constituyente, hace más de veinte años (1998) tenemos un régimen de poder absoluto. En Venezuela dejó de existir la independencia y la autonomía de las ramas del poder público. Condición indispensable para evitar o por lo menos dificultar la corrupción.

El órgano legislativo del poder público se supone que además de legislar ejerce la función de vigilar la marcha de la administración pública. En Venezuela, lamentablemente, tenemos una Asamblea Nacional obediente (al poder ejecutivo) y no deliberante. Es un órgano incapaz de controlar la marcha de la Administración Pública.

La rama responsable de la administración de justicia, también está sometida y subordinada a los designios del Ejecutivo Nacional. No existe un tribunal capaz de sancionar a ningún funcionario por hechos de corrupción administrativa, salvo que reciban instrucciones del Ejecutivo Nacional.

Por último, el Presidente de la República que por mandato constitucional es el jefe de la Hacienda Pública, es responsable por haber nombrado para manejar a la industria más importante del país a unos señores que no solamente eran incompetentes sino que eran ladrones. Además, el Presidente debe ejercer la función de vigilancia de lo que hacen sus subalternos. Tres mil millones de dólares no se desaparecen de un día para otro. ¿Y mientras los subalternos del Presidente de la República se robaban esa enorme cantidad de dinero, ¿En dónde estaba el Presidente? ¿A qué se dedicaba?
Dos pecados graves por parte del Jefe del Estado. Uno fue nombrar ladrones incompetentes para manejar el negocio petrolero y otro, no vigilar las actividades de sus subalternos.
No tengo dudas de que vendrán tiempos mejores pero lo que ha sucedido en estos años es una tragedia inconmensurable.

 1 min


Luís Ugalde

La clave del éxito de esta Primaria no está en que un nombre o un partido triunfen sobre los otros. Ganaremos si escogemos un candidato con cualidades para asumir el inmenso descontento nacional y unirnos en un pacto nacional a millones de venezolanos, chavistas y no chavistas, civiles y militares, que hoy estamos sufriendo el desastre y tememos que se perpetúe. El deterioro es tan grave que este gobierno fracasó y el siguiente parece condenado al fracaso, si no hacemos el milagro de aunar al país para el cambio decidido a la democracia y al rescate de instituciones y de productividad económico-social hoy en ruinas.

Para ello necesitamos un candidato que sea claro, firme y concentrado en el difícil renacer nacional, y al mismo tiempo abierto a todo el que quiera sumarse para el éxito de ese pacto nacional. Su misión no es la de excluir y vengar, sino encarnar la respuesta al inmenso malestar y conducir a la nación para renacer, aprendiendo de las transiciones que resultaron exitosas gracias a sus inclusiones sorprendentes. Muchos creían que la dirigencia democrática chilena, al incluir en el cambio al dictador Pinochet al frente de las Fuerzas Armadas, traicionaba a miles de compañeros asesinados perseguidos y exiliados. No pocos pensarían en Suráfrica que Nelson Mandela era un insensato al pactar para que fuera vicepresidente suyo Frederick de Klerk, jefe del partido rival que lo tuvo preso durante más de 20 años y defensor del racista régimen del apartheid que ninguneaba la población negra arrolladoramente mayoritaria. Lo mismo se diga de España, donde un falangista en el poder como Adolfo Suárez parecía pactar “ingenuamente” con el jefe comunista Santiago Carrillo, que a su vez traicionaba a miles y miles de sus camaradas que murieron en la guerra civil, sufrieron el inhóspito exilio o agonizaron en las cárceles franquistas. Todo lo contrario, los éxitos obtenidos dicen que gracias a estas “ingenuidades” y complicidades con el “enemigo”, Patricio Aylwin, Adolfo Suárez y Nelson Mandela, fueron padres del renacer de Chile, Suráfrica y España en libertad y democracia. Pero hay que tener como ellos valor moral, gran visión y mucho amor a la patria para caminar la transición del brazo con el “enemigo” hacia el rescate del país, cargando con las acusaciones de traidores y vendidos, que vienen de su propia familia política. ¿Tenemos en Venezuela ese político “traidor” y ese movimiento social arrollador, dispuestos a movilizar millones al encuentro de los adversarios para juntos recrear el país? Porque sin eso no tenemos salidas. La Primaria es para buscar ese candidato, recuperar la esperanza y lograr la unión básica para lograr un país exitoso, que no sea simple rechazo y reflejo visceral del estrepitoso fracaso del “socialismo del siglo XXI”.

Adonde miremos encontraremos una tragedia muy dolorosa: millones de niños sin escuela y cientos de miles de maestros muriéndose de hambre, los servicios públicos de salud desmantelados y millones sin acceso a ellos; una economía agonizante que para renacer requiere de una rápida respiración artificial de miles de millones de dólares, promovida por empresarios audaces, que abren oportunidades generando alianza y empleo con millones de trabajadores, hoy en la miseria. Resurgir de instituciones públicas democráticas, con separación de poderes públicos y alternancia en el poder frente a la perpetuación dictatorial con el poder secuestrado. Regreso a la libertad de presos políticos, exiliados y perseguidos, y liberación de la mordaza de la libertad de expresión y de los medios de comunicación social. Todo en medio de esta espantosa corrupción donde vemos a funcionarios “revolucionarios” robando miles de millones de dólares, que son la vida del pueblo.

Afortunadamente ningún partido tiene la capacidad de hacer por sí mismo esta formidable transformación, pero la sociedad venezolana la tiene si elegimos a alguien que no se encierre en apocados partidos políticos y sea capaz de persuadir a sus rivales en la Primaria Electoral, de sumar, de entusiasmar a millones de escépticos, e incluso atraer a tantos que de buena fe creyeron en esta lamentable aventura histórica que deja a Venezuela en agonía tras un gigantesco salto atrás.

Evidentemente la Fuerza Armada para ser defensora de una Venezuela viva debe redimirse apoyando de manera decidida y entusiasta este cambio a la democracia que juraron ante la Constitución, que sus autores la proclaman verbalmente y la violan.

Como nunca antes en nuestra historia necesitamos la solidaridad internacional pues no podemos levantarnos, ni caminar sin su mano amiga. Esa solidaridad implica la total superación de las sanciones internacionales, que fueron respuestas a políticas destructivas y antidemocráticas que implantó el régimen. Es Maduro quien tiene la clave para acabar con las sanciones y abrir la puerta a las solidaridades democráticas.

Para lograr todo esto hace falta que renazca la CONFIANZA con mayúscula, y la economía social de mercado herida de muerte por la puñalada del “exprópiese” y la prédica tenaz de que toda empresa privada es explotadora de los trabajadores y sedienta de su sangre. Ideas y prácticas autoritarias que han ahuyentado del país a millones de personas y a miles de millones de dólares, que hoy necesitamos para ponernos en marcha.

La Primaria es mucho más que una votación, es una movilización que además de poner en marcha a los desesperanzados va a obligar a quienes aspiran a ser elegidos candidatos a renacer desde la agonía hacia una unidad superior. Necesitamos que cada candidato entre a competir “contra los otros” y decidido a salir a trabajar “con los otros”.

1 de abril 2023

El Nacional

https://www.elnacional.com/opinion/candidato-contra-los-otros-o-con-los-...

 4 min


Ernesto Andrés Fuenmayor

Los sindicatos en Alemania tienen una gran influencia: paralizaron al país con una huelga. ¿En algunos países latinoamericanos podría pasar lo mismo?

Los sindicatos tienen una larga historia en Alemania. El partido del actual canciller, Olaf Scholz, es el Partido Socialdemócrata (SPD), que surgió del movimiento sindical alemán en 1863. Este movimiento marcó considerablemente el rumbo del país, y no ha desistido, tal y como estamos viendo en la huelga masiva de este lunes (27.03.23). El país está parcialmente paralizado: casi todos los aeropuertos, vías fluviales, autopistas y el transporte público local están afectados. Así exigen los sindicatos mejores condiciones laborales.

Algunos países latinoamericanos también tienen una larga historia sindicalista. Sin embargo, aún en estos países cuesta imaginar una huelga tan bien organizada como la que vemos actualmente en Alemania.

La enorme influencia de los sindicatos alemanes

"Los elementos centrales de la efectividad sindical son la cohesión del movimiento y su autonomía”, dice a DW Rodrigo Medel, profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello de Chile, especializado en protestas laborales. "Si el movimiento está muy fragmentado, es difícil llevar a cabo huelgas generales, y si depende mucho de ciertos partidos políticos, también se verá frenado”, agrega.

Medel indica que en los países latinoamericanos no se ven huelgas con una coordinación tan extensa como la que vemos hoy en Alemania. Uruguay, un país pequeño, sería la excepción. Argumenta que "…por su centralización y cohesión, los sindicatos alemanes pueden coordinar a los diferentes sectores. Así se presentan como un bloque en la negociación colectiva con sus contrapartes”.

Y justamente en esas contrapartes vemos otra diferencia esencial con las huelgas en América Latina: en Alemania existen asociaciones de empleadores centralizadas y bien articuladas, así que las negociaciones recaen en dos partes claramente definidas, como son estas organizaciones y los sindicatos. En Latinoamérica también existen, pero son menos comunes. Esto cambia la naturaleza del diálogo, explica Medel.

Estas son generalizaciones acertadas, pero América Latina es una región enorme con particularidades nacionales, claro está. Cada país tiene sus tradiciones sindicales.

Argentina y Uruguay: campeones del sindicalismo

No queda duda de que las huelgas latinoamericanas son más amplias y efectivas en los países que tienen un sindicalismo fuerte. Medel lo matiza: "Argentina está en primer lugar, allí hay centrales sindicales capaces de liderar las huelgas. Además, las centrales no están capturadas por el Estado. Las huelgas agrícolas argentinas son quizás las más emblemáticas de la región. Luego viene Uruguay, que es un caso particular, porque allí tienen una central única que coordina al sindicalismo. Esta tiene una relación más o menos cercana al Estado, pero sigue pudiendo luchar por sus intereses”.

Otros países de la región también tienen una tradición sindical respetable. Los siguientes puestos del podio Medel se los da a Chile y Brasil. Señala que tienen sindicatos sectoriales bien organizados, como el de los puertos chilenos, que ya han logrado parar el comercio marítimo del país. Le da una mención especial a México, con sus sindicatos bastante cohesionados, pero capturados por el aparato estatal, lo que los hace inefectivos.

"Venezuela solía tener un gran movimiento sindical en los noventa, pero ha ido fragmentándose” continúa Medel. "En Perú, Bolivia y Colombia el sindicalismo está muy regionalizado y depende de otros actores -como organizaciones indígenas o campesinas- para poder destacarse”. Acaba su enumeración con Centroamérica: "Allí vemos el sindicalismo más débil, suele ser muy fragmentado y de poco impacto.”

América Latina tiende más a la huelga política

Latinoamérica es una región de turbulencias políticas, y la cultura huelguista refleja esto. En esto coinciden Medel y Agustín Santella, un investigador de la Universidad de Buenos Aires especializado en huelgas latinoamericanas. Santella dice que "…en América Latina es difícil ver huelgas generales que vayan dirigidas a un empleador. Las huelgas son más centralizadas cuando son políticas y van dirigidas a los gobiernos, es decir, cuando buscan frenar reformas o llevarlas a cabo”.

Subraya que los sindicatos juegan un gran rol en la organización de dichas huelgas en muchos países latinoamericanos. Por ejemplo, en Argentina, Uruguay y Brasil, en donde su convocatoria es masiva. Un ejemplo es la huelga general que hubo en Brasil en el 2017, cuyo objetivo era evitar una reforma a las pensiones. Los sindicatos dirigieron sus críticas explícitamente al entonces presidente Michel Temer, y se abanderaron en su contra.

Sin embargo, recuerda Santella, la mayor parte de la actividad sindical es rutinaria, no tiene impacto histórico. "Es una pieza importante del sistema laboral, aunque no tenga un impacto social que sea evidente a primera vista”, concluye.

27.03.2023

DW

https://www.dw.com/es/qué-tanto-poder-tienen-los-sindicatos-en-américa-latina/a-65143294?maca=spa-newsletter_sp_Titulares-2358-xml-newsletter&r=17270492641132136&lid=2496436&pm_ln=195181

 3 min


Gabriel Zaid

Combatir la pobreza combatiendo la desigualdad es un proyecto bien intencionado, pero nada realista. La pobreza persiste por una serie de creencias equivocadas que este ensayo disecciona al tiempo que propone soluciones prácticas.

Llegará el día en que los pobres sean tan pocos que haya que protegerlos como una especie en extinción. Quizás en aldeas turísticas más o menos auténticas que ilustren cómo vivían. Pero será difícil explicar cómo pudo haber pobres en medio de la abundancia.

La abundancia se ha multiplicado en el planeta. Según el Banco Mundial, la productividad se triplicó ente 1960 y 2021 (PIB per capita). Sin embargo, la pobreza persiste por una serie de creencias equivocadas.

Una antigua tradición supone que la pobreza es normal. Creencia que parece reflejada en el Evangelio: “A los pobres siempre los tendréis” (Mateo 26:11). También hay tradiciones religiosas (cristianas, budistas) que enaltecen la pobreza voluntaria. Pero la pobreza involuntaria no es normal, sino circunstancial. Tiene remedio.

Todavía hay países donde los pobres son el 80% de la población: un gran problema para el 20% restante, si quisiera atenderlo. Pero hay países donde son el 20%, que no es un gran problema para el 80% restante.

Combatir la pobreza y la desigualdad es un proyecto bien intencionado (o demagógico), pero nada realista; porque acabar con la pobreza es posible, pero no es posible acabar con la desigualdad. Entre los millonarios hay desigualdad. Entre los poderosos, también. Integrar una meta posible con otra imposible conduce a que no se logre ninguna. Hay que atender la pobreza separadamente y en primer lugar.

Hubo abundancia hace milenios. Marshall Sahlins (Stone age economics, 1972) habló del mito de la Edad de Oro como recuerdo de una realidad: la vida recolectora, pescadora y cazadora de las tribus nómadas del Paleolítico. Una tribu de 150 personas tenía a su disposición cientos de kilómetros cuadrados. En pocas horas diarias de paseo, podía obtener proteínas y calorías más que suficientes. Vivía en la abundancia.

Pierre Clastres (La société contre l’État, 1974) señaló que tal vida era igualitaria y ácrata.

El pecado original, castigado con el trabajo (Génesis 3:19), fue alimentarse del fruto producido por el hombre (el árbol del saber: la agricultura), no por Dios.

La agricultura fue un progreso que aumentó la productividad y provocó desigualdad: pobreza relativa. Tener menos tierra que otros (o menos fértil), trabajar menos que otros, ahorrar menos que otros, ser menos capaz de defenderse de los desastres naturales o el despojo, condujo a que unos fueran menos que otros.

Casi todos los progresos tuvieron el mismo efecto (concentración del poder y la riqueza), porque es imposible que todos progresen al mismo tiempo o con la misma intensidad. La difusión de las innovaciones es lenta, toma tiempo y esto implica rezagos.

Hoy existen relojes de pulsera baratos y razonablemente exactos. El saber astronómico que construyó pirámides costosísimas, para observar el cielo y medir el tiempo, permite hoy el reloj para todos. Pero este desenlace igualitario no está garantizado. Moverse a pie (progreso paleolítico) o en bicicleta (progreso del siglo XIX) fueron avances para todos. Tratar de que el automóvil fuese para todos resultó un desastre.

Además, no todas las innovaciones aumentan la productividad del mismo modo. Unas producen lo mismo con menos trabajo. Otras, con menos inversión. Y abunda el progreso improductivo: las innovaciones de mero relumbrón.

No todo pasado fue mejor ni todo futuro lo será. No todo lo más grande es mejor. El progreso improductivo más obvio es el gigantismo. Lo gigantesco impresiona, aunque no necesariamente produzca más o mejor.

En los censos económicos puede observarse (tablas que desglosan los establecimientos por número de personas que ocupan) que las microempresas son más productivas que las grandes con respecto a la inversión, aunque su productividad por persona ocupada es menor.

Por eso, las microempresas pueden pagar intereses tan altos que harían quebrar a las grandes, pero no pueden pagar sueldos tan altos como las grandes. Las empresas grandes sacan mucho partido a pocas personas equipadas con grandes dosis de capital. Las microempresas sacan mucho partido a pequeñas dosis de capital, lo que da empleo a muchas personas.

En los países ricos sobra capital y falta personal que lo haga producir. En los pobres, falta capital y sobra personal. Esto favorece los movimientos internacionales de capital y mano de obra. Que no llegan muy lejos, si el único modelo prestigiado es el gigantismo.

El modelo imaginario de una vida plena influye en la sociedad, la economía, la política y la cultura. En otro tiempo, los héroes y los santos fueron modelos que inspiraban a los que escuchaban epopeyas o hagiografías. Hoy, los altos funcionarios y los altos ejecutivos son los modelos prestigiados de una vida plena. Inspiran a los que ven sus peripecias de ascenso a la cumbre en el cine y la televisión. La publicidad y la presión del qué dirán imponen como estándar su forma de vida: escolaridad, vestimenta, vivienda, automóviles, viajes, amistades. Son la norma de lo normal.

Un artesano, microempresario, artista o profesionista independiente puede mejorar, pero no ascender. El ascenso a la cumbre requiere de una pirámide burocrática. Son formas de vida y mentalidad diferentes. Pero, si prevalece la creencia de que lo grande es mejor, no tener jefe se vuelve una inferioridad.

La igualdad ante la ley es justa en lo fundamental, pero extenderla a las personas morales resulta destructivo. La carga de trámites, que molesta a las grandes empresas, resulta aplastante para las pequeñas.

No se debe aplicar la misma ley a mosquitos y elefantes. La carga de trámites debería variar por tamaño: máxima para elefantes, mínima para mosquitos, intermedia para los demás.

Redactar un cheque o transferencia, efectuar la operación, contabilizarla (el banco y las dos partes que hacen la transacción), producir y revisar los estados de cuenta, así como auditarlos (el banco, las dos partes y fisco) cuesta lo mismo (digamos, veinte pesos por transacción), si se gira un peso o un millón. Pero el costo de veinte pesos es nada para mover un millón y prohibitivo para mover un peso.

Eso explica la economía informal, que tanto escandaliza a los que no saben hacer cuentas. Se escandalizan de que los mosquitos se nieguen a suicidarse y sobrevivan en la economía informal, donde no cumplen todo lo que exige la ley.

La informalidad es producto de leyes y reglamentos que imponen a los mosquitos los mismos trámites que a los elefantes. Tienen que operar al margen de la ley o desaparecer.

Sobre la pobreza campesina, hay creencias equivocadas:

• Que los campesinos se dedican a la agricultura. Falso. En la vida campesina hay agricultura, ganadería, silvicultura, caza, pesca, minería, industria, comercio y servicios.

• Que los campesinos alimentan a las ciudades. Falso. Su productividad agrícola es tan baja que no deja muchos excedentes exportables, ya no se diga compitiendo con la agricultura moderna, que es la que alimenta a las ciudades. Además, la pequeña producción agrícola dispersa por el campo es de tan baja densidad económica (pesos por tonelada) que los costos de transporte resultan desproporcionados.

Esto no sucede con la pequeña industria. Una tonelada de maíz es más voluminosa y vale menos que una tonelada de alfarería. Además, algunos productos agrícolas se pudren y tienen que ser vendidos al precio que sea, antes de que suceda.

• Que hay que transformar a los campesinos en agricultores modernos. Absurdo, porque entonces sobrarían casi todos. En Estados Unidos, para el consumo de toda la población, basta hoy con que el 3% se dedique a la agricultura, frente al 90% que hacía falta en 1750.

• Que el problema del campo se resuelve en las ciudades, absorbiendo a los campesinos. Falso. Eso traslada el problema a donde la solución cuesta más. Las inversiones necesarias para aumentar la productividad son mayores en las ciudades que en el campo. Lo práctico es que los campesinos mejoren donde están.

Están ahí para vivir, y pueden vivir mejor sin emigrar. Para que dejen de ser pobres deben dejar la agricultura (excepto para el consumo propio) y desarrollar pequeñas manufacturas exportables.

Esta solución, probada hace siglos en Michoacán por Vasco de Quiroga, funcionó y sigue funcionando.

En el siglo XX surgieron iniciativas adicionales:

Fritz Schumacher propuso el desarrollo de una tecnología intermedia para producir más en pequeña escala.

Iván Illich propuso desescolarizar la sociedad.

Amartya Sen propuso soluciones contra las hambrunas.

Paul Polak propuso la microirrigación.

Muhammad Yunus propuso los microcréditos.

Los microcréditos han sido un éxito mundial. ¿Por qué hubo tantas resistencias a desarrollarlos? Porque se creía que serían incobrables y no tenían garantías inmobiliarias. Resultó que las garantías no hacían falta, si los proyectos eran rentables y avalados por vecinos del solicitante. Los microempresarios resultaron muy buenos pagadores. Cuando la puntualidad de sus pagos no supera al 95%, hay que investigar al banco, no a ellos.

Una reducción radical de trámites a las microempresas tendría un éxito semejante. Los microempresarios optarían por la formalidad si les costara poco y les diera seguridad legal. ¿Por qué no se reducen casi a cero? Porque lo impiden creencias equivocadas.

Ejemplo indirecto. En 1955, Pío XII estableció la fiesta de san José Obrero el Primero de Mayo. Pero José no fue obrero (por ejemplo: carpintero en una fábrica de muebles), sino microempresario que tenía su propio taller. Sin embargo, prevaleció mentalmente el modelo prestigiado por los sindicatos y el marxismo. Eso impidió ver al carpintero como lo que fue y bloqueó la posibilidad de entronizar a san José Microempresario, abrumado por los trámites burocráticos que lo obligaron a viajar con su mujer embarazada para registrarse ante el fisco.

A los pobres, no siempre los tendréis; si los que no son pobres actúan con sentido crítico y sentido práctico.

NO.291 MARZO 2023

Letras Libres

https://letraslibres.com/revista/adios-a-los-pobres/

 7 min


Janosch Delcker

La IA, antaño dominio de la ciencia ficción y la investigación, se ha convertido en una parte indispensable de nuestras vidas, impulsando una amplia gama de aplicaciones, desde algoritmos de recomendación hasta chatbots humanizados como ChatGPT. En los próximos años, los expertos predicen que la IA será aún más omnipresente y que su impacto se sentirá en todos los sectores.

"Es difícil decir dónde no tendrá un impacto", dijo a DW Judith Simon, profesora de ética en tecnologías de la información de la Universidad de Hamburgo.

¿Cuáles son las implicaciones de que deleguemos en las máquinas cada vez más tareas que tradicionalmente han requerido inteligencia humana?

He aquí cuatro formas en que la IA remodelará la sociedad.

El empleo: La automatización llega para los trabajadores del conocimiento

Los efectos más inmediatos para la mayoría se sentirán probablemente en el lugar de trabajo. En un nuevo informe, el banco de inversiones Goldman Sachs predice que podrían automatizarse hasta 300 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, y que las economías avanzadas se llevarían la peor parte de este cambio.

Este impacto difiere de predicciones anteriores. Durante años, los expertos anticiparon que los robots impulsados por la IA sustituirían principalmente a los empleos poco cualificados, mientras que los trabajos que requerían mucha creatividad y conocimientos humanos se consideraban relativamente seguros.

Ya no es así. Una nueva generación de sistemas de "IA generativa" como ChatGPT, LaMDA o Midjourney puede crear textos, códigos o imágenes convincentes desde cero, y las repercusiones iniciales en el lugar de trabajo se están haciendo evidentes. Bufetes de abogados, medios de comunicación, agencias de publicidad y demás enmpleadores ya están usando IA en sus rutinas laborales.

Aunque este aumento de la eficiencia podría reducir el número total de horas de trabajo, Simon se muestra escéptico al respecto. "La tecnología, en general, siempre se ha vendido con la promesa de reducir el trabajo, y eso nunca ha ocurrido", afirma.

Propiedad intelectual: ¿A quién pertenecen las creaciones de IA?

El auge de la "IA generativa" también obligará a las sociedades a replantearse, y potencialmente reescribir, las normas existentes sobre "propiedad intelectual".

"Es una cuestión muy delicada", afirma Teemu Roos, catedrático de Informática de la Universidad de Helsinki. Los sistemas de IA como ChatGPT no crean obras de la nada, sino que aprenden analizando grandes cantidades de texto, música, fotografías, pinturas o vídeos que encuentran en Internet, obras de los mismos creadores a los que la IA amenaza con sustituir.

Desinformación: la era de la incertidumbre

Y el auge de la tecnología capaz de generar contenidos falsos tan convincentes también está suscitando preocupaciones aún más profundas. Como cada vez será más difícil, y en algún momento prácticamente imposible, distinguir entre lo que es real y lo que es falso, a los expertos les preocupa que los actores maliciosos puedan utilizar esta tecnología para amplificar la desinformación en línea.

El propio Sam Altman -director general de la empresa tecnológica OpenAI, que desarrolló sistemas como ChatGPT y Dall-E- ha advertido que la IA "podría utilizarse para la desinformación a gran escala".

Decisiones automatizadas: ¿Y si el "ordenador dice no"?

Por último, los gobiernos y las empresas también están utilizando cada vez más la IA para automatizar procesos de toma de decisiones con consecuencias que pueden alterar la vida, como decidir quién consigue un trabajo, quién tiene derecho a prestaciones sociales o quién sale antes de la cárcel.

Los sistemas actuales de IA analizan grandes cantidades de datos para hacer predicciones. Eso los hace muy eficaces en determinadas áreas. Sin embargo, los estudios también han demostrado que son susceptibles de reproducir o exacerbar los prejuicios y la discriminación existentes si no se controlan.

30 de marzo 2023

DW

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Jaime Duran Barba

Algunos dicen que no saben ganar elecciones, pero sí cómo gobernar. Pero hay pocos presidentes civiles argentinos que terminaron su mandato, hasta que gobernaron tres peronistas: Menem, Néstor y Cristina. Todos los gobiernos no peronistas cayeron arrastrados por brutales crisis económicas. El único presidente no peronista que terminó su período en cien años fue Macri.

La Argentina es el último país corporativista que queda en América, tiene una compleja red de privilegios y negocios, que hacen que buena parte de la población respalde un modelo como este. Aunque muchos no lo pueden entender, la historia se repite, se desarrollaron en el país habilidades para sobrevivir en la anomia. Cuando fui estudiante, viví el rodrigazo, un mazazo económico semejante al actual. Si cincuenta años más tarde la Argentina repite la experiencia, y lo ha hecho cíclicamente, no es fácil creer que esta vez los argentinos han entendido los peligros del populismo y van a querer convertirse en suecos.

La democracia, como la conocemos, empezó a consolidarse en América Latina a fines del siglo XX, cuando declinaba la Guerra Fría y se instalaba la revolución tecnológica. Está en crisis por la velocidad del cambio que se produce en la sociedad y en la mente de los seres humanos. Si no se reformula a fondo, va a colapsar.

Hasta los años 80, los Estados Unidos y la Unión Soviética patrocinaron proyectos políticos totalitarios para consolidar sus intereses en la región. La izquierda combatía a la “democracia burguesa”, Cuba organizaba guerrillas que se enfrentaban en casi todos los países a dictaduras militares que tenían el apoyo de los Estados Unidos. Todos los políticos tenían que definirse por su afinidad con el comunismo o la democracia.

Los jóvenes politizados asistíamos a seminarios sobre antiguos pensadores que, en el mejor de los casos, habían sido contemporáneos de la revolución soviética. No había mucho que hacer, viendo una televisión limitada, sin internet, con poca comunicación con otros, con poca música. La ignorancia era generalizada. Comparados con los actuales, teníamos pocos temas de conversación.

La sociedad era vertical. El padre, el maestro, el cura o el líder político lo sabían todo. Los demás escuchaban, hablaban sobre sus temas y obedecían. Los candidatos hablaban desde la altura de sus podios y de sus egos, y los analistas se interesaban en lo que ellos proponían, sin dar importancia a la vida cotidiana y los sueños de los votantes.

En general creían en la teoría del rational choice, derivada de la sociología comprensiva de Max Weber, basada en tipos ideales. Ese discurso sigue vigente entre políticos, periodistas y autores latinoamericanos, pero no tiene ninguna relación con la realidad. Sus defensores dicen que los electores escogen racionalmente por quién votar, estudiando propuestas y programas, para encontrar al que les conviene más, para su futuro y el del país. Suena bonito pero no existe. No hay sitio en el que más del 1% de los electores lea los programas de gobierno y eso tampoco influye en las elecciones, porque están decididos a votar de alguna manera.

Muchos políticos funcionan dentro del viejo paradigma, buscando fotos con dirigentes provinciales y cantonales que les den votos. Esto choca con una realidad: la mayoría de ellos tiene una imagen negativa que ahuyenta a los votantes. La gente suele decir que no les cree, que no confía en ellos. Cuando un aspirante consigue el apoyo de ese tipo de personajes, pierde más votos de los que consigue, las elecciones se ganan con los votos de la gente común.

Pasa lo mismo con el apoyo de partidos y organizaciones rechazadas por la población. Con la excepción de Lula, que coaligó a casi todos los partidos de su país y ganó la presidencia, todas las coaliciones de partidos históricos y sus candidatos han sido derrotados en estos años.

Se ha constatado que en la mayor parte de los casos la gente quiere votar por quien menos se parezca a los dirigentes tradicionales, sin importar sus propuestas.

Los electores están cansados del solipsismo de los políticos. En varios países hemos contabilizado cuántas veces el candidato se refiere a sí mismo, a su partido, a su “patria” o a cualquier otra abstracción, lo comparamos con las veces en que habla de la gente, y sus insomnios. La desproporción es enorme: lo que existe para muchos es yo soy el líder más importante del continente, el mesías perseguido.

Cuando analizamos el espacio que tiene la polémica y el insulto a los adversarios, vemos que en muchos discursos el mundo se reduce a sus intereses, complejos e inseguridades.

En general los parlamentos son manicomios. Estudiando el tema, he seguido las sesiones del Congreso peruano cuando trató alguna vacancia presidencial, las del Congreso argentino, la interpelación a Dilma Rousseff en Brasil. Son exhibiciones de ignorancia y superficialidad insólitas.

El discurso de la mayoría de los presidentes es lamentable, es más recurrente la mediocrecracia que la meritocracia. Muchos tratan de demostrar que sus adversarios son incapaces, corruptos, enemigos del pueblo. Gracias al trabajo conjunto, logran que ocho de cada diez latinoamericanos crean que todos deben desaparecer de la escena pública. Como dice Arturo Pérez-Reverte, sufrimos una epidemia de estupidez. La estupidez consiste en hacerse daño a sí mismo por tratar de atacar a otro.

La política de abrazos intercalada con insultos termina provocando hastío y abre espacio para una demanda desordenada de novedad. Lo vivimos en 1996, cuando Abdalá Bucaram, el prototipo del antipolítico, le ganó las elecciones a Jaime Nebot en el Ecuador, en un tiempo en el que los outsiders obtuvieron muchos triunfos en el continente.

Los electores se preguntan si los políticos solo se interesan por sus intereses y los defectos de sus adversarios, o tendrán algún espacio para los temas y los problemas de la gente.

Cuando se produce un enfrentamiento salvaje entre los miembros de un mismo grupo, el resultado es más grave. Pueden disputar una candidatura, pero deberían tener límites. Es imposible que los propios ministros de este gobierno hagan gala de tanto desprecio por el Presidente. Somos un país excepcional. En cualquier otro lado les habrían cancelado poniéndoles las cajas como sombrero.

La gente no se interesa en la política de los políticos. La operación clamor para que Cristina supere una proscripción inexistente y sea candidata no emociona demasiado, ni a los asistentes pagados. La hemos visto saludar emocionada a una calle vacía y en los actos la cara de aburrimiento de los concurrentes es notable.

Calos Pagni citaba en un artículo el concepto de utopías retrospectivas elaborado por Fernando Henrique Cardoso para describir la convocatoria de Cristina. Es objetivo que no motiva la convocatoria a volver a un pasado que no se recuerda como el paraíso. El discurso del kirchnerismo dejó de plantear una ilusión. Todos los estudios afirman que incluso en La Matanza, la imagen de Cristina está en crisis.

Con la condena pronunciada por la Justicia en esta semana, la vicepresidenta puede asumir una candidatura a la que teme porque se sabe débil, lanzar a un candidato nuevo como Wado de Pedro o convoca a una abstención, que le llevaría a una derrota abrumadora. Sería la más triste lápida a veinte años de un experimento que ha tratado de arrasar con la institucionalidad del país. Cuando sus publicistas lanzan el lema “Luche y vuelve” para que busque la reelección quien controla el país, no se comprende adónde piden que vuelva. Está en el poder desde hace cuatro años y si vuelve solo podría hacerlo a Santa Cruz.

No ha sido fácil armar una alternativa al cristinismo-peronista. El socialismo tuvo buenos dirigentes, con una presencia prolongada en la provincia de Santa Fe, pero no superó los límites locales. La interesante votación de Hermes Binner en 2011 no tuvo que ver con la difusión de las ideas de Aníbal Ponce, sino más bien con que el santafesino capitalizó el rechazo minoritario, pero importante, a la triunfante Cristina Kirchner.

El radicalismo, después de la crisis del año 2000, tuvo poca fortuna para armar una alternativa nacional. En 2003 tuvo como candidato a Leopoldo Moreau, que obtuvo el 2,34% de votos y pasó a ser un servidor el kirchnerismo. El año 2007 apoyó a Cristina. El año 2011 postuló a Ricardo Alfonsín, que obtuvo un 11% y se fue luego a iluminar Europa con su sapiencia como embajador de Cristina. La UCR ha tenido dirigentes importantes en Mendoza, en donde realizó un buen trabajo, y en otras provincias como Córdoba, en donde ha tenido dirigentes interesantes, pero no se convirtió en alternativa.

El único proyecto de oposición que se consolidó en estas décadas fue el encabezado por Mauricio Macri. No nació de un día a otro ni fue un acuerdo de dirigentes, fue fruto de un trabajo de más de diez años, en el que colaboraron muchos dirigentes valiosos, con los que ganó las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires por cuatro veces, triunfando en 2009 con Francisco de Narváez, y María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, para llegar en 2015 a la presidencia.

14 de marzo 2023

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2023/03/14/como-perder-las-elecciones/

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